lunes, 11 de enero de 2021

Orgasmo intergeneracional

 


Por: Daniela E./Columnista invitada

Mi nombre es Daniela y tengo 28 años. La historia que les voy a contar ocurrió hace unos años en Bogotá. En aquel entonces yo tenía 20 años, me faltaba apenas un par para terminar mi carrera de jurisprudencia. A inicios de ese año empecé unas prácticas en una consultaría de un amigo de mi padre, no era una empresa muy grande, unas 6 personas en total, todos eran bastante más mayores que yo y me sentía muy desplazada, todos me trataban como a una niña, bueno, todos no, había un hombre que me trataba muy respetuosamente ayudándome siempre en todo, su nombre era Juan, era un hombre guapo, pelo corto y ojos claros, tenía un poco de barriga cervecera pero no estaba nada mal para su edad, Unos 50 años aproximadamente.
Me sentía muy agradecida con él, me ayudaba a integrarme en el grupo y al final del verano éramos todos ya una gran familia. Fue en ese tiempo cuando noté como Juan se iba apagando, estaba triste, huidizo; su mujer le estaba dejando y para el comienzo de las navidades estaba solo. A mí me daba mucha pena porque era un hombre con mucha vitalidad, siempre de bromas y con ganas de vivir.
En la cena de navidad de la empresa tuve que ir a buscarlo a su casa para que se viniese, teníamos vacaciones y no le dejaba solo en ningún momento, íbamos al cine, al teatro, a cenar, me reía mucho con él y me sentía muy a gusto con su compañía, mis amigas llegaron a pensar que estábamos liados y mi novio empezó a tener celos.
Juan se dio cuenta de la situación e intentaba evitarme para que yo saliera con mis amigos, de hecho, siempre me decía “Daniela, tú lo que tienes es que salir con gente de tu edad y dejar a este pobre viejo”, a lo que yo le contestaba “si viejo… ya les gustaría a muchos estar como tú estás”.
Un día antes de Navidad, salimos a cenar, esa vez lo notaba especialmente triste, así que intente animarle toda la noche sin conseguirlo. Cuando me dejaba en casa, siempre nos despedíamos con un adiós, pero aquel día, no sé por qué, me acerqué a él y le di un beso en los labios. Fue un impulso, quedé petrificada por lo que acababa de hacer, él estaba muy sorprendido y yo tan avergonzada que salí pitando del coche y no volví a saber nada de él hasta pasado unos días.
El día 26 de diciembre salí con unas amigas al cine a ver una película de esas comedias románticas, casi calcada a lo que yo estaba viviendo esos días y decidí llamar a Juan, no sabía qué le iba a decir, ni cómo iba a reaccionar ni mucho menos como terminaría, pero le echaba de menos; no me cogía el teléfono así que fui a su casa.
“Hola perdido… ¿No me invitas a pasar?”. Sentía su nerviosismo, el pobre hombre no conseguía enlazar dos palabras seguidas, eran todo monosílabos. Me cansé de esa situación y sin más me acerque a él y le bese. No supe bien por qué lo hacía, pero el hecho es que así fue.
Juan se quedó mirándome, pero sin reaccionar, así que me levanté y me senté encima de él, y mientras le iba besando le decía, “no comprendes que, si estoy aquí, es porque yo quiero estar, porque me apetece”. Algo paso en su cabeza, porque su nerviosismo se esfumó y de inmediato correspondió al empezar a besarme por el cuello. Sus besos fueron acompañados por el tierno rodeo de su brazo por mi cintura.
Yo me dejaba llevar, le besaba apasionadamente entrelazando nuestras leguas, ¡madre mía cómo besaba! Estaba poniéndome muy nerviosa porque acababa de abrir una caja que podría explotarnos en las manos.
Empezó a desabrocharme la camisa mientras me besaba por el cuello y por la parte de arriba de mis pechos. La cosa se estaba calentando y yo empecé a tener miedo, podríamos acabar en la cama y eso yo no lo tenía previsto, pero me gustaba tanto que seguí dejándome llevar por la situación.
Juan me sujetó por el culo y levantándome me tubo en el sofá, quedando el arriba. Sentía unas sensaciones muy extrañas, miedo y alegría a la vez, empecé a quitarle la camiseta que tenía puesta, el seguía desabrochándome la mía hasta que la quitó, besaba mis hombros, me acariciaba casi sin tocarme el vientre, pasaba los dedos por el contorno del sujetador. Me incorporé un poco para quitármelo y lo tiré al suelo, estaba empezando a notar mi coño mojado, me gustaba tanto que estaba dispuesta a ir a por todas, así que empecé a desabrocharle los botones del pantalón, metí la mano y encontré un pene enorme y duro.
Juan dio un pequeño respingo de placer, notaba la excitación mientras me empezaba a besar mis pechos, los acariciaba, pasaba su lengua por mis pezones que estaban ya muy hinchados y sensibles. Me subí la falda para quitarme las medias y bajarme las bragas que ya en esos momentos estaban muy húmedas, quería ese pene dentro de mí, quería que me llenara mi vagina con su sexo, ya no tenía otro pensamiento más que ese. Me había olvidado por completo de la edad de mi amante, no me importaba, solo quería que me penetrase, mi coño estaba ardiendo, estábamos los dos jadeando.
Juan me ayudó a quitarme por completo las bragas, me estaba comiendo todo mi coñito, paseaba su lengua por mis labios, hundiéndola cuando llegaba a mi abertura, se entretenía succionando mi clítoris, mientras me metía uno o dos dedos, la sensación era maravillosa.
Yo quería comerme esa verga, quería saborearla y durante un breve momento de tiempo me dejó, el tiempo que dejó de masturbarme para quitarse los pantalones y quedarse desnudo. Juan estaba deseando meterme la polla, sentía su deseo y yo lo deseaba aún más. Me levantó del sofá, y dándome la vuelta me apoyó en una mesa, busco la abertura de mi vagina por detrás y de un certero golpe me introdujo todo su pene, empecé a jadear de placer, bombeaba su pene sin parar en mi coño estrecho, el alto estado de humedad facilitó esa carnosa incursión.
Había un espejo de esos altos en la habitación y nos veía reflejados en él, eso me ponía más caliente, ver como Juan me estaba follando. Yo tumbada boca abajo con la cara en la mesa del comedor cogiendo con fuerza el mantel entre mis manos, mi rostro se desencajaba cada vez que sentía el pene de Juan entrando y saliendo de mí. Juan con unos movimientos acompasados y mientras me agarraba y acariciaba de los pechos, hacía que mi cuerpo se estremeciese, una sensación de calor y placer envolvió mi cuerpo, no sabía que era, nunca antes había tenido un orgasmo, sentí como mi vagina se inundaba, empecé a gritar, me estaba corriendo, era algo que nunca había experimentado; sentía como salían chorros de mí.
Mi cuerpo no reaccionaba, en la imagen del espejo veía a Juan como me la metía ahora con más fuerza, más rápido y más profundamente, mientras que yo gritaba y le clavaba las uñas en los brazos cada vez que esa sensación me embargaba, hasta que noté como Juan empezaba a jadear cada vez más rápido y a correrse también dentro mi coño. Poco a poco paró sus movimientos, hasta quedar exacto tumbado en mi espalda. Cuando recuperamos un poco las fuerzas Juan me cogió en brazos y me llevo a la cama, donde continuamos follando toda la tarde.

