Hermanitas de sangre y leche
Capítulo V: "Enlagunada"
Yo seguía frecuentando el apartamento de Camilo, pero
ya no había la maliciosa intención de follar con Alexandra, así se diera la
oportunidad. Iba allí sencillamente porque Camilo era mi amigo y siempre era un
buen plan ir a su hogar, siempre había algo para hacer, o la sencilla
oportunidad de conversar y compartir como buenos amigos.
Evidentemente yo iba con la ilusión de coincidir con
una esporádica visita de su hermana más pequeña, Katherine, que para ese
entonces me había causado una obsesión, todavía más porque, a pesar de la
ausencia, mantenía el deseo vivo enviándome fotos suyas, con y sin ropa. Sin
embargo, siempre me llevaba decepciones, pues nunca la encontraba.
Alexandra ya no me calentaba de gran manera, y el
sentimiento era mutuo, pues ella tampoco demostraba mayor interés en volver a
follar conmigo. De todas formas, seguimos llevándonos bien, compartiendo noches
de trasnocho en esas épocas de exámenes, trabajos, entregas y parciales.
Mi larga espera por volver a ver a Katherine iba a
terminar al año siguiente, en el que ella empezaría sus estudios universitarios
acá, en Bogotá.
Yo estaba dichoso porque al fin la tendría cerca para
repetir lo de aquella lujuriosa noche en que la conocí. Aunque no iba a ser
fácil, pues todo debía ser clandestino ya que ni Camilo ni sus hermanas podían
enterarse.
Viviendo todos en el mismo apartamento iba a ser una misión
difícil de cumplir. Sabía que entre más visitará este apartamento, más opciones
tendría para que se diera tal oportunidad.
Obviamente, en medio de la espera por la ocasión
perfecta, debía cruzarme con ella y afrontar sus insinuaciones, pues a ella
parecía no importarle nada. De hecho, era bastante desinhibida para demostrar
que me deseaba; me agarraba el culo o la entrepierna si nos cruzábamos por
algún pasillo del apartamento, me buscaba en mis momentos de soledad en el
balcón mientras fumaba, o sencillamente me hacía gestos provocativos, incluso,
en presencia de Camilo y sus hermanas, claro está, sin que ellos lo notaran.
Quizá la vez más arriesgada fue un día en que Diana
cocinó para todos los que estábamos en el apartamento. Estaba obviamente Camilo
y Diana, Alexandra y su novio, y Katherine y yo.
Katherine se sentó junto a mí en la cena, recuerdo que
en frente mío estaban Alexandra y su novio, mientras que en las cabeceras de la
mesa estaban Camilo y Diana.
Esa vez, en medio de la cena, Katherine tomó mi mano
izquierda, y la posó sobre una de sus piernas. Ella llevaba una falda puesta,
así que el contacto fue piel con piel.
Pensé en quitar mi mano de ahí, pero sabía que ella
estaba gozando con la situación y no quería romperle la ilusión, tampoco quedar
como un cobarde, así que dejé mi mano sobre su pierna. Poco a poco ella la fue
deslizando hasta llevarla por debajo de su falda. Palpe su coño por sobre su
ropa interior, y aun así se sentía el ardor. A la vez moría del pánico por la
posibilidad de ser descubiertos, pero afortunadamente eso no pasó. Terminé de
cenar, me puse de pie y pedí permiso para retirarme a fumar al balcón.
Allí, solo, con la fuerte brisa que se siente y con la
panorámica que brinda el estar en un décimo piso, pensaba en lo que acababa de
pasar. Mi calentura era total. Tenía en mente rematar esa noche con un buen
polvo con Katherine a pesar de la presencia de Camilo y sus hermanas.
Evidentemente tenía que ser precavido, tenía que cumplir mis deseos, pero sin
ponerme en riesgo.
Era una misión difícil y arriesgada, pues por más que
lo pensaba, no encontraba la forma de follar con Katherine bajo el mismo techo que
su hermano y sus hermanas, sin ponernos en evidencia.
Pero de repente se me ocurrió que no tendría que ser
necesariamente allí, en ese apartamento. Es más, tampoco tendríamos que
alejarnos demasiado, era cuestión de dar correcto uso a todos los espacios
disponibles. Afuera del apartamento, justo en lado quedaba el cuarto de basuras
de ese piso. Era una zona común y por ende podía ser más arriesgado, pues en
caso de ser atrapados el escándalo podría ser mayor.
Aunque a altas horas de la noche era difícil que
alguien fuera a ese lugar.
