martes, 12 de enero de 2021

La mujer de mi tío se operó el culo

 La mujer de mi tío se operó el culo


Recuerdo esa vez que invité a Diego a un paseo con mi familia. Tendríamos por mucho unos trece años. Él me preguntó esa vez si tenía alguna prima bonita. Le dije que quizás Vanesa, la mayor entre el grupo de primos. Pero cuando llegamos y conoció a la familia no se interesó ni un poco en ella.

“¿Ella es prima tuya?”, preguntó Diego señalando a Mariela, la esposa de Carlos, uno de mis tíos. En ese entonces se me hacía imposible sentir atracción por Mariela. Pero a mi amigo se le hacía algo de lo más normal.

Mientras crecía, la iba viendo en esporádicas ocasiones en que se reunía la familia. Desde que Diego me había dicho que le gustaba, quise tratar de verla con otros ojos.

Mariela es una linda mujer. Entre 30 y 40 años, morena, delgada; bastante recatada. Tiene el pelo negro como el petróleo, los labios carnosos, una caderita maciza y unos ricos senos, aunque se nota que han sido diseñados y perfeccionados en un quirófano.

Poco a poco fui empezando a sentir atracción por ella, aunque trataba de reprimirlo porque lo consideraba enfermizo. En ocasiones me resultaba imposible no perderme en sus senos; difícilmente los exponía, pero con que usara una camisa ajustada a mí me bastaba.


Mi principal argumento para reprimir mi deseo era que Mariela no tenía un buen culo. Me convencía a mí mismo de no mirarla con esos ojos lujuriosos ya que le faltaba tener un gran culo. En verdad, su culo no era lindo. De hecho, no se diferenciaba mucho del de un hombre.

Como Carlos, mi tío, tenía bastante dinero no pasó mucho tiempo para que Mariela se retocara sus nalgas. Apenas circuló el rumor; apenas me enteré, quise constatarlo.


Y ese día llegó, la vi y de verdad que el cirujano había hecho un gran trabajo

Ahora sí que me resultaba imposible no mirarla con deseo. Me calentaba en cada reunión familiar en que ella estuviera presente: navidades, cumpleaños, fin de año, entre otras. Y fue así que empezó a devorarme esa obsesión por follar con la esposa de mi tío.

Quise cambiar mi actitud hacia ella desde el día en que vi sus nuevas nalgas ¿Pero cómo demostrarle interés a alguien con quien siempre he tenido una relación más bien distante?

En varias ocasiones quise hacerle conversación, pero ella, o era muy tímida o no le interesaba escuchar los pensamientos de un niñato.

Un día me animé a correr mi rostro mientras me saludaba. La besé por sorpresa y muy superficialmente, pero la besé. Ella no fue capaz de armar un escándalo por ello, solo se quedó en silencio y sorprendida, quizás con algo de enojo, tal vez creyendo que había sido un error; el caso es que no dijo nada.

 
Empecé a hacerle esto ocasionalmente, siempre en circunstancias que el saludo no fuera visto por nadie más, quedaba claro entonces que no se había tratado de ningún error. Me encantaba hacerle esto; saber que no tendría la valentía para hacer un escándalo de ello y verle su cara de molestia. Pero luego vino algo mejor.

Para un fin de año, la familia entera decidió pasarlo en una ciudad costera del país. Alquilaríamos un apartamento y pasaríamos una semana allí. Estuve encantado con la idea, sabía que por fin vería a Mariela en bikini, sabía que por fin me iba a deleitar viendo sus carnes y su piel.

De verdad que me porté como un acosador. Me sentaba en la playa a verla pasar y si ella decidía ir a la piscina me iba tras de ella. La veía desfilar durante todo el día. Ella obviamente lo notaba.


En un comienzo parecía molesta, pero luego me dio la impresión de que le gustaba que la mirara con deseo. Durante esos días me sentí tentado a abalanzarme sobre ella y hacerla delirar con mi pene en su interior. Pero algo que terminaba quedándose en fantasía.

Apenas me limitaba a verle esas tetas operadas, bien redonditas y en su sitio a pesar de que había sido madre. Apreciar ese culo redondito y paradito que le habrá costado un buen dineral a mi tío.