No nos volvimos a ver hasta que empezamos a trabajar, yo estuve un tiempo asustada hasta que me bajó la regla, seguimos con nuestra relación de compañeros hasta que dos meses más tarde me fui de la consultaría, nunca hablamos de aquella tarde, una tarde maravillosa, en la que tuve mi primer orgasmo.


Diario de una puritana (Capítulo XII)

 Diario de una puritana


Capítulo XII: La boda de 'Piti'


El tiempo pasó y las heridas fueron cerrando. Tanto Mafe como yo rehicimos nuestras vidas, pero el destino nos tenía previsto un último encuentro, que quizá iba a ser el más trascendental de toda nuestra historia juntos.

Al comienzo fue difícil desprenderme de los recuerdos y del deseo por estar con Mafe, pero poco a poco lo fui aceptando. Bien dicen por ahí que el tiempo todo lo cura, y esto no fue la excepción.

Sin embargo, una tarde al llegar a casa me vi totalmente sorprendido con una carta de invitación que había llegado. Se trataba de la boda de Tatiana, la mejor amiga y confidente de Mafe, o ‘Piti’ como ella la llamaba cariñosamente.

Verdaderamente fue algo que me tomó por sorpresa, pues no me esperaba jamás que Tatiana me invitara a algo tan propio y quizá tan íntimo como su matrimonio; no éramos grandes amigos, es más, diría que apenas conocidos.

De inmediato pensé que esto tenía que ser obra de Mafe. Invitarme tenía que haberse dado solamente por pedido suyo. Dudo que habiendo tanto tiempo desde finalizado nuestro noviazgo, y teniendo tanta confianza entre ellas, Tatiana no se hubiese enterado. Era imposible.

Tenía que ser por pedido de Mafe. Era más que obvio. Y esto me puso a pensar de más en ella, por lo menos ese día en que recibí la invitación. Comencé a recordar momentos específicos de los que pasé a su lado. De los buenos y los malos. Llegué a ponerme algo melancólico, aunque fue cuestión de horas, pues al día siguiente desperté habiendo superado esa sensación de nostalgia.

Claro que no dejaba de inquietarme por qué Mafe le había pedido a su amiga que me invitase a su matrimonio ¿Tendría planeada una venganza? ¿Querría pedirme que volviéramos? ¿Tendría alguna noticia para mí? ¿O quizá solo quería verme y no se atrevía a decírmelo? Le di muchas vueltas en mi cabeza, pero ante la incertidumbre solo podía calmarme y esperar al anhelado día en el que resolvería el misterio de esta inesperada invitación.

Decidí invitar a mi mejor amiga, de toda la vida, para que fuera mi acompañante en el matrimonio de Tatiana. No quería ir solo, más todavía cuando suponía que Mafe iría en compañía de alguien, y yo no podía quedarme atrás. Claro que, pensándolo bien, era un plan bastante estúpido, pues Daniela, al ser mi amiga de toda la vida, era conocida por Mafe, y ella sabía bien que entre nosotros no había nada más allá de una amistad.

Alquilé un smoking blanco, que no sé si era adecuado para la ocasión, pero siempre me había hecho ilusión lucir uno, así que me di el gusto. Gusto que terminaría con sabor a poco luego del “tremendo banquete” que me iba a dar en la recepción de la boda.

La noche anterior estuve muy nervioso, como si fuera yo el protagonista del evento, pero nada que ver. Sencillamente lo estaba por el hecho de ver a Mafe luego de tanto tiempo. Desde que terminamos solo nos habíamos visto un par de veces. La primera de ellas tan solo unos días después de finalizada la relación, en una de esas jornadas en que Mafe recogió sus cosas de mi casa para apartarse de mi vida para siempre. La otra fue un encuentro casual en el centro de la ciudad, que nos dio tiempo para tomar un café y charlar por un rato fugaz.

A pesar de que la ansiedad se apoderaba de mí, decidí llegar a la mitad de la ceremonia, más que todo para no tener que soportar toda la retahíla de la misa. La iglesia estaba a reventar, por lo que fue imposible saludar a los novios más allá del benevolente cruce de miradas al final de la ceremonia. Tampoco pude encontrarme de frente a Mafe, aunque en la recepción de la boda ya habría momento para ello.

De hecho fue imposible no hacerlo, pues los novios habían previsto sentarnos en la misma mesa. Para mí tenía completo sentido, pues no sabía en qué otra mesa podían incluir a alguien como yo. También entendí el plan de Mafe, que tal y como lo avizoré, había ido acompañada, de quien parecía ser su nueva pareja. Era una especie de pulso para demostrarme que había superado nuestra ruptura, que lo había hecho de mejor manera que yo.

Me pareció ciertamente infantil que tuviese un gesto así, pero entendía también que muchas veces, para reafirmar la confianza en uno mismo es necesario acudir a este tipo de argucias, y así quedarse tranquilo.

No voy a negar que la vi hermosa, radiante, sencillamente espectacular. Su cabello estaba suelto, completamente lacio, y tan radiante como nunca antes. Su cara sin evidenciar imperfección alguna, obviamente ayudada por un buen maquillaje que habría tardado horas en aplicarse, pero esencialmente fundamentada en lo terso de su piel, pues Mafe era una de esas chicas que gasta grandes cantidades en cremas rejuvenecedoras y demás. Aunque lo mejor de verla esa tarde fue su vestuario. Mafe llevaba puesto un vestido rosa o fucsia, no sé bien cómo definir la tonalidad, pero lo cierto es que dejaba al descubierto su espalda, demostrando a la vez lo sensual que puede ser esta zona sin ser una de las que una mujer esté pendiente de embellecer; a la vez que exponía gran parte de sus siempre elogiadas y deseadas piernas. Era un vestido en una pieza, que se ceñía a la perfección a su bien concebida silueta.

Y si bien el vestido la hacía ver sensual y distinguida, a la hora de sentarse la hacía ver apetecible, pues parecía como que sus piernas se desparramaban hacia los costados, como tratando de escapar de la asfixia de un vestido pensado para evocar al pecado.

De su novio debo decir la verdad, era un tipo agradable aunque ciertamente introvertido, muy risueño y acomedido, pero un tanto empalagoso de tanto servilismo. No recuerdo su nombre, no estoy seguro, si no me equivoco era Hernán. Algo que por el contrario se me haría inolvidable era su cara de monaguillo, de niño bueno. Estaba hecho casi que a pedido de Mafe, por lo menos aparentaba ser un alma de dios.

Sus actitudes y su forma de expresarse también confirmaban ese carácter blando, sumiso y santurrón. Me preguntaba de dónde lo habría sacado Mafe, y más aún, me preguntaba si este sujeto sabía lo calentorra que podía ser su novia.

Yo lo sabía a la perfección, y es innegable que desde el primer momento que vi a Mafe esa tarde, surgieron pensamientos sucios en mi mente. Un cruce de miradas con ella me iba a confirmar que el sentimiento era mutuo. Pero posiblemente se trataba solo de deseo, de malos pensamientos, de ahí a la acción hay un buen trecho, más todavía con el obstáculo que implicaba la presencia de su novio en el lugar.

Claro que mi deseo fue en incremento, y en mi cabeza tomó el carácter de irrenunciable e innegociable la posibilidad de fornicar con Mafe esa misma tarde. Tendría que pensar la forma de distraer a su novio, a la vez que la forma en que iba a seducirla, la estrategia para crear el instante adecuado para llevar a cabo esa fantasía.

