sábado, 9 de enero de 2021

Diario de una puritana (Capítulo VIII)

 Diario de una puritana


Capítulo VIII: Rueguen por nosotros los pecadores


Mafe había cambiado radicalmente. De esa chica tímida, inocente e insegura quedaba muy poco. Ahora tenía una actitud un tanto más osada, su mentalidad era otra, ahora estaba abierta a darse la oportunidad de probar y conocer cosas nuevas.

Claro que su devoción y espiritualidad no desapareció ni mermó. Yo no buscaba que fuera así, aunque no me dejaba de parecer extraño que una chica tan devota y tan creyente, saliera con alguien como yo, que era exactamente lo opuesto a eso: ateo y ciertamente irreverente a muchas de las enseñanzas de la iglesia, generalmente percibía al fiel creyente como un gran hipócrita, un impostor.

En ese tiempo, por respeto a Mafe dejé de ser blasfemo, aunque realmente me costaba porque no solo me divertía, sino que me apasionaba serlo. Me hacía mucha gracia reír con las creencias de la gente. Pero en ese entonces supe comportarme, adaptarme y quizás hasta someterme muchas veces para conservar la paz con Mafe.

Pasados unos seis meses, decidimos vivir juntos. Y como siempre la convivencia termina generando choques, por una u otra cosa, casi siempre intrascendentes. Aunque siempre logramos sobrellevarlos.

Posiblemente sus fervientes creencias fueron la principal causa de discusiones entre nosotros. Más que todo porque muchas veces no supe comprenderla, porque quizá era demasiado rígido en mi escepticismo, negándome a tolerarla en situaciones que quizá pedían algo más de comprensión, pero era demasiado inflexible para entenderlo. Y aunque esa devota personalidad podía irritarme, podía calentarme a la vez. No sé por qué, pero sentía un morbo excesivo de follar con una chica así. Ya no se trataba únicamente de su belleza, de sus piernas tersas y carnosas, de ese culo macizo, deforme, pero a la vez grandioso, o de sus tiernitos senos, que eran como la frutilla del postre. Ya no era solo su físico lo que me atraía.

Era también su forma de ser, En muchos sentidos. Me generaba ternura esa chica piadosa, amaba que siempre pudiera dibujar una sonrisa para mí. Mafe era verdaderamente amable, cordial, y en cierta medida caritativa, la admiraba por ello, y a la vez me provocaba muchos pensamientos retorcidos; maliciosos, vulgares. Fantaseaba con que era como salir con una monja hermosa y complaciente, si es que eso existe. Además, adoraba que Mafe había desarrollado y afianzado una especie de “sentido” de la mojigatería. Deliraba con eso. Con saber que esa misma chica de repetidos atuendos reservados, llena de convencionalismos, muchas veces prejuiciosa; podía ser a la vez tan caliente; saber que esa mujer de gestos elegantes e “incuestionables” valores, podía ser a la vez tan fulana.

La vi dedicar horas para pedir perdón por cosas como follar sin contar con la bendición de dios, al igual que la vi caer una y otra vez ante sus tentaciones. Ya no sabía qué creerme, no sabía si había auténtico arrepentimiento, si funcionaba como una quema de karma, si fingía para venderme la imagen de santa.

En un comienzo fue raro para mí ver a alguien tan ferviente, no podía creer que una persona tan joven dedicara tanto tiempo al rezo y la súplica; se me hacía hasta enfermizo el hecho de asistir a misa a diario, o esa constante necesidad de confesarse para sentirse aliviada; era toda una novedad para mí.

Pero fue en ese entonces que empecé a apreciar esa forma de ser. Fantaseaba con sorprenderla mientras rezaba, con pellizcarle el culo mientras permanecía arrodillada con la cabeza gacha, también con encontrarla arrodillada y agarrarla de sus cabellos dorados para conducir su rostro hacia mi falo, o pretendiendo ser el clérigo para darle como penitencia la entrega de su ojal; fantaseaba de mil maneras, Y no pasó mucho para que pasara de la fantasía a la práctica.

Al inicio ella fue permisiva, o tal vez no pudo reprimir sus instintos más primarios. No lo sé. Lo cierto es que pude satisfacer mi sed de perversión. Aunque luego Mafe fue siendo más prohibitiva, más recelosa con el respeto hacia su fe. Pudo ser también el rápido desencantamiento por su parte hacia esa situación, como si hubiese quemado la fantasía. La verdad no sé qué la llevó a terminar con estas calientes situaciones, fueron apenas un puñado, pero fueron oro puro.

Alguna vez llegué a casa y ella estaba orando, Estaba arrodillada, en silencio total, muy concentrada, repitiendo una y otra vez sus plegarias y contando pepitas de los tradicionales rosarios. La saludé sin obtener respuesta, pues su prioridad era continuar rezando. La rodee con mis brazos por la cintura, recosté mi cabeza sobre uno de sus hombros, para segundos más tarde empezar a besarla por detrás de una de sus orejas, por el cuello y por sus mejillas.

Ella me lo permitió, inclinando ligeramente su cabeza para darme el espacio suficiente de maniobra de mis labios sobre su cuello. Aunque más allá de eso no hizo nada, no se molestó por mi intromisión en su momento de oración, no pronunció palabra; ni siquiera me miró, solo continuó orando.

