Cerrar una venta
Si
hay algo en la vida que logra excitarme tanto como el mismo sexo es aquello de
poder aprovecharme de la situación. Ya sea de mi posición ventajosa en algunas
circunstancias, o de la necesidad ajena. Agradezco a Dios haber creado este mundo
así como lo conocemos, con sus miserias, sus bajezas y sus exabruptos.
Deliro
con el solo hecho de pensar que por unos cuantos pesos puedo acceder a una
vagina, a un culo y al gozo de otra persona. Aunque en esta ocasión no pretendo
hacer un recuento de mis aventuras puteriles, sino más bien contar sobre la
forma cómo conseguí bajarle las braguitas a Elena.
Los
dos pertenecemos a una gran multinacional, ella al área de comunicaciones y yo
a la de recursos humanos. Ambos hemos tenido la necesidad de relacionarnos, no
solo entre nosotros, sino prácticamente con cada uno de los empleados de la
empresa, pues así lo exigen nuestros puestos de trabajo.
Pero
más allá del relacionamiento obligado por circunstancias laborales, Elena y yo
hemos logrado construir una buena amistad. Nos hemos dado la oportunidad de
compartir un almuerzo o una pequeña salida de ocio al término de una jornada
laboral.
Elenita
es una chica más bien común. Su piel es trigueña, de apariencia suave y
delicada a la vista, verdaderamente bien cuidada. Es una mujer de estatura
media, y aunque no tengo el dato exacto, me atrevo a calcular que debe medir
1,60m aproximadamente. Su cabello es castaño, con algunos mechones teñidos de
rubio; largo, ondulado y ciertamente desordenado, lo que le da una
apariencia de alguna manera salvaje. Sus ojos son grandes y oscuros, bastante
comunes, aunque logra hacer de su mirada algo penetrante. Sus labios tampoco
destacan, son de un tamaño medio, y habitualmente están maquillados con un
labial de tonalidad púrpura.
Y
si bien el rostro de Elena es uno más del montón, no ocurre igual con su
cuerpo, que generalmente pasa desapercibido por su forma de vestir, pues ella
no gusta de llamar la atención. Aunque hay días que nos permite a todos los
hombres de la empresa recrear la vista con su linda figura.
Especialmente
con ese culo carnoso y de forma perfecta. Es uno de esos traseros que tiemblan
al caminar, que se ve de alguna manera blando y frágil, de gran volumen y de
apariencia curvilínea.
Sus
senos no se quedan atrás, son de tamaño medio, tendiendo a grandes, recubiertos
de una piel supremamente suave, y de pezón pequeño, aunque todo esto es difícil
de apreciar a simple vista, pues Elena no es de usar blusas escotadas o muy
ajustadas. Así que conocer estos senos es un lujo que solo nos hemos dado
quienes la hemos visto ligera de ropa o al desnudo.
Sus
piernas también son dignas de reseñar. Están muy bien moldeadas, son carnosas,
morenas, aunque un tanto cortas. Se corresponden a la perfección con la
voluminosidad de sus nalgas y sus caderas, que valga mencionar, también son
macizas y apetecibles a simple vista.
Elena
es una mujer rigurosa con su dieta, por lo que su abdomen y su cintura también
son muy llamativos. Es difícil encontrar en ella excesos adiposos, y más bien
es fácil sentirse tentado al ver ese vientre plano.
A
ella le tuve ganas desde el mismo instante en que la conocí. Claro que tampoco
fue algo obsesivo. No es que yo fantaseara a diario con ella, no es que yo
pasara noches en vela pensando en penetrarla. Aunque no descartaba un encuentro
íntimo si la oportunidad se presentaba.
Elena
es una chica amable, de sonrisa frecuente en su rostro, y de buen trato hacia
los demás, aunque también tiene su lado oscuro, su personalidad es posesiva, ciertamente
dominante, y un tanto caprichosa. Por lo que de lleno alguien como yo descartó
todo interés romántico hacia ella.
Para
mí solo había dos opciones para acceder carnalmente a Elena. La primera era la
más clásica de todas: encontrarla en un alto estado de embriaguez, ya fuera en una de esas esporádicas salidas de ocio o en alguna fiesta de la empresa. Y una
segunda opción, mucho más apetecible para alguien como yo, consistente en aprovecharme
de alguna situación que conllevara a la comunión de nuestros genitales.
Para
mi fortuna esto terminó ocurriendo. Claro que no fue algo fortuito o un regalo
celestial, fue algo que yo fui llevando al término deseado.
No
sé qué tan bien paga sea la labor de alguien en una oficina de comunicaciones,
no sé si Elena es una persona ambiciosa, o si por el contrario padece de
afugias económicas, o si sencillamente se estaba rebuscando un ingreso extra.
