martes, 23 de marzo de 2021

Cerrar una venta

 Cerrar una venta


Si hay algo en la vida que logra excitarme tanto como el mismo sexo es aquello de poder aprovecharme de la situación. Ya sea de mi posición ventajosa en algunas circunstancias, o de la necesidad ajena. Agradezco a Dios haber creado este mundo así como lo conocemos, con sus miserias, sus bajezas y sus exabruptos.

Deliro con el solo hecho de pensar que por unos cuantos pesos puedo acceder a una vagina, a un culo y al gozo de otra persona. Aunque en esta ocasión no pretendo hacer un recuento de mis aventuras puteriles, sino más bien contar sobre la forma cómo conseguí bajarle las braguitas a Elena.

Los dos pertenecemos a una gran multinacional, ella al área de comunicaciones y yo a la de recursos humanos. Ambos hemos tenido la necesidad de relacionarnos, no solo entre nosotros, sino prácticamente con cada uno de los empleados de la empresa, pues así lo exigen nuestros puestos de trabajo.

Pero más allá del relacionamiento obligado por circunstancias laborales, Elena y yo hemos logrado construir una buena amistad. Nos hemos dado la oportunidad de compartir un almuerzo o una pequeña salida de ocio al término de una jornada laboral.

Elenita es una chica más bien común. Su piel es trigueña, de apariencia suave y delicada a la vista, verdaderamente bien cuidada. Es una mujer de estatura media, y aunque no tengo el dato exacto, me atrevo a calcular que debe medir 1,60m aproximadamente. Su cabello es castaño, con algunos mechones teñidos de rubio; largo, ondulado y ciertamente desordenado, lo que le da una apariencia de alguna manera salvaje. Sus ojos son grandes y oscuros, bastante comunes, aunque logra hacer de su mirada algo penetrante. Sus labios tampoco destacan, son de un tamaño medio, y habitualmente están maquillados con un labial de tonalidad púrpura.

Y si bien el rostro de Elena es uno más del montón, no ocurre igual con su cuerpo, que generalmente pasa desapercibido por su forma de vestir, pues ella no gusta de llamar la atención. Aunque hay días que nos permite a todos los hombres de la empresa recrear la vista con su linda figura.

Especialmente con ese culo carnoso y de forma perfecta. Es uno de esos traseros que tiemblan al caminar, que se ve de alguna manera blando y frágil, de gran volumen y de apariencia curvilínea.



Sus senos no se quedan atrás, son de tamaño medio, tendiendo a grandes, recubiertos de una piel supremamente suave, y de pezón pequeño, aunque todo esto es difícil de apreciar a simple vista, pues Elena no es de usar blusas escotadas o muy ajustadas. Así que conocer estos senos es un lujo que solo nos hemos dado quienes la hemos visto ligera de ropa o al desnudo.

Sus piernas también son dignas de reseñar. Están muy bien moldeadas, son carnosas, morenas, aunque un tanto cortas. Se corresponden a la perfección con la voluminosidad de sus nalgas y sus caderas, que valga mencionar, también son macizas y apetecibles a simple vista.

Elena es una mujer rigurosa con su dieta, por lo que su abdomen y su cintura también son muy llamativos. Es difícil encontrar en ella excesos adiposos, y más bien es fácil sentirse tentado al ver ese vientre plano.

A ella le tuve ganas desde el mismo instante en que la conocí. Claro que tampoco fue algo obsesivo. No es que yo fantaseara a diario con ella, no es que yo pasara noches en vela pensando en penetrarla. Aunque no descartaba un encuentro íntimo si la oportunidad se presentaba.

Elena es una chica amable, de sonrisa frecuente en su rostro, y de buen trato hacia los demás, aunque también tiene su lado oscuro, su personalidad es posesiva, ciertamente dominante, y un tanto caprichosa. Por lo que de lleno alguien como yo descartó todo interés romántico hacia ella.

Para mí solo había dos opciones para acceder carnalmente a Elena. La primera era la más clásica de todas: encontrarla en un alto estado de embriaguez, ya fuera en una de esas esporádicas salidas de ocio o en alguna fiesta de la empresa. Y una segunda opción, mucho más apetecible para alguien como yo, consistente en aprovecharme de alguna situación que conllevara a la comunión de nuestros genitales.

Para mi fortuna esto terminó ocurriendo. Claro que no fue algo fortuito o un regalo celestial, fue algo que yo fui llevando al término deseado.

No sé qué tan bien paga sea la labor de alguien en una oficina de comunicaciones, no sé si Elena es una persona ambiciosa, o si por el contrario padece de afugias económicas, o si sencillamente se estaba rebuscando un ingreso extra. Lo cierto es que un día me contactó vía Whatsapp para ofrecerme una asesoría de bienestar con sus consecuentes productos.