Ese día sentí muchas ganas de ser cariñoso con ella, así que continué por un largo rato con mis besos y caricias por los alrededores de su cuello, era mi apuesta a la fija para calentarla, aunque esa vez el apuro me venció en cierta medida. Más temprano que tarde terminé con mi cabeza bajo sus piernas. Mientras que ella seguía apoyada sobre sus rodillas en su clásica pose de sumisión, yo tumbé mi cuerpo en el suelo y arrastré mi cabeza hasta posarla debajo de sus piernas, quedando cara a cara una vez más con su coño, que para ese momento se ocultaba bajo una sexy braguita.

En esa tarde Mafe llevaba puesto uno de sus clásicos atuendos de entrenamiento: falda corta y fucsia, y top del mismo color. Y como ya mencioné, una encantadora braguita que poco y nada dejaba a la imaginación.

A Mafe le gustaba estar cómoda para ejercitarse. Ahora que había renunciado al trabajo, tenía más tiempo disponible para entrenar, y habiendo aprendido varias rutinas, no dependía de mí para hacerlo. Su cabello lucía impecable y su rostro estaba maquillado, era evidente que aún no había entrenado, posiblemente planeaba hacerlo después de su oración.

Ella continuó en su rezo, mientras yo, tumbado en el suelo me ponía una nueva cita con su entrepierna. Ella no opuso resistencia pero creo que no porque quisiera mezclar su momento de oración con una buena sesión de sexo oral, diría más bien que no se dio cuenta del momento en que mi cabeza terminó bajo su humanidad.

Lo notó apenas con el primer contacto de mi mano por sobre su tanga. La palpé suavemente, mientras que con mi otra mano acaricié suavemente su entrepierna. Ella sacudió bruscamente sus piernas, confirmando mi sensación de que no había notado el momento en que yo me había situado en esa posición de privilegio.

Fue ese el primer momento en que decidió interrumpir su oración para dirigirme la palabra.

- ¿Qué haces?, reclamo ella
- Nada, tú sigue en lo tuyo y déjate llevar.

Ella no quiso armar un drama de ello, así que continuó con su oración pero sin haberme dicho estar de acuerdo con mi plan. Lo más probable es que secretamente deseara continuar, y el reclamo habría sido su último intento de represión. Me sentí en libertad de continuar.

De nuevo empecé a frotar suavemente su entrepierna, a sentir la carne blanda de la cara interna de las piernas en cercanía al pubis. Me enloquecía acariciarle esta zona, especialmente porque era cuestión de segundos para empezar a sentirse el calor que emanaba su vagina.

Luego empecé a palparla, de nuevo por sobre su tanga. Suave y lentamente. Quería complacerla con una buena dosis de sexo oral, y sabía que para ello era necesario ser paciente y jamás precipitarme.

Después de seis meses juntos y de una infinidad de coitos, sabía que Mafe apreciaba una estimulación bien brindada, con la calma que requiere el caso, con la suficiente dedicación para pretender algún día terminar de conocer las 8.000 terminaciones nerviosas de su vagina, así que luego del tocamiento superficial por sobre su ropa interior, empecé a acariciar suavemente su vulva, especialmente con mis pulgares, como si quisiera darle un masaje.

Sabía que Mafe estaba disfrutando de la situación porque ocasionalmente la escuchaba interrumpir su oración para pasar saliva o simplemente para suspirar. El calor de su coño empezó a transformarse en humedad, la cual pude sentir por sobre su delgadita tanga.

Llegó el momento en que decidí correr ese pedacito de tela para un costado, para meterme de lleno en una buena estimulación de su clítoris. Me sentía inspirado para complacerla, sentía que era una tarde especial para mi lengua, que manejaba la situación a pesar de la ansiedad de volver a juntarse con la tierna vagina de Mafe.

Al comienzo utilicé solamente mi lengua, pero luego me vi en la necesidad de hacer uso de mis dedos para lograr que Mafe se retorciera del deleite. ¡Eso sí que era encontrar el regocijo!

Mafe dejó de apoyar su cuerpo sobre sus rodillas y dejó caer todo su peso sobre mi cara, como queriendo asfixiarme con el coño, pero yo estaba extasiado, aun hambriento de su sabor, de su ardor y de su evidente goce. Estaba pletórico atragantándome con su vagina.

No pasó mucho tiempo para que Mafe empezara a restregarse sobre mi cara, embadurnando todo mi rostro con sus fluidos. Para mí era todo un placer estar recubierto de ella, no tenía reparo alguno con eso, es más, eso me confirmaba que había logrado mi objetivo, pues era cuestión de tiempo para que Mafe se entregara a sus instintos más básicos.

Tanto así que ni siquiera fue capaz de terminar el rosario, pues llegó un momento en el que estaba desatada, completamente excitada, fuera de sí, dispuesta a rematar la jornada con un polvo frenético.

Mafe no dio tiempo a nada, se puso de pie, me miró con su rostro poseído por un gesto plenamente lujurioso, y de nuevo se agachó, pero esta vez para sentarse sobre mi pene.

La penetración fue relativamente rápida, pues su bien lubricada vagina permitió el fácil acceso de mi miembro. De ahí en adelante fue un festival de sentones, incluso con cierta sevicia y agresividad, como si quisiera desquitarse conmigo por haber interrumpido su ritual.

No hubo tiempo para quitarnos la ropa, yo andaba con mis pantalones a la mitad de las piernas, mientras que Mafe con su tanga apenas a un costado, aunque yo no dejaba de levantarle la falda para poder apreciar y acariciar sus siempre gloriosas piernas.

También llegó un momento en el que bajé su top para dejar sus senos al descubierto, lo hice con cierta agresividad, pues si ella se daba el lujo de agarrarme a sentones, no veía por qué no podía arrancar su top para deleitarme con sus pequeñitos pero muy provocativos senos.

