Capítulo I: Sesso alla finestra
Laura fue mi novia y mi amante ideal durante casi
cinco años. Nos conocimos mientras fuimos a la universidad, pero mi indecisión
por formar una familia a su lado me hizo perderla. No
porque no quisiera formar una familia con ella, sino porque no quería formarla
con nadie, por lo menos en ese entonces, y hasta la fecha, pues considero que
en la vida hay un momento para vivir cada etapa.
Ella parecía tener acelerado su reloj biológico de la
maternidad, y ese fue motivo suficiente para cortar conmigo. Para mí
fue supremamente doloroso. Laura fue quizá la novia que más quise y la que
mejor cogía entre todas las que tuve a lo largo de mi vida, que valga aclarar,
no han sido muchas. De todas formas no me quedó otra opción que aceptar la
ruptura, seguir con mi vida y dejar que ella siguiera con la suya.
Al comienzo no fue tan compleja la separación, pues
ocasionalmente nos veíamos para echar un polvo y sacarnos la traicionera
calentura que llega en los momentos menos indicados. Pero
luego ella consiguió una nueva pareja, y de a pocos fue metiéndose más de lleno
en su relación.
Yo no limité mi vida a su existencia, así que mientras
ella entablaba una nueva relación, yo iba por el mundo viviendo el desenfreno
que te limitas cuando estás en pareja. Diría que casi que “comiendo a la
carta”, aunque había veces que no era así, pues no siempre logras tu objetivo.
Laura fue consolidando su relación con su nuevo novio,
llamado Juan David. Y a pesar de que yo la respetaba, no dejaba de sentir
cierta molestia por ello, pues no se habían vuelto a repetir nuestros
encuentros sexuales esporádicos.
No les puedo engañar, Laura no es la chica mejor parecida
o más agraciada, y seguramente no está cerca de serlo. Laura mide 1,60 aproximadamente,
su piel es blanca, no del todo pálida, pero si tiene una tonalidad de piel que
tiende más hacia el blanco que hacia un color más mestizo; sus pómulos son
ciertamente prominentes, no así sus cachetes, tiene una cara bastante redonda,
lo que acentúa sus facciones de mujer. Sin embargo, sus labios son supremamente
delgados, realmente poco y nada provocativos a menos de que alguna vez los
hayas besado, Su sonrisa es de destacar, sus dientes son pequeños, blancos y
están en el lugar que se supone deberían estar. Según ella, nunca le hicieron
ortodoncia, pero a mí me resulta difícil de creer que exista una sonrisa tan
perfecta sin ayuda.
Sus ojos son ciertamente pequeños, bastante comunes,
con los bordes externos apuntando ligeramente hacia arriba, de un café intenso,
aunque no sé si por su forma de mirar, o por la concepción que tengo de ella,
podría decir que su mirada es de las más penetrantes que he conocido en mi
vida. Su nariz es recta y delgada a la altura del tabique, pero se va
ensanchando a medida que llega a la punta. Su pelo es bastante liso, de color
castaño y habitualmente lo lleva de largo a la altura de los hombros, claro que
durante un largo periodo de la época en que salió conmigo no lo llevaba así
sino que se rapaba los costados de la cabeza y se hacía crestas, lo que era un
motivo de mofa entre mis amigos, que me acusaban de maricón, gay, invertido,
etcétera, por salir con una chica de cabello corto.
Pero yo omitía las burlas de mis amigos, no solo por
estar enamorado, sino porque los atributos de Laura iban más allá de cómo
llevaba el pelo. Incluso me daban pesar mis amigos con sus burlas, pues ellos
no habían podido dimensionar las caderas, el culo y las piernas de Laura, ni
sentir sus carnes ni sus ricas humedades.
Sus senos eran escasos, del tipo piquete de mosquito,
pero ella sabía hacerlos lucir elegantes con camisas escotadas u otras prendas
que los hacían resaltar.
