jueves, 7 de enero de 2021

Insanas costumbres de la clase media

 


Por: Cristian T/Columnista invitado

Yo a los 11 años vivía solo con mis papás, y como los dos trabajaban, teníamos una nana de toda la vida, una señora de 50-55 años.
Pero durante los veranos esta señora se iba de vacaciones y durante 4-6 semanas, mis papás traían una asistenta nueva. Siempre eran chicas jóvenes, habitualmente de pueblo. Ese año en particular llego una gordibuena de unos 25 años, era floja como ella sola, no le gustaba cocinar, limpiaba apenas por encimita, y se la pasaba echada en la cama de mis papás viendo Padres e Hijos y otros enlatados de poca monta que suelen poner en la parrilla de nuestros devaluados canales nacionales.
Desde el día 1 yo me iba a acostar con ella. Estaba hipnotizado por sus enormes tetas, ya que, como era verano, andaba con unos escotes que me dejaban literalmente sin pensar en otra cosa que no fueran esas generosas tetas.
Lo único que deseaba era tocar ese escote, claro que con el terror propio de que reaccionara mal y le fuera a decir a mis papás.

Fui de a poco, intentado rozarlos cuando estábamos acostados viendo tele, hasta que al fin me animé a meter mano a la presa.

Ella acostada boca arriba mirando la tele, y yo al lado de ella boca abajo fingiendo estar dormido, decido levantar mi brazo para abrazarla por encima de su prominente pecho, y con el antebrazo fue la primera vez que sentí esas tetas de escándalo.
Estaba temblando de la calentura. Estuve así un buen rato, y al ver que ella no me dijo ni hizo absolutamente nada, me di vuelta y apoyé mi cabeza en su hombro. Ella comenzó a hacerme cariños en la cabeza, y yo, arrecho y frentero voy y le meto toda la mano en el escote.
Ella seguía sin decir nada, se dejaba y hasta diría que lo disfrutaba. Yo estaba dichoso, no podía creer mi suerte.
Estuvimos en esa dinámica por varios días, en los que yo, sin vergüenza alguna, iba y me acomodaba al lado de ella para manosearle esas tetas que me tenían obseso. Hasta que un día me preguntó si se las quería chupar. Yo ni corto ni perezoso acepté, estuve en esas por un buen rato, hasta que fue y me dijo “¿qué tienes ahí?” y acto seguido me metió la mano bajo el pantalón y me empezó a masturbarme.
Su mano, con habitual olor a ajo, cebolla y trapo, quedó recubierta de una de las primeras eyaculaciones de mi vida...

Amante del incesto


Por: Ximena R/Columnista invitada

Con mi hermano empezamos cuando yo tenía 12 años y el 17. Yo a él lo veía tener sexo con sus novias, fueron varias veces las que lo vi, hasta que un día me pilló, pero no dijo nada.

Después en la noche entro a mi habitación, yo estaba despierta pero él pensaba que dormía, se puso enfrente y ahí lo pude ver desnudo, con su pene erecto, masturbándose al mirarme.


Luego se acercó y comenzó a tocarme hasta llegar a mi calzón, tocó mi vagina por encima de mi ropa interior, después corrió el calzón a un lado y me metió un dedo. Ya a esa altura estaba muy mojada.

Agachó su cara hacia mi vagina y me la comenzó chupar. No aguanté más, lancé una de mis manos a su pene. Me pidió que se la chupara, estuvimos así, intercambiando lamidas en nuestros sexos como por 20 minutos, hasta que se animó a decirme que me quería penetrar.

Me saco el calzón, me abrió de piernas y me la hundió despacio. Comenzó a moverse lento pero profundo, se sentía calentito. Luego aumentó la velocidad de sus movimientos, eran rápidos y profundos.

Quise subirme y cabalgarlo, y así lo hice. Él se acostó y yo solita me la acomodé y me la metí. Comencé a subir y a bajar lento, fue tan rico que me hizo ver las estrellas. Después me puse en cuatro y él me la volvió a meter, sabía cómo hacerlo.

Yo estaba embelesada, pero él mató mi encanto al advertirme que estaba a punto de correrse. Claro que terminé dejándome llevar, y fui yo la que le animó a que me arrojara todo su semen en mi interior. Me envicié un poco del miembro de mi hermano, y eso que ya conocía el de mi papá desde hace unos meses.

