Follé con mi novia, su madre y sus hermanas
Capítulo I: Calenturas de una chica delgada
Una tarde como cualquier otra decidí
pasarme por el apartamento de Majo, mi novia de ese entonces. De camino le
compré unas flores y una botella de vino. Planeaba llegar de sorpresa y pasar
una tarde, y quizás noche, tranquila en su apartamento.
Cuando
empezamos a salir, los dos teníamos 20 años. El primer año de relación fue algo
de lo habitual, mucho cariño y amor en un principio, y luego peleas
ocasionales, pero sin perder nunca la pasión por el otro. Debo confesarles la
verdad, Majo no era la mujer más atractiva que existe, ni está, ni estará cerca
de serlo. Su cara es preciosa, muy finita, de ojos grandes y de un verde
intenso, como la morralla de la esmeralda. Una nariz elegante, fina, como
mandada a tallar; sus labios no eran ni gruesos ni delgados, estaban en un
punto medio en lo que refiere al tamaño, pero siempre lucían de un hermoso
color rosa, además de dar esa sensación de constante humedad. Su sonrisa era el
complemento ideal a esa boca provocativa, era sencillamente perfecta. Su pelo
era largo, negro, (ocasionalmente teñido de rubio) habitualmente liso y sedoso, contrastaba perfectamente con su
blanco y elegante rostro.
Hasta ahí
todo perfecto con su apariencia, pero solo bastaba con bajar un poco la mirada
para decepcionarse. Majo era excesivamente delgada, difícilmente superaría los
40, o como mucho, los 42 kilos. Sus senos eran dos pequeñas pelotitas decoradas
a la perfección con esos pezones rosas, sinceramente casi inexistentes.
Por su
extrema delgadez su cintura era casi imperceptible. A esto ha de sumarse que
sus caderas no eran generosas en tamaño, lo que hacía resaltar todavía menos la
curvatura de su cintura. Su abdomen era plano y marcado, el mejor atributo de
todo su cuerpo, sin duda alguna.
Sus piernas
eran dos delgados tubos que para muchos de mis amigos solo generaban lástima. A
mí, por el contrario, me calentaban. Debo decir que me calientan casi todas las
mujeres, pero tengo una extraña fijación con las flacas. No es para menos, pero
las mujeres delgadas dan una sensación de mayor dominio en la cama, son de
alguna manera más fáciles de manipular en medio del coito, sin llegar a
mencionar lo ajustado de su coño, que es casi que una regla en toda chica de
escazas carnes.
Su culito tampoco era descollante, pero no puedo
minimizarlo, pues fue mucho lo que lo disfruté a lo largo de estos años. Era
pequeño, pero su redondez era perfecta. No era generoso en carnes, pero era
totalmente tentador con su extrema blancura.
Todas las
carencias que tenía Majo en su cuerpo las equilibraba con su forma de follar.
Era una mujer muy caliente, su apetito sexual era constante e insaciable. Además,
tenía dos grandes ventajas, ante ese cuerpo que fue pocamente dotado por la
naturaleza. Al ser tan delgada, la contracción de los músculos de su vagina, se sentía como una especie de abrazo estrangulador contra cualquier pene
que osara explorarla, para ese entonces el mío, ¡qué fortuna! El complemento
eran esos gestos de deleite enmarcados por un rostro más que hermoso; lo
expresivo de sus ojos, sus labios tentadores, e incluso su voz semironca, que
hacía todavía más exquisito el coito con una flaca que todos creían
desgraciada.
Toqué el
timbre de su apartamento y fue ella misma quien me atendió. Me hizo pasar, nos
saludamos con un gran beso, charlamos por un rato. Para esa época Majo vivía
con sus padres, su hermana menor y una de sus hermanas mayores, la otra vivía
en su propio apartamento.
Entre todas
tenían un gran parecido, menos la que no vivía allí. Esa tarde estaban en casa
sus padres y su hermana menor; se alistaban para salir de viaje, Majo no iría
porque implicaría invitarme, y como yo había llegado por sorpresa, quedaba en el
olvido la idea de hacerlo.
A última
hora Esperanza, la hermana menor, dijo a sus padres que se sentía mal, que
tenía un fuerte dolor de estómago, por lo que prefería quedarse en casa. Por
supuesto sus padres no pusieron mayor objeción y endilgaron a Majo el cuidado
de su hermana menor. Sería entonces un paseo romántico para los padres de Majo,
se irían solo los dos y con seguridad aprovecharían para desfogar todos sus
deseos. Aún sin tenerlo muy claro, eso me generaba algo de rabia. No podía
soportar el hecho de tener que enterarme que se iban a coger a María José, la
madre de Majo.
