miércoles, 6 de enero de 2021

Diario de una puritana (Capítulo II)

Diario de una puritana





Capítulo II: Confesiones de una puritana






Para mí fortuna, esa actitud iba a verse recompensada, pues fue ese el inicio del gran propósito de follar con Mafe. La motivación estaba creada, ya solo hacía falta encontrar el momento y quizá el escenario ideal para atacar.


El momento iba a ser al día siguiente, no porque estuviera listo, o tuviese preparado un plan, o fuese el momento oportuno; lo hice porque me ganó la ansiedad y me dejé llevar.

Fue durante la sesión de entrenamiento. Ese día correspondía la rutina de piernas, que posiblemente es la que más interesa a las mujeres, pero es la de más sacrificio y quizá la de más cuidado.

Para mi desgracia, ese jueves Mafe no usó su atuendo de la falda negra, sino una de las licras que había usado en días anteriores. De todas formas, para mí, cualquier prenda que usará la iba a hacer ver deseable.

Ese día arrancamos la rutina con sentadillas de peso libre, que para el que no las conozca, aclaro que son sentadillas comunes y corrientes pero con un peso adicional. Como yo tenía una barra y discos, ese iba a ser el peso adicional. Para el caso de Mafe, que hasta ahora empezaba a entrenarse, el ejercicio fue únicamente con la barra.

A esa sesión de entrenamiento le saqué todo el jugo posible, pues cada movimiento requería de mi guía o mi apoyo. De modo que cuando empezamos con las series de sentadillas de peso libre, me situé atrás de Mafe para orientar sus movimientos, indicándole hasta donde tenía que bajar, el grado de apertura de las piernas, y apoyándola a sostener la barra por si llegaba a perder el equilibrio. Para orientarla en la forma correcta de respirar y la tensión que debía mantener en el abdomen, empecé a bajar con ella, aun estando parado a su respaldo, tomando suavemente su abdomen con una de mis manos para indicarle justamente los momentos en que debía tomar y soltar aire.

El rocé fue inevitable al igual que mi erección, que ella evidentemente sintió en sus nalgas, y la cual me llevó a apartarme de ella ciertamente avergonzado. Pero Mafe no me hizo reproche alguno, seguramente entendió la situación como algo involuntario o quizá la ignoró por estar completamente concentrada en el ejercicio, la verdad no lo sé.

Yo, por el contrario, interpreté su ausente reproche como un visto bueno, como un gesto de complacencia. Así que pasados unos segundos volví a acercarme a ella y continué haciendo el ejercicio a la vez que trataba de orientarla.

La erección no había desaparecido, de hecho era cada vez más latente. Para ese momento Mafe ya tenía que tener descartada la hipótesis de que había sido algo involuntario, pues de ser así no tendría por qué seguir restregándole mi pene erecto contra sus nalgas. Posiblemente ella quería evitar el momento incómodo de hacerme el reproche, o como dije antes, quizá su prioridad era completar el ejercicio.

El caso es que yo entendí la situación como un gesto complaciente, asumiendo a la vez que debía dar el siguiente paso. Acerqué mi cara a su cuello y elogié el buen olor que tenía su pelo. Sin dejarla terminar de decir gracias, empecé a besarla por el cuello. Ella se detuvo, paró de hacer sentadillas y permaneció allí de pie, inmóvil, todavía con la barra sobre sus hombros. Inicialmente estiró su cuello, permitiéndome besarla, pero luego me pidió detenerme.

- No puedo hacer esto - dijo ella

- ¿A qué te refieres? ¿Al ejercicio o a dejar que te bese?

- A lo segundo, el ejercicio no está tan difícil…

- Bueno de todas formas deja la barra en el piso, descansa

Ella dejó la barra en el piso y luego me preguntó si podíamos interrumpir el entrenamiento, sentarnos y hablar. Yo accedí, ciertamente temeroso porque entendía que me iba a reprochar por haber excedido su confianza. Le alcancé una toalla para secarse el sudor, le di una botella de agua y abandonamos el cuarto donde entrenábamos. Fuimos a la sala, nos sentamos y ahí empezó su inesperada confesión.

- Mira, tengo que advertirte que no debes hacerte ilusiones conmigo

- ¿Por qué?