Ocasionalmente Mafe se agachaba para ponerlos a la altura de mi boca. Yo mientras tanto la agarraba fuertemente de las nalgas para guiar sus movimientos y hacerlos todavía más contundentes, potentes y profundos.

Pero a pesar de que yo ayudaba con mis manos a guiar los movimientos de Mafe, el cansancio la derrotó, así que me pidió que cambiáramos de posición. En ese instante sentí un fuerte deseo de penetrarla contra la pared.

Nos pusimos de pie, le di vuelta y la penetré sin contemplación alguna. Me encantaba ver las carnes de sus nalgas temblar con cada uno de mis empellones.

No sé por qué esa tarde sentí deseo de agarrarla fuertemente del cuello, solo sé que pasó y que ella no opuso resistencia. Con mi otra mano apoyaba su rostro contra la pared, sometiéndola por completo, La estaba castigando por sus pecados. Esa era su penitencia por ser tan guarra.

Para ese entonces ya teníamos consensuado que una buena sesión de sexo debía terminar con mi semen recorriendo el interior de su coño. Tras varios meses de noviazgo eso ya no era problema, pues habíamos acordado nuestra planificación.

Mafe tenía una gran fijación, diría incluso que una obsesión con que se le corrieran dentro, pues según ella era todo un placer sentir el momento de la eyaculación, decía sentirse encantada desde que “el pene ‘convulsiona’ en mi interior, hasta el momento en que siento líquido caliente escurriendo en mí”.

De hecho era una obstinación ciertamente rara, pues en aquella época en que utilizábamos condón, Mafe lo revisaba al terminar, no precisamente para ver si estaba roto, sino para ver la cantidad de esperma que había en este; dibujando una gran sonrisa en su rostro cuando veía una gran cantidad allí depositada, era todo un festejo, como si de un tesoro preciado se tratara.

Esa tarde, con ella recostada sobre la pared y con una nueva descarga entre su vagina iba a terminar otro de tantos coitos memorables con mi mojigata adorada.

Capítulo IX: Quedando inmundo

Algo más de 500 años han pasado desde el fin de la Edad Media, precioso periodo para el afianzamiento de los ideales de la Iglesia, época de represión y castigo ante cualquier pensamiento libidinoso, pero a la vez de excesiva perversión ante tanta prohibición...



Diario de una puritana (Capítulo VII)

 Diario de una puritana



Capítulo VII: Adicción masturbatoria



El fin de semana terminó siendo memorable aunque muy agotador. La sesión masturbatoria del sábado en la tarde fue solo el abrebocas de una apasionada jornada que se extendería hasta el domingo al anochecer.

Ya en soledad, en mi casa, pensando en el inicio de una nueva semana, me sentía agotado, exprimido, sin ganas de volver a follar jamás, pero un buen descanso y una alimentación correcta lograrían que mi deseo sexual volviera a la normalidad en cuestión de horas, quizá en un par de días.

Mafe se tomó muy en serio lo de entrenar, no fallaba nunca; todos los días estaba ahí, lista para ejercitarse siempre al terminar la jornada laboral. Con el transcurrir de unas semanas el cambio era evidente, su abdomen ahora estaba más plano y tonificado. Sus piernas eran un poco más delgadas y definidas, y sus nalgas ya no eran flácidas ni temblorosas.

Sinceramente, me parece que fue un cambio para mal, porque a mí me atraía muchísimo más su versión más maciza, esa que la había llenado de complejos e inseguridades y que la había llevado a entrenarse conmigo, pero ella se sentía feliz y conforme con lo logrado. Tanto así que, meses después, terminó renunciando a su trabajo para dedicarse a vender productos de una de estas empresas multinivel relacionadas al bienestar físico.

Ella había cambiado drásticamente, y no solo físicamente, pues de la chica tímida que había empezado a entrenar conmigo unos días atrás, no quedaba nada. Sus insinuaciones hacia mí eran frecuentes, tanto en horario laboral como a la hora de ejercitarnos. Yo me llenaba de fuerza de voluntad para no romper con la regla de la abstinencia durante los días de rutinas de levantamiento de peso. También hacía un enorme esfuerzo mental para no enamorarme de Mafe, quería seguir percibiéndola como solo sexo. Pero tanto encuentro íntimo hace que surjan sentimientos.

Y fue algo que a la larga no terminó incomodándome, pues Mafe cambió drásticamente. Su devoción no desapareció, pero si se debilitó ciertamente para complacer caprichos míos. Eso para mí era un gesto supremamente valioso, pues era verla renunciar a su gran motivación espiritual solo para compartir conmigo.

Y hubo un gusto que los dos fuimos adquiriendo y que luego se nos convirtió en vicio: La masturbación. Claro que solo en un sentido, de mí hacia ella. No porque yo no deseara que ella me masturbara, alguna vez se iba a dar, pero yo sinceramente prefería no malgastar la energía que implica el orgasmo; si lo iba a hacer, era preferible que fuera con un buen polvo y no con una paja, por más que fueran las suaves y delicadas manos de Mafe las que me la brindaran.

Masturbarla fue un hábito que se nos fue convirtiendo en adicción. Su clase magistral de tocamiento me llenó de deseos de practicar, y entendí que cualquier situación, lugar y horario era perfecto para hacerlo.

