viernes, 26 de marzo de 2021

La profe Luciana (Capítulo IX)

 La profe Luciana 


Capítulo IX: Perforar



Ver a Luciana derretirse de gozo fue exquisito. Pero la velada no iba a terminar con un empate a uno en orgasmos. Nada que ver. Esta era una mujer sedienta de gozo, y yo, todavía desconociendo todo su potencial, iba a pagar caro ese atrevimiento de querer ponerme a su par. Luciana se rehízo rápidamente, apoyó su cuerpo contra uno de los espejos, giró su cara y, con su mirada desafiante, me invitó a explorarla una vez más con mi pene aún erecto.

Ni corto ni perezoso me acerqué a ella, pasé suavemente la palma de mi mano por su vulva, y acto seguido separé esos labios de apariencia sonrosada y le introduje mi falo.

Le besaba el cuello mientras me movía suavemente en su interior. Ella apenas apartaba su cabeza para permitirme mayor movilidad en su tatuado cuello. Pasó una de sus manos por detrás de su cabeza y de la mía, para posteriormente sujetarme y regalarme uno de sus suculentos besos.

Una vez mis labios se distanciaron de los suyos, bajé levemente la mirada, como para supervisar la diversión de mi pene entre su coño. Y fue ahí que sucumbí a la mayor de sus tentaciones, fue en ese momento que empecé a ver su ojete saludando, como pidiendo unirse a la fiesta.

No sabía si ella estaba dispuesta, no sabía cómo podría reaccionar, pero a mí sinceramente se me antojaba explorarle esa cavidad hasta ahora desconocida para mí.

No solo la de Luciana, en general la de cualquier otro ser humano, pues jamás, hasta ese entonces me había dado el gusto de penetrar a alguien por el culo. Ni a mi mujer ni a nadie.

Sin embargo, una intromisión abusiva de ese tipo podía inquietar a la mismísima Luciana, reina de la transgresión, de lo sucio, de lo prohibido y de lo bizarro.

Preferí entonces tantear el terreno. Retiré mi miembro de su coño y posteriormente le metí un par de mis dedos. No duraron mucho tiempo allí, pues la intención no era masturbarla, sino humedecerles un poco con ese líquido viscoso que pululaba de su ardiente vagina.

Una vez recubiertos, los dirigí hacia su ojete. Quería lubricarle el culo con los propios fluidos de su concha. Quizá con un escupitajo si se hacía necesario, pero especialmente quería hacerle manifiesto mi deseo de poseer ese culo.

Para mí fortuna, Luciana dio el visto bueno. No solo con uno de sus provocativos gestos, sino tomando mi mano y siendo ella misma quien la dirigiera hacia su ojete.

La estimulé por escaso par de minutos con mis dedos, aunque durante ese tiempo me di el gusto de volver a penetrarle por la vagina. Sentía mi glande con los dedos al otro lado del muro y viceversa, sentía el pene en mis dedos, obviamente recubierto por las carnes de Luciana.

Y al ver mis dedos cada vez más autónomos en su exploración rectal, fui entendiendo que el momento del debut de mi miembro por caminos de pavé había llegado.

Penetrar un culo no es como penetrar una vagina. Es más, diría que no se trata de penetrar sino de perforar. El miembro erecto, deseoso y ansioso se encuentra contra una muralla, que poco a poco, que paso a paso, va ir cediendo; pero hay que ser paciente, hay que saber cómo y cuándo hacer fuerza para no lastimar, para abrir camino de a poquito.

El transitar es lento, pero sumamente gustoso. Las paredes del recto se van a ir abriendo, y va a llegar un punto en el que empezarán a segregar un fluido único en su especie, una sustancia viscosa, que seguramente tendrá una función más relacionada con la excreción que con otra cosa.

Mi miembro se enterraba de a pocos, mientras ella retorcía su bonito rostro. Sus ojos adquirían esa tonalidad blancuzca, desapareciendo su pupila y su iris; su boca dejaba escapar unos gemidos con cierto rasgo gutural; y su culo era cada vez más permisivo en mi primera incursión.

El ano genera una sensación particular al momento de penetrar, está rodeado por más músculos y todos estos estrujan inconscientemente al intruso. Sentir mi miembro aprisionado por sus nalgas fue suficiente para hacerme estallar de placer por segunda vez en la noche.

Debo admitir que no fue una relación anal de larga duración, con muy poco alcancé el climax. Pero ver, segundos después, mi esperma chorreando y cayendo de su culo, sería estímulo suficiente para animarme a buscar el tercer orgasmo de la jornada.

Capítulo X: Derrota en el embalaje


Antes de continuar, Luciana me ofreció tomarnos un descanso. Pedimos una botella de vino a la habitación y una vez no la entregaron, la consumimos en la pequeña sala, acompañada con un cigarrito de cannabis, que obviamente tuvo a Luciana a cargo de su armado. Ella lucía algo despeinada, quizá un poco colorada, pero en líneas generales no aparentaba el desgaste que se supone causa el más exigente de los ejercicios. Yo, a diferencia, me sentía ciertamente agotado. Estaba recubierto de sudor, de lo que, en su momento, y para darme valor, catalogué como ‘las perlas del guerrero’...



jueves, 25 de marzo de 2021

Follé con mi novia, su madre y sus hermanas (Capítulo V)

 Follé con mi novia, su madre y sus hermanas


Capítulo V: Karma o Karla




El día de nuestra llegada no había podido ser mejor. Majo y yo nos sacamos esas ganas que veníamos guardándonos por largos quince días. Esa primera noche quedamos exhaustos. Al otro día me fue muy difícil despertarme. Recuerdo que lo hice porque escuché a Majo discutir. Le reprochaba a Esperanza andar desnuda por el cuarto. Por estar dormido no pude verla, aunque claro está, ya conocía bastante bien ese cuerpo, pero no sobraba un segundo vistazo después de tanto tiempo. En todo caso no pude verla, por lo menos completamente desnuda.

Pero rápidamente iba a olvidarme de ese deseo de ver a Esperanza desnuda, o de la pelea que había tenido Majo y su hermana, e incluso de los planes que tenía para ese día.

Los padres de Majo habían salido, habían ido a recorrer el centro de la ciudad en búsqueda de algunos víveres que hacían falta. Laura y su esposo habían madrugado para ir a la playa. Así que en la cabaña estábamos Majo, Karla, Esperanza y su novio, y yo.

Entré a ducharme mientras los demás desayunaban. Estaba ansioso por hacerlo, el calor me tenía sofocado, y una buena ducha de agua fría era lo que necesitaba.

Pero, al contrario de lo que buscaba, no iba a terminar para nada frío luego del duchazo. Mientas refrotaba mi pelo con champú, tratando de despejarlo de las sales del océano, que lo dejan tan seco y pegajoso, alguien entró y asaltó mi tranquilidad.

Sentí una mano desvergonzada pellizcándome el culo. Con los ojos aún cerrados por temor a que me entrara champú en ellos, imaginé que era Esperanza, que había logrado la forma de deshacerse de su novio, que había encontrado la manera de distraer a todos los demás, y entrar a satisfacer sus deseos.