Yo amaba a
Majo, por lo que hasta ese entonces jamás la había traicionado, claro que tenía
muchas fantasías con otras, entre esas su madre; anhelaba poseer esas carnes
vetustas, sentir ese coño que habría peleado mil y un batallas, más teniendo en
cuenta que había parido a cuatro hijas. Pero era solo eso, solo fantasías.
Se hizo de
noche y yo aún estaba en casa de Majo, pedimos una pizza a domicilio y teníamos
como plan ver alguna película, luego a dormir. Los dos sabíamos que íbamos a
terminar follando, pero tendríamos que esperar un rato largo mientras Esperanza
se dormía.
Esperanza
no era una niña pequeña, tan solo era un par de años menor que Majo. No sé por
qué, pero a Majo le daba pena ser descubierta por su hermana mientras tenía
sexo. Me hago la pregunta es porque con Majo follábamos en casi cualquier
lugar, la adrenalina de ser atrapados era una de las grandes motivaciones de
Majo para calentarse. Por eso no entendía cuál era el problema de que su
hermana quizás nos oyera mientras lo hacíamos.
Decidimos
entonces ver si estaban dando alguna película buena en la televisión, Al no
encontrar nada interesante, hicimos un pago por ver. Elegimos una llamada Noche
de miedo, que, por cierto, les recomiendo que no vean jamás, es de las
películas patéticas y mal hechas que he visto en la vida.
La película
era mala, Majo lo sabía, pero trataba de concentrarse en ella porque podría
mejorar. Yo me concentré en pasarla bien con ella. Poco a poco fuimos pasando
de unos inocentes besos a un acalorado momento en el que yo le pasaba mi lengua
desde su cuello hasta el borde de sus senos. La besaba con pasión y le
acariciaba desde su espalda hasta su culo. Hasta ese entonces seguíamos
vestidos.
Majo estaba
notablemente contenida, habitualmente ya me tendría el pene afuera y estaría
dando unos pequeños toques con la punta de su lengua. Pero esa noche no,
insistía en que debíamos esperar y asegurarnos de que Esperanza estuviera
dormida. Yo no podía esperar más, Majo me había acostumbrado a desearla y a
tenerla, así que por más que ella insistió en esperar un rato, yo no quise.
Seguí
besándola y tocándola, Majo me decía que no con sus palabras, pero sus gestos
me decían que siguiera. Yo sabía que Majo estaba caliente y que tarde o
temprano cedería a la presión de sus deseos.
Seguí
besándole el cuello por un buen rato, al mismo tiempo levanté su camisa y
empecé a tocar suavemente sus pequeños senos. Eran diminutos, pero como me
gustaba ponerlos en mi boca. Mientras lo hacía, Majo cerraba sus ojos, dejaba
caer su cabeza hacia atrás y disfrutaba del momento. Yo, siendo un adicto a su
cara, buscaba mantener mi mirada en ese punto; sin embargo, por el rabillo del
ojo alcancé a ver que Esperanza nos miraba desde el pasillo que conduce a las
habitaciones. Estaba allí asomando nada más la mitad de la cara, viendo todo lo
que hacíamos.
Esperanza
se dio cuenta de que yo la había visto. Aun así, no le importó, siguió parada
allí observando. Yo no sabía qué hacer porque apenas la vi, sentí un escalofrío
que me bajaba por la espalda, podíamos estar en problemas; Esperanza nos había
descubierto y quizás el recelo de Majo por ser descubierta tenía algún
fundamento. Me quedé observándola entonces para ver que reacción tenía,
permaneció allí, inmóvil; por ratos se dibujaba una pequeña sonrisa en su rostro
mientras mantenía fija su mirada en nosotros. Alternaba su sonrisa con el gesto
de apretar su labio inferior con sus dientes. Al ver que solo estaba saciando
su sed de curiosidad, morbo y perversión, entendiendo que no haría nada;
continué mi trabajo con Majo, claro, ocasionalmente desviaba mis ojos buscando
saber que andaba haciendo la "pequeña" Esperanza.
Poco a poco
empecé a bajar con mi boca desde los senos de Majo hacia su abdomen y luego
lentamente empecé a bajar su pantalón. Majo se estaba dejando llevar, no oponía
resistencia, es más, manejaba mi cabeza con sus manos, pidiendo que no me
detuviera mientras jugaba con mi lengua en su pubis.
