Follé con mi novia, su madre y sus hermanas
Capítulo V: Karma o Karla
El día de nuestra llegada no había podido ser mejor. Majo y yo nos
sacamos esas ganas que veníamos guardándonos por largos quince días. Esa primera
noche quedamos exhaustos. Al otro día me fue muy difícil despertarme. Recuerdo
que lo hice porque escuché a Majo discutir. Le reprochaba a Esperanza andar
desnuda por el cuarto. Por estar dormido no pude verla, aunque claro está, ya
conocía bastante bien ese cuerpo, pero no sobraba un segundo vistazo después de
tanto tiempo. En todo caso no pude verla, por lo menos completamente desnuda.
Pero rápidamente iba a olvidarme de ese deseo de ver a Esperanza
desnuda, o de la pelea que había tenido Majo y su hermana, e incluso de
los planes que tenía para ese día.
Los padres de Majo habían salido, habían ido a recorrer el centro de la
ciudad en búsqueda de algunos víveres que hacían falta. Laura y su esposo
habían madrugado para ir a la playa. Así que en la cabaña estábamos Majo,
Karla, Esperanza y su novio, y yo.
Entré a ducharme mientras los demás desayunaban. Estaba ansioso por
hacerlo, el calor me tenía sofocado, y una buena ducha de agua fría era lo que
necesitaba.
Pero, al contrario de lo que buscaba, no iba a terminar para nada frío
luego del duchazo. Mientas refrotaba mi pelo con champú, tratando de despejarlo
de las sales del océano, que lo dejan tan seco y pegajoso, alguien entró y
asaltó mi tranquilidad.
Sentí una mano desvergonzada pellizcándome el culo. Con los ojos aún
cerrados por temor a que me entrara champú en ellos, imaginé que era Esperanza,
que había logrado la forma de deshacerse de su novio, que había encontrado la
manera de distraer a todos los demás, y entrar a satisfacer sus deseos.
- - Vete de aquí, no me
metas en problemas – Dije aún convencido de que era esperanza
- - Bueno, tú verás, pero
nunca imaginé que fueras tan cagonsito
- - Espera, espera…
Una
vez que escuché su voz, noté que no era Esperanza. Mojé mis manos, mi rostro, y
limpié todo rastro de champú que me impidiera abrir los ojos.
Quedé
gratamente sorprendido. Era Karla, que al parecer no se llevaba bien con su
hermana menor de gratis, sino que quizá era su maestra. Por lo menos compartían
esa costumbre de acosar novios ajenos.
Claro
que de alguna manera diferente. Karla era imponente, era una auténtica mujer.
Verla allí desnuda, pretendiendo colarse en la ducha, hizo que mi sangre
recorriera rápidamente mi cuerpo, para desembocar en una terrible erección.
Su
piel era blanca y tersa. Para ese entonces Karla tendría unos 30 años, como
mucho unos 32, y su cuerpo así lo reflejaba, no era esbelto como el de una
adolescente, pero no era arrugado y seco como el de una veterana de mil guerras,
estaba en su punto perfecto. Sus piernas eran carnosas y sin rastro alguno de
celulitis o imperfecciones. Sus senos eran de buen tamaño, algo aguados quizá, alcanzando un volumen mayor a los de mi bella Majo o a los de Esperanza.
Su
culo era macizo, pero de escasa curvatura, aunque en ese encuentro no tuve
mayor oportunidad de apreciarlo, pues siempre estuvimos frente a frente. Lo que
si pude fue sentirlo entre mis manos, ancho y carnoso.
Sus
caderas se correspondían con el grosor de su trasero y de sus piernas, eran lo
suficientemente generosas en tamaño, y todo un lujo a para quien las admira.
Claro que, tiempo después Karla iba a entrar en una obsesión por bajar de peso,
lo que disminuiría el tamaño de sus caderas, de sus muslos y de sus nalgas.
Su
abdomen no estaba marcado, no era atlético ni nada por el estilo, pero no
desentonaba, entraba en la media, y de ninguna manera desagradaba a la vista.
Pero
lo mejor de Karla era su rostro, de facciones muy curvas, resaltando su
feminidad. Sus labios eran pequeños pero provocativos, su nariz fina y sin
anormalidad alguna, sus ojos pequeños, relativamente alargados, de un color
negro muy intenso, decorados por unas bellas y largas pestañas. Su cabello
negro, largo y ligeramente ondulado era un complemento perfecto a ese rostro
delicado.
Su
vagina era difícil de apreciar, pues se escondía tras un grueso matojo de vello.
Claro que cuando ella entró en la ducha y el agua cubrió su cuerpo, ese matojo
se convirtió en irrelevante puñado, incapaz de esconder esa auténtica obra de
arte con forma de monederito.
