domingo, 6 de junio de 2021

La maestra de todas las golfas

 La maestra de todas las golfas




Las dos mujeres en prendas sugerentes propias de su oficio habían salido del burdel donde ambas trabajaban. Karina lo había hecho sólo para fumar, pero su compañera María salió con intención de pescar cliente. Bien sabía que era mejor lucirse en la calle al paso de los hombres, y así atraer a alguno, que únicamente esperar en el interior del prostíbulo a que llegara uno que se interesara por ella. Allí había mucha competencia.

 

“Estoy harta”, dijo de pronto Karina. Por supuesto se refería al trabajo, pero no porque le fuera mal, de hecho, ella era la más popular del lugar.

 

“Ay, no sé de qué te quejas”, le respondió la otra.

 

María no podía comprender las quejas de Karina, la más solicitada de la casa de citas. Ya quisiera la “suerte” de aquella quien bien podía echarse de diez a quince en una jornada. Además, cobraba caro, a diferencia de ella. Karina fácilmente sacaba en una noche lo que María en una quincena, o hasta más.

 

“Cómo hay gente tan malagradecida en el mundo, ya lleva siete seguiditos. Ya quisiera tener su suerte...”, se decía para sus adentros María.

 

Pero claro que no era cosa de suerte, Karina tenía sus atributos. Algunos sumamente evidentes, como aquel par de dilatadas posaderas entre las cuales bien que había acomodado el tronco del árbol en el que en ese momento se recargaba mientras fumaba y reflexionaba, y otros más sutiles, como el saber escuchar al cliente y así ofrecerle algo más que una relación sexual. La mayoría de sus compañeras creían que todo estaba en desnudarse, ponerse de a perrito o abrirse de piernas y dejarse follar, eso era todo lo que hacían; pero no todo está en montar o ser montada. Karina bien lo sabía, los hombres buscan algo más, algo más de lo que ni ellos mismos son conscientes muchas de las veces.

 

La mayoría buscan lo que no tienen en casa. Algunos necesitan ser escuchados, apapachados; que se rían de sus chistes, otros requieren reconocimiento de sus cualidades, de sus logros; hay quienes les viene bien recibir comentarios halagadores que les brinden seguridad, mientras que otros entre menos cháchara mejor. Incluso existen los que buscan una figura materna que los mime como su madre nunca lo hizo; más de un cliente le había pedido que lo recibiera en su seno, a manera de bebé recibiendo su maternal amamantamiento.

 

“Los hombres que acuden a un servicio de estos, siempre están carentes de algo”, pensaba Karina, y ella era experta en reconocer las carencias de los hombres, tenía el don de la comprensión en ese ámbito de la naturaleza humana.

 

Era por eso que hacerlo con ella era lo más cercano a hacerlo con la mejor amiga que se hubiese tenido en la vida. Karina sabía darse en la cama, pero también sabía escuchar e incluso brindar buenos consejos.

 

Era tan inteligente que a muchos les servía de terapeuta, solo que, además de orientarles en su vida cotidiana, los follaba muy, pero que muy rico.

 

Por ello cualquier hombre que pasara por sus piernas se enamoraba de ella. Estaba muy por encima de sus colegas. A diferencia de aquellas, sabía dar un buen trato y sus clientes lo reconocían, por eso era la más solicitada.

 

Claro que a María le caía mal por pura envidia, pero se le acercaba por conveniencia, a ver si se quedaba con las migajas de su trabajo, hacerse de alguno de los clientes que no pudiera atender.

 

Lo que no podía entender María es que Karina, a diferencia de ella, o de otras de sus compañeras, pensaba más allá del día que se vivía, pensaba en el futuro, en su futuro. A diferencia de otras chicas del lupanar no vivía como si pudiera dedicarse a eso toda la vida. Karina estaba consciente de que llegaría el momento de retirarse ya fuera por propia decisión o porque no le quedaría de otra, y ella prefería decidir cuándo dejar el oficio, y no verse obligada por los años.

 

Tras llegar a su apartamento, Karina, como habitualmente hacía luego de una jornada de trabajo, se dio una merecida ducha. Tras el baño que limpió su cuerpo de las sudoraciones propias y ajenas, se vistió con su ropa de cama y se untó la crema que le brindaba esa suavidad exquisita a su piel. Era ya de madrugada, sin embargo, había alguien más que estaba despierto y quien la espiaba mediante unos binoculares desde otro edificio.

 

Esto también ya era habitual, aquel era Mauricio, un joven de diecinueve años, quien adoraba a la mujer años mayor que él. La admiraba por su obvia belleza desde hacía tiempo, se hacía una paja en su honor cada vez que se iba a la cama luego de verla. A sus años el joven increíblemente no tenía novia, esto se debía a que Martha, su madre, era muy posesiva con él y no se lo permitía. Lo tenía controlado como si aún fuera un niño. Siendo su único hijo lo celaba demasiado, y si en lo material era mezquina, lo era más con su hijo, su “posesión” más valiosa.