Daniela fue esencial para lograr mi cometido. Durante la cena le comenté mis intenciones, y ella, como buena confidente, se ofreció para distraer al inocente novio de Mafe. Su plan no era muy elaborado, consistía básicamente en sentarse junto a él, darle conversación y compartir una buena cantidad de tragos. De hecho, yo fui parte de esa conversación en un comienzo, básicamente con la intención de retarle para beber, pues no parecía un tipo muy habituado al consumo de licor.

El diagnóstico fue acertado, Hernán fue entrando rápidamente en un estado de ebriedad. Supe que podía confiar en Daniela, dejar en sus manos la creación de la distracción para concretar mi anhelado plan.

Le propuse a Mafe bailar. Era algo que yo disfrutaba y que sabía que ella también, por lo que difícilmente se negaría. Su novio no era muy amigo del baile, y menos sufriendo dificultades para conservar el equilibrio. “Ve tranquila que yo te lo cuido”, le dijo Daniela a Mafe cuando ella le comentó a su novio que estaría bailando un rato.

Mafe era una mujer verdaderamente hermosa. Bailar una vez más con ella me permitió estar cara a cara para apreciar su rostro, la profundidad de su mirada, sus carnosos y apetecibles labios, su fina y delicada nariz, e incluso las imperfecciones de su piel, que, por lo menos a mí, me hacían percibirla más bella.

No dudé en expresarle lo hermosa que se veía esa tarde, ni lo bien que olía, ni lo mucho que le lucía ese vestido. A lo que ella respondió con su sonrisa y un tímido gracias.

El baile me dio la oportunidad de juntar mi cuerpo con el suyo, y con ello de evocar a la memoria un momento que seguramente resultó fascinante y trascendental para ella.

- ¿Te acuerdas que la primera vez que lo hicimos nació de un roce involuntario de nuestros cuerpos?
- ¿Cómo me voy a olvidar?... Es más, si te digo, recuerdo la fecha exacta de ese día. Aunque dudo que te pase igual a ti, respondió ella
- Tienes razón, no puedo recordar con exactitud la fecha, pero si recuerdo cada detalle de esa noche, que también fue maravillosa para mí

Guardamos silencio por unos segundos, seguimos bailando con nuestros cuerpos pegados, y mi erección fue en constante crecimiento. Era más que evidente que Mafe sabía lo que estaba provocando en mí.

Yo procuraba, mediante el baile, llevar a Mafe hacia un punto ciego para su novio, a un lugar en el que le resultara imposible vernos. Poco a poco fui logrando mi cometido, llevar a Mafe a una de las esquinas del recinto, esquina en la que el ángulo y el constante flujo de personas haría prácticamente imposible que Hernán controlara visualmente a Mafe. Una vez ahí me aventuré a besarla, encontrándome con la grata respuesta de su complacencia. Mafe fue tan partícipe del beso como yo. Claro que cuando nuestras bocas se separaron me preguntó “¿Qué haces?”, como quien no quiere la cosa.

No respondí nada, por lo menos de palabra, apenas le hice saber con mi mirada que no creía en lo más mínimo en su reclamo. Inmediatamente volví a besarla. Al finalizar ese beso, y acariciando su pelo por detrás de su oreja, le dije:

- No sabes cuánto te he extrañado Mafe
- ¿Y entonces por qué me dejaste?
- No te dejé Mafe, te liberé de compartir tus días con alguien que no está hecho a tu altura
- Suena muy lindo, pero no responde a mi pregunta ¿Por qué decidiste terminar con lo nuestro?
- Siento que de alguna manera te estaba utilizando, pero no vale la pena ahondar en ello, no es necesario arruinar este momento recordando algo tan ingrato como eso. Solo quiero que nos dejemos llevar, que vivamos esto como un último encuentro.
- Pero Hernán…
- Hernán no tiene por qué enterarse, dije interrumpiéndola antes de que la invadiera la sensación de culpabilidad.

La tomé suavemente de una de sus mejillas y de nuevo nos sumergimos en un largo beso. Claro que esos tiernos besos fueron convirtiéndose en un frote constante de nuestros cuerpos, fueron transformándose en la expresión mutua del deseo de juntar algo más que nuestros labios, nuestras almas.

Volvimos a la mesa donde estaban Daniela y Hernán, aunque solamente de momento, más que todo para disimular. Mafe le comentó a su novio que me acompañaría a fumarme un cigarrillo y enseguida estaríamos de vuelta. Claramente era un embuste, ya que yo no fumo.

Hernán, evidentemente afectado por el licor, asintió con la cabeza y siguió en su conversación con Daniela.

Hicimos el amague de salir del recinto, aunque rápidamente volvimos a entrar y nos encerramos en uno de los baños. Estos eran amplios y aseados, no eran los típicos cubículos, sino que eran un cuarto como tal, y lo mejor de todo es que había muchos, por lo que no íbamos a sentir el apuro de alguien que en verdad necesitara el sanitario.

El vestido de Mafe nos facilitó mucho las cosas, fue cuestión de subirlo un poco para ponerme manos a la obra. Sabía que no contaba con mucho tiempo, pero para mí era inconcebible no besar la vagina de Mafe. Lo había hecho en gran cantidad de ocasiones, sabía de lo mucho que ella disfrutaba de esto, y no estaba dispuesto a renunciar a la posibilidad de ponerme cara a cara con su coño una vez más, que además podría ser la última.

La adrenalina se apoderó de Mafe, y su vagina humedeció rápidamente. Fue cuestión de segundos para que mi lengua sintiera el correr de sus fluidos. Habían pasado casi que un par de años desde la última vez en que había sentido emanar ese ardor de su coño, y era tan espectacular, tal y como lo recordaba.

La subí sobre el mesón del lavamanos para que estuviese cómoda al momento de recibir la estimulación de mi lengua sobre su clítoris. Mis manos se movían casi que con desespero por sobre sus piernas, manejando tal grado de ansiedad que no sabía dónde posarlas, donde situarlas para sentir en todo su esplendor las bondades de sus piernas.

Una vez que me puse en pie, cara a cara con Mafe, le di un corto beso antes de tomarla entre mis manos para darle vuelta y apoyarla contra el mesón. Una vez en esa posición, empecé a pasear una de mis manos por sobre su vulva, a la vez que la besaba por el cuello.

El espejo me permitía ver sus reacciones, sus gestos, a la vez que sus pequeños senos una vez que baje con cierto grado de agresividad la parte de arriba de su vestido.

Bajé ligeramente mis pantalones para permitir la salida de mi miembro, e inmediatamente penetrarla en esa posición. Fue un instante que, creo, los dos esperamos por un largo tiempo. Era sencillamente majestuoso el hecho de volver a sentir su apretado coño, húmedo, caliente y hambriento de placer.

Ella gemía con cierto grado de confianza, pues la música seguramente haría imperceptibles sus gemidos para las personas al exterior del baño. Yo la interrumpía ocasionalmente con besos, besos largos, llenos de mordidas de labios, de sonrisas ante el juego complaciente de su lengua o de la mía.

Pero lo mejor estaba por venir. Fue cuestión de darle vuelta, situarla cara a cara y volverla a penetrar. Fue en ese entonces cuando pude volver a verla al rostro en un momento de máximo disfrute, fue ahí cuando pude verle sus gestos de pervertida, su cara de lujuria, de placer y de deseo; era esa seguramente la cara de la tentación, el rostro de Lilith.