Majo estaba
absolutamente concentrada en disfrutar, al punto que se olvidó del carácter
prohibitivo que tenía la situación. Se dejó llevar. Su respiración se agitó,
pero cuando dejó escapar un par de gemidos, supo que era el momento de parar.
Ahí mismo fue consciente de que su hermana podría encontrarnos.
Pero Majo
no podía quedarse con las ganas. Ya estando tan caliente era inconcebible no
terminar la noche con un buen polvo.
Como la
situación estaba dada y solo debía asegurarse de que su hermana estuviera
dormida, me detuvo y me lo dijo suavecito al oído. Iría sigilosamente, como
quien hace algo prohibido, a revisar si Esperanza dormía, una vez que
confirmara esto, iríamos a su habitación a terminar lo que habíamos empezado en
la sala.
Majo subió
su pantalón y tapó sus senos con su camisa nuevamente, se pasó la mano por la
cabeza buscando peinar su pelo. Esperanza no había podido escuchar el plan de
Majo porque me lo había susurrado, pero apenas la vio vestirse y arreglarse
supo que tenía que huir.
Majo se
puso de pie y sin hacer mucho ruido se acercó al cuarto de Esperanza. Allí la
encontró, dormida bajo las cobijas. Majo volvió buscando guardar silencio para
avisarme que teníamos vía libre para follar. Fuimos a su cuarto y cerramos la
puerta buscando así guardar el mayor silencio posible.
Empezamos a
besarnos con mucho ahínco, con cierto desespero. Nuestras manos se enredaban en
nuestros cuerpos mientras nos besábamos. La dejé caer sobre la cama y empecé a
besarla en su abdomen, mientras tanto fui desabrochando su pantalón. Majo se derretía
de placer mientras yo volví a besarle su entrepierna.
Estuve
jugando nuevamente un rato a pasarle mi lengua por ahí, hasta asegurarme de que
Majo estuviera lo suficientemente mojada. Debo confesarles que darle sexo oral
a Majo era una de mis grandes fascinaciones. Sentirla lubricar, percibir
el incremento en el ardor de su coño, y especialmente saberla caliente y
desatada me hacía perder la cabeza.
Majo ahora,
manifestaba su placer con mayor comodidad. Sus gemidos se hacían cada vez más
presentes y más sonoros, claro que hasta ese momento trataba de ser prudente
con el ruido.
Una vez que
vi a Majo ahí tendida sobre la cama, poseída por la lujuria y el placer me
dispuse a penetrarla. A follarla con furia, salvajemente, como merecía ser
follada. Siempre eran una odisea esos primeros minutos en que la penetraba; debido
a lo estrecho de su coño. Mi pene tenía que entrar lentamente, deslizarse con
delicadeza en su rosada y caliente vagina. Era algo que me calentaba hasta más
no poder; todo el preámbulo era como subirse a una montaña rusa y permanecer
guardando la tensión hasta que el carrito llega a la cima, el momento en que la
penetraba era como esa primera caída que incrementa los niveles de adrenalina
hasta límites inimaginables. Hoy, mirando al pasado y recordando esos tiempos,
no puedo dejar de lamentar el hecho de no poder volver a sentir ese ajustado
coño.
Poco a poco
iba aumentando el ritmo, nuestros cuerpos chocaban, nos mirábamos fijo al
rostro mientras culeábamos. Disfrutaba a más no poder aquello de penetrarla con
rudeza, incluso teniendo en cuenta que su extrema delgadez me hacía daño, por
lo menos cuando lo hacíamos en la clásica posición del misionero, pues sus
huesudas caderas chocaban contra mi pelvis, lo que al día siguiente me dejaba
fuertemente adolorido, casi al punto de no poder caminar con normalidad.
Majo era
una mujer muy caliente, gozaba con apretar mis nalgas con sus uñas mientras yo
la penetraba con vehemencia. También gozaba arañando mi espalda, sabía que eso
me calentaba lo suficiente como para hacerme terminar. De hecho, yo se lo
decía, pero parecía no importarle. Creo que hallaba placer en hacerlo y
encontrar que yo me reprimía con tal de seguir follándola.
Majo estaba
excitada, sus vapores vaginales así me lo confirmaron, pero era claro que aún
estaba lejos de encontrar el mayor estado de excitación. Me pidió que paráramos
por un momento mientras pegaba un porro. Esa era una de sus mayores
fascinaciones, follar mientras estaba colgada. Majo era una viciosilla en todo
sentido, y eso era algo que yo disfrutaba a más no poder.