-      - Vete de aquí, no me metas en problemas – Dije aún convencido de que era esperanza

-      - Bueno, tú verás, pero nunca imaginé que fueras tan cagonsito

-      - Espera, espera…

Una vez que escuché su voz, noté que no era Esperanza. Mojé mis manos, mi rostro, y limpié todo rastro de champú que me impidiera abrir los ojos.

Quedé gratamente sorprendido. Era Karla, que al parecer no se llevaba bien con su hermana menor de gratis, sino que quizá era su maestra. Por lo menos compartían esa costumbre de acosar novios ajenos.

Claro que de alguna manera diferente. Karla era imponente, era una auténtica mujer. Verla allí desnuda, pretendiendo colarse en la ducha, hizo que mi sangre recorriera rápidamente mi cuerpo, para desembocar en una terrible erección.

Su piel era blanca y tersa. Para ese entonces Karla tendría unos 30 años, como mucho unos 32, y su cuerpo así lo reflejaba, no era esbelto como el de una adolescente, pero no era arrugado y seco como el de una veterana de mil guerras, estaba en su punto perfecto. Sus piernas eran carnosas y sin rastro alguno de celulitis o imperfecciones. Sus senos eran de buen tamaño, algo aguados quizá, alcanzando un volumen mayor a los de mi bella Majo o a los de Esperanza.

Su culo era macizo, pero de escasa curvatura, aunque en ese encuentro no tuve mayor oportunidad de apreciarlo, pues siempre estuvimos frente a frente. Lo que si pude fue sentirlo entre mis manos, ancho y carnoso.

Sus caderas se correspondían con el grosor de su trasero y de sus piernas, eran lo suficientemente generosas en tamaño, y todo un lujo a para quien las admira. Claro que, tiempo después Karla iba a entrar en una obsesión por bajar de peso, lo que disminuiría el tamaño de sus caderas, de sus muslos y de sus nalgas.

Su abdomen no estaba marcado, no era atlético ni nada por el estilo, pero no desentonaba, entraba en la media, y de ninguna manera desagradaba a la vista.

Pero lo mejor de Karla era su rostro, de facciones muy curvas, resaltando su feminidad. Sus labios eran pequeños pero provocativos, su nariz fina y sin anormalidad alguna, sus ojos pequeños, relativamente alargados, de un color negro muy intenso, decorados por unas bellas y largas pestañas. Su cabello negro, largo y ligeramente ondulado era un complemento perfecto a ese rostro delicado.

Su vagina era difícil de apreciar, pues se escondía tras un grueso matojo de vello. Claro que cuando ella entró en la ducha y el agua cubrió su cuerpo, ese matojo se convirtió en irrelevante puñado, incapaz de esconder esa auténtica obra de arte con forma de monederito.

Ella entró a la ducha, me besó y arrojó una de sus manos hacia mi pene, que para ese momento ya estaba listo para cumplir con su misión. “Eres todo un arrechito, ¿Cierto? Anoche me calenté al verte, pero supe que era el turno de Majo. Ahora me toca a mí…”.

Yo estaba pasmado, no sabía qué responder. Solo supe que el tiempo era limitado. Así que, la besé, y acto seguido dirigí mi pene por entre su ardiente coño. El reloj corría en contra para nosotros, pues tarde o temprano Majo y los demás empezarían a preguntarse por nuestra ausencia.

No hubo tiempo para caricias o para una degustación oral de su coño. De hecho, supongo que no duramos ni cinco minutos, pero fue tiempo suficiente para intercambiar fluidos de la manera más desvergonzada y apasionada.

La sometí con un frenético entrar y salir de mi miembro dichoso por entre su humanidad. Ella apenas me agarraba de los hombros, me miraba directamente a la cara mientras que apretaba sus dientes y dejaba escapar unos exquisitos gemidos, cortos pero sustanciosos.

No tardé en alcanzar el orgasmo, y justo cuando lo vi venir, retiré mi pene de su coño y derramé mi esperma sobre uno de sus muslos. Ella apenas sonrió, me acarició con uno de sus dedos por la mejilla, se dio vuelta y salió de la ducha; tomó una toalla, la envolvió en su cuerpo y salió del baño.

Retomé el duchazo sin poder procesar aun lo que acababa de ocurrir. Estaba extasiado, anonadado y un poco nervioso, pues todavía no sabía si alguien se había dado cuenta de lo que había sucedido.

Terminé el baño, cepillé mis dientes, me vestí, y me senté a la mesa a desayunar, como si nada hubiese pasado. Era algo tarde, así que el único que faltaba por tomar el desayuno era yo. Majo se sentó para acompañarme. Parecía normal, no advertí nada extraño en ella. Asumí entonces que ni se imaginaba lo que acababa de pasar, lo que me hizo sentir tranquilo a partir de ese instante.

Ese día nuestro plan era ir a la playa a tomar el sol, a pasar un día de completo relajamiento y distensión. Sinceramente no teníamos nada planeado más allá de eso.

Allí nos encontramos primero con Laura y su esposo, luego con todos los demás, a excepción de Karla, que dijo querer ir de compras y luego iría a la piscina del complejo turístico.

Almorzamos en un kiosco colindante a la playa, y en la tarde volvimos a nuestro plan de tomar el sol a escasos metros del litoral. Compramos unas cervezas y permanecimos ahí hasta el anochecer. Majo me comentó, con cierto sigilo, su deseo de que fumáramos un canuto durante la noche allí, a la orilla del mar, cuando todos se hubiesen ido. El gran inconveniente es que la hierba estaba en la cabaña, por lo que tuve que retirarme por un rato, abandonando el entusiasta y agradable rato familiar.

El novio de Esperanza, Camilo, se ofreció a acompañarme, pues él también necesitaba sacar algo de la cabaña.

Al llegar nos encontramos con Karla, que estaba recostada en un sofá de la sala viendo televisión. Busqué pasar rápidamente, cruzar miradas o palabras en la menor medida de lo posible. Seguí de largo a la habitación, busqué entre nuestras cosas y empecé a armar el porro que planeaba fumar horas más tarde con mi bella Majo a la orilla del mar.

Sin embargo, un ruido llamó mi atención. Salí de la habitación y Karla ya no estaba en la sala. El ruido venía de la habitación contigua. Abrí discretamente la puerta y allí me encontré a Karla en cuatro, penetrada por Camilo. Los dos estaban tan sumergidos en su disfrute que no notaron mi presencia. Cerré la puerta, regresé a mi habitación, tomé el cigarro cannábico, y regresé a la playa. En el trayecto estuve un poco abstraído por lo que acababa de ver. Todavía no terminaba de procesar lo desenfrenada y lasciva que era la mayor de este curioso grupo de hermanas.

Capítulo VI: La esbelta lujuria

Una vez que retorné a la playa me senté junto a Majo, y continué compartiendo risas y anécdotas con la familia. Mi mente aún era posesa de la imagen de Karla fornicando desenfrenada con el novio de Esperanza. Ahora me sentía de alguna manera desilusionado, vacío, pues entendía que no había aprovechado mi oportunidad para follarla como se debe...




martes, 23 de marzo de 2021

Cerrar una venta

 Cerrar una venta


Si hay algo en la vida que logra excitarme tanto como el mismo sexo es aquello de poder aprovecharme de la situación. Ya sea de mi posición ventajosa en algunas circunstancias, o de la necesidad ajena. Agradezco a Dios haber creado este mundo así como lo conocemos, con sus miserias, sus bajezas y sus exabruptos.

