viernes, 26 de febrero de 2021

La profe Luciana (Capítulo VI)

 La profe Luciana


Capítulo VI: ‘Sexting’ a los 40



Al día siguiente despertamos aproximadamente a las nueve de la mañana. El olor a sexo reinaba en el ambiente, mientras nuestros cuerpos desnudos y sudorosos seguían todavía entrelazados. Yo estaba poseído por aquel deseo de recargar mis testículos con sus fluidos vaginales, pero Luciana tenía otros planes. La velada de sexo desenfrenado había terminado y ahora cada cual debía volver a casa.

Salí de allí tan excitado como había llegado, mi sed de Luciana era insaciable. Afortunadamente para mí, ella había desarrollado un vicio por mí, del cual yo por ahora no sabía, pero que con el pasar de los días se haría evidente, y que terminaría propiciando más de un encuentro con esta mujer tan especial.

Llegué a mi casa pasado el mediodía, habiendo maquinado todo un entretejido de mentiras para darle credibilidad a la historia ideada con exclusividad para la familia, especialmente para Adriana, una serie de embustes ideados detalladamente para que mi relato funcionara como un relojito.

Pero Adriana no mostró mayor interés en mi viaje, un parco “¿Cómo te fue?”, fue su única pregunta al verme volver. No le interesaron pormenores, ni el nombre del hotel, ni la hora de salida de los vuelos, nada de nada. En otra época su desinterés me habría generado una crisis, habría empujado mi ánimo a un precipicio, y habría creado en mi la incertidumbre acerca de haber sido engañado. Pero ese sábado, justo desde ese sábado, lo que Adriana pensara o sintiera por mí, me tenía sin cuidado alguno. 

Los niños preguntaron por lo que les había traído, y yo sin nada en manos para entregar, no tuve más que recurrir al mediocre pretexto del viaje exprés. Jugué un rato con ellos como buscando recompensarles por la decepción causada por mis manos vacías. También buscaba despejar un poco la mente. Buscaba desaparecer, aunque fuera por solo un rato, el recuerdo de la calenturienta de Luciana.

Estaba obseso por ella. El viaje de vuelta a casa fue un constante pensar en sus carnes, en el inmenso estímulo que causa apreciar los gestos de su rostro, en su mismísima forma de ser, siempre tan disoluta, siempre tan liberal, siempre tan ella.   

Luciana era una mujer en todo el sentido de la palabra, una de esas con las que se te antoja tener muchos hijos, de aquellas en las que pase lo que pase persiste su fragancia a mujer, que exuda feminidad, que pareciera que llevara encima una tonelada de estrógenos. Es que sinceramente no existe un placer más exquisito que una mujer; no hay pecado más dulcemente mortal que desvanecer la persona ante una alabanza eterna a los encantos femeninos; no hay cosa más deliciosa, invención más perversa, que una mujer, y Luciana sí que lo era. El cuerpo me la pedía a gritos, irradiaba puro celo, pura calentura.

No pasaron muchas horas para caer en la tentación de masturbarme evocando su paso por mi cuerpo. Es más, ese sábado no pude dejar de hacerlo. Me tenía absorbido, enfermo, supe lo que era sentirme confesamente degenerado. No tuve reparo alguno en masturbarme hasta tener el pene en carne viva. Al fin y al cabo, ¿No es este escenario el paraíso del placer de un pervertido?

Quedé hecho un guiñapo. Anulado, sin vigor alguno. Tardé un par de días en recuperar algo de la esencia de la líbido, y tan pronto pasó, Luciana volvió a apoderarse de mis pensamientos, que valga aclarar eran casi siempre viciosos y retorcidos.

Es más, las cosas empeoraron la noche del martes. Hasta ese entonces no habíamos cruzado palabra; nada de llamadas, nada de Whatsapp, nada de nada desde aquel sábado que nos despedimos. Luciana había sido confesa del buen rato que había pasado, pero dejó en claro que una cosa era sexo y otra era “encoñarse”, como queriendo dejar en claro las cosas, advirtiéndome sus límites.

Para mí era un hecho que volveríamos a copular, la duda era cuándo. No quería perder el contacto con ella, pero no sabía qué escribirle, tampoco quería parecer intenso o acosador, además que quería recuperar el aliento y estar pleno para la próxima vez que nos encontráramos.

Pero la noche del martes ella rompió el reinante silencio. Lo interrumpió de una forma memorable y magistral. Luciana ratificó esa noche lo impúdica y tentadora que podía ser.