Una de las primeras veces que pasó fue en una sala de cine. No fue algo planeado, o por lo menos no del todo. En esa época estaba por estrenar una cinta llamada Khoobsurat, que tenía a la expectativa a Mafe y diría que casi al borde de un ataque de ansiedad. Yo nunca he sido muy cercano al cine, de hecho, siempre he sido más bien reacio a permanecer frente a una pantalla por más de dos horas. Pero en esa época quería complacer a Mafe en todo sentido, y si a ella le entusiasmaba ir a ver esa película, yo estaba dispuesto a cumplir ese deseo.

Claro que la situación cambió apenas llegué a recogerla. Esa noche Mafe usó un vestido que hacía exaltar sus piernas. Yo quedé deslumbrado, y ciertamente antojado, con solo mirarla. Esto fue un día entre semana, por lo que iba a ser imposible follar con ella a menos de que quisiera romper con mi regla de cero orgasmos durante los días de entrenamiento con peso.

Toda la sensualidad de Mafe quedó escondida bajo un largo gabán que utilizó como complemento a su sensual vestido. Solo yo sabía que había bajo el gabán, y camino a la sala de cine no pude dejar de pensar en sus espectaculares piernas y en el tesoro que se esconde entre ellas.

Una vez tomamos asiento, Mafe se puso cómoda, desabrochó su gabán, aunque no se lo quitó, solo lo dejó abierto para no sofocarse por el calor. Y mientras disfrutaba de unos snacks en los prolegómenos de la película, yo no podía dejar de fijarme en sus piernas, tan blancas, tan delicadas, tan bien contorneadas, tan perfectas y provocativas como siempre.

Dejé que terminara de comer y luego le permití sumergirse en la trama de la película, para luego empezar a distraerla con unos ligeros tocamientos por la cara interna de sus muslos.

Ella se sorprendió, pues seguramente no se lo esperaba, o quizá porque estaba muy concentrada con la película. De todas formas, no se molestó ni me hizo reproche alguno. Yo empecé a arrastrar mis uñas suave y lentamente por las carnes blandas de la cara interna de sus muslos, una y otra vez, de arriba abajo y viceversa.

Poco a poco el ritmo de su respiración fue cambiando, lo noté con cierta facilidad, y esto fue guiño suficiente para continuar con mi lujurioso juego.

La fila en la que nos sentamos estaba prácticamente vacía, de hecho, la sala entera tenía muy poca gente. Posiblemente porque era una película muy desconocida o quizá porque fuimos a la función de las 11:00 pm. Lo cierto es que eso jugó a mi favor, pues me sentí cómodo para continuar, casi con la certeza de que no iba a ser descubierto.

Mis tocamientos entre sus piernas fueron acompañados de pequeños besos por su cuello y ocasionales mordiscos en uno de sus lóbulos. El calor que empezó a emanar de su zona íntima fue la confirmación que necesitaba para seguir adelante con mis caricias entre sus piernas.

Llegar a su vagina estando sentado de forma colindante, implicaba una posición incómoda para la mano, pero la situación ameritaba pasar cualquier tipo de dificultad.

Uno de los detalles que hacían aumentar el deseo de mi parte era que Mafe había tomado el hábito de llevar depilada su vagina siempre. Como mucho se sentían esos bellitos nacientes, pero ahora era un área de acceso despejado.

Los movimientos de mi mano por sus piernas fueron lentos casi todo el tiempo, al fin y al cabo no había apuro alguno, tenía aproximadamente dos horas para divertirme. Las caricias sobre su vagina fueron más que todo superficiales, pues en esa posición era osado entrar con mis dedos y no lastimarla. De todas formas eso no limitó la excitación de Mafe, pues poco a poco empezó a alternar su pronunciada respiración con ocasionales suspiros.

Mafe era una chica de rápido humedecer, pero en esta ocasión sus fluidos no facilitaron el acceso de mis dedos, sino que terminaron siendo esparcidos por sus muslos.

Dudo que alguien haya notado lo que hacíamos, pues no había nadie relativamente cerca, aunque la marcada respiración de Mafe pudo habernos delatado.

La fuerte respiración de Mafe solo se vio interrumpida por su deseo de expresarme su apremiante necesidad de follar.

- Cuando lleguemos a casa tienes que hacérmelo, dijo en un leve susurro
- No puedo, ya sabes. A partir del jueves con mucho gusto bonita
- Lo que no puedes es dejarme iniciada
- No te preocupes, que yo termino el trabajo pero a mano
- ¿A lengua no?

“Shhhhhh”, se escuchó desde una de las filas de atrás. No volteamos a ver quién lo había hecho, no tenía mayor importancia

- Vámonos Mafe. Vamos a casa a rematar esto
- Dale, vamos

Nos levantamos de nuestros asientos a mitad de la función, sin remordimiento alguno, pues no había película en el mundo que pudiera igualar la satisfacción de una buena sesión masturbatoria. Para mí también era algo placentero, pues ver los gestos de goce de Mafe, oír sus jadeos y gemidos, y sentir su cuerpo expresarse era suficiente motivo.

El remate de la noche me tuvo a mí de rodillas en el piso y con la cumbamba una vez más recubierta de fluidos. No hubo penetración porque lograba ser muy disciplinado con la regla de la ausencia de orgasmos en días de entrenamiento, pero aguantarme teniendo la oportunidad era toda una tortura. Claro que tanto aguante hacia que los días permitidos follara con Mafe como si no hubiera mañana. De hecho eran jornadas maratónicas de sexo de jueves a domingo, que me hacían quedar seco y agotado.

La sesión masturbatoria de Khoobsurat solo fue una de tantas, memorable quizá por ser la primera vez que la consentía en un lugar público, pero lejos de ser la mejor de todas.

Como dije antes, fue algo que se nos volvió un vicio, y realmente hubo ocasiones para enmarcar.

