Follé con mi novia, su madre y sus hermanas
Capítulo II: El chantaje de Esperanza
Una vez que
me vestí, decidí que lo mejor era marcharme. Salí del cuarto de Majo y me quedé
allí quieto por un instante. Por la cabeza me pasó el pensamiento de averiguar
si Esperanza nos había escuchado o no. Luego recapacité y pensé que no tenía
mayor importancia, al fin y al cabo, Majo ya me había dicho que debía
marcharme.
El
pasillo estaba oscuro, de hecho, todo el apartamento lo estaba; todas las luces
apagadas, reinaba la quietud y el silencio. Caminé en dirección a la salida
buscando no hacer ruido. De repente una mano me agarró del brazo. Casi muero de
un infarto. Era Esperanza, estaba recostada en el marco de la puerta de su
habitación.
Allí
estaba, esperando, como quien acecha a su presa. Apenas me agarró del brazo y
vio mi reacción de susto, me hizo un gesto con el dedo sobre sus labios,
buscando que yo no hiciera ningún ruido. Me haló del brazo y me metió en su
cuarto. Cerró la puerta con mucho cuidado mientras mantenía el dedo sobre su
boca y la mirada fija en mí. Llevaba puesta una bata de baño, el pelo amarrado
y estaba descalza. Apenas cerró la puerta puso sus manos sobre su cintura y
luego, lentamente, desajusto el cordón que cerraba su bata. Quedó al
descubierto. Yo no podía creer lo que estaba viendo.
Esperanza
es muy parecida a Majo, es casi idéntica. También es muy delgada, eso sí, tiene
un poco más de carne en las piernas y en las caderas, por lo menos comparada
con Majo. Su cara se parece mucho, la diferencia está en el color de sus ojos, pues
los de Esperanza son de un café tenue, más miel, al igual que su pelo, que es
de un castaño más claro. Ese pelo café y rizado que en ese momento llevaba
amarrado sobre su cabeza. La otra gran diferencia es que Esperanza tiene unos
senos mucho más provocativos, de mayor volumen y de una linda forma de gota.
Una
vez que abrió su bata se quedó mirándome fijamente, yo estaba totalmente
quieto, casi congelado sin poder creer lo que estaba pasando. Muy despacio dio
un paso hacia delante, acercó su cara hacia la mía y me besó en la boca. Fue un
beso corto al que yo no respondí, solo permanecí allí inmóvil. Continuó
diciéndome al oído “de aquí no sales sin follarme”.
Una
vez alejó su cabeza y quedó nuevamente parada frente a mí, la tomé de las
manos, le expliqué que no podía ser, no podía pasar. Le dije que no se lo
tomara a mal, pero que tenía muchas razones para que eso no pasara. Le dije que
amaba a Majo y que no pensaba destruir nuestra relación por un rato de placer.
Le expliqué que no era falta de deseo hacia ella, es más, tuve que confesarle
que apenas se había abierto la bata, a mí se me había llenado la cabeza de
pensamientos malsanos y el pene de sangre, pero que debía comprender que era
bastante riesgoso y no era correcto. Le di un beso en la frente, tratando de
asumir una actitud paternal hacia ella, le dije que olvidáramos lo ocurrido y
que se fuera a dormir.
Apenas
me dirigía a abrir la puerta, ella volvió a agarrarme del brazo. Me haló con
fuerza hacia ella e inmediatamente me dijo “la cosa está así, o me lo haces ahora
mismo o empiezo a gritar fingiendo que te metiste abusivamente a tocarme… eso
si terminaría definitivamente tu relación con Majo ¿o no?”.
Estuve
en silencio por un instante, mirándola fijamente a los ojos; ella permanecía
igual, su mirada era desafiante, parecía decidida a conseguir lo que quería.
Notó que me tenía arrinconado entre la espada y la pared, y ante mi impotencia
y mi silencio, tomó mis manos y se recargó contra la pared. Estando allí de
pie, recostada contra el muro, abrió sus piernas mientras sostenía aún mis
manos entre las suyas. “Por última vez te lo digo, o me follas o tu relación se
acaba ahora mismo”.
Permanecí
en silencio por unos segundos, mantenía mi mirada fija en su rostro, buscaba
intimidarla, hacerle saber que la odiaba por lo que me estaba haciendo. Cuando
la vi abriendo su boca dispuesta a gritar arrojé mi cara contra la suya y
empecé a besarla. Le saqué la bata y le dije, en medio de susurros, que
accedería a su pedido pero que todo debería ser muy rápido y en silencio; no
podíamos dar oportunidad a que Majo se enterara, y aprovecharíamos mientras
ella se bañaba.
