jueves, 25 de marzo de 2021

Follé con mi novia, su madre y sus hermanas (Capítulo V)

 Follé con mi novia, su madre y sus hermanas


Capítulo V: Karma o Karla




El día de nuestra llegada no había podido ser mejor. Majo y yo nos sacamos esas ganas que veníamos guardándonos por largos quince días. Esa primera noche quedamos exhaustos. Al otro día me fue muy difícil despertarme. Recuerdo que lo hice porque escuché a Majo discutir. Le reprochaba a Esperanza andar desnuda por el cuarto. Por estar dormido no pude verla, aunque claro está, ya conocía bastante bien ese cuerpo, pero no sobraba un segundo vistazo después de tanto tiempo. En todo caso no pude verla, por lo menos completamente desnuda.

Pero rápidamente iba a olvidarme de ese deseo de ver a Esperanza desnuda, o de la pelea que había tenido Majo y su hermana, e incluso de los planes que tenía para ese día.

Los padres de Majo habían salido, habían ido a recorrer el centro de la ciudad en búsqueda de algunos víveres que hacían falta. Laura y su esposo habían madrugado para ir a la playa. Así que en la cabaña estábamos Majo, Karla, Esperanza y su novio, y yo.

Entré a ducharme mientras los demás desayunaban. Estaba ansioso por hacerlo, el calor me tenía sofocado, y una buena ducha de agua fría era lo que necesitaba.

Pero, al contrario de lo que buscaba, no iba a terminar para nada frío luego del duchazo. Mientas refrotaba mi pelo con champú, tratando de despejarlo de las sales del océano, que lo dejan tan seco y pegajoso, alguien entró y asaltó mi tranquilidad.

Sentí una mano desvergonzada pellizcándome el culo. Con los ojos aún cerrados por temor a que me entrara champú en ellos, imaginé que era Esperanza, que había logrado la forma de deshacerse de su novio, que había encontrado la manera de distraer a todos los demás, y entrar a satisfacer sus deseos.

-      - Vete de aquí, no me metas en problemas – Dije aún convencido de que era esperanza

-      - Bueno, tú verás, pero nunca imaginé que fueras tan cagonsito

-      - Espera, espera…

Una vez que escuché su voz, noté que no era Esperanza. Mojé mis manos, mi rostro, y limpié todo rastro de champú que me impidiera abrir los ojos.

Quedé gratamente sorprendido. Era Karla, que al parecer no se llevaba bien con su hermana menor de gratis, sino que quizá era su maestra. Por lo menos compartían esa costumbre de acosar novios ajenos.

Claro que de alguna manera diferente. Karla era imponente, era una auténtica mujer. Verla allí desnuda, pretendiendo colarse en la ducha, hizo que mi sangre recorriera rápidamente mi cuerpo, para desembocar en una terrible erección.

Su piel era blanca y tersa. Para ese entonces Karla tendría unos 30 años, como mucho unos 32, y su cuerpo así lo reflejaba, no era esbelto como el de una adolescente, pero no era arrugado y seco como el de una veterana de mil guerras, estaba en su punto perfecto. Sus piernas eran carnosas y sin rastro alguno de celulitis o imperfecciones. Sus senos eran de buen tamaño, algo aguados quizá, alcanzando un volumen mayor a los de mi bella Majo o a los de Esperanza.

Su culo era macizo, pero de escasa curvatura, aunque en ese encuentro no tuve mayor oportunidad de apreciarlo, pues siempre estuvimos frente a frente. Lo que si pude fue sentirlo entre mis manos, ancho y carnoso.

Sus caderas se correspondían con el grosor de su trasero y de sus piernas, eran lo suficientemente generosas en tamaño, y todo un lujo a para quien las admira. Claro que, tiempo después Karla iba a entrar en una obsesión por bajar de peso, lo que disminuiría el tamaño de sus caderas, de sus muslos y de sus nalgas.

Su abdomen no estaba marcado, no era atlético ni nada por el estilo, pero no desentonaba, entraba en la media, y de ninguna manera desagradaba a la vista.

Pero lo mejor de Karla era su rostro, de facciones muy curvas, resaltando su feminidad. Sus labios eran pequeños pero provocativos, su nariz fina y sin anormalidad alguna, sus ojos pequeños, relativamente alargados, de un color negro muy intenso, decorados por unas bellas y largas pestañas. Su cabello negro, largo y ligeramente ondulado era un complemento perfecto a ese rostro delicado.

