domingo, 17 de enero de 2021

Hermanitas de sangre y leche (Capítulo VI)

 Hermanitas de sangre y leche


Capítulo VI: infragantis


 

Era evidente el interés de ella por mí y el mío por ella, así que nuestros encuentros sexuales se iban a repetir en más de una ocasión. Pero siempre íbamos a contar con la dificultad del dónde: en su apartamento existía el peligro de ser descubiertos por sus hermanas o su hermano, en mi casa estaban mis padres, con lo incómodo que puede ser follar teniéndolos en el cuarto del lado.

 

Agotamos rápidamente la opción de los moteles, pues como universitarios carecíamos de unos ingresos que nos permitieran ir de motel en motel. Además de la exposición que implica ir a estos sitios. También agotamos la posibilidad de hacerlo en sitios públicos, pues para ese entonces nos ganaba el pánico de ser descubiertos, luego eso iba a cambiar, iba a ser ponderante el deseo y el morbo de hacerlo en un lugar público por sobre cualquier otra cosa.

No nos quedaba más opción que seguir buscando los momentos indicados para hacerlo en su apartamento. De todas formas no es que se tratara de algo tortuoso, pues tanto a ella como a mí nos generaba adrenalina el hecho de poder ser descubiertos por su familia, y siempre salir airoso.

Aunque tanta dicha iba a llegar a su fin algún  día. Ocurrió una mañana de sábado. Yo había llegado en la noche del viernes a su apartamento para compartir unas cervezas con Camilo. Para el día siguiente Camilo y Diana tenían previsto ir a un concesionario para elegir un auto que sus padres habían prometido les iban a regalar. El plan de Camilo era que yo le acompañara y le diera mi opinión sobre cuál elegir, pero al día siguiente yo fingiría sufrir un fuerte dolor de estómago para no ir con él. Alexandra tampoco estaba, pues había ido a pasar el fin de semana casa de su novio.

Todo estaba servido para pasar una mañana de placer con Katherine, a quien tampoco le resultaría muy difícil esquivar el compromiso de ir al concesionario. Su pretexto fue un fuerte dolor abdominal a causa de su periodo, razón que Diana comprendió por completo.

Yo permanecía sentado en la sala, agarrando mi estómago por el supuesto dolor, cuando Camilo y Diana salieron del apartamento. Una vez que la puerta se cerró, salí al balcón a fumar un cigarro y a esperar para verlos salir del edificio y dar por hecho que el camino estaba despejado.

Terminé el cigarro y me dirigí al cuarto de Katherine, que para ese momento seguía durmiendo. Empecé a deslizar hacia abajo y muy despacito el pantaloncito corto que usaba como pijama.

A pesar de que su vagina quedó expuesta ante mis ojos, no me dirigí directamente a esta sino que empecé a besar y acariciar sus piernas. No tenía apuro alguno, ya que era prácticamente imposible que Camilo y Diana regresaran antes del mediodía. Pasé mis dedos por sobre su coño estableciendo el contacto apenas necesario para sentirlo.

Uno de mis grandes placeres era darle sexo oral a Katherine. Me excitaba sobremanera lo bien cuidada que tenía su vagina, siempre suave, siempre depilada, prácticamente al ras, sintiéndose apenas esos pelitos nacientes tan característicos de las zonas íntimas. Pero lo que más me ponía de darle sexo oral a Katherine era la facilidad con que su vagina se humedecía.

Empecé a pasear mi lengua sobre sus labios vaginales, y ella, aún entre sueños disfrutaba de lo que sentía, por momentos se retorcía, por momentos dejaba escapar suspiros y murmuraba mi nombre en medio de la inconsciencia onírica. Su coño delataba su alto estado de excitación, pues ardía a pesar de no haber pasado más que unos minutos de mi sesión de sexo oral.

Cuando despertó se vio sorprendida de encontrarme ahí, con mi cara metida en medio de sus piernas. No porque no se lo esperara, pues era algo que habíamos charlado, sino porque no esperaba que nuestro encuentro fuera a empezar tan temprano.

No cruzamos palabra. Yo alcancé a levantar un poco la mirada y a verla sonreír antes de que me enroscara con sus piernas, metiendo de lleno mi rostro contra su coño.