Claro que lo que terminó sacándome de quicio fue ver el ver sus carnes blandas rebotando al ritmo de mis empellones, tan frágiles, tan endebles, tan femeninas; que inevitablemente no pude contener la descarga al interior de su coño, tal y como ella lo añoraba. Ciertamente fue algo osado, quizá atrevido, pues ya no éramos pareja, no sabía si ella planificaba, y si ese gesto pudo resultarle incómodo. Pero su silencio cómplice me hizo creer que no había problema en ello.

- ¿Estás saliendo con Daniela?, preguntó Mafe mientras se acomodaba el vestido
- ¿Con Daniela? Obvio no. No estaría contigo si fuese así, estaría con ella. Bien sabes que es mi amiga
- Ah, pues pensé. Como viniste con ella
- Pero eso no quiere decir nada. Vine con ella para no sentirme inseguro, pues no sabía que te traías entre manos
- Bueno, ya viste lo que me traía entre manos
- ¿Cómo así? ¿Tú planeaste esto?
- No exactamente así, pero sí
- Mirá, y yo planeando durante la cena como concretar este momento, y tú ya lo tenías más que estudiado.
- No tanto. Sabía que era cuestión de insinuarme un poco, de provocarte, y luego tú harías el resto.
- Hasta eso extraño de ti…
- ¿Y entonces por qué no volvemos?
- Mafe, porque eres mucha mujer para un pérfido como yo
- Bueno, no voy a insistirte para que me expliques por qué te sientes tan mal contigo mismo. Pero ya sabes, de mi parte sabes que el deseo por arreglar lo nuestro existe. Aunque puede que no sea algo eterno.


Dudé mucho en ese momento. Me quedé viéndola mientras se acomodaba su pelo frente al espejo, a la vez que pensaba lo mucho que me había costado superarla, lo difícil que me había sido desprenderme de su recuerdo, y lo canalla que alguna vez fui con ella.

- Tenemos que salir a comprar un cigarrillo. Si no huelo a tabaco, tu novio no se va a creer la historia que le contaste. Además que nos puede ayudar a tapar el olor a sexo que nos quedó impregnado.
- Dudo que se dé cuenta. Está muy ebrio como para pensar en ello
- Bueno, tú eres la que lo conoce…

Regresamos a la mesa y allí estaba Daniela, con su mentón recostado sobre una de sus manos, escuchando los delirios y la predica de un creyente radical y desaforado. No hubo el más mínimo indicio de sospecha por su parte respecto a Mafe, era evidente que confiaba ciegamente en ella.

La velada concluyó con una despedida que pareció un hasta siempre, aunque el destino nos tendría por lo menos un par de encuentros más. Claro que ahora en circunstancias hasta ahora inimaginables, por lo menos para mí.

El primero de esos encuentros se dio aproximadamente cinco meses después de la boda de Tatiana, y sinceramente fue algo que me dejó estupefacto. Días antes del mencionado encuentro, Mafe me llamó para invitarme a su ‘baby shower’. Yo no podía creer lo que estaba escuchando, Mafe estaba embarazada.

Días después, al concurrir a su invitación, lo constaté con mis propios ojos. Mafe estaba en cinta. Su creciente barriga era prueba evidente de ello.

Enterarme de su embarazo fue algo que me dejó helado, pues aunque asumía como superada nuestra relación, entendía que ser madre junto a Hernán la iba a alejar de mí para siempre. De todas formas lo asumí con hidalguía, entendiendo que Mafe estaba en todo su derecho de rehacer su vida, como quisiera y con quien se le antojara.

Luego, cuando nació el bebé, me invitó a conocerlo. A partir de ese momento empecé a atar cabos, y a comprender la realidad de las cosas. Los tiempos coincidían con el polvo de la boda de ‘Piti’ y con el desarrollo de su embarazo. Además, el niño poco y nada se parecía a Hernán. Claro que a esa edad encontrarles parecido es ciertamente complejo. Mafe tampoco me comentó nada, dándome a entender así que el niño era producto de su unión con Hernán, aunque en mí siempre vivió la sospecha de que esto no era así. Claro que tampoco tuve nunca la intención de averiguarlo, si Mafe asumía que lo había tenido junto a Hernán, no habría alegato de mi parte.

Tampoco fue grato ver la transformación que sufrió Mafe, pues aunque suene cruel, el embarazo le deformó esa bonita silueta que tiempo atrás me produjo tanto pensamiento lujurioso. Su papada creció, sus senos también, aunque rápidamente fueron cuesta abajo, su cintura se desvaneció, y sus caderas, que siempre fueron generosas en carnes, empezaron a adquirir rasgos de obesidad.

Era evidente que la atracción física había desaparecido, y a esta altura el cariño también, pues tanto tiempo distanciados hizo imposible la supervivencia de un amor que alguna vez pareció inagotable, pero que ahora solo podía interpretarse como el afecto que se tiene a alguien que alguna vez fue cercano. Algo así como una amiga lejana.

Hoy, habiendo pasado tantos años, lo único que realmente me atormenta de lo que pudo ser, pero nunca fue, es lo relacionado a la entrega de su culo. Hernán era un tipo bastante inocente y fervoroso como para pedirle ese capricho, pero Mafe es tan caliente, tan golfa y tan buscona, que dudo que se muera sin experimentar el placer de haber sido penetrada por el culo.






Diario de una puritana (Capítulo XI)

 Diario de una puritana


Capítulo XI: En búsqueda del 'santo grial'




Mafe era una mujer verdaderamente espectacular, maravillosa, pero sinceramente yo pensaba que nuestra relación no tenía futuro, estaba condenada a morir. Le admiraba mucho, era complaciente con ella, cariñoso y bastante entregado, pero no estaba seguro de quererla auténticamente.

No por lo menos cuando también podía malpensar muchas veces de ella. Y no porque una pareja esté obligada a ser perfecta, tendrá manías o defectos como cualquiera; pero el que yo percibía de ella quizá no era compatible ni aceptable; no podía haber auténtico cariño hacia alguien que percibía como hipócrita. No porque lo fuera conmigo, pero si porque vivía siendo completamente doble con casi todos los demás. Era una cualidad que me hacía vivir lleno de desconfianza, vivía convencido en que esa falsedad algún día iba a jugar en mi contra.

Pero a pesar de ello, del eterno recelo que vivía en mi cabeza, tenía una enorme dependencia hacia ella. La había asumido como parte de mi diario vivir y me gustaba, quería ver hasta dónde podían llegar las cosas.

Tampoco voy a negar que su libidinosidad me tenía atrapado, casi adicto. A pesar de haber fornicado una y otra vez con ella, no me cansaba de hacerlo, parecía inagotable el deseo que tenía hacia la siempre deseosa y deseable Mafe.

Era de alguna manera raro porque lo que siempre me había pasado era llegar a un punto de agotamiento, de aburrimiento al coger con la misma chica. Con Mafe no me pasó eso, cada polvo fue de alguna manera memorable.

Aunque he de confesar que las fantasías fueron agotándose, o quizá, más que agotándose, fueron cumpliéndose, por eso dejaron de ser fantasías, eran sueños cumplidos. Pero había algo que todavía no había probado, y por lo menos yo estaba ansioso de hacerlo. Quería que Mafe me entregara su culo.

Hasta ese entonces nunca lo charlamos, y mucho menos lo intentamos. Era como si existiera un pacto tácito de que era ‘campo santo’.