- No quiero tener relaciones con nadie

- ¿Puedo saber por qué?

- Sí. Te lo voy a contar, pero quiero que no salga de acá… No te puedo mentir, no soy virgen, pero mi primera experiencia fue tan traumática que me hice la promesa de no tener relaciones hasta que tenga la bendición de Dios, como debe ser… Mi primera vez fue a los 15 años con el novio que tuve en esa época, lastimosamente para mí no fue algo placentero ni memorable, fue algo más bien doloroso y como dije antes, traumático. A esa edad una cree en promesas de amor eterno y puede pecar de ingenua. Yo a este chico le creí, me entregué a él, pero no lo disfruté. Fue un coito corto, no sé, uno o dos minutos, en los cuales jamás sentí placer, solo dolor y quizá algo de asco. Pues una vez que él terminó, me sentía sucia, utilizada, como una vasija para descargar sus tensiones. Eso precipitó el fin de mi relación con ese chico. Lo que siguió fue un largo periodo de rechazo a los hombres, incluso llegando a sentir odio por la mayoría de ellos. Tanto así que en mis primeros años de universidad tuve una compañera que me propuso experimentar con ella. En esa época me sentía desorientada y accedí. Fue completamente diferente a mi primera vez, no hubo apuros, hubo complacencia y amabilidad todo el tiempo por parte de esta chica. Se tomó el tiempo suficiente para hacerme disfrutar y se preocupó porque yo disfrutará del momento. Fue muy cariñosa, muy dulce y muy tierna. Debo confesarte que me gustó, pero fue solo cuestión de horas para que me invadiera el arrepentimiento. Empecé a cuestionarme si era homosexual, si eso está bien visto ante los ojos de Dios. Y fue entonces que decidí no volver a experimentar con ella tampoco. Me propuse no volver a tener relaciones con nadie antes de contar con la bendición de Dios, promesa que he cumplido hasta ahora y que me ha brindado tranquilidad.

- Bueno Mafe, yo no soy quien para juzgarte, ni para decirte lo que debes hacer, o lo que está bien y lo que está mal. Lamento mucho lo traumático de tu primera vez, entiendo que hayas soñado con que fuese un momento perfecto, idílico, pero sé que difícilmente eso se cumple. Es algo sencillamente consecuente con el actuar de esa edad. Estoy seguro de que hay millones de mujeres a las que les ha pasado lo mismo. Luego, sobre tu experiencia lésbica, no tengo mucho por decir, solo que no deberías reprocharte ni condenarte con tanta dureza, experimentar está bien, no te cierres puertas… Mira Mafe, yo no soy creyente, aunque respeto tus creencias, pero si te aconsejo que no las lleves al extremo, no las radicalices, porque eso te va hacer vivir con temor e incertidumbre ¿Quién te asegura que el sexo en el matrimonio va a ser placentero? ¿Qué tal termine siendo tan horroroso como esa primera vez? Deberías abrirte puertas y probar una y otra cosa. No te estoy diciendo que te vuelvas la más promiscua de la ciudad, solo te digo que te des la oportunidad de experimentar.

- Y supongo que tú quieres que experimente contigo

- Jejeje…bueno Mafe, yo no te puedo obligar, pero si noté que estabas disfrutando la situación mientras hacíamos sentadillas. Y para mí sería todo un honor ser el elegido para cambiar tu percepción sobre el sexo y sobre los hombres.

- No te voy a negar que lo estaba disfrutando, pero es que me da un poco de nervios…

- Te propongo que te dejes dar un masaje, que además puede que te alivie del cansancio muscular acumulado de estos días, y durante este decides si te dejas llevar o no. De todas formas, si hago algo que te moleste, solo es necesario que me lo digas para que me detenga o para que no lo vuelva a hacer.

El silencio permaneció en el ambiente por unos cuantos segundos, luego ella accedió, aunque en medio de titubeos y de una actitud bastante temerosa. Le pedí que se acostara boca abajo sobre el sofá en el que estábamos.