Yo siempre he creído que los productos de ese tipo, Herbalife, Omnilife, entre tantos otros de ese estilo, son una gran estafa. No porque no funcionen, sino porque lo que realmente actúa en el bienestar del cuerpo son los buenos hábitos. El no consumo de licor, de hidratos de carbono, el ejercicio, etcétera.

Pero a pesar de mi concepción hacia estos productos, cuando Elena me ofreció su asesoría, fingí interés. Acepté una cita que me puso para hacerme una valoración. Sin embargo, desde el mismo momento de acordar la cita, empecé a imponer condiciones, y fui descubriendo a la vez la sumisión a la que Elena estaba dispuesta a someterse con tal de venderme su producto.

Ella me propuso hacerme una valoración de mi masa y grasa corporal de acuerdo al peso, estatura, edad y medidas. Yo acepté bajo el condicionamiento de que esa valoración me la hiciera en un lugar privado, es decir, su casa o la mía. Al final fue la suya, por aquello de hacerla sentir cómoda y confiada.

Ella, para ese entonces, vivía en un aparta-estudio (monoambiente) situado a escasas cuadras del lugar donde estaban las oficinas de la empresa para la que trabajábamos. Así que fuimos a que me realizara la dichosa valoración un día al salir de trabajar.

Elena me ofreció un café y me invitó a sentarme y ponerme cómodo. Su charla se centró en averiguar mis hábitos alimenticios, así como la existencia de algún vicio de mi parte.

Luego me invitó a quitarme la camisa para tomar medidas alrededor de mi cintura y mi pecho, pues es a partir del contraste en el tamaño de estas dos zonas que se determina la proporción de masa y grasa corporal.

Al final ella me diagnosticó un ligero exceso adiposo, que podría reducir supuestamente a partir del consumo de un té quema grasa. Me mostré dispuesto a comprarle el dichoso producto, pero le pedí que me encimara algo. Ella no supo qué podía adicionarme, y yo me animé a sugerirle que me adicionara un beso con la compra del té.

Ella se ruborizó, guardó silencio por unos cuantos segundos y al final aceptó. Fue un beso largo, especialmente porque yo la tomé de la cabeza y le evité separar sus labios de los míos. Claro que cuando terminó, yo me quejé porque supuestamente había sido muy corto.     

Elena entendió que ese beso no iba a ser suficiente para cerrar su venta, así que accedió a besarme una vez más, aunque aclarando que sería la última. De nuevo juntamos nuestros labios y nos sumergimos en un apasionado beso. Pero esta vez yo acompañé ese intercambio de saliva y hormonas con el tocamiento de uno de sus senos.

Ella, apenas sintió mi mano apretujando uno de sus pechos, se distanció de mí. Y de nuevo yo recurrí a decirle que el beso no había sido lo suficientemente satisfactorio, que me sentía estafado.

-       - ¿Tú has venido a que yo te haga una valoración o vienes con otras intenciones? – Preguntó ella luego de escuchar mi nueva negativa

-       - ¿Tú qué crees?

-       - Pues te equivocas, yo no me dedico a eso

-       - Bueno Elenita, es una lástima entonces, pues estaba dispuesto a comprarte muchos de tus productos, no solo el té. Pero, como no quieres, te agradezco, la invitación, nos vemos mañana en la oficina…

-       - Espera, espera ¿Qué tanto estás dispuesto a gastar?

-       - ¿Qué tanto me ofreces?

-       - Te ofrezco el té, un zumo de limón, una gaseosa; todos productos quemagrasa, más mi asesoría permanente por los próximos tres meses. Te haré planes nutricionales y seguimiento a tu avance, así como recomendaciones de rutinas de ejercicio. Todo por 300.000 pesos (100 dólares aproximadamente)

-      -  Ok. Yo te ofrezco 400.000 y a todo eso le agregas un polvo contigo

-       - 450

-       - Hecho…acuéstate

 

Ella se tumbó sobre la cama. Ese día llevaba puesto un jean que se le ajustaba muy bien a sus piernas, pero que me resultó un poco difícil de quitar. Ella no me colaboró para sacar su pantalón, pero una vez que estuvo sin este, se dejó llevar por mis caricias, mis lamidas y mis besos por sus bonitas piernas.