Yo seguí jugando con mi lengua en su vagina, pero ahora me ayudaba de mis manos para acariciar su torso. Para ese momento ella no hacía algo diferente a disfrutar. Su vagina ya no ardía únicamente, sino que se había convertido en un pozo. La mitad de mi cara y parte de mi cuello estaban empapados con sus fluidos.

Pero nuestra sesión de placer se vio interrumpida de repente. Alexandra estaba parada bajo el marco de la puerta de la habitación, estaba viendo todo, quién sabe desde hace cuánto, pues había permanecido en silencio. Nos interrumpió a la vez que nos pegó un susto absurdo. “¿Qué es lo que está pasando aquí?”, dijo.

Ambos dirigimos la mirada hacia la puerta y la vimos allí parada, sin saber qué hacer o qué explicación darle. ¿Pero qué explicación podíamos dar? Era más que evidente lo que hacíamos.

Katherine, arrinconada por la situación, empezó a contarle toda la verdad a Alexandra. Le contó desde nuestro primer encuentro sexual hasta lo que estábamos haciendo esa mañana. Le pidió guardar el secreto, pues sabía que Camilo se molestaría conmigo en caso de enterarse. También creía que Diana no vería con buenos ojos que yo fornicara con su pequeña hermana.

Alexandra tranquilizó a Katherine, accedió a guardar silencio pero bajo una condición: Me miro y dijo “quiero que me hagas lo que le estabas haciendo a ella”.

Quedé helado, me parecía absurda la petición de Alexandra. Pero Katherine aceptó de inmediato. Me miró y sin decir palabra alguna, solo con sus gestos, me envió a cumplir la misión de satisfacer a su hermana para comprar su silencio.

Debo admitir que dar sexo oral es uno de mis pasatiempos favoritos, tanto así que mis amigos más cercanos me habían bautizado como “el lamechochas profesional”. El hecho de poder excitar tanto a una mujer con mi lengua y mis manos me parecía algo espectacular.

El coño de Alexandra no era una novedad para mí, pero si lo iba a ser el sexo oral con este. Nunca le había dado sexo oral a ella porque me parecía el polo opuesto a Katherine: no le daba la atención suficiente a su zona íntima, ni siquiera se tomaba el trabajo de depilarla.

Pero no tenía otra opción. Era un acuerdo establecido entre los tres para conservar el perfil bajo de nuestra relación con Katherine. Tampoco se trataba de una tortura, así que me puse manos a la obra para cumplir con lo pactado.

Alexandra se sacó el pantalón y luego sus calzones, que en esa ocasión eran unos cacheteros con encaje. Su vagina estaba tal y como la recordaba, oculta bajo una densa capa de bello.

La acosté en la cama y procedí a consentirla con la lengua mientras Katherine veía todo. Supongo que para ella fue incómodo, para mí no dejó de ser supremamente excitante.

Claro que esa sensación de calentura se disipaba al sentir el sabor del coño de Alexandra, pues era bastante fuerte; impedía concentrarse en dar un buen sexo oral.

Aunque poco a poco me fui acostumbrando y pude tolerarlo. De todas formas no tenía otra opción, pues romper el acuerdo implicaba no poder contar con su silencio.

Alexandra disfrutaba bastante de la sesión de sexo oral. Su vagina estaba lejos de producir la cantidad fluidos que lograba la de su hermana menor, pero su aumento de temperatura la dejaba en evidencia.

También el accionar de sus manos, que poco a poco fueron ejerciendo más presión sobre mi cabeza contra su pelvis.

Teniendo mi rostro hundido entre su humanidad, me era imposible ver la reacción de Katherine, que todavía seguía a un costado, observándolo todo.

Alexandra gozó tanto de la situación que se dejó llevar y empezó a pedirme que la follara. Cuando eso ocurrió, Katherine reaccionó diciendo: “No más, ha sido suficiente”.

Yo levanté mi cabeza, anonadado aún por lo que había escuchado. Ella siguió hablando, “prefiero contarles yo a permitirte que te tires a mi novio”. Luego me tomó de la mano, me hizo poner en pie, y empezó a besarme; sin importar el inminente sabor a coño impregnado en mis labios y en general en mi cara.

Yo sabía que no había alternativa, o se destapaba todo porque Alexandra lo contaba, o porque nosotros lo hacíamos, pero no había escapatoria, había llegado el momento de confesar a Camilo que me estaba tirando a la menor de sus hermanas.