 

Un día, no obstante, Martha dio pie a algo que pondría en riesgo justamente aquello que más cuidaba, pero claro, ella no podría habérselo imaginado. Le ordenó a su hijo que se encargara de cobrar las rentas de uno de sus edificios de apartamentos, según ella, ya era hora de que el joven se hiciera responsable y supiera exigir los pagos a los inquilinos. El chico como siempre obedeció.

 

“Buenos días, soy el hijo de doña Martha, vengo por la renta”, le dijo Mauricio a Carolina, una de las dos mujeres que vivían en aquel apartamento. “Ah claro, recibí la llamada de tu mamá, me dijo que tú cobrarías este mes, permíteme”, le respondió Carolina y fue a buscar el dinero.

 

Como aquella dejó la puerta abierta, al joven se le aceleró el ritmo cardiaco, pues vio pasar, en prendas muy ligeras, al amor de su vida, Karina, que era la roommate de Carolina.

 

El impacto en el rostro del chico fue evidente. Ella era aún más bella así de cerca; estaba a tan sólo unos pasos y casi podía apreciar su aroma.

 

Dada su falta de experiencia con las mujeres, el sólo hecho de estar tan cerca de la instigadora de sus perversiones, le provocó un engrosamiento en la extremidad que le colgaba de su entrepierna. De pronto sintió y tomó consciencia del hecho, pues su ajustado pantalón lo hacía aún más evidente, pero como no llevaba nada con qué cubrirse hizo lo que pudo con sus manos.

 

Para colmo de males, justo en ese momento, Karina se percató del muchacho y le sonrió a manera de cordial saludo. Aquel se sonrojó.

 

Cuando regresó Carolina, notó la erección que el joven había estado cubriendo, pues la destapó al recibir el dinero.

 

La expresión en el rostro de Carolina lo dijo todo. El pobre chico no supo qué decir ni cómo disculparse. Carolina volvió su vista a su amiga y entendió que aquella había sido la motivación para que el joven reaccionara de esa manera.

 

Mauricio, sin decir nada más, se fue. Carolina cerró la puerta riendo y luego se dirigió a Karina. “Ay amiga, cómo eres, mira lo que le provocaste al hijo de la casera”

 

“Ah, pero él es el tan mentado hijo de doña Martha, pensé que sería más chico”, comentó Karina.

 

“Sí, él es el heredero. Es su único hijo, bueno, eso me han dicho. Él es quien va a heredar la fortuna de la vieja esa”

 

Fue en ese momento en que Karina tuvo una inspiración. Era la oportunidad que tanto deseaba. Karina vislumbró la manera de dejar de vender su cariño.

 

Sin ponerse otra prenda más que su ropa interior, Karina fue tras él. Por suerte, y gracias a su erección, el joven no había caminado muy rápido, así que logró alcanzarlo antes de que dejara el edificio.

 

“Oye, ven, sube. Mi amiga y yo necesitamos de tu ayuda”, le dijo. No fue nada difícil convencer a Mauricio de que la acompañara de nuevo al apartamento, pese a la vergüenza pasada.

 

“¿Cómo te llamas?”, le inquirió Karina al joven que esta vez no se quedó en el umbral, sino que ingresó al interior. Ella cerró la puerta tras de él.

 

“Mau-mauricio”, respondió nervioso.

 

“Bien pues mira Mauricio, a mi amiga la dejó plantada su novio (aquí Karina le dirigió una mirada cómplice a Carolina, tratando de indicarle que le siguiera el juego), y ¿sabes?, mi amiga es muy caliente y necesita un hombre”-

 

Oír aquellas palabras le provocaron unas palpitaciones aún más fuertes que antes al núbil muchacho.

 

“¿Tú crees que nos puedas ayudar?”. Mauricio negó con la cabeza. No sabía si todo se trataba de una pesada broma o qué.

 

“Es que si no recibe sexo le puede pasar algo grave ¿me comprendes?”

 

Cuando Mauricio volteó a ver a Carolina, esta le siguió el juego a su amiga y se metió las manos bajo el vestido para bajar sus calzones, así sus manos dieron con su raja desnuda, la cual expuso ante los ojos desorbitados del nervioso adolescente.

 

Mauricio atestiguó como la mujer se consentía con sus dedos con exagerada lujuria, haciendo movimientos pélvicos tan repetitivos y exasperados que el chico creyó que lo que había escuchado era verdad.

 

Carolina le puso más enjundia a su actuación y, al ver por vez primera una expresión de éxtasis sexual en el rostro de una mujer, Mauricio se le excitó al máximo. Estaba en su punto, listo para actuar como un hombre por primera vez en su vida. Ellas lo sabían.

