viernes, 26 de febrero de 2021

La profe Luciana (Capítulo VI)

 La profe Luciana


Capítulo VI: ‘Sexting’ a los 40



Al día siguiente despertamos aproximadamente a las nueve de la mañana. El olor a sexo reinaba en el ambiente, mientras nuestros cuerpos desnudos y sudorosos seguían todavía entrelazados. Yo estaba poseído por aquel deseo de recargar mis testículos con sus fluidos vaginales, pero Luciana tenía otros planes. La velada de sexo desenfrenado había terminado y ahora cada cual debía volver a casa.

Salí de allí tan excitado como había llegado, mi sed de Luciana era insaciable. Afortunadamente para mí, ella había desarrollado un vicio por mí, del cual yo por ahora no sabía, pero que con el pasar de los días se haría evidente, y que terminaría propiciando más de un encuentro con esta mujer tan especial.

Llegué a mi casa pasado el mediodía, habiendo maquinado todo un entretejido de mentiras para darle credibilidad a la historia ideada con exclusividad para la familia, especialmente para Adriana, una serie de embustes ideados detalladamente para que mi relato funcionara como un relojito.

Pero Adriana no mostró mayor interés en mi viaje, un parco “¿Cómo te fue?”, fue su única pregunta al verme volver. No le interesaron pormenores, ni el nombre del hotel, ni la hora de salida de los vuelos, nada de nada. En otra época su desinterés me habría generado una crisis, habría empujado mi ánimo a un precipicio, y habría creado en mi la incertidumbre acerca de haber sido engañado. Pero ese sábado, justo desde ese sábado, lo que Adriana pensara o sintiera por mí, me tenía sin cuidado alguno. 

Los niños preguntaron por lo que les había traído, y yo sin nada en manos para entregar, no tuve más que recurrir al mediocre pretexto del viaje exprés. Jugué un rato con ellos como buscando recompensarles por la decepción causada por mis manos vacías. También buscaba despejar un poco la mente. Buscaba desaparecer, aunque fuera por solo un rato, el recuerdo de la calenturienta de Luciana.

Estaba obseso por ella. El viaje de vuelta a casa fue un constante pensar en sus carnes, en el inmenso estímulo que causa apreciar los gestos de su rostro, en su mismísima forma de ser, siempre tan disoluta, siempre tan liberal, siempre tan ella.   

Luciana era una mujer en todo el sentido de la palabra, una de esas con las que se te antoja tener muchos hijos, de aquellas en las que pase lo que pase persiste su fragancia a mujer, que exuda feminidad, que pareciera que llevara encima una tonelada de estrógenos. Es que sinceramente no existe un placer más exquisito que una mujer; no hay pecado más dulcemente mortal que desvanecer la persona ante una alabanza eterna a los encantos femeninos; no hay cosa más deliciosa, invención más perversa, que una mujer, y Luciana sí que lo era. El cuerpo me la pedía a gritos, irradiaba puro celo, pura calentura.

No pasaron muchas horas para caer en la tentación de masturbarme evocando su paso por mi cuerpo. Es más, ese sábado no pude dejar de hacerlo. Me tenía absorbido, enfermo, supe lo que era sentirme confesamente degenerado. No tuve reparo alguno en masturbarme hasta tener el pene en carne viva. Al fin y al cabo, ¿No es este escenario el paraíso del placer de un pervertido?

Quedé hecho un guiñapo. Anulado, sin vigor alguno. Tardé un par de días en recuperar algo de la esencia de la líbido, y tan pronto pasó, Luciana volvió a apoderarse de mis pensamientos, que valga aclarar eran casi siempre viciosos y retorcidos.

Es más, las cosas empeoraron la noche del martes. Hasta ese entonces no habíamos cruzado palabra; nada de llamadas, nada de Whatsapp, nada de nada desde aquel sábado que nos despedimos. Luciana había sido confesa del buen rato que había pasado, pero dejó en claro que una cosa era sexo y otra era “encoñarse”, como queriendo dejar en claro las cosas, advirtiéndome sus límites.

Para mí era un hecho que volveríamos a copular, la duda era cuándo. No quería perder el contacto con ella, pero no sabía qué escribirle, tampoco quería parecer intenso o acosador, además que quería recuperar el aliento y estar pleno para la próxima vez que nos encontráramos.

Pero la noche del martes ella rompió el reinante silencio. Lo interrumpió de una forma memorable y magistral. Luciana ratificó esa noche lo impúdica y tentadora que podía ser.

A Whatsapp me envió un video que hasta el día de hoy no me canso de calificar como una obra maestra de la provocación, una pieza de la seducción digna de guardar y reproducir una y otra vez. Es más, a partir de este video tuve que comprar un disco duro que terminé destinando al registro fílmico y fotográfico exclusivo de Luciana. Este fue el video que lo inauguró, el video que antecedió a muchos otros que me iba enviar durante el tiempo que estuvimos fornicando obsesamente a espalda de nuestras familias.

La pieza audiovisual comienza con una pared de baldosa blanca como fondo, se escucha agua caer y luego entra en escena Luciana. Ella está cubierta de jabón, por lo menos en su torso, el agua cae y se desliza por su delicada y blanquita piel. Con sus manos tapa sus pezones, que igual tienen una buena cantidad de espuma encima. Su pelo se unifica y se estira por efecto del agua, se ve todavía más oscuro, es el cabello más negro que he visto en mi vida, es imponente ¡Me encanta!

Luciana estira un poco la mano, que sale y vuelve a entrar a escena en una ráfaga, pero ahora sosteniendo una cuchilla de afeitar. Levanta uno de sus brazos y depila una de sus axilas, que de por sí no tenía mucho por depilar. Luego hace lo mismo con la otra.

Deja la cuchilla a un lado por un momento, toma el jabón y lo esparce sin restricción alguna por sobre la zona de su pubis. Mientras lo hace juguetea con su lengua en medio de una sonrisa que delata pura picardía, pura desfachatez y perversión.

Toma de nuevo la cuchilla y empieza a rasurar, con mucho detenimiento y cuidado, ese pubis que merece todo tipo de condecoración. Esa vagina rosa, que por dentro es todavía más rosa y que sabe a gloria, que permanece joven y conservada en el cuerpo de una mujer de 40, negándose a envejecer, jugando a mantener viva esa eterna juventud.

Luciana guardaba silencio mientras hacía todo esto. Quizá dejó escapar alguna risa ocasionalmente, pero la mayor parte del tiempo dejó que el sonido del ambiente dominara la escena.

Se tomó su tiempo, pero qué bien depiladita que le quedó ¡Todo un caramelito!

La escena no terminaba allí, Luciana tenía algo más por ofrecer frente a la cámara. Terminó de ducharse. La espuma del jabón y del champú se esfumó de su cuerpo y ahora solo le corría agua cuesta abajo. Luciana se estiró un poco, sus brazos salieron de escena, y al regresar tenían consigo una toalla. Secó su cuerpo frente a la cámara sin apuro alguno. Luego cubrió su cuerpo con la toalla. Tomó el celular en sus manos y preguntó “Vamos a ver qué hay para hacer…”. Abrió la puerta del baño y volteó el celular, grabó lo que había delante de ella, era un hombre dormido en una cama. Giró de nuevo el teléfono, de nuevo la cámara apuntaba a Luciana. Ella se detuvo, apoyó un puño en su rostro, cual El Pensador de Miguel Ángel. Guardó silencio por un par de segundos, quizá por unos cuantos más, dejó caer la toalla que la recubría, enseñando una vez más ese cuerpo concebido para el placer. Posterior a eso dijo “ni modo, será despertar a mi marido”, frase que finalizó con una de sus típicas y sugerentes sonrisas.