-      Cálmate, que no me interesa tu novio. Solo quería saber por qué disfrutabas tanto, dijo Alexandra tratando de tranquilizar a Katherine

-      ¡Vete a la mierda!, respondió Katherine a su aprovechada hermana

Sin soltarme la mano, Katherine me llevó hacia uno de los baños para rematar la faena que su hermana había interrumpido. Sería el último polvo que echaríamos con el desconocimiento de su familia.  Seguramente sería el último que tendríamos de forma clandestina, escondidos, como si hiciéramos algo malo, aunque eso dependía de la reacción que tuvieran Camilo y Diana una vez que se enteraran de lo nuestro.

Katherine se sacó la camiseta que cubría su torso y rápidamente entró a la ducha. Yo tardé un poco más, pues entre lengüetazo y lengüetazo no me había dado tiempo de quitarme la ropa.

Una vez que me desvestí e ingresé, la encontré allí tirada en el suelo, recostada contra una de las paredes, con sus piernas abiertas y haciéndome señas de que rematara la mamada que había empezado minutos atrás.

Lo hice con gusto. Para mí la vagina de Katherine era como un delicioso postre, no por su sabor, sino por el efecto placer que producía a Katherine. Aunque a esa altura de la mañana ya era más que justo y necesario penetrarla. Me lo había ganado, había hecho méritos suficientes, y ella lo entendió así.

Salimos de la ducha y nos sentamos sobre el inodoro. Bueno, ella no, ella se sentó encima de mí y empezó a darme una cabalgata brutal, utilizando mi miembro erecto como su consolador ideal. Yo la dejé moverse a su gusto, no utilicé mis manos para guiar su movimiento en ningún momento. Lo que si hice fue jugar con sus pequeños y tiernos senos entre mis manos y entre mi boca. También le metí un dedo por el ojete, más concretamente el índice de la mano derecha, era algo que venía anhelando y que hasta ahora no me había dado el gusto de cumplir.

Lo hice sin ser muy intrusivo, con mucha delicadeza y sin apuro. Ella no me reprochó en ningún momento. Solo clavaba sus ojos en mi rostro, abriendo y cerrando su boquita al mismo ritmo que gemía. Ocasionalmente me besaba y ocasionalmente me enterraba las uñas en la espalda.

Cuando mi excitación llegó a su cúspide, se lo hice saber, pues ya era una costumbre descargar mis orgasmos en su rostro.

Ella tuvo que volver a bañarse, pues el coito le había puesto a sudar su coñito, además que su rostro había quedado cubierto de semen.  
Mientras ella estaba en la ducha, yo permanecí sentado en el váter, pensando cómo le iba a explicar a Camilo que me estaba follando a su hermana, a la pequeña y consentida Katherine.

Capítulo VII: Entrando por el garaje


La excitación del polvo mañanero y sabatino había pasado. Ahora caminaba de lado a lado en ese apartamento, pensando en la reacción que iba a tener mi mejor amigo. También entendiendo que, si Katherine estaba dispuesta a revelar esto a su familia era porque consideraba que yo era su pareja. Ella y yo veníamos follando desde hace unos meses, pero nunca charlamos acerca de nosotros, ni salimos en plan de novios, ni nada parecido, hasta ahora se había tratado solo de sexo ocasional...



Hermanitas de sangre y leche (Capítulo V)

 Hermanitas de sangre y leche


Capítulo V: "Enlagunada"




Yo seguía frecuentando el apartamento de Camilo, pero ya no había la maliciosa intención de follar con Alexandra, así se diera la oportunidad. Iba allí sencillamente porque Camilo era mi amigo y siempre era un buen plan ir a su hogar, siempre había algo para hacer, o la sencilla oportunidad de conversar y compartir como buenos amigos.

Evidentemente yo iba con la ilusión de coincidir con una esporádica visita de su hermana más pequeña, Katherine, que para ese entonces me había causado una obsesión, todavía más porque, a pesar de la ausencia, mantenía el deseo vivo enviándome fotos suyas, con y sin ropa. Sin embargo, siempre me llevaba decepciones, pues nunca la encontraba.

 

Tampoco desaprovechaba las ocasiones en que estaba su hermana mayor, Diana, a quien siempre vi con ojos de lujuria. Pero mis oportunidades para deleitarme con su cuerpo eran limitadas ya que ella casi nunca estaba en casa.