En esa época, en la que fuimos novios, su cintura era
bastante pronunciada, pero luego fue perdiendo esa definición, aunque sin
convertirse en una línea recta. Algo similar ocurrió con su abdomen, que en ese
entonces era de anuncio, pero un futuro embarazo y la relajación de la vida en
pareja hizo que perdiera esas condiciones. De todas formas no fue que
desarrollara una panza aterradora, solo que dejó de tener ese abdomen
absolutamente plano.
Pero si hay algo que deleita de Laura, en esa y en
esta época, son sus caderas: anchas, macizas, carnosas. Es todo un placer
observar cómo se mueven cuando camina, y mucho más placentero es tenerlas entre
las manos.
Sus muslos tienen características similares: gruesos,
bien formados; muy sensuales a la vista, especialmente cuando usa faldas o
pantalones ajustados. Sus nalgas también eran carnosas, bastante generosas, aunque
más del tipo ancho que del tipo curvo. Claro que el real atractivo de este culo
era esa apariencia y sensación de flan, era exquisitamente gelatinoso.
Todo eso lo perdí cuando terminó nuestra relación y
especialmente cuando ella empezó una nueva con el tal Juan David. Me arrepentí
por mucho tiempo, pues con ninguna otra mujer encontré el disfrute que tenía
con Laura. No sé si se trataba de su excesiva fogosidad, de su forma de moverse
al follar, de sus mil rostros de placer durante el coito, o si sencillamente yo
permanecía enamorado; el caso es que me fue muy difícil superarla.
Tanto así que nunca perdí el contacto con ella.
Seguimos charlando por WhatsApp, por Facebook, encontrándonos ocasionalmente
para tomar un café, e incluso asistí a su boda, con lo doloroso que eso fue
para mí.
Tan pronto Laura se casó con Juan David, hicieron un
viaje por los países de la Región Andina en América del Sur, y luego se fueron
a vivir a Italia, dado que Juan David había conseguido un gran trabajo allí.
Pasados unos meses más me enteré de que Laura sería
madre. Su hija nacería en Turín, en el seno de la familia que había conformado
con Juan David. Yo nada podía hacer más que resignarme, y por el cariño que le
había profesado, desearle lo mejor.
Los años pasaron y llegó el día en que acordé que iría
a visitarle. Ella quería que conociera su hija y algo de su vida en Italia.
A mí me hacía bastante ilusión, pues aparte del
reencuentro tendría la oportunidad de conocer un nuevo país, su cultura y su
gente.
Para ese momento sentía que tenía superada a Laura, no
veía en ella algo más allá de una bonita amistad, pero el reencuentro iba a
trastocarme, iba a cambiar la percepción que yo tenía de las cosas.
Su marido sabía que Laura y yo habíamos sido novios
durante un largo tiempo, pero entendía que ahora mis chances con ella era
nulas, pues ya eran varios los años que llevaba casado con ella, tenían una
hija y confiaba ciegamente en una mujer que siempre se había caracterizado por
su fidelidad. No se opuso a mi visita. De hecho me trató bastante bien durante
la mayor parte de mi estancia en su hogar.
Durante mis dos primeros días en su casa, Laura y Juan
David se dedicaron a hacerme un completo recorrido turístico por Turín. Me
llevaron a conocer la Plaza San Carlo, el Palacio Madama, la Catedral de Turín,
el Santuario de la Consolata entre tantos otros sitios de obligatorio paso para
los turistas en esa ciudad.
A pesar de que yo viajé mentalizado en que había
superado hace tiempo a Laura, al llegar allí no pude dejar de sentir molestia
al verla de la mano con su esposo, al verla besándose una y otra vez con él, y
al ver a la pequeña Giulia, su hija, que para la época de mi visita tenía cinco
años.
Claro que era algo que se caía de su peso, era apenas
obvio que esto ocurriera, al fin y al cabo eran pareja, el desubicado era yo.
