La maestra de todas las golfas
Las dos mujeres en
prendas sugerentes propias de su oficio habían salido del burdel donde ambas
trabajaban. Karina lo había hecho sólo para fumar, pero su compañera María
salió con intención de pescar cliente. Bien sabía que era mejor lucirse en la
calle al paso de los hombres, y así atraer a alguno, que únicamente esperar en
el interior del prostíbulo a que llegara uno que se interesara por ella. Allí
había mucha competencia.
“Estoy harta”, dijo de
pronto Karina. Por supuesto se refería al trabajo, pero no porque le fuera mal,
de hecho, ella era la más popular del lugar.
“Ay, no sé de qué te
quejas”, le respondió la otra.
María no podía
comprender las quejas de Karina, la más solicitada de la casa de citas. Ya
quisiera la “suerte” de aquella quien bien podía echarse de diez a quince en
una jornada. Además, cobraba caro, a diferencia de ella. Karina fácilmente
sacaba en una noche lo que María en una quincena, o hasta más.
“Cómo hay gente tan
malagradecida en el mundo, ya lleva siete seguiditos. Ya quisiera tener su
suerte...”, se decía para sus adentros María.
Pero claro que no era
cosa de suerte, Karina tenía sus atributos. Algunos sumamente evidentes, como
aquel par de dilatadas posaderas entre las cuales bien que había acomodado el
tronco del árbol en el que en ese momento se recargaba mientras fumaba y
reflexionaba, y otros más sutiles, como el saber escuchar al cliente y así
ofrecerle algo más que una relación sexual. La mayoría de sus compañeras creían
que todo estaba en desnudarse, ponerse de a perrito o abrirse de piernas y
dejarse follar, eso era todo lo que hacían; pero no todo está en montar o ser
montada. Karina bien lo sabía, los hombres buscan algo más, algo más de lo que
ni ellos mismos son conscientes muchas de las veces.
La mayoría buscan lo que
no tienen en casa. Algunos necesitan ser escuchados, apapachados; que se rían
de sus chistes, otros requieren reconocimiento de sus cualidades, de sus
logros; hay quienes les viene bien recibir comentarios halagadores que les
brinden seguridad, mientras que otros entre menos cháchara mejor. Incluso
existen los que buscan una figura materna que los mime como su madre nunca lo
hizo; más de un cliente le había pedido que lo recibiera en su seno, a manera
de bebé recibiendo su maternal amamantamiento.
“Los hombres que acuden
a un servicio de estos, siempre están carentes de algo”, pensaba Karina, y ella
era experta en reconocer las carencias de los hombres, tenía el don de la
comprensión en ese ámbito de la naturaleza humana.
Era por eso que hacerlo
con ella era lo más cercano a hacerlo con la mejor amiga que se hubiese tenido
en la vida. Karina sabía darse en la cama, pero también sabía escuchar e
incluso brindar buenos consejos.
Era tan inteligente que
a muchos les servía de terapeuta, solo que, además de orientarles en su vida
cotidiana, los follaba muy, pero que muy rico.
Por ello cualquier
hombre que pasara por sus piernas se enamoraba de ella. Estaba muy por encima
de sus colegas. A diferencia de aquellas, sabía dar un buen trato y sus
clientes lo reconocían, por eso era la más solicitada.
Claro que a María le
caía mal por pura envidia, pero se le acercaba por conveniencia, a ver si se
quedaba con las migajas de su trabajo, hacerse de alguno de los clientes que no
pudiera atender.
Lo que no podía entender
María es que Karina, a diferencia de ella, o de otras de sus compañeras,
pensaba más allá del día que se vivía, pensaba en el futuro, en su futuro. A
diferencia de otras chicas del lupanar no vivía como si pudiera dedicarse a eso
toda la vida. Karina estaba consciente de que llegaría el momento de retirarse
ya fuera por propia decisión o porque no le quedaría de otra, y ella prefería
decidir cuándo dejar el oficio, y no verse obligada por los años.