Deliro con el solo hecho de pensar que por unos cuantos pesos puedo acceder a una vagina, a un culo y al gozo de otra persona. Aunque en esta ocasión no pretendo hacer un recuento de mis aventuras puteriles, sino más bien contar sobre la forma cómo conseguí bajarle las braguitas a Elena.

Los dos pertenecemos a una gran multinacional, ella al área de comunicaciones y yo a la de recursos humanos. Ambos hemos tenido la necesidad de relacionarnos, no solo entre nosotros, sino prácticamente con cada uno de los empleados de la empresa, pues así lo exigen nuestros puestos de trabajo.

Pero más allá del relacionamiento obligado por circunstancias laborales, Elena y yo hemos logrado construir una buena amistad. Nos hemos dado la oportunidad de compartir un almuerzo o una pequeña salida de ocio al término de una jornada laboral.

Elenita es una chica más bien común. Su piel es trigueña, de apariencia suave y delicada a la vista, verdaderamente bien cuidada. Es una mujer de estatura media, y aunque no tengo el dato exacto, me atrevo a calcular que debe medir 1,60m aproximadamente. Su cabello es castaño, con algunos mechones teñidos de rubio; largo, ondulado y ciertamente desordenado, lo que le da una apariencia de alguna manera salvaje. Sus ojos son grandes y oscuros, bastante comunes, aunque logra hacer de su mirada algo penetrante. Sus labios tampoco destacan, son de un tamaño medio, y habitualmente están maquillados con un labial de tonalidad púrpura.

Y si bien el rostro de Elena es uno más del montón, no ocurre igual con su cuerpo, que generalmente pasa desapercibido por su forma de vestir, pues ella no gusta de llamar la atención. Aunque hay días que nos permite a todos los hombres de la empresa recrear la vista con su linda figura.

Especialmente con ese culo carnoso y de forma perfecta. Es uno de esos traseros que tiemblan al caminar, que se ve de alguna manera blando y frágil, de gran volumen y de apariencia curvilínea.



Sus senos no se quedan atrás, son de tamaño medio, tendiendo a grandes, recubiertos de una piel supremamente suave, y de pezón pequeño, aunque todo esto es difícil de apreciar a simple vista, pues Elena no es de usar blusas escotadas o muy ajustadas. Así que conocer estos senos es un lujo que solo nos hemos dado quienes la hemos visto ligera de ropa o al desnudo.

Sus piernas también son dignas de reseñar. Están muy bien moldeadas, son carnosas, morenas, aunque un tanto cortas. Se corresponden a la perfección con la voluminosidad de sus nalgas y sus caderas, que valga mencionar, también son macizas y apetecibles a simple vista.

Elena es una mujer rigurosa con su dieta, por lo que su abdomen y su cintura también son muy llamativos. Es difícil encontrar en ella excesos adiposos, y más bien es fácil sentirse tentado al ver ese vientre plano.

A ella le tuve ganas desde el mismo instante en que la conocí. Claro que tampoco fue algo obsesivo. No es que yo fantaseara a diario con ella, no es que yo pasara noches en vela pensando en penetrarla. Aunque no descartaba un encuentro íntimo si la oportunidad se presentaba.

Elena es una chica amable, de sonrisa frecuente en su rostro, y de buen trato hacia los demás, aunque también tiene su lado oscuro, su personalidad es posesiva, ciertamente dominante, y un tanto caprichosa. Por lo que de lleno alguien como yo descartó todo interés romántico hacia ella.

Para mí solo había dos opciones para acceder carnalmente a Elena. La primera era la más clásica de todas: encontrarla en un alto estado de embriaguez, ya fuera en una de esas esporádicas salidas de ocio o en alguna fiesta de la empresa. Y una segunda opción, mucho más apetecible para alguien como yo, consistente en aprovecharme de alguna situación que conllevara a la comunión de nuestros genitales.

Para mi fortuna esto terminó ocurriendo. Claro que no fue algo fortuito o un regalo celestial, fue algo que yo fui llevando al término deseado.

No sé qué tan bien paga sea la labor de alguien en una oficina de comunicaciones, no sé si Elena es una persona ambiciosa, o si por el contrario padece de afugias económicas, o si sencillamente se estaba rebuscando un ingreso extra. Lo cierto es que un día me contactó vía Whatsapp para ofrecerme una asesoría de bienestar con sus consecuentes productos.

Yo siempre he creído que los productos de ese tipo, Herbalife, Omnilife, entre tantos otros de ese estilo, son una gran estafa. No porque no funcionen, sino porque lo que realmente actúa en el bienestar del cuerpo son los buenos hábitos. El no consumo de licor, de hidratos de carbono, el ejercicio, etcétera.

Pero a pesar de mi concepción hacia estos productos, cuando Elena me ofreció su asesoría, fingí interés. Acepté una cita que me puso para hacerme una valoración. Sin embargo, desde el mismo momento de acordar la cita, empecé a imponer condiciones, y fui descubriendo a la vez la sumisión a la que Elena estaba dispuesta a someterse con tal de venderme su producto.

Ella me propuso hacerme una valoración de mi masa y grasa corporal de acuerdo al peso, estatura, edad y medidas. Yo acepté bajo el condicionamiento de que esa valoración me la hiciera en un lugar privado, es decir, su casa o la mía. Al final fue la suya, por aquello de hacerla sentir cómoda y confiada.

Ella, para ese entonces, vivía en un aparta-estudio (monoambiente) situado a escasas cuadras del lugar donde estaban las oficinas de la empresa para la que trabajábamos. Así que fuimos a que me realizara la dichosa valoración un día al salir de trabajar.

Elena me ofreció un café y me invitó a sentarme y ponerme cómodo. Su charla se centró en averiguar mis hábitos alimenticios, así como la existencia de algún vicio de mi parte.

Luego me invitó a quitarme la camisa para tomar medidas alrededor de mi cintura y mi pecho, pues es a partir del contraste en el tamaño de estas dos zonas que se determina la proporción de masa y grasa corporal.

Al final ella me diagnosticó un ligero exceso adiposo, que podría reducir supuestamente a partir del consumo de un té quema grasa. Me mostré dispuesto a comprarle el dichoso producto, pero le pedí que me encimara algo. Ella no supo qué podía adicionarme, y yo me animé a sugerirle que me adicionara un beso con la compra del té.

Ella se ruborizó, guardó silencio por unos cuantos segundos y al final aceptó. Fue un beso largo, especialmente porque yo la tomé de la cabeza y le evité separar sus labios de los míos. Claro que cuando terminó, yo me quejé porque supuestamente había sido muy corto.     

Elena entendió que ese beso no iba a ser suficiente para cerrar su venta, así que accedió a besarme una vez más, aunque aclarando que sería la última. De nuevo juntamos nuestros labios y nos sumergimos en un apasionado beso. Pero esta vez yo acompañé ese intercambio de saliva y hormonas con el tocamiento de uno de sus senos.