 

“¿Ya se te puso dura?”, le preguntó Karina, a la vez que ella misma lo comprobaba mediante un apretón de mano que hizo sobre el evidente abultamiento en el pantalón del chico.

 

Era demasiado, la primera vez que alguien le tomaba de su verga. Sin embargo, aún siguió enterito.

 

“¿Me lo enseñas? Quiero conocerlo”, le dijo Karina.

 

Él con cierta torpeza; era su primera vez y estaba alterado; se desabotonó el pantalón y se abrió la bragueta. Una vez al aire lo tomó a palma abierta. Estaba que babeaba por tanta excitación y ella embarró aquel líquido lubricante por todo el fuste.

 

Aproximándose de tal forma que su boca quedaba bien cerca del oído del chico le dijo: “Lo tienes grueso y grande. ¿Me lo prestas?”, y dicho esto lo tiró del miembro como si de una rienda se tratara y él fuera un potro que fuera conducido por su dueña y futura jinete. Karina lo fue llevando así hasta la recámara donde la cama aguardaba a lo que vendría.

 

El rostro de Mauricio estaba en éxtasis, nunca se había sentido tan caliente y a la vez tan reconfortado en su calentura, y es que estaba siendo mamado por la boca de Carolina, una experta al igual que Karina en las artes sexuales.

 

Mientras tanto Karina se retiraba las únicas prendas que la habían estado cubriendo, sus pantaletas y su sostén. Mauricio la contempló y admiró al natural.

El panorama era increíble. Los senos eran hermosos, se adivinaban suaves al tacto; con areolas apenas definidas pues eran casi tan claras como la piel que las rodeaba; pero aquellas caderas, ¡esas nalgas!, eran lo máximo. Bueno, aún no las había visto bien pues la mujer estaba de frente a él, pero las podía mirar gracias al espejo del tocador que estaba detrás de Karina, y ya podía notarse que eran un par de imponentes gajos de carne bien formados. Y no sólo imponían por su tamaño; volumen bastante considerable; sino su delicada forma y buena tonificación lo que los hacían bellísimos.

 

Viendo a aquella dama del placer, y siendo mamado por la otra, le fue inevitable llegar al punto del derrame.

 

“¡Ah... voy a...!”, emitió, pero sus espermas llegaron más pronto que sus palabras.

 

Mauricio se le había venido en toda la boca a Carolina y esta, una vez lo tuvo dentro, jugó con su semen como si de enjuague bucal se tratara. El joven miraba aquello con atención ya que era la primera vez que lo veía, una mujer con la venida de un hombre en su boca. Él no sabía que iba a hacer aquella, ¿se lo iba a tragar?, ¿lo escupiría?

 

Unos segundos más tarde lo supo. Carolina se incorporó, dejando la cama, para acercarse a su compañera de apartamento a quien besó transmitiéndole en el acto el esperma del chico.

 

Ver a Karina hacer eso fue superlativo, y más cuando ella le sonrió. La mujer que tanto deseaba tenía su simiente en la boca y él ni siquiera la había penetrado.

 

Aún con el producto del joven dentro de sus mejillas, fue hacia él avanzando a gatas sobre la cama. Sin darle tiempo de reflexión, así mismo lo besó. Fue la primera vez que Mauricio probara el sabor de su propia esperma y no le asqueó, dada la calidad de la transmisora.

 

Siendo toda una maestra en ello, Karina fue conduciendo al chico por los caminos del placer.

 

“Ya estoy bien mojadita mi amor, ya es hora, ya dámela”, le dijo acariciándolo del cabello como si de un cachorro se tratara.

 

Mauricio siguiendo sus indicaciones le había estado lamiendo su panocha con el fin de darle placer y a la vez lubricarla para su prometido ingreso. Se le despegó sonriendo, obviamente advirtiendo lo que vendría.

 

Carolina como única espectadora, miraba a la pareja sentada frente al tocador.

 

“Bájate más”, tuvo que indicarle Karina, pues dada la inexperiencia del muchacho no había apuntado bien al acceso femenino. Ella lo recibía recostada, con las piernas abiertas y flexionadas, una pose convencional y sencilla para que él no tuviera problemas durante su primer ingreso. Una vez halló camino, el pene de Mauricio resbaló por primera vez en una vagina, inaugurando así su desempeño sexual. A pesar de ser su vez primera, el chico se mantuvo en ese mete y saque instintivo por bastante tiempo. Karina lo animaba llamándole “culión”.

 

Esa no sería más que la primera de otras ocasiones que “educaría” al joven en el ámbito sexual.

 

“Esta es mi posición favorita”, mientras se le montaba a manera de vaquerita invertida.

 

Ella bien sabía que así lo excitaría demasiado pues sus nalgas quedaban ante su vista y al alcance de sus manos.