Tras llegar a su apartamento,
Karina, como habitualmente hacía luego de una jornada de trabajo, se dio una
merecida ducha. Tras el baño que limpió su cuerpo de las sudoraciones propias y
ajenas, se vistió con su ropa de cama y se untó la crema que le brindaba esa
suavidad exquisita a su piel. Era ya de madrugada, sin embargo, había alguien
más que estaba despierto y quien la espiaba mediante unos binoculares desde
otro edificio.
Esto también ya era
habitual, aquel era Mauricio, un joven de diecinueve años, quien adoraba a la
mujer años mayor que él. La admiraba por su obvia belleza desde hacía tiempo,
se hacía una paja en su honor cada vez que se iba a la cama luego de verla. A
sus años el joven increíblemente no tenía novia, esto se debía a que Martha, su
madre, era muy posesiva con él y no se lo permitía. Lo tenía controlado como si
aún fuera un niño. Siendo su único hijo lo celaba demasiado, y si en lo
material era mezquina, lo era más con su hijo, su “posesión” más valiosa.
Un día, no obstante,
Martha dio pie a algo que pondría en riesgo justamente aquello que más cuidaba,
pero claro, ella no podría habérselo imaginado. Le ordenó a su hijo que se
encargara de cobrar las rentas de uno de sus edificios de apartamentos, según
ella, ya era hora de que el joven se hiciera responsable y supiera exigir los
pagos a los inquilinos. El chico como siempre obedeció.
“Buenos días, soy el
hijo de doña Martha, vengo por la renta”, le dijo Mauricio a Carolina, una de
las dos mujeres que vivían en aquel apartamento. “Ah claro, recibí la llamada
de tu mamá, me dijo que tú cobrarías este mes, permíteme”, le respondió Carolina
y fue a buscar el dinero.
Como aquella dejó la
puerta abierta, al joven se le aceleró el ritmo cardiaco, pues vio pasar, en
prendas muy ligeras, al amor de su vida, Karina, que era la roommate de
Carolina.
El impacto en el rostro
del chico fue evidente. Ella era aún más bella así de cerca; estaba a tan sólo
unos pasos y casi podía apreciar su aroma.
Dada su falta de
experiencia con las mujeres, el sólo hecho de estar tan cerca de la instigadora
de sus perversiones, le provocó un engrosamiento en la extremidad que le
colgaba de su entrepierna. De pronto sintió y tomó consciencia del hecho, pues
su ajustado pantalón lo hacía aún más evidente, pero como no llevaba nada con
qué cubrirse hizo lo que pudo con sus manos.
Para colmo de males,
justo en ese momento, Karina se percató del muchacho y le sonrió a manera de
cordial saludo. Aquel se sonrojó.
Cuando regresó Carolina,
notó la erección que el joven había estado cubriendo, pues la destapó al
recibir el dinero.
La expresión en el rostro
de Carolina lo dijo todo. El pobre chico no supo qué decir ni cómo disculparse.
Carolina volvió su vista a su amiga y entendió que aquella había sido la
motivación para que el joven reaccionara de esa manera.
Mauricio, sin decir nada
más, se fue. Carolina cerró la puerta riendo y luego se dirigió a Karina. “Ay
amiga, cómo eres, mira lo que le provocaste al hijo de la casera”
“Ah, pero él es el tan
mentado hijo de doña Martha, pensé que sería más chico”, comentó Karina.
“Sí, él es el heredero.
Es su único hijo, bueno, eso me han dicho. Él es quien va a heredar la fortuna
de la vieja esa”
Fue en ese momento en
que Karina tuvo una inspiración. Era la oportunidad que tanto deseaba. Karina
vislumbró la manera de dejar de vender su cariño.
