martes, 16 de marzo de 2021

Ardores de una lesbiana confundida

Ardores de una lesbiana confundida


Nada hay tan reconfortante, tan vigorizador, tan encantador y deleitable, como eso de hacer que una lesbiana se trague su orgullo de mujer empoderada a partir de una clásica fornicación heterosexual. Nada como aquello de verla tragarse la soberbia al verse desbocada del disfrute por una penetración.

Lo mejor de todo es eso de saberte dominador, aquello de entender que le has otorgado tanto disfrute que le has puesto a dudar sobre sus convicciones lésbicas.

Una noche me bastó para avivar el gusto por los falos de parte de una chica que afirmaba odiar los principios de esta sociedad falocéntrica. Debo reconocer que no fue mérito exclusivamente mío, el licor y una previa decepción amorosa fueron condimentos esenciales para que esta lesbiana me abriera las piernas.

A Aura María, la lesbiana en mención, la conocí esa misma noche. Todo se dio en la despedida de una amiga que teníamos en común: Juliana.

Camilo y yo, que somos los mejores amigos de Juliana, le organizamos esta reunión, y luego ella fue invitando a otros de sus amigos y amigas, entre ellos Aura María.

Aura María es el clásico estereotipo de lesbiana feminista: Chica de pelo corto, oscuro, axila peluda, espalda ancha, y arraigados ideales de la lucha feminista. Su rostro no es muy bello, aunque tampoco estamos hablando de un adefesio, más bien de una chica de rasgos comunes, que se han potenciado a la baja por lo corto de su cabello. Sus ojos son oscuros y su mirada muy profunda, es es quizá el rasgo más bello de su rostro. Su nariz tiene una imperfección a la altura del tabique, aunque no es algo excesivo, ni que la haga lucir desproporcionada. Sus labios son más bien delgados, aunque de una linda tonalidad rosa, incluso sin el decoro de un labial. La palidez de su piel contrasta muy bien con lo oscuro de su pelo, lo que a su vez le da un rasgo de delicadeza a pesar de sus muy pronunciados ademanes de lesbiana machorra.

El encanto de esta chica está en su cuerpo. Ciertamente es una chica ancha o maciza, pero no por ello obesa. Sus piernas son gruesas, carnosas, toda una tentación forradas bajo esos jeans que llevaba esa noche. Igualmente ajustada se veía su zona íntima, se demarcaba notablemente esa vulva hasta entonces ignorante de la sensación de un pene ingresando. Sus caderas son verdaderamente macizas, correspondiéndose con el grosor de esas piernas anchas y pulposas. Igualmente ocurre con su culo, que no es que tenga una forma perfectamente curvilínea, sino más bien un enorme tamaño, una bondadosa cantidad de carne. Son unas nalgas de esas habitualmente flácidas, blancas y abundantes; un clásico culo de tía o de mamá, aunque Aura María no lo era hasta ese entonces.

Aura María es una de esas chicas que tiende a la obesidad, pero esa noche, a sus 19 años, estaba todavía lejos de convertirse en una amorfa obesa. No nos vamos a mentir, su abdomen estaba recubierto por una pequeña capa adiposa, era flácido, pero no era prominente. A diferencia de sus senos, que eran ostentosos, gordos, preciosos, verdaderamente provocativos. Me los imaginé saltando alocadamente desde aquel momento en que nos presentaron.

Claro que desde ese mismo instante supe de su orientación sexual, por lo que descarté de entrada cualquier intento de acercamiento carnal con ella. También la posibilidad de trabar una amistad. Una lesbiana solo merece atención en cuanto se puede apreciar estéticamente sosteniendo relaciones con una semejante en una buena película porno.

Aunque esa noche la vida iba a darme una lección, iba a enseñarme a no descartar sin antes intentar, a no darme por vencido antes de tiempo.

Fue una velada en la que todos los presentes consumimos diferentes tipos de licor, cervezas, aguardiente, ron, vodka y algo de tequila. Obviamente yo no hice una mescolanza de tan variada gama de licores, para mí fue suficiente con el ron y la cerveza.

Pude mantenerme más sobrio que la mayoría de los allí presentes, que cuando se vieron vencidos por el efecto del alcohol en sangre, decidieron marcharse a casa o sencillamente dejarse caer allí mismo para dormir.

Aura María se jugó sus cartas con Juliana, y ya entrada la madrugada intentó besarla. Juliana no correspondió su deseo lésbico. Eso generó una especie de tensión entre ellas, por lo que se mantuvieron distantes en el resto de la reunión.

Aura María sufrió la desilusión de verse rechazada, y luego de permanecer un buen rato en silencio, pretendió despedirse y partir a casa. Pero yo la retuve, la convencí de quedarse un rato más departiendo con nosotros. Para ese momento yo ya había vislumbrado la posibilidad de cumplir mi cometido de penetrar a una lesbiana. Ya solo me hacía falta eso de embriagarla y llenarla de elogios para subirle el ánimo.