 

Alexandra ya no me calentaba de gran manera, y el sentimiento era mutuo, pues ella tampoco demostraba mayor interés en volver a follar conmigo. De todas formas, seguimos llevándonos bien, compartiendo noches de trasnocho en esas épocas de exámenes, trabajos, entregas y parciales.

 

Mi larga espera por volver a ver a Katherine iba a terminar al año siguiente, en el que ella empezaría sus estudios universitarios acá, en Bogotá.

 

Yo estaba dichoso porque al fin la tendría cerca para repetir lo de aquella lujuriosa noche en que la conocí. Aunque no iba a ser fácil, pues todo debía ser clandestino ya que ni Camilo ni sus hermanas podían enterarse.

 

Viviendo todos en el mismo apartamento iba a ser una misión difícil de cumplir. Sabía que entre más visitará este apartamento, más opciones tendría para que se diera tal oportunidad.

 

Obviamente, en medio de la espera por la ocasión perfecta, debía cruzarme con ella y afrontar sus insinuaciones, pues a ella parecía no importarle nada. De hecho, era bastante desinhibida para demostrar que me deseaba; me agarraba el culo o la entrepierna si nos cruzábamos por algún pasillo del apartamento, me buscaba en mis momentos de soledad en el balcón mientras fumaba, o sencillamente me hacía gestos provocativos, incluso, en presencia de Camilo y sus hermanas, claro está, sin que ellos lo notaran.

 

Quizá la vez más arriesgada fue un día en que Diana cocinó para todos los que estábamos en el apartamento. Estaba obviamente Camilo y Diana, Alexandra y su novio, y Katherine y yo.

 

Katherine se sentó junto a mí en la cena, recuerdo que en frente mío estaban Alexandra y su novio, mientras que en las cabeceras de la mesa estaban Camilo y Diana.

 

Esa vez, en medio de la cena, Katherine tomó mi mano izquierda, y la posó sobre una de sus piernas. Ella llevaba una falda puesta, así que el contacto fue piel con piel.

 

Pensé en quitar mi mano de ahí, pero sabía que ella estaba gozando con la situación y no quería romperle la ilusión, tampoco quedar como un cobarde, así que dejé mi mano sobre su pierna. Poco a poco ella la fue deslizando hasta llevarla por debajo de su falda. Palpe su coño por sobre su ropa interior, y aun así se sentía el ardor. A la vez moría del pánico por la posibilidad de ser descubiertos, pero afortunadamente eso no pasó. Terminé de cenar, me puse de pie y pedí permiso para retirarme a fumar al balcón.

 

Allí, solo, con la fuerte brisa que se siente y con la panorámica que brinda el estar en un décimo piso, pensaba en lo que acababa de pasar. Mi calentura era total. Tenía en mente rematar esa noche con un buen polvo con Katherine a pesar de la presencia de Camilo y sus hermanas. Evidentemente tenía que ser precavido, tenía que cumplir mis deseos, pero sin ponerme en riesgo.

 

Era una misión difícil y arriesgada, pues por más que lo pensaba, no encontraba la forma de follar con Katherine bajo el mismo techo que su hermano y sus hermanas, sin ponernos en evidencia.

 

Pero de repente se me ocurrió que no tendría que ser necesariamente allí, en ese apartamento. Es más, tampoco tendríamos que alejarnos demasiado, era cuestión de dar correcto uso a todos los espacios disponibles. Afuera del apartamento, justo en lado quedaba el cuarto de basuras de ese piso. Era una zona común y por ende podía ser más arriesgado, pues en caso de ser atrapados el escándalo podría ser mayor.

 

Aunque a altas horas de la noche era difícil que alguien fuera a ese lugar.

Esa noche, más o menos sobre las 12, todos se habían ido a sus respectivos cuartos. Yo estaba en el sofacama destinado al invitado, que de tantas veces que me había quedado allí, creo que ya tenía mi olor.

 

Empecé a enviarle mensajes por whatsapp a Katherine. Le invitaba a escapar un ratito de su cuarto, que al mismo tiempo compartía con Diana. No fue muy difícil convencerla, pues para esa época parecía que la obsesión de ella por mí era superior a la mía por ella, o por lo menos equiparable.

