Ardores de una lesbiana confundida
Nada
hay tan reconfortante, tan vigorizador, tan encantador y deleitable, como eso
de hacer que una lesbiana se trague su orgullo de mujer empoderada a partir de
una clásica fornicación heterosexual. Nada como aquello de verla tragarse la
soberbia al verse desbocada del disfrute por una penetración.
Lo
mejor de todo es eso de saberte dominador, aquello de entender que le has
otorgado tanto disfrute que le has puesto a dudar sobre sus convicciones
lésbicas.
Una
noche me bastó para avivar el gusto por los falos de parte de una chica que
afirmaba odiar los principios de esta sociedad falocéntrica. Debo reconocer que
no fue mérito exclusivamente mío, el licor y una previa decepción amorosa
fueron condimentos esenciales para que esta lesbiana me abriera las piernas.
A
Aura María, la lesbiana en mención, la conocí esa misma noche. Todo se dio en
la despedida de una amiga que teníamos en común: Juliana.
Camilo
y yo, que somos los mejores amigos de Juliana, le organizamos esta reunión, y luego
ella fue invitando a otros de sus amigos y amigas, entre ellos Aura María.
Aura
María es el clásico estereotipo de lesbiana feminista: Chica de pelo corto,
oscuro, axila peluda, espalda ancha, y arraigados ideales de la lucha
feminista. Su rostro no es muy bello, aunque tampoco estamos hablando de un
adefesio, más bien de una chica de rasgos comunes, que se han potenciado a la
baja por lo corto de su cabello. Sus ojos son oscuros y su mirada muy profunda,
es es quizá el rasgo más bello de su rostro. Su nariz tiene una imperfección a
la altura del tabique, aunque no es algo excesivo, ni que la haga lucir
desproporcionada. Sus labios son más bien delgados, aunque de una linda
tonalidad rosa, incluso sin el decoro de un labial. La palidez de su piel
contrasta muy bien con lo oscuro de su pelo, lo que a su vez le da un rasgo de
delicadeza a pesar de sus muy pronunciados ademanes de lesbiana machorra.
El
encanto de esta chica está en su cuerpo. Ciertamente es una chica ancha o
maciza, pero no por ello obesa. Sus piernas son gruesas, carnosas, toda una
tentación forradas bajo esos jeans que llevaba esa noche. Igualmente ajustada
se veía su zona íntima, se demarcaba notablemente esa vulva hasta entonces
ignorante de la sensación de un pene ingresando. Sus caderas son verdaderamente
macizas, correspondiéndose con el grosor de esas piernas anchas y pulposas.
Igualmente ocurre con su culo, que no es que tenga una forma perfectamente
curvilínea, sino más bien un enorme tamaño, una bondadosa cantidad de carne.
Son unas nalgas de esas habitualmente flácidas, blancas y abundantes; un
clásico culo de tía o de mamá, aunque Aura María no lo era hasta ese entonces.
Aura
María es una de esas chicas que tiende a la obesidad, pero esa noche, a sus 19
años, estaba todavía lejos de convertirse en una amorfa obesa. No nos vamos a
mentir, su abdomen estaba recubierto por una pequeña capa adiposa, era flácido,
pero no era prominente. A diferencia de sus senos, que eran ostentosos, gordos,
preciosos, verdaderamente provocativos. Me los imaginé saltando alocadamente
desde aquel momento en que nos presentaron.
Claro
que desde ese mismo instante supe de su orientación sexual, por lo que descarté
de entrada cualquier intento de acercamiento carnal con ella. También la
posibilidad de trabar una amistad. Una lesbiana solo merece atención en cuanto
se puede apreciar estéticamente sosteniendo relaciones con una semejante en una
buena película porno.
Aunque
esa noche la vida iba a darme una lección, iba a enseñarme a no descartar sin
antes intentar, a no darme por vencido antes de tiempo.
Fue
una velada en la que todos los presentes consumimos diferentes tipos de licor,
cervezas, aguardiente, ron, vodka y algo de tequila. Obviamente yo no hice una
mescolanza de tan variada gama de licores, para mí fue suficiente con el ron y
la cerveza.
Pude
mantenerme más sobrio que la mayoría de los allí presentes, que cuando se
vieron vencidos por el efecto del alcohol en sangre, decidieron marcharse a
casa o sencillamente dejarse caer allí mismo para dormir.
Aura
María se jugó sus cartas con Juliana, y ya entrada la madrugada intentó
besarla. Juliana no correspondió su deseo lésbico. Eso generó una especie de
tensión entre ellas, por lo que se mantuvieron distantes en el resto de la
reunión.
Aura
María sufrió la desilusión de verse rechazada, y luego de permanecer un buen
rato en silencio, pretendió despedirse y partir a casa. Pero yo la retuve, la
convencí de quedarse un rato más departiendo con nosotros. Para ese momento yo
ya había vislumbrado la posibilidad de cumplir mi cometido de penetrar a una
lesbiana. Ya solo me hacía falta eso de embriagarla y llenarla de elogios para
subirle el ánimo.