La invité a fumar en el balcón, y allí empecé a decirle lo mucho que me gustaba su pelo, su piel suave, blanca, tersa y delicada, y especialmente lo mucho que me atrapaba su enigmática mirada. Y más tardé yo en decirle todo esto que ella en sucumbir a mis cumplidos. No le importó mucho mi aliento a nicotina ni su condición de lesbiana, pues fue cuestión de un par de minutos para que se abalanzara sobre mí para besarme. Era claro que lo suyo, más que homosexualismo, era falta de cariño.

Yo busqué ser tierno con ella para que no se sintiese amedrentada. Acaricié su mejilla e interrumpí el beso para enfrascarme en una nueva sesión de piropos para ella. Pero Aura María ya no quería escucharme, quería besarme y sentirse deseada. Y fue así que lanzó su boca hacia la mía para así sumergirnos en un nuevo y largo beso. Esta vez me permití usar mis manos para acariciar sus piernas y sus nalgas, y ella no solo me lo permitió, sino que usó las suyas para orientarme hacia las zonas que quería que le estimulase. Y fue así que más temprano que tarde estuve amasando sus pechos, allí en ese balcón, a la vista de los que aún estaban presentes.

La lujuria se apoderó de nosotros, y así como yo le manoseaba sus generosas tetas, ella se daba el gusto de agarrarme el paquete, eso sí, todavía por encima del pantalón. Y fue entonces cuando le propuse ir al baño, encerrarnos y rematar la velada como se merecía.

Ella dejó de lado todas sus convicciones lésbicas, todo su asco hacia los penes, y aceptó sentir uno por primera vez en su vida. No quería decir esto que Aura María tuviera intacto su himen, pues un par de artefactos se había metido alguna vez, ya fuera masturbándose, o en una de sus alocadas relaciones lésbicas. Pero un pene como tal, no había sentido nunca. Iba a ser yo el privilegiado de darle a conocer a esta lesbianita la sensación de un trozo de carne caliente y dura al interior de sus piernas.

Nos encerramos en el baño, lo hicimos sin vergüenza alguna, sin importarnos que aún había gente allí presente, que seguramente nos iba a escuchar mientras follábamos.

A pesar de que fue un baño el escenario elegido para el desfogue de nuestros deseos, no por ello iba a ser un polvo insulso, fugaz y poco trascendente. Al revés, me tomé el trabajo de desvestirla, acariciarla, comerle ese coño peludo y luego penetrarla a placer.

Cerré la puerta empujándola con uno de mis pies. Mis manos estaban ocupadas rodeando las carnes de Aura María. Continuamos besándonos como si nuestra vida dependiera de ello, nos desvestimos sin parar de besarnos.

Ese cuerpo blanco, gelatinoso y abundante en carnes me deleitó más de la cuenta cuando por fin lo vi desnudo. Sentí un deseo incontrolable por penetrarla, pero sabía que no debía precipitarme, debía aprovechar cada segundo de aquel inédito encuentro.

Me agaché, empecé a besar y a acariciar sus piernas, de abajo a arriba, hasta situarme en su entrepierna. Las llevaba rasuradas, contrastando de aquel imaginario que se tiene de las feministas y sus piernas velludas. Al desnudo, esos muslos eran todavía más tentadores de lo que había podido imaginar, era todo un absurdo, un desperdicio eso de que no estuvieran al servicio de los hombres. Por lo menos hasta ese entonces.

No fui jamás un fanático de los coños peludos, pero para este iba a hacer una excepción, es que auténticamente era una ocasión especial. Me mentalicé para clavar mi rostro en su entrepierna, y así lo hice para luego poder deleitarla con un buen paseo de mi lengua por sobre su vulva. Tampoco escatimé a la hora de jugar con su clítoris, es más, diría que me atraganté con este. Aura María tampoco tuvo mayor reparo a la hora de gozar, sus jadeos y gemidos estuvieron siempre presentes, y de seguro los estaban escuchando al otro lado de la puerta.

Le di vuelta y la apoyé contra la pared para continuar saboreando las carnes de su coño y sus exquisitos fluidos, pero ahora teniendo el hermoso panorama de su ostentoso culo ante mis ojos. Me fui desvistiendo mientras tanto. Y una vez que estuve completamente desnudo, volví a darle vuelta a ese cuerpo serrano para ponerme cara a cara de nuevo con ella y así poder comerle la boca.

Mientras la besaba fui azotando mi pene contra su vulva, como quien golpea antes de entrar, y viéndola absolutamente lubricada, me permití el ingreso de mi miembro entre sus carnes. Me encargué de que fuera despacioso, no solo por aquello de ser delicado en su primera experiencia hétero, sino para sentir centímetro a centímetro el ardor de tan jugosa vagina. Nos miramos directamente a los ojos mientras eso sucedió. El gozo era evidente en su rostro, aunque más lo era en su coño, que parecía hervir cada vez más.