La semana se fue y yo no hice más que mirarla y luego hacerme unas pajas en su honor. Pero al volver me sentí arrepentido, se me había pasado una oportunidad de follar con ella, chance que quizás no se iba a repetir.

¿Y si me hubiera animado? ¿Sí por lo menos me hubiera insinuado para salir de dudas?

Pero se había ido la semana y yo no había sido capaz; ahora estaba rumbo a casa lleno de arrepentimiento.

Sin embargo, la vida me daría revancha. Apenas terminé la secundaria empecé a buscar trabajo y mi tío Carlos era una persona llena de contactos, así que le daría mi curriculum para que me ayudara. Hablé con él esa mañana y me dijo que se lo llevara a su casa esa misma tarde.


Me demoré un buen rato en llegar, el tráfico en esta ciudad es imposible. Toqué el timbre y quien me abrió la puerta fue Mariela. Le entregué mi curriculum y le pedí el favor de que se lo diera a mi tío. Cuando ya iba a irme me dijo “¿No quieres pasar y te tomas un café?”

Acepté ya que no tenía apuro y era una buena oportunidad para mirarle ese exquisito culo. Me senté en el sillón de la sala a esperarla mientras preparaba el café.

Como vi que no aparecía por la sala, decidí ir a la cocina a mirarle ese rico cuerpo. Caminé un poco y me quedé ocultó tras la pared antes de llegar a la cocina. Me asomaba silenciosamente y le veía ese portentoso par de nalgas mientras servía agua en una olla. Caminó y de una gaveta sacó el café, tuvo que estirarse un poco para agarrarlo y su culo quedó más expuesto que nunca. Me excitó muchísimo verla.

No soporté y entre a la cocina con actitud desafiante y segura. Rápidamente la tomé de las caderas y empecé a besarle el cuello. Ella se alejó bruscamente y me dijo:

- ¿Pero qué crees que haces?
- No soporto más Mariela, te deseo como no te imaginas – Le dije mientras lanzaba una de mis manos sobre sus hermosas tetas.
- Déjame, ¿estás loco?
- ¿Me vas a decir que no me deseas? ¿Que no deseas hacerlo nuevamente con un hombre joven, lleno de energía? ¿No te parece que estoy bueno?
- No es eso. Es que no es correcto.
- Tampoco es correcto que mi tío esté con una mujer como tú, te lleva unos añitos
- Pero esto sería diferente
- ¿Vas a pasar el resto de tu vida sin echar un polvo con otro que no sea Carlos?
- Con él tampoco hay sexo… Es un gordo putero y por eso no se lo pienso volver a dar

No podía creer lo que escuchaba, mi tío era un viejo putero que jamás follaba con su mujer. Le había pagado el culo y esos hermosos senos, y jamás eran de él. No sabía desde cuando esto era así; empecé a suponer que Mariela tendría un calentón insoportable, tenía que aprovecharlo sí o sí.

- ¿Lo has traicionado a Carlos?
- No. Ni lo pienso hacer. Ya sabes que soy muy devota. No hago ese tipo de cosas
- Vamos, cuéntame la verdad, si lo has hecho puedes contármelo, soy una tumba.
- Es verdad. Te digo que no lo he hecho.

Lancé mi rostro sobre el suyo rápidamente y la empecé a besar. Duró solo un par de segundos. “¿Pero qué haces?”, dijo mientras me empujaba. No respondí a nada, solo me quedé observándola mientras ella esperaba una respuesta. Volví a besarla y la escena se repitió. No me importó que luciera enojada, que quizás me fuera a meter en uno de los más grandes problemas de mi vida, estaba decidido.

Lancé mis manos con fuerza hacia sus senos. Los apreté fuertemente, eran duros, evidentemente operados. Ella seguía insistiendo en que la dejara tranquila, pero yo estaba desbocado.

La agarré de la nuca y empecé a jalonar su cara hacia la mía. Le comía esa tiernita boca mientras que con mi otra mano agarraba esas increíbles tetas. “Que me dejes te digo”, insistía, pero yo no estaba dispuesto a detenerme, no me importaba nada.

