La profe Luciana
Capítulo VI: ‘Sexting’ a los 40
Al día siguiente
despertamos aproximadamente a las nueve de la mañana. El olor a sexo reinaba en
el ambiente, mientras nuestros cuerpos desnudos y sudorosos seguían todavía
entrelazados. Yo estaba poseído por aquel deseo de recargar mis testículos con
sus fluidos vaginales, pero Luciana tenía otros planes. La velada de sexo
desenfrenado había terminado y ahora cada cual debía volver a casa.
Salí de allí tan
excitado como había llegado, mi sed de Luciana era insaciable. Afortunadamente
para mí, ella había desarrollado un vicio por mí, del cual yo por ahora no
sabía, pero que con el pasar de los días se haría evidente, y que terminaría
propiciando más de un encuentro con esta mujer tan especial.
Llegué a mi casa pasado
el mediodía, habiendo maquinado todo un entretejido de mentiras para darle
credibilidad a la historia ideada con exclusividad para la familia,
especialmente para Adriana, una serie de embustes ideados detalladamente para
que mi relato funcionara como un relojito.
Pero Adriana no mostró
mayor interés en mi viaje, un parco “¿Cómo te fue?”, fue su única pregunta al
verme volver. No le interesaron pormenores, ni el nombre del hotel, ni la hora
de salida de los vuelos, nada de nada. En otra época su desinterés me habría generado
una crisis, habría empujado mi ánimo a un precipicio, y habría creado en mi la
incertidumbre acerca de haber sido engañado. Pero ese sábado, justo desde ese
sábado, lo que Adriana pensara o sintiera por mí, me tenía sin cuidado alguno.
Los niños preguntaron
por lo que les había traído, y yo sin nada en manos para entregar, no tuve más
que recurrir al mediocre pretexto del viaje exprés. Jugué un rato con ellos
como buscando recompensarles por la decepción causada por mis manos vacías.
También buscaba despejar un poco la mente. Buscaba desaparecer, aunque fuera
por solo un rato, el recuerdo de la calenturienta de Luciana.
Estaba obseso por ella.
El viaje de vuelta a casa fue un constante pensar en sus carnes, en el inmenso
estímulo que causa apreciar los gestos de su rostro, en su mismísima forma de
ser, siempre tan disoluta, siempre tan liberal, siempre tan ella.
Luciana era una mujer
en todo el sentido de la palabra, una de esas con las que se te antoja tener
muchos hijos, de aquellas en las que pase lo que pase persiste su fragancia a
mujer, que exuda feminidad, que pareciera que llevara encima una tonelada de
estrógenos. Es que sinceramente no existe un placer más exquisito que una
mujer; no hay pecado más dulcemente mortal que desvanecer la persona ante una
alabanza eterna a los encantos femeninos; no hay cosa más deliciosa, invención
más perversa, que una mujer, y Luciana sí que lo era. El cuerpo me la pedía a
gritos, irradiaba puro celo, pura calentura.
No pasaron muchas horas
para caer en la tentación de masturbarme evocando su paso por mi cuerpo. Es
más, ese sábado no pude dejar de hacerlo. Me tenía absorbido, enfermo, supe lo
que era sentirme confesamente degenerado. No tuve reparo alguno en masturbarme
hasta tener el pene en carne viva. Al fin y al cabo, ¿No es este escenario el
paraíso del placer de un pervertido?
Quedé hecho un guiñapo.
Anulado, sin vigor alguno. Tardé un par de días en recuperar algo de la esencia
de la líbido, y tan pronto pasó, Luciana volvió a apoderarse de mis pensamientos,
que valga aclarar eran casi siempre viciosos y retorcidos.
Es más, las cosas
empeoraron la noche del martes. Hasta ese entonces no habíamos cruzado palabra;
nada de llamadas, nada de Whatsapp, nada de nada desde aquel sábado que nos
despedimos. Luciana había sido confesa del buen rato que había pasado, pero
dejó en claro que una cosa era sexo y otra era “encoñarse”, como queriendo
dejar en claro las cosas, advirtiéndome sus límites.
Para mí era un hecho
que volveríamos a copular, la duda era cuándo. No quería perder el contacto con
ella, pero no sabía qué escribirle, tampoco quería parecer intenso o acosador,
además que quería recuperar el aliento y estar pleno para la próxima vez que
nos encontráramos.
Pero la noche del
martes ella rompió el reinante silencio. Lo interrumpió de una forma memorable
y magistral. Luciana ratificó esa noche lo impúdica y tentadora que podía ser.
