Prepago de universidad privada
Acá
en mi patria de dos océanos, de tierras calientes y páramos, de economías
informales y clandestinas, de corruptelas alebrestadas, de camanduleros, de
ignorancia, de violencia, y de efímeras alegrías colectivas; conocemos a las
prostitutas de alto costo como prepagos.
Yo
sí lo digo abiertamente y sin complejo alguno, comer puta es de las grandes
delicias existentes en la tierra del buen Dios, que entre sus creaciones y
modelajes nos ha permitido coexistir en este mundo en el que por unos
devaluados pesos es posible acceder a una chupada, a una vagina, y en el mejor
de los casos a un ajustado ano.
No
soy yo de esos que van pregonando ser del grupo de hombres que no pagan por
sexo. Ilusos e hipócritas, todos pagamos por el gozo de los placeres de la
carne, directa o indirectamente pagamos. Solo que algunos no nos vamos con
rodeos, no soportamos cambios de humor, ni desajustes hormonales, ni caprichos
ridículos; algunos vamos a lo que vamos, y entendemos eso como pagar, gozar y
luego desentenderse.
Tampoco
comparto postura o axiomas de aquellos puteros mediocres o principiantes, que
creen que, por pagar una puta más cara, se culea más rico. Si pagas más, es
porque eres más guevón; puedes pagarle miles de dólares a una cualquierita,
pero si no hay química, te apurará, te cobijará con el mantra de la
desconcentración, del enfado y de la perdición.
He
de confesarlo, mi recorrido puteril me ha llevado por vaginas de todas las
formas, olores y estratos; me he visto copulando en uno de esos lupanares de
fachada colorida con una de esas viejas de vulva peluda y con segura presencia
de ladillas, así como me he comido a una de esas princesitas de pedantes
ademanes y de vagina perfumada.
Es
verdad, soy un putero consagrado. Me siento a la cabeza de la mesa entre mi
grupo de amigos para darles consejos sobre burdeles y putas. Es más, me atrevo
a sentenciar que he de tener más recorrido que las mismísimas fulanas. Y entre
tan basto haber de coitos de pago, me he dado a la tarea de armar un podio con
lo mejor de aquellas experiencias.
El
tercer cajón de aquel podio lo ocupa Vanesa, una rubia polioperada, que se pagó
sus estudios profesionales a punta del sudor de su entrepierna. Ella es
posiblemente la única mujer por la que pagué una considerable suma sin que eso
me haya generado el más mínimo arrepentimiento.
Compartimos
aula en la universidad por alguna de esas materias que logran juntar a
estudiantes de diferentes facultades, alguna electiva de la cual ya no recuerdo
el nombre. Desde un comienzo me generó una obsesión aquella chica. No importó
que su cuerpo estuviera lleno de plástico y silicona. Se notaba a simple vista,
pero el trabajo había quedado bien hecho. Sus pechos y su trasero se veían
provocativos. Aunque he de sincerarme y decir que lo que más me cautivó fue su
rostro. Con ciertos dejos de delicadeza, de finura y elegancia. Aquellos ojos
verdes grandes, supremamente expresivos. Sus labios carnosos y de apariencia
siempre húmeda y rosa. Su nariz respingada, que posiblemente también era fruto
del quirófano, pero que más allá de eso, lograba aumentar esa sensación de
delicadeza que aparentaba. Su cabellera larga y rubia era el complemento ideal
de aquel rostro, que a mí y a muchos de mis compañeros nos recordaba a Paris
Hilton.
Respecto
a su cuerpo me siento en la necesidad en remarcar aquello de sus cirugías y la
excesiva cantidad de plástico que lo adornaba. Es que a leguas era notorio que
Vanesa había sido una de aquellas chicas delgadas ausente de gracia en su
cuerpo, tanto así que, a la hora de operarse, se aumentó todo en exceso. Sus
senos entonces quedaron siendo dos inmensos complementos, perfectamente
redondos, firmes y habitualmente protagonistas bajo aquellos escotes que tanto
le gustaba usar. Su culo era más bien raro, era redondo y respingón, pero a
todas luces se notaba que no era natural, no es posible que unas nalgas crezcan
de esa manera. Pero bonito y apetecible sí le quedó, que es realmente lo
importante.