Ahí acababa, dejando en el aire la presunción de una frenética jornada de sexo conyugal. Haciendo hervir mi sangre por el simple hecho de imaginarla con otro, arder de furia pensando en ella entregándose a uno que no fuera yo. Pero a la vez la imaginaba libidinosa, calenturienta y desenfrenada; lo que me iba a hacer desearla todavía más. Una vez más avivó en mi ese deseo por poseerla, aunque fuese solo una vez más.

Debo confesarlo, para mí fue imposible dejar pasar la noche sin masturbarme teniendo ese video solo para mí.  Escapé de la habitación. Fui al baño más lejano a las habitaciones y me deleité de nuevo con el agua recorriendo sus carnes, con el jabón escurriendo desde su torso, de su coño poco a poco despejado de ese pelambre que le recubría, escondiendo esos rosas y carnudos labios. Me tomé el tiempo suficiente para detallar sus gestos, para deleitarme con cada una de sus incitaciones. Estallé de placer una vez más con Luciana como inspiración. Era toda una obligación: tenía que volver a acostarme con Luciana y solo así volver a entender el máximo éxtasis del placer.


Capítulo VII: Desvirgue “motelero”


Al día siguiente le escribí. Además de saludarle y preguntarle por su día, le consulté por la velada que había pasado junto a su esposo, a lo que me respondió sin complejo alguno que se lo había tenido que tirar...


jueves, 25 de febrero de 2021

Follé con mi novia, su madre y sus hermanas (Capítulo II)

 Follé con mi novia, su madre y sus hermanas


Capítulo II: El chantaje de Esperanza


Una vez que me vestí, decidí que lo mejor era marcharme. Salí del cuarto de Majo y me quedé allí quieto por un instante. Por la cabeza me pasó el pensamiento de averiguar si Esperanza nos había escuchado o no. Luego recapacité y pensé que no tenía mayor importancia, al fin y al cabo, Majo ya me había dicho que debía marcharme.

 

El pasillo estaba oscuro, de hecho, todo el apartamento lo estaba; todas las luces apagadas, reinaba la quietud y el silencio. Caminé en dirección a la salida buscando no hacer ruido. De repente una mano me agarró del brazo. Casi muero de un infarto. Era Esperanza, estaba recostada en el marco de la puerta de su habitación. 

 

Allí estaba, esperando, como quien acecha a su presa. Apenas me agarró del brazo y vio mi reacción de susto, me hizo un gesto con el dedo sobre sus labios, buscando que yo no hiciera ningún ruido. Me haló del brazo y me metió en su cuarto. Cerró la puerta con mucho cuidado mientras mantenía el dedo sobre su boca y la mirada fija en mí. Llevaba puesta una bata de baño, el pelo amarrado y estaba descalza. Apenas cerró la puerta puso sus manos sobre su cintura y luego, lentamente, desajusto el cordón que cerraba su bata. Quedó al descubierto. Yo no podía creer lo que estaba viendo. 

 

Esperanza es muy parecida a Majo, es casi idéntica. También es muy delgada, eso sí, tiene un poco más de carne en las piernas y en las caderas, por lo menos comparada con Majo. Su cara se parece mucho, la diferencia está en el color de sus ojos, pues los de Esperanza son de un café tenue, más miel, al igual que su pelo, que es de un castaño más claro. Ese pelo café y rizado que en ese momento llevaba amarrado sobre su cabeza. La otra gran diferencia es que Esperanza tiene unos senos mucho más provocativos, de mayor volumen y de una linda forma de gota.

 

Una vez que abrió su bata se quedó mirándome fijamente, yo estaba totalmente quieto, casi congelado sin poder creer lo que estaba pasando. Muy despacio dio un paso hacia delante, acercó su cara hacia la mía y me besó en la boca. Fue un beso corto al que yo no respondí, solo permanecí allí inmóvil. Continuó diciéndome al oído “de aquí no sales sin follarme”.

 

Una vez alejó su cabeza y quedó nuevamente parada frente a mí, la tomé de las manos, le expliqué que no podía ser, no podía pasar. Le dije que no se lo tomara a mal, pero que tenía muchas razones para que eso no pasara. Le dije que amaba a Majo y que no pensaba destruir nuestra relación por un rato de placer. Le expliqué que no era falta de deseo hacia ella, es más, tuve que confesarle que apenas se había abierto la bata, a mí se me había llenado la cabeza de pensamientos malsanos y el pene de sangre, pero que debía comprender que era bastante riesgoso y no era correcto. Le di un beso en la frente, tratando de asumir una actitud paternal hacia ella, le dije que olvidáramos lo ocurrido y que se fuera a dormir.

 

Apenas me dirigía a abrir la puerta, ella volvió a agarrarme del brazo. Me haló con fuerza hacia ella e inmediatamente me dijo “la cosa está así, o me lo haces ahora mismo o empiezo a gritar fingiendo que te metiste abusivamente a tocarme… eso si terminaría definitivamente tu relación con Majo ¿o no?”. 

 

Estuve en silencio por un instante, mirándola fijamente a los ojos; ella permanecía igual, su mirada era desafiante, parecía decidida a conseguir lo que quería. Notó que me tenía arrinconado entre la espada y la pared, y ante mi impotencia y mi silencio, tomó mis manos y se recargó contra la pared. Estando allí de pie, recostada contra el muro, abrió sus piernas mientras sostenía aún mis manos entre las suyas. “Por última vez te lo digo, o me follas o tu relación se acaba ahora mismo”.

 

Permanecí en silencio por unos segundos, mantenía mi mirada fija en su rostro, buscaba intimidarla, hacerle saber que la odiaba por lo que me estaba haciendo. Cuando la vi abriendo su boca dispuesta a gritar arrojé mi cara contra la suya y empecé a besarla. Le saqué la bata y le dije, en medio de susurros, que accedería a su pedido pero que todo debería ser muy rápido y en silencio; no podíamos dar oportunidad a que Majo se enterara, y aprovecharíamos mientras ella se bañaba. 

 

Esperanza rápidamente dijo que no, que en lo del sigilo estaba de acuerdo pero que no quería algo corto. “Quiero que hagas conmigo exactamente lo que hiciste con Majo”. Siendo así, estando en sus manos no tuve otra opción que pasar saliva y resignarme a cumplir con las órdenes de Esperanza. Inmediatamente me agaché y empecé a lamerle su juvenil y aparentemente poco recorrida vagina. Lentamente movía de arriba abajo mi lengua sobre su joven coño. Ella me agarraba del pelo con una de sus manos mientras lo hacía, pedía constantemente que no me detuviera, con la otra mano se acariciaba los senos. Mientras estaba allí, paseando mi lengua sobre su concha, sintiendo su sabor, su esencia; traté de agudizar mis oídos. La escuchaba pasar saliva, suspirar, notaba como se aceleraba su respiración. También escuchaba el agua caer, sabía que Majo aún estaba bañándose. Pensaba en que esto no habría ocurrido si Majo me hubiera permitido quedarme a dormir. Busqué justificar todo pensando que esto también era culpa de Majo, pero luego recapacité, tuve claro que ni Majo ni yo éramos culpables por esto. Todo era culpa de Esperanza, esa pequeña ninfómana que lucía tan inocente ante toda su familia, pero que estaba comportándose como una desquiciada, como una vulgar guaricha. 