Hubo una ocasión en que nos enviaron a un municipio cercano a negociar con un potencial cliente para la empresa. En el trabajo ignoraban que Mafe y yo éramos pareja, aunque notaban que había buena química entre nosotros, y a la hora de vender éramos casi infalibles cuando sumábamos esfuerzos. Por eso nos encomendaron esa vez esa tarea, pues se trataba de un cliente que no podía escapársele a la empresa, y nuestro jefe confiaba en que Mafe y yo éramos capaces de convencerle.

Teníamos que viajar a una ciudad situada a un par de horas de Bogotá, y como para la época ninguno de los dos tenía transporte propio, debíamos recurrir al tan resistido transporte público.

Yo era uno de aquellos que lo odiaba, pero esa vez no, esa vez lo disfruté. Abordamos el bus en una de las terminales satélite de la ciudad. Cuando lo hicimos estaba prácticamente vacío, pero a medida que fue avanzando, se fue llenando.

Nos hicimos en la última fila, en el asiento de atrás, concretamente en la esquina, Mafe junto a la ventana y yo evidentemente a su lado. Como era habitual en Mafe, ese día llevaba una falda de aquellas que le hacía lucir sus piernas completamente espectaculares. Con solo subir al bus imaginé lo que iba a terminar pasando minutos después.

Esta vez no empecé acariciando sus piernas, sino que me lancé a la yugular, me lancé a besar su cuello, sabiendo de sobra para ese entonces que esa era una de sus grandes debilidades. Su “excitómetro” pasaba de cero a cien con el primer beso en esa zona.

Como al comienzo estábamos solos, Mafe no le vio problema, de hecho fue ella quien complementó los besos por su cuello al tomar mi mano y dirigirla a sus piernas.

Yo llevaba un morral, el cual puse sobre mis piernas. Con esto lograba ocultar mi erección a la vez que imposibilitaba la visual de cualquiera que quisiera ponerse de mirón.

En lo que se pareció esta situación a la de Khoobsurat fue en la incomodidad de la posición, pues nuevamente estábamos de forma colindante. Pero eso no iba a ser impedimento para disfrutar de la hambrienta vagina de Mafe, a la vez que ella disfrutaba de mis caricias, que cada vez se volvían más precisas y diría que hasta sofisticadas.

Para ese entonces me daba el lujo de encontrar el clítoris de Mafe en cuestión de segundos sin necesidad de mirar. Tenía en mi cabeza todo un mapa mental de la vagina de Mafe y sus recovecos.

Lo que quizá pudo habernos puesto en evidencia esa vez fueron los apasionados besos que nos dimos, aunque esto no teníamos por qué esconderlo. Y es que era inevitable besarla, no solo por el deseo que me surgía de hacerlo, sino porque esa era la forma de ahogar posibles gemidos involuntarios.

Esa vez la excitación de Mafe fue tan notoria y diciente, que no solo mi mano quedo recubierta de sus fluidos, sino que también un poco el asiento, pero fue algo que noté solo cuando nos íbamos a bajar del bus.

Debo admitir que fue una época en la que desarrollé la mal vista costumbre de olerme los dedos, pero era inevitable para mí, pues el olor a coño de Mafe me resultaba encantador, diría que incluso inspirador.

Para ese entonces creo que había quedado atrás mi intención de percibirla como una pareja de sexo ocasional, para ese momento era evidente que me había enamorado de Mafe.

Era algo que me inquietaba un poco porque lo percibía como el fin de mi libertad, pero a lo que no podía negarme por tan poca cosa, al fin y al cabo era algo que yo directa o indirectamente fui buscando, y que ella correspondía con dulzura y con gran complacencia a mis deseos.

Mientras que con una mano palpaba su pubis y esparcía sus fluidos por toda la zona, con la otra la tomaba ocasionalmente de la mejilla para poder besarla, para luego decirle cosas al oído. Para esa época Mafe ya me había revelado su gusto de que le hablara sucio, pero no era ese el escenario ideal para decirle guarradas, así que preferí llenarla de “te amo, eres preciosa, te deseo, etcétera”.

Como bien comenté más de una vez, la posición no me favorecía para introducir mis dedos, pero Mafe se dejó llevar tanto que terminó guiando con una de sus manos el camino que debía seguir la mía para consentirla sin llegar a lastimarla.

De todas formas la sesión masturbatoria del bus terminaría siendo una mala idea, básicamente porque al descender de este, los dos llevábamos un calentón casi que incontrolable, con toda una jornada laboral por delante. El viaje de regreso pudo haberse prestado para lo mismo, pero el cansancio nos venció, y yo preferí dejar que durmiera sobre mi hombro mientras yo acariciaba su pelo con delicadeza.

Luego habría otras ocasiones de tocamientos memorables. Estuvo por ejemplo aquella vez de la comida de “Piti”. “Piti” era su mejor amiga, que en realidad se llama Tatiana. Eran íntimas, pero la vida laboral las había distanciado, como a todo mundo, aunque un par de veces al año se citaban para adelantar agenda y ponerse al día. Una de esas fue en mi presencia, pues Mafe estaba ansiosa de presentarme con orgullo como su novio, esperando recibir la bendición de su amiga.

En la antesala yo tuve cierta desconfianza, pues habitualmente la mejor amiga sirve para malmeter y llenar de prejuicios y dudas a las parejas. Pero Tatiana no era así, de hecho era una chica muy agradable, muy simpática, además de ser muy atractiva.

