miércoles, 5 de mayo de 2021

Prepago de universidad privada

Prepago de universidad privada



Acá en mi patria de dos océanos, de tierras calientes y páramos, de economías informales y clandestinas, de corruptelas alebrestadas, de camanduleros, de ignorancia, de violencia, y de efímeras alegrías colectivas; conocemos a las prostitutas de alto costo como prepagos.

Yo sí lo digo abiertamente y sin complejo alguno, comer puta es de las grandes delicias existentes en la tierra del buen Dios, que entre sus creaciones y modelajes nos ha permitido coexistir en este mundo en el que por unos devaluados pesos es posible acceder a una chupada, a una vagina, y en el mejor de los casos a un ajustado ano.

No soy yo de esos que van pregonando ser del grupo de hombres que no pagan por sexo. Ilusos e hipócritas, todos pagamos por el gozo de los placeres de la carne, directa o indirectamente pagamos. Solo que algunos no nos vamos con rodeos, no soportamos cambios de humor, ni desajustes hormonales, ni caprichos ridículos; algunos vamos a lo que vamos, y entendemos eso como pagar, gozar y luego desentenderse.

Tampoco comparto postura o axiomas de aquellos puteros mediocres o principiantes, que creen que, por pagar una puta más cara, se culea más rico. Si pagas más, es porque eres más guevón; puedes pagarle miles de dólares a una cualquierita, pero si no hay química, te apurará, te cobijará con el mantra de la desconcentración, del enfado y de la perdición.

He de confesarlo, mi recorrido puteril me ha llevado por vaginas de todas las formas, olores y estratos; me he visto copulando en uno de esos lupanares de fachada colorida con una de esas viejas de vulva peluda y con segura presencia de ladillas, así como me he comido a una de esas princesitas de pedantes ademanes y de vagina perfumada.

Es verdad, soy un putero consagrado. Me siento a la cabeza de la mesa entre mi grupo de amigos para darles consejos sobre burdeles y putas. Es más, me atrevo a sentenciar que he de tener más recorrido que las mismísimas fulanas. Y entre tan basto haber de coitos de pago, me he dado a la tarea de armar un podio con lo mejor de aquellas experiencias.

El tercer cajón de aquel podio lo ocupa Vanesa, una rubia polioperada, que se pagó sus estudios profesionales a punta del sudor de su entrepierna. Ella es posiblemente la única mujer por la que pagué una considerable suma sin que eso me haya generado el más mínimo arrepentimiento.

Compartimos aula en la universidad por alguna de esas materias que logran juntar a estudiantes de diferentes facultades, alguna electiva de la cual ya no recuerdo el nombre. Desde un comienzo me generó una obsesión aquella chica. No importó que su cuerpo estuviera lleno de plástico y silicona. Se notaba a simple vista, pero el trabajo había quedado bien hecho. Sus pechos y su trasero se veían provocativos. Aunque he de sincerarme y decir que lo que más me cautivó fue su rostro. Con ciertos dejos de delicadeza, de finura y elegancia. Aquellos ojos verdes grandes, supremamente expresivos. Sus labios carnosos y de apariencia siempre húmeda y rosa. Su nariz respingada, que posiblemente también era fruto del quirófano, pero que más allá de eso, lograba aumentar esa sensación de delicadeza que aparentaba. Su cabellera larga y rubia era el complemento ideal de aquel rostro, que a mí y a muchos de mis compañeros nos recordaba a Paris Hilton.

Respecto a su cuerpo me siento en la necesidad en remarcar aquello de sus cirugías y la excesiva cantidad de plástico que lo adornaba. Es que a leguas era notorio que Vanesa había sido una de aquellas chicas delgadas ausente de gracia en su cuerpo, tanto así que, a la hora de operarse, se aumentó todo en exceso. Sus senos entonces quedaron siendo dos inmensos complementos, perfectamente redondos, firmes y habitualmente protagonistas bajo aquellos escotes que tanto le gustaba usar. Su culo era más bien raro, era redondo y respingón, pero a todas luces se notaba que no era natural, no es posible que unas nalgas crezcan de esa manera. Pero bonito y apetecible sí le quedó, que es realmente lo importante.