Sin ponerse otra prenda
más que su ropa interior, Karina fue tras él. Por suerte, y gracias a su
erección, el joven no había caminado muy rápido, así que logró alcanzarlo antes
de que dejara el edificio.
“Oye, ven, sube. Mi
amiga y yo necesitamos de tu ayuda”, le dijo. No fue nada difícil convencer a
Mauricio de que la acompañara de nuevo al apartamento, pese a la vergüenza
pasada.
“¿Cómo te llamas?”, le
inquirió Karina al joven que esta vez no se quedó en el umbral, sino que ingresó
al interior. Ella cerró la puerta tras de él.
“Mau-mauricio”,
respondió nervioso.
“Bien pues mira
Mauricio, a mi amiga la dejó plantada su novio (aquí Karina le dirigió una
mirada cómplice a Carolina, tratando de indicarle que le siguiera el juego), y
¿sabes?, mi amiga es muy caliente y necesita un hombre”-
Oír aquellas palabras le
provocaron unas palpitaciones aún más fuertes que antes al núbil muchacho.
“¿Tú crees que nos
puedas ayudar?”. Mauricio negó con la cabeza. No sabía si todo se trataba de
una pesada broma o qué.
“Es que si no recibe
sexo le puede pasar algo grave ¿me comprendes?”
Cuando Mauricio volteó a
ver a Carolina, esta le siguió el juego a su amiga y se metió las manos bajo el
vestido para bajar sus calzones, así sus manos dieron con su raja desnuda, la
cual expuso ante los ojos desorbitados del nervioso adolescente.
Mauricio atestiguó como
la mujer se consentía con sus dedos con exagerada lujuria, haciendo movimientos
pélvicos tan repetitivos y exasperados que el chico creyó que lo que había
escuchado era verdad.
Carolina le puso más
enjundia a su actuación y, al ver por vez primera una expresión de éxtasis
sexual en el rostro de una mujer, Mauricio se le excitó al máximo. Estaba en su
punto, listo para actuar como un hombre por primera vez en su vida. Ellas lo
sabían.
“¿Ya se te puso dura?”,
le preguntó Karina, a la vez que ella misma lo comprobaba mediante un apretón
de mano que hizo sobre el evidente abultamiento en el pantalón del chico.
Era demasiado, la
primera vez que alguien le tomaba de su verga. Sin embargo, aún siguió
enterito.
“¿Me lo enseñas? Quiero
conocerlo”, le dijo Karina.
Él con cierta torpeza;
era su primera vez y estaba alterado; se desabotonó el pantalón y se abrió la
bragueta. Una vez al aire lo tomó a palma abierta. Estaba que babeaba por tanta
excitación y ella embarró aquel líquido lubricante por todo el fuste.
Aproximándose de tal
forma que su boca quedaba bien cerca del oído del chico le dijo: “Lo tienes
grueso y grande. ¿Me lo prestas?”, y dicho esto lo tiró del miembro como si de
una rienda se tratara y él fuera un potro que fuera conducido por su dueña y
futura jinete. Karina lo fue llevando así hasta la recámara donde la cama
aguardaba a lo que vendría.
El rostro de Mauricio
estaba en éxtasis, nunca se había sentido tan caliente y a la vez tan
reconfortado en su calentura, y es que estaba siendo mamado por la boca de
Carolina, una experta al igual que Karina en las artes sexuales.
Mientras tanto Karina se
retiraba las únicas prendas que la habían estado cubriendo, sus pantaletas y su
sostén. Mauricio la contempló y admiró al natural.
El panorama era
increíble. Los senos eran hermosos, se adivinaban suaves al tacto; con areolas
apenas definidas pues eran casi tan claras como la piel que las rodeaba; pero
aquellas caderas, ¡esas nalgas!, eran lo máximo. Bueno, aún no las había visto
bien pues la mujer estaba de frente a él, pero las podía mirar gracias al
espejo del tocador que estaba detrás de Karina, y ya podía notarse que eran un
par de imponentes gajos de carne bien formados. Y no sólo imponían por su
tamaño; volumen bastante considerable; sino su delicada forma y buena
tonificación lo que los hacían bellísimos.