 

Esperanza parecía complacida, contemplé proponerle en que lo dejáramos ahí. En que yo le comiera la vagina mientras Majo se bañaba y luego me dejara marchar a mi casa. Pero Esperanza pensaba diferente, mientras yo imaginaba como zafar de esa situación, ella me agarraba del pelo y me halaba hacia arriba, hasta hacerme quedar de pie. Estando cara a cara me dice “fue suficiente, ahora vamos por lo bueno”. Agarró mi pene entre sus manos y lo introdujo lentamente en su vagina que para ese momento ya estaba lo suficientemente lubricada. 

 

Aún se escuchaba el agua caer, mientras tanto yo empezaba a deslizar mi pene dentro de la vagina de Esperanza. Lo primero que hice fue taparle la boca con mi mano izquierda, con la otra mano buscaba acariciar su cuerpo, en especial sus senos, pues ante la escasez habitual, estos se me hacían supremamente generosos.

 

Pero no podía, al hacerlo perdía el equilibrio y tenía que apoyarme sobre la pared. Esperanza lo notó y en ese momento cruzó sus brazos por detrás de mi cuello, dio un pequeño salto y cruzó sus piernas alrededor de mi espalda. Yo la sujetaba por debajo, por el culo con mi mano izquierda, con mi otra mano tocaba todo su cuerpo, pasando por su espalda, sus senos y sus piernas. Cuando sentía que perdíamos el equilibrio la apoyaba contra la pared; la follaba fuertemente y fue allí que empezamos a tener problemas. Primero, nuestros cuerpos hacían bastante ruido al chocar y ella, aunque trataba de reprimirse, jadeaba y ocasionalmente gemía. Ella apretaba los labios entre sí, para no dejar salir sus gemidos, pero por ratos se le hacía imposible. Los dos nos concentrábamos en escuchar el agua caer, mientras Majo estuviera bañándose no tendríamos el problema de ser escuchados. 

 

A pesar de que ya me había dejado llevar y estaba disfrutando de tirar con Esperanza, aún continuaba rondando en mi cabeza ese delirio paranoico de que Majo podría oírnos. Y lo peor estaba por llegar. Mientras culeábamos contra la pared, los dos notamos como paró el sonido del agua al caer, sabíamos que el duchazo de Majo había terminado y estábamos obligados a no hacer el más mínimo ruido. De hecho, le propuse que dejáramos todo ahí, pero Esperanza estaba decidida, quería terminar lo que habíamos comenzado. Lentamente puso sus pies en el suelo, me tomó una mano y me condujo hacia su cama. 

 

Ni siquiera ella sabía cómo terminar lo que habíamos comenzado, no sabía cómo continuar fornicando sin hacer ruido. Me dejó acostado en su cama, ella se levantó, recogió su bata, se la puso de nuevo y volvió a la cama. Una vez estuvimos bajo las cobijas me dijo “Esto que empezamos lo acabamos hoy o lo acabamos, no hay otra opción. Si es necesario que esperemos a que Majo se duerma, esperaremos. Si es necesario que te quedes a dormir, lo harás, pero a mí no me dejas iniciada”. Estaba convencida, pero más allá de eso yo pensaba que estaba loca; me preguntaba si a ella no se le pasaba por la cabeza el riesgo que estábamos corriendo.

 

Una vez que terminó de hablar empezó a besarme, agarró mi mano y la condujo hacia sus senos; yo los tocaba por debajo de su bata. Seguimos acariciándonos durante un buen rato. Por momentos dejé de lado el temor, la pesadilla paranoica de ser descubiertos; me calentaba mucho la situación, especialmente la desfachatez de esta carajita, el ser sometido a este chantaje con visos de violación, el sentirle ese coño chorreante y ajustado.

 

Como tal, todas las mujeres de esta familia me generaban una atracción, pero no se me cruzaba por la cabeza la idea de estar con alguna que no fuera Majo. Esperanza era quizás la que menos había despertado deseos sucios en mí, pero ahora que estaba ocurriendo, me daba cuenta del deseo inconsciente que tenía hacia ella.

 

Estando bajo las cobijas escuchamos el crujido de una puerta abriéndose. Majo estaba saliendo de su cuarto. Para mí el mundo se vino abajo, pensé que se había dado cuenta y que venía histérica hacia nosotros. Esperanza también sintió miedo, se cerró bruscamente la bata y me arrojó al suelo, rápidamente y hablando bajito me pedía que me metiera bajo la cama. Si Majo nos había escuchado no habría dudado en buscar hasta en el último rincón, pero no había en donde más esconderse. Saltar por la ventana no era una opción, estábamos en un noveno piso. Lo pensé por un momento, para mí, en ese entonces, era casi tan fatal que terminara mi relación con Majo como el mismo hecho de saltar desde un noveno piso, sin embargo, valoraba un poquito más mi vida. Así que permanecí estático y en completo silencio bajo la cama, esperando que Majo no viniera hacia acá, rogando porque fuera hacia la cocina o quizás a asegurarse de que la puerta del apartamento estuviera con llave.

 

Pasaron un par de minutos y Majo no había venido hacia nosotros, seguramente fue a poner el cerrojo de la puerta, ya que se suponía que yo me había marchado hace unos minutos, por esto la puerta del apartamento estaba sin cerrojo. Esperanza, con un ligero murmullo, me decía que volviera a la cama, que Majo no venía hacia acá. Yo le respondía, también hablando muy bajo, que debíamos ser prudentes, que hasta que no escucháramos la puerta del cuarto de Majo cerrándose era mejor permanecer como estábamos.

 

Y de verdad que tuve la razón al pedirle prudencia a Esperanza, porque fue en cuestión de segundos que vimos como la puerta se abría lentamente y con ello entraba un destello de luz proveniente del pasillo. Yo no podía ver mucho al estar bajo la cama, tan solo pude apreciar los pies de Majo. Estuvo parada bajo el marco de la puerta por unos segundos. Esperanza nuevamente fingió estar dormida, profunda y plácidamente dormida. Majo se dio vuelta y cerró la puerta. Segundos después escuchamos cuando cerraba la puerta de su cuarto. Era hora de salir, de continuar follando a Esperanza.

 

Volví a subirme en la cama y ahí estaba ella, tumbada, con la bata abierta, las piernas separadas, se había soltado el pelo y ese gesto insinuante de su rostro; era una invitación explícita para que la follara, lo notaba en su actitud. Obviamente yo sabía que debía esperar un rato, por más caliente que estuviera, por más deseos que tuviera de penetrarla, debía esperar porque Majo aún podía estar despierta. Empecé a lamer muy despacito la cuquita de Esperanza, ella me decía que el miedo que había sentido hace un momento le había generado, además de terror, mucha excitación. Estaba ansiosa porque la follara. Su posición sugestiva lo decía todo.

 

Continué por unos minutos complaciéndola con mi lengua, pero al ver que su excitación crecía, y con ella aparecían ligeros gemidos, decidí pedirle que cambiáramos de rol. Le pedí que me complaciera con su boca. Le dije “me pediste que hiciera contigo lo que hice con Majo. Pues bueno, ella me la chupó, así que lo vamos a hacer exactamente igual”. Majo no lo había hecho, me lo había quedado debiendo, y de por sí, esa era una gran falla ya que una de las cosas que yo más disfrutaba era una buena mamada de Majo. Era una diosa con sus labios y su lengua.