Diario de una puritana (Capítulo IV)

Diario de una puritana



 


Capítulo IV: El que es caballero repite




Al otro día ella madrugó para ir a su casa y cambiar su ropa, pues no quería que en el trabajo la vieran con la misma del día anterior. Allí, en la oficina nos encontraríamos horas más tarde. Tras un par de coqueteos entendí que nuestros encuentros sexuales se repetirían más pronto de lo que yo podía imaginar.

Mafe me preguntó por el entrenamiento que tendríamos ese viernes, a lo que le respondí que habiendo acabado con las rutinas de fuerza, lo único que había que hacer era un poco de cardio y una rutina de abdomen. Luego me propuso almorzar en un restaurante cercano a la oficina, pero me negué, explicándole que debía estar en casa esperando la llegada de una encomienda. Supuestamente ese día iban a entregarme un cinturón lumbar, el cual ya tenía, aunque guardado, pues hace mucho que no lo usaba.

Verdaderamente me negué porque supuse que esa noche iba a darse un nuevo encuentro sexual entre Mafe y yo, y mi plan era reubicar mi más reciente adquisición, el bombillo espía. Tenía que ponerlo en mi habitación y verificar una vez más el ángulo, si era necesario reubicar la cama; en fin, asegurarme de que fuera a grabar lo que yo quería grabar.

El día transcurrió en normalidad en el trabajo y una vez terminada la jornada llegó el momento de un nuevo entrenamiento con recompensa final. Mafe y yo partimos rumbo a mi casa. Apenas llegamos, ella se encerró en el baño, se puso su atuendo para entrenar, que nuevamente era una de sus coloridas licras, y a mí lo único que se me ocurrió preguntarle fue si llevaba ropa interior bajo su atuendo deportivo. Ella no hizo mayor drama frente a la pregunta, “cuando llevo licras no me pongo ropa interior, me incomoda bastante, El día que usé la falda obviamente si llevaba…”.

Esa confesión me calentó sobremanera, aunque traté de ignorarla por el bien de la rutina de entrenamiento. Claro que debo admitir que ese día, a pesar de ser una rutina mucho más corta, me costó muchísimo, pues el hecho de saber que Mafe estaba así, dificultó mi capacidad de concentración.

Cuando terminamos el entrenamiento le propuse salir a tomar algo, aunque eso iba en contra de lo recomendable cuando se busca mejorar la forma física; el alcohol está prohibido. Pero era viernes y no quería aburrir a Mafe quedándonos encerrados en casa.

Claro que ella tenía otros planes en mente, ella quería quedarse allí, quizá ver alguna película y pasar la noche en casa. Yo no me opuse, era un plan más cómodo, más económico, y que desencadenaría más rápidamente en el codiciado polvo. En ese momento comprendí que Mafe estaba tan deseosa como yo, su cuerpo exhalaba deseo, estaba anhelando fornicar de nuevo conmigo.

Pedimos una pizza a domicilio, también muy en contra de los intereses por estar en buena forma, pero muy práctica para planes como el que teníamos. No recuerdo la película que vimos, precisamente porque no le puse mucha atención, pues pasé el tiempo, de principio a fin, besando a Mafe por el cuello, descubriendo además que esta era una de las cosas que más la calentaban.

Fueron cerca de dos horas las que estuve en ese plan: besando su cuello, acariciando su cintura, susurrándole al oído; obviamente, haciendo ciertas pausas para fingir que prestaba atención a la película.

También hubo momento para conversar, y entre uno y otro tema Mafe me preguntó qué tal había estado en nuestro polvo del día anterior. Yo, por el bien de futuros encuentros, me sinceré, aunque no del todo, pues no quería herirla.

- Bastante bien para estar tan deshabituada. Tienes que soltarte un poco más…

- ¿A qué te refieres con soltarme?

- Que te conviene estar menos tensa. Tomar la iniciativa ocasionalmente, moverte a tu antojo y disfrutar

- Bueno, si es por disfrutar, te digo que lo he disfrutado

- No lo dudo, pero seguro puedes disfrutar más. No quiero que te lleves una imagen errada de mí por lo que te diré…mira, por ejemplo, ese momento en que te dieron ganas de orinar, pudiste haberlo hecho ahí mismo y listo. Es cuestión de que te dejes llevar.

