Capítulo VI: infragantis
Era evidente el interés de ella por mí y el mío por
ella, así que nuestros encuentros sexuales se iban a repetir en más de una
ocasión. Pero siempre íbamos a contar con la dificultad del dónde: en su
apartamento existía el peligro de ser descubiertos por sus hermanas o su
hermano, en mi casa estaban mis padres, con lo incómodo que puede ser follar
teniéndolos en el cuarto del lado.
Agotamos rápidamente la opción de los moteles, pues
como universitarios carecíamos de unos ingresos que nos permitieran ir de motel
en motel. Además de la exposición que implica ir a estos sitios. También
agotamos la posibilidad de hacerlo en sitios públicos, pues para ese entonces
nos ganaba el pánico de ser descubiertos, luego eso iba a cambiar, iba a
ser ponderante el deseo y el morbo de hacerlo en un lugar público por sobre
cualquier otra cosa.
No nos quedaba más opción que seguir buscando los
momentos indicados para hacerlo en su apartamento. De todas formas no es que se
tratara de algo tortuoso, pues tanto a ella como a mí nos generaba adrenalina
el hecho de poder ser descubiertos por su familia, y siempre salir airoso.
Aunque tanta dicha iba a llegar a su fin algún
día. Ocurrió una mañana de sábado. Yo había llegado en la noche del viernes a
su apartamento para compartir unas cervezas con Camilo. Para el día siguiente
Camilo y Diana tenían previsto ir a un concesionario para elegir un auto que
sus padres habían prometido les iban a regalar. El plan de Camilo era que yo le
acompañara y le diera mi opinión sobre cuál elegir, pero al día siguiente yo
fingiría sufrir un fuerte dolor de estómago para no ir con él. Alexandra
tampoco estaba, pues había ido a pasar el fin de semana casa de su novio.
Todo estaba servido para pasar una mañana de placer
con Katherine, a quien tampoco le resultaría muy difícil esquivar el compromiso
de ir al concesionario. Su pretexto fue un fuerte dolor abdominal a causa de su
periodo, razón que Diana comprendió por completo.
Yo permanecía sentado en la sala, agarrando mi
estómago por el supuesto dolor, cuando Camilo y Diana salieron del apartamento.
Una vez que la puerta se cerró, salí al balcón a fumar un cigarro y a esperar para
verlos salir del edificio y dar por hecho que el camino estaba despejado.
Terminé el cigarro y me dirigí al cuarto de Katherine,
que para ese momento seguía durmiendo. Empecé a deslizar hacia abajo y muy
despacito el pantaloncito corto que usaba como pijama.
A pesar de que su vagina quedó expuesta ante mis ojos,
no me dirigí directamente a esta sino que empecé a besar y acariciar sus
piernas. No tenía apuro alguno, ya que era prácticamente imposible que Camilo y
Diana regresaran antes del mediodía. Pasé mis dedos por sobre su coño
estableciendo el contacto apenas necesario para sentirlo.
Uno de mis grandes placeres era darle sexo oral a
Katherine. Me excitaba sobremanera lo bien cuidada que tenía su vagina, siempre
suave, siempre depilada, prácticamente al ras, sintiéndose apenas esos pelitos
nacientes tan característicos de las zonas íntimas. Pero lo que más me ponía de
darle sexo oral a Katherine era la facilidad con que su vagina se humedecía.
Empecé a pasear mi lengua sobre sus labios vaginales, y
ella, aún entre sueños disfrutaba de lo que sentía, por momentos se retorcía,
por momentos dejaba escapar suspiros y murmuraba mi nombre en medio de la
inconsciencia onírica. Su coño delataba su alto estado de excitación, pues
ardía a pesar de no haber pasado más que unos minutos de mi sesión de sexo
oral.