Bajé mi mano y la metí bajo su pantalón. Inicialmente acaricié su vagina sobre su ropa interior; continuaba besándola. Ella hacía fuerza para separar su rostro del mío, pero a mí me daba igual porque seguía besándola por el cuello o por sus mejillas.

No soporté mucho y metí mi mano bajo su tanga. Al bajar fui notando que Mariela tenía la vagina sin depilar. Normalmente eso me repugna, pero con esta mujer, no sé por qué, me calentó muchísimo, deliré con su vagina peluda entre mis dedos.

Introduje un dedo y empecé a estimularla. Ella no podía creerse nada de lo que pasaba, seguía negándose a hacerlo. Por el contrario, yo estaba encantado. No iba a dar marcha atrás por ninguna razón. Estaba jodidamente caliente; mi erección era notoria. Me restregaba contra sus piernas mientras ella insistía en que me detuviese.

Poco a poco mi dedo en su coñito fue haciéndola cambiar de parecer. Sus reclamos pidiendo que me detuviera fueron desapareciendo con el paso de los minutos, de hecho, los fue reemplazando por unos tímidos suspiros Ya no se negaba a besarme. Con mi otra mano agarraba fuertemente uno de sus senos, lo jalaba, lo apretaba; hacía un deleite del momento.

 
Ella se fue excitando y empezó a pedirme que le metiera más dedos. Ya estaba tan mojada que cuando metí dos, se deslizaron sin dificultad alguna. Cuando metí un tercero me excité tanto que tuve que sacar rápidamente mi mano. La tomé de las caderas y luego empecé a quitarle el pantalón con total desesperación. Después hice lo mismo con el mío. La tanga también se la quité con brusquedad.

Se la metí inmediatamente. Aún recuerdo como ardía el coño de la exquisita esposa de mi tío. Desde el comienzo la follé con dureza y ella insistía a cada momento en que lo hiciera más duro. La sacudía con desesperación; me excitaba que a ella le calentara que la follaran agresivamente.

Tomé su camisa y la saqué con mucho apuro. Estaba desesperado por ver y sentir sus tetas entre mis manos. Su sostén no fue obstáculo, apenas lo vi, se lo arranqué.


Me calentaba mucho verle su cara de frustrada, su rostro de puta desesperada. Me excitaba verle esa cinturita y ese abdomen en plena forma a pesar de su edad y de haber tenido un hijo. Sentí que estaba a punto de correrme, pero aún no quería terminar. Quería seguir disfrutando de Mariela, al fin y al cabo la había deseado por muchos años.

La saqué, luego tome a Mariela y le di vuelta. Por fin veía de frente ese culo que le había costado tantos devaluados pesos a mi tío. Por supuesto, no pensaba penetrarla por el culo, sentía que podía exceder su confianza ya que era la primera vez que follábamos.

La penetré por su hirviente vagina, la tomé de las caderas y empecé a empujarla con dureza. Ella me pedía que la agarrara del pelo y así lo hice; claro que no duró mucho, porque con el paso de un par de minutos dejé caer mi torso sobre el suyo, me aferré de sus senos y la follé con vehemencia. El resultado fue una tremenda descarga, un orgasmo que por instantes parecía no iba a tener fin. Una vez salí del trance, noté que me había corrido dentro de ella. En el momento en que lo noté casi me infarto. Pero ella me tranquilizó. Me contó que se había hecho una ligadura de trompas por si algún día a mi tío se le daba por pedirle otro hijo. “No pienso ser madre otra vez, que se olvidé...”.

Se vistió rápidamente y empezó a pedirme que me fuera. Yo quería darle un beso de despedida pero ella volvió a la actitud inicial. Tuvo que ponerse su pantalón así no más; su tanga ya estaba guardada en uno de los bolsillos de mi pantalón, era mi trofeo de guerra.




Me vestí y salí apurado por la insistencia de Mariela. De nuevo a pasar mínimo una hora encerrado en un bus, pero esta vez iba a ser especial, me iría pensando en lo que había acabado de pasar. Fue una hora en la que estuve preguntándome ¿Será que vuelve a pasar?