Me obsesioné un poco con ellas. Las tenía muy suaves, perfectamente depiladas, trigueñas y carnosas, tal y como las había imaginado. Me apasioné sintiendo sus carnes entre mis manos, paseando lentamente la yema de mis dedos, y arañándolas suavemente. Me di un completo banquete con sus piernas, las acaricié tanto como quise, y a pesar de que Elena se había mostrado esquiva hasta entonces para tener sexo conmigo, mi masaje en sus piernas la hizo cambiar de parecer, la hizo sumergir en un completo estado de excitación.

El calorcito que emanaba de su entrepierna así me lo confirmó, igualmente sus jadeos y su respiración en constante agite.

No tuve apuro alguno en terminar de desvestirla. Es más, me di el gusto de jugar con mis pulgares por sobre su tanga, acariciando esa vulva carnosa y cada vez más ardiente. Ella mientras tanto acariciaba sus senos metiendo su mano bajo su camisa. Afortunadamente no me quitó el privilegio de ser quien liberara sus pechos de la opresión de su blusa y de su sostén.

Bajé sus bragas, se las quité y me las guardé en uno de mis bolsillos. Acto seguido me sumergí en su entrepierna para saborear ese coño que me tenía tan obseso.

Desabroché mi pantalón y empecé a bajarlo a la vez que le brindaba una buena comida de coño.

Algo que me fascinó fue encontrar esa vagina completamente rasurada, tan impecable como sus piernas, como si se hubiese esperado que esto pasara. Luego me explicó que la llevaba así permanentemente porque a su novio le gustaba.

Los sabores de su coño fueron ciertamente hostigantes, pero para mí terminaron siendo un manjar, pues cuando te encuentras tan salaz, cualquier fluido te sabe a gloria.

Cuando la vi retorcerse del gusto, di por terminada mi misión de comerle el coño. Situé mi rostro a la altura del suyo y empecé a besarla. Simultáneamente acariciaba sus tetas aún refugiadas bajo su blusa, y con mi otra mano seguí acariciando su hirviente vagina.

Elena me entregó siempre la iniciativa. Se entregó por completo a mis caprichos y mis deseos. Pero no hubo arrepentimiento de su parte, pues a pesar de ser la primera vez que fornicábamos, logré acertar con encontrar lo que a ella le gustaba.

Le pedí seguir tocándose mientras yo me desvestía y me ponía un preservativo. Y ese fue quizá uno de los momentos que más me sacó de quicio, pues fue así, estando de pie y teniendo una panorámica de su cuerpo, que pude apreciarlo todo en conjunto, incluidos sus gestos de gustosa viciosa.

A la hora de la penetración busqué ser muy despacioso y delicado con ella, pues a leguas se notaba que Elena era una chica muy sensible, no una vulgar golfa. Además, quise disfrutar cada sensación, cada instante de mi incursión carnal entre su humanidad. No tenía apuro alguno, quería disfrutar a cada segundo, no solo de la sensación ardiente de su coño, sino de sus gestos complacientes.

Fornicamos en la posición del misionero hasta que el volumen de sus gemidos superó al del ruido que hacían nuestros cuerpos al chocar. Me di el gusto de ver la evolución de su goce, desde ese insípido comienzo en el que buscó reprimirse, hasta aquel momento en que gemía desesperada a la vez que levantaba sus piernas pretendiendo alcanzar mayor profundidad con la penetración.

Me deleité viéndola apretar sus labios entre sí, como quien se reprime de lanzar un improperio. Igualmente disfruté de verla suspirar, como quien busca contenerse de gemir o de gritar, y luego me di el lujo de verla delirar del gozo.

Me encantó eso de verla directamente a los ojos mientras me expresaba completa lascivia con su mirada. Me maravilló eso de verla morderse sus labios, y más todavía aquello de verla y sentirla empujar y restregar su pubis contra el mío, fornicando con auténticas ganas.

Pero habiendo hecho una inversión de tal magnitud, no iba a quedarme solamente con eso de follarla en el tradicional misionero. Así que llegó un momento en que me zafé de ella, la tomé de las manos y la hice darse vuelta para follarla ahora viendo ese maravilloso par de nalgas.

Fue simplemente exquisito eso de ver mi pene perdiéndose al ingresar entre sus carnes. Entró con gran facilidad, pues en ese momento el apellido de ese coño era humedad.

Mi miembro, erecto y venoso, deslizó con facilidad por esa exquisita cavidad del placer. Pero la penetración en cuatro terminó siendo una mala idea, pues el hecho de ver sus jugosas nalgas rebotando, sumado a sus constantes gemidos, lograron precipitar mi eyaculación.

Elena siguió ofreciéndome sus productos, pero yo viendo cumplido mi objetivo, no le he vuelto a comprar alguno. Ya hablará la necesidad y la billetera de ser necesario.

 



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