 

Majo no lo había hecho, pero Esperanza no lo sabía, así que sin protestar accedió. Mientras yo estaba de rodillas en la cama, ella se inclinó y empezó a meterse mi pene en su boca. Con esto evitábamos hacer ruido por un rato, por lo menos mientras nos asegurábamos de que Majo estuviese dormida. Además, debía aprovechar la situación y ya que ya se había ido todo al demonio, no quedaba más remedio que disfrutar al máximo. Pero Esperanza no era tan hábil con la lengua como Majo. No lo hizo mal, pero no estuvo ni cerca de hacerme sentir el placer que genera Majo con una de sus mamadas.

 

Esperanza se cansó de complacerme con su boca y reclamaba porque la penetrara. Ya habían pasado por lo menos unos diez o quince minutos desde que Majo se había ido a dormir. Era cierto que ahora podíamos estar más tranquilos, podíamos dejar fluir todos nuestros deseos de sexo, muy seguramente Majo ya estaría dormida. Pero a mí había algo que me decía que no, que no podía dejarme llevar sin asegurarme de que Majo no se iba a dar cuenta. Se lo dije a Esperanza y ella me respondió, “pensé que te había quedado claro, me follas o armo un escándalo”. Le hice saber que tenía claro el chantaje al que me estaba sometiendo, es más, le dije que no pensaba dejar de lado lo que habíamos empezado, solo que quería asegurarme de que pudiéramos pasarla bien, pero sin arriesgar tanto. Le propuse ir al cuarto de Majo mientras ella me esperaba ahí en la cama, abrir suavemente y fijarme si ella dormía. Era descabellado; ¿y si no dormía y me veía entrar a su cuarto? ¿Qué se suponía que iba a decirle? 

 

Sabía que era un riesgo enorme, pero hasta no ver a Majo dormida no podría sentirme tranquilo. Esperanza lo entendió, aprobó mi plan, pero bajo una condición, una jodida condición que solo puede proponer la cabeza enferma de esa mujer. “Vas a ir a ver si Majo duerme, pero vas a ir así como estás, vas a ir desnudo”. Seguramente pensaba que si me vestía podía escaparme. Accedí. En todo caso si Majo dormía, no me iba a ver entrar desnudo a su cuarto y, si no dormía daba lo mismo si estaba vestido o no, porque lo primero que debía explicarle era ¿Qué hacía allí?

 

Abrí la puerta del cuarto de Esperanza sin hacer ningún ruido, caminé cuidadosa y silenciosamente por el pasillo hasta estar en frente a la habitación de Majo. Ahora el gran reto era abrir la puerta de ese cuarto sin que hiciera el habitual crujido. Giré la perilla muy despacio, pero la puerta la abrí rápidamente. Éxito, cero ruidos.

 

La vi allí acostada, estaba profunda; al parecer se había ido a dormir desnuda; estaba arropada con sus cobijas, pero hasta la altura de su cintura. Sus pechos estaban al aire. Me quedé contemplándola por unos segundos, verla así me calentó bastante. De repente sentí un pellizco en el culo, me tragué el grito que me generó el susto e inmediatamente giré mi cabeza, allí iba Esperanza corriendo hacia su cuarto en medio de risas. Cerré la puerta del cuarto de Majo y alcancé a Esperanza para, por fin, terminar con eso que habíamos dejado inconcluso hace un rato.

 

Habiéndome asegurado de que Majo estaba dormida y ante la rabia que me había generado el aprieto en que me había metido Esperanza, decidí follarla duro, con furia, como si de una vulgar puta se tratara. Ella quedó sorprendida porque mi actitud sumisa había desaparecido, ahora era yo quién llevaba las riendas de la situación. Me había convertido en una bestia que no quedaría tranquila hasta haber explotado de placer con esa mujer que me había metido en este aprieto.

 

Apenas cerré la puerta, la vi ahí estática y sorprendida por el vuelco de mi actitud. La empujé sobre la cama, apenas cayó me acerqué para metérsela; lo tenía claro, iba a penetrarla sin contemplaciones, hasta el fondo y con ganas. Así lo hice. Ella tapó su boca con ambas manos, pero yo, bruscamente, las quité de allí. Empecé a decirle con firmeza “querías culear, bueno, pues vas a culear y lo vas a disfrutar”. No hubo un instante en que aflojara el ritmo. Ella se lo estaba pasando fenomenal, no hablaba, no podía hacerlo, solo gemía y cuando veía que se iba pasando con el volumen, cerraba los ojos y apretaba los labios, a la vez me agarraba fuertemente de los brazos o del culo. Yo también lo disfrutaba, quería cogerla cada vez más fuerte, aún en ese momento en que ella abrió sus ojos y empezó a decirme; o más bien a gesticular, porque no emitía ningún sonido de su boca, “para, para, para”. Movía su cabeza de lado a lado, como diciendo no, mientras lo decía.

 

Yo no tenía planeado parar, de hecho, se lo dije, “querías que te follara como a Majo, aquí lo tienes”. Y seguía, de verdad que me lo estaba pasando bastante bien. Ella también, el calor de su vagina desmentía lo que me decía con su boca. Me concentré tanto en follarla, que no hubo tiempo para variar la posición, Lo único que distrajo mi atención fue que la estaba penetrando sin condón. Nunca usábamos preservativos con Majo, por lo que era normal que yo no cargara alguno conmigo. Tenía claro entonces que cuando viera venir el orgasmo debía sacarla rápidamente; y así fue. La saqué justo a tiempo, un par de segundos más y nos habríamos metido en un verdadero e inmenso problema. Arrojé todo mi semen sobre su abdomen, quedé arrodillado frente a ella; la veía ahí tumbada sobre la cama, con la respiración muy agitada y con una enorme sonrisa de placer dibujada en su rostro.

 

En un comienzo ni se inmutó por el semen que se esparcía lentamente por su abdomen. Una vez se recompuso, entró en razón y dejó de lado el placer, se lo limpió. Yo estaba agotado, apoyaba mis manos sobre mis piernas buscando recuperar el aire. Cuando recuperé el ritmo habitual de mi respiración, levanté la cabeza y le pregunté si al fin estaba satisfecha. Soltó una ligera sonrisa y luego me dijo que sí, Inmediatamente después, sin pensárselo dos veces me dijo que por qué no me quedaba a dormir. Yo le hice saber que el trato era otro y que yo ya había cumplido; estaba completamente loca, era de madrugada y yo debía salir de allí sí o sí. 

 

Mientras me vestía le dije que eso que había pasado era nuestro pequeño secreto, nadie jamás podía enterarse de ello. También le dije que era algo que no volvería a ocurrir, así que tenía que ir haciéndose a la idea. Ella continuaba desnuda sobre la cama, encendió un cigarrillo y mientras me escuchaba, reía. Cuando le dije que no volvería a ocurrir me miró con ojos de incredulidad, sonreía levantando solo una comisura labial, se apretaba los senos, se los juntaba con las dos manos y me miraba burlonamente. Le pedí que me abriera y ella, muy pícara, me dijo que lo haría pero que había una condición. Yo me preguntaba ¿Cuál? ¡Maldita sea! ¿No fue suficiente con lo que ya habíamos hecho? ¿Hasta dónde puede llegar la mente enferma de esta chica?

 

Le repetí que yo ya había cumplido con mi parte del trato; ella me dijo que me quedara tranquilo, que eso lo entendía y lo asumía. La condición para abrirme y dejarme ir era que le diera un largo beso de despedida. Era insaciable esta mujer. Acepté, pero le dije que se lo daría apenas me hubiese abierto la puerta. Se levantó de la cama, buscó sus llaves y juntos fuimos a la puerta. Allí nos besamos, de hecho, nos sumergimos en un largo beso, durante el cual ella aprovechó para lanzar una de sus manos hacia mi pene, claro está, por encima del pantalón. Apenas separamos nuestros labios me dijo “quédate tranquilo, el secreto está bien guardado”. Y cerró la puerta.