Esa noche, más o menos sobre las 12, todos se habían
ido a sus respectivos cuartos. Yo estaba en el sofacama destinado al invitado,
que de tantas veces que me había quedado allí, creo que ya tenía mi olor.
Empecé a enviarle mensajes por whatsapp a Katherine.
Le invitaba a escapar un ratito de su cuarto, que al mismo tiempo compartía con
Diana. No fue muy difícil convencerla, pues para esa época parecía que la
obsesión de ella por mí era superior a la mía por ella, o por lo menos equiparable.
Una vez que se reunió conmigo allí en la sala, le
pregunté si había vuelto a fumar marihuana y si le gustaría volver a fumar un
porrillo conmigo. Ella accedió sin obstáculo alguno. Salimos al balcón, lo
encendimos y lo fumamos en medio del silencio. Luego empecé a besarla y a
preguntarle si me había extrañado. La fui llevando contra la pared a medida que
nos besábamos y subía la tensión. Fui sintiendo una vez más sus carnes entre
mis manos, su pubis contra el mío, y su deseo por mí más vivo que nunca. Pero
decidí detenerme, pues ese no era el plan.
La tomé de una mano y la llevé hacia la entrada del
apartamento, abrí la puerta con total sigilo, y salimos. Luego entramos al
cuarto de basuras, que en este caso no es de aquellos que tiene cubos llenos de
residuos, sino un ducto por el que se arrojan. Era un espacio bastante pequeño,
pero lo suficientemente amplio para los planes que tenía.
Volví a besarla, y poco a poco fui pasando a su
cuello. Al mismo tiempo la acariciaba con ambas manos, aunque rápidamente una
de ellas iría a parar bajo su ropa interior.
Mientras levantaba su camisa y le besaba sus pequeños
senos, acariciaba su vagina que empezaba a emanar una alta temperatura a pesar
del poco tiempo que llevábamos dándonos cariño.
Esta vez ella parecía entregada completamente a mis
caprichos. Estaba completamente sumisa, dándome toda la iniciativa.
Le saqué su camisa y la colgué de la perilla de la
puerta. Sus delicados senos quedaron al aire, a mi completa disposición. Una
vez más estaba cara a cara con esos pequeños pezones rosa. Los besé por un
tiempo corto, pues ese no era el premio mayor.
Bajé lentamente por su abdomen con mi lengua mientras
con mis manos trataba de desapuntar su falda. Debo confesar que hubo cierta
torpeza de mi parte, pues ella tuvo que intervenir para abrir el cierre y así
poder quitársela y hacerla a un lado.
Una vez que quedó solamente en ropa interior, que para
esa noche eran cacheteros, mi excitación era total. Aunque del afán no queda
sino el cansancio, así que no me precipité para follar con ella, sino que me
encargué de hacer que esta fuera otra noche memorable, tanto para mí como para
ella.
Me arrodillé y empecé a pasear mis manos por su
abdomen, por sus caderas, por sobre su vagina, que aún permanecía cubierta; por
sus piernas, por su culo.
Era muy delicado al hacerlo, pues era el trato que una
figura como la de Katherine le exigía a mi mente. Empecé a besar la cara
interna de sus piernas, también a pasar lentamente mi lengua hasta subir a su
pubis. Bajé sus cacheteros y me puse una vez más cara a cara con su vagina.
Comencé a chuparla, a lamerla y a besarla sin dejar de
acariciar su abdomen, sus piernas y sus caderas. Era notorio que ella lo
disfrutaba, pues para ese momento ya empezaba a soltar unos pequeños jadeos.
Ocasionalmente levantaba la mirada para ver su cara,
para ver sus gestos de placer. Ella estaba con sus ojitos cerrados y la cabeza
ligeramente reclinada hacia atrás.
Su vagina se humedeció rápidamente, Pero esto no hizo
que me detuviera, pues a pesar de que el sabor de sus fluidos era hostigante,
estos se convertían en un manjar al saber que eran fruto de su disfrute.
Ella me agarraba fuertemente del pelo para evitar que
mi cara se apartara de su coño. No era necesario que lo hiciera, pues yo aún
estaba lejos de terminar con la sesión de sexo oral que tenía preparada para
ella.
Continuaba acariciando su cuerpo, pero esta vez mis
caricias iban acompañadas de ligeros y suaves rasguños por su espalda. Era tal su
excitación que sus fluidos fueron escurriéndose por la cara interna de sus
muslos. Ocasionalmente me ayudé con los dedos para acariciar su vulva, que para
ese momento ardía. Sus jadeos pasaron a ser gemidos y posteriormente pasaron a
ser pedidos para que la penetrara.
