jueves, 7 de enero de 2021

Insanas costumbres de la clase media

 


Por: Cristian T/Columnista invitado

Yo a los 11 años vivía solo con mis papás, y como los dos trabajaban, teníamos una nana de toda la vida, una señora de 50-55 años.
Pero durante los veranos esta señora se iba de vacaciones y durante 4-6 semanas, mis papás traían una asistenta nueva. Siempre eran chicas jóvenes, habitualmente de pueblo. Ese año en particular llego una gordibuena de unos 25 años, era floja como ella sola, no le gustaba cocinar, limpiaba apenas por encimita, y se la pasaba echada en la cama de mis papás viendo Padres e Hijos y otros enlatados de poca monta que suelen poner en la parrilla de nuestros devaluados canales nacionales.
Desde el día 1 yo me iba a acostar con ella. Estaba hipnotizado por sus enormes tetas, ya que, como era verano, andaba con unos escotes que me dejaban literalmente sin pensar en otra cosa que no fueran esas generosas tetas.
Lo único que deseaba era tocar ese escote, claro que con el terror propio de que reaccionara mal y le fuera a decir a mis papás.

Fui de a poco, intentado rozarlos cuando estábamos acostados viendo tele, hasta que al fin me animé a meter mano a la presa.

Ella acostada boca arriba mirando la tele, y yo al lado de ella boca abajo fingiendo estar dormido, decido levantar mi brazo para abrazarla por encima de su prominente pecho, y con el antebrazo fue la primera vez que sentí esas tetas de escándalo.
Estaba temblando de la calentura. Estuve así un buen rato, y al ver que ella no me dijo ni hizo absolutamente nada, me di vuelta y apoyé mi cabeza en su hombro. Ella comenzó a hacerme cariños en la cabeza, y yo, arrecho y frentero voy y le meto toda la mano en el escote.
Ella seguía sin decir nada, se dejaba y hasta diría que lo disfrutaba. Yo estaba dichoso, no podía creer mi suerte.
Estuvimos en esa dinámica por varios días, en los que yo, sin vergüenza alguna, iba y me acomodaba al lado de ella para manosearle esas tetas que me tenían obseso. Hasta que un día me preguntó si se las quería chupar. Yo ni corto ni perezoso acepté, estuve en esas por un buen rato, hasta que fue y me dijo “¿qué tienes ahí?” y acto seguido me metió la mano bajo el pantalón y me empezó a masturbarme.
Su mano, con habitual olor a ajo, cebolla y trapo, quedó recubierta de una de las primeras eyaculaciones de mi vida...

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