Por
lo demás Vanesa es una auténtica provocación. Sus piernas son largas, y perfectamente
torneadas a pesar de su evidente delgadez. Quizá son algo carentes de carne,
aunque eso va en los gustos. Su abdomen es una obra de arte, es plano y
trabajado, aunque sin incurrir en el exceso de la tonificación. Su cintura es
pequeñita, logra contrastar sus pechos y sus caderas, a pesar de que estas
últimas no son verdaderamente anchas o carnosas.
Mi
euforia fue total aquel día que hicieron llegar a mis manos, o más
concretamente a mi correo, un catálogo de las prepago de la universidad. Para
mi sorpresa, Vanesa estaba ahí. Sin dudarlo ni un solo instante, supe que ella
era la elegida en aquel extenso listado de vulvas de pago.
Claro
que no fue del todo sencillo. Vanesa le había puesto un alto costo a sus
placeres, y yo, como estudiante no tenía mayores ingresos. Ahorré durante
meses, dejé de cenar durante un largo periodo con tal de ahorrar los 600.000
pesos (200 dólares) que cobraba ella por ese entonces.
Creé
un perfil falso para contactarla. No sabía que tan consciente era ella de mi
existencia, pero una cara conocida podría espantarla, así que decidí que lo más
conveniente era crear un perfil falso en Facebook para contactarla desde ahí.
Ella
prestaba sus servicios en su apartamento. Así que me dio la dirección y
acordamos la fecha y la hora para nuestro encuentro furtivo. Recuerdo que fue
la noche de un miércoles. Subí en unos de esos buses rojos atiborrados de gente
que suelen circular en esta ciudad, y llegué justo sobre la hora a su
apartamento.
Ella
se sorprendió cuando abrió la puerta, pues se esperaba a un tipo diferente por
lo que había visto en Facebook. Llegó incluso a dudar de que yo fuese la
persona con quien había acordado la cita, pero todos los demás datos le
coincidían, desde el simple hecho de que yo tuviese su dirección, así como la
hora, y el número de la torre y del apartamento.
Preferí
confesarle lo del perfil falso, pretendiendo ocultar mi identidad con el ánimo
de que no se ahuyentara por encontrarse con alguien conocido. Ella río y
aseguró que eso poco y nada le importaba, pues en caso de que yo careciera de
discreción y fuera contando sobre su oficio entre la gente de la universidad,
era su palabra contra la mía.
A
pesar de que le iba a pagar la tarifa a plenitud, Vanesa nunca pudo borrar el
gesto de desprecio que sentía por alguien como yo. Es que ella se sentía como
de la realeza, y seguramente no había algo que le molestara más que un paisano
cualquiera se fuera a deleitar con sus delicias.
Ella
se desnudó allí, en la sala, se tumbó sobre un sofá, empezó a acariciar su
vagina y me invitó a hacer con ella lo que quisiera. Me desnudé mientras la
veía tocarse, como pretendiendo dejarla que se excitara con su propio masaje.
Pero no fue así, ella se encargaba de no hacerlo de forma tan apasionada, de
modo que no fuera a perder el control.
Entonces
me vi en la necesidad de ayudarla, de complementar sus caricias en búsqueda de
su gozo. Me agaché y empecé a acariciar su vulva. Especialmente su clítoris,
con unos movimientos lentos y horizontales, que rápidamente lograron el
cometido. Su vagina enardeció en tan solo unos segundos, y para cuando me animé
a lamerla, ya estaba realmente mojada.
Ella
se reprimía para no demostrar placer, pero en algunos momentos se le hizo
imposible contener sus jadeos y sus suspiros. Su rostro estaba más bien
bastante entrenado, en este era imposible distinguir gesto alguno de disfrute.
Pero su vagina demostraba lo contrario, esos constantes vapores, esa humedad
creciente, eran lo suficientemente explícitos como para entender de su gozo.
Decidí
entonces deleitarme con los sabores de su coño, detenerme y apreciar esa vagina
de apariencia estrecha, entre mi boca y entre mis manos. Ella me permitió
manosear y saborear su linda panochita todo el tiempo que se me antojó.
Cuando
la sentí lo suficientemente lubricada, cuando la vi retorcerse del gusto, supe
que era momento de penetrar tan exquisita creación del universo y de los
dioses.