Recuerdo de una primera vez

 



Por: Daniela E./Columnista invitada

Hola a todos, me llamo Daniela y quiero contarles algunas de mis experiencias, empezando por la primera, cuando perdí la virginidad, sé que para algunas mujeres fue un momento que paso sin pena ni gloria, para algunas traumático, para otras como me paso a mí… uno de los momentos más bonitos y hermosos de mi vida, que siempre recordaré con cariño y hoy he decidido compartirlo con todos ustedes.

Todo empezó cuando mi amiga Raquel, me presentó, a inicios de agosto, a Juan. aunque veraneaba en Coveñas, un pueblo a unos 150 km. de Cartagena, nunca nos habíamos visto. De hecho, hasta en temporada de lluvias solía ir todos los fines de semana, como yo.

Raquel conocía a Juan de la universidad, era un chico muy guapo, le encantaba la música, leer, jugaba en el equipo de fútbol de su barrio en Cartagena, tenía el pelo castaño, ojos verdes y un cuerpo atlético.
Yo por aquel entonces tenía 18 años, era ya toda una mujer, aunque un poco tímida, pero cuando me abría a los demás, era divertida y alegre o eso decían mis amigas.
Tenía muchas cosas en común con Juan, como la música y la lectura. Me parecía bastante a mi madre, que era una verdadera belleza de mujer, yo era bastante guapa, con unos labios bien perfilados y carnosos, pelo oscuro, media melena con unos ojos azules claros y muy grandes, bonitas curvas y unos senos de tamaño normal.
Aquel verano nuestra pandilla de amigos aumentó, pero como siempre a fínales de agosto íbamos quedando ya pocos en la urbanización. En septiembre solo quedábamos Juan y yo. A mí me gustaba desde el principio que le vi, me encantaba verle como jugaban con sus amigos al fútbol en la playa, mientras nosotras tomábamos el sol, me gustaba hablar con el de música, me quedaba embobada cuando hablaba, un día me fue a buscar a casa y fuimos a pasear por la playa, era ya tarde, íbamos hablando de la facultad, de los planes que teníamos cuando termináramos las carreras.
Las olas mojaban nuestros pies y alguna que otra nos salpicaba más de la cuenta, una de ellas rompió fuerte y no me tiro gracias a que Juan me cogió de la mano, a partir de ese momento nuestras manos no se soltaron hasta llegar a mi casa, durante el camino sentía como escalofríos por todo el cuerpo, llegamos a la puerta de mi casa, me dio las buenas noches con un beso en la mejilla y se despidió hasta mañana. Al entrar en casa estaba tan feliz, y solo deseaba que pasara la noche para volver a estar con él.

Ese año, a pesar de estar en diferentes facultades, nos veíamos casi a diario, para comer, para ir al cine y contábamos las horas para que llegara el fin de semana y poder estar más tiempo juntos, pasear por la playa, sentarnos en un banco del parque viendo el atardecer mientras nos besábamos; al igual que yo a él, Juan ya se sabía de memoria mi cuerpo, todas mis curvas, aunque nunca habíamos profundizado, simplemente nos rozábamos y quizás nos poníamos demasiado calientes, pero hasta ahí.
Estaba terminando el verano yo había cumplido 19 años en julio, mis padres en septiembre como siempre se suelen volver a Cartagena, yo no quería marcharme y decidí quedarme una semana más, la primera vez que me iba a quedar sola, para mí fue una semana inolvidable.
El lunes después de despedir a mis padres, fui a casa de Juan, habíamos quedado para ir a la playa con unas amigas mías, pasamos todo el día en la playa y a media tarde Juan y yo decidimos ir a la piscina de mis padres y pasar allí el resto de la tarde.
Estábamos jugando en el agua a ver quién hacia más aguadillas, me acuerdo que me abracé a él para que no pudiera hacerme nada, le rodeé con mis piernas su cuerpo y empezamos a besarnos, estábamos solos en casa con lo que no había peligro de miradas indiscretas; los besos cada vez más profundos, las caricias más sensuales, notaba su pene por debajo del bañador como le crecía. Juan apartó mi bikini y acaricio mis pechos, fue la primera vez que sentí sus labios en ellos.
Estaba muy nerviosa, le deseaba pero tenía miedo, sabía que si seguía podría pasar cualquier cosa, y más sabiendo que teníamos la casa para nosotros solos, los juegos se habían terminado, ahora éramos dos enamorados jugando al juego del amor, nuestros pechos unidos, nuestros labios no se despegaban, había roces continuos entre nuestros sexos, podía notar su pene ahora mucho más grande y duro, chocando con mi vulva una y otra vez, me ardía el deseo de tenerlo, ardía en el deseo de entregarme a él.