Ella, apenas sintió mi mano apretujando uno de sus pechos, se distanció de mí. Y de nuevo yo recurrí a decirle que el beso no había sido lo suficientemente satisfactorio, que me sentía estafado.

-       - ¿Tú has venido a que yo te haga una valoración o vienes con otras intenciones? – Preguntó ella luego de escuchar mi nueva negativa

-       - ¿Tú qué crees?

-       - Pues te equivocas, yo no me dedico a eso

-       - Bueno Elenita, es una lástima entonces, pues estaba dispuesto a comprarte muchos de tus productos, no solo el té. Pero, como no quieres, te agradezco, la invitación, nos vemos mañana en la oficina…

-       - Espera, espera ¿Qué tanto estás dispuesto a gastar?

-       - ¿Qué tanto me ofreces?

-       - Te ofrezco el té, un zumo de limón, una gaseosa; todos productos quemagrasa, más mi asesoría permanente por los próximos tres meses. Te haré planes nutricionales y seguimiento a tu avance, así como recomendaciones de rutinas de ejercicio. Todo por 300.000 pesos (100 dólares aproximadamente)

-      -  Ok. Yo te ofrezco 400.000 y a todo eso le agregas un polvo contigo

-       - 450

-       - Hecho…acuéstate

 

Ella se tumbó sobre la cama. Ese día llevaba puesto un jean que se le ajustaba muy bien a sus piernas, pero que me resultó un poco difícil de quitar. Ella no me colaboró para sacar su pantalón, pero una vez que estuvo sin este, se dejó llevar por mis caricias, mis lamidas y mis besos por sus bonitas piernas.

Me obsesioné un poco con ellas. Las tenía muy suaves, perfectamente depiladas, trigueñas y carnosas, tal y como las había imaginado. Me apasioné sintiendo sus carnes entre mis manos, paseando lentamente la yema de mis dedos, y arañándolas suavemente. Me di un completo banquete con sus piernas, las acaricié tanto como quise, y a pesar de que Elena se había mostrado esquiva hasta entonces para tener sexo conmigo, mi masaje en sus piernas la hizo cambiar de parecer, la hizo sumergir en un completo estado de excitación.

El calorcito que emanaba de su entrepierna así me lo confirmó, igualmente sus jadeos y su respiración en constante agite.

No tuve apuro alguno en terminar de desvestirla. Es más, me di el gusto de jugar con mis pulgares por sobre su tanga, acariciando esa vulva carnosa y cada vez más ardiente. Ella mientras tanto acariciaba sus senos metiendo su mano bajo su camisa. Afortunadamente no me quitó el privilegio de ser quien liberara sus pechos de la opresión de su blusa y de su sostén.

Bajé sus bragas, se las quité y me las guardé en uno de mis bolsillos. Acto seguido me sumergí en su entrepierna para saborear ese coño que me tenía tan obseso.

Desabroché mi pantalón y empecé a bajarlo a la vez que le brindaba una buena comida de coño.

Algo que me fascinó fue encontrar esa vagina completamente rasurada, tan impecable como sus piernas, como si se hubiese esperado que esto pasara. Luego me explicó que la llevaba así permanentemente porque a su novio le gustaba.

Los sabores de su coño fueron ciertamente hostigantes, pero para mí terminaron siendo un manjar, pues cuando te encuentras tan salaz, cualquier fluido te sabe a gloria.

Cuando la vi retorcerse del gusto, di por terminada mi misión de comerle el coño. Situé mi rostro a la altura del suyo y empecé a besarla. Simultáneamente acariciaba sus tetas aún refugiadas bajo su blusa, y con mi otra mano seguí acariciando su hirviente vagina.

Elena me entregó siempre la iniciativa. Se entregó por completo a mis caprichos y mis deseos. Pero no hubo arrepentimiento de su parte, pues a pesar de ser la primera vez que fornicábamos, logré acertar con encontrar lo que a ella le gustaba.

Le pedí seguir tocándose mientras yo me desvestía y me ponía un preservativo. Y ese fue quizá uno de los momentos que más me sacó de quicio, pues fue así, estando de pie y teniendo una panorámica de su cuerpo, que pude apreciarlo todo en conjunto, incluidos sus gestos de gustosa viciosa.

A la hora de la penetración busqué ser muy despacioso y delicado con ella, pues a leguas se notaba que Elena era una chica muy sensible, no una vulgar golfa. Además, quise disfrutar cada sensación, cada instante de mi incursión carnal entre su humanidad. No tenía apuro alguno, quería disfrutar a cada segundo, no solo de la sensación ardiente de su coño, sino de sus gestos complacientes.

Fornicamos en la posición del misionero hasta que el volumen de sus gemidos superó al del ruido que hacían nuestros cuerpos al chocar. Me di el gusto de ver la evolución de su goce, desde ese insípido comienzo en el que buscó reprimirse, hasta aquel momento en que gemía desesperada a la vez que levantaba sus piernas pretendiendo alcanzar mayor profundidad con la penetración.

Me deleité viéndola apretar sus labios entre sí, como quien se reprime de lanzar un improperio. Igualmente disfruté de verla suspirar, como quien busca contenerse de gemir o de gritar, y luego me di el lujo de verla delirar del gozo.

Me encantó eso de verla directamente a los ojos mientras me expresaba completa lascivia con su mirada. Me maravilló eso de verla morderse sus labios, y más todavía aquello de verla y sentirla empujar y restregar su pubis contra el mío, fornicando con auténticas ganas.

Pero habiendo hecho una inversión de tal magnitud, no iba a quedarme solamente con eso de follarla en el tradicional misionero. Así que llegó un momento en que me zafé de ella, la tomé de las manos y la hice darse vuelta para follarla ahora viendo ese maravilloso par de nalgas.

Fue simplemente exquisito eso de ver mi pene perdiéndose al ingresar entre sus carnes. Entró con gran facilidad, pues en ese momento el apellido de ese coño era humedad.

Mi miembro, erecto y venoso, deslizó con facilidad por esa exquisita cavidad del placer. Pero la penetración en cuatro terminó siendo una mala idea, pues el hecho de ver sus jugosas nalgas rebotando, sumado a sus constantes gemidos, lograron precipitar mi eyaculación.

Elena siguió ofreciéndome sus productos, pero yo viendo cumplido mi objetivo, no le he vuelto a comprar alguno. Ya hablará la necesidad y la billetera de ser necesario.

 



martes, 16 de marzo de 2021

Ardores de una lesbiana confundida

Ardores de una lesbiana confundida


Nada hay tan reconfortante, tan vigorizador, tan encantador y deleitable, como eso de hacer que una lesbiana se trague su orgullo de mujer empoderada a partir de una clásica fornicación heterosexual. Nada como aquello de verla tragarse la soberbia al verse desbocada del disfrute por una penetración.

Lo mejor de todo es eso de saberte dominador, aquello de entender que le has otorgado tanto disfrute que le has puesto a dudar sobre sus convicciones lésbicas.

Una noche me bastó para avivar el gusto por los falos de parte de una chica que afirmaba odiar los principios de esta sociedad falocéntrica. Debo reconocer que no fue mérito exclusivamente mío, el licor y una previa decepción amorosa fueron condimentos esenciales para que esta lesbiana me abriera las piernas.