Ella
entró a la ducha, me besó y arrojó una de sus manos hacia mi pene, que para ese
momento ya estaba listo para cumplir con su misión. “Eres todo un arrechito,
¿Cierto? Anoche me calenté al verte, pero supe que era el turno de Majo. Ahora
me toca a mí…”.
Yo
estaba pasmado, no sabía qué responder. Solo supe que el tiempo era limitado.
Así que, la besé, y acto seguido dirigí mi pene por entre su ardiente coño. El reloj
corría en contra para nosotros, pues tarde o temprano Majo y los demás
empezarían a preguntarse por nuestra ausencia.
No
hubo tiempo para caricias o para una degustación oral de su coño. De hecho,
supongo que no duramos ni cinco minutos, pero fue tiempo suficiente para
intercambiar fluidos de la manera más desvergonzada y apasionada.
La
sometí con un frenético entrar y salir de mi miembro dichoso por entre su
humanidad. Ella apenas me agarraba de los hombros, me miraba directamente a la
cara mientras que apretaba sus dientes y dejaba escapar unos exquisitos
gemidos, cortos pero sustanciosos.
No
tardé en alcanzar el orgasmo, y justo cuando lo vi venir, retiré mi pene de su
coño y derramé mi esperma sobre uno de sus muslos. Ella apenas sonrió, me
acarició con uno de sus dedos por la mejilla, se dio vuelta y salió de la
ducha; tomó una toalla, la envolvió en su cuerpo y salió del baño.
Retomé
el duchazo sin poder procesar aun lo que acababa de ocurrir. Estaba extasiado,
anonadado y un poco nervioso, pues todavía no sabía si alguien se había dado
cuenta de lo que había sucedido.
Terminé
el baño, cepillé mis dientes, me vestí, y me senté a la mesa a desayunar, como
si nada hubiese pasado. Era algo tarde, así que el único que faltaba por tomar
el desayuno era yo. Majo se sentó para acompañarme. Parecía normal, no advertí nada
extraño en ella. Asumí entonces que ni se imaginaba lo que acababa de pasar, lo
que me hizo sentir tranquilo a partir de ese instante.
Ese
día nuestro plan era ir a la playa a tomar el sol, a pasar un día de completo
relajamiento y distensión. Sinceramente no teníamos nada planeado más allá de
eso.
Allí
nos encontramos primero con Laura y su esposo, luego con todos los demás, a
excepción de Karla, que dijo querer ir de compras y luego iría a la piscina del
complejo turístico.
Almorzamos
en un kiosco colindante a la playa, y en la tarde volvimos a nuestro plan de
tomar el sol a escasos metros del litoral. Compramos unas cervezas y
permanecimos ahí hasta el anochecer. Majo me comentó, con cierto sigilo, su
deseo de que fumáramos un canuto durante la noche allí, a la orilla del mar,
cuando todos se hubiesen ido. El gran inconveniente es que la hierba estaba en
la cabaña, por lo que tuve que retirarme por un rato, abandonando el entusiasta
y agradable rato familiar.
El
novio de Esperanza, Camilo, se ofreció a acompañarme, pues él también
necesitaba sacar algo de la cabaña.
Al
llegar nos encontramos con Karla, que estaba recostada en un sofá de la sala
viendo televisión. Busqué pasar rápidamente, cruzar miradas o palabras en la
menor medida de lo posible. Seguí de largo a la habitación, busqué entre
nuestras cosas y empecé a armar el porro que planeaba fumar horas más tarde con
mi bella Majo a la orilla del mar.
Sin
embargo, un ruido llamó mi atención. Salí de la habitación y Karla ya no estaba
en la sala. El ruido venía de la habitación contigua. Abrí discretamente la
puerta y allí me encontré a Karla en cuatro, penetrada por Camilo. Los dos
estaban tan sumergidos en su disfrute que no notaron mi presencia. Cerré la
puerta, regresé a mi habitación, tomé el cigarro cannábico, y regresé a la
playa. En el trayecto estuve un poco abstraído por lo que acababa de ver.
Todavía no terminaba de procesar lo desenfrenada y lasciva que era la mayor de
este curioso grupo de hermanas.
Capítulo VI: La esbelta lujuria
Una
vez que retorné a la playa me senté junto a Majo, y continué compartiendo risas
y anécdotas con la familia. Mi mente aún era posesa de la imagen de Karla
fornicando desenfrenada con el novio de Esperanza. Ahora me sentía de alguna
manera desilusionado, vacío, pues entendía que no había aprovechado mi
oportunidad para follarla como se debe...