Tatiana tenía operados sus senos, y vaya gran trabajo que hizo el cirujano, pues estos eran pechos de admirar, no eran exageradamente grandes, ni de aquellos que quedan con un pezón mirando hacia arriba y el otro hacia abajo (no puedo constatarlo pero muchas veces eso se nota incluso con ropa encima), eran sencillamente perfectos, lucían tersos, suaves y provocativos en ese escote por el que asomaban.

Obviamente yo hice esta apreciación con el disimulo que requería el caso. Tampoco esperaba un reproche por parte de Mafe por haberle visto los senos a su amiga, era imposible no hacerlo con el escote que llevaba. De hecho, pudo haber sido esto el detonante para emprender una nueva sesión masturbatoria con Mafe en esta cena de reencuentro con su mejor amiga.

Claro que esta fue algo mucho más corta y superficial, pues Tatiana podía notarlo todo con gran facilidad, y no era esa la imagen que Mafe quería dejarle a su gran amiga. Incluso aún me pregunto si esta se puede contar como sesión o aventura masturbatoria, pues fue más un juego de caricias sobre sus piernas que otra cosa. Lo cierto es que posterior al encuentro, Mafe y yo rematamos la velada con un buen polvo.

Masturbar a Mafe se nos convirtió en vicio a los dos, ella era adicta a mis caricias, a mi lengua sobre su pubis, a mis besos y a mis palabras, y yo a sus muestras de placer, así como al olor y al sabor de sus fluidos.​

Fueron tantas veces que es difícil encontrar un encuentro superlativo a los demás. Hubo de todo, alguna vez en una piscina, con una posterior infección de su zona íntima, lo que a la vez nos dio la lección de no hacerlo en una piscina nunca más; alguna otra ocasión en la oficina, en extrahorario, con el morbo que nos generaba el riesgo de poder ser descubiertos; y una infinidad de veces al interior de su casa como de la mía.

Y si bien es difícil escoger una vez como la más placentera, hubo una ocasión que por lo menos fue la más excitante para mí. Ocurrió en esos días en que Mafe empezaba a incursionar en el negocio multinivel de venta de suplementos dietarios.

Fue un martes. Lo recuerdo a la perfección porque ese día me encontraba viendo un partido entre el Chelsea y el Liverpool, que iba terminar siendo un empate a cuatro, y que yo iba a dejar de ver a pesar de lo interesante del juego, pues la tentación me venció. Aunque hoy debo decir que no me arrepiento de nada-
Mafe charlaba por videollamada con su superior en el negocio multinivel, acordando seguramente los pasos a seguir para cerrar una venta de los suplementos, para crear una red de clientes, y las estrategias de promoción de los productos.

La vi allí sentada frente a la pantalla del PC, tan concentrada que quise sorprenderla. Me fui gateando en competo sigilo hasta meterme bajo el escritorio. Luego, casi que de la nada, aparecí allí arrodillado, con mi cara a la altura de su pubis.

Quise ser tierno al aparecer allí, así que la saludé besando tímidamente sus rodillas. Ella apenas sonrió y continuó charlando con su interlocutor. Con delicadeza separé sus piernas y empecé a acariciar la cara interna de sus muslos para posteriormente pasar a una zona más profunda de su entrepierna.

Poco a poco empecé a deslizar mi lengua por sus muslos, con rumbo final a su jugosa vagina. Mafe apretó mi cabeza fuertemente con sus piernas, como evitando que yo fuera a retirarla, aunque igualmente me impidió acercarme a mi objetivo final. No me quedó más opción que empezar a pasear mis manos por sobre sus piernas, por sus caderas y por su abdomen, de forma momentánea, mientras Mafe daba el visto bueno a la avanzada de mi lengua hacia su coño.

No tardó mucho en ceder. Su comunicación siguió adelante, pues los asuntos que tenía por resolver parecían ser inaplazables, aunque igualmente inaplazable fue su libidinosidad.

Para esa época conocía prácticamente todos los secretos del placer de Mafe, sabía cómo, cuándo, dónde y hacia dónde mover mi lengua y mis dedos para conseguir el delirio de Mafe.

Ella había evolucionado mucho desde aquella chica tímida y temerosa del sexo, ahora no tenía reparo alguno en dejar caer sus fluidos sobre mi cara y sobre cualquiera que fuera la superficie donde estuviera sentada o apoyada. De hecho, una costumbre de nuestras sesiones masturbatorias fue encontrarnos un pequeño charco o mancha al final de la sesión.

Era algo revelador, pues evidenciaba que aquella invitación a ser libre y disfrutar que le hice en nuestros comienzos, había hecho mella. A mí me parecía algo excitante y de alguna manera conmovedor, pues lo entendía como una reacción ciertamente involuntaria o incontenible. Pero también fue algo que nos causó un inconveniente, realmente menor e intrascendente, consistente en que la pequeña mancha decoloraba la tela. Tanto sus sábanas, sillones, alfombras, cojines, como los míos, fueron decolorando por esta costumbre, lo que nos llevó a tener que invertir en renovar todos estos accesorios y mobiliario. Claro que como dije antes, era un inconveniente irrelevante, pues ni ella ni yo vivíamos con alguien que nos fuera hacer reproches por aquellas manchitas.

El paseo de mi lengua por sobre su clítoris causó el efecto deseado, su respiración fue agitándose y haciéndose más notoria, a tal punto que su interlocutor le preguntó si se encontraba bien, a lo que Mafe respondió que no del todo, pues unos supuestos cólicos le estaban haciendo pasar un mal rato.