Claro está que eso no me impidió apreciarla, con el
disimulo correspondiente; perder mi mirada por cortos segundos en el espesor de
su culo, en sus generosas caderas que seguían sacudiéndose al caminar tal y
como yo lo recordaba; incluso en sus ojos, esos que muchas veces me miraron
fijamente y a profundidad.
Desde que habían llegado a Italia, Juan David había
sido el encargado de sostener ese hogar, pues Laura no había encontrado un
trabajo estable desde entonces.
Entre los planes que ellos tenían previstos para mí
estaba el de ir a las playas de Génova durante el fin de semana. No puedo decir
que la pasé mal porque no fue así, pero si me generó una gran dificultad estar
en la playa viendo a Laura en bikini.
Su cuerpo ya no era igual al que tenía en la época en
que fuimos novios, su cintura no era tan definida, su abdomen ya no era
perfecto, su culo estaba un poco más caído y con más estrías, pero aun así me
seguía pareciendo una mujer espectacular, absolutamente sensual. Tanto así que
me provocó una erección allí en la playa, la cual tuve que disimular
acostándome boca abajo, supuestamente para broncear mi espalda.
Ese día fue realmente especial, pues al verla así me
fue absolutamente imposible disimular lo mucho que la deseaba. Ella lo notó, y
como ocurrió muchos años atrás, empezaron los coqueteos de lado y lado; todo a
espalda de su esposo, que no pudo notarlo por la excesiva atención que prestaba
a la pequeña Giulia.
El hecho de ver correspondidos mis coqueteos me llenó
de ilusión, pues sabía que dentro de Laura seguía vivo por lo menos un mínimo
deseo hacia mí. Tenía esperanzas de que algo ocurriera con ella, aunque debía
ser calculador, previsivo y lo suficientemente sagaz para encontrar los
momentos justos.
Desde ese momento empecé a pensar en una y otra forma
de lograr mi cometido, que aclaro de una vez, no era reconquistar a Laura, pues
eso era una tarea mucho más dispendiosa, diría que casi imposible;
sencillamente se trataba de echar un polvo antes de tener que regresar a mi
país.
Realmente iba a tener fáciles las cosas, pues con su
esposo trabajando y con ella todo el día en casa, habría tiempo y oportunidades
de sobra. Aunque yo quise arriesgar de más.
El fin de semana terminó, y el anhelado lunes, con su
correspondiente jornada laboral para Juan David, llegó. Yo estaba ansioso,
tanto que solo di tiempo a que él saliera del apartamento para ejecutar mi
plan.
Laura estaba recostada sobre el marco de una ventana
que daba a la calle, allí movía su mano haciendo el clásico ademán del adiós
para con su esposo. Yo entré sigilosamente, me acerqué a ella sin que notara mi
presencia, y sin dar aviso a nada alcé su falda bruscamente.
Ella apenas giró su cabeza, me observó pero no hizo
reproche alguno, solo volvió su mirada al frente y siguió despidiéndose de su
marido mientras se alejaba. Yo bajé sus bragas y empecé a lamer su concha. Lo
hice lentamente, pues no había apuro alguno, su esposo acababa de salir y
teníamos todo el día para el desenfreno de nuestra pasión.
Posé mis manos sobre sus nalgas mientras seguía
moviendo mi lengua por sobre su vagina. Las apretaba e incluso llegue a clavar
mis uñas. Ella seguía allí, apoyada sobre el marco de la ventana. Su esposo ya
no estaba a la vista, pero ella se sentía cómoda allí, en esa posición, para
ser complacida por mi inquieta lengua.
Sin dejar de juguetear con mi lengua en su concha,
empecé a acariciar sus piernas, a sentirlas de nuevo entre mis manos, como en
aquellos años en que fueron solo mías. Las acariciaba suave y lentamente, pues
recordaba que esto la excitaba mucho.