Cuando follábamos en cuatro, era cuando más lo deseaba, pues era en esos momentos cuando lo tenía de frente, era ahí cuando tenía ese ojal coqueteándome, como haciéndome ojitos para aventurarme a explorarlo. Pero no me atrevía a retirar mi pene de Mafe para introducirlo a traición por su ojete. Estaba seguro de que eso le molestaría y marcaría el fin del polvo que estuviéramos echando en ese momento, además de mermar su confianza.

Entendía que debía convencerla, casi como la primera vez que follamos, sabía que debía llenarla de confianza y tranquilidad para tan aventurado paso. Pero no podía ser frentero tampoco, no podía decirle así como así que me entregara su culo, pues sabía que ella se iba a negar rotundamente.

Una noche, durmiendo junto a mi bella Mafe, soñé que la penetraba por allí, por su misterioso ojete, y obviamente, siendo un sueño, todo era perfecto, ella lo disfrutaba e incluso me pedía ser más agresivo en la aventura contranatura. Pero cuando desperté, me estrellé contra la realidad. Estaba allí acostado junto a Mafe, pero solamente durmiendo. Yo estaba completamente excitado por las imágenes que segundos antes se habían apoderado de mi mente. Empecé a besarla por el cuello mientras dormía, como buscando despertarla, como tratando de encender la llama de la pasión que no había estado presente en nuestro dormitorio esa noche, por lo menos hasta ese momento.

Ella despertó, y aún somnolienta estiraba su cuello y me alentaba para que la siguiera besando. Me arrimé a ella, y estando los dos acostados de medio lado, fue evidente mi miembro erecto chocando contra sus nalgas, como quien pide permiso para entrar. Empecé a acariciar lentamente sus piernas..

- ¿Te apetece una mamada?
- Es lo mínimo por haberme despertado – respondió Mafe dibujando una leve sonrisa en su bello rostro
- Pero quítate la camisa, que antes quiero besarte por la espalda, quiero consentirte como lo mereces

Tenía pensado ir bajando poco a poco, besando lentamente sus hombros, descender por su espalda hasta llegar a sus nalgas y aventurarme a darle un beso negro, advirtiendo que jamás lo había hecho, y sin saber cómo iba a reaccionar Mafe.

Comprendía que Mafe tenía que estar completamente excitada, que ella tenía que alcanzar la cúspide del deseo, para permitirme avanzar en mi intento de incursión rectal. Mientras paseaba lentamente mis labios por su espalda, le acariciaba sus piernas, les rozaba la yema de mis dedos y ocasionalmente las arañaba levemente.

Cuando le saqué las bragas, acaricié su vulva, posando la palma de mi mano sobre ella. Simultáneamente dirigí mi boca hacia su ojete. Mafe se sorprendió por completo, apretó sus nalgas una vez que sintió mis labios y mi lengua tratando de establecer contacto con su ano.

Ese freno en seco me hizo buscar tranquilizarla. Recurrí a la vieja y confiable frase de “no va a pasar nada que tú no quieras”, buscando calmarla. Volví a dirigir mi boca hacia su ojal y antes de juntarlos le dije “es solo algo que quiero probar”.

Sinceramente fue asqueroso, pero la excitación que le causé no tiene precio. Fue cuestión de segundos, de un par de pasadas de mi lengua por su ojete para verla retorcerse del placer contra el colchón. Entendí que era el momento de seguir avanzando, por lo que dirigí uno de mis dedos hacia el objetivo, pero una vez hizo el mínimo contacto, Mafe volvió a retraerse, volvió a juntar sus nalgas, como un movimiento reflejo que buscaba impedir cualquier ingreso. Le repetí de nuevo, “no va a pasar nada que tú no quieras”, aunque esta vez no tendría efecto, ya que Mafe tenía bastante claro lo que no quería que pasara. Por mi parte supe que había fracasado en mi intento por explorar su culo.

Terminamos echando un fogoso polvo de madruga. Siempre era apetecible sentir la humedad de Mafe en medio de la oscuridad y a primera hora de la mañana, pero yo quedé con esa sensación de cuenta pendiente. En mi cabeza seguía dando vueltas la palabra fracaso, pues estaba realmente obsesionado con tener sexo anal con Mafe, aunque sabía que eso estaba lejos de cumplirse.

De todas formas, no iba a dejar de intentarlo. Era cuestión de ser paciente y persistir.

Más tarde esa misma mañana, ya con la luz del sol sobre nosotros, mientras desayunábamos, y antes de partir a la oficina, le pregunté a Mafe cómo se la había pasado con el polvo espontáneo de la madrugada.

- ¡Súper! Estuviste diez puntos. Me quedé tan relajadita, y terminé descansando muy bien
- A mí también me encantó, aunque me causó algo de desilusión que no me dejaras probar cosas nuevas
- ¿A qué te refieres?
- A que quise consentirte ese hermoso y respingado culito, pero me bloqueaste la entrada
- Bueno, es que eso no está hecho para eso. Para el placer y la reproducción está la vagina, y el culo para excretar.
- Quizá, pero te vi disfrutar muchísimo cuando te estimulé con mi lengua
- No fue muchísimo
- Lo habría sido si me hubieses dejado avanzar
- Se te va a hacer tarde para llegar al trabajo…


Mafe estaba siendo completamente recelosa con este tema, y la verdad no imaginaba la manera de ablandarla, de convencerla para cumplir esa fantasía.


Me volví un poco intenso con el tema durante esos días. Le recordé esa vieja versión suya que temía y se resistía al sexo, y que terminó cambiando casi que al extremo opuesto. Traté de convencerla comprando lubricantes, o tratando de convertir la situación en un juego. Pero parecía que no había poder humano que pudiera convencerla de acceder.

Claro que lo más sorprendente fue que su postura negativa hacia el sexo anal fue pasando del argumento de la prohibición contranatura, a un tipo de chantaje emocional. “Tú y yo no contamos con la bendición de dios, no tenemos una hipoteca, no tenemos un hijo, no tenemos nada que nos una verdaderamente. No veo por qué debo acceder a una pretensión tan osada con alguien con quien no tengo un verdadero lazo…”.

Escucharle decir eso me enervó, enfurecí por completo, pues entendí su postura más como un chantaje que como cualquier otra cosa. Salí furioso de casa. Estaba sorprendido de que Mafe me estuviera sometiendo a este tipo de condicionamientos. De hecho, no sabía que pretendía ¿Tener un hijo o casarnos a cambio de su culo? No estaba dispuesto a pagar un costo tan alto.

Esa tarde salí de casa a dar un paseo, a tratar de calmarme por la actitud que había tomado Mafe frente a mis deseos y nuestra relación. Tanto así que llamé a una amiga para contarle lo acontecido y pedirle consejo. Me aconsejó apelar a la ternura, llevarla a un punto de excitación total a punta de mimos, cariñitos, y tratos dulces. Yo sentía que había intentado eso y había fallado. Pensé en saciar mis deseos con una prostituta, pero rápidamente desistí de ello; nunca ha sido afecto al plan de ir de putas.

De todas formas era algo que me obsesionaba. Era una ilusión que tenía y que no estaba dispuesto a dejar desvanecer, así como así. Le di muchas vueltas en mi cabeza sobre la forma de convencerla. Y tanta meditación dio sus frutos, fueron varios planes los que elucubré para conseguir mi cometido.

El primero de ellos fue por la línea de la recomendación que me dio mi amiga: ser tierno con Mafe a la hora de intentarlo.