A Whatsapp me envió un
video que hasta el día de hoy no me canso de calificar como una obra maestra de
la provocación, una pieza de la seducción digna de guardar y reproducir una y
otra vez. Es más, a partir de este video tuve que comprar un disco duro que
terminé destinando al registro fílmico y fotográfico exclusivo de Luciana. Este
fue el video que lo inauguró, el video que antecedió a muchos otros que me iba
enviar durante el tiempo que estuvimos fornicando obsesamente a espalda de
nuestras familias.
La pieza audiovisual
comienza con una pared de baldosa blanca como fondo, se escucha agua caer y
luego entra en escena Luciana. Ella está cubierta de jabón, por lo menos en su
torso, el agua cae y se desliza por su delicada y blanquita piel. Con sus manos
tapa sus pezones, que igual tienen una buena cantidad de espuma encima. Su pelo
se unifica y se estira por efecto del agua, se ve todavía más oscuro, es el
cabello más negro que he visto en mi vida, es imponente ¡Me encanta!
Luciana estira un poco
la mano, que sale y vuelve a entrar a escena en una ráfaga, pero ahora sosteniendo
una cuchilla de afeitar. Levanta uno de sus brazos y depila una de sus axilas,
que de por sí no tenía mucho por depilar. Luego hace lo mismo con la otra.
Deja la cuchilla a un
lado por un momento, toma el jabón y lo esparce sin restricción alguna por
sobre la zona de su pubis. Mientras lo hace juguetea con su lengua en medio de
una sonrisa que delata pura picardía, pura desfachatez y perversión.
Toma de nuevo la
cuchilla y empieza a rasurar, con mucho detenimiento y cuidado, ese pubis que
merece todo tipo de condecoración. Esa vagina rosa, que por dentro es todavía
más rosa y que sabe a gloria, que permanece joven y conservada en el cuerpo de
una mujer de 40, negándose a envejecer, jugando a mantener viva esa eterna
juventud.
Luciana guardaba silencio
mientras hacía todo esto. Quizá dejó escapar alguna risa ocasionalmente, pero
la mayor parte del tiempo dejó que el sonido del ambiente dominara la escena.
Se tomó su tiempo, pero
qué bien depiladita que le quedó ¡Todo un caramelito!
La escena no terminaba
allí, Luciana tenía algo más por ofrecer frente a la cámara. Terminó de
ducharse. La espuma del jabón y del champú se esfumó de su cuerpo y ahora solo
le corría agua cuesta abajo. Luciana se estiró un poco, sus brazos salieron de
escena, y al regresar tenían consigo una toalla. Secó su cuerpo frente a la
cámara sin apuro alguno. Luego cubrió su cuerpo con la toalla. Tomó el celular en
sus manos y preguntó “Vamos a ver qué hay para hacer…”. Abrió la puerta del
baño y volteó el celular, grabó lo que había delante de ella, era un hombre
dormido en una cama. Giró de nuevo el teléfono, de nuevo la cámara apuntaba a
Luciana. Ella se detuvo, apoyó un puño en su rostro, cual El Pensador de Miguel Ángel.
Guardó silencio por un par de segundos, quizá por unos cuantos más, dejó caer
la toalla que la recubría, enseñando una vez más ese cuerpo concebido para el
placer. Posterior a eso dijo “ni modo, será despertar a mi marido”, frase que
finalizó con una de sus típicas y sugerentes sonrisas.
Ahí acababa, dejando en
el aire la presunción de una frenética jornada de sexo conyugal. Haciendo
hervir mi sangre por el simple hecho de imaginarla con otro, arder de furia
pensando en ella entregándose a uno que no fuera yo. Pero a la vez la imaginaba
libidinosa, calenturienta y desenfrenada; lo que me iba a hacer desearla
todavía más. Una vez más avivó en mi ese deseo por poseerla, aunque fuese solo una
vez más.
Debo confesarlo, para
mí fue imposible dejar pasar la noche sin masturbarme teniendo ese video solo
para mí. Escapé de la habitación. Fui al
baño más lejano a las habitaciones y me deleité de nuevo con el agua
recorriendo sus carnes, con el jabón escurriendo desde su torso, de su coño
poco a poco despejado de ese pelambre que le recubría, escondiendo esos rosas y
carnudos labios. Me tomé el tiempo suficiente para detallar sus gestos, para
deleitarme con cada una de sus incitaciones. Estallé de placer una vez más con
Luciana como inspiración. Era toda una obligación: tenía que volver a acostarme
con Luciana y solo así volver a entender el máximo éxtasis del placer.
Capítulo VII: Desvirgue “motelero”
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