Hice caso a su petición, pues ya era hora de sentirla
nuevamente. Allí, de pie y frente a frente la penetré. Acompañé ese momento con
unos tiernos besos. La follaba con relativa calma, sin apuro alguno, aunque
sentía que pronto debía cambiar esa actitud, pues del primer encuentro había
aprendido que a esta chica le gustaba el sexo duro, agresivo y sin
contemplaciones.
Tomaba entre mis manos y apretaba sus nalgas a medida
que la penetraba con más fuerza. Ella no decía nada. Por ratos me miraba
directamente a los ojos, con la boquita abierta, para luego pasar a cerrar sus
ojos y reclinar su cabeza mientras soltaba uno que otro gemido. Yo la besaba
con frecuencia, pues sus labios eran un gran factor de sensualidad. También su
manera de besar, ya que Katherine gustaba de morder cuando lo hacía, y a mí eso
me volvía loco. De hecho, cuando lo hacía, yo parecía detener mis movimientos,
para luego reanudarlos con mayor fortaleza.
La humedad de su vagina podía sentirla ya en mis
pubis, al igual que sentía sus senos chocar contra mi pecho con cada una de mis
embestidas. Y así como yo agarraba sus nalgas en ese coito en pie recostados
contra una pared, ella agarraba las mías enterrando sus uñas.
De todas formas, mantenernos en esa posición fue algo
agotador, así que con el pasar de los minutos nos “desenganchamos”, le di
vuelta, la apoyé contra la pared y la penetré. La rodeaba con uno de mis brazos
por su abdomen mientras que con la otra mano la tomaba, por ratos de uno de sus
hombros, por ratos de su pelo, y por ratos de su cara para girarla y continuar
besándola.
El volumen de sus gemidos fue en aumento, aunque eran
realmente esporádicos. Yo trataba de ser silencioso, pues a pesar de no estar
al interior del apartamento, sentía que de todas formas estábamos corriendo un
riesgo.
Me encargaba de penetrarla a profundidad pero sin
agresividad, tratando de evitar hacer ruido con nuestros cuerpos al chocar.
Tampoco me apetecía follarla con dureza, a menos de que ella lo quisiera, pero
nunca lo manifestó.
Más bien guardaba silencio, ocasionalmente dejaba
escapar sus gemidos, que en medio de la oscuridad de ese cuarto me resultaban
bastante lujuriosos y dicientes.
Este, a diferencia del primer polvo, fue bastante
largo. Seguramente porque ninguno de los dos sintió la amenaza o el temor de
aquella primera vez en que corrimos el riesgo de ser descubiertos. Pero, aunque
yo hubiese querido que durara para siempre, su apretado coño iba a cumplir con
la función de generarme un orgasmo. Fui lo suficientemente previsivo y ágil
para sacarlo y terminar corriéndome sobre su espalda y sobre su culo.
Cuando terminamos no pensamos en encender la luz por
lo menos en un comienzo. Pero ella soltó un pequeño grito seguido de una
risa nerviosa. Lo hizo porque había pisado un charco en el suelo, un charco que
ella misma había creado con sus fluidos.
En un comienzo yo no entendí el porqué de su reacción,
encendí la luz y vi el charco, ella aún en medio de su risa nerviosa se
disculpó.
- Ay, oye, perdóname, la
verdad que no lo controlé, dijo la avergonzada chica
- No te preocupes…
- - Yo no sé tú qué
sentiste, yo sentí rico así que me dejé llevar, dijo ella interrumpiendo mi
respuesta
- Tranquila, yo ni me di
cuenta
- Jejejejeje, nunca me
había pasado, de verdad discúlpame
- No te preocupes, es algo
completamente natural, no tienes de que avergonzarte
Ver el pequeño charco de fluido allí en el suelo, no
solamente me calentó, sino que despertó en mi un sentimiento de compasión,
quizás enamoramiento, por la vulnerabilidad y nobleza expresada por Katherine.
La besé antes de que se vistiera, acaricié su mejilla
y le expresé lo mucho que me alegraba su llegada a la ciudad y su aparición en
mi vida. Nos vestimos y entramos de nuevo a su apartamento. Nos besamos
nuevamente y luego la vi partir hacia su habitación mientras yo tenía el deseo
de compartir la noche entera con ella.
Capítulo VI: infragantis
Era evidente el interés de ella por mí y el mío por
ella, así que nuestros encuentros sexuales se iban a repetir en más de una
ocasión. Pero siempre íbamos a contar con la dificultad del dónde: en su
apartamento existía el peligro de ser descubiertos por sus hermanas o su
hermano, en mi casa estaban mis padres, con lo incómodo que puede ser follar
teniéndolos en el cuarto del lado.
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