lunes, 27 de diciembre de 2021

La Profe Luciana (Capítulo XXI)

 La Profe Luciana


Capítulo XXI: Un baile de Luciana



Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me generaba su ausencia era algo hasta ahora imposible de asimilar para mí. No me interesaba encontrar el amor de cualquiera, solo me valía el de Luciana.

Añoraba sus sonrisas, sus caricias, sus susurros, sus besos; sentir la suavidad de sus mejillas, ver la intensidad de su mirada al despertar. Me hacía falta todo de ella, incluidas las discusiones, pero para ese entonces ya asumía como pérdida cualquier posibilidad de recuperarla.

Sin esperanza alguna de revivir esa pasión que alguna vez ardió entre nosotros, decidí escribirle una carta, no con la ilusión de recuperarla, sino más bien a modo de despedida.

Un baile de Luciana es más de lo que merecería cualquier hombre promedio. Es una recompensa de los dioses encarnada en el cuerpo de una musa. Luciana, tú, que me resignificaste el amor, luego me lo arrebataste, y aun así te estoy agradecido.

Fue a partir de uno de tus bailes que me permití conocer el gozo y la pasión, en gran medida el amor. Viéndote sacudir tus carnes y liberar tu alma, pude conocer una faceta propia que tardé más de 30 años para entender que existía en mí.

Tu danza me liberó de la esclavitud de una vida desaprovechada. Tu arte me animó a entenderte, así fueras una completa desconocida para mí en ese entonces.

Es verdad que tu forma de bailar despertó mi lascivia, pero centrarme solo en ello sería desconocer todo lo armonioso de tu ser. Fue a través del baile que te miré a los ojos por primera vez, y fue así que descubrí el deseo, el cariño y la pasión. Tu baile reavivó la antorcha de mi ser, y luego ardimos juntos.

Un baile tuyo, mi siempre amada Luciana, es capaz de hacer sonreír al más trastornado de los hombres en la más lúgubre de las noches. Lo sé porque hoy que no te tengo, que no puedo verte libre y desatada, en uno de tus siempre imponentes bailes, me siento como aquel sujeto alicaído y derrotado que supiste rescatar con tu dulzura y tu sensualidad.

Jamás olvidaré como las notas musicales jugaban con tus carnes, como aquel tubo se jactaba de sentir tu cuerpo, como dejabas escapar tu alma en cada movimiento que dabas, como me atrapaste con solo una demostración de tu talento. Te llenabas de luz, le salían alas a tu sonrisa, e iluminabas la existencia de un alma parca como lo era entonces la mía.

Nunca te olvidaré danzar, traviesa, descarada, libre pero especialmente feliz. Siempre recordaré que me diste el gusto de poner a bailar mi alma junto a la tuya, porque eso fue lo que hicimos durante aquellos licenciosos años: bailar.

Sé que te he perdido de cierta forma caprichosa, pero si hoy me preguntas si estoy dispuesto a compartirte, volvería a decirte que no.

No sé si leerás estas líneas, no sé si esto te conmueva, no sé si guardas un bonito recuerdo de lo que vivimos. Lo que sí sé, es que te he perdido para siempre, y aunque me duela, lo asumo, pues lo único que hoy me interesa es que seas realmente feliz”.




sábado, 31 de julio de 2021

La profe Luciana (Capítulo XX)

 La profe Luciana


Capítulo XX: Fiebre de sábado


Y ahí estaba una vez más solo y a mi suerte, y esta vez sí que podía llegar a ser doloroso. No habría un próximo hola, ni ocasión nueva para vernos a los ojos y ser confesos de nuestro deseo mutuo con solo esa mirada, nuestros genitales no volverían a encontrarse, no volverían a sudar y a combinarse cara a cara; eso sí que podía llegar a ser deprimente, de hecho, lo fue, pero siento que logré superarlo más pronto de lo que esperaba. Luego de tanto que amé y desee a Luciana, haberla superado en un abrir y cerrar de ojos era una verdadera muestra de carácter, pues pienso que en otra época de mi vida no habría sido así de fuerte con una pérdida.