Sin tener experiencia alguna dando masajes, me aventuré a recorrer su cuerpo con mis manos. Empecé por sus hombros, ejerciendo algo de presión con mis dedos sobre ellos, a la vez que trataba de hacer que mis movimientos fueran circulares. Lentamente fui bajando por su espalda, ayudándome de las palmas de mis manos, a veces haciendo movimientos de presión, ocasionalmente rozando ligeramente y la mayor parte del tiempo amasando su piel y sus músculos entre mis manos.

Me animé a desabrochar su top, llevándome la grata sorpresa de que no llevaba nada bajo este. Rasqué suavemente sobre la marquilla que dejaba en su piel el broche del top, a lo que recibí un agradecimiento de su parte por mi consideración. Sinceramente no pensé que eso fuera a ser tan sustancial, pero así fue.

Su espalda desnuda y su suave piel emanaban sensualidad. Yo sabía que no había motivo para emocionarme por ver una espalda desnuda, pero la de Mafe tenía cierto atractivo, cierta magia; era tan blanca como el resto de su cuerpo, supremamente suave, decorada por lunares y otro tipo de marcas de nacimiento. Dediqué un buen rato a masajear y acariciar su espalda, pues creo que hasta yo lo estaba disfrutando. Ella exhalaba y suspiraba ocasionalmente, entregando señas del disfrute o por lo menos de relajación gracias a mi masaje.

Pero yo no me iba a quedar toda la noche masajeando su espalda. Estaba ante la oportunidad de cumplir una de mis más grandes fantasías. Sabía que tenía que ser cauteloso, y sobre todo paciente. Aunque creo que a esa altura de la noche lo estaba logrando.

Poco a poco me fui dando la libertad de ir bajando cada vez más por su espalda, hasta concentrarme en masajear la zona de sus lumbares, y aventurarme por primera vez a pasar el límite entre su espalda y sus nalgas. Ella seguía sin oponer resistencia o sin hacer reproche alguno.

Inicialmente, cuando me animé a posar mis manos sobre su culo, lo hice por sobre su ropa, como bien dije antes, no quería precipitarme. Amasé sus nalgas entre mis manos por un buen rato, aunque sin llegar a apretarlas ni estrujarlas, ya que un gesto así podría echar por la borda lo conseguido hasta el momento.

Para disimular un poco, traté de no dedicar tanto tiempo a su culo, por lo menos no tanto como le dediqué a sus hombros y su espalda. Así que prácticamente pasé de largo hacia sus piernas, hacia la cara posterior de sus muslos.

Ella se encontraba supremamente relajada. De no ser por sus suspiros ocasionales, habría pensado que se había dormido.

Sentir sus piernas entre mis manos fue todo un placer. Llevaba meses fantaseando con estas piernas, y ahora, por vueltas del destino, las tenía entre mis manos. Eran macizas, tal y como se podían percibir a simple vista. Estaban algo flácidas, evidenciando la falta de tonificación por la que había buscado mi ayuda, aunque a mí me encantaban así, tal y como las estaba sintiendo en mis manos.

Le pregunté si le dolían, a lo que ella respondió que no. Le advertí que al siguiente día le iban a doler, siendo esta una de las principales causas de abandono en el común de la gente cuando ingresa a un gimnasio. Le ofrecí un gel muscular, que no le iba a evitar el dolor, pero se lo iba a hacer más llevadero.

- Antes de que te lo aplique, quería consultarte ¿Cómo te has sentido?

- Bien, muy relajada y tranquila

- Súper. Yo, por el contrario, estoy sorprendido

- ¿Por qué?

- Porque no comprendo cómo puedes tener complejos con tu cuerpo, eres hermosa, diría perfecta

Ella guardó silencio ante mis cumplidos, apenas giró levemente su rostro y me dejó ver su sonrisa. Yo entendía que iba por buen camino, que a pesar de la lenta ejecución de mi plan estaba dando pasos agigantados hacia el gran objetivo.

Le saqué la licra con cierto grado de dificultad, pues realmente se le ajustaba a su cuerpo. Estaba en medio del delirio, por fin contemplaba sus piernas tal y como eran, de arriba abajo; carnosas, delicadas, completamente depiladas, suaves, blancas. Pero lo que más me emocionó fue que no llevaba nada bajo la licra.

Ese inmejorable panorama pudo haberme hecho perder el control. Era toda una tentación meter mano, pero debía tener cabeza fría para no espantarla. ¡Qué desespero!

