La profe Luciana
Capítulo II: La virginidad de Luciana
La primera vez que la
vi fue de pasada, un día que me aventuré a recoger a Adriana. La vi solo por
unos segundos, pues cuando llegué, ella estaba finalizando la clase. Abandonó
el recinto en cuestión de segundos. No tuve la oportunidad de presentarme o de
saludarla. Tampoco de detallarla, aunque ese primer vistazo fue más que
suficiente para crear una imagen permanente de ella en mi cabeza.
Me acerqué a mi mujer,
que estaba conversando con una de sus compañeras. La apuré un poco para que
fuese a cambiarse. Luciana me había provocado un calentón inesperado, y yo
estaba ansioso de llevarme a mi mujer a casa para desfogar.
Es más, eso derivó en
una de las situaciones más morbosas que viví con Adriana, por lo menos en
nuestra época de casados. Esa noche el calentón nos entró a los dos, a mí por
ver a Luciana, y a Adriana por haber estado en una de sus clases. Terminamos
haciéndolo en el auto, al frente del recinto donde funcionaba la academia.
Simplemente antes de
encender el auto, empecé a acariciar una de sus piernas, y ella se abalanzó
sobre mí para besarme y restregarse contra mi humanidad. Fue cuestión de pasarme
a su lado, reclinar un poco la silla y dejarnos llevar.
Nunca pensé que Adriana
y yo lo haríamos en un sitio público, y menos en uno con tanto tránsito de
peatones. Pero los dos estábamos lo suficientemente cachondos como para asumir
el riesgo. Poco nos importó si nos vieron. Ciertamente, fue uno de los mejores
polvos que íbamos a tener en toda nuestra vida de casados.
Durante el coito tuve a
Luciana como mi gran inspiración, imaginé a mi mujer con su ostentoso culo, así
realmente estuviese lejos de parecerse. Le puse a Adriana el rostro de Luciana,
o por lo menos el borroso recuerdo que me dejó ese primer y fugaz acercamiento.
Fue el primer rastro de la obsesión que acababa de nacer en mi por esa mujer.
Era irónica la vida.
Ahora que Adriana era complaciente, mi deseo no podía satisfacerse con ella. Mi
nueva ambición fue Luciana.
Fue algo raro en mí,
pues en los diez años que llevaba de casado siempre había visto con malos ojos el
hecho de engañar a mi mujer, más todavía cuando llegaron Nachito y Lucía. Pero
ahora pensaba diferente. Fue tal la perversión que me provocó Luciana, que no
me bastó con follar a mi mujer imaginándola como su provocativa maestra, sino
que un rato después me masturbé pensando nuevamente en ella.
Luego de los dos
orgasmos a su nombre, me sentí saciado, creí haber superado el deseo que me
generaba esa mujer, pero fue cuestión de horas para que apareciera nuevamente,
para darme cuenta de que estaba naciendo en mí una obsesión por ella.
Al día siguiente sentí
la necesidad de ir a recoger de nuevo a Adriana. Pero lo que menos me importaba
era eso, lo que pretendía era echar un nuevo vistazo a su sensual maestra.
Llegué 15 minutos antes
de lo que lo hice el día anterior. Buscando no incomodar a las chicas con mi
presencia, decidí situarme en una esquina del recinto, tomar el celular entre
mis manos y fingir procrastinar, aparentar estar allí esperando a que pase el
tiempo, a que finalice por fin la lección para llevarme a mi mujer a casa.
De reojo echaba un
vistazo a la clase, ojeadas fugaces que tenían como gran objetivo apreciar a
Luciana en acción. Verla allí colgando
de un tubo con ese cuerpo tan tonificado y a la vez tan flexible, esa figura
majestuosa encumbrada a la sensualidad, meneándose cual cabaretera; enseñándole
a las esposas de un puñado de pusilánimes, como yo, a como verse provocativas y
seductoras. Sus gestos eran sugestivos, eran una insinuación permanente.
A pesar de que los
vistazos fueron ocasionales y disimulados, me permitieron crearme un mejor
recuerdo, una imagen más clara de cómo era Luciana. Y mi obsesión fue en
aumento.
La clase terminó.
Luciana salió del recinto y emprendió su caminó por un largo pasillo, meneando
de lado a lado ese culo generoso en carnes. Robando la atención del
supuestamente distraído marido de una de las alumnas, realmente el único
presente allí.
Ese día no tuve la
misma suerte del anterior. No hubo polvo con Adriana, ni en el auto, ni al
llegar a casa. De hecho, ella se molestó por verme allí de nuevo. Me aclaró que
no le gustaba que la esperara al interior del salón, pues la hacía parecer
sumisa y sometida en medio de un grupo de mujeres aparentemente liberadas.