 

Capítulo III: ¡Qué vivan los novios!

Habían pasado unos meses ya desde la noche del doblete. Majo y yo continuamos nuestra relación, follando en su apartamento, a veces en el mío, en el de algún amigo y hasta en sitios públicos. Con Majo no se escatima en nada cuando a sexo se refiere. En ocasiones, cuando iba a visitarla a su apartamento, me encontraba con Esperanza. De verdad, que me hacía sentir incómodo. Más si se tiene en cuenta que ella aprovechaba cualquier distracción para coquetear o insinuarse. Pero poco a poco lo ocurrido con Esperanza fue convirtiéndose en un recuerdo lejano. 





sábado, 20 de febrero de 2021

El maravilloso mundo de las drogas

 El maravilloso mundo de las drogas


Fumar porros es una de las grandes dicotomías con las que tienen que lidiar los jóvenes. Están aquellos que pasan su vida entera sin conocer la sensación de estar colocado. Creen que la marihuana es una aliada estratégica del demonio, que causa alucinaciones, que genera una adicción incontrolable que vuelve incluso agresivos a quienes la consumen. Compadezco a estas personas, pues morirán envueltas en su engaño, en medio de ignorantes suposiciones. Luego están aquellos que abiertamente dijeron que sí desde siempre, aquellos que no se lo pensaron y sucumbieron ante la tentación de la hierba a temprana edad. Y un último grupo es el de aquellos que en su infancia y en su adolescencia juraron nunca iban a consumirla, y años después terminaron cambiando de opinión.

En ese tercer grupo estoy yo, y creo que la mayoría de los que terminan convirtiéndose en unos consagrados “mariguaneros”. Yo la terminé probando por no querer pasar por beato ante una chica que me gustaba.

Nos conocíamos desde niños, de aquellas amistades que se forman en el barrio. Aunque luego nos fuimos alejando, y nuestros encuentros se hicieron cada vez más esporádicos.

Una tarde de un día cualquiera nos dimos cita para charlar y ponernos al día, y por el devenir de la conversación terminamos hablando de la hierba. Ella me preguntó si yo alguna vez había fumado, a lo que yo respondí afirmativamente, a pesar de que no era así.

Ella se entusiasmó, me reveló que también lo había hecho, y me propuso encontrarnos ese mismo fin de semana para compartir nuestro primer porro juntos. Yo no quería quedar como un mentiroso, así que acepté.

Esa primera experiencia fue ciertamente traumática, pues ella notó que yo no había consumido marihuana jamás en mi vida. Pero fue una buena compañía para mí en ese primer viaje, pues se encargó de tranquilizarme en esos instantes de paranoia, y me hizo más llevadera mi primera traba.

Nunca pude concretar mi cometido de conquistarla, o por lo menos echarle un polvo, pero su amistad me sirvió para introducirme en el mundo de las drogas, o por lo menos del cannabis, pues sinceramente nunca consumí nada más.

Cuando recién probé la marihuana, quedé enamorado de sus efectos; de la relajación, de la dispersión y levitación de la mente que hace aparecer tanta idea y pensamiento de la nada. Me acerqué a mi amiga como en aquellos años de infancia, pero ahora porque ella era quien me facilitaba la hierba para fumar.

Claro que llegó un momento en que yo entendí que no podía ser dependiente de ella para conseguir hierba, así que le pedí me presentara a su “camello” para así poder conseguir marihuana por mi propia cuenta.

“Frisby” le decían a aquel distribuidor. Era un tipo raro. De complexión delgada, pelo largo hasta los hombros y ondulado, tez blanca y un constante y misterioso silencio.

Comprarle hierba a Frisby era toda una odisea. Me citaba tanto en callejones solitarios, como en calles de mucho tránsito peatonal. En ocasiones me hacía esperar largos ratos en soledad, y otras tantas me citaba en su apartamento. Nunca fue cómodo comprarle hierba al tal “Frisby”.

Pero afortunadamente pude cambiar de dealer a medida que me fui adentrando en el mundo de los consumidores del cannabis. Juanito, un compañero de universidad, y consagrado porrero, me facilitó el contacto de Ana. Es más, me presentó con ella y me recomendó como un gran cliente.

Yo quedé cautivado con ella. No solo por su gran servicio, pues ella solía entregar la mercancía en la puerta de la casa del cliente, ofrecía gran variedad de flores, y era sumamente amable; también quedé encantado con su apariencia.

Ana era una de esas chicas de abundantes carnes. Sus piernas eran gruesas, verdaderamente anchas, aunque no desentonaban para nada, no eran gordas, grasientas o celulíticas, eran perfectamente voluminosas. De igual forma eran sus caderas, anchas, macizas, bien definidas; toda una tentación a la vista, y más todavía cuando las sacudía al caminar.

Su zona púbica lucía siempre ajustada, siempre carnosa, provocativa e insinuante. Ana era una de esas chicas con labios gruesos, evidentes a la vista, de esos que se asoman siempre en cualquier pantalón.

No puedo mentir, Ana era un poco gordita, o por lo menos tendía a la obesidad. Su abdomen no era exactamente un monumento al ejercicio y la tonificación, pero tampoco lucía desproporcionado o grasiento, apenas flácido. Es más, Ana no tenía panza, solo las carnes blandas en aquella zona.

A pesar de ser una chica gruesa, su cintura estaba bastante bien delineada. Ana era una de esas chicas que lograba esa silueta similar a la forma de una guitarra.

Sus senos eran de un tamaño medio. No eran abundantes, aunque tampoco diminutos. Quizá podían verse pequeños en un cuerpo generoso en casi todas partes.

Su piel era blanca y se apreciaba suave y delicada a la vista. Su cabello era de un color castaño claro y lo llevaba largo, hasta su cintura, a escasos centímetros de sus nalgas.

Su rostro también era muy bello, empezando por su extrema palidez, lo que le daba un aire de delicadeza e inocencia. Sus labios no eran muy notorios, ni por su tamaño ni por su color, eran de un bello y tenue rosa que solo es apreciable si te enfocas en estos al hablar con ella. Su dentadura estaba completamente alineada, blanca y bien cuidada, era un deleite verla sonreír.

Sus cachetes se correspondían con su cuerpo, estaban ciertamente rellenitos, sin hacer lucir gordo su rostro, aunque lo suficiente para hacerla ver más tierna de lo que realmente era.

Sus ojos eran relativamente pequeños, de un verde hermoso. Aunque lo realmente atrapante era su mirada, pues si algo sabía hacer Ana era mirar directamente a los ojos a su contraparte y sostener su mirada.

Claro que el mayor atributo de esta chica era su culo. Eso sí que era un monumento a la lascivia ¡Qué tremendo par de nalgas! Monumentales, gigantes, curvilíneas, notorias a la vista en cualquier circunstancia. Era uno de esos culos que resaltan bajo la prenda que sea: Jeans, leggins, sudaderas, faldas, bikinis, shorts; fuese lo que fuese lo que las recubriera, esas eran unas nalgas destinadas a robarse todas las miradas, por lo menos las de los hombres.

Ana cobraba un recargo por entregar la hierba a domicilio, pero era un costo que yo estaba dispuesto a pagar, no solo por la comodidad de recibir el encargo en la puerta de mi casa, sino por apreciarle ese maravilloso y abultado par de nalgas.