El gel muscular era frío, así que cuando empecé a frotarlo sobre sus piernas ella reaccionó con un ligero espasmo. Comencé por sus gemelos, amasándolos entre mis manos, y deslizando mis dedos sobre ellos con la ayuda del gel. Inicié por ahí justamente por lo que ya he explicado una y otra vez, no quería mostrarme ansioso, ni invasivo, quería que ella confiará totalmente en mí.

Fui subiendo poco a poco, encargándome de aplicar gel en todo el contorno de sus piernas, tanto su cara posterior como la parte anterior y los costados. Cuando iba por sus muslos, mi excitación era total, sentía la extrema necesidad de poseerla, pero ya habría tiempo para ello. Poco a poco fui masajeando y acariciando la cara interna de sus muslos, principalmente con mis pulgares, mientras mis palmas y mis otros dedos se posaban por encima de los mismos.

La victoria estaba asegurada, pues sin haber llegado a tocar su vagina, ya podía percibir, a escasos centímetros, el calor que emanaba de ella. Tenía el triunfo en el bolsillo, Mafe estaba tan caliente como yo, quizá más.

Asumiendo que contaba con su entera complacencia, y entendiendo que el calor y la humedad de una vagina no mienten, me aventuré a seguir subiendo hasta realmente palparla entre mis dedos. Era igualmente carnosa, estaba recubierta por una piel igualmente delicada, pero en su contra tenía que estaba sin depilar, o por lo menos así lo percibí, pues soy de los que las prefieren al ras. Aunque no me iba a poner de caprichoso y quejumbroso, estaba consiguiendo el mayor de los premios.

Inicialmente acaricié su vulva con movimientos similares a los que venía ejerciendo durante el masaje, pero poco a poco fueron mutando en caricias superficiales con la palma de mi mano. Luego fueron mis dedos índice y anular los encargados del tocamiento, todavía superficial, pues no quería precipitarme a introducirlos, además, sabía que la clave estaba en encontrar en primera instancia su clítoris, y dado que todavía no pensaba asomarme por allí, tenía que hacerlo mediante el tacto.

Su conchita ardía, aunque ella no expresaba excitación más allá de unos suspiros. Pero cuando por fin sentí su clítoris, esto cambió; sus suspiros pasaron a ser jadeos e incluso gemidos, aunque ella los reprimía, seguramente por timidez o vergüenza, o por lo menos así lo percibí yo.

Su clítoris era de aquellos que tienen una buena porción de piel recubriéndole, por lo que me sentí con mayor libertad de jugar con él entre mis dedos y posteriormente con mi lengua.

Cuando introduje la punta de mis dedos, posé mi otra mano sobre su cuello, para ejercer un masaje complementario. Ella siguió sin hacer reproche alguno, es más, lo único que escuchaba de ella era su fuerte respiración.

No dediqué mucho tiempo a explorar su vagina con mis dedos, no era mi prioridad; entendía que debía pasar rápidamente al sexo oral. No porque fuera mi gran obsesión, sino porque sabía que con mi lengua podría lograr una estimulación diferente y complementaria sobre su clítoris.

Mis dedos salieron recubiertos por sus fluidos, lo que me sirvió como señal para entender que el plato estaba servido y sazonado. Era hora de saborearlo con mi lengua.

Separé sus piernas con mucha delicadeza, y aproveché para arrastrar mis uñas con suavidad por la cara interna de sus muslos, como rascándola pero con mucha sutileza.

Me subí al sofá, me apoyé en mis rodillas y me incliné para incrustar mi cara entre sus piernas. Ante el primer contacto de mi lengua con su vagina, Mafe volvió a realizar una de esas contracciones involuntarias del cuerpo, evidenciando así que todavía sentía algo de temor o de sorpresa por lo que estaba viviendo.

No dediqué mucho tiempo al sexo oral en esa posición, pues solo un par de minutos después le pedí darse la vuelta. Primero porque me estaba perdiendo lo mejor de Mafe, la posibilidad de ver su rostro mientras le brindaba placer. También porque me era más fácil hallar su clítoris teniéndola de frente.