Esperanza
rápidamente dijo que no, que en lo del sigilo estaba de acuerdo pero que no
quería algo corto. “Quiero que hagas conmigo exactamente lo que hiciste con
Majo”. Siendo así, estando en sus manos no tuve otra opción que pasar saliva y
resignarme a cumplir con las órdenes de Esperanza. Inmediatamente me agaché y
empecé a lamerle su juvenil y aparentemente poco recorrida vagina. Lentamente
movía de arriba abajo mi lengua sobre su joven coño. Ella me agarraba del pelo
con una de sus manos mientras lo hacía, pedía constantemente que no me
detuviera, con la otra mano se acariciaba los senos. Mientras estaba allí,
paseando mi lengua sobre su concha, sintiendo su sabor, su esencia; traté de
agudizar mis oídos. La escuchaba pasar saliva, suspirar, notaba como se
aceleraba su respiración. También escuchaba el agua caer, sabía que Majo aún
estaba bañándose. Pensaba en que esto no habría ocurrido si Majo me hubiera
permitido quedarme a dormir. Busqué justificar todo pensando que esto también
era culpa de Majo, pero luego recapacité, tuve claro que ni Majo ni yo éramos
culpables por esto. Todo era culpa de Esperanza, esa pequeña ninfómana que
lucía tan inocente ante toda su familia, pero que estaba comportándose como una
desquiciada, como una vulgar guaricha.
Esperanza
parecía complacida, contemplé proponerle en que lo dejáramos ahí. En que yo le
comiera la vagina mientras Majo se bañaba y luego me dejara marchar a mi casa.
Pero Esperanza pensaba diferente, mientras yo imaginaba como zafar de esa
situación, ella me agarraba del pelo y me halaba hacia arriba, hasta hacerme
quedar de pie. Estando cara a cara me dice “fue suficiente, ahora vamos por lo
bueno”. Agarró mi pene entre sus manos y lo introdujo lentamente en su vagina
que para ese momento ya estaba lo suficientemente lubricada.
Aún
se escuchaba el agua caer, mientras tanto yo empezaba a deslizar mi pene dentro
de la vagina de Esperanza. Lo primero que hice fue taparle la boca con mi mano
izquierda, con la otra mano buscaba acariciar su cuerpo, en especial sus senos,
pues ante la escasez habitual, estos se me hacían supremamente generosos.
Pero
no podía, al hacerlo perdía el equilibrio y tenía que apoyarme sobre la pared.
Esperanza lo notó y en ese momento cruzó sus brazos por detrás de mi cuello,
dio un pequeño salto y cruzó sus piernas alrededor de mi espalda. Yo la
sujetaba por debajo, por el culo con mi mano izquierda, con mi otra mano tocaba
todo su cuerpo, pasando por su espalda, sus senos y sus piernas. Cuando sentía
que perdíamos el equilibrio la apoyaba contra la pared; la follaba fuertemente
y fue allí que empezamos a tener problemas. Primero, nuestros cuerpos hacían
bastante ruido al chocar y ella, aunque trataba de reprimirse, jadeaba y
ocasionalmente gemía. Ella apretaba los labios entre sí, para no dejar salir
sus gemidos, pero por ratos se le hacía imposible. Los dos nos concentrábamos
en escuchar el agua caer, mientras Majo estuviera bañándose no tendríamos el
problema de ser escuchados.
A
pesar de que ya me había dejado llevar y estaba disfrutando de tirar con Esperanza,
aún continuaba rondando en mi cabeza ese delirio paranoico de que Majo podría
oírnos. Y lo peor estaba por llegar. Mientras culeábamos contra la pared, los
dos notamos como paró el sonido del agua al caer, sabíamos que el duchazo de
Majo había terminado y estábamos obligados a no hacer el más mínimo ruido. De
hecho, le propuse que dejáramos todo ahí, pero Esperanza estaba decidida,
quería terminar lo que habíamos comenzado. Lentamente puso sus pies en el
suelo, me tomó una mano y me condujo hacia su cama.
Ni
siquiera ella sabía cómo terminar lo que habíamos comenzado, no sabía cómo
continuar fornicando sin hacer ruido. Me dejó acostado en su cama, ella se
levantó, recogió su bata, se la puso de nuevo y volvió a la cama. Una vez
estuvimos bajo las cobijas me dijo “Esto que empezamos lo acabamos hoy o lo
acabamos, no hay otra opción. Si es necesario que esperemos a que Majo se
duerma, esperaremos. Si es necesario que te quedes a dormir, lo harás, pero a
mí no me dejas iniciada”. Estaba convencida, pero más allá de eso yo pensaba
que estaba loca; me preguntaba si a ella no se le pasaba por la cabeza el riesgo
que estábamos corriendo.