A Aura María, la lesbiana en mención, la conocí esa misma noche. Todo se dio en la despedida de una amiga que teníamos en común: Juliana.

Camilo y yo, que somos los mejores amigos de Juliana, le organizamos esta reunión, y luego ella fue invitando a otros de sus amigos y amigas, entre ellos Aura María.

Aura María es el clásico estereotipo de lesbiana feminista: Chica de pelo corto, oscuro, axila peluda, espalda ancha, y arraigados ideales de la lucha feminista. Su rostro no es muy bello, aunque tampoco estamos hablando de un adefesio, más bien de una chica de rasgos comunes, que se han potenciado a la baja por lo corto de su cabello. Sus ojos son oscuros y su mirada muy profunda, es es quizá el rasgo más bello de su rostro. Su nariz tiene una imperfección a la altura del tabique, aunque no es algo excesivo, ni que la haga lucir desproporcionada. Sus labios son más bien delgados, aunque de una linda tonalidad rosa, incluso sin el decoro de un labial. La palidez de su piel contrasta muy bien con lo oscuro de su pelo, lo que a su vez le da un rasgo de delicadeza a pesar de sus muy pronunciados ademanes de lesbiana machorra.

El encanto de esta chica está en su cuerpo. Ciertamente es una chica ancha o maciza, pero no por ello obesa. Sus piernas son gruesas, carnosas, toda una tentación forradas bajo esos jeans que llevaba esa noche. Igualmente ajustada se veía su zona íntima, se demarcaba notablemente esa vulva hasta entonces ignorante de la sensación de un pene ingresando. Sus caderas son verdaderamente macizas, correspondiéndose con el grosor de esas piernas anchas y pulposas. Igualmente ocurre con su culo, que no es que tenga una forma perfectamente curvilínea, sino más bien un enorme tamaño, una bondadosa cantidad de carne. Son unas nalgas de esas habitualmente flácidas, blancas y abundantes; un clásico culo de tía o de mamá, aunque Aura María no lo era hasta ese entonces.

Aura María es una de esas chicas que tiende a la obesidad, pero esa noche, a sus 19 años, estaba todavía lejos de convertirse en una amorfa obesa. No nos vamos a mentir, su abdomen estaba recubierto por una pequeña capa adiposa, era flácido, pero no era prominente. A diferencia de sus senos, que eran ostentosos, gordos, preciosos, verdaderamente provocativos. Me los imaginé saltando alocadamente desde aquel momento en que nos presentaron.

Claro que desde ese mismo instante supe de su orientación sexual, por lo que descarté de entrada cualquier intento de acercamiento carnal con ella. También la posibilidad de trabar una amistad. Una lesbiana solo merece atención en cuanto se puede apreciar estéticamente sosteniendo relaciones con una semejante en una buena película porno.

Aunque esa noche la vida iba a darme una lección, iba a enseñarme a no descartar sin antes intentar, a no darme por vencido antes de tiempo.

Fue una velada en la que todos los presentes consumimos diferentes tipos de licor, cervezas, aguardiente, ron, vodka y algo de tequila. Obviamente yo no hice una mescolanza de tan variada gama de licores, para mí fue suficiente con el ron y la cerveza.

Pude mantenerme más sobrio que la mayoría de los allí presentes, que cuando se vieron vencidos por el efecto del alcohol en sangre, decidieron marcharse a casa o sencillamente dejarse caer allí mismo para dormir.

Aura María se jugó sus cartas con Juliana, y ya entrada la madrugada intentó besarla. Juliana no correspondió su deseo lésbico. Eso generó una especie de tensión entre ellas, por lo que se mantuvieron distantes en el resto de la reunión.

Aura María sufrió la desilusión de verse rechazada, y luego de permanecer un buen rato en silencio, pretendió despedirse y partir a casa. Pero yo la retuve, la convencí de quedarse un rato más departiendo con nosotros. Para ese momento yo ya había vislumbrado la posibilidad de cumplir mi cometido de penetrar a una lesbiana. Ya solo me hacía falta eso de embriagarla y llenarla de elogios para subirle el ánimo.

La invité a fumar en el balcón, y allí empecé a decirle lo mucho que me gustaba su pelo, su piel suave, blanca, tersa y delicada, y especialmente lo mucho que me atrapaba su enigmática mirada. Y más tardé yo en decirle todo esto que ella en sucumbir a mis cumplidos. No le importó mucho mi aliento a nicotina ni su condición de lesbiana, pues fue cuestión de un par de minutos para que se abalanzara sobre mí para besarme. Era claro que lo suyo, más que homosexualismo, era falta de cariño.

Yo busqué ser tierno con ella para que no se sintiese amedrentada. Acaricié su mejilla e interrumpí el beso para enfrascarme en una nueva sesión de piropos para ella. Pero Aura María ya no quería escucharme, quería besarme y sentirse deseada. Y fue así que lanzó su boca hacia la mía para así sumergirnos en un nuevo y largo beso. Esta vez me permití usar mis manos para acariciar sus piernas y sus nalgas, y ella no solo me lo permitió, sino que usó las suyas para orientarme hacia las zonas que quería que le estimulase. Y fue así que más temprano que tarde estuve amasando sus pechos, allí en ese balcón, a la vista de los que aún estaban presentes.

La lujuria se apoderó de nosotros, y así como yo le manoseaba sus generosas tetas, ella se daba el gusto de agarrarme el paquete, eso sí, todavía por encima del pantalón. Y fue entonces cuando le propuse ir al baño, encerrarnos y rematar la velada como se merecía.

Ella dejó de lado todas sus convicciones lésbicas, todo su asco hacia los penes, y aceptó sentir uno por primera vez en su vida. No quería decir esto que Aura María tuviera intacto su himen, pues un par de artefactos se había metido alguna vez, ya fuera masturbándose, o en una de sus alocadas relaciones lésbicas. Pero un pene como tal, no había sentido nunca. Iba a ser yo el privilegiado de darle a conocer a esta lesbianita la sensación de un trozo de carne caliente y dura al interior de sus piernas.

Nos encerramos en el baño, lo hicimos sin vergüenza alguna, sin importarnos que aún había gente allí presente, que seguramente nos iba a escuchar mientras follábamos.

A pesar de que fue un baño el escenario elegido para el desfogue de nuestros deseos, no por ello iba a ser un polvo insulso, fugaz y poco trascendente. Al revés, me tomé el trabajo de desvestirla, acariciarla, comerle ese coño peludo y luego penetrarla a placer.

Cerré la puerta empujándola con uno de mis pies. Mis manos estaban ocupadas rodeando las carnes de Aura María. Continuamos besándonos como si nuestra vida dependiera de ello, nos desvestimos sin parar de besarnos.

Ese cuerpo blanco, gelatinoso y abundante en carnes me deleitó más de la cuenta cuando por fin lo vi desnudo. Sentí un deseo incontrolable por penetrarla, pero sabía que no debía precipitarme, debía aprovechar cada segundo de aquel inédito encuentro.