Por lo demás Vanesa es una auténtica provocación. Sus piernas son largas, y perfectamente torneadas a pesar de su evidente delgadez. Quizá son algo carentes de carne, aunque eso va en los gustos. Su abdomen es una obra de arte, es plano y trabajado, aunque sin incurrir en el exceso de la tonificación. Su cintura es pequeñita, logra contrastar sus pechos y sus caderas, a pesar de que estas últimas no son verdaderamente anchas o carnosas.

Mi euforia fue total aquel día que hicieron llegar a mis manos, o más concretamente a mi correo, un catálogo de las prepago de la universidad. Para mi sorpresa, Vanesa estaba ahí. Sin dudarlo ni un solo instante, supe que ella era la elegida en aquel extenso listado de vulvas de pago.

Claro que no fue del todo sencillo. Vanesa le había puesto un alto costo a sus placeres, y yo, como estudiante no tenía mayores ingresos. Ahorré durante meses, dejé de cenar durante un largo periodo con tal de ahorrar los 600.000 pesos (200 dólares) que cobraba ella por ese entonces.

Creé un perfil falso para contactarla. No sabía que tan consciente era ella de mi existencia, pero una cara conocida podría espantarla, así que decidí que lo más conveniente era crear un perfil falso en Facebook para contactarla desde ahí.

Ella prestaba sus servicios en su apartamento. Así que me dio la dirección y acordamos la fecha y la hora para nuestro encuentro furtivo. Recuerdo que fue la noche de un miércoles. Subí en unos de esos buses rojos atiborrados de gente que suelen circular en esta ciudad, y llegué justo sobre la hora a su apartamento.

Ella se sorprendió cuando abrió la puerta, pues se esperaba a un tipo diferente por lo que había visto en Facebook. Llegó incluso a dudar de que yo fuese la persona con quien había acordado la cita, pero todos los demás datos le coincidían, desde el simple hecho de que yo tuviese su dirección, así como la hora, y el número de la torre y del apartamento.

Preferí confesarle lo del perfil falso, pretendiendo ocultar mi identidad con el ánimo de que no se ahuyentara por encontrarse con alguien conocido. Ella río y aseguró que eso poco y nada le importaba, pues en caso de que yo careciera de discreción y fuera contando sobre su oficio entre la gente de la universidad, era su palabra contra la mía.

A pesar de que le iba a pagar la tarifa a plenitud, Vanesa nunca pudo borrar el gesto de desprecio que sentía por alguien como yo. Es que ella se sentía como de la realeza, y seguramente no había algo que le molestara más que un paisano cualquiera se fuera a deleitar con sus delicias.

Ella se desnudó allí, en la sala, se tumbó sobre un sofá, empezó a acariciar su vagina y me invitó a hacer con ella lo que quisiera. Me desnudé mientras la veía tocarse, como pretendiendo dejarla que se excitara con su propio masaje. Pero no fue así, ella se encargaba de no hacerlo de forma tan apasionada, de modo que no fuera a perder el control.

Entonces me vi en la necesidad de ayudarla, de complementar sus caricias en búsqueda de su gozo. Me agaché y empecé a acariciar su vulva. Especialmente su clítoris, con unos movimientos lentos y horizontales, que rápidamente lograron el cometido. Su vagina enardeció en tan solo unos segundos, y para cuando me animé a lamerla, ya estaba realmente mojada.

Ella se reprimía para no demostrar placer, pero en algunos momentos se le hizo imposible contener sus jadeos y sus suspiros. Su rostro estaba más bien bastante entrenado, en este era imposible distinguir gesto alguno de disfrute. Pero su vagina demostraba lo contrario, esos constantes vapores, esa humedad creciente, eran lo suficientemente explícitos como para entender de su gozo.

Decidí entonces deleitarme con los sabores de su coño, detenerme y apreciar esa vagina de apariencia estrecha, entre mi boca y entre mis manos. Ella me permitió manosear y saborear su linda panochita todo el tiempo que se me antojó.

Cuando la sentí lo suficientemente lubricada, cuando la vi retorcerse del gusto, supe que era momento de penetrar tan exquisita creación del universo y de los dioses.