Puse de nuevo mi cara frente a frente con su vagina y procedí a consentirla con mi lengua, ayudado por los dedos de una mano, mientras que mi otra mano sujetaba una de las de Mafe. Ella, por ratos, la apretaba, por ratos aflojaba y por ratos llegaba incluso a clavarme sus uñas.

Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes y más dicientes, pues su tonalidad fue en incremento. Su vagina también ponía en evidencia lo bien que la estaba pasando, pues cada vez emanaba más fluidos. Yo estaba concentrando en brindarle un buen sexo oral, aunque a veces miraba de reojo a su rostro, tratando de apreciar sus gestos, y especialmente buscando coincidir con su mirada, lo cual no ocurrió porque ella tenía sus ojos cerrados y su rostro de cara al techo.

El objetivo estaba cumplido, ya no se me podía escapar la gran oportunidad de cumplir la fantasía. Los fluidos que habían recubierto mi barbilla eran señal de eso.

Capítulo III: El redebut de Mafe


Ella suspendió sus gemidos para reemplazarlos con un constante pedido para que la follara. Era tan puritana que concretamente no me pedía follarla o culearla, sino que me decía “hazme el amor, házmelo”...

Diario de una puritana (capítulo I)

 Diario de una puritana



Capítulo I: Espiando a Mafe





El día que pude ver en alta definición el agua bajando por su espalda hacia su ancho culo, que pude apreciar sus casi inexistentes senos cubiertos por la espuma que hace el jabón, que pude observar sus blancas piernas en su verdadera dimensión; ese día fui realmente feliz.

No sé cómo me atreví a espiar y a grabar a Mafe, pero fue tal la obsesión que me generó, que me fue inevitable. Aún conservo ese video como un tesoro invaluable, como una pieza maestra de mi admiración por la belleza de Mafe.

Y esa fue solo la primera vez que podía apreciar su humanidad en casi todo su esplendor, luego logré hacerlo en primera fila, y cada vez fue sencillamente maravilloso, pero antes de dar esos detalles, me siento en la obligación de contar quién es Mafe y por qué es tan especial.

Mafe y yo nos conocimos en nuestro lugar de trabajo, que en ese entonces era una multinacional dedicada al procesamiento de alimentos; producción, distribución y venta de galletas, embutidos, café, chocolate, etcétera.

Ambos nos desempeñábamos como asesores comerciales, es decir como vendedores. Para ese momento, para el de conocernos, yo tenía unos 25 años y Mafe 24. En un comienzo no nos íbamos a llevar bien, la verdad no sé por qué, pues yo puse mi empeño para tener una buena relación, ya que por motivos de trabajo era más que necesario, pero no fue así. Sencillamente no fui del agrado de Mafe, y un par de choques tuvimos en esos primeros días de convivencia laboral.

Pero ese clima de tensión entre nosotros cambió radicalmente con una salida en grupo con los demás compañeros de trabajo, en la que obviamente el licor iba a jugar un papel determinante para cambiar la apreciación que tenía el uno sobre el otro.

El cambio fue total. Mafe y yo nos convertimos en grandes amigos, ella empezó a confiarme sus pensamientos, sus dramas, sus vivencias, y su diario acontecer.

Ganarme su confianza y su amistad me permitió además conocer sus debilidades y sus complejos. Uno de ellos era su peso, o más propiamente dicho su figura, pues ella se percibía a sí misma como una mujer obesa. Y si bien tenía uno que otro kilo de más, la realidad es que estaba muy lejos de ser eso, una gorda sobredimensionada. Pero muchas veces los problemas de autoestima y percepción propia nos juegan malas pasadas.

Es verdad que era una chica gruesa, pero en mi parecer, no cruzaba ese delgado límite entre una chica maciza, generosa de carnes, y una obesa matoneada por las mayorías.

Mafe tenía unas piernas carnosas, muy bien contorneadas, quizá su mayor defecto era su extrema palidez, para los que consideran que eso puede ser un defecto; para mí eran sencillamente perfectas. Consideraba un lujo de primer nivel verlas cuando Mafe decidía usar faldas. Me resultaba hasta dañino, pues más de una vez tuve que buscar la forma de disimular la erección que me provocaba ver esas monumentales piernas.