Lo mejor de Ana es que era una chica muy abierta a socializar con sus clientes. Siempre y cuando no fuera viernes o sábado, pues en esos días se disparaba el consumo y por ende su trabajo.

Poco a poco, y tras varios domicilios, me fui haciendo cada vez más cercano a ella. La primera vez fue una que me vendió un poco de “Pink Kush”, o marihuana morada, como yo la llamaba en esos tiempos de ignorancia cannábica.

Esa vez ella me la anunció como una exclusividad, pero terminó siendo decepcionante, pues los efectos de este tipo de hierba tienden más al relajamiento que a otra cosa. Lo bueno fue que compartí un porro con ella. Me di la oportunidad de charlar con Ana, saber un poco más de su trabajo, de sus aspiraciones en la vida, así como de su día a día.

Y eso de compartir porros se nos fue volviendo tradición. Siempre que la llamaba para comprarle, terminábamos fumando y charlando por un considerable rato.

Yo lo hacía para grabar en mi retina un mejor recuerdo de su cuerpo, especialmente de ese ostentoso culo. Trataba de coquetear con ella, pero mis intentos eran infructuosos. No sabía si Ana ignoraba a propósito mis señales, o si sencillamente no las captaba. Me fui resignando, pues entendía que no tenía posibilidades con ella.

Pero la vida me tenía guardada una jugosa recompensa. Llamé a Ana la tarde de un lunes. Había presentado ese día lo que iba a ser el último examen de mi vida universitaria. Merecía relajarme, así que llamé a la bella Anita para que me facilitara un poco de su rico cannabis.

Pensé que al ser lunes iba a llegar pronto, pero no fue así, se demoró un par de horas en llegar. Yo estaba con un amigo, también consumidor de la hierba sagrada. Pero como Ana no llegaba con el encargo, decidimos esperarla bebiendo unas cervezas.

Ana llegó en su moto sobre las siete de la noche. Me llamó al celular y me avisó que estaba en portería. Le pregunté si tenía apuro, a lo que me contestó que no, por lo que la terminé invitando a entrar y compartir un porro con nosotros. También le brindé una cerveza nomás al verla cruzar la puerta.

Ella fue la encargada del ensamble del canuto, era una chica supremamente talentosa para el armado de los porros. No tardó más que un par de minutos para tener uno listo. No tenía bultos o turupes, era parejo, no había zonas más delgadas o más gruesas, era simplemente perfecto, casi tanto como su hermoso culo.

Anita no solo fumó el churrito con nosotros, sino que se quedó a beber. Inicialmente por un rato, pero luego, al verse afectada por el licor y por el THC, prefirió quedarse, pues no era conveniente conducir en ese estado.

Les propuse entonces que fuéramos al supermercado, antes de que lo cerraran, para comprar algo más fuerte con que mojar el cogote. Nos decidimos por un ron. Ron que se convirtió en la mejor decisión de mi vida.

No solo porque se encargó de embriagar y dormir a mi amigo, sino porque le aflojó y le abrió las piernas a Anita.

En esa época yo tenía una gran capacidad de aguante para el ron. No me ocurría igual con otros licores, whisky, vino, aguardiente, vodka; todos me embriagaban con cierta facilidad, pero el ron no.

Cuando mi amigo cayó dormido sobre la mesa, le propuse a Ana que fumáramos otro porro, a lo que ella accedió gustosamente. A pesar de su evidente estado de embriaguez, Ana se dio mañas para armar y pegar un nuevo porro, de nuevo perfectamente concebido. Lo fumamos en el balcón. Ella se retiró por un instante, adujo ir al baño. Yo me quedé solo en el balcón consumiendo lo que quedaba del canuto.

Mi sorpresa fue total cuando entré de nuevo a la sala. Allí estaba ella, completamente desnuda, ardiente, empelotica, clamando por sexo descarnado mientras se apoyaba con sus manos sobre uno de los sillones.

Mi erección fue cuestión de milisegundos, me bastó solo con ver sus carnes al desnudo para que la sangre recorriera rápidamente mi cuerpo hasta hacer inflamar mi pene.

Ella no pronunció palabra, solo me miró, se tambaleó un poco, y antes de que abriera la boca, ya estaba yo abalanzándome sobre ella para besarla.

La agarré delicadamente de la cara y la besé. Nuestro intercambio de aliento, saliva y hormonas fue realmente duradero; Ana supo excitarme todavía más con su manera de besar.

Mis manos no tardaron en posarse en las generosas carnes de sus nalgas. Eran todavía más perfectas al desnudo. Tan monumentales eran que no me cabía una sola de sus nalgas entre mis dos manos.

Luego me atreví a posar una de mis manos sobre su vulva, que estaba absolutamente ardiente a pesar de que solo habíamos intercambiado un beso y unos escasos manoseos.

Empecé a sacarme la ropa casi que con desespero. Una vez estuve desnudo, ella lanzó una de sus manos a mi miembro. Me masturbó mientras seguimos besándonos allí de pie en la sala ¡Qué excepcional forma de besar tenía Anita!

Los primeros instantes de mi mano sobre su vulva fueron eso sencillamente, un tacto, no una intromisión. La palpé y acaricié los tejidos blandos de esa zona que ella llevaba sin el menor rastro de bello.

Era una vulva auténticamente carnosa, tal y como lo había avizorado tantas veces a través de sus prendas. Su clítoris también era generoso en tamaño, o por lo menos lo fue durante esos minutos, lo que me hizo más fácil aquello de manipularlo entre mis dedos.

Ana no era una chica reservada. Cuando se le antojó gemir, lo hizo. Yo me derretí ante cada uno de sus gemidos, eran exquisitos, aunque aún lo era más la sensación de ardor y humedad de su entrepierna.

Me resigné a dejar de recibir sus ricos besos, pues ahora eran sus otros labios los que me interesaba besar. Ella permaneció de pie, yo me agaché y empecé a lamerle con lentitud y suavidad aquella zona caliente que me tenía al borde de la locura.

Su vagina se fue humedeciendo cada vez más, y ese incremento fue proporcional al de su expresión oral, pues a medida que se iba excitando, el volumen de sus gemidos también iba en aumento.

Ana no se guardaba nada. Así como se daba completa libertad para jadear y gemir, tampoco escatimaba en improperios o expresiones lujuriosas. De su bella boca oí salir un repetitivo “cómeme la cuquita”, también un frecuente “¡qué rico!”, y un más escaso “métemelo ya”, que al final terminó convirtiéndose en realidad.

Cuando la sentí completamente empapada, cuando la vi perdida de la calentura, me puse en pie y conduje mi miembro erecto por esa carnosa y ardiente vagina. Comenzó siendo un coito un poco lento, quizá delicado, pero ella me fue animando para que fuera cada vez más agresivo. Primero con sus manos posadas en mis nalgas para empujarme hacia ella, y luego alentándome para fornicarla como a mí me diera la gana. “Eso, eso”, era lo que más repetía, aunque también utilizó expresiones un poco menos sutiles como “métamela así” o el clásico “duro, duro”.

Pero lo que más me enloqueció, en lo que refiere a sus expresiones, fue aquel momento en que recostó su rostro sobre uno de mis hombros, juntó su boca a una de mis orejas y empezó a susurrarme “rico, rico, eso, eso”.

Para ese entonces yo la penetraba no solo a profundidad, sino ejerciendo castigo con brutales movimientos. Pero ella parecía disfrutarlos, ella deliraba con mi miembro clavándose a fondo, mientras que yo enloquecía escuchando nuestros cuerpos calientes y húmedos al chocar.