Sencillamente Luciana me había transformado, me había convertido en un nuevo Fernando, en uno que era consciente de su adicción al sexo, que la disfrutaba, que quizá alguna vez haya sentido remordimiento por esa condición, pero que siempre se ha sentido más cómodo aceptando y disfrutando esa parte de su ser.

Fue en esa época que decidí disfrutar lo que el prematuro matrimonio me negó en mí juventud. La primera metamorfosis fue al putero de fin de semana. Pero luego quise combinar a esa personalidad de fornicario de pago con la de casanova, y a pesar de estar ya rondando los 40, me daba mis mañas para galantear y ligar en cuanto lugar me fuera posible.

No había viernes que faltara a un bar, cantina, whiskería, pub, discoteca o lo que fuese con la misión de seducir a una mujer. Y cuando esa misión fallaba, terminaba el sábado, pasando la tarde entera entre lupanares hediondos, entre putas baratas, entre borrachines de rostro difuso al interior de los burdeles e indigentes que “hacían la calle” en los alrededores; buscando esa sensación de gozo y júbilo que tanto me hizo conocer Luciana.

Hubo jornadas para el recuerdo, pero también para el olvido, tanto entre putas como entre ligues pasajeros. Es más, diría que fueron más las malas vivencias, los polvos sosos e intrascendentes que los verdaderamente dignos de rememorar. Y eso que fue polvo tras polvo, fueron unos años de mucho agite. Era como si tuviese un trabajo adicional durante los sábados, solo que en este yo pagaba por “trabajar”.

En esos tiempos jamás hice cuentas, y el tiempo fue pasando y mi conocer de esos andenes colindantes a fachadas coloridas fue en aumento. Y Solo un tiempo después, unos buenos cuantos meses después vine a tratar de hacer memoria sobre la cantidad de piernas femeninas en las que me había enterrado, pero me fue imposible. Me resigné a saberlo, y solo vine a reflexionar nuevamente en ello escribiendo estas líneas.

Han pasado un par de años desde que adquirí esa rutina sabatina, asumiendo que hay uno que otro sábado en el que no pude ir porque tenía que trabajar, porque algún inconveniente se me presentó, o por el simple hecho de no sentir la necesidad luego de haber ligado la noche anterior.

He de suponer que de las 52 semanas que tiene un año, haya terminado pasando por lo menos 30 tardes-noches de sábado alquilando carnes femeninas. Lo habitual era entrar unas tres o cuatro veces a lo largo de la jornada, casi siempre variando de mujerzuela, aunque he de admitir que hubo algunas que fueron tan profesionales prestando sus amores, que ameritaron repetir culeada.

Lo mínimo era entrar tres veces en una jornada, pero cuando el cuerpo respondía y el fervor desbordaba, podía llegar a entrar hasta cinco veces. Me preguntaba qué tanto podría haber hecho esto si esa hubiese sido mi rutina en mis 20, misterio que ya no podré resolver.

A ese ritmo, y siendo por lo menos dos los años que dediqué a esto, habría fornicado con cerca de 160 señoritas, a las que he de sumar las que fueron producto de la conquista en la noche de un viernes cualquiera.

Casi todas desconocidas, solo exceptuando aquellas putas con las que repetí; casi todas almas nuevas por conocer, casi todas con su vagina inédita y misteriosa para mí. Y he de decir que hubo coitos maravillosos, aunque difícilmente alguno se asemeje a los exquisitos placeres otorgados por Luciana.

Claro que hay dos mujeres que se han hecho dignas de recordación en esta época post-Luciana, sin que ello implique que la hubiesen superado, siquiera igualado, pues de haber sido así me habría ofrecido a brindarles una vida diferente a la del puterío.

La primera de ellas es Tania, o por lo menos así se hacía conocer en ese submundo del placer al menudeo. Ella era una chica joven, entre 18 y 25 años tendría en ese entonces. Era delgada y pequeñita, posiblemente no superaba el 1,60 m. Tenía una apariencia muy frágil. Claro que esa delicadeza que aparentaba su cuerpo contrastaba con su rostro, en el cual siempre podían encontrarse esos gestos tan sugestivos, esas muestras continuas de coquetería.