Quizá eran su mejor atributo, aunque su culo no era para nada despreciable, pues igualmente era ancho, macizo, pero no alcanzaba la perfección por su forma, pues no tenía esa curvatura que caracteriza a un culo de anuncio. Sus caderas, en concordancia con su cuerpo, eran anchas, carnosas; era toda una fantasía soñar tenerlas entre las manos, y todo un lujo verlas moverse cuando Mafe caminaba.

Su abdomen estaba lejos de estar tonificado, era realmente flácido, pero a la vez estaba lejos de ser una horrorosa panza, que más o menos así era como lo percibía ella. Es innegable que algún exceso de carne tendría, pero nada fuera de lo normal, de hecho podría decirse que tenía una sensual pancita. Sus senos eran prácticamente inexistentes, resaltaban lo suficiente como para diferenciarlos del pecho de un hombre, pero evidentemente no eran su mayor atributo.

Y si bien sus piernas eran un espectáculo a la vista, lo mejor de Mafe era su rostro. Igual de pálido que sus piernas y el resto de su cuerpo, pero tallado por los mismos dioses; con unas facciones supremamente finas; un labio inferior carnoso y un superior de tamaño medio, que además lucían habitualmente muy sensuales por la forma como Mafe se maquillaba, teniendo casi siempre un encendido color rosa. Su nariz igualmente era finita, sin irregularidades o curvaturas indeseadas. Sus ojos, de un café claro, eran de un tamaño medio, aunque ciertamente alargados. Lo que seguramente los hacía parecer más bellos era el largo de sus pestañas, que le daban un cierto toque de misticismo y sensualidad a su mirada. El rostro de Mafe en su conjunto era simplemente elegante, y si a eso se le suma su blanca y casi perfecta sonrisa, estamos hablando de un arma de seducción en todo el sentido de la palabra.

Su cabello era largo, liso y rubio oscuro, si es que esa tonalidad existe, diría más bien que era de un hermoso color dorado, que cortaba a la perfección con su blanco y delicado rostro. En ocasiones adornado por una diadema, pero generalmente suelto, limpio y bien cuidado.

A toda esta halagüeña descripción he de sumar su forma de vestir, que era recatada y elegante, sin dejar de lado la sensualidad, pero priorizando lucir como una mujer sofisticada, lo que en mi generaba un mayor morbo a la hora de fantasear con ella.

Ganarme su confianza fue mi primer gran triunfo, pues como dije antes esto me permitió conocer sus anhelos, sus temores, sus deseos, sus debilidades, en general su forma de ser.

Entendí que por ese entonces ella tenía un gran complejo con su peso, y a mi favor jugaba que yo estaba en una estupenda forma física. Llevaba años entrenando y los resultados saltaban a la vista. Había llenado mi casa de equipos e indumentaria de gimnasio: barras, discos, banca (para press de banca, entre otros), mancuernas, máquinas (caminadora, elíptica). Y llevaba años cumpliendo con un disciplinado entrenamiento, que quizá fui reduciendo con el paso de los años, pero sin llegar a abandonarlo.

Ella sabía de mi constancia y necesidad por mantenerme en forma, no solo por lo que podía apreciar con sus ojos, sino porque ocasionalmente charlábamos sobre ello, a tal punto que le ofrecí mi ayuda, asesoramiento y entrenamiento para superar sus complejos. Ella rechazó mi ofrecimiento en un par de ocasiones, pero llegó a un punto su obsesión que no le quedó más opción que aceptar, pues el entrenamiento clásico en un gimnasio siempre la había superado, siempre había terminado abandonando.

Yo le di la clásica charla sobre la importancia de la alimentación, advirtiéndole que el 80% del éxito estaba en este aspecto mientras que el 20% restante en el entrenamiento físico. También le insistí una y otra vez que lo complejo era resistir por los menos tres entrenamientos de un grupo muscular, luego el cuerpo se iría adaptando. Pero en lo que más hice énfasis fue en motivarla, pues realmente la consideraba mi amiga, verdaderamente quería entrenarla.