 

Una vez que se reunió conmigo allí en la sala, le pregunté si había vuelto a fumar marihuana y si le gustaría volver a fumar un porrillo conmigo. Ella accedió sin obstáculo alguno. Salimos al balcón, lo encendimos y lo fumamos en medio del silencio. Luego empecé a besarla y a preguntarle si me había extrañado. La fui llevando contra la pared a medida que nos besábamos y subía la tensión. Fui sintiendo una vez más sus carnes entre mis manos, su pubis contra el mío, y su deseo por mí más vivo que nunca. Pero decidí detenerme, pues ese no era el plan.

 

La tomé de una mano y la llevé hacia la entrada del apartamento, abrí la puerta con total sigilo, y salimos. Luego entramos al cuarto de basuras, que en este caso no es de aquellos que tiene cubos llenos de residuos, sino un ducto por el que se arrojan. Era un espacio bastante pequeño, pero lo suficientemente amplio para los planes que tenía.

 

Volví a besarla, y poco a poco fui pasando a su cuello. Al mismo tiempo la acariciaba con ambas manos, aunque rápidamente una de ellas iría a parar bajo su ropa interior.

 

Mientras levantaba su camisa y le besaba sus pequeños senos, acariciaba su vagina que empezaba a emanar una alta temperatura a pesar del poco tiempo que llevábamos dándonos cariño.

 

Esta vez ella parecía entregada completamente a mis caprichos. Estaba completamente sumisa, dándome toda la iniciativa.

 

Le saqué su camisa y la colgué de la perilla de la puerta. Sus delicados senos quedaron al aire, a mi completa disposición. Una vez más estaba cara a cara con esos pequeños pezones rosa. Los besé por un tiempo corto, pues ese no era el premio mayor.

 

Bajé lentamente por su abdomen con mi lengua mientras con mis manos trataba de desapuntar su falda. Debo confesar que hubo cierta torpeza de mi parte, pues ella tuvo que intervenir para abrir el cierre y así poder quitársela y hacerla a un lado.

 

Una vez que quedó solamente en ropa interior, que para esa noche eran cacheteros, mi excitación era total. Aunque del afán no queda sino el cansancio, así que no me precipité para follar con ella, sino que me encargué de hacer que esta fuera otra noche memorable, tanto para mí como para ella.

 

Me arrodillé y empecé a pasear mis manos por su abdomen, por sus caderas, por sobre su vagina, que aún permanecía cubierta; por sus piernas, por su culo.

 

Era muy delicado al hacerlo, pues era el trato que una figura como la de Katherine le exigía a mi mente. Empecé a besar la cara interna de sus piernas, también a pasar lentamente mi lengua hasta subir a su pubis. Bajé sus cacheteros y me puse una vez más cara a cara con su vagina.

 

Comencé a chuparla, a lamerla y a besarla sin dejar de acariciar su abdomen, sus piernas y sus caderas. Era notorio que ella lo disfrutaba, pues para ese momento ya empezaba a soltar unos pequeños jadeos.

 

Ocasionalmente levantaba la mirada para ver su cara, para ver sus gestos de placer. Ella estaba con sus ojitos cerrados y la cabeza ligeramente reclinada hacia atrás.

Su vagina se humedeció rápidamente, Pero esto no hizo que me detuviera, pues a pesar de que el sabor de sus fluidos era hostigante, estos se convertían en un manjar al saber que eran fruto de su disfrute.

 

Ella me agarraba fuertemente del pelo para evitar que mi cara se apartara de su coño. No era necesario que lo hiciera, pues yo aún estaba lejos de terminar con la sesión de sexo oral que tenía preparada para ella.

 

Continuaba acariciando su cuerpo, pero esta vez mis caricias iban acompañadas de ligeros y suaves rasguños por su espalda. Era tal su excitación que sus fluidos fueron escurriéndose por la cara interna de sus muslos. Ocasionalmente me ayudé con los dedos para acariciar su vulva, que para ese momento ardía. Sus jadeos pasaron a ser gemidos y posteriormente pasaron a ser pedidos para que la penetrara.

 

Hice caso a su petición, pues ya era hora de sentirla nuevamente. Allí, de pie y frente a frente la penetré. Acompañé ese momento con unos tiernos besos. La follaba con relativa calma, sin apuro alguno, aunque sentía que pronto debía cambiar esa actitud, pues del primer encuentro había aprendido que a esta chica le gustaba el sexo duro, agresivo y sin contemplaciones.