- Pero una cosa es dejarse llevar y otra cosa es ser una cerda sucia y desagradable.

- Es que no te lo tienes que tomar literal, eso fue solo un ejemplo. Si no te sientes cómoda orinándote en medio del polvo, no lo hagas. A lo que me refiero es que si algo se te antoja, debes hacerlo, si me quieres morder, lo haces; si quieres que te chupe los senos, me lo dices o jalas mi cabeza hacia ellos; si quieres gritar, lo haces.

- ¿Tú pasaste un buen rato?

- Claro que sí. Fue un polvo ciertamente raro, el juego previo fue muy largo, con masaje incluido, que nunca lo había hecho, pero estuvo muy bien. De hecho, todavía no me creo haberlo hecho con una mujer tan bella y perfecta como tú.

- Gracias…

- Soy un privilegiado por todo esto que está ocurriendo, de poder estar con una mujer tan bella y de tan noble carácter

- Basta, me vas a hacer sonrojar

- El rubor de tus mejillas es el sustento de mi alma

Ella permaneció unos segundos en silencio, con la vista ligeramente inclinada, como si realmente se estuviera sintiendo intimidada por mis cumplidos. Luego acercó su cara a la mía y empezó a besarme.

Nuestros cuerpos también se juntaron, empezamos a restregarnos el uno con el otro, aún con la ropa puesta. La tomé del culo con ambas manos y apreté sus nalgas como no lo había hecho hasta ahora, mientras nuestro beso se extendía. Sus manos, en cambio, se posaron casi todo el tiempo en mi cara.

Luego del largo beso, empecé a bajar con mis labios por su mentón, por su cuello, al que dediqué un tiempo considerable, a la vez que iba acariciando su abdomen y ocasionalmente sus piernas.

Continué bajando, primero por sus hombros, luego por su pecho, sin detenerme mucho tiempo en sus senos, para llegar a su abdomen. Ella mientras tanto fue sacándose el pantalón, de nuevo con cierto esfuerzo dado a lo ajustado del mismo.

Esta vez me iba a llevar una grata sorpresa, pues Mafe se había tomado la delicadeza de depilar su pubis. Sinceramente, un detalle de fina coquetería. Ahora sí que podía apreciarlo como era, carnoso, jugoso, rosadito, aseado y hasta con buen aroma.

No tuve reparo alguno en chuparlo y en consentirlo con mi lengua. Ya lo había hecho una vez, cuando estaba recubierto por una gruesa capa de bello, no veía razón para no hacerlo ahora.

Ella se limitaba a disfrutar, a permitirme hacer lo que yo quisiera con mis labios, con mis dedos y con mi lengua sobre y entre su coño. Esta vez se le apreciaba un poco más tranquila para suspirar, para gemir, para expresarse.

Su vagina ardía, casi que quemaba, y a mí esto me enloquecía. Me daba a entender que de nuevo estaba haciendo bien mi trabajo. Y es que sinceramente yo me lo tomaba a pecho, sabía que no era cuestión de enfocarme completamente en el movimiento de mi lengua sobre su pubis, sino que todo era un arte de movimientos precisos. Me encargaba de estimular otras zonas de su cuerpo con mis manos: sus pechos, sus pezones, su abdomen, sus caderas, y especialmente su entrepierna, pues esta zona me hacía perder la razón.

Ella correspondía mi esfuerzo con sus gemidos y con esos espasmos, evidentemente involuntarios, tan dicientes de las sensaciones que la poseían.

A esa altura de la naciente relación que surgía entre Mafe y yo, ya tenía dos certezas: los besos en el cuello la enloquecían, y recibir sexo oral era uno de sus mayores anhelos.

Yo estaba deseoso por penetrarla una vez más, pero antes de continuar decidí detenerme y preguntarle:

- ¿Mafe, tú te tocas?