- Si quieres reanudamos mañana, dije el sujeto al otro lado de la pantalla
- No, dale, sigamos, y si no lo soporto te lo aviso para que continuemos otro día

Yo mientras tanto sonreía al escucharla inventar pretextos para ocultar lo que realmente estaba viviendo. Era una sonrisa auténtica, de extremo a extremo, no solo por lo que mis oídos escuchaban, sino por estar una vez más frente a tan exquisita vagina.

Me ayudaba con mis manos para acariciar su cuerpo, y parecían haberse multiplicado, pues tuve gran agilidad para pasearlas por su espalda, nalgas, piernas, abdomen, cintura, caderas, y obviamente su vagina.

Desafortunadamente para Mafe su respiración fue mutando en jadeos involuntarios y casi que inocultables, por lo que pidió a su supervisor aplazar definitivamente la conversación

Apenas se cortó la comunicación, Mafe me agarró fuerte del pelo y me hizo poner de pie para besarme, sin importarle si quiera un poco el intenso sabor a coño que emanaba de mi boca.

Luego me ordenó agacharme y continuar el trabajo que no había terminado. Me sumergí de nuevo entre su vagina mientras ella me abrazaba con sus muslos. La “técnica del gancho” con los dedos al interior de su vagina había sido perfeccionada, pues para ese momento encontraba con facilidad esa superficie corrugada al interior de su coño, que funciona como botón de encendido para el orgasmo. Mafe fue pasando rápidamente de los jadeos a los gemidos, y la presión que ejercía con sus manos sobre mi cabeza, empujándola contra su vagina, era cada vez más fuerte; parecía como si quisiera introducir mi cabeza en su coño.

Fue tal el delirio de aquella ocasión, que sus fluidos no salieron poco a poco para ir deslizándose por mi mentón, sino que fueron expulsados a presión, chocando contra mi cara, dejándola cubierta prácticamente por completo. Yo iba a tener desquite en relaciones posteriores, pues me iba a dar el gusto de descargarme sobre su rostro, aunque Mafe prefería que fuera en su interior, claro que ya habrá momento para ahondar sobre ello.

Capítulo VIII: Rueguen por nosotros los pecadores

Mafe había cambiado radicalmente. De esa chica tímida, inocente e insegura quedaba muy poco. Ahora tenía una actitud un tanto más osada, su mentalidad era otra, ahora estaba abierta a darse la oportunidad de probar y conocer cosas nuevas...

Sábanas mojadas

 


Por: Sandra S./Columnista invitada

Una sábana mojada significa un orgasmo femenino bien trabajado, por un excelente amante.
Una sábana mojada de esta manera no engaña, un orgasmo se puede fingir, pero una sábana mojada no.
Una sábana mojada es sinónimo de una mujer satisfecha, que su cuerpo se contracturó y su entrepierna explotó.
Una sábana mojada significa que una dama manifestó un orgasmo femenino mayúsculo, un squirt en fuente donde el hombre se puede bañar y beber.
Una sábana mojada es el trofeo de un hombre que sabe hacer el amor, un caballero que hace que su doncella sea plena en el acto, es el galardón de un verdadero hombre en la cama.
Así que si tú haces el amor y no dejas una sábana mojada, considérate un verdadero fracaso como amante. Ya que a una mujer no se le pregunta si está satisfecha o le gustó, una mujer te lo demuestra con una sábana mojada.