Viendo a aquella dama
del placer, y siendo mamado por la otra, le fue inevitable llegar al punto del
derrame.
“¡Ah... voy a...!”,
emitió, pero sus espermas llegaron más pronto que sus palabras.
Mauricio se le había
venido en toda la boca a Carolina y esta, una vez lo tuvo dentro, jugó con su
semen como si de enjuague bucal se tratara. El joven miraba aquello con
atención ya que era la primera vez que lo veía, una mujer con la venida de un
hombre en su boca. Él no sabía que iba a hacer aquella, ¿se lo iba a tragar?,
¿lo escupiría?
Unos segundos más tarde
lo supo. Carolina se incorporó, dejando la cama, para acercarse a su compañera
de apartamento a quien besó transmitiéndole en el acto el esperma del chico.
Ver a Karina hacer eso
fue superlativo, y más cuando ella le sonrió. La mujer que tanto deseaba tenía
su simiente en la boca y él ni siquiera la había penetrado.
Aún con el producto del
joven dentro de sus mejillas, fue hacia él avanzando a gatas sobre la cama. Sin
darle tiempo de reflexión, así mismo lo besó. Fue la primera vez que Mauricio
probara el sabor de su propia esperma y no le asqueó, dada la calidad de la
transmisora.
Siendo toda una maestra
en ello, Karina fue conduciendo al chico por los caminos del placer.
“Ya estoy bien mojadita
mi amor, ya es hora, ya dámela”, le dijo acariciándolo del cabello como si de
un cachorro se tratara.
Mauricio siguiendo sus
indicaciones le había estado lamiendo su panocha con el fin de darle placer y a
la vez lubricarla para su prometido ingreso. Se le despegó sonriendo, obviamente
advirtiendo lo que vendría.
Carolina como única
espectadora, miraba a la pareja sentada frente al tocador.
“Bájate más”, tuvo que
indicarle Karina, pues dada la inexperiencia del muchacho no había apuntado
bien al acceso femenino. Ella lo recibía recostada, con las piernas abiertas y
flexionadas, una pose convencional y sencilla para que él no tuviera problemas
durante su primer ingreso. Una vez halló camino, el pene de Mauricio resbaló
por primera vez en una vagina, inaugurando así su desempeño sexual. A pesar de
ser su vez primera, el chico se mantuvo en ese mete y saque instintivo por
bastante tiempo. Karina lo animaba llamándole “culión”.
Esa no sería más que la
primera de otras ocasiones que “educaría” al joven en el ámbito sexual.
“Esta es mi posición
favorita”, mientras se le montaba a manera de vaquerita invertida.
Ella bien sabía que así
lo excitaría demasiado pues sus nalgas quedaban ante su vista y al alcance de
sus manos.
“Válgame Dios”, pareció
decir Mauricio por la expresión de su mirada, mientras veía como entraba su
propia hombría a través del canal femenino. Y es que el panorama ante él expuesto
era aún más placentero que el de la vez anterior. Esas tremendas nalgas se
veían hermosas y estaban ahí delante, sobre él, subiendo y bajando, en un
movimiento hipnotizador que de sólo verlo provocaba el mayor de los deleites;
adicionalmente sentía el delicioso estrechamiento de las paredes interiores de
su montadora, y ya novia, Karina.
Según ella, ya eran
novios, lo que a Mauricio le hacía la felicidad. Él no era uno de esos que sólo
se la querían tirar, la quería para esposa y madre de sus hijos. Dada su
inexperiencia e ingenuidad no podía verla de otra forma.
“Son estupendas”, dijo
Mauricio mientras se hacía de las enormes mejillas traseras que le eran
inabarcables.