- ¿Que si me masturbo?... Sí, más de lo que crees

- Jejeje, bueno, luego me lo cuentas. Yo te lo preguntaba es porque quiero que me enseñes a tocarte, para aprender todo lo que te gusta

- No hace falta, el sexo oral que me das es tan placentero como cualquier tocamiento

- Me halagas Mafe, pero me gustaría lograr tu máximo punto de placer sin necesidad de usar mi lengua. No porque no quiera darte sexo oral, no me malinterpretes, me doy un banquete con tu coñito; sino que quiero aprender a tocarte, entender que te gusta y que no

- Bueno, te prometo que mañana te enseño a tocarme, pero por ahora quiero que sigas consintiéndome con tu boca

- Listo, trato hecho

Volví a sumergir mi cara entre sus piernas para posar mi lengua sobre su clítoris y estimularlo inicialmente con unos movimientos circulares. Simultáneamente la agarraba de las caderas, casi que clavándole mis uñas, que no eran muy largas ni muy puntudas, por lo que tenía la certeza de que no le estaba haciendo daño.

Estaba supremamente concentrado en la estimulación de su clítoris, pero esta se vio interrumpida con un fuerte gemido de Mafe, que en cierta medida me asustó, pues no me lo esperaba, pero que a la vez me confirmó que la había hecho tocar el cielo con mi lengua.

Al igual que el día anterior, Mafe empezó a pedir repetidamente que le “hiciera el amor”, y yo, completamente ansioso y caliente, accedí. Esta vez los condones estaban más a la mano, no hubo pérdida de tiempo en encontrar uno. Sin embargo, Mafe me pidió que no lo usara, “quiero que me lo hagas al natural”, fueron sus palabras textuales, lo recuerdo a la perfección. Y lo recuerdo tan bien porque me sorprendió sobremanera, no podía creer que me estuviera pidiendo eso. Yo le hablé como si se tratara de una pequeña niña que no conoce los riesgos de ETS o de embarazos no deseados, mientras que ella respondió haciéndome saber que no era ignorante de ello, pero decía confiar en mí, por lo que no tenía recelo alguno en hacerlo así. “Y para evitar el embarazo basta con que te vengas afuera”, dijo ella dibujando una pícara sonrisa en su rostro.

En ese momento parecía que el inocente y el de los prejuicios era yo, pero es que me había sugestionado tanto con el carácter puritano de Mafe, que estaba casi todo el tiempo pensando en no generarle desconfianza. Y ahora que tenía su beneplácito para follarla a pelo, era el tipo más feliz del planeta. El día anterior había sentido fuertemente el ardor de su coño incluso usando un condón, por lo que lo que iba a sentir a continuación iba a ser para el delirio. Tomé mi pene entre mis manos y lo conduje hacia su apetitosa vagina, y tal y como lo esperaba, el calor que emanaba de ella era brutal, tanto así que casi me corro con solo penetrarla.

Claro está que me contuve, pues la fiesta hasta ahora empezaba. Fui enterrando mi miembro sin prisa alguna, sintiendo la forma como su vagina abrazaba mi pene, sintiendo su humedad, mirando su carita sonriente y cómplice.

Ella hacia el ademán de acercar su rostro al mío para que la besara. Yo no quería hacerlo porque sentía que me había quedado un molesto aliento a coño, aunque de todas formas era por su culpa, así que tendría que entenderlo.

Sus besos eran dinamita pura, pues Mafe era una experta para jugar con su lengua, y sobre todo para provocar, pues tenía la picardía de hacer el ademán de querer besarte o morderte, para luego retirar ágilmente su rostro y así aumentar el deseo por hacerlo.

En esta ocasión presté la atención que el día anterior no había dado a sus senos. Me apasioné chupando sus pezones, y especialmente jugando con ellos entre mis manos, principalmente acariciándolos por debajo, pues no sé por qué, pero tenía cierta fijación con hacer esto.

El ritmo de mis movimientos fue incrementándose poco a poco, aunque sin llegar a ser violento o demasiado precipitado, sino más bien tratando de sacar mi pene de su vagina en la mayor medida de lo posible, para luego penetrarla a profundidad.

Tenía la sensación de que el coito esta vez era mucho más natural, pues sus gestos eran genuinos, ella ya no se contenía para expresarse, y yo también había dejado un poco al lado esa sensación de estar bajo la presión de cagarla con ella.

Sin embargo Mafe interrumpió el momento para pedirme cambiar de posición. “Quiero montarme”, dijo en medio de una corta y tímida risa.