Esta vez no me molestó,
ni si quiera me importó que mi mujer se negara a follar conmigo. No me afectó esa necesidad por desfogar que tuve luego de ver a Luciana dando su clase, ni
siquiera eso. Sabía que mi deseo no podía satisfacerse con Adriana, ni siquiera
con esta nueva versión que era mucho más libertina.
Esa fue la noche del
acecho, la noche del ‘stalkeo’. Dediqué un buen par de horas a buscar a Luciana
en redes, a explorar una buena cantidad de sus publicaciones. Y me llevé una
grata sorpresa. Luciana era mucho más calentorra de lo que yo pudiese haberme
imaginado.
Quizá había sido tan
mojigata y tan reprimida mi mujer que cuando vi a una mujer verdaderamente
pervertida, quedé fascinado, o más bien encantado, embrujado.
Encontrar sus redes fue
un picante condimento al cóctel de obsesión que crecía en mi interior por ella.
No solo me encontré con una inmensa colección de imágenes de mucha piel y mucha
carne, llenas de provocación en cada pose y en cada gesto; me encontré también con
cientos de historias y pensamientos sugestivos.
“Perdí la virginidad con un chico de mi barrio. Teníamos
más o menos la misma edad. Era un chico creyente, muy devoto, muy tierno y muy
ingenuo. Como yo, era físicamente precoz: un niño empuñando el cuerpo de un
adulto. No estábamos preparados para nosotros mismos, mucho menos el uno para
el otro. Sin embargo, me di cuenta de la forma cómo me observó. Sentí que sus
ojos viajaban a través de mi cuerpo, que recorrían descaradamente mis carnes y
mi piel. ¡Eso era poder! Me propuse abusar de ello.
Cada paseo en autobús hacia y desde la escuela,
cruzaba mis piernas, de lado a lado y con descaro, hipnotizándolo con un
hechizo que no entendía, incitando en él un anhelo que no podía nombrar.
Él me besó en la parada del autobús, dejando migajas
de pastel en mi barbilla. Era amor.
No recuerdo el dolor de esto, mi primera penetración,
una falta de sufrimiento por la que me he sentido culpable por siempre. Lo que
si recuerdo es el cielo azul y claro sobre mí, el zumbido de un mosquito en mi
oído, y el bosque y la tierra abrazándonos.
Mi cabello se quedó atrapado debajo de su mano. Él
empujó una, dos, tres y cuatro, y luego se dejó caer sobre mí, para finalmente
apropiarse de mi cosmos. Me desconcertaba el hecho de pensar cuántos segundos
de penetración se necesitaban como para considerarse sexo.
Escuché un hipo. Un llorón. Llorando dijo haber
traicionado la promesa hecha al padre celestial.
¿No tiene acaso una chica el derecho a que se la
jueguen por ella? ¿Soporté no ganar nada del baile de nuestras almas sobre la
tierra en ese bosque seco?
En vez de eso fui lo suficientemente potente como para
ofender tanto al hombre como a Dios. ¡Sube a tu bici y vete!”, dice la leyenda de una de las fotos en las que Luciana
luce joven, ríe provocativamente y muestra las tetas en una de sus redes
sociales.
Esta fue solo una de
las joyas en un perfil lleno de insinuaciones y guarradas. Una de ellas, por
ejemplo, era un tutorial para tomar fotos a un culo voluminoso, obviamente
protagonizado por la sensual Luciana, o sus entusiastas lecciones de pole dance
en video, acompañadas de leyendas como “Otra cosa que me convirtió en belleza,
el pole dance”. Y ni hablar de su relato lésbico con ‘Pati’, que merecería una
mención aparte.
Capítulo III: Sed de admiración
A decir verdad, hubo un
contenido que llamó mi atención por encima de las demás, por lo menos en esa
primera jornada de exploración de sus redes sociales. Era una foto de Luciana,
una foto de cuerpo entero, en la que ella posaba de perfil. En la imagen
Luciana aparecía de rodillas, con un vestido que había situado a la altura de
su cintura, es decir que lo había ido remangando, de abajo y de arriba,
situándolo todo en la zona de la cintura. Sus senos quedaron al descubierto,
aunque en la imagen solo se ve uno de ellos, pues al estar de costado, uno se
esconde tras del otro. También queda al desnudo su zona púbica, pues no se
observa calzón o braga que la resguarde, aunque no se ve mayor cosa porque el
ángulo que forma con sus caderas y sus piernas evita que se puede apreciar fácilmente
lo que podría ser una inspiración para todo tipo de perversión...
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