Me agaché, empecé a besar y a acariciar sus piernas, de abajo a arriba, hasta situarme en su entrepierna. Las llevaba rasuradas, contrastando de aquel imaginario que se tiene de las feministas y sus piernas velludas. Al desnudo, esos muslos eran todavía más tentadores de lo que había podido imaginar, era todo un absurdo, un desperdicio eso de que no estuvieran al servicio de los hombres. Por lo menos hasta ese entonces.

No fui jamás un fanático de los coños peludos, pero para este iba a hacer una excepción, es que auténticamente era una ocasión especial. Me mentalicé para clavar mi rostro en su entrepierna, y así lo hice para luego poder deleitarla con un buen paseo de mi lengua por sobre su vulva. Tampoco escatimé a la hora de jugar con su clítoris, es más, diría que me atraganté con este. Aura María tampoco tuvo mayor reparo a la hora de gozar, sus jadeos y gemidos estuvieron siempre presentes, y de seguro los estaban escuchando al otro lado de la puerta.

Le di vuelta y la apoyé contra la pared para continuar saboreando las carnes de su coño y sus exquisitos fluidos, pero ahora teniendo el hermoso panorama de su ostentoso culo ante mis ojos. Me fui desvistiendo mientras tanto. Y una vez que estuve completamente desnudo, volví a darle vuelta a ese cuerpo serrano para ponerme cara a cara de nuevo con ella y así poder comerle la boca.

Mientras la besaba fui azotando mi pene contra su vulva, como quien golpea antes de entrar, y viéndola absolutamente lubricada, me permití el ingreso de mi miembro entre sus carnes. Me encargué de que fuera despacioso, no solo por aquello de ser delicado en su primera experiencia hétero, sino para sentir centímetro a centímetro el ardor de tan jugosa vagina. Nos miramos directamente a los ojos mientras eso sucedió. El gozo era evidente en su rostro, aunque más lo era en su coño, que parecía hervir cada vez más.

Con el paso de los minutos me fui dejando llevar por aquel deseo de penetrarla con vehemencia. Poco y nada me importó eso de que nuestros cuerpos sonaran fuertemente al chocar. Al fin y al cabo que era evidente que al otro lado de la puerta ya sabían lo que hacíamos. Me apasioné estrujando sus senos, acariciando sus pezones rosados y duros. Pero más me entusiasmé chupándolos, pues fue ella quien me confirmó que eso la enloquecía. Claro que llegó un momento en que tuve que dejar de tocar tan maravillosos pechos, pues de seguir aferrado a ellos, habría alcanzado el orgasmo prematuramente. Me conformé entonces con verlos sacudirse al ritmo de nuestros menos, con sentirlos apretándose contra mis pectorales.

Y aunque me estaba deleitando con esos gestos de putita gustosa, mi mayor deseo era recrearme contemplando ese maravilloso y generoso culo. Fue entonces cuando le di vuelta y la penetré de nuevo por su carnosa covacha. De nuevo comencé con un movimiento lento y paciente, y poco a poco fui aumentando la intensidad.

Sus nalgas se sacudían y temblaban con cada uno de mis empellones. Yo la rodeaba con los brazos por la cintura, para así sentir sus excesos de grasa y carne en su zona abdominal, los acariciaba y me deleitaba también con ello, jugueteando con su pequeña pancita. Y luego me embelesé una vez más con sus tetas entre mis manos. Eso me sacó de quicio, ver esas nalgas temblorosas, sentir esos pechos inmensos, y especialmente eso de ver sometida a una lesbiana fundamentalista. Todo eso me sacó de quicio, me llevó a fornicarla sin ningún tipo de delicadeza, sometiéndola al máximo de rudeza y de lo salvaje. Hasta que eso desembocó en una generosa corrida, que además se convertía su primera vez sintiendo ese fluido caliente recorriendo sus paredes vaginales.

Pero la faena no iba a terminar allí. Me dio mucho morbo eso de ver mi esperma saliendo de su coño y cayendo al suelo mientras ella permanecía aún recostada contra la pared.

Le propuse entonces que se diese un baño para despejar cualquier olor a sexo presente en su cuerpo. Y ella, en medio del gozo y la ebriedad, hizo caso a mi pedido. Y una vez estuvo bajó el chorro de la ducha, la asalté allí. Abrí la puerta corrediza y entré para de nuevo degustar sus carnes al tacto. Le propuse entonces que me diera una mamada, pero ella se negó argumentando que eso le daba mucho asco. No le vi problema a ello, pues no podía obligarla, así que resignándome a no sentir sus labios en mi pene, me vi en la necesidad de ser yo quien le diera una buena sesión de sexo oral.

El sentir de nuevo sus carnes, su vagina ardiendo y sus fluidos saliendo, fueron motivos suficientes para generarme una nueva erección. Una vez listo para una nueva fornicación, me tumbé en el suelo y la invité a montarme.

Ella se agachó, introdujo mi miembro en su coño, y empezó a menearse, evidenciando su falta de experiencia para cabalgar a un hombre. Pero no tardó mucho en entender la cadencia que debía llevar. Fue cuestión de un par de minutos para verse perdida saltando sobre mí. Me encantaba el azote de su pelvis contra el mío, pero más me fascinaba eso de ver sus senos recubiertos por el agua mientras brincaban alocadamente.

Disfruté en exceso con la tonalidad que adquirieron sus gemidos por el eco que allí se formaba, y también lo hice al evidenciar los ademanes de placer en su rostro.

Ella se sacudió sobre mi cuanto pudo, aunque llegó un momento en que el cansancio la venció y dejó caer su torso sobre el mío. Traté de guiar sus movimientos agarrándola por sus macizas caderas, pero ella no daba más. Fue entonces que entendí que el remate de la faena me correspondía a mí.

Invertimos nuestras posiciones, ahora era ella quien estaba acostada en el suelo, mientras que yo la penetraba. Eran tan anchas sus caderas que parecía como si se tragaran mi miembro con cada una de las penetraciones. De nuevo me apasioné succionando sus senos, pero esto fue mi perdición, pues a partir de ello fue que alcancé mi segundo orgasmo de la noche, una vez más al interior de su humanidad. No sentí remordimiento por rellenarla con mi esperma, pues una chica de sus convicciones no tendría inconveniente alguno en tomar las medidas necesarias para evitar un embarazo.

Salir del baño fue algo complejo, pues seguramente los que habían permanecido despiertos habían hecho un esfuerzo adicional para permanecer así y escuchar lo que ocurría al interior del baño. Para nuestra sorpresa, cuando salimos del baño, solo estaban despiertos Juliana y Camilo, que además estaban inmersos en un profundo beso, por lo que ni se dieron cuenta del momento en que salimos del baño con ese gesto lleno de complacencia en nuestros rostros.

 

 


 

viernes, 12 de marzo de 2021

La profe Luciana (Capítulo VIII)

 La profe Luciana


Capítulo VIII: Épica batalla





Sinceramente estaba enloquecido, era víctima de esa sensación tan animal, tan instintiva, y tan humana. Pero entendí que debía calmarme un poco, la idea de estar con una mujer como esta es disfrutarla hasta más no poder. Para enfriar un poco las cosas, le pregunté a Luciana si había traído consigo algo de marihuana, pues se me antojaba fumar un poco antes de entregarnos a al disfrute.