La
invité a fumar en el balcón, y allí empecé a decirle lo mucho que me gustaba su
pelo, su piel suave, blanca, tersa y delicada, y especialmente lo mucho que me
atrapaba su enigmática mirada. Y más tardé yo en decirle todo esto que ella en
sucumbir a mis cumplidos. No le importó mucho mi aliento a nicotina ni su
condición de lesbiana, pues fue cuestión de un par de minutos para que se
abalanzara sobre mí para besarme. Era claro que lo suyo, más que
homosexualismo, era falta de cariño.
Yo
busqué ser tierno con ella para que no se sintiese amedrentada. Acaricié su
mejilla e interrumpí el beso para enfrascarme en una nueva sesión de piropos
para ella. Pero Aura María ya no quería escucharme, quería besarme y sentirse
deseada. Y fue así que lanzó su boca hacia la mía para así sumergirnos en un
nuevo y largo beso. Esta vez me permití usar mis manos para acariciar sus
piernas y sus nalgas, y ella no solo me lo permitió, sino que usó las suyas
para orientarme hacia las zonas que quería que le estimulase. Y fue así que más
temprano que tarde estuve amasando sus pechos, allí en ese balcón, a la vista
de los que aún estaban presentes.
La
lujuria se apoderó de nosotros, y así como yo le manoseaba sus generosas tetas,
ella se daba el gusto de agarrarme el paquete, eso sí, todavía por encima del
pantalón. Y fue entonces cuando le propuse ir al baño, encerrarnos y rematar la
velada como se merecía.
Ella
dejó de lado todas sus convicciones lésbicas, todo su asco hacia los penes, y
aceptó sentir uno por primera vez en su vida. No quería decir esto que Aura
María tuviera intacto su himen, pues un par de artefactos se había metido
alguna vez, ya fuera masturbándose, o en una de sus alocadas relaciones
lésbicas. Pero un pene como tal, no había sentido nunca. Iba a ser yo el
privilegiado de darle a conocer a esta lesbianita la sensación de un trozo de
carne caliente y dura al interior de sus piernas.
Nos
encerramos en el baño, lo hicimos sin vergüenza alguna, sin importarnos que aún
había gente allí presente, que seguramente nos iba a escuchar mientras
follábamos.
A
pesar de que fue un baño el escenario elegido para el desfogue de nuestros
deseos, no por ello iba a ser un polvo insulso, fugaz y poco trascendente. Al
revés, me tomé el trabajo de desvestirla, acariciarla, comerle ese coño peludo
y luego penetrarla a placer.
Cerré
la puerta empujándola con uno de mis pies. Mis manos estaban ocupadas rodeando
las carnes de Aura María. Continuamos besándonos como si nuestra vida
dependiera de ello, nos desvestimos sin parar de besarnos.
Ese
cuerpo blanco, gelatinoso y abundante en carnes me deleitó más de la cuenta
cuando por fin lo vi desnudo. Sentí un deseo incontrolable por penetrarla, pero
sabía que no debía precipitarme, debía aprovechar cada segundo de aquel inédito
encuentro.
Me
agaché, empecé a besar y a acariciar sus piernas, de abajo a arriba, hasta
situarme en su entrepierna. Las llevaba rasuradas, contrastando de aquel
imaginario que se tiene de las feministas y sus piernas velludas. Al desnudo,
esos muslos eran todavía más tentadores de lo que había podido imaginar, era
todo un absurdo, un desperdicio eso de que no estuvieran al servicio de los
hombres. Por lo menos hasta ese entonces.
No
fui jamás un fanático de los coños peludos, pero para este iba a hacer una
excepción, es que auténticamente era una ocasión especial. Me mentalicé para
clavar mi rostro en su entrepierna, y así lo hice para luego poder deleitarla
con un buen paseo de mi lengua por sobre su vulva. Tampoco escatimé a la hora
de jugar con su clítoris, es más, diría que me atraganté con este. Aura María
tampoco tuvo mayor reparo a la hora de gozar, sus jadeos y gemidos estuvieron
siempre presentes, y de seguro los estaban escuchando al otro lado de la
puerta.
Le
di vuelta y la apoyé contra la pared para continuar saboreando las carnes de su
coño y sus exquisitos fluidos, pero ahora teniendo el hermoso panorama de su
ostentoso culo ante mis ojos. Me fui desvistiendo mientras tanto. Y una vez que
estuve completamente desnudo, volví a darle vuelta a ese cuerpo serrano para
ponerme cara a cara de nuevo con ella y así poder comerle la boca.
Mientras
la besaba fui azotando mi pene contra su vulva, como quien golpea antes de
entrar, y viéndola absolutamente lubricada, me permití el ingreso de mi miembro
entre sus carnes. Me encargué de que fuera despacioso, no solo por aquello de
ser delicado en su primera experiencia hétero, sino para sentir centímetro a
centímetro el ardor de tan jugosa vagina. Nos miramos directamente a los ojos
mientras eso sucedió. El gozo era evidente en su rostro, aunque más lo era en
su coño, que parecía hervir cada vez más.