Y la recompensa fue mucho mayor cuando empezaron los entrenamientos y la vi por primera vez en su ropa de hacer ejercicio. Ver esas piernas forradas en esa licra (mallas, calzas, leggins) fue un verdadero premio. Verla en ese atuendo me dio la oportunidad de dimensionar sus piernas, sus nalgas, sus caderas, su vulva, en fin, todo su cuerpo, de una forma en que no había podido hacerlo nunca antes. La otra parte de su atuendo era un top, relativamente grande, pues para ser un top cubría una gran parte de su pecho, pero dejando al descubierto en gran medida su abdomen, su cintura, su espalda y parte de sus hombros.

Ella vivía relativamente cerca a mi casa, así que el plan era salir del trabajo e ir de inmediato a mi casa para entrenar.

En esa primera jornada de entrenamiento tuve grandes dificultades, pues verla así vestida me alteró; la erección fue inevitable e incontenible, por lo que antes de empezar el entrenamiento tuve que encerrarme en el baño y echarme un poco de agua fría para calmarme.

Era una necesidad aquello de calmarme, estaba seguro que de quedar en evidencia con Mafe, iban a terminar antes de empezar los entrenamientos y seguramente me ganaría una fama de depravado al interior de la empresa. Además debo advertir que Mafe era una chica muy devota y muy beata, por lo que muy probablemente vería con malos ojos una situación así. Aunque el paso de los días me iba a hacer saber lo equivocado que estaba.

Siempre he repartido mis entrenamientos en cuatro días principales, dedicando cada uno de ellos a trabajar determinados grupos musculares. En esa época consideraba indispensable dedicar los lunes al entrenamiento de piernas, en primera medida porque es el entrenamiento más complejo, y terminarlo de primeras te llena de confianza para hacer las demás rutinas con cierta holgura. También porque consideraba pertinente que el entrenamiento de las piernas estuviera lejano al fin de semana, ya que en el fin de semana puedes ir a bailar, ir a jugar fútbol con amigos o echar un polvo ocasional, y para ninguna de esas actividades era conveniente estar con agujetas. Pero empezar a entrenar a Mafe con una rutina de piernas seguramente la iba a espantar, por lo que decidí cambiar el orden que daba a mis entrenamientos.

Opté entonces por organizar un esquema de entrenamientos en el que los lunes trabajaba bíceps y tríceps, los martes hombros y espalda, los miércoles pecho, y los jueves piernas. El abdomen lo entrenaba todos los días, y el ejercicio cardiovascular, a pesar de que siempre me dio mucha pereza, también tenía asignada media hora al día.

Así que en esa ocasión empezamos con un entrenamiento de bíceps, tríceps y abdomen. Sabía que no iba a costarle mucho trabajo, y de paso la llenaría de confianza.

Para el que fue muy difícil fue para mí, que encontré gran dificultad para concentrarme en evitar excitarme al ver las carnes de Mafe sacudiéndose con el entrenamiento. No sé por qué el hecho de verla sudar también me calentaba, pero así era, así que pasé más de una angustia ese día para disimular lo mucho que me ponía esa situación. Sin embargo siento que sorteé muy bien las dificultades, pues Mafe jamás notó lo que estaba provocando en mí.

Cuando terminamos la rutina, Mafe estaba empapada en sudor, por lo que le ofrecí gentilmente darse una ducha antes de irse a su casa. Ella accedió porque se sentía incómoda por el sudor que había cubierto su cuerpo. Así que busqué una toalla, se la entregué y la vi entrar y cerrar el baño.

Rápidamente corrí a buscar un pequeño espejo, tenía como plan meter la mitad de este por debajo de la puerta, de modo que pudiera observar al interior del baño. El espejo lo encontré increíblemente rápido, pues pensé que no tenía ninguno en mi casa. Lastimosamente para mí, el vapor cubrió el cristal de la puerta de la ducha, por lo que no pude ver con mucha claridad. Apenas observé la delicada y blanca silueta de Mafe, pero poco y nada de los detalles que aspiraba a ver.

Me decepcioné un poco al ver fallido mi plan, pero sabía que tendría revancha, pues Mafe iba a seguir viniendo por lo menos esa semana. Sabía que debía motivarla para que ese periodo se extendiera, para tenerla entrenando en mí casa por más tiempo. También sabía que el plan del espejo había fallado, por lo que debía encontrar una mejor herramienta.