Ella estaba disfrutando de la situación, pues alcancé
a escuchar como dejaba escapar un par de gemidos, aunque, por estar con la
ventana abierta y con la cara hacia la calle, era claro que se estaba
reprimiendo, pues no quería quedar en evidencia ante cualquiera de los
transeúntes que pudieran pasar por allí.
Laura era una adicta al sexo oral, no a hacerlo, sino
a recibirlo. Yo sabía que ella era una chica bastante aseada y cuidadosa con su
zona íntima, por lo que no me molestaba. Es más, veía en ello una gran
oportunidad, pues sabiendo esto y conociendo lo que le gustaba y lo que no,
podía brindarle un rato de placer memorable.
Cuando logré una considerable humedad de su vagina,
introduje mi dedo índice. Nuevamente con mucha lentitud, explorando poco a poco
esa cavidad, que por entonces ya ardía.
Ella ocasionalmente giraba su cabeza, como si quisiera
supervisar que yo hiciese bien las cosas. Esto me daba la oportunidad de verla
a la cara por momentos, me daba la chance de apreciar sus gestos, de notar como
apretaba sus labios con su mordida.
A pesar de que Laura llevaba el cabello hasta los
hombros, le alcanzaba para hacerse una pequeña cola. Yo anhelaba ponerme en
pie, tomarla de la cola del cabello y penetrarla salvajemente. Pero como bien
dije antes, no tenía apuro alguno, y ya habría momento para fornicar como Dios manda.
Una vez con mi dedo completamente adentro de ella, lo
que seguía era sacarlo para introducir dos. Por el alto estado de lubricación
de su vagina, sabía que no habría problema con ello, así que retiré mi dedo, lo
chupe, para luego volverlo a introducir en compañía de mi dedo corazón.
Esta vez los moví a mayor velocidad, si se puede
decir, con mayor intensidad, pues sabía que no le generaría molestia por alto
estado de humedad de su vagina. Mis dedos entraban y salían de allí con gran
facilidad. Laura seguía reprimiendo sus gemidos, aunque ocasionalmente no
podía aguantarse y los dejaba escapar.
Mientras mis dedos se movían al interior de su coño,
yo lamía sus piernas, especialmente la zona limítrofe entre las piernas y las
nalgas, como tratando de secar con lengüetazos los líquidos que escurrían de su
vagina.
Nosotros no lo notamos, pero Giulia estaba
presenciando todo, parada atrás de la puerta, que estaba entreabierta. Esa iba
a ser nuestra condena. Sinceramente yo me olvidé de su existencia, mientras que
a Laura le pudo haber pasado lo mismo, o pudo haber pensado que estaba dormida,
no lo sé, el caso es que no se preocupó por ella ¡Craso error!
Hasta ese momento Laura no me la había chupado, no me
había besado, es más, casi ni me había visto a la cara. Pero yo estaba a punto
de estallar, estaba completamente excitado. Tratándose de Laura y de un
escenario tan morboso, sentía que estaba en capacidad de llegar en más de una
ocasión al orgasmo.
Laura estaba igualmente excitada, tanto así que llegó
un momento en que me pidió parar con el sexo oral y las caricias a su vagina
para que la follara. Me puse en pie, me alejé un poco y le dije:
-
Ven, acuéstate
- No, házmelo aquí. Quiero
rematar la fantasía de follar aquí en la ventana, mirando a la calle. Quiero que
la gente me vea, que sospeche que me están follando.
- Como digas, pero antes
quiero besarte
Nos besamos y fue tan apasionante como lo recordaba.
De nuevo sus finos labios volvían a hacer contacto con los míos, de nuevo
sentía su lengua juguetear entre mi boca, de nuevo la sentía sonreír con su
cara pegada a la mía.
Cuando terminó el apasionante beso le di vuelta, ella
volvió a apoyarse sobre el marco de la ventana y yo volví a levantar su falda.
Saqué mi pene, lo estrellé un par de veces contra su vulva antes de
introducirlo, y luego la penetré a profundidad. Diría que con rabia, con algo
de furia, no solo porque la humedad de su vagina me lo permitía, sino porque
tenía ganas de que fuese así, tenía ganas de castigarla por haber rehecho su
vida con otro.