A Whatsapp me envió un video que hasta el día de hoy no me canso de calificar como una obra maestra de la provocación, una pieza de la seducción digna de guardar y reproducir una y otra vez. Es más, a partir de este video tuve que comprar un disco duro que terminé destinando al registro fílmico y fotográfico exclusivo de Luciana. Este fue el video que lo inauguró, el video que antecedió a muchos otros que me iba enviar durante el tiempo que estuvimos fornicando obsesamente a espalda de nuestras familias.

La pieza audiovisual comienza con una pared de baldosa blanca como fondo, se escucha agua caer y luego entra en escena Luciana. Ella está cubierta de jabón, por lo menos en su torso, el agua cae y se desliza por su delicada y blanquita piel. Con sus manos tapa sus pezones, que igual tienen una buena cantidad de espuma encima. Su pelo se unifica y se estira por efecto del agua, se ve todavía más oscuro, es el cabello más negro que he visto en mi vida, es imponente ¡Me encanta!

Luciana estira un poco la mano, que sale y vuelve a entrar a escena en una ráfaga, pero ahora sosteniendo una cuchilla de afeitar. Levanta uno de sus brazos y depila una de sus axilas, que de por sí no tenía mucho por depilar. Luego hace lo mismo con la otra.

Deja la cuchilla a un lado por un momento, toma el jabón y lo esparce sin restricción alguna por sobre la zona de su pubis. Mientras lo hace juguetea con su lengua en medio de una sonrisa que delata pura picardía, pura desfachatez y perversión.

Toma de nuevo la cuchilla y empieza a rasurar, con mucho detenimiento y cuidado, ese pubis que merece todo tipo de condecoración. Esa vagina rosa, que por dentro es todavía más rosa y que sabe a gloria, que permanece joven y conservada en el cuerpo de una mujer de 40, negándose a envejecer, jugando a mantener viva esa eterna juventud.

Luciana guardaba silencio mientras hacía todo esto. Quizá dejó escapar alguna risa ocasionalmente, pero la mayor parte del tiempo dejó que el sonido del ambiente dominara la escena.

Se tomó su tiempo, pero qué bien depiladita que le quedó ¡Todo un caramelito!

La escena no terminaba allí, Luciana tenía algo más por ofrecer frente a la cámara. Terminó de ducharse. La espuma del jabón y del champú se esfumó de su cuerpo y ahora solo le corría agua cuesta abajo. Luciana se estiró un poco, sus brazos salieron de escena, y al regresar tenían consigo una toalla. Secó su cuerpo frente a la cámara sin apuro alguno. Luego cubrió su cuerpo con la toalla. Tomó el celular en sus manos y preguntó “Vamos a ver qué hay para hacer…”. Abrió la puerta del baño y volteó el celular, grabó lo que había delante de ella, era un hombre dormido en una cama. Giró de nuevo el teléfono, de nuevo la cámara apuntaba a Luciana. Ella se detuvo, apoyó un puño en su rostro, cual El Pensador de Miguel Ángel. Guardó silencio por un par de segundos, quizá por unos cuantos más, dejó caer la toalla que la recubría, enseñando una vez más ese cuerpo concebido para el placer. Posterior a eso dijo “ni modo, será despertar a mi marido”, frase que finalizó con una de sus típicas y sugerentes sonrisas.

Ahí acababa, dejando en el aire la presunción de una frenética jornada de sexo conyugal. Haciendo hervir mi sangre por el simple hecho de imaginarla con otro, arder de furia pensando en ella entregándose a uno que no fuera yo. Pero a la vez la imaginaba libidinosa, calenturienta y desenfrenada; lo que me iba a hacer desearla todavía más. Una vez más avivó en mi ese deseo por poseerla, aunque fuese solo una vez más.

Debo confesarlo, para mí fue imposible dejar pasar la noche sin masturbarme teniendo ese video solo para mí.  Escapé de la habitación. Fui al baño más lejano a las habitaciones y me deleité de nuevo con el agua recorriendo sus carnes, con el jabón escurriendo desde su torso, de su coño poco a poco despejado de ese pelambre que le recubría, escondiendo esos rosas y carnudos labios. Me tomé el tiempo suficiente para detallar sus gestos, para deleitarme con cada una de sus incitaciones. Estallé de placer una vez más con Luciana como inspiración. Era toda una obligación: tenía que volver a acostarme con Luciana y solo así volver a entender el máximo éxtasis del placer.


Capítulo VII: Desvirgue “motelero”


Al día siguiente le escribí. Además de saludarle y preguntarle por su día, le consulté por la velada que había pasado junto a su esposo, a lo que me respondió sin complejo alguno que se lo había tenido que tirar...


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