Yo accedí, me acosté y le di vía libre para subirse y hacer lo que quisiera conmigo. Fue en ese momento que Mafe entendió por completo que ella también podía imponer el ritmo de la relación. No apenas se montó, sino cuando se dio cuenta que si no se movía, poco y nada iba a pasar. Yo le cedí toda la iniciativa, pues llevarla cuando estás abajo es supremamente agotador, además que estaba buscando que ella por fin comprendiera que podía marcar el ritmo del coito. Y yo moría de ansiedad por saber qué tan puta podía llegar a ser una chica supuestamente tan inocente.

Inicialmente sus movimientos fueron muy suaves, más como si se estuviera restregando, pero poco a poco fueron más drásticos, fueron convirtiéndose en saltitos de su humanidad sobre mi pene.

Yo deliraba viendo cómo se movían las carnes de sus caderas al rebotar sobre mí. Simultáneamente acariciaba sus piernas, y ocasionalmente le agarraba fuerte de las caderas, como buscando hacer más contundentes sus movimientos.

Llegó un instante en que ella me tomó del pelo, me agarró fuertemente y me jalonó hacia ella, hasta llevar mi cara hacia sus pechos. Yo empecé a chuparlos, pero ella me detuvo con una cachetada.

Quedé helado, no sabía ni que decir, pensé incluso que eso le había molestado, pero antes de que dijera nada, ella me interrumpió diciéndome, “discúlpame, se me antojaba mucho hacer eso”. Yo solo le sonreí, pues entendía que mis palabras habían tenido efecto, había conseguido que Mafe gozara del sexo a su antojo.

Luego del pequeño episodio de agresión, Mafe empezó a besarme, esta vez de forma lenta y muy tierna, como queriendo disculparse por el golpe que me había propinado, o por lo menos así lo interpreté yo.

Yo la rodeaba de la cintura con mis brazos, mientras ella seguía cabalgando sobre mí. Los besos se hicieron cada vez más frecuentes, pues tanto a ella como a mí nos apetecía saborear la boca del otro.

Ella también me abrazó, lo que dificultó los movimientos un poco, pero lo que contribuyó a que yo alcanzara el orgasmo más pronto. Ocurrió porque ella empezó a arañarme la espalda, y esto me enloquecía. Se lo hice saber, comentándole que era pertinente que me desmontara antes de que ocurriera algo indeseado.

Ella lo entendió y se apartó. Yo rápidamente me puse en pie y solté mi descarga en sus pechos. Creo que ella no lo esperaba, la expresión de sus ojos, completamente abiertos, y un pequeño movimiento de su torso hacia atrás, reflejaron su sorpresa. Pero una vez con el semen corriendo sobre sus senos, lo único que hizo fue mirarme y reír un poco.

Yo estaba más que conforme, no solo porque este encuentro sexual había sido mucho más placentero que el primero, sino porque había logrado un cambio drástico en la mentalidad de Mafe.

Capítulo V: Fantasías de una puritana

Mientras se limpiaba el pecho, Mafe confesaba entre risas que nunca había imaginado que fuera a hacer algo así, dejar que alguien la recubriera con esperma, o cachetear a alguien mientras fornicaba...


Diario de una puritana (Capítulo III)

 Diario de una puritana


Capítulo III: El redebut de Mafe



Ella suspendió sus gemidos para reemplazarlos con un constante pedido para que la follara. Era tan puritana que concretamente no me pedía follarla o culearla, sino que me decía “hazme el amor, házmelo…”.

Yo estaba ansioso por cumplir su pedido, pero entendía que había cumplido tan bien mi labor con el sexo oral, que decidí extenderlo por un rato más, al fin y al cabo ya había esperado lo más, no había razón para no esperar lo menos.

Mafe se retorcía del gusto y no dejaba de insistir en el pedido aquel para que la follara.

Me puse de pie y mientras me quitaba la ropa volví a repetirle lo hermosa que era. En cierta medida porque me nacía hacerlo, pero también porque entendía su insaciable apetito de ser elogiada. Ella no contestaba nada, apenas sonreía y me miraba con picardía, directamente a los ojos.

Una vez desnudo y con un condón recubriendo mi pene, volví a subir al sofá, tomé mi pene entre una de mis manos y lo orienté para penetrar a Mafe. Fue un desahogo total, pues llevaba mucho tiempo anhelando poseer ese cuerpo. Ella acompañó ese instante dejando escapar un corto suspiro.