Una
vez que terminó de hablar empezó a besarme, agarró mi mano y la condujo hacia
sus senos; yo los tocaba por debajo de su bata. Seguimos acariciándonos durante
un buen rato. Por momentos dejé de lado el temor, la pesadilla paranoica de ser
descubiertos; me calentaba mucho la situación, especialmente la desfachatez de
esta carajita, el ser sometido a este chantaje con visos de violación, el
sentirle ese coño chorreante y ajustado.
Como
tal, todas las mujeres de esta familia me generaban una atracción, pero no se me
cruzaba por la cabeza la idea de estar con alguna que no fuera Majo. Esperanza
era quizás la que menos había despertado deseos sucios en mí, pero ahora que
estaba ocurriendo, me daba cuenta del deseo inconsciente que tenía hacia ella.
Estando
bajo las cobijas escuchamos el crujido de una puerta abriéndose. Majo estaba
saliendo de su cuarto. Para mí el mundo se vino abajo, pensé que se había dado
cuenta y que venía histérica hacia nosotros. Esperanza también sintió miedo, se
cerró bruscamente la bata y me arrojó al suelo, rápidamente y hablando bajito
me pedía que me metiera bajo la cama. Si Majo nos había escuchado no habría
dudado en buscar hasta en el último rincón, pero no había en donde más
esconderse. Saltar por la ventana no era una opción, estábamos en un noveno
piso. Lo pensé por un momento, para mí, en ese entonces, era casi tan fatal que
terminara mi relación con Majo como el mismo hecho de saltar desde un noveno
piso, sin embargo, valoraba un poquito más mi vida. Así que permanecí estático
y en completo silencio bajo la cama, esperando que Majo no viniera hacia acá,
rogando porque fuera hacia la cocina o quizás a asegurarse de que la puerta del
apartamento estuviera con llave.
Pasaron
un par de minutos y Majo no había venido hacia nosotros, seguramente fue a
poner el cerrojo de la puerta, ya que se suponía que yo me había marchado hace
unos minutos, por esto la puerta del apartamento estaba sin cerrojo. Esperanza,
con un ligero murmullo, me decía que volviera a la cama, que Majo no venía
hacia acá. Yo le respondía, también hablando muy bajo, que debíamos ser
prudentes, que hasta que no escucháramos la puerta del cuarto de Majo
cerrándose era mejor permanecer como estábamos.
Y
de verdad que tuve la razón al pedirle prudencia a Esperanza, porque fue en
cuestión de segundos que vimos como la puerta se abría lentamente y con ello
entraba un destello de luz proveniente del pasillo. Yo no podía ver mucho al
estar bajo la cama, tan solo pude apreciar los pies de Majo. Estuvo parada bajo
el marco de la puerta por unos segundos. Esperanza nuevamente fingió estar
dormida, profunda y plácidamente dormida. Majo se dio vuelta y cerró la puerta.
Segundos después escuchamos cuando cerraba la puerta de su cuarto. Era hora de
salir, de continuar follando a Esperanza.
Volví
a subirme en la cama y ahí estaba ella, tumbada, con la bata abierta, las
piernas separadas, se había soltado el pelo y ese gesto insinuante de su rostro;
era una invitación explícita para que la follara, lo notaba en su actitud.
Obviamente yo sabía que debía esperar un rato, por más caliente que estuviera,
por más deseos que tuviera de penetrarla, debía esperar porque Majo aún podía
estar despierta. Empecé a lamer muy despacito la cuquita de Esperanza, ella me
decía que el miedo que había sentido hace un momento le había generado, además
de terror, mucha excitación. Estaba ansiosa porque la follara. Su posición
sugestiva lo decía todo.
Continué
por unos minutos complaciéndola con mi lengua, pero al ver que su excitación
crecía, y con ella aparecían ligeros gemidos, decidí pedirle que cambiáramos de
rol. Le pedí que me complaciera con su boca. Le dije “me pediste que hiciera
contigo lo que hice con Majo. Pues bueno, ella me la chupó, así que lo vamos a
hacer exactamente igual”. Majo no lo había hecho, me lo había quedado debiendo,
y de por sí, esa era una gran falla ya que una de las cosas que yo más
disfrutaba era una buena mamada de Majo. Era una diosa con sus labios y su lengua.