Tenía miedo, era un paso en nuestra relación que sabía que tarde o temprano llegaría, de hecho, Juan me lo había planteado ya en alguna ocasión, pero yo no estaba preparada, él lo entendía y esperaba. Las sensaciones que tenía aquel día eran, no sé, supongo que eran diferentes, notaba mi mente preparada, mis pechos duros y los pezones se habían agrandado como nunca, sentía hinchado mi clítoris y mi vagina realmente mojada, aquel era el día, aquel fue el día elegido y Juan mi compañero de viaje.

Me separé de Juan y me dirigí a las escaleras, salí de la piscina y desde arriba mirándole a los ojos me desabroche el bikini, lo deje caer al suelo y me dirigí hacia la casa, de un salto Juan salió de la piscina, me siguió, me alcanzó antes de pasar por la puerta, me cogió de la mano y se dejó llevar.

A pesar de estar mojados subimos hasta mi habitación, ni una palabra, ni una mirada hasta que no llegamos al pie de la cama.

- ¿Estás segura?, no me importa esperar. -Me pregunto Juan
- Ya lo sé, y quiero que sea hoy y que seas tú. -Le respondí

Estábamos de pie junto a la cama, nos acariciábamos el cuerpo sin besarnos, Juan pasaba suavemente sus dedos sobre mis hombros, los besaba suavemente, yo acariciaba sus brazos y su espalda. Sus manos fueron bajando despacio a mis pechos, sentía como acariciaba mis pezones con mucha delicadeza como si me los fuera a romper, una sensación de placer recorrió mi cuerpo cundo sus labios se posaron en ellos, dándome pequeños mordiscos.

Me agaché y le quite el bañador, nunca había visto un pene en directo, lo cogí y lo metí en mi boca, note que Juan daba un paso atrás seguido de un pequeño gemido de placer, nunca había hecho aquello, simplemente le chupaba la cabeza del pene y luego me la metía y sacaba, era un sabor extraño una sensación extraña, le miraba y veía como le gustaba, como meneaba su cadera para metérmelo en mi boca.
Juan me levantó y me besó tumbándome en la cama, sus besos iban recorriendo mi cuerpo, cuando llegaron a mi cadera metió sus dedos por debajo de la braga del bikini, sus dedos por primera vez estaban acariciando zona prohibida, recorriendo mis labios, rozando mi abertura vaginal, estaba realmente mojada tenía la braga empapada de mis fluidos. Besándome en la tripa me fue quitando poco a poco el bikini, hasta dejarme completamente desnuda. Ahora sus labios se entretenían con mi vulva, su lengua recorría el camino entre mi vagina y mi clítoris, haciendo que mi cuerpo se estremeciera por completo, ya estaba preparada para recibirlo, entre jadeos le llame para que subiera y me besara.