Forré
mi miembro entre el látex del preservativo, y sin mediar palabra, conduje mi
pene entre aquel estrecho canal del gozo. Recalco en lo angosto de aquella
vagina pues a todo instante sentí mi falo aprisionado entre su humanidad. Tanto
así que sentía como que mi miembro tenía que ir enterrándose lentamente, o
podría lastimarla. Claramente no era así, pues si a algo estaba habituada
Vanesa era a abrir sus piernas y recibir todo tipo de invitados. Pero esa era
la sensación que generaba, la de verdadera angostura; bueno, esa y la de
intenso ardor, su vagina era una caldera.
Obviamente
también me embelesé agarrando sus inmensos pechos de pezón rosa y pequeño. Pude
constatar lo que siempre había sospechado, estaban rellenos de silicona, su
dureza así lo confirmaba. Hago reparos en ello porque no es lo mismo una teta
operada que una natural, siendo esta última la de mayor beneplácito al tacto.
En cambio, unos senos operados, son maravillosos a la vista, pero pierden
gracia cuando se les toca.
De
todas formas yo me encarnicé agarrándole esas tetas, palpándolas y
estrujándolas, y cuando me cansé de sentirlas entre mis manos, pasé a besarlas
y a chuparlas, y ahí fue cuando encontré el auténtico disfrute. No por el
simple hecho de saborear tan atractivos senos, sino por la reacción que generó
en ella, pues con un claro ademán de disgusto dibujado en su rostro, me pidió
que no la chupara.
Pero
a mí su asco solo me excitó más, y entonces empecé a chupetearla por todo lado,
por el canalillo de sus senos, sobre sus hombros, obviamente por sobre sus
pechos, su cuello; y ella nunca pudo desdibujar de su cara esa reacción de
desagrado.
Verla
asqueada me estimuló a follarla con rudeza, como queriendo castigarla por
sentirme asco. Obviamente que yo no dije nada, solo empecé a sacudirla con
fuertes embestidas que a la larga le obligaron a dejar escapar esos gemidos que
desde hace rato venía reprimiendo.
No
voy a negar que me encantó escucharle esos griticos de niña delicada, pero más
encantado me tenía el perpetuo ardor de su entrepierna, es que a esa altura del
coito no paraba de gotear y de emanar ese vapor caluroso que solo le es posible
a una vagina cuando está siendo correctamente estimulada.
Su
gesto de desprecio nunca desapareció, aunque a mí no me incomodaba. Es más, verla
tan asqueada y resignada solo me excitaba más. Tanto así que llegó un momento
en el que sentí que con solo ver su carita podría alcanzar el orgasmo. Así que
tuve que detenerme, y pedirle que se pusiera en cuatro.
Ella
aceptó, se dio vuelta y posó para ser de nuevo penetrada, aunque esta vez sin
vernos a la cara. Tal era la humedad de su coño, que mi pene entró con completa
naturalidad, sin fricción o esfuerzo alguno alcanzó total profundidad de un
solo empujón. La agarré de las nalgas, y constaté que se trataba de un culo
hecho en el quirófano. Igualmente, muy atractivo a la vista, pero poco
sustancioso a la hora del tacto; un tanto duro y carente de esa apariencia y
sensación temblorosa de un buen culo de mujer.
De
todas formas, ya estaba pago, así que solo me quedaba disfrutar, y la mejor
manera de hacerlo era fornicándola, penetrándola con dureza, como se merece una
puta, por más que sea de alto costo.
Tan
duro la penetraba, con tal vehemencia sacudía mis caderas; que mi pene se salió
en un par de ocasiones de su coño. Y en la segunda de ellas me tomé la libertad
de retirarme el condón. Ella no lo notó, por lo menos en un comienzo.
A
pesar de que su vagina era de por si una caldera, al momento de penetrarla sin
preservativo, el cambio fue abismal, ya no era una caldera, era el mismísimo
infierno.
Claro
que eso terminó siendo una muy mala idea, pues poco fue lo que me pude contener
al sentir el verdadero ardor de sus carnes. Estallé con furia al interior de su
coño rosadito y delgado, y ella solo se vino a dar cuenta una vez que retiré mi
pene de ella.
No
solo lo notó al ver mi pene sin el recubrimiento del condón, sino porque parte
de la generosa descarga empezó a correr de su coño hacia afuera.
Vanesa
se enojó, me lanzó un par de insultos, me hizo vestir a las carreras y me echó
de su apartamento. Luego me la iba a cruzar en la universidad, pero ella no
volvió a dirigirme la palabra.