Majo
no lo había hecho, pero Esperanza no lo sabía, así que sin protestar accedió.
Mientras yo estaba de rodillas en la cama, ella se inclinó y empezó a meterse
mi pene en su boca. Con esto evitábamos hacer ruido por un rato, por lo menos
mientras nos asegurábamos de que Majo estuviese dormida. Además, debía
aprovechar la situación y ya que ya se había ido todo al demonio, no quedaba
más remedio que disfrutar al máximo. Pero Esperanza no era tan hábil con la
lengua como Majo. No lo hizo mal, pero no estuvo ni cerca de hacerme sentir el
placer que genera Majo con una de sus mamadas.
Esperanza
se cansó de complacerme con su boca y reclamaba porque la penetrara. Ya habían
pasado por lo menos unos diez o quince minutos desde que Majo se había ido a dormir.
Era cierto que ahora podíamos estar más tranquilos, podíamos dejar fluir todos
nuestros deseos de sexo, muy seguramente Majo ya estaría dormida. Pero a mí
había algo que me decía que no, que no podía dejarme llevar sin asegurarme de
que Majo no se iba a dar cuenta. Se lo dije a Esperanza y ella me respondió,
“pensé que te había quedado claro, me follas o armo un escándalo”. Le hice
saber que tenía claro el chantaje al que me estaba sometiendo, es más, le dije
que no pensaba dejar de lado lo que habíamos empezado, solo que quería
asegurarme de que pudiéramos pasarla bien, pero sin arriesgar tanto. Le propuse
ir al cuarto de Majo mientras ella me esperaba ahí en la cama, abrir suavemente
y fijarme si ella dormía. Era descabellado; ¿y si no dormía y me veía entrar a
su cuarto? ¿Qué se suponía que iba a decirle?
Sabía
que era un riesgo enorme, pero hasta no ver a Majo dormida no podría sentirme
tranquilo. Esperanza lo entendió, aprobó mi plan, pero bajo una condición, una
jodida condición que solo puede proponer la cabeza enferma de esa mujer. “Vas a
ir a ver si Majo duerme, pero vas a ir así como estás, vas a ir desnudo”.
Seguramente pensaba que si me vestía podía escaparme. Accedí. En todo caso si
Majo dormía, no me iba a ver entrar desnudo a su cuarto y, si no dormía daba lo
mismo si estaba vestido o no, porque lo primero que debía explicarle era ¿Qué
hacía allí?
Abrí
la puerta del cuarto de Esperanza sin hacer ningún ruido, caminé cuidadosa y
silenciosamente por el pasillo hasta estar en frente a la habitación de Majo.
Ahora el gran reto era abrir la puerta de ese cuarto sin que hiciera el
habitual crujido. Giré la perilla muy despacio, pero la puerta la abrí
rápidamente. Éxito, cero ruidos.
La
vi allí acostada, estaba profunda; al parecer se había ido a dormir desnuda;
estaba arropada con sus cobijas, pero hasta la altura de su cintura. Sus pechos
estaban al aire. Me quedé contemplándola por unos segundos, verla así me
calentó bastante. De repente sentí un pellizco en el culo, me tragué el grito
que me generó el susto e inmediatamente giré mi cabeza, allí iba Esperanza
corriendo hacia su cuarto en medio de risas. Cerré la puerta del cuarto de Majo
y alcancé a Esperanza para, por fin, terminar con eso que habíamos dejado
inconcluso hace un rato.
Habiéndome
asegurado de que Majo estaba dormida y ante la rabia que me había generado el aprieto
en que me había metido Esperanza, decidí follarla duro, con furia, como si de
una vulgar puta se tratara. Ella quedó sorprendida porque mi actitud sumisa
había desaparecido, ahora era yo quién llevaba las riendas de la situación. Me
había convertido en una bestia que no quedaría tranquila hasta haber explotado
de placer con esa mujer que me había metido en este aprieto.
Apenas
cerré la puerta, la vi ahí estática y sorprendida por el vuelco de mi actitud.
La empujé sobre la cama, apenas cayó me acerqué para metérsela; lo tenía claro,
iba a penetrarla sin contemplaciones, hasta el fondo y con ganas. Así lo hice.
Ella tapó su boca con ambas manos, pero yo, bruscamente, las quité de allí.