Cuando despertó se vio sorprendida de encontrarme ahí,
con mi cara metida en medio de sus piernas. No porque no se lo esperara, pues
era algo que habíamos charlado, sino porque no esperaba que nuestro encuentro
fuera a empezar tan temprano.
No cruzamos palabra. Yo alcancé a levantar un poco la
mirada y a verla sonreír antes de que me enroscara con sus piernas, metiendo de
lleno mi rostro contra su coño.
Yo seguí jugando con mi lengua en su vagina, pero
ahora me ayudaba de mis manos para acariciar su torso. Para ese momento ella no
hacía algo diferente a disfrutar. Su vagina ya no ardía únicamente, sino que se
había convertido en un pozo. La mitad de mi cara y parte de mi cuello estaban
empapados con sus fluidos.
Pero nuestra sesión de placer se vio interrumpida de
repente. Alexandra estaba parada bajo el marco de la puerta de la habitación,
estaba viendo todo, quién sabe desde hace cuánto, pues había permanecido en
silencio. Nos interrumpió a la vez que nos pegó un susto absurdo. “¿Qué es lo
que está pasando aquí?”, dijo.
Ambos dirigimos la mirada hacia la puerta y la vimos
allí parada, sin saber qué hacer o qué explicación darle. ¿Pero qué explicación
podíamos dar? Era más que evidente lo que hacíamos.
Katherine, arrinconada por la situación, empezó a
contarle toda la verdad a Alexandra. Le contó desde nuestro primer encuentro
sexual hasta lo que estábamos haciendo esa mañana. Le pidió guardar el secreto,
pues sabía que Camilo se molestaría conmigo en caso de enterarse. También creía
que Diana no vería con buenos ojos que yo fornicara con su pequeña hermana.
Alexandra tranquilizó a Katherine, accedió a guardar
silencio pero bajo una condición: Me miro y dijo “quiero que me hagas lo que le
estabas haciendo a ella”.
Quedé helado, me parecía absurda la petición de
Alexandra. Pero Katherine aceptó de inmediato. Me miró y sin decir palabra
alguna, solo con sus gestos, me envió a cumplir la misión de satisfacer a su
hermana para comprar su silencio.
Debo admitir que dar sexo oral es uno de mis
pasatiempos favoritos, tanto así que mis amigos más cercanos me habían
bautizado como “el lamechochas profesional”. El hecho de poder excitar tanto a
una mujer con mi lengua y mis manos me parecía algo espectacular.
El coño de Alexandra no era una novedad para mí, pero
si lo iba a ser el sexo oral con este. Nunca le había dado sexo oral a ella
porque me parecía el polo opuesto a Katherine: no le daba la atención
suficiente a su zona íntima, ni siquiera se tomaba el trabajo de depilarla.
Pero no tenía otra opción. Era un acuerdo establecido
entre los tres para conservar el perfil bajo de nuestra relación con Katherine.
Tampoco se trataba de una tortura, así que me puse manos a la obra para cumplir
con lo pactado.
Alexandra se sacó el pantalón y luego sus calzones,
que en esa ocasión eran unos cacheteros con encaje. Su vagina estaba tal y como
la recordaba, oculta bajo una densa capa de bello.
La acosté en la cama y procedí a consentirla con la
lengua mientras Katherine veía todo. Supongo que para ella fue incómodo, para
mí no dejó de ser supremamente excitante.
Claro que esa sensación de calentura se disipaba al
sentir el sabor del coño de Alexandra, pues era bastante fuerte; impedía
concentrarse en dar un buen sexo oral.
Aunque poco a poco me fui acostumbrando y pude
tolerarlo. De todas formas no tenía otra opción, pues romper el acuerdo
implicaba no poder contar con su silencio.
Alexandra disfrutaba bastante de la sesión de sexo
oral. Su vagina estaba lejos de producir la cantidad fluidos que lograba la de
su hermana menor, pero su aumento de temperatura la dejaba en evidencia.