Claro que su cara no destacaba exclusivamente por esa actitud provocadora, se trataba de un rostro realmente bello. Sus ojos eran muy grandes, oscuros, y estaban perfectamente complementados con esas pestañas que tanto sabía mover a la hora de seducir a sus presas. Su piel blanca contrastaba perfectamente con ese cabello negro, que además era liso y considerablemente largo. Su nariz estaba perfectamente tallada, era pequeña y acrecentaba esa apariencia delicada. Sobre su boca no puedo mentir, pues era evidente que su dentadura habría requerido un buen tratamiento de ortodoncia. Claro que no se trataba de algo monstruoso, no es que tuviera un diente a la altura de la frente y otro en el mentón, pero si había cierto desorden entre estos. Pero no por ello Tania dejaba de sonreír, era uno de sus sellos personales, esa capacidad de sonreír a todo mundo y a toda hora. Sus labios eran delgados, pero lucían habitualmente rosas y húmedos.

Su cuerpo era más bien discreto. No tenía grandes atributos. Sus senos eran diminutos, casi que inexistentes. Su culo igualmente era pequeño, aunque tenía buena forma, era muy curvo y notorio. Sus piernas eran delgadas y realmente solo destacaban cuando Tania decidía usar faldas y exponerlas. Claro que esa delgadez jugaba a su favor en lo que refiere a su abdomen y su cintura, que estaba muy bien delineada, que remarcaba esa silueta femenina que no podían destacar sus pechos o su trasero.

Tania logró ser una de mis favoritas en aquellas tardes sabatinas de sexo barato. Básicamente porque le ponía ganas. Si ella me veía cansado, tomaba la iniciativa, se restregaba y se sacudía lo que hiciera falta por complacerme. Aunque no era esta su única virtud. De ella me fascinaba esa manía que tenía por mirar a los ojos a la hora de copular, lo hacía a todo momento, que no es poca cosa, pues entre la gran mayoría de las meretrices, por lo menos las que yo frecuenté, no era muy habitual eso de sostenerle la mirada al cliente a la hora de la penetración. Ella no solo lo hacía, sino que gesticulaba, te hacía creer que había verdadera química. Pero lo que más me gustaba de ella no era el empeño que le ponía o la complicidad que me hacía sentir, lo mejor de Tania era que me hacía recordar a Luciana. Me la hizo recordar en más de una ocasión con su excesiva humedad.



Tania era una chica poco expresiva a nivel sonoro. Sus coitos estaban caracterizados por el silencio. Poco se le escuchaba jadear, poco se le escuchaba gemir o resoplar, el encargado de expresar el gozo en ese cuerpo era exclusivamente el coño, y bien que lo hacía.

La primera vez fue en un coito que coincidió con el ocaso, entramos a la habitación acompañados por la luz del sol y terminamos en medio de la oscuridad. Debo aceptar que esa vez no me di cuenta de su escape urofílico durante la cópula. Fue cuando terminamos de fornicar, cuando encendimos la luz, que vi esa sábana empapada. Ella solo río y se disculpó conmigo. Yo la tranquilicé, le aseguré que a mí no tenía que darme explicaciones ante una reacción completamente humana. Es más, la felicité por dejarse llevar por su gozo. Y desde ese polvo ella no paró de hacer lo mismo: mojar las sábanas o mi cuerpo con sus ricos fluidos. Eso me generó una obsesión por ella, pues no sabía bien si era yo el que le generaba esa reacción, o si era una manía que ella tenía. El caso es que a mí me encantaba.

Lastimosamente para mí, Tania dejó de ir a estos lupanares. No sé si algo le pasó, si enfermó, si encontró una mejor alternativa de ingreso económico o si sencillamente cambió su lugar de oficio. Lo cierto es que no la volví a ver. Fue una pérdida sustancial, aunque sinceramente nada extraordinario, pues bien me había propuesto no enamorarme, y mucho menos de una prostituta. Es más, a esa altura de mi vida ya tenía descartado el enamoramiento, a no ser que Luciana reculara y me diera una nueva y exclusiva oportunidad.

La otra ramerita que me siento en obligación de destacar es Dafne, que fue todo un