Ese primer instante de penetración fue muy lento, acorde a como venía desarrollándose toda la situación. La humedad de su vagina facilitó las cosas. A pesar del condón, era muy notorio el ardor de su coño, que segundo a segundo veía enterrado un poco más de mi humanidad en él.

La miré directamente al rostro mientras esto ocurría, quería ver sus reacciones, entender cómo debía comportarme con una chica con tanto recelo hacia las relaciones carnales.

Inicialmente ella no gesticuló mucho, ni dio mayores señas de incomodidad o satisfacción. Lo único evidente en ella era su agitada respiración.

No sé si hasta acá ha quedado claro, pero estábamos follando en la clásica posición del misionero, tan criticada por las mayorías, pero tan eficiente para lograr una profunda penetración y tan propicia para apreciar los gestos de tu pareja.

Busqué no incrementar el ritmo de mis movimientos durante los primeros minutos, aunque internamente tenía ganas de llevarlos al extremo, de penetrar con vehemencia a Mafe. Sabía que era indispensable hacerla tener una buena concepción del sexo si quería que se repitiera, y entendía que la agresividad podía jugar en contra de ese propósito, por lo menos en esta primera ocasión.

No quise preguntarle nada, a pesar de que esto habría facilitado un poco las cosas; tenía el deseo de fijarme en su rostro y leerla, entender que sentía, qué le gustaba y qué le desagradaba, pero solo a partir de sus gestos y expresiones.

Ella me puso las cosas muy complicadas al comienzo, pues no expresaba mayor cosa a través de su rostro, pero con el paso de los minutos, el calor de nuestros cuerpos y la adrenalina del momento, esas expresiones empezaron a aparecer. La vi apretando sus dientes en un momento, ocasionalmente abriendo levemente su boca, mirarme fijamente a los ojos, y mayoritariamente sonreír.

Sus manos también fueron despojándose de cualquier rasgo de timidez y desconfianza, pues poco a poco empezó a utilizarlas, ya fuera para acariciar mi espalda, o para enterrarme sus uñas, o simplemente para ayudar a que la penetración fuese más profunda empujando de mi culo.

Yo no quitaba mis ojos de su rostro, era un espectáculo verdaderamente; fijarme en sus labios lujuriosos, ocasionalmente aprisionados por sus dientes; o en sus ojos entrecerrados al momento de dejar escapar un gemido, o sencillamente mirarla a los ojos.

Increíblemente hasta ese momento no la había besado, no había tenido el honor de sentir sus labios juntándose con los míos, o de jugar con mi lengua entre su boca, así que decidí hacerlo de una vez por todas; besarla lentamente, dejarla expresar su emoción por medio de un apasionado beso.

Para mi sorpresa fue ella la que habló durante la relación, fue ella quien se animó a preguntar “¿Te gusta?”. Obviamente le dije que sí, que estaba encantado, pero debo sincerarme y decir que hasta el momento estaba muy lejos de lo esperado, más que todo porque Mafe me había entregado toda la iniciativa, era yo quien hacía todo, mientras que ella se dejaba.

No era el mejor polvo de mi vida, pero debía disfrutarlo, debía sacarme las ganas que le tenía a esta chica.

- ¿Quieres probar otra posición?, le pregunté ya con los brazos un poco temblorosos de tanto tiempo apoyado en ellos.

- Dale. Házmelo en cuatro, se me hace muy morboso

No quise preguntar en ese momento por qué se le hacía morboso follar en cuatro, solo quería encarnizarme follándola en esa posición. Ella se apoyó en sus rodillas y en sus manos, y posó para ser penetrada nuevamente.

De nuevo inicié penetrándola lentamente. De hecho, me quedé quieto en un comienzo, buscando que ella tomará la iniciativa, pero esto no ocurrió, así que tuve que empezar a moverme. La desventaja de follarla en cuatro es que no podía ver sus gestos con plenitud, pero la gran ventaja es que me sentiría menos culpable si me excedía en la vehemencia de mis movimientos, así ocurrió. La agarré fuerte de las caderas y poco a poco fui incrementando el ritmo de mis movimientos, a tal punto que llegó un momento en que se escuchaba el clásico sonido de los cuerpos al chocar.