Decidí entonces reservar una cabaña a las afueras de la ciudad, obviamente con su correspondiente adquisición de vino, cena y la típica cursilería de escribirle un mensaje de amor con pétalos de rosa sobre la cama.

Le dediqué días a pensar cada uno de los detalles de la velada. Lo primero fue comprarle un abrigo, que le regalaría en el inicio de la noche. En uno de los bolsillos introduje la reserva de la cabaña.

La reacción de Mafe al recibir el abrigo fue la esperada, no cabía de la dicha, y su embeleso fue en aumento al descubrir el tiquete de la reserva. Tomamos el coche y partimos rumbo a lo que parecía ser la noche más romántica de nuestro noviazgo y mi esperado acceso a la ‘tierra prometida’.

El sitio era realmente acogedor. Era una casa de campo en adobe, con un ligero aroma a roble, luces tenues, con un decorado rústico, chimenea en el salón principal, y un camino de pétalos de rosa a la habitación, la cual tenía su propia decoración también con pétalos de esta flor.

La cena también la encargué con antelación, y para mi satisfacción no hubo contratiempo alguno en su entrega. Es más, pasaron cerca de diez minutos desde que habíamos entrado a la cabaña y el momento en que llegó la cena. Ensalada de escarola y peras caramelizadas como guarnición y como plato principal salmón glaseado con naranja y romero. La cena la acompañamos con un Domaine Alain Graillot Crozes, un exquisito vino tinto que bebimos al calor de la chimenea.

Realmente fue un momento romántico, que ocultaba a la perfección mi malsana intención de desvirgarle el culo a mi hermosa Mafe.

Fue tal el regocijo de Mafe, que fue ella quien empezó con una larga tanda de besos a modo de recompensa por mi romántica, y hasta entonces desinteresada, sorpresa. Nos fundimos en un fuerte abrazo que acompañamos con besos mientras caminábamos de forma tambaleante hacia el dormitorio.

Caímos sobre el colchón y continuamos besándonos por un largo rato, mirándonos a la cara con un repetitivo gesto de ternura. El ademán de acariciar la mejilla del otro también se hizo reiterativo.

Mafe se sacó la camisa, el sostén y me pidió que le besara los pechos. Acepté de inmediato, no había motivo para oponerme a tan grata petición. Me ayudé con uno de los pétalos para estimular a Mafe. Lo pasaba levemente por sobre su torso, apenas rozando su piel, mientras ella reía y me pedía frecuentemente que la besara.

Me detuve por un instante, me puse en pie y fui al salón principal en búsqueda de otra botella de vino. La destapé y volví al cuarto. Empecé a regarlo de a pocos sobre el pecho de Mafe, sobre su abdomen, sobre su pubis, quería sazonarla un poco con la sangre de Cristo

Mafe solo permanecía allí sobre la cama, casi que inmóvil, disfrutando el sentir mi lengua y los pétalos de rosa paseando por su cuerpo. Pero de repente quiso cambiar de rol, se puso en pie casi de forma abrupta y me tumbó sobre la cama. “Dime si te gusta…”, dijo ella antes de empezar a menearse mientras se sacaba lentamente los pantalones. No voy a mentir, el baile erótico no era su mayor virtud, pero debo reconocer que tuvo una gran actitud con la demostración que hizo.

Me puse en pie y la abracé para de nuevo fundirnos en un apasionado beso. Luego le pedí sentarse o acostarse en la cama, mientras yo le devolvía el espectáculo del show erótico. Tampoco creo que se me haya dado muy bien, pues era la primera vez que lo hacía, pero Mafe por lo menos se divirtió al verme hacerlo.

Eso sí, estuve siempre pendiente de tener lubricante a la mano, pues era indispensable para llevar a cabo mi plan.

Una vez quedamos desnudos nos acostamos y continuamos besándonos. Las caricias también se hicieron presentes. No sé si el tiempo se nos hizo largo o si realmente dedicamos mucho tiempo a esta introducción romántica del polvo, lo cierto es que fue verdaderamente extensa.

Como era de esperarse, la estimulación de su vagina con mis dedos y con mi boca no pudo faltar. Mafe se acostó sobre la cama, abrió un poco sus piernas y con solo su mirada me invitó a que le comiera el coño. Para mí, esto se había convertido en uno de los grandes placeres de la vida.

Empecé con unos cortos besos por sus pies para luego ir subiendo por sus tobillos hasta llegar a sus muslos y concentrarme allí por un buen rato. Mi lengua empezó a deslizarse por ellos, sintiendo su piel erizarse.

A pesar de que yo estaba buscando ser romántico y regalarle un rato inolvidable, Mafe tenía algo más de prisa. El accionar de sus manos, tomándome del pelo para clavar mi cara en su vagina, me lo confirmaba. Pero pronto volví a recorrer sus piernas, alejándome de ese objetivo rosa y caliente. Sencillamente porque quería tenerlo entre mi boca en su punto máximo de ardor.

El calor de su zona íntima empezó a emanar, y el pasar de mis dedos por sobre su vulva confirmó la creciente humedad. Era hora de dedicarme a comer ese postre llamado clítoris.

El de Mafe era ciertamente especial, no por alguna característica concreta, sino porque lo conocía a la perfección, sabía para ese entonces como estimularlo con mi lengua, con mis dedos, mirando o sin mirar; sabía cómo manipularlo para hacerla tocar el cielo.

Ella era un adicta del contacto de mi lengua con su clítoris, por eso era bastante normal que me abrazara con sus piernas cuando mi cara se entrometía entre su pubis. Ya era un clásico de nuestros coitos que yo levantara la cara con el mentón recubierto de esos fluidos con sabor a elixir sagrado. Mafe clavaba sus uñas en el colchón mientras apretaba las sábanas y de su boca escapan un cortitos suspiros, era todo un festival.

Sin embargo, esa noche fue especial por algo más, y es que Mafe se animó a darme una mamada, pero lo hizo con tal grado de perversión que terminé disfrutándola a pesar de su pobre técnica.

Fue ella quien me invitó a dejarme caer sobre la cama, y luego se abalanzó sobre mi pene para introducirlo en su boca y regalarme la que fue la mejor mamada desde que habíamos empezado a salir.

En un comienzo sus ojos se enfocaron en mi rostro, con esa mirada cómplice y pervertida de quien busca asegurarse estar dando placer a su contraparte. Pero luego sencillamente los cerró y continuó con su trabajo, como si en realidad estuviese disfrutando de tener mi miembro entre su boca. Fue inevitable descargar un poco de esperma en ese momento, pero no a causa de un orgasmo, sino de esta que va saliendo casi que de forma involuntaria antes del clímax. Ese fenómeno que algunos han definido sabiamente como que “antes de llover, chispea”.

El semen corrió hacia afuera de su boca, empezó a deslizarse por una de las esquinas de sus labios y a bajar por su mentón. Y aunque yo pensé que la reacción de Mafe iba a ser de asco o rechazo, sencillamente sonrió al dejar correr esa pequeña cantidad de esperma por su rostro.

Mafe decidió que era momento de pasar de la estimulación oral al coito, por lo que se acomodó para montarme y dejó deslizar mi pene entre su humanidad. Una gran sonrisa se dibujó en su cara al sentirme dentro, y a partir de allí empezó a sacudirse hasta terminar en una feroz cabalgata.