 

“Válgame Dios”, pareció decir Mauricio por la expresión de su mirada, mientras veía como entraba su propia hombría a través del canal femenino. Y es que el panorama ante él expuesto era aún más placentero que el de la vez anterior. Esas tremendas nalgas se veían hermosas y estaban ahí delante, sobre él, subiendo y bajando, en un movimiento hipnotizador que de sólo verlo provocaba el mayor de los deleites; adicionalmente sentía el delicioso estrechamiento de las paredes interiores de su montadora, y ya novia, Karina.

 

Según ella, ya eran novios, lo que a Mauricio le hacía la felicidad. Él no era uno de esos que sólo se la querían tirar, la quería para esposa y madre de sus hijos. Dada su inexperiencia e ingenuidad no podía verla de otra forma.

 

“Son estupendas”, dijo Mauricio mientras se hacía de las enormes mejillas traseras que le eran inabarcables.

 

La dama que lo montaba sonreía pues bien sabía que lo tenía donde lo quería. Lo siguiente fue colocarle aquellos dos mofletes de carne encima del rostro del cual no se levantaba sino hasta casi ahogarlo.

 

La asfixia sentida era el mayor de los éxtasis para el joven imberbe quien apenas librado de aquello deseaba más. Karina lo tenía dominado y era momento de dar el siguiente paso.

 

“Creo que es hora de que me presentes con tu mamá”, le dijo. Y por supuesto que Mauricio, completamente obsesionado por aquella dama, estuvo de acuerdo.

 

Una noche llevó a Karina a casa con el objetivo de presentarla a su madre. “Mamá, quiero presentarte a Karina, mi novia”, le dijo el ingenuo muchacho a su progenitora quien no podía creer que su hijo fuera tan...

 

Pero el joven estaba tan ilusionado de que Karina fuese su esposa, que no podía ver lo obvio. Su madre jamás lo consentiría. Karina sin embargo sonreía. Ella bien lo sabía, conocía bastante la naturaleza humana como para darse cuenta de que Martha, una mujer posesiva, avara, dueña de aquellos edificios, y de una considerable fortuna; jamás aceptaría entregar a su único hijo a una fulana.

 

“¿Bueno tú eres tonto?”, descargó Martha sobre su hijo como si éste no pudiera ver lo obvio. Luego se le fue directamente a ella: “¡Te me largas de esta casa!”, le gritó la enojada señora a la mujer evidentemente generosa de carnes que le había traído su hijo.

 

Martha, por supuesto, había estallado de coraje. Mauricio, por su parte, defendió a la mujer de sus sueños, aquella a quien deseaba para madre de sus hijos.

 

“Si así la corres, me voy con ella”, amenazó en un arrebato el muchacho. “Espera Mauricio, le dijo Karina al chico deteniéndolo, y luego se dirigió a la madre, “señora, por favor, permítame unas palabras a solas y luego le prometo retirarme de aquí sin ningún escándalo”.

 

La señora, considerando unos segundos la situación, sabía que corría el riesgo de que su hijo hiciera una tontería largándose con esa cualquiera, aceptó. Ella se sabía mucho para enfrentarse a una facilona como aquella.

 

“Mire, su hijo me quiere, está enamorado”, había comenzado Karina. “¿Bueno y tú qué quieres? ¿Quién eres, a qué te dedicas...?”, correspondió Martha. “Soy de oficio golfa”.

 

Martha quedó impactada por el descaro. “¡Pero ¿cómo...?! ¡Cómo te atreves a...!”

 

“Mire, señora, como ya le dije, Mauricio, su hijo, está enamorado de mí y, créame, a pesar de mi oficio, él me seguirá a donde yo vaya. Estoy dispuesta, de hecho, a irme de aquí, así que considere, me puedo ir sin que él se entere, y él nunca sabrá nada más de mí, o me lo llevo conmigo, usted decide”.

 

Martha lo entendió, la mujer la estaba chantajeando, ella sólo quería dinero. Era momento de decidir que le pesaba más perder: una cuantiosa cantidad, o a su bien más preciado, su hijo.

 

“Todo está arreglado Mauricio”, sorpresivamente escuchó el muchacho, unos momentos más tarde de boca de aquella a quien amaba cuando esta salió.

 

Tras un beso de despedida Karina le dijo que al día siguiente se verían, cosa que no sucedió por supuesto. Carolina y Karina se mudaron inmediatamente, según lo prometido. Mauricio quedó abatido gracias a la decisión de su madre, ella había pagado por ello.

 

Con el dinero recibido Karina emprendió un negocio de edecanes mediante el cual no sólo se retiró de la prostitución, sino que conoció a un rico empresario con quien se casó. No obstante, aquel joven le caló de tal forma que, de vez en cuando, se levantaba a un jovencillo de similares características con fin de saciarse de esa necesidad.



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