También el accionar de sus manos, que poco a poco
fueron ejerciendo más presión sobre mi cabeza contra su pelvis.
Teniendo mi rostro hundido entre su humanidad, me era
imposible ver la reacción de Katherine, que todavía seguía a un costado,
observándolo todo.
Alexandra gozó tanto de la situación que se dejó
llevar y empezó a pedirme que la follara. Cuando eso ocurrió, Katherine
reaccionó diciendo: “No más, ha sido suficiente”.
Yo levanté mi cabeza, anonadado aún por lo que había
escuchado. Ella siguió hablando, “prefiero contarles yo a permitirte que te
tires a mi novio”. Luego me tomó de la mano, me hizo poner en pie, y empezó a
besarme; sin importar el inminente sabor a coño impregnado en mis labios y en
general en mi cara.
Yo sabía que no había alternativa, o se destapaba todo
porque Alexandra lo contaba, o porque nosotros lo hacíamos, pero no había
escapatoria, había llegado el momento de confesar a Camilo que me estaba
tirando a la menor de sus hermanas.
- Cálmate, que no me
interesa tu novio. Solo quería saber por qué disfrutabas tanto, dijo Alexandra
tratando de tranquilizar a Katherine
- ¡Vete a la mierda!,
respondió Katherine a su aprovechada hermana
Sin
soltarme la mano, Katherine me llevó hacia uno de los baños para rematar la
faena que su hermana había interrumpido. Sería el último polvo que echaríamos
con el desconocimiento de su familia. Seguramente sería el último que
tendríamos de forma clandestina, escondidos, como si hiciéramos algo malo,
aunque eso dependía de la reacción que tuvieran Camilo y Diana una vez que se
enteraran de lo nuestro.
Katherine se sacó la camiseta que cubría su torso y rápidamente entró a
la ducha. Yo tardé un poco más, pues entre lengüetazo y lengüetazo no me había
dado tiempo de quitarme la ropa.
Una vez que me desvestí e ingresé, la encontré allí tirada en el suelo,
recostada contra una de las paredes, con sus piernas abiertas y haciéndome
señas de que rematara la mamada que había empezado minutos atrás.
Lo hice con gusto. Para mí la vagina de Katherine era como un delicioso
postre, no por su sabor, sino por el efecto placer que producía a Katherine.
Aunque a esa altura de la mañana ya era más que justo y necesario penetrarla.
Me lo había ganado, había hecho méritos suficientes, y ella lo entendió así.
Salimos de la ducha y nos sentamos sobre el inodoro. Bueno, ella no,
ella se sentó encima de mí y empezó a darme una cabalgata brutal, utilizando mi
miembro erecto como su consolador ideal. Yo la dejé moverse a su gusto, no
utilicé mis manos para guiar su movimiento en ningún momento. Lo que si hice
fue jugar con sus pequeños y tiernos senos entre mis manos y entre mi boca. También
le metí un dedo por el ojete, más concretamente el índice de la mano derecha,
era algo que venía anhelando y que hasta ahora no me había dado el gusto de
cumplir.
Lo hice sin ser muy intrusivo, con mucha delicadeza y sin apuro. Ella no
me reprochó en ningún momento. Solo clavaba sus ojos en mi rostro, abriendo y
cerrando su boquita al mismo ritmo que gemía. Ocasionalmente me besaba y
ocasionalmente me enterraba las uñas en la espalda.
Cuando mi excitación llegó a su cúspide, se lo hice saber, pues ya era
una costumbre descargar mis orgasmos en su rostro.
Ella tuvo que volver a bañarse, pues el coito le había puesto a sudar su
coñito, además que su rostro había quedado cubierto de semen.
Mientras ella estaba en la ducha, yo permanecí sentado en el váter,
pensando cómo le iba a explicar a Camilo que me estaba follando a su hermana, a
la pequeña y consentida Katherine.
Capítulo VII: Entrando por el garaje
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