Empecé a decirle con firmeza “querías culear, bueno, pues vas a culear y lo vas
a disfrutar”. No hubo un instante en que aflojara el ritmo. Ella se lo estaba
pasando fenomenal, no hablaba, no podía hacerlo, solo gemía y cuando veía que
se iba pasando con el volumen, cerraba los ojos y apretaba los labios, a la vez
me agarraba fuertemente de los brazos o del culo. Yo también lo disfrutaba,
quería cogerla cada vez más fuerte, aún en ese momento en que ella abrió sus
ojos y empezó a decirme; o más bien a gesticular, porque no emitía ningún
sonido de su boca, “para, para, para”. Movía su cabeza de lado a lado, como
diciendo no, mientras lo decía.
Yo
no tenía planeado parar, de hecho, se lo dije, “querías que te follara como a
Majo, aquí lo tienes”. Y seguía, de verdad que me lo estaba pasando bastante
bien. Ella también, el calor de su vagina desmentía lo que me decía con su
boca. Me concentré tanto en follarla, que no hubo tiempo para variar la
posición, Lo único que distrajo mi atención fue que la estaba penetrando sin
condón. Nunca usábamos preservativos con Majo, por lo que era normal que yo no
cargara alguno conmigo. Tenía claro entonces que cuando viera venir el orgasmo
debía sacarla rápidamente; y así fue. La saqué justo a tiempo, un par de
segundos más y nos habríamos metido en un verdadero e inmenso problema. Arrojé
todo mi semen sobre su abdomen, quedé arrodillado frente a ella; la veía ahí
tumbada sobre la cama, con la respiración muy agitada y con una enorme sonrisa
de placer dibujada en su rostro.
En
un comienzo ni se inmutó por el semen que se esparcía lentamente por su
abdomen. Una vez se recompuso, entró en razón y dejó de lado el placer, se lo
limpió. Yo estaba agotado, apoyaba mis manos sobre mis piernas buscando
recuperar el aire. Cuando recuperé el ritmo habitual de mi respiración, levanté
la cabeza y le pregunté si al fin estaba satisfecha. Soltó una ligera sonrisa y
luego me dijo que sí, Inmediatamente después, sin pensárselo dos veces me dijo
que por qué no me quedaba a dormir. Yo le hice saber que el trato era otro y
que yo ya había cumplido; estaba completamente loca, era de madrugada y yo
debía salir de allí sí o sí.
Mientras
me vestía le dije que eso que había pasado era nuestro pequeño secreto, nadie
jamás podía enterarse de ello. También le dije que era algo que no volvería a
ocurrir, así que tenía que ir haciéndose a la idea. Ella continuaba desnuda
sobre la cama, encendió un cigarrillo y mientras me escuchaba, reía. Cuando le
dije que no volvería a ocurrir me miró con ojos de incredulidad, sonreía
levantando solo una comisura labial, se apretaba los senos, se los juntaba con
las dos manos y me miraba burlonamente. Le pedí que me abriera y ella, muy
pícara, me dijo que lo haría pero que había una condición. Yo me preguntaba
¿Cuál? ¡Maldita sea! ¿No fue suficiente con lo que ya habíamos hecho? ¿Hasta
dónde puede llegar la mente enferma de esta chica?
Le
repetí que yo ya había cumplido con mi parte del trato; ella me dijo que me
quedara tranquilo, que eso lo entendía y lo asumía. La condición para abrirme y
dejarme ir era que le diera un largo beso de despedida. Era insaciable esta
mujer. Acepté, pero le dije que se lo daría apenas me hubiese abierto la
puerta. Se levantó de la cama, buscó sus llaves y juntos fuimos a la puerta.
Allí nos besamos, de hecho, nos sumergimos en un largo beso, durante el cual
ella aprovechó para lanzar una de sus manos hacia mi pene, claro está, por
encima del pantalón. Apenas separamos nuestros labios me dijo “quédate
tranquilo, el secreto está bien guardado”. Y cerró la puerta.
Capítulo III:
¡Qué vivan los novios!
Habían pasado unos meses ya desde la noche del doblete. Majo y yo
continuamos nuestra relación, follando en su apartamento, a veces en el mío, en
el de algún amigo y hasta en sitios públicos. Con Majo no se escatima en nada
cuando a sexo se refiere. En ocasiones, cuando iba a visitarla a su
apartamento, me encontraba con Esperanza. De verdad, que me hacía sentir
incómodo. Más si se tiene en cuenta que ella aprovechaba cualquier distracción
para coquetear o insinuarse. Pero poco a poco lo ocurrido con Esperanza fue
convirtiéndose en un recuerdo lejano.