Con el paso de los minutos me fui dejando llevar por aquel deseo de penetrarla con vehemencia. Poco y nada me importó eso de que nuestros cuerpos sonaran fuertemente al chocar. Al fin y al cabo que era evidente que al otro lado de la puerta ya sabían lo que hacíamos. Me apasioné estrujando sus senos, acariciando sus pezones rosados y duros. Pero más me entusiasmé chupándolos, pues fue ella quien me confirmó que eso la enloquecía. Claro que llegó un momento en que tuve que dejar de tocar tan maravillosos pechos, pues de seguir aferrado a ellos, habría alcanzado el orgasmo prematuramente. Me conformé entonces con verlos sacudirse al ritmo de nuestros menos, con sentirlos apretándose contra mis pectorales.

Y aunque me estaba deleitando con esos gestos de putita gustosa, mi mayor deseo era recrearme contemplando ese maravilloso y generoso culo. Fue entonces cuando le di vuelta y la penetré de nuevo por su carnosa covacha. De nuevo comencé con un movimiento lento y paciente, y poco a poco fui aumentando la intensidad.

Sus nalgas se sacudían y temblaban con cada uno de mis empellones. Yo la rodeaba con los brazos por la cintura, para así sentir sus excesos de grasa y carne en su zona abdominal, los acariciaba y me deleitaba también con ello, jugueteando con su pequeña pancita. Y luego me embelesé una vez más con sus tetas entre mis manos. Eso me sacó de quicio, ver esas nalgas temblorosas, sentir esos pechos inmensos, y especialmente eso de ver sometida a una lesbiana fundamentalista. Todo eso me sacó de quicio, me llevó a fornicarla sin ningún tipo de delicadeza, sometiéndola al máximo de rudeza y de lo salvaje. Hasta que eso desembocó en una generosa corrida, que además se convertía su primera vez sintiendo ese fluido caliente recorriendo sus paredes vaginales.

Pero la faena no iba a terminar allí. Me dio mucho morbo eso de ver mi esperma saliendo de su coño y cayendo al suelo mientras ella permanecía aún recostada contra la pared.

Le propuse entonces que se diese un baño para despejar cualquier olor a sexo presente en su cuerpo. Y ella, en medio del gozo y la ebriedad, hizo caso a mi pedido. Y una vez estuvo bajó el chorro de la ducha, la asalté allí. Abrí la puerta corrediza y entré para de nuevo degustar sus carnes al tacto. Le propuse entonces que me diera una mamada, pero ella se negó argumentando que eso le daba mucho asco. No le vi problema a ello, pues no podía obligarla, así que resignándome a no sentir sus labios en mi pene, me vi en la necesidad de ser yo quien le diera una buena sesión de sexo oral.

El sentir de nuevo sus carnes, su vagina ardiendo y sus fluidos saliendo, fueron motivos suficientes para generarme una nueva erección. Una vez listo para una nueva fornicación, me tumbé en el suelo y la invité a montarme.

Ella se agachó, introdujo mi miembro en su coño, y empezó a menearse, evidenciando su falta de experiencia para cabalgar a un hombre. Pero no tardó mucho en entender la cadencia que debía llevar. Fue cuestión de un par de minutos para verse perdida saltando sobre mí. Me encantaba el azote de su pelvis contra el mío, pero más me fascinaba eso de ver sus senos recubiertos por el agua mientras brincaban alocadamente.

Disfruté en exceso con la tonalidad que adquirieron sus gemidos por el eco que allí se formaba, y también lo hice al evidenciar los ademanes de placer en su rostro.

Ella se sacudió sobre mi cuanto pudo, aunque llegó un momento en que el cansancio la venció y dejó caer su torso sobre el mío. Traté de guiar sus movimientos agarrándola por sus macizas caderas, pero ella no daba más. Fue entonces que entendí que el remate de la faena me correspondía a mí.

Invertimos nuestras posiciones, ahora era ella quien estaba acostada en el suelo, mientras que yo la penetraba. Eran tan anchas sus caderas que parecía como si se tragaran mi miembro con cada una de las penetraciones. De nuevo me apasioné succionando sus senos, pero esto fue mi perdición, pues a partir de ello fue que alcancé mi segundo orgasmo de la noche, una vez más al interior de su humanidad. No sentí remordimiento por rellenarla con mi esperma, pues una chica de sus convicciones no tendría inconveniente alguno en tomar las medidas necesarias para evitar un embarazo.

Salir del baño fue algo complejo, pues seguramente los que habían permanecido despiertos habían hecho un esfuerzo adicional para permanecer así y escuchar lo que ocurría al interior del baño. Para nuestra sorpresa, cuando salimos del baño, solo estaban despiertos Juliana y Camilo, que además estaban inmersos en un profundo beso, por lo que ni se dieron cuenta del momento en que salimos del baño con ese gesto lleno de complacencia en nuestros rostros.

 

 


 

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