Forré mi miembro entre el látex del preservativo, y sin mediar palabra, conduje mi pene entre aquel estrecho canal del gozo. Recalco en lo angosto de aquella vagina pues a todo instante sentí mi falo aprisionado entre su humanidad. Tanto así que sentía como que mi miembro tenía que ir enterrándose lentamente, o podría lastimarla. Claramente no era así, pues si a algo estaba habituada Vanesa era a abrir sus piernas y recibir todo tipo de invitados. Pero esa era la sensación que generaba, la de verdadera angostura; bueno, esa y la de intenso ardor, su vagina era una caldera.

Obviamente también me embelesé agarrando sus inmensos pechos de pezón rosa y pequeño. Pude constatar lo que siempre había sospechado, estaban rellenos de silicona, su dureza así lo confirmaba. Hago reparos en ello porque no es lo mismo una teta operada que una natural, siendo esta última la de mayor beneplácito al tacto. En cambio, unos senos operados, son maravillosos a la vista, pero pierden gracia cuando se les toca.

De todas formas yo me encarnicé agarrándole esas tetas, palpándolas y estrujándolas, y cuando me cansé de sentirlas entre mis manos, pasé a besarlas y a chuparlas, y ahí fue cuando encontré el auténtico disfrute. No por el simple hecho de saborear tan atractivos senos, sino por la reacción que generó en ella, pues con un claro ademán de disgusto dibujado en su rostro, me pidió que no la chupara.

Pero a mí su asco solo me excitó más, y entonces empecé a chupetearla por todo lado, por el canalillo de sus senos, sobre sus hombros, obviamente por sobre sus pechos, su cuello; y ella nunca pudo desdibujar de su cara esa reacción de desagrado.

Verla asqueada me estimuló a follarla con rudeza, como queriendo castigarla por sentirme asco. Obviamente que yo no dije nada, solo empecé a sacudirla con fuertes embestidas que a la larga le obligaron a dejar escapar esos gemidos que desde hace rato venía reprimiendo.

No voy a negar que me encantó escucharle esos griticos de niña delicada, pero más encantado me tenía el perpetuo ardor de su entrepierna, es que a esa altura del coito no paraba de gotear y de emanar ese vapor caluroso que solo le es posible a una vagina cuando está siendo correctamente estimulada.

Su gesto de desprecio nunca desapareció, aunque a mí no me incomodaba. Es más, verla tan asqueada y resignada solo me excitaba más. Tanto así que llegó un momento en el que sentí que con solo ver su carita podría alcanzar el orgasmo. Así que tuve que detenerme, y pedirle que se pusiera en cuatro.

Ella aceptó, se dio vuelta y posó para ser de nuevo penetrada, aunque esta vez sin vernos a la cara. Tal era la humedad de su coño, que mi pene entró con completa naturalidad, sin fricción o esfuerzo alguno alcanzó total profundidad de un solo empujón. La agarré de las nalgas, y constaté que se trataba de un culo hecho en el quirófano. Igualmente, muy atractivo a la vista, pero poco sustancioso a la hora del tacto; un tanto duro y carente de esa apariencia y sensación temblorosa de un buen culo de mujer.

De todas formas, ya estaba pago, así que solo me quedaba disfrutar, y la mejor manera de hacerlo era fornicándola, penetrándola con dureza, como se merece una puta, por más que sea de alto costo.

Tan duro la penetraba, con tal vehemencia sacudía mis caderas; que mi pene se salió en un par de ocasiones de su coño. Y en la segunda de ellas me tomé la libertad de retirarme el condón. Ella no lo notó, por lo menos en un comienzo.

A pesar de que su vagina era de por si una caldera, al momento de penetrarla sin preservativo, el cambio fue abismal, ya no era una caldera, era el mismísimo infierno.

Claro que eso terminó siendo una muy mala idea, pues poco fue lo que me pude contener al sentir el verdadero ardor de sus carnes. Estallé con furia al interior de su coño rosadito y delgado, y ella solo se vino a dar cuenta una vez que retiré mi pene de ella.

No solo lo notó al ver mi pene sin el recubrimiento del condón, sino porque parte de la generosa descarga empezó a correr de su coño hacia afuera.

Vanesa se enojó, me lanzó un par de insultos, me hizo vestir a las carreras y me echó de su apartamento. Luego me la iba a cruzar en la universidad, pero ella no volvió a dirigirme la palabra.

 

 

 



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