Mafe salió del baño, vistiendo ya su atuendo habitual, con su cabello completamente mojado y sobre uno de sus hombros, su cara sin gota de maquillaje, y su sonrisa reluciente por sentirse renovada luego de un refrescante baño. Se despidió entusiasmada por haber soportado el primer entrenamiento y partió a su casa.

Una vez que se despidió y cerró la puerta, corrí a la PC para buscar una cámara espía en cuanta plataforma de ventas en línea existe. Me sorprendí al ver la gran variedad de diseños y alternativas que hay: bombillos, relojes, esferos, botellas, llaveros, botones, gafas, tornillos; en fin, existe un largo listado de objetos a la venta cuya finalidad es el espionaje. Me incliné por el bombillo, ya que me parecía disimulado e incuestionable, al fin y al cabo, ¿Quién se detiene a detallar un bombillo? ¿Quién puede sospechar que un bombillo graba videos?

Ahora mi gran lucha era contra la ansiedad, pues debía esperar un día o dos para que llegara mi nuevo juguete. Me mentalicé, supe que era muy probable que el martes no lo tuviera conmigo, probablemente el miércoles sí, y casi de seguro lo tendría el jueves; pero solo me quedaba esperar, darle tiempo al tiempo.

El martes transcurrió sin mayor novedad. El trabajo fue tan rutinario como siempre, y la recompensa al final del día fue generosa al ver a Mafe con otro atuendo de entrenamiento, no muy diferente al del día anterior, pues apenas variaba en sus colores. La cámara no llegó ese día, por lo que mi resignación fue total.

Sin embargo, el miércoles iba a llegar con doble premio. El primero de ellos fue la llegada de la cámara, hecho que ocurrió al mediodía y que me tuvo tomando más de un baño a esa hora con el ánimo de probar mi nueva adquisición: ángulo, luz, calidad del video, puntos ciegos, en fin, todo lo que debía tener en cuenta para ejecutar mi magistral plan.

El otro premio iba a llegar a la hora del entrenamiento, se trataba de un nuevo atuendo de Mafe. Esta vez llevaba puesta una faldita negra, lo suficientemente corta para asegurarle comodidad a la hora de ejercitarse y para proporcionarme una vista casi que inmejorable. La parte de arriba del atuendo era un top, igualmente negro y no muy diferente al de los días anteriores.

Ese día sí que sufrí conteniendo mis instintos, pues era casi que inevitable observar, así fuera de reojo, sus hermosas piernas. De todas formas debía lograrlo, no podía echar mis esfuerzos por la borda, tenía que seguir ganándome su confianza.

El entrenamiento fue lo suficientemente fuerte como para obligarla por tercer día consecutivo a tomar una ducha en mi casa. Ella decía sentirse apenada, incluso llegando a ofrecerme dinero para cubrir el gasto adicional en mi recibo del agua, pero yo siempre busqué tranquilizarla pidiéndole obviar cosas como esa.

Fue ese día cuando al fin pude ver en alta definición el agua bajando por su espalda hacia su ancho culo, que pude apreciar sus casi inexistentes senos cubiertos por la espuma que hace el jabón, que pude observar sus blancas piernas en su verdadera dimensión; ese día fui realmente feliz.

No sé cómo me atreví a espiar y a grabar a Mafe, pero fue tal la obsesión que me generó, que me fue inevitable. Aún conservo ese video como un tesoro invaluable, como una pieza maestra de mi admiración por su belleza. He de reconocer que en más de una ocasión ha sido motivo de inspiración para una paja, pero no esa noche, pues desde que hago ejercicio, he tenido como regla evitar la masturbación en los días de entrenamiento con peso, sencillamente porque el orgasmo consume una gran dosis de energía, y al día siguiente va a ser más difícil completar la rutina de ejercicios.

Lo que si hice esa noche fue revisar el material, soportando la gran tentación que me generó. No voy a negar que me fue muy difícil pasar las horas y conciliar el sueño teniendo ese video en mi poder, pero como dije antes, no me permitía orgasmos en días de entrenamiento.

Capítulo II: Confesiones de una puritana

Para mí fortuna, esa actitud iba a verse recompensada, pues fue ese el inicio del gran propósito de follar con Mafe. La motivación estaba creada, ya solo hacía falta encontrar el momento y quizá el escenario ideal para atacar...

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