Claro que la faena no iba a estar completa sino me daba el gusto de penetrarla mientras ese portentoso culo me miraba a la cara. Le di vuelta, ella quedó de espaldas a mí, y acto seguido le volví a hundir mi pene por su caliente coñito.

Deslizaba con una facilidad digna de reseñar, esa vagina era un tobogán del placer.

Mientras la penetraba, la besaba por el cuello. Ella me hacía espacio para que así fuera, yo la rodeaba con mis brazos por su cintura, agarraba su pequeña pancita y me deleitaba con ello.

En ese momento despertó mi amigo, posiblemente por el ruido que hacíamos. Pensé que se iba a unir a la fiesta, pero extrañamente se quedó ahí sentado, mirándonos. Eso sí, no hubo instante alguno en que dejase de vernos.

Me dio mucho morbo que nos viera fornicar. Eso me impulso a penetrar cada vez con mayor vehemencia a Ana. Era exquisito ver sus nalgas temblorosas, gelatinosas ante cada uno de mis empellones, eran todavía mejores de lo que las había imaginado.

Fue tal la excitación que me generó ver ese culo regordete sucumbiendo ante mi castigo, que terminé soltándole una considerable y generosa descarga de esperma al interior de su coño.

Inicialmente Ana no lo notó, pero cuando me vio disminuir la velocidad hasta el completo detenimiento, sumado eso a mí evidente cara de goce; supo que mi orgasmo ya había tenido lugar.

“¿Pero qué haces? ¿Acaso eres imbécil? ¿Quién te dijo que podías correrte en mí?”, dijo ella antes de despegar su cuerpo del mío.

Emprendió caminó hacia el baño, seguramente se limpió, y al instante volvió a la sala para recoger sus prendas y vestirse. En ningún momento dejó de insultarme. Una vez que se vistió, salió azotando la puerta.

Mi amigo seguía allí sentado, sin moverse. Me acerqué a él para ver si estaba bien. “Tranquilo, estoy bien. No sé qué me pasó, pero mientras ustedes culeaban no pude moverme”. Lo ayudé a ponerse en pie para luego acostarlo en el sofá para que durmiera.

Afortunadamente mi abusivo actuar no deterioró la relación cliente-dealer que tenía con Ana. Ella siguió vendiéndome seguramente por la obligación de no perder a un buen cliente. Pero lo de follar no volvió a repetirse jamás.

 

 

jueves, 18 de febrero de 2021

La profe Luciana (Capítulo V)

 La profe Luciana


Capítulo V: “Hongo” out



Al verme cómodo y dichoso sintiendo su calentura a través de la yema de mis dedos, se sintió con la autoridad para lanzar una de sus manos hacia mi miembro. Lo agarró, aún cubierto por el pantalón, palpó toda la zona, y a continuación me deleitó con un profundo beso. Uno realmente extenso. Nos dio tiempo para explorarnos hasta la garganta, nos permitió sentir la sonrisa que se dibujaba en el rostro del otro, al verse irrespetado por una lengua hasta ahora desconocida.

Ella mientras tanto fue desabrochando el cinturón que sostenía mi pantalón. Luego de deshacerse de este, agarró mis pantalones de los costados, con ambas manos, y los bajó de un jalón. De nuevo se puso en pie, me miró a los ojos sosteniendo un gesto de total perversión, y acto seguido lanzó de nuevo su mano a mi pene, que a esa altura de la noche estaba desesperado por ser liberado.

Y si bien su vagina estaba lista para la penetración, decidí postergar ese ansiado momento, pues no me iba a privar de saborear tan tierna vulva. Quería deleitarme con sus fluidos, quería esa zona carnuda y caliente entre mi boca. Además, era un deber devolverle el deleite a Luciana, y de seguro la mejor forma de hacerlo era mediante una buena comida de coño.

Me puse de rodillas y sumergí mi cara en su entrepierna, ella dejó llevar su cuerpo hacia atrás un poco, sus nalgas quedaron de nuevo apoyadas en los ventanales, mientras mi lengua empezaba a dar las primeras probadas a ese suculento coñazo. El ambiente estaba colmado de esa tufarada tan característica del sexo ¡Era todo un deleite, todo un festín!

Sus ojos cerrados y su cabeza ligeramente inclinada hacia atrás eran buena señal, eran un gesto de evidente complacencia en una mujer que tenía idealizada como una experta de las artes amatorias. Poco a poco empezaron a escapar de ella unos soplidos, unas exhalaciones, cada vez más entusiastas y dicientes.

Estuve concentrado en complacerla con mi lengua por un buen rato, lo que se vio interrumpido por un esporádico contacto visual, un instante que me regalé para tomar aire, verle a la cara y apreciar su disfrute. Luciana no permitió que fuera muy extenso, porque de repente bajó mi cabeza agresivamente con una de sus manos mientras dijo “¡Atragántate!”.

Mi cara se enterró de nuevo en su vagina. Yo me ahogaba entre el tufillo y los fluidos cada vez más presentes en los alrededores de su vulva y su entrepierna. No podía ver nada, la escuchaba reír. Me levanté abruptamente, tosí un poco. Tomé aire y la miré al rostro, mientras que ella volvía a reír. 

Nos detuvimos por un instante, para vernos a los ojos y ser cómplices del instante de placer que debíamos compartir. Luciana se dejó caer en el suelo. Se acostó allí, echó su cabeza hacia atrás, cerró sus ojos y abrió sus piernas, invitándome a entrar a tan bienaventurada vagina.

Esculqué mis pantalones con cierto desespero, tomé unos condones que tenía en ellos, y me puse uno.

Fue exquisito ese instante en que mi miembro erecto y desesperado se deslizó por entre su vagina, ella lo acompañó de un gemido cortito pero sonoro.

Estaba anonadado, Luciana rondaba los 40 años, había parido un hijo, había fornicado a lo largo de su vida como Dios manda, pero su coño era increíblemente prieto, estrecho.

El sentir esa vagina apretada y ardiente era complementado con lo insinuante de su rostro, con su lengua jugueteando sobre sus labios, y con su mirada desafiante, atrevida y retadora. “Senda bellaca” dirían los de Plan B si le hubiesen visto esa expresión.

Sus desafiantes gestos funcionaron como incitación, provocaron en mí el deseo de penetrarla con mayor vehemencia. Le empujé mi pene adentro sin contemplación alguna. Con un movimiento lento pero profundo para explorar su ser.

El ritmo fue en aumento, nuestros cuerpos chocaban con agresividad. Se escuchaba fuertemente ese estruendo de nuestra humanidad al encontrarse. Luciana levantaba y estiraba sus piernas en el aire, en un gesto de completa permisividad para hacer de mi miembro viril su invitado de honor.

Sus gemidos eran otro condimento sustancial del exquisito coito que estábamos viviendo. Eran sonoros, desinhibidos, profundos, y por momentos estruendosos, era un completo embeleso.

Sus senitos se movían al ritmo de nuestros zarandeos. ´Lucían inocentes, tiernos y frágiles. Pero sinceramente eran una atracción de segundo plano, pues mi atención se centraba en su rostro, cuyos gestos evidenciaban intensos instantes de placer, de delirio y de éxtasis; Sus ojos perdidos, su boca ligeramente abierta, dispuesta a dejar escapar cuanto gemido e insulto se le antojara a esta veterana de mil guerras; sus labios húmedos y tentadores, y su respiración agitada; eso era lo que realmente me tenía atrapado.

Verla perdida de placer, verla gozar sin vergüenza alguna, sentirle ese coño caliente y ajustado, y escucharla apeteciendo más, provocó ese anhelado estallido de placer, esa descarga retenida por un preservativo al interior de su hirviente vagina.