Tumbado en la cama y acariciando sus piernas, veía sus pequeños senos saltar al ritmo que se lo imponía el movimiento de su cuerpo. Ocasionalmente Mafe inclinaba su cabeza hacia atrás, como mirando hacia el techo, mientras dejaba que sus caderas hicieran el trabajo de marcar el ritmo y la labor de generar placer a todo su ser.

De follar en esta posición me encantaba el hecho de sentir la humedad de su pubis sobre el mío, también el hecho de jalarla hacia mí con un abrazo para sentir sus senitos rozando sobre mi pecho, o mejor aún, el hecho de poder ponerlos entre mi boca.

Mafe aguantó un buen rato montándome, pero llegó el momento en que el cansancio la venció, por lo que en un rápido movimiento se dio vuelta, quedando apoyada sobre sus rodillas, en una clara invitación a cogerla en cuatro.

Antes de penetrarla, decidí acariciarle una vez más su apetecible coño, y es que para mí era todo un delirio sentir sus fluidos en mis manos, poder sentir mis dedos deslizarse con facilidad entre su vagina era otro de mis grandes delectaciones. Mafe no se opuso, pues creo que sentía la misma obsesión que yo, aunque de su parte por mojar mis dedos con su coño. Era mutuamente apetecido.

Una vez satisfecho el deseo de sentir la humedad de su concha en mis manos, nació nuevamente la de sentirla pero con mi miembro. Así que procedí a penetrarla, y fue ahí que comprendí que se acercaba la hora de la verdad. Estaba una vez más con su ojete de frente a mí, mirándome a la cara.

Arranque lentamente, encargándome de acariciar su espalda, sus hombros y su abdomen al mismo tiempo que le penetraba. La sonoridad de sus gemidos fue en aumento a pesar de que los movimientos no eran bruscos ni severos.

Decidí entonces empezar a acariciar su ojete, por lo menos de forma superficial, a modo de primer acercamiento para tantear la situación. Mafe no reaccionó, aunque creo que desde ese momento sospechó hacia dónde iba todo.

Yo, al ver que no hubo reacción, entendí que era un gesto de condescendencia. Me animé a meter la punta de mi dedo índice. Ahí sí hubo reacción de su parte, el clásico ademán de echar el cuerpo hacia adelante, juntar las nalgas y apretarlas.

- Tranquila Mafe, va a ser solo un poquito. Si no te gusta paramos

Mafe guardó silencio por unos instantes, pero luego terminó cediendo a mis pretensiones.

- Está bien. Por probar, pero seré yo quien mande
- ¡Como digas! Por cierto, traje esto para ayudarnos

Fue ahí cuando me puse en pie y tomé el pequeño frasco de lubricante entre mis manos. Sonreí, me unté un poco en los dedos y empecé a esparcirlo sobre su ojete. “Mafe, termine como termine esto, tengo que decir que te amo. Y no te lo tomes como algo menor, pues es la primera vez que lo digo sinceramente”.

Había un cierto grado de mentira en ello, pero no fue algo que dije solamente por conseguir mi cometido, realmente estaba confundido y creía poder estar realmente enamorado de Mafe.

- ¿Quieres que te lo bese?, pregunté
- Bueno, dale

Como todo estaba pensado, el lubricante tenía sabor, por lo que el beso negro no terminó siendo del todo desagradable. Mafe pareció disfrutar de mi lengua paseándose por su ojete. Un par de movimientos involuntarios me confirmaron el descontrol placentero que estaba viviendo.

Las cosas parecían ir por buen camino, así que una vez más me animé a introducir uno de mis dedos. Poco a poco mi dedo índice empezó esa misión de explorar territorio desconocido.

Por respeto a Mafe le pedí hacer una pequeña pausa para buscar una menta entre mis cosas, comerla y librarme así del mal sabor y darme la libertad de poder volver a besarla.

Una vez retomada la acción volví a esparcir un poco de lubricante en su ojete para introducir de nuevo mi dedo, esta vez a mayor profundidad. Mafe dejó escapar un par de lamentos, aunque realmente nada de qué preocuparse. Mi dedo entró del todo, se movió muy poco en su interior y luego lo fui retirando lentamente. Salió evidentemente untado de ; la ‘tierra prometida’ estaba llena de la ‘greda prometida’. Era sencillamente asqueroso, pero en ese momento estaba loco perdido por terminar de ejecutar mi magistral plan.

- ¿Probamos ahora con dos deditos?
- No, vamos al grano de una vez
- ¿Segura?
- Sí, segura
- Mafe, eres lo máximo. ¡Te amo!

Claro que mi dicha iba a llegar pronto a su fin, porque una vez que entró el glande, Mafe me pidió detenerme. Así lo hice, me detuve, se lo saqué y le apliqué más lubricante para de nuevo intentar la ansiada penetración anal. Sin embargo, a mitad del estrecho camino, el grito de Mafe fue desgarrador, y una vez más me pidió detenerme. Esta vez fue definitiva, pues parecía bastante adolorida, por lo que yo también sentí que era el momento de abortar la misión. De todas formas valoraba la voluntad de Mafe al pretender permitirme llevar a cabo mi plan, pero sencillamente su cuerpo y su mente no estaban preparados para ello.

- Lo siento, dijo Mafe al ver la decepción dibujada en mi rostro
- No Mafe, discúlpame tú a mí. Discúlpame por si te hice daño, y discúlpame por si te hice sentir forzada a hacer algo que no querías
- Relájate, estoy bien. Forzada no me sentí, fui yo quien aceptó el juego. Aunque es la última vez que lo intento.
- Más allá de que no pude cumplir mi fantasía, no eches en saco roto lo que te he dicho, te amo Mafe.

Mafe me besó, acarició mi mejilla y me pidió rematar el polvo que habíamos empezado y que la fantasía contranatura por poco nos arruina. Yo no podía negarme a un pedido de Mafe, más si este consistía en follarla, así que la apoyé contra una pared, la penetré y sin expresarle mi verdadero sentir, la folle con furia por la imposibilidad de haberla cogido por el culo.

A modo de recompensa Mafe me permitió correrme sobre su cara, entendiendo que ver su rostro recubierto de esperma era una de mis grandes fascinaciones. Claro que la noche no terminó ahí, pues el romanticismo del lugar, la cena y demás, fue un detonante para una velada cargada de actividad sexual y orgasmos.

Pero a pesar de que había sido una noche llena de placer y cariño, el objetivo principal no había podido cumplirse. Mafe había cambiado de postura, ya no me estaba “vendiendo” su culo a cambio de compromiso, sencillamente lo había intentado y no había resistido.

No sabía qué hacer pues mi obsesión seguía vigente y no estaba dispuesto a renunciar a cumplir mi fantasía. Estaba viviendo un verdadero tormento ya que penetrar a Mafe por el culo se me había convertido en una obstinación que no podía olvidar, y si bien había pensado en uno y otro plan para lograrla, el que había ejecutado esa noche era el mejor de todos, era mi plan A, B y C.

Bueno, sinceramente había pensado en un plan B y en un plan C, pero iban en contra de lo que pensaba, de mi esencia. El plan B era penetrarla a traición, y el plan C era embriagarla para llevar a cabo mi fantasía.

Sabía que de ninguna manera podrían salir bien, pero la obsesión me venció. Era como si me hubiese vuelto adicto a algo que nunca había probado, o por lo menos no del todo.

