sábado, 9 de enero de 2021

Ardores de una loba



Por: Cristian T./Columnista invitado

En el ambiente olía a rock. Las cervezas navegaban por la barra servidas por los capitanes a su mando. Para mí, solo una noche más.
Ni si quiera quiero conocer a nadie.
Casi preferiría haberme sumido en la soledad de casa. Haber dejado que las paredes me absorbieran. Un poco de meditación y una copa de vino. Ese hubiese sido un gran plan, pero ahí estaba. Una vez más viendo risas pasar. Algunas falsas, otras verdaderas.
Mis pensamientos se van cuando una chica de no más de 20 años cruza frente a mí, una traviesa mirada que golpea de bruces con la mía. Si en las miradas pudieran nacer chichones, este habría sido uno bien gordo. Los nervios se disparan.
Una noche más vienen a avisarme de que quizá nada haya acabado. De que posiblemente el baile nupcial de la aventura esté deseando devolverme a mis orígenes y darle un buen chute a este corazón aburrido.
—¡Bonita mirada! —le digo pillándola de improviso.
—¡Gracias!
Contesta con ánimo, pero sin decir nada más. Entonces sé que me va a tocar trabajármelo para ligar sin hablar mucho. Cosa que a veces me apetece y celebro. Otras no tanto.
—Tendrás que darme un consejo entonces.
—¿Sobre qué?
—Si he de resistirme a tu embrujo, ¡créeme! Cualquier consejo es bienvenido.
La música alta nos permite danzar entre susurro y susurro. Me deja el margen auditivo suficiente para acercarme a su oído. Lento, grabe, sexual. No estoy para bromas esta noche, y se comienza a respirar tensión entre los dos.
En ese momento llegan sus amigas como guerreras que luchan para sacarnos de nuestro mágico momento de miradas intensas, cercanía prohibida y palabras escuetas. Yo no dejo de mirarla y me quedo impasible contemplando la escena.
Cuando se calma el numerito, me acerco de nuevo a por mí fruta prohibida.
—Creo que tus amigas no me consideran buen chico para ti —vuelvo a susurrar en su oído mientras permito que mi mano recoja su cintura.
—Bueno, lo que ellas piensen me da igual.
—¿Aunque estén en lo cierto?
—No creo que seas tan malo.
—Desafíame si quieres —resoplo mirándola muy de cerca.
3 dedos pulgares más y notaría la humedad de sus labios.
—¿Sabes que tienes las pupilas muy dilatadas? —prosigo diciéndole—. Tienen un brillo especial. Deberías darme las gracias.
—Si vas a ser malo conmigo no veo porqué tendría que agradecértelo.
Los dos sonreímos y nos quedamos mirándonos.
—No, mirada de lobita. Confía en que voy a ser malo contigo. Pero confía más en que lo vas a disfrutar. Ambos disfrutaremos siendo malos…
Nuestros labios cruzan entonces sus líneas de defensa. A fuego y pegamento comienzo a sentirla caliente junto a mí. Su fina y suave cintura. El negro oscuro de su pelo. Los zapatos rojos que se empinan ante mí para recibir mis dones. Y tiembla. Tiembla ella. Tiemblo yo. Temblamos juntos. Tiembla pequeña. ¡De esta no te vas a querer escapar!
Salimos del pub, del rock y de las espías de sus amigas para meternos en un taxi que nos hará de carroza celestina. Por las calles navega susurrante la oscuridad. Se cuela entre sus murmullos al paso de parejas calientes y locos adolescentes.
—¿Te puedo pedir un pequeño favor? —le digo inclinándome hacia ella mientras trata de abrir la antigua puerta de su piso de universitaria.
Mientras siento su culo en mi sexo…
—No sé si a estas alturas estaría muy dispuesta a negarte algo razonable —dice riendo ante su propio comentario.
—Creo que deberías dejarte puestos los tacones.
—¡Ja, ja! Será un placer. ¿Pero que piensas hacer con el resto?
—Abre de una vez esa dichosa puerta y lo descubriremos.