Estaba muy nerviosa, no sabía si me dolería, no sabía si me gustaría, lo que tenía muy claro es que lo deseaba, estaba ardiendo de deseo, un deseo que acabó cuando Juan me abrió más las piernas y noté como la cabeza de su pene empezaba a entrar en mi vagina. Yo estaba tan mojada que con un pequeño empujón su pene se deslizó con facilidad entrando prácticamente hasta el fondo, sentí un pequeño dolor, seguido de unas molestias cuando empezó a moverse, a entrar y salir de mí, pero enseguida empecé a sentir una oleada de sensaciones nuevas, pasé del dolor y las molestias a pedirle que no parara.
Juan sacaba su pene casi por completo para volverlo a meter, me besaba el cuello, mi cuerpo se estremecía, mi vagina se inundaba aún más, sus penetraciones eran más profundas, no parábamos de gemir, no paraba de abrazarle, notaba como me llenaba, Juan empezó a moverse más rápido y con un grito sacó el pene de mí, eyaculando en mí estómago.
Se tumbó a mi lado, parecía que se había dormido, yo le acariciaba el pecho y veía su pene con un hilo de sangre, supongo que era mía, acababa de perder la virginidad con él, y él conmigo.
Aquella noche no pasó nada más, él se fue a su casa y yo me quedé sola pero muy feliz, la semana pasó como un suspiro, volvimos hacer el amor el resto de los días, íbamos aprendiendo el uno del otro, cada vez era mejor, al principio utilizamos preservativos, pero al estar tomando la píldora para regular mi regla, ese último día decidí no utilizarlo.
Era el último día de nuestras pequeñas vacaciones en casa de mis padres, desde el miércoles se había quedado incluso a dormir, era domingo y por la tarde volvíamos a Cartagena, aquella mañana empezó a llover así nos quedamos en casa y estuvimos prácticamente toda la mañana metidos en la cama dando rienda suelta a nuestra pasión.
Nada más despertar, empecé a acariciar su cuerpo, tenía el pene ya bastante duro lo que me sorprendió, Juan seguía adormilado cuando empecé a acariciarlo y a chupárselo. Terminé por ponérselo enorme y muy duro, lo quería para mí, me había levantado con ganas de él, no hacía falta que me quitara las bragas, ya que nos habíamos quedado dormidos desnudos la noche anterior, ya estaba despierto por completo, yo estaba muy excitada, tenía mi vagina muy mojada, me senté a horcajadas sobre él, hacia una semana que estábamos juntos y solamente habíamos probado una postura.
Empecé a mover mis caderas arriba y abajo, su pene se deslizaba a través de mis labios, Juan me agarraba los pechos, me levanté un poco intentando que entrara, tuve que guiarla con la mano hasta mi vagina, notaba su cabeza en mi abertura, ya estaba dentro, se introdujo hasta el fondo, nunca antes la había sentido tan dentro de mí, ¡ah!, un pequeño grito de placer salió de mí cuando me penetró.
Me movía arriba y abajo, la sacaba un poco quedándose solo la cabeza de su pene dentro de mí y poco a poco se iba metiendo más y más, era como si mi vagina le succionara el pene, mi vagina se contraía contra ella, realmente no sabía cómo lo hacía, pero la sensación de placer era enorme para los dos. Grité de placer, mis manos apretaban fuerte las sabanas, me empecé a mover rápido, su pene se deslizaba dentro de mí, entrando y saliendo con rapidez; grité muy alto del placer que me estaba causando y me desplomé sobre su cuerpo.
Aproveche para besarlo, estábamos sudorosos, mis pechos aplastados contra su cuerpo resbalaban sobre él, nos besábamos apasionadamente mientras que empecé nuevamente a moverme, Juan me susurro que no se había puesto el condón, le dije que no se preocupara, que estaba tomando la píldora y quería sentir su semen dentro de mí. Esto nos puso aún más calientes, sobre todo a Juan pues empezó a elevar su pelvis, me penetraba una y otra vez, cada vez más rápido, cada vez más profundo.

-Así, así, no pares, sigue por favor. -Le gritaba.
- ¡Ah!

Empecé a gritar de placer, notaba algo que no había sentido todavía, mi cuerpo se paralizaba por momentos, se estremecía, llegué a un punto de no controlarlo.

Acompañado de un fuerte grito, Juan empezó a eyacular dentro de mí, sentí como un chorro de su semen caliente golpeaba en mi interior segundos antes de que sintiera como mi vagina se inundase por completo, el placer fue tan enorme que no pude reprimir los gritos, acababa de tener mi primer orgasmo.

Terminamos exhaustos, me llevé los dedos a mi vagina y de ella salían todo tipo de fluidos. Me levante a lavarme, pero de nada sirvió, pues estando en la ducha, Juan se abalanzó sobre mí, me besaba la espalda, el cuello, hizo que me abriera de piernas y metió nuevamente su pene por detrás en mi vagina.
Aquella mañana no salimos de cama, un aura de ternura y pasión nos envolvía, terminamos haciendo el amor por todas partes, en la cocina, en el salón, hasta en el suelo del pasillo, los orgasmos se multiplicaron aquella mañana, un día que nos dejamos llevar por nuestros instintos más básicos.
Al final de ese curso a Juan le concedieron una beca para estudiar en los Estados Unidos, se fue a mediados junio y ni las redes sociales pudieron con la distancia que nos separaba y nuestra relación se enfrió.