Ella clavaba fuertemente sus dedos en uno de los cojines del sofá mientras que dejaba escapar uno que otro gemido. Yo tenía ganas de azotarle esas blancas y generosas nalgas, pero me contuve, pues eso seguramente reviviría sus temores y su percepción negativa del sexo. La tomé por los hombros mientras que el ritmo de mis movimientos fue en aumento, aunque llegó un momento en que ella me pidió parar. No porque no le gustará, sino porque le habían dado ganas de orinar.

Fui comprensivo y le dije que fuera al baño, que no había problema. Ella fue, pero al volver me dijo que no había podido orinar, que solo había tenido la sensación de tener ganas. La penetré de nuevo en cuatro y una vez más sintió ganas de ir a orinar, por lo que comprendí que era la penetración en esa posición la que le causaba dicha sensación. Se lo comenté y decidimos volver al infravalorado misionero.

Esta vez no hubo tanta delicadeza como la primera vez. Si bien la penetración comenzó siendo lenta, paulatinamente fui aumentando el ritmo. Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes, cada vez más constantes.

Mafe ya no me miraba tanto a la cara, sino que cerraba sus ojitos y me agarraba fuertemente de la espalda. Mafe no tenía mucha experiencia follando, pero a su favor he de decir que besaba muy bien.

En esa ocasión fui yo quien tomó la iniciativa de besarla cada vez que quise, y entendí que iba a llegar al orgasmo mezclando sensaciones de placer al sentir su vagina aprisionando mi pene, a la vez que sentía su boca juntarse con la mía.

Claro que antes de terminar tuve la intención de mostrarle que el sexo podía y, para ser espectacular, tenía que ser sucio, así que la tomé de la cara con ambas manos, evitando que fuera a mirar hacia los costados, obligándola a apuntar con su mirada hacia mi rostro. Quería hacerle notar en mis gestos esa dosis de lujuria que debía tener un coito.

Lastimosamente para mí, ella permaneció con sus ojos cerrados, no porque quisiera esquivarme, sino porque fue esa su auténtica expresión.

Dejé caer mi cuerpo una vez más sobre el suyo y junté una vez más mi rostro con el suyo para besarla y por fin estallar, por fin terminar con esta sesión de sexo que había resultado mucho más agotadora de lo que yo me había imaginado.

Me levanté con cierto cuidado, tratando de evitar que el condón se fuera a quedar atrapado en su vagina, y luego me lo quité y me limpié un poco. Ella seguía allí recostada en el sofá, aún con la respiración agitada, su cuerpo muy sudado y su rostro colorado.

- ¿Quieres agua?, le pregunté antes de ir a tirar el condón usado

- No, tranqui

- ¿Quieres algo de tomar?

- No. Quiero que me beses otra vez

Correspondí a su pedido, la besé aunque fue algo muy corto. Luego fui al baño y busqué unos pañitos húmedos para brindarle y que se pudiese limpiar.

- ¿Me puedo bañar? - preguntó Mafe habiendo recuperado el ritmo normal de su respiración

- Claro que sí

- ¿Y me puedo quedar a dormir?

- Bueno, eso sí es una novedad, pero no veo por qué no

- Has sido muy dulce conmigo, ahora quiero ser yo quien te muestre mi faceta más tierna


Guardé silencio. No supe que decir. Entendía que esta chica se estaba enamorando, mientras que para mí solo había sido sexo. Pero me parecía que era tan inocente que no podía destruir su ilusión de tal manera. Además, entendí que de ser correcta mi apreciación, habría nuevas oportunidades para follar con ella, y sería yo el encargado de enseñarle a echar un polvo como se debe.

Esa noche no ocurriría nada más. Al acostarnos Mafe me abrazó y esa fue su forma de retribuirme lo bien que me había portado con ella. Yo no esperaba algo diferente, pues consideraba difícil que ella fuera a tomar la iniciativa para algo más comprometedor.

Capítulo IV: El que es caballero repite


Al otro día ella madrugó para ir a su casa y cambiar su ropa, pues no quería que en el trabajo la vieran con la misma del día anterior. Allí, en la oficina nos encontraríamos horas más tarde. Tras un par de coqueteos entendí que nuestros encuentros sexuales se repetirían más pronto de lo que yo podía imaginar...​


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