Lo cierto es que un día me contactó vía Whatsapp para ofrecerme una asesoría de
bienestar con sus consecuentes productos.
Yo
siempre he creído que los productos de ese tipo, Herbalife, Omnilife, entre
tantos otros de ese estilo, son una gran estafa. No porque no funcionen, sino
porque lo que realmente actúa en el bienestar del cuerpo son los buenos
hábitos. El no consumo de licor, de hidratos de carbono, el ejercicio,
etcétera.
Pero
a pesar de mi concepción hacia estos productos, cuando Elena me ofreció su
asesoría, fingí interés. Acepté una cita que me puso para hacerme una
valoración. Sin embargo, desde el mismo momento de acordar la cita, empecé a
imponer condiciones, y fui descubriendo a la vez la sumisión a la que Elena
estaba dispuesta a someterse con tal de venderme su producto.
Ella
me propuso hacerme una valoración de mi masa y grasa corporal de acuerdo al
peso, estatura, edad y medidas. Yo acepté bajo el condicionamiento de que esa
valoración me la hiciera en un lugar privado, es decir, su casa o la mía. Al
final fue la suya, por aquello de hacerla sentir cómoda y confiada.
Ella,
para ese entonces, vivía en un aparta-estudio (monoambiente) situado a escasas cuadras del
lugar donde estaban las oficinas de la empresa para la que
trabajábamos. Así que fuimos a que me realizara la dichosa valoración un día al
salir de trabajar.
Elena
me ofreció un café y me invitó a sentarme y ponerme cómodo. Su charla se centró
en averiguar mis hábitos alimenticios, así como la existencia de algún vicio de
mi parte.
Luego
me invitó a quitarme la camisa para tomar medidas alrededor de mi cintura y mi
pecho, pues es a partir del contraste en el tamaño de estas dos zonas que se determina la proporción de masa y grasa corporal.
Al
final ella me diagnosticó un ligero exceso adiposo, que podría reducir
supuestamente a partir del consumo de un té quema grasa. Me mostré dispuesto a
comprarle el dichoso producto, pero le pedí que me encimara algo. Ella no supo
qué podía adicionarme, y yo me animé a sugerirle que me adicionara un beso con
la compra del té.
Ella
se ruborizó, guardó silencio por unos cuantos segundos y al final aceptó. Fue
un beso largo, especialmente porque yo la tomé de la cabeza y le evité separar
sus labios de los míos. Claro que cuando terminó, yo me quejé porque
supuestamente había sido muy corto.
Elena
entendió que ese beso no iba a ser suficiente para cerrar su venta, así que
accedió a besarme una vez más, aunque aclarando que sería la última. De nuevo
juntamos nuestros labios y nos sumergimos en un apasionado beso. Pero esta vez
yo acompañé ese intercambio de saliva y hormonas con el tocamiento de uno de
sus senos.
Ella,
apenas sintió mi mano apretujando uno de sus pechos, se distanció de mí. Y de
nuevo yo recurrí a decirle que el beso no había sido lo suficientemente
satisfactorio, que me sentía estafado.
- - ¿Tú has venido a que yo te haga una valoración o vienes con otras
intenciones? – Preguntó ella luego de escuchar mi nueva negativa
- - ¿Tú qué crees?
- - Pues te equivocas, yo no me dedico a eso
- - Bueno Elenita, es una lástima entonces, pues estaba dispuesto a
comprarte muchos de tus productos, no solo el té. Pero, como no quieres, te
agradezco, la invitación, nos vemos mañana en la oficina…
- - Espera, espera ¿Qué tanto estás dispuesto a gastar?
- - ¿Qué tanto me ofreces?
- - Te ofrezco el té, un zumo de limón, una gaseosa; todos productos
quemagrasa, más mi asesoría permanente por los próximos tres meses. Te haré
planes nutricionales y seguimiento a tu avance, así como recomendaciones de rutinas
de ejercicio. Todo por 300.000 pesos (100 dólares aproximadamente)
- - Ok. Yo te ofrezco 400.000 y a todo eso le agregas un polvo contigo
- - 450
- - Hecho…acuéstate
Ella
se tumbó sobre la cama. Ese día llevaba puesto un jean que se le ajustaba muy
bien a sus piernas, pero que me resultó un poco difícil de quitar. Ella no me
colaboró para sacar su pantalón, pero una vez que estuvo sin este, se dejó
llevar por mis caricias, mis lamidas y mis besos por sus bonitas piernas.