Su vagina era difícil de apreciar, pues se escondía tras un grueso matojo de vello. Claro que cuando ella entró en la ducha y el agua cubrió su cuerpo, ese matojo se convirtió en irrelevante puñado, incapaz de esconder esa auténtica obra de arte con forma de monederito.

Ella entró a la ducha, me besó y arrojó una de sus manos hacia mi pene, que para ese momento ya estaba listo para cumplir con su misión. “Eres todo un arrechito, ¿Cierto? Anoche me calenté al verte, pero supe que era el turno de Majo. Ahora me toca a mí…”.

Yo estaba pasmado, no sabía qué responder. Solo supe que el tiempo era limitado. Así que, la besé, y acto seguido dirigí mi pene por entre su ardiente coño. El reloj corría en contra para nosotros, pues tarde o temprano Majo y los demás empezarían a preguntarse por nuestra ausencia.

No hubo tiempo para caricias o para una degustación oral de su coño. De hecho, supongo que no duramos ni cinco minutos, pero fue tiempo suficiente para intercambiar fluidos de la manera más desvergonzada y apasionada.

La sometí con un frenético entrar y salir de mi miembro dichoso por entre su humanidad. Ella apenas me agarraba de los hombros, me miraba directamente a la cara mientras que apretaba sus dientes y dejaba escapar unos exquisitos gemidos, cortos pero sustanciosos.

No tardé en alcanzar el orgasmo, y justo cuando lo vi venir, retiré mi pene de su coño y derramé mi esperma sobre uno de sus muslos. Ella apenas sonrió, me acarició con uno de sus dedos por la mejilla, se dio vuelta y salió de la ducha; tomó una toalla, la envolvió en su cuerpo y salió del baño.

Retomé el duchazo sin poder procesar aun lo que acababa de ocurrir. Estaba extasiado, anonadado y un poco nervioso, pues todavía no sabía si alguien se había dado cuenta de lo que había sucedido.

Terminé el baño, cepillé mis dientes, me vestí, y me senté a la mesa a desayunar, como si nada hubiese pasado. Era algo tarde, así que el único que faltaba por tomar el desayuno era yo. Majo se sentó para acompañarme. Parecía normal, no advertí nada extraño en ella. Asumí entonces que ni se imaginaba lo que acababa de pasar, lo que me hizo sentir tranquilo a partir de ese instante.

Ese día nuestro plan era ir a la playa a tomar el sol, a pasar un día de completo relajamiento y distensión. Sinceramente no teníamos nada planeado más allá de eso.

Allí nos encontramos primero con Laura y su esposo, luego con todos los demás, a excepción de Karla, que dijo querer ir de compras y luego iría a la piscina del complejo turístico.

Almorzamos en un kiosco colindante a la playa, y en la tarde volvimos a nuestro plan de tomar el sol a escasos metros del litoral. Compramos unas cervezas y permanecimos ahí hasta el anochecer. Majo me comentó, con cierto sigilo, su deseo de que fumáramos un canuto durante la noche allí, a la orilla del mar, cuando todos se hubiesen ido. El gran inconveniente es que la hierba estaba en la cabaña, por lo que tuve que retirarme por un rato, abandonando el entusiasta y agradable rato familiar.

El novio de Esperanza, Camilo, se ofreció a acompañarme, pues él también necesitaba sacar algo de la cabaña.

Al llegar nos encontramos con Karla, que estaba recostada en un sofá de la sala viendo televisión. Busqué pasar rápidamente, cruzar miradas o palabras en la menor medida de lo posible. Seguí de largo a la habitación, busqué entre nuestras cosas y empecé a armar el porro que planeaba fumar horas más tarde con mi bella Majo a la orilla del mar.

Sin embargo, un ruido llamó mi atención. Salí de la habitación y Karla ya no estaba en la sala. El ruido venía de la habitación contigua. Abrí discretamente la puerta y allí me encontré a Karla en cuatro, penetrada por Camilo. Los dos estaban tan sumergidos en su disfrute que no notaron mi presencia. Cerré la puerta, regresé a mi habitación, tomé el cigarro cannábico, y regresé a la playa. En el trayecto estuve un poco abstraído por lo que acababa de ver. Todavía no terminaba de procesar lo desenfrenada y lasciva que era la mayor de este curioso grupo de hermanas.

Capítulo VI: La esbelta lujuria

Una vez que retorné a la playa me senté junto a Majo, y continué compartiendo risas y anécdotas con la familia. Mi mente aún era posesa de la imagen de Karla fornicando desenfrenada con el novio de Esperanza. Ahora me sentía de alguna manera desilusionado, vacío, pues entendía que no había aprovechado mi oportunidad para follarla como se debe...




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