Pero la fiesta estaba lejos de terminar. A pesar de haber alcanzado el orgasmo, era de mi interés seguir fornicando con esta mujer que me había develado el verdadero sentir del placer. También me sentía en la obligación de seguir brindando placer a Luciana, pues una ocasión tan esperada como esta no podía terminar en un simple orgasmo.

Ella comprendiendo que me había hecho alcanzar mi primer orgasmo de la noche, le propuse un pequeño descanso, el cual utilizaría para complementar el festín hedonista.

-       No te molesta que fume marihuana, ¿verdad?  - preguntó Luciana en el entretiempo de nuestros coitos

-       No, para nada

-       ¿Tú quieres?

-       Mmm, bueno, sí, un poco

Pero no terminó siendo un poco. Luciana sacó una pipa y la rellenó de hierba. Fumó de ella, la limpió y volvió a llenarla. Ahora era mi turno.

Fue algo que me pudo haber jugado en contra, que me puso extremadamente nervioso, pues he de confesar que hasta ese entonces nunca había follado bajo los efectos del THC. De hecho, había fumado marihuana alguna vez en mi vida, pero para ese entonces era un antiguo recuerdo.

Ella limpió la pipa, la volvió a rellenar y volvió a fumar, mientras expresaba lo mucho que disfrutaba del sexo estando bajo los efectos del cannabis.

Poco a poco empecé a perderme en sus palabras. Se me hacía complejo concentrarme en lo que me decía.

Lo que si recuerdo a la perfección es que recuperé el deseo antes de lo que esperaba, pues fue cuestión de concentrarme en su cuerpo desnudo para volver a tener mi miembro erecto.

Luciana, al verme listo para continuar la faena, se recostó contra uno de los ventanales y me invitó a follarla allí, mientras veíamos la vida pasar bajo nosotros, a la vez que podríamos ser vistos por algún curioso del sector. “No sé si te lo dije, pero sentirme deseada es algo que me calienta sobremanera. Me gusta en exceso que me vean, que fantaseen conmigo, que me deseen… ha de ser por eso que estoy aquí contigo, que accedí a tu pedido, pues, sinceramente, me hiciste calentar ese día en mi despacho con tus miradas lujuriosas y con tus palabras insinuantes”, dijo Luciana estando ya apoyada contra los cristales mientras que yo forraba de nuevo mi miembro erecto bajo el látex protector del preservativo.

Verla allí, apoyando sus senos y su rostro contra los cristales, mientras sus nalgas expuestas se contoneaban levemente, me sacó de quicio, me generó un apetito que solo podía saciarse sintiendo de nuevo el calor de su humanidad.

La penetré, asegurándome de que mis movimientos no fueran demasiado bruscos, pues no tenía la certeza de que tanto peso podría soportar el ventanal. Me era difícil controlar el deseo de penetrarla con vehemencia, pues tenerla allí, impúdica ante los ojos de la ciudad, era algo que poco a poco me iba haciendo perder la cabeza.

Su rostro, a pesar de estar apoyado sobre uno de sus costados contra la ventana, me permitía ver algunos de sus gestos placenteros e insinuantes. Me atreví a buscar sus labios con los míos, a saciar esa sed de besarla desaforadamente.

Si bien el primer coito había sido digno de enmarcar, la sensación que me estaba generando este segundo encuentro era todavía mejor. Los efectos del THC me hicieron dimensionar de otra manera el sentir de sus carnes, el mismísimo ardor de su coño, además de hacerme sentir que el polvo fue mucho más largo de lo que verdaderamente fue.

Pasé mis brazos bajo los suyos y formé un arco con los mismos, como pretendiendo hacerle una llave de lucha, que me otorgara el total dominio de la situación.

Habiéndome adueñado de su movilidad, la hice despegarse del ventanal, para penetrarla aún de pie y recorriendo la habitación, al ritmo de empellones desesperados.

Era todo un espectáculo aquello de caminar por la extensa habitación sin haber dejado de penetrarla en un solo momento. Ella me alentaba a no detenerme, a penetrarla cada vez más duro.

Tal fue el descontrol que llegó un momento en que terminamos cayendo sobre la cama. Ella apoyó rodillas y manos sobre el colchón, y una vez más me invitó a penetrarla, aunque con una frase que me marcó para siempre, pues nunca podré olvidar la perversión del gesto con la que lo acompañó, y mucho menos la esencia de la misma: “métemela sin ‘hongo’”.

Quedé desconcertado ante su pedido. Luciana me estaba pidiendo follar al natural, a pelo, algo que sinceramente no había imaginado ni en la más optimista de mis fantasías.

Fue todo un delirio sentir piel con piel, carne con carne, vivir ese instante maravilloso de mi pene ingresando en su caliente coño.

Sus gemidos acompañaron la ya de por sí maravillosa faena. Luciana estaba extasiada, y ese estado de euforia y descontrol la llevo a la completa desinhibición. Los gritos y los insultos se hicieron más frecuentes de su parte, mientras que yo me reprimía para no terminar antes de tiempo.

Estando ella todavía en cuatro, la agarré del pelo y la jaloné hacia mí. Su espalda se recargo contra mi pecho, mientras que la intensidad con que sus nalgas rebotaban contra mi pubis era cada vez mayor.

Pude rodearla con uno de mis brazos para sentir una vez más sus exquisitos senos, para tomar de nuevo entre mis manos esos bellos pezones rosa.

Luciana dejó caer su cabeza sobre uno de mis hombros, permitiéndome apreciar una vez más sus gestos de disfrute, y dejando a mi alcance la posibilidad de saborear su boca.

Luciana era una mujer de tomar constantemente la iniciativa. En gran parte del coito fue ella quien marcó el ritmo de los movimientos, y cuando fui yo el protagonista, ella orientó mis movimientos con su voz, con sus órdenes, se convirtió en la directora de orquesta de un coito que desencadenaría en un húmedo orgasmo de su parte.

Para mí fue simplemente maravilloso el hecho de ver sus piernas descontroladas, presas de movimientos involuntarios, de espasmos que reflejaban su alto estado de excitación. Pero lo que especialmente me llevó al delirio fue sentir y ver la humedad proveniente de su coño, que recorrió sus piernas cuesta abajo y que terminó humedeciendo las sábanas y el colchón en el que dormiríamos minutos después.

Una vez consciente de su satisfacción, me di la libertad de alcanzar mi orgasmo, de rellenarle ese coño tan hambriento de esperma.

La besé al término de nuestro encuentro carnal, beso que ella correspondió, pero que segundos después minimizó diciéndome que lo nuestro había sido solo sexo, que no había espacio ni tiempo para el enamoramiento.

Asentí con la cabeza, le otorgué la razón, sin saber que era tarde para reprimir ese sentir. Para ella había sido solo sexo, para mí había sido el renacer de un sentimiento que hace años no se había hecho presente en mí.

Capítulo VI: ‘Sexting’ a los 40

Al día siguiente despertamos aproximadamente a las nueve de la mañana. El olor a sexo reinaba en el ambiente, mientras nuestros cuerpos desnudos y sudorosos seguían todavía entrelazados. Yo estaba poseído por aquel deseo de recargar mis testículos con sus fluidos vaginales, pero Luciana tenía otros planes. La velada de sexo desenfrenado había terminado y ahora cada cual debía volver a casa...


La Profe Luciana (Capítulo XXI)

 La Profe Luciana Capítulo XXI: Un baile de Luciana Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me ...