Su piso es como esperaba. Algo menos antiguo que esa puerta chirriante. Coquetamente reformado con pinturas alegres y ruines muebles modernos del Ikea. Beso a beso traspasamos un pasillo que se hace casi infinito. Una vez en su habitación me empuja contra su cama.
—¿No querías verme solo con tacones?
—Por supuesto
Y algo me dice que no voy a tener que esperar mucho. Se acerca lentamente a mi aparentemente molesta. Fingiendo, por supuesto. Hay que darle emoción.
—Ahora por mandón te vas a quedar con las ganas muñeco —provoca con mirada de cabreada mientras pasea sus manos por mi paquete.
¿A qué demonios quiere jugar? De repente empieza a besarme. Consigue liberar mi miembro, y sin decir nada más, se la mete en la boca ¡Dios que labios más carnosos tiene!
Ronronea una y otra vez. Gime y gime. Cualquiera diría que no lo estaba deseando. Cierro los ojos, algo que me cuesta hacer. Me encanta mirarla. Ella clava sus ojos verdes en los míos mientras juega con su lengua a arrastrarme de placer. El mundo entero se me deshace en su boca.
Suavemente, dentro y afuera. Excitados. Poseídos.
—Sabía que esto te gustaría —le oigo decir entre un gemido y otro.
—Admiro tu sabiduría para adivinar ciertas cosas —acabo espetando sonriente como puedo.
—Está muy rica ¡Traviesa!
—Me alegro de oír eso, pero todavía estoy esperando tu promesa
Oigo que mi voz se entrecorta por el estremecimiento.
Tras succionar mi sexo con efusividad una vez más, se levanta y comienza a bailar delante de mí.
¿Qué está haciendo? Me hace una especie de estriptis, amateur, improvisado bastante coqueto. Es divertido verla tan alegre.
Pese a ser tan callada al principio, sin duda ahora se siente cómoda. Le premio acercándome a ella para decirle lo mucho que me está gustando.
—¿Sabes que me encantas? —le susurro con aires de agresividad mientras la arrincono contra la pared
Me pego bien a ella y comienzo a arrancarle el pantalón. ¡Suspira! Casi asustada, pero sonriendo.
Le apoyo de espaldas hacia mí, deposito su culo abierto a plena disposición para recibirme y como yo pensaba, esos tacones realzan su de por si esbelta figura juvenil.
Si he de ir al infierno por esto, merecerá la pena. Sin duda.
—No me hagas daño. Soy delicada —susurra divertida mirándome hacia atrás.
Yo me hundo en sus profundidades de un plumazo.
Está húmeda, muy húmeda. Y muy apretada. 20 años tienen la culpa. Ella gime entre gritos de dolor e intenso placer. Noto su culo fresco y erizado contra mis caderas. Cada roce de su sexo es un paraíso prohibido que ella me invita a visitar. Yo soy su huésped.
—¡Dámelo! Dame tu culito pequeña lobita —susurro y susurro. —¿Me sientes? —continúo susurrando con voz grabe.
—Pufff, te siento. Te siento…
Se funde en un gruñido prolongado que le rasga la voz. Es preciosa. Me vuelve loco verla disfrutar mientras siento cómo se corre sobre mí. Todo su cuerpo vibra volviéndose rígido. Estremeciéndose contra la pared mientras me coge del cuello con una mano. Ofreciéndome su culo.
Se corre y se corre. Y me moja. ¡Joder!
En cuanto se calma un poco, la giro frente a mí. Con su mirada de deseo completamente perdida, se lanza desesperada a besarme. Como el náufrago que besa la tierra tras meses vagando en el océano.
Con sus manos sobre mi cuello me mira lasciva. Todavía quiere más fuegos artificiales. Y yo, no inocentemente, me dejo llevar por sus deseos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Profe Luciana (Capítulo XXI)

 La Profe Luciana Capítulo XXI: Un baile de Luciana Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me ...