 

Tomaba entre mis manos y apretaba sus nalgas a medida que la penetraba con más fuerza. Ella no decía nada. Por ratos me miraba directamente a los ojos, con la boquita abierta, para luego pasar a cerrar sus ojos y reclinar su cabeza mientras soltaba uno que otro gemido. Yo la besaba con frecuencia, pues sus labios eran un gran factor de sensualidad. También su manera de besar, ya que Katherine gustaba de morder cuando lo hacía, y a mí eso me volvía loco. De hecho, cuando lo hacía, yo parecía detener mis movimientos, para luego reanudarlos con mayor fortaleza.

 

La humedad de su vagina podía sentirla ya en mis pubis, al igual que sentía sus senos chocar contra mi pecho con cada una de mis embestidas. Y así como yo agarraba sus nalgas en ese coito en pie recostados contra una pared, ella agarraba las mías enterrando sus uñas.

 

De todas formas, mantenernos en esa posición fue algo agotador, así que con el pasar de los minutos nos “desenganchamos”, le di vuelta, la apoyé contra la pared y la penetré. La rodeaba con uno de mis brazos por su abdomen mientras que con la otra mano la tomaba, por ratos de uno de sus hombros, por ratos de su pelo, y por ratos de su cara para girarla y continuar besándola.

 

El volumen de sus gemidos fue en aumento, aunque eran realmente esporádicos. Yo trataba de ser silencioso, pues a pesar de no estar al interior del apartamento, sentía que de todas formas estábamos corriendo un riesgo.

 

Me encargaba de penetrarla a profundidad pero sin agresividad, tratando de evitar hacer ruido con nuestros cuerpos al chocar. Tampoco me apetecía follarla con dureza, a menos de que ella lo quisiera, pero nunca lo manifestó.

 

Más bien guardaba silencio, ocasionalmente dejaba escapar sus gemidos, que en medio de la oscuridad de ese cuarto me resultaban bastante lujuriosos y dicientes.

 

Este, a diferencia del primer polvo, fue bastante largo. Seguramente porque ninguno de los dos sintió la amenaza o el temor de aquella primera vez en que corrimos el riesgo de ser descubiertos. Pero, aunque yo hubiese querido que durara para siempre, su apretado coño iba a cumplir con la función de generarme un orgasmo. Fui lo suficientemente previsivo y ágil para sacarlo y terminar corriéndome sobre su espalda y sobre su culo.

 

Cuando terminamos no pensamos en encender la luz por lo menos en un comienzo. Pero ella soltó un pequeño grito seguido de una risa nerviosa. Lo hizo porque había pisado un charco en el suelo, un charco que ella misma había creado con sus fluidos.

 

En un comienzo yo no entendí el porqué de su reacción, encendí la luz y vi el charco, ella aún en medio de su risa nerviosa se disculpó.

 

-          Ay, oye, perdóname, la verdad que no lo controlé, dijo la avergonzada chica

-          No te preocupes…

-          - Yo no sé tú qué sentiste, yo sentí rico así que me dejé llevar, dijo ella interrumpiendo mi respuesta

-          Tranquila, yo ni me di cuenta

-          Jejejejeje, nunca me había pasado, de verdad discúlpame

-          No te preocupes, es algo completamente natural, no tienes de que avergonzarte

 

Ver el pequeño charco de fluido allí en el suelo, no solamente me calentó, sino que despertó en mi un sentimiento de compasión, quizás enamoramiento, por la vulnerabilidad y nobleza expresada por Katherine.

 

La besé antes de que se vistiera, acaricié su mejilla y le expresé lo mucho que me alegraba su llegada a la ciudad y su aparición en mi vida. Nos vestimos y entramos de nuevo a su apartamento. Nos besamos nuevamente y luego la vi partir hacia su habitación mientras yo tenía el deseo de compartir la noche entera con ella.

 

Capítulo VI: infragantis

 

Era evidente el interés de ella por mí y el mío por ella, así que nuestros encuentros sexuales se iban a repetir en más de una ocasión. Pero siempre íbamos a contar con la dificultad del dónde: en su apartamento existía el peligro de ser descubiertos por sus hermanas o su hermano, en mi casa estaban mis padres, con lo incómodo que puede ser follar teniéndolos en el cuarto del lado.

 




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