Ella empezó a gemir de inmediato, aunque pasaron
apenas un par de segundos para que fuera consciente de que debía reprimirse. Yo
la penetraba a fondo, la agarraba de la cola de su pelo, tal y como había
fantaseado, jalonaba su cabeza hacia atrás, mientras que ella volvía a dejar
escapar uno que otro gemido y ocasionalmente una risa completamente cómplice.
Sus nalgas se sacudían y temblaban con cada uno de mis
empellones, quizá más de lo que yo recordaba, evidenciando el paso de los años.
Claro que a mí ver este culo gelatinoso me excitaba mucho más. Tanto así que no
tardé en terminar.
Se apoderó de mí la preocupación. No por haber
terminado pronto, pues sabía que tenía reservas para un polvo más, sino por el
hecho de haberle llenado el vientre de esperma. Ella me tranquilizó
- Llevó un implante
anticonceptivo, sigue, no me dejes a medias
- Como ordenes
Saqué mi pene por un instante para ver como escurría
mi semen por su coño. Sin limpiarlo, ni limpiar mi pene, y sin dar tiempo a
nada la volví a penetrar. La agarré por los hombros y empecé a jalonarla hacia
mí, como quien busca más contundencia con cada movimiento.
A medida que el polvo se alargaba, ella se dejaba caer
cada vez más sobre el marco de la ventana. En un comienzo se apoyaba en este
con sus brazos completamente extendidos, pero luego se fue inclinando cada vez
más sobre el marco, hasta terminar apoyándose con su torso sobre este.
No sé si fue mucha gente la que se dio cuenta de lo
que estaba ocurriendo. El apartamento de Laura quedaba en un quinto piso, por
lo que desde de la calle no era sencillo darse cuenta de lo que pasaba.
Seguramente era más sencillo para la gente ubicada en el edificio de en frente,
aunque yo en ningún momento noté a mirón alguno.
Laura también disfrutaba de ser azotada, y yo, viendo
esas nalgas temblorosas, aproveché para hacerlo una y otra vez. Hasta dejarlas
coloradas.
“Para, para, para”, exclamó ella en ese momento. Yo me
detuve, pero sin sacar mi pene de su humanidad. Ella echó su torso hacia atrás,
hasta juntar su cara con la mía, la giró levemente y empezó a besarme. “Fóllame
así”, dijo entre beso y beso.
Yo la agarré por el abdomen y reanude mis movimientos.
Esta vez con más lentitud, no solo por variar un poco, sino porque para ese
momento ya me encontraba algo agotado.
Metí mis manos bajo su blusa y acaricié sus diminutos
senos, que para suerte mía no estaban bajo la opresión de sujetador o sostén
alguno. Jugar de nuevo con sus tiernos pezones entre mis manos me hizo alcanzar
el orgasmo una vez más.
- Si quieres seguir me vas
a tener que dar unos minutos para reponerme, esta vez no puedo seguir de largo,
le dije mientras buscaba quitarme el sudor de la frente con una de mis manos
- No, tranqui, fue
suficiente. Ya me siento bastante relajadita. Aparte tengo que ir a servirle el
desayuno a Giulia
- Ok, dale. Antes de que
te vayas quería preguntarte, ¿Te gustó?
- Más de lo que crees
- ¿Vamos a repetir?
- Sí, pero hoy no. La niña
podría descubrirnos
Pero
para nuestra desgracia, la niña ya nos había descubierto, y esa noche a la hora
de la cena se lo iba a contar a su padre.
Capítulo II: ¡Ciao Laura!
Fue un momento muy tenso. Giulia, a pesar de su corta edad, le dio un
dramatismo enorme a la situación. Quizá yo estoy paranóico, quizá fue solo mi
impresión, pero parecía que hubiese preparado el momento...