Ardores de una loba



Por: Cristian T./Columnista invitado

En el ambiente olía a rock. Las cervezas navegaban por la barra servidas por los capitanes a su mando. Para mí, solo una noche más.
Ni si quiera quiero conocer a nadie.
Casi preferiría haberme sumido en la soledad de casa. Haber dejado que las paredes me absorbieran. Un poco de meditación y una copa de vino. Ese hubiese sido un gran plan, pero ahí estaba. Una vez más viendo risas pasar. Algunas falsas, otras verdaderas.
Mis pensamientos se van cuando una chica de no más de 20 años cruza frente a mí, una traviesa mirada que golpea de bruces con la mía. Si en las miradas pudieran nacer chichones, este habría sido uno bien gordo. Los nervios se disparan.
Una noche más vienen a avisarme de que quizá nada haya acabado. De que posiblemente el baile nupcial de la aventura esté deseando devolverme a mis orígenes y darle un buen chute a este corazón aburrido.
—¡Bonita mirada! —le digo pillándola de improviso.
—¡Gracias!
Contesta con ánimo, pero sin decir nada más. Entonces sé que me va a tocar trabajármelo para ligar sin hablar mucho. Cosa que a veces me apetece y celebro. Otras no tanto.
—Tendrás que darme un consejo entonces.
—¿Sobre qué?
—Si he de resistirme a tu embrujo, ¡créeme! Cualquier consejo es bienvenido.
La música alta nos permite danzar entre susurro y susurro. Me deja el margen auditivo suficiente para acercarme a su oído. Lento, grabe, sexual. No estoy para bromas esta noche, y se comienza a respirar tensión entre los dos.
En ese momento llegan sus amigas como guerreras que luchan para sacarnos de nuestro mágico momento de miradas intensas, cercanía prohibida y palabras escuetas. Yo no dejo de mirarla y me quedo impasible contemplando la escena.
Cuando se calma el numerito, me acerco de nuevo a por mí fruta prohibida.
—Creo que tus amigas no me consideran buen chico para ti —vuelvo a susurrar en su oído mientras permito que mi mano recoja su cintura.
—Bueno, lo que ellas piensen me da igual.
—¿Aunque estén en lo cierto?
—No creo que seas tan malo.
—Desafíame si quieres —resoplo mirándola muy de cerca.
3 dedos pulgares más y notaría la humedad de sus labios.
—¿Sabes que tienes las pupilas muy dilatadas? —prosigo diciéndole—. Tienen un brillo especial. Deberías darme las gracias.
—Si vas a ser malo conmigo no veo porqué tendría que agradecértelo.
Los dos sonreímos y nos quedamos mirándonos.
—No, mirada de lobita. Confía en que voy a ser malo contigo. Pero confía más en que lo vas a disfrutar. Ambos disfrutaremos siendo malos…
Nuestros labios cruzan entonces sus líneas de defensa. A fuego y pegamento comienzo a sentirla caliente junto a mí. Su fina y suave cintura. El negro oscuro de su pelo. Los zapatos rojos que se empinan ante mí para recibir mis dones. Y tiembla. Tiembla ella. Tiemblo yo. Temblamos juntos. Tiembla pequeña. ¡De esta no te vas a querer escapar!
Salimos del pub, del rock y de las espías de sus amigas para meternos en un taxi que nos hará de carroza celestina. Por las calles navega susurrante la oscuridad. Se cuela entre sus murmullos al paso de parejas calientes y locos adolescentes.
—¿Te puedo pedir un pequeño favor? —le digo inclinándome hacia ella mientras trata de abrir la antigua puerta de su piso de universitaria.
Mientras siento su culo en mi sexo…
—No sé si a estas alturas estaría muy dispuesta a negarte algo razonable —dice riendo ante su propio comentario.
—Creo que deberías dejarte puestos los tacones.
—¡Ja, ja! Será un placer. ¿Pero que piensas hacer con el resto?
—Abre de una vez esa dichosa puerta y lo descubriremos.
Su piso es como esperaba. Algo menos antiguo que esa puerta chirriante. Coquetamente reformado con pinturas alegres y ruines muebles modernos del Ikea. Beso a beso traspasamos un pasillo que se hace casi infinito. Una vez en su habitación me empuja contra su cama.
—¿No querías verme solo con tacones?
—Por supuesto
Y algo me dice que no voy a tener que esperar mucho. Se acerca lentamente a mi aparentemente molesta. Fingiendo, por supuesto. Hay que darle emoción.
—Ahora por mandón te vas a quedar con las ganas muñeco —provoca con mirada de cabreada mientras pasea sus manos por mi paquete.
¿A qué demonios quiere jugar? De repente empieza a besarme. Consigue liberar mi miembro, y sin decir nada más, se la mete en la boca ¡Dios que labios más carnosos tiene!
Ronronea una y otra vez. Gime y gime. Cualquiera diría que no lo estaba deseando. Cierro los ojos, algo que me cuesta hacer. Me encanta mirarla. Ella clava sus ojos verdes en los míos mientras juega con su lengua a arrastrarme de placer. El mundo entero se me deshace en su boca.
Suavemente, dentro y afuera. Excitados. Poseídos.
—Sabía que esto te gustaría —le oigo decir entre un gemido y otro.
—Admiro tu sabiduría para adivinar ciertas cosas —acabo espetando sonriente como puedo.
—Está muy rica ¡Traviesa!
—Me alegro de oír eso, pero todavía estoy esperando tu promesa
Oigo que mi voz se entrecorta por el estremecimiento.
Tras succionar mi sexo con efusividad una vez más, se levanta y comienza a bailar delante de mí.
¿Qué está haciendo? Me hace una especie de estriptis, amateur, improvisado bastante coqueto. Es divertido verla tan alegre.
Pese a ser tan callada al principio, sin duda ahora se siente cómoda. Le premio acercándome a ella para decirle lo mucho que me está gustando.
—¿Sabes que me encantas? —le susurro con aires de agresividad mientras la arrincono contra la pared
Me pego bien a ella y comienzo a arrancarle el pantalón. ¡Suspira! Casi asustada, pero sonriendo.
Le apoyo de espaldas hacia mí, deposito su culo abierto a plena disposición para recibirme y como yo pensaba, esos tacones realzan su de por si esbelta figura juvenil.
Si he de ir al infierno por esto, merecerá la pena. Sin duda.
—No me hagas daño. Soy delicada —susurra divertida mirándome hacia atrás.
Yo me hundo en sus profundidades de un plumazo.
Está húmeda, muy húmeda. Y muy apretada. 20 años tienen la culpa. Ella gime entre gritos de dolor e intenso placer. Noto su culo fresco y erizado contra mis caderas. Cada roce de su sexo es un paraíso prohibido que ella me invita a visitar. Yo soy su huésped.
—¡Dámelo! Dame tu culito pequeña lobita —susurro y susurro. —¿Me sientes? —continúo susurrando con voz grabe.
—Pufff, te siento. Te siento…
Se funde en un gruñido prolongado que le rasga la voz. Es preciosa. Me vuelve loco verla disfrutar mientras siento cómo se corre sobre mí. Todo su cuerpo vibra volviéndose rígido. Estremeciéndose contra la pared mientras me coge del cuello con una mano. Ofreciéndome su culo.
Se corre y se corre. Y me moja. ¡Joder!
En cuanto se calma un poco, la giro frente a mí. Con su mirada de deseo completamente perdida, se lanza desesperada a besarme. Como el náufrago que besa la tierra tras meses vagando en el océano.
Con sus manos sobre mi cuello me mira lasciva. Todavía quiere más fuegos artificiales. Y yo, no inocentemente, me dejo llevar por sus deseos…

La Profe Luciana (Capítulo XXI)

 La Profe Luciana Capítulo XXI: Un baile de Luciana Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me ...