Lo rico de ser escort

 




Mi nombre es Valeria, tengo 20 años, soy de Bogotá, y quiero contarles mi mejor experiencia como escort.
Cuando empecé a trabajar lo hice sobre todo por curiosidad, pero ninguna agencia quiso contratarme porque no soy voluptuosa. No tenía mucha experiencia sexual, aunque me sobraban ganas, así que empecé a anunciarme como independiente.
Para el primer servicio yo llevaba cuatro meses sin tener sexo, y obviamente estaba muy nerviosa. El cliente me citó en un café y me pidió usar un vestido negro y tacones, el único vestido que tenía era muy ajustado, y apenas me tapaba las nalgas.
Yo soy una chica pequeña y delgada, mido 1.62m, tengo el cabello largo y peso 45kg, mi cintura es muy estrecha, mide 59cm y mis teticas son muy pequeñas también, tengo 77cm de busto, pero son redonditas, duras y paradas, además de tener unos pezoncitos muy sensibles que a los hombres les encanta lamer y chupar porque enseguida se ponen paraditos y duros.
Generalmente le gusto a los hombres que buscan "lolitas" por mi cuerpo de adolescente, los únicos atributos "normales" que llaman la atención es mi culo, que mide 88cm, es redondo y parado, y mis piernas tonificadas y fuertes por el ejercicio.
Mi vestido era de tela delgada por lo que la mejor opción era usarlo sin brassier, lo cual no es problema para mí porque, como mis senos son tan pequeños, me siento cómoda sin el brassier. Sin embargo, los pezones se me marcaban demasiado por encima y con el viento frio se notaban demasiado, haciendo que todos los hombres en la calle me miraran. Eso me ponía algo nerviosa, pero al mismo tiempo me hacía calentar. Bajo el vestido llevaba unas tangas negras de encaje de lencería, con la falta de experiencia creía que era absolutamente necesario vestir así siempre.
Al llegar al café me di cuenta de que el tipo no era como yo lo había imaginado, esperaba un hombre horrible, pero resultó ser joven, muy elegante, bien vestido, con una cara amable, y unas manos enormes. Con las cuales fantasee desde un comienzo, imaginando como me tocaban el coñito mojado. Él en seguida me hizo sentir cómoda, hablamos por una hora y entre más lo miraba, más me gustaba; era inteligente, sexy, tenía dinero y sólo llamaba putas porque le daba pereza enrollarse en relaciones de pareja.
Cuando le conté que era mi primer servicio, me pagó dándome el doble del dinero acordado y me dijo que si quería me podía ir, pero a esas alturas yo ya estaba muy mojada. Él había logrado lo que quería, alimentar su ego.
Acerqué mis labios a su cuello y le dije muy suave al oído: "yo quiero culear contigo", mientras deslizaba mi mano sobre su pantalón, notando en su entrepierna que tenía una erección enorme.
Él separó mis piernas con su mano derecha por debajo de la mesa y tocó mi ropa interior que ya estaba muy húmeda, mientras yo soltaba un gemido cortito. Los dos estábamos muy calientes en un lugar público, así que nos separamos un poco, nos reímos y acordamos tomar aire unos minutos antes de ir a su apartamento.
Al llegar me vi en el lugar más agradable de todos, un apartamento de soltero, absolutamente limpio y ordenado, lleno de libros, cuadros hermosos, esculturas, figuras de acción, y botellas de vino. Él destapó una y me pidió sentarme en una silla alta en la mitad de la sala, me entregó una copa llena y empezó a lamer literalmente cada rincón de mi cuerpo: las orejas, el cuello, los pezones, la espalda, me quitó el vestido, los zapatos, las tangas , y mientras yo gemía agitada y temblaba de nervios y de ganas de seguir, empezó a lamer mi cuquita de una forma tan deliciosa que ella sola empezaba a abrirse y a gotear, evidenciando estar más que lista para ser penetrada.
Él se levantaba, se reía disfrutando el hacerme esperar, cuando intenté tocarme a mí misma para calmar las ganas, apartó mis manos y me agarró del pelo, me entregó un condón y me hizo ponérselo con la boca de una forma muy sexy y lo suficientemente agresiva como para hacerme excitar con ello. Le di la mejor mamada que pude, traté de utilizar todo lo que sabía para que fuera el mejor momento de su vida, en ese instante sentí que ya era suya; ese desconocido tenía todavía 60 minutos para hacer conmigo lo que quisiera. Yo no era más que un coño mojado y caliente esperando la más fuerte embestida.
Él, por fin, me puso en cuatro, y cuando pensé que por fin iba a sentir su verga enorme, gorda y dura dentro de mí, bajó de nuevo y metió su lengua en mi culo. Fue una sensación que me asustó un poco, quise detenerlo, pero ese impulso desapareció rápidamente de mí, otorgándole finalmente toda permisividad para que hiciera conmigo lo que quisiese. Él lo notó, así que metió un dedo, penetrando con él atrás y con su verga adelante, metiéndola muy despacito en mi vagina caliente, mojada y ansiosa.
Yo, que había estado cuatro meses imaginando cómo sería mi próxima vez, sentía como ese enorme paquete se hacía espacio dentro de mí. Estaba sudando, apretaba durísimo mis paredes vaginales para sentirlo más, y cansada de la delicadeza de mi primer cliente empecé a pedirle que me diera más duro, más rápido, y más profundo. Él obedecía, pero no era suficiente, tuve que indicarle con gestos que quería que me diera nalgadas y me agarrara el cabello muy fuerte, hasta que logró una posición en la que sentí que realmente me derretía, nunca me había pasado algo así.
Gemí, grité, era lo más rico que había sentido en mi vida, y él, al verme en ese estado, me apretó aún más y me dio una gran embestida con un gemido grueso mientras se venía adentro de mí.
Me sirvió otro trago de vino mientras nos vestíamos, pidió un taxi para mí, y salí casi volando del edificio. Fue la primera vez que experimenté esa sensación de haber tenido el sexo más rico de mi vida, sin compromisos, sin rollos raros, sin drama, y aparte de todo, llegar a casa con la billetera llena.
Por eso, desde el primer día de trabajo he tenido claro, que los mejores servicios son los que disfrutas, y que para ser la mejor puta hace falta una cantidad justa de dinero, y un trato decente, con esas dos cosas, cualquiera puede conseguir lo que quiera de mí.