Nos
sentamos al borde de la cama y mientras ella armaba el porro yo seguía
tocándole su vagina y besándole sus senos. Era imposible detenerse si se
trataba de Majo, por lo menos para mí.
Una vez que
terminó de armarlo, me acostó sobre la cama, me montó y lo prendió. No lo
fuimos rotando mientras cogíamos. El juego era sencillo, mientras ella fumaba
yo utilizaba mis manos para acariciar sus caderas, su cintura, su culo, sus
senitos, su espalda, su cara; y mientras yo fumaba ella clavaba fuertemente sus
uñas en mi pecho o en mi espalda, eso dependiendo de qué tan sentado o
recostado estuviera.
Majo era de
esas mujeres que disfrutaba mucho el sexo de pie, ya fuera que yo la alzara y
ella me rodeara con sus piernas para sostenerse, o sencillamente que los dos
estuviésemos de pie, recargados o no, contra una pared. Pero esa noche no lo
hicimos; cuando lo hacíamos en dicha posición, Majo se dejaba llevar, gritaba e
insultaba, y ante la inminente posibilidad de ser descubiertos por su hermana,
preferimos dejarlo para otro día.
Una vez que
nos fumamos el porro, nos detuvimos, era el turno de Majo acostada boca abajo en
la cama. A mi poco me gustaba follar en esta posición, ya que así difícilmente
podía ver su cara, pero a ella le encantaba, y una de mis grandes obsesiones era
hacer que Majo sintiera mucho placer. Me encantaba verla retorcerse de gusto,
verle sus gestos de gocetas, verle esos ademanes de orgullosa pervertida.
Una vez que
la penetré estando en esta posición, Majo empezó a soltar esos lindos, tiernos
y fuertes sonidos; eran una perfecta mezcla entre placer y dolor: música para
mis oídos.
Majo ya no
se medía, parecía que ya no le importaba que su hermana estuviera en casa, se
estaba dejando llevar, y yo, de solo pensarlo, me calentaba más y más. Volví a
girarla, nuevamente yo estaba sobre ella, penetrándola con pasión y sin
compasión. Majo me comía la boca de a ratos para evitar gemir, sin embargo, no
duraba mucho haciéndolo.
Yo no podía
resistirme más, sabía que era el momento de acabar. Rápidamente saqué mi pene y
lo situé a la altura de su cara, ahí terminé. De hecho, esa era mi gran fantasía
con Majo y ella era amplia conocedora de mis convicciones ideológicas, por lo
que dejarle la cara chorreada y recubierta era un paso casi que obligatorio en
cada una de nuestras fornicaciones. Además, debía ser así porque era prohibido
terminar en su interior, más si consideramos que detestábamos usar condón.
Una vez que
acabamos, nos dejamos caer sobre la cama, muy agitados aún continuamos
besándonos y acariciándonos. Parecía que Majo quería un poco más, ella sabía
que si esperaba un par de minutos podría conseguirlo, pero prefirió no hacerlo
porque ya habíamos hecho mucho ruido y si Esperanza no se había dado cuenta, en
una segunda oportunidad no contaríamos con la misma suerte.
Majo me
besó largamente a modo de despedida. Me hizo vestir y me dijo que mientras ella
tomaba una ducha para sacarse la calentura yo debía marcharme. La verdad que yo
quería pasar toda la noche con Majo, ya fuera tirando de nuevo o sencillamente
durmiendo junto a ella, pero ya había sido suficiente riesgo por esa noche y
comprendía que ella no quería correr el más mínimo susto de ser sorprendida por
su hermana. Para mí era claro que Esperanza sabía lo que habíamos hecho, ya nos
había visto en la sala y seguramente había escuchado todo. Pensé en decirle a
Majo que ya no había nada que ocultarle a su hermana, decirle que ella nos
había visto en la sala, pero preferí no hacerlo para evitar una pelea.
Capítulo II: El chantaje de Esperanza
Una vez que me vestí, decidí que lo mejor
era marcharme. Salí del cuarto de Majo y me quedé allí quieto por un instante.
Por la cabeza me pasó el pensamiento de averiguar si Esperanza nos había
escuchado o no. Luego recapacité y pensé que no tenía mayor importancia, al fin
y al cabo, Majo ya me había dicho que debía marcharme...
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