La dama que lo montaba
sonreía pues bien sabía que lo tenía donde lo quería. Lo siguiente fue
colocarle aquellos dos mofletes de carne encima del rostro del cual no se
levantaba sino hasta casi ahogarlo.
La asfixia sentida era
el mayor de los éxtasis para el joven imberbe quien apenas librado de aquello
deseaba más. Karina lo tenía dominado y era momento de dar el siguiente paso.
“Creo que es hora de que
me presentes con tu mamá”, le dijo. Y por supuesto que Mauricio, completamente
obsesionado por aquella dama, estuvo de acuerdo.
Una noche llevó a Karina
a casa con el objetivo de presentarla a su madre. “Mamá, quiero presentarte a Karina,
mi novia”, le dijo el ingenuo muchacho a su progenitora quien no podía creer
que su hijo fuera tan...
Pero el joven estaba tan
ilusionado de que Karina fuese su esposa, que no podía ver lo obvio. Su madre
jamás lo consentiría. Karina sin embargo sonreía. Ella bien lo sabía, conocía
bastante la naturaleza humana como para darse cuenta de que Martha, una mujer
posesiva, avara, dueña de aquellos edificios, y de una considerable fortuna;
jamás aceptaría entregar a su único hijo a una fulana.
“¿Bueno tú eres tonto?”,
descargó Martha sobre su hijo como si éste no pudiera ver lo obvio. Luego se le
fue directamente a ella: “¡Te me largas de esta casa!”, le gritó la enojada
señora a la mujer evidentemente generosa de carnes que le había traído su hijo.
Martha, por supuesto,
había estallado de coraje. Mauricio, por su parte, defendió a la mujer de sus
sueños, aquella a quien deseaba para madre de sus hijos.
“Si así la corres, me
voy con ella”, amenazó en un arrebato el muchacho. “Espera Mauricio, le dijo Karina
al chico deteniéndolo, y luego se dirigió a la madre, “señora, por favor,
permítame unas palabras a solas y luego le prometo retirarme de aquí sin ningún
escándalo”.
La señora, considerando
unos segundos la situación, sabía que corría el riesgo de que su hijo hiciera
una tontería largándose con esa cualquiera, aceptó. Ella se sabía mucho para
enfrentarse a una facilona como aquella.
“Mire, su hijo me
quiere, está enamorado”, había comenzado Karina. “¿Bueno y tú qué quieres?
¿Quién eres, a qué te dedicas...?”, correspondió Martha. “Soy de oficio golfa”.
Martha quedó impactada
por el descaro. “¡Pero ¿cómo...?! ¡Cómo te atreves a...!”
“Mire, señora, como ya
le dije, Mauricio, su hijo, está enamorado de mí y, créame, a pesar de mi
oficio, él me seguirá a donde yo vaya. Estoy dispuesta, de hecho, a irme de
aquí, así que considere, me puedo ir sin que él se entere, y él nunca sabrá
nada más de mí, o me lo llevo conmigo, usted decide”.
Martha lo entendió, la
mujer la estaba chantajeando, ella sólo quería dinero. Era momento de decidir
que le pesaba más perder: una cuantiosa cantidad, o a su bien más preciado, su
hijo.
“Todo está arreglado
Mauricio”, sorpresivamente escuchó el muchacho, unos momentos más tarde de boca
de aquella a quien amaba cuando esta salió.
Tras un beso de despedida
Karina le dijo que al día siguiente se verían, cosa que no sucedió por
supuesto. Carolina y Karina se mudaron inmediatamente, según lo prometido.
Mauricio quedó abatido gracias a la decisión de su madre, ella había pagado por
ello.
Con el dinero recibido Karina
emprendió un negocio de edecanes mediante el cual no sólo se retiró de la
prostitución, sino que conoció a un rico empresario con quien se casó. No
obstante, aquel joven le caló de tal forma que, de vez en cuando, se levantaba
a un jovencillo de similares características con fin de saciarse de esa
necesidad.