Mujeres que quieren amar

 



Por: Ximena R.

No todos los hombres son iguales.
Soy mujer, me gustan los hombres, me gusta ser mujer.
Las mujeres no solo somos un cuerpo, no solo somos unos pechos, un coño, un culo.
Somos temperamentales, tenemos corazón, lloramos, reímos, sentimos y amamos.
Ha habido hombres que nos han tocado los pechos, nos han penetrado con sus enormes penes y no hemos sentido.
Ha habido hombres que nos han acariciado con cariño, susurrado al oído y sin penetrarnos hemos sentido.
Quiero un hombre que me susurre al oído cosas bonitas.
Que sepa hacerme reír, sentir, amar.
Un hombre que me bese mis labios subiendo desde mi cuello y me bese con pasión.
Que acaricie mis pechos, que eleve mis pezones con sus labios, con sus besos.
Quiero un hombre que me acaricie sin acariciar, que notes sus dedos donde no están.
Que se pierda con besos recorriendo mis piernas, mis muslos, mi cadera, mi estómago, mis pechos, mis labios.
Un hombre que me haga estremecer, que mi cuerpo se paralice de placer.
Que se pierda en mi coño besando mis labios, mi clítoris, acariciando toda esa parte prohibida para otros hombres salvo para él.
Quiero un hombre que haga que moje mis bragas sin querer, que me habrá de piernas para él.
Que me penetre con su pene suavemente, hasta el fondo sin querer.
Un hombre que comprenda cuando hay que seguir, cuando hay que parar, y cuando me debe penetrar.
Que despierte en mí todas esas sensaciones ocultas para compartirlas con él.
No, no somos solo un cuerpo, somos algo más, somos mujeres.
Mujeres que quieren amar.


La Profe Luciana (Capítulo XXI)

 La Profe Luciana Capítulo XXI: Un baile de Luciana Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me ...