Con
el paso de los minutos me fui dejando llevar por aquel deseo de penetrarla con
vehemencia. Poco y nada me importó eso de que nuestros cuerpos sonaran
fuertemente al chocar. Al fin y al cabo que era evidente que al otro lado de la
puerta ya sabían lo que hacíamos. Me apasioné estrujando sus senos, acariciando
sus pezones rosados y duros. Pero más me entusiasmé chupándolos, pues fue ella
quien me confirmó que eso la enloquecía. Claro que llegó un momento en que tuve
que dejar de tocar tan maravillosos pechos, pues de seguir aferrado a ellos,
habría alcanzado el orgasmo prematuramente. Me conformé entonces con verlos
sacudirse al ritmo de nuestros menos, con sentirlos apretándose contra mis
pectorales.
Y
aunque me estaba deleitando con esos gestos de putita gustosa, mi mayor deseo
era recrearme contemplando ese maravilloso y generoso culo. Fue entonces cuando
le di vuelta y la penetré de nuevo por su carnosa covacha. De nuevo comencé con
un movimiento lento y paciente, y poco a poco fui aumentando la intensidad.
Sus
nalgas se sacudían y temblaban con cada uno de mis empellones. Yo la rodeaba
con los brazos por la cintura, para así sentir sus excesos de grasa y carne en
su zona abdominal, los acariciaba y me deleitaba también con ello, jugueteando
con su pequeña pancita. Y luego me embelesé una vez más con sus tetas entre mis
manos. Eso me sacó de quicio, ver esas nalgas temblorosas, sentir esos pechos
inmensos, y especialmente eso de ver sometida a una lesbiana fundamentalista.
Todo eso me sacó de quicio, me llevó a fornicarla sin ningún tipo de
delicadeza, sometiéndola al máximo de rudeza y de lo salvaje. Hasta que eso
desembocó en una generosa corrida, que además se convertía su primera vez
sintiendo ese fluido caliente recorriendo sus paredes vaginales.
Pero
la faena no iba a terminar allí. Me dio mucho morbo eso de ver mi esperma
saliendo de su coño y cayendo al suelo mientras ella permanecía aún recostada
contra la pared.
Le
propuse entonces que se diese un baño para despejar cualquier olor a sexo
presente en su cuerpo. Y ella, en medio del gozo y la ebriedad, hizo caso a mi
pedido. Y una vez estuvo bajó el chorro de la ducha, la asalté allí. Abrí la
puerta corrediza y entré para de nuevo degustar sus carnes al tacto. Le propuse
entonces que me diera una mamada, pero ella se negó argumentando que eso le
daba mucho asco. No le vi problema a ello, pues no podía obligarla, así que
resignándome a no sentir sus labios en mi pene, me vi en la necesidad de ser yo
quien le diera una buena sesión de sexo oral.
El
sentir de nuevo sus carnes, su vagina ardiendo y sus fluidos saliendo, fueron
motivos suficientes para generarme una nueva erección. Una vez listo para una
nueva fornicación, me tumbé en el suelo y la invité a montarme.
Ella
se agachó, introdujo mi miembro en su coño, y empezó a menearse, evidenciando
su falta de experiencia para cabalgar a un hombre. Pero no tardó mucho en
entender la cadencia que debía llevar. Fue cuestión de un par de minutos para
verse perdida saltando sobre mí. Me encantaba el azote de su pelvis contra el
mío, pero más me fascinaba eso de ver sus senos recubiertos por el agua
mientras brincaban alocadamente.
Disfruté
en exceso con la tonalidad que adquirieron sus gemidos por el eco que allí se
formaba, y también lo hice al evidenciar los ademanes de placer en su rostro.
Ella
se sacudió sobre mi cuanto pudo, aunque llegó un momento en que el cansancio la
venció y dejó caer su torso sobre el mío. Traté de guiar sus movimientos
agarrándola por sus macizas caderas, pero ella no daba más. Fue entonces que
entendí que el remate de la faena me correspondía a mí.
Invertimos
nuestras posiciones, ahora era ella quien estaba acostada en el suelo, mientras
que yo la penetraba. Eran tan anchas sus caderas que parecía como si se
tragaran mi miembro con cada una de las penetraciones. De nuevo me apasioné
succionando sus senos, pero esto fue mi perdición, pues a partir de ello fue
que alcancé mi segundo orgasmo de la noche, una vez más al interior de su
humanidad. No sentí remordimiento por rellenarla con mi esperma, pues una chica
de sus convicciones no tendría inconveniente alguno en tomar las medidas
necesarias para evitar un embarazo.
Salir
del baño fue algo complejo, pues seguramente los que habían permanecido
despiertos habían hecho un esfuerzo adicional para permanecer así y escuchar lo
que ocurría al interior del baño. Para nuestra sorpresa, cuando salimos del
baño, solo estaban despiertos Juliana y Camilo, que además estaban inmersos en
un profundo beso, por lo que ni se dieron cuenta del momento en que salimos del
baño con ese gesto lleno de complacencia en nuestros rostros.