Me
obsesioné un poco con ellas. Las tenía muy suaves, perfectamente depiladas,
trigueñas y carnosas, tal y como las había imaginado. Me apasioné sintiendo sus
carnes entre mis manos, paseando lentamente la yema de mis dedos, y arañándolas
suavemente. Me di un completo banquete con sus piernas, las acaricié tanto como
quise, y a pesar de que Elena se había mostrado esquiva hasta entonces para
tener sexo conmigo, mi masaje en sus piernas la hizo cambiar de parecer, la
hizo sumergir en un completo estado de excitación.
El
calorcito que emanaba de su entrepierna así me lo confirmó, igualmente sus
jadeos y su respiración en constante agite.
No
tuve apuro alguno en terminar de desvestirla. Es más, me di el gusto de jugar
con mis pulgares por sobre su tanga, acariciando esa vulva carnosa y cada vez
más ardiente. Ella mientras tanto acariciaba sus senos metiendo su mano bajo su
camisa. Afortunadamente no me quitó el privilegio de ser quien liberara sus
pechos de la opresión de su blusa y de su sostén.
Bajé
sus bragas, se las quité y me las guardé en uno de mis bolsillos. Acto seguido
me sumergí en su entrepierna para saborear ese coño que me tenía tan obseso.
Desabroché
mi pantalón y empecé a bajarlo a la vez que le brindaba una buena comida de
coño.
Algo
que me fascinó fue encontrar esa vagina completamente rasurada, tan impecable
como sus piernas, como si se hubiese esperado que esto pasara. Luego me explicó
que la llevaba así permanentemente porque a su novio le gustaba.
Los
sabores de su coño fueron ciertamente hostigantes, pero para mí terminaron
siendo un manjar, pues cuando te encuentras tan salaz, cualquier fluido te sabe
a gloria.
Cuando
la vi retorcerse del gusto, di por terminada mi misión de comerle el coño.
Situé mi rostro a la altura del suyo y empecé a besarla. Simultáneamente
acariciaba sus tetas aún refugiadas bajo su blusa, y con mi otra mano seguí
acariciando su hirviente vagina.
Elena
me entregó siempre la iniciativa. Se entregó por completo a mis caprichos y mis
deseos. Pero no hubo arrepentimiento de su parte, pues a pesar de ser la
primera vez que fornicábamos, logré acertar con encontrar lo que a ella le
gustaba.
Le
pedí seguir tocándose mientras yo me desvestía y me ponía un preservativo. Y
ese fue quizá uno de los momentos que más me sacó de quicio, pues fue así,
estando de pie y teniendo una panorámica de su cuerpo, que pude apreciarlo todo
en conjunto, incluidos sus gestos de gustosa viciosa.
A
la hora de la penetración busqué ser muy despacioso y delicado con ella, pues a
leguas se notaba que Elena era una chica muy sensible, no una vulgar golfa.
Además, quise disfrutar cada sensación, cada instante de mi incursión carnal
entre su humanidad. No tenía apuro alguno, quería disfrutar a cada segundo, no
solo de la sensación ardiente de su coño, sino de sus gestos complacientes.
Fornicamos
en la posición del misionero hasta que el volumen de sus gemidos superó al del
ruido que hacían nuestros cuerpos al chocar. Me di el gusto de ver la evolución
de su goce, desde ese insípido comienzo en el que buscó reprimirse, hasta aquel
momento en que gemía desesperada a la vez que levantaba sus piernas
pretendiendo alcanzar mayor profundidad con la penetración.
Me
deleité viéndola apretar sus labios entre sí, como quien se reprime de lanzar
un improperio. Igualmente disfruté de verla suspirar, como quien busca
contenerse de gemir o de gritar, y luego me di el lujo de verla delirar del
gozo.
Me
encantó eso de verla directamente a los ojos mientras me expresaba completa
lascivia con su mirada. Me maravilló eso de verla morderse sus labios, y más
todavía aquello de verla y sentirla empujar y restregar su pubis contra el mío,
fornicando con auténticas ganas.
Pero
habiendo hecho una inversión de tal magnitud, no iba a quedarme solamente con
eso de follarla en el tradicional misionero. Así que llegó un momento en que me
zafé de ella, la tomé de las manos y la hice darse vuelta para follarla ahora
viendo ese maravilloso par de nalgas.
Fue
simplemente exquisito eso de ver mi pene perdiéndose al ingresar entre sus
carnes. Entró con gran facilidad, pues en ese momento el apellido de ese coño
era humedad.
Mi
miembro, erecto y venoso, deslizó con facilidad por esa exquisita cavidad del
placer. Pero la penetración en cuatro terminó siendo una mala idea, pues el
hecho de ver sus jugosas nalgas rebotando, sumado a sus constantes gemidos,
lograron precipitar mi eyaculación.
Elena
siguió ofreciéndome sus productos, pero yo viendo cumplido mi objetivo, no le
he vuelto a comprar alguno. Ya hablará la necesidad y la billetera de ser
necesario.