-       Yo siempre cargo un poquito, y más para estas ocasiones, me encanta culear estando trabada

-       Y no te imaginas a mí lo mucho que me excita saber que te estoy follando mientras estás trabada, deliro con solo imaginarlo

-       ¿Y entonces, fumo yo sola?

-       No, no, compárteme un poquito, también me gusta a mí estar drogado mientras culeamos

 

Luciana armó un cigarrito de cannabis y lo fumamos en una pequeña sala que tenía la habitación. Me fue imposible no empezar a besarla y a tocarla mientras consumíamos el porro. Era sencillamente imposible. Su vestimenta la hacía lucir provocativa a cada instante.

Y sin pena alguna fui tirando mi mano hacia su entrepierna, para sentir una vez más ese pubis, que ojalá estuviera depilado, como lo había visto en el video; para sentirlo carnoso entre mis dedos, para sentirlo caliente y ansioso por ser consentido.

Claro que no debía ser víctima del apuro, tenía que aprovechar para disfrutar a Luciana, para pasar mis labios por sobre sus hombros con fragancia a naranja. Quería saborearla, necesitaba dar tiempo suficiente a pasar mi lengua por su torso, por su cuello, incluso por sus axilas, para así sentir su auténtico sabor, sentir su esencia a través de su sudor, de sus hormonas, y de su misma piel.

Ella lo disfrutó a todo momento, sin apuro, dejándose llevar, dejándome recorrer ese paisaje precioso y curvilíneo que era su cuerpo. Sus jadeos me confirmaron su creciente excitación.

Mis manos acariciaban levemente su entrepierna, especialmente la cara interna de sus muslos, que era una zona tan provocativa como cualquier otra en este cuerpo del deseo, era un área de carne blanda, que transmitía en menor medida los ardores de su coño. Desde allí, desde su entrepierna empezaban a sentirse esos vapores aromáticos de su vagina concebida por los dioses. Esos olores tan propios de una vagina, aromas que evocan al pecado, que despiertan lo animal y lo carnal. Y el de esta vagina sí que era especial, era una fragancia digna de embotellar y comercializar, advirtiendo de antemano que sería yo su primer gran cliente.

Y sin mediar permiso, sintiéndome dueño de la situación, fui metiendo cada vez más mi mano en esa covacha del placer. Mi mano empezó a palpar esa exquisita vulva, aún refugiada por la pequeña tanga, mientras que Luciana acompañaba la escena con uno de esos gestos sugerentes tan propios de ella.

Me tomé el tiempo necesario para disfrutar, para amasar esos labios carnosos, para sentir ese ardor en mi mano, para mirarle directamente a los ojos mientras me permitía irrespetarle sus partes pudendas.

Ella tampoco tuvo mayor reparo en meterme mano, en aventarse con sus manos aún frías sobre mí ya caliente miembro, aún refugiado bajo la ropa.

La sonrisa del demonio se dibujó tanto en su rostro como en el mío, era perversión pura lo que exudábamos, y eso lo hacía aún más deleitable; el hecho de saber que los dos estábamos perdidos por el deseo y la perversión.

El líquido preseminal asomó por primera vez en la noche, lo que hizo que su delicada mano se deslizara con mayor naturalidad sobre mi pene.

Intercambiamos caricias en nuestros genitales por unos generosos minutos, y a pesar de que tanto mi pene como su vagina estaban desbordantes de fluidos, era todavía necesario para mí otorgarle un poco más de goce a Luciana.

Sin dejar de verla a los ojos, separé mis labios de los suyos, y empecé a bajar lentamente con mi lengua por su cuello, por sus pechos y por su torso, que seguía atrapado bajo la malla que eligió como vestido. Descendí hasta quedar de cuclillas, de cara a su vagina, para tomarme la libertad de correr su tanga hacia un costado, y de nuevo yantar ese pubis tan exquisito y peculiar.

Fue supremamente estimulante el hecho de verlo depilado por completo. Pero eso no era nada en comparación a la adicción que me generaba su sabor; ese gustillo saladito en su cara externa, y un poco similar a la sangre en su parte interna. Ese sabor profundo, amargo e indescifrable, como el de una buena cerveza. Esa sensación de sentir sus fluidos escurriendo por mis labios y por mi quijada ¡Eso sí que era una delicia!

Me apasionaba succionando sus labios inferiores con mi boca, diría incluso que era algo enfermizo. Para ella también era toda una fruición, sus jadeos, sus suspiros, su forma de tragar saliva lo ratificaban. Luciana se perdía en el placer cuando le chupeteaban en sus partes.

Y algo que me hacía delirar a mí era el hecho de besarla luego de haberme atragantado con su concha. El hecho de verla complaciente para besarme aun sintiendo en mis labios ese fuerte sabor a coño, eso también me desquiciaba.

Una vez finalizado el consentimiento oral, y aún con la tanga hacia un costado, era hora de dejar caer mis pantalones para por fin sentir esa sensación tan maravillosa de sentir sus carnes, de sentir su humanidad ardiente.

Nos sumergimos en un largo beso, que ella acompañó con sus brazos entrecruzados tras mi cuello, mientras yo tomaba mi pene entre una de mis manos y lo dirigía por entre ese canal del placer.

Ese primer instante de mi miembro por entre su humanidad, tan húmedo, tan caliente; acompañado de gestos placenteros y enfermizos; eso era una auténtica dicha.

Para ese momento habíamos entrado de nuevo a la habitación, ella se había dejado caer sobre la cama, y yo sobre ella, con la suficiente precisión para invadir sus carnes.

Me encantaba verla a la cara, verle esos gestos de perversión, verla disfrutar de engañar a su marido, verle esos ojitos rojos y viciosos, verla libertina y completamente entregada.

No podía dejar de acariciarle sus piernas, no era para menos, eran verdaderamente perfectas, eran la tentación encarnada. Ella no paraba de mirarme a la cara, siempre realizando algún gesto tentador.

-       ¿Alguna vez te habías visto follando? – preguntó Luciana en los primeros instantes de la penetración

-       No

Y fue solo hasta ese entonces que levanté la cabeza, miré hacia los costados, y me vi rodeado por nuestro reflejo por todos lados. Veía las carnes de sus caderas sacudirse con cada empellón, veía una de sus piernas caer por un costado de la cama, moviéndose inconexa, como viviendo el coito a su propia manera; veía por todas partes sus nalgas rebotando al ritmo de nuestros meneos.

Ver nuestro reflejo por todas partes era sinceramente excitante, pero más lo era el poder ver los gestos de su rostro, ver el goce a cada instante en su boca entreabierta, en su cómplice mirada.

Toda esta faena estaba siendo musicalizada por sus exhalaciones y soplidos, que con el pasar de los minutos se fueron convirtiendo en gemidos. También por el estruendo de nuestros cuerpos calientes al chocar; sonido que le causaba cierta fascinación a Luciana, pues así me lo iba a confesar minutos después, revelándome además su deleite “agrexofílico”.

Hasta ahí era un verdadero mérito no haber estallado de placer. Sentía que estaba a punto de hacerlo con solo verla semidesnuda, y ahora que la estaba penetrando al natural, la sensación era cada vez más agobiante, pero sin duda era todo un logro haber llegado hasta allí sin haber perdido la cabeza.