Lo primero que intenté fue la penetración a traición, obviamente pasado un tiempo prudente desde esa velada de romanticismo y experimentación. Fue en uno de tantos polvos ocasionales, teniendo a Mafe en cuatro, inocente de lo que iba a sentir. Fue un gesto que poco quiero recordar, pues además de haberle causado daño a mi hermosa Mafe, no disfrute al ser algo fugaz, agresivo y poco empático hacia una persona a la que juraba querer.

Esa acción, además de marcar el final del coito que estábamos teniendo, me causó una fuerte discusión con Mafe, y un enorme cargo de consciencia.

Mafe era excesivamente bondadosa, o quizá me quería demasiado, por lo que terminó perdonando mi abusiva intromisión. Y con su perdón desapareció mi cargo de consciencia y reapareció una vez más ese deseo malsano.

Así que llegué entonces al plan C, recurrir al licor para hacerle perder la consciencia, y así tener vía libre para hacer con ella lo que se me antojara. Claro que no era tan sencillo como suena, ya que Mafe no habituaba a beber. De hecho, era muy raro que lo hiciera. Pero tampoco era una misión imposible, ya tenía en mente la forma de conseguir que Mafe y el licor se hicieran amigos íntimos por una noche.

Fue cuestión de invitar a una cena en casa a uno de mis amigos, a él y a su pareja. Mafe los aborrecía, su compañía le resultaba tediosa e incluso desesperante.

- La vamos a pasar bien, será una linda cena de parejitas. Y luego podemos rematar la noche con una salida a bailar, al cine, no sé…
- ¡Ni muerta! Vamos a comer con ellos, yo voy a poner buena cara el tiempo que dure la cena, me embriagaré, esperaremos a que se vayan, y luego me lo harás acá, sobre la mesa del comedor. Ese va a ser nuestro plan esta noche.
- Bueno, también suena bien, dije con una hipócrita sonrisa en mi cara.


No sé por qué Mafé le tenía tanta repulsión a Santiago y su chica. Es cierto que eran un poco friki, un tanto intensos y un poco inoportunos, pero no creo que hasta el punto de llegar a aborrecerlos. Pero bueno, esa noche iba a ser una ventaja para mí toda esa repulsión que sentía Mafe hacia ellos.

Mi mente maquiavélica quiso prever todo lo necesario para hacer realidad mi plan. De nuevo conseguí lubricante, unas mentas para el mal sabor de boca, y un buen ron, pues ese licor específicamente la embriagaba y le activaba su faceta más carnal.

Santiago y su novia, Laura, llegaron a eso de las siete de la noche, y fue necesario solamente que cruzarán la puerta para que Mafe empezara a empinar el codo.

Yo también bebí, aunque muy poco, pues quería estar en plena forma, como un campeón, a la hora de ejecutar mi fantasía. Para mí no era tortuoso sostener una conversación con Santiago, al fin y al cabo era mi amigo, de toda la vida, aunque sinceramente si era un tipo muy raro. Era de aquellas personas que creen en hipótesis extrañas como que el sol es frio, pero se siente caliente por acción de la atmósfera terrestre, y está dispuesto a gastar horas para explicar su punto y especialmente para defenderlo. También era un tipo muy devoto, aunque realmente no sé de qué religión. Era normal en él empezar a hablar de las bondades de su secta, de las innumerables “evidencias” de su fe, y de lo errado que estaban todos los demás en sus creencias o en su agnosticismo. Y así como era un radical con su dogma, lo era con sus apreciaciones o gustos por la música. Escuchar una canción de un ritmo que no soportara, liberaba al nazi que llevaba en su interior. Tenían todos los elementos para ser detestable, aunque yo le apreciaba, pues nuestra amistad se había forjado mucho tiempo atrás, antes de que desarrollara características de personalidad tan singulares.

El reloj empezó a correr y mi plan iba tomando forma, pues a Mafe ya se le empezaban a notar los efectos del exquisito ron que bebimos esa noche, si no recuerdo mal la marca era Arehucas, aunque puedo equivocarme.

Claro que no todo fue perfecto, pues el licor fue desinhibiendo a Mafe, lo que liberó esa cara antipática y cortante que era tan difícil de ver en ella. Yo recurrí a las indirectas para hacerle saber a Santiago y su novia que era hora de irse a casa, y aunque tardó en entenderlas, finalmente lo hizo.

Cuando ellos partieron, Mafe estaba en un alto estado de embriaguez, aunque aún le faltaban un par de tragos para perder la razón, que era lo que yo buscaba para cumplir mi plan. Bebimos esas copas de más en medio de besos y manoseos.

La hora de la verdad había llegado. La desnudé, la acaricié, e incluso la estimulé un poco con mi boca en su vagina. Aunque no dediqué mucho tiempo porque el objetivo era otro. Además ¿Qué más daba si Mafe estaba dormida? ¿Para qué tanto estímulo?

Tomé el lubricante entre mis manos y empecé a verterlo sobre su ojete. Pero cuando me disponía a introducir uno de mis dedos entre su culo, hubo algo que me frenó. Un repentino freno, uno de esos ligeros choques eléctricos que produce la mente consciente cuando advierte que se trasgreden los límites.

Empecé a cuestionarme lo que estaba haciendo, el hecho de aprovecharme del estado inconsciente de una mujer a la que supuestamente amaba. Era tan similar como el actuar de un violador. Me sentí sucio y mísero. Tanto que juzgaba a Mafe por su hipocresía, y resultaba que era yo quien realmente lo era.

No pude hacer nada. La excitación desapareció con la llegada de esos pensamientos deshonrosos. Me puse de nuevo mis pantalones. Tomé a Mafe en brazos, la llevé al dormitorio, le puse un camisón y la acosté.

Estando ya en la cama y sufriendo del insomnio típico que aqueja a quien se siente indecoroso, reflexioné una y otra vez sobre mi actuar, sobre lo que había pretendido hacer y no hice, pero especialmente sobre la autenticidad del amor que creía sentir por Mafe. Comprendí que realmente si existía un sentimiento de afecto, pues de no ser así, no me habría detenido en mi mal intencionado plan. Pero dudaba seriamente que se tratara de amor. Comprendí esa noche también que Mafe era una mujer muy especial, pero yo no la merecía. Ahora solo me restaba pensar la forma de decirle a Mafe que era hora de cortar. No quería confesarle que había pretendido ejecutar tan aberrante plan, que había sido un canalla, pues quería que ella conservara un bonito recuerdo de lo que alguna vez existió entre nosotros.

Y si bien no le confesé tan rastreros pensamientos y planes que tuve para ella, si le di a entender que no la merecía, que era muy poca cosa para alguien verdaderamente valioso como lo era ella.

El adiós fue doloroso para ambos. Para ella porque quizá no se lo esperaba y no quería aceptarlo, y para mí porque me había habituado a ver amaneceres y atardeceres a su lado, a delirar con el sentir de sus carnes sin encontrar el cansancio por ello, incluso a escuchar sus rezos a toda hora del día, a ser cómplice de sus convencionalismos como respuesta a su condescendencia hacia mis deseos.

Capítulo XII: La boda de 'Piti'

El tiempo pasó y las heridas fueron cerrando. Tanto Mafe como yo rehicimos nuestras vidas, pero el destino nos tenía previsto un último encuentro, que quizá iba a ser el más trascendental de toda nuestra historia juntos...


La Profe Luciana (Capítulo XXI)

 La Profe Luciana Capítulo XXI: Un baile de Luciana Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me ...