Es más, cada vez que sentí que iba a ser poseso de la perdición de la consciencia que genera el clímax, disminuí la intensidad de mis movimientos, y dejé caer mi cuerpo sobre el suyo para fundirme en extensos y húmedos besos. Claro que ni así era algo fácil de controlar, pues Luciana, cada vez que notaba que yo disminuía el ritmo, empezaba a sacudirse con mayor fogosidad, restregándome ese pubis de bellitos apenas nacientes y rasposos.

Luciana quiso variar, quiso salir del clásico misionero para ser ella quien tomase la iniciativa. Yo me senté sobre el colchón y ella, con cierta delicadeza, hundió mi pene en su vagina, se sentó sobre mí y empezó a sacudirse. Inicialmente con suavidad y sin apuro alguno, pero rápidamente fue aumentando la intensidad de los brincos que pegaba sobre mi miembro erecto, lo hizo hasta verse descontrolada rebotando, ahí, ensartada en mi falo, como si su objetivo fuera partirlo.

Ahora sí que podía ver con facilidad nuestro reflejo por todas partes, podía ver su rostro concupiscente en cada rincón de la habitación. Podía ver sus tetitas presas bajo ese curioso vestido de mallas, tratando de saltar al ritmo de sus movimientos.

Trataba de besarla por el cuello, pero sus movimientos eran tan bruscos que era imposible focalizarme solo en esa zona, así que del intento de beso pasé a los lametazos por cuello y pecho. Ella me interrumpía tomándome del rostro con ambas manos, para dirigirlo de nuevo hacia el suyo y enfrascarnos de nuevo en un apasionante beso.

Y una vez más fui yo quien quiso tomar el protagonismo, así que le agarré las manos, se las junté y las puse tras su espalda, como si se tratase de una criminal, y ahí sí me di el lujo de besarla donde se me antojó. Ella continuaba meneándose sobre mí, aunque ahora lo hacía con menor intensidad, posiblemente debilitada por el cansancio y quizá por la incomodidad. Y fue en ese instante en el que no me importó más nada, en el que me sentí en plena libertad de rellenarla con mi leche, así que le solté las manos, posé las mías sobre sus nalgas, y dirigí desde ahí el movimiento de sus caderas, tratando de azotar mi pubis con el suyo, hasta que eso desembocara en una generosa corrida.

Ella apenas sonrió al ver mis ojos blancos y mis gestos de placer extremo con lo que iba a ser el primer orgasmo de la noche. Acompañé el momento lanzando mi boca hacia la suya para sentir una vez más esos provocativos labios.

Luciana, sin dejar de dibujar una sonrisa en su bello rostro, me ofreció descansar por un rato para continuar la faena minutos después. Pero yo no quise descansar. Sabía que aún había mucha hormona deseosa de salir de mi cuerpo, “Déjame tocarte para recuperar el deseo y en menos de lo que crees me tendrás de nuevo dentro de ti”.

Y así fue. Ella se acostó de medio lado, apoyó su rostro sobre una de sus manos y me permitió acariciarle una vez más ese insaciable coño.

Continuaba caliente y húmedo, y a mí, con solo sentir eso, con saberla deseosa, se me fue poniendo el miembro de nuevo en posición de ataque. Tanto así que no pasaron ni dos minutos y estábamos otra vez amancebándonos.

Esta vez Luciana se acostó boca abajo. Yo la agarré de las piernas, como si de una carretilla se tratara, las levanté un poco y de nuevo hundí mi miembro en su delicado y blanco cuerpo. Ella echó un poco la cabeza hacia atrás, como tratando de mirarme, aunque realmente solo podía hacerlo a través de los espejos.

Para este coito me sentía revitalizado, sentía que ahora si la iba a follar como se debe. El reciente orgasmo iba a hacer más duradera esta relación, me sentía en capacidad de penetrarla hasta que se le pelaran las paredes internas de su coño. Claro que Luciana estaba en otra liga, Luciana posiblemente podría pelear records de cantidad de relaciones consecutivas, al mejor estilo de Lisa Sparxxx, pero yo en mi extrema ingenuidad me sentí en capacidad de ponerme a su nivel.

Comencé deslizando mi miembro suavemente en su interior, aunque su extrema humedad hacía que mi pene resbalara con gran facilidad, y en menos de nada estaba otra vez penetrándola desaforadamente. Ella demostraba disfrutarlo, y yo me sentía cada vez con mayor libertad para someterla.

La agarré con una de mis manos por el cuello, como buscando que no fuese a escapar, aunque ya de por sí, por la misma posición en la que estaba, era imposible que eso fuese a pasar. Los empellones eran cada vez más agresivos, estrellones de nuestros cuerpos que perdieron toda sutileza. Estaba majareta, llegando incluso a desestimar que pudiese causarle algún daño con mi ruda incursión, con mi brusco y atrevido penetrar entre su cuerpo. 

Pero eso, afortunadamente, no ocurrió, la vagina de Luciana estaba entrenada para épicas batallas. Llegó un momento en que mi exceso de entusiasmo fue desapareciendo, mis muslos se sentían ligeramente acalambrados, por lo que fue necesario disminuir el ritmo de mis movimientos, de no haberlo hecho, habría caído antes de tiempo.

Esto terminó jugando a favor de los dos, pues mientras yo me di un descanso con movimientos más leves y concisos, Luciana se sumergió en un instante de gozo extremo, que, aunque silencioso, se manifestó con la creciente humedad de su vagina. Sus piernas fueron víctimas de traicioneros espasmos, a la vez que su coño dejaba escurrir ese néctar sagrado que un ser perecedero como yo, vulgarmente, me he atrevido a llamar como fluido.

Eso también fue todo un manjar, ver ese espectáculo, ver a Luciana dejándose llevar del extremo disfrute. Es una escena digna de rememorar en cualquier momento, una de esas que logra sacar una sonrisa sin importar hora, sitio o compañía; Al verla sucumbir ante el placer, y percibiéndola vulnerable y desatada, decidí zafarme de ella, acercar mi rostro al suyo, tomarlo con una de mis manos, y darle un tierno beso.

Ella se dio vuelta, dejó caer una de sus manos sobre su frente y suspiró. Pero ese no era su límite, y tampoco el mío, ninguno de los dos estaba dispuesto a dejar las cosas ahí. Es más, todavía faltaba el pináculo de esta insaciable perversión que nos poseía a los dos.

Capítulo IX: Perforar

Ver a Luciana derretirse de gozo fue exquisito. Pero la velada no iba a terminar con un empate a uno en orgasmos. Nada que ver. Esta era una mujer sedienta de gozo, y yo, todavía desconociendo todo su potencial, iba a pagar caro ese atrevimiento de querer ponerme a su par. Luciana se rehízo rápidamente, apoyó su cuerpo contra uno de los espejos, giró su cara y, con su mirada desafiante, me invitó a explorarla una vez más con mi pene aún erecto...


La Profe Luciana (Capítulo XXI)

 La Profe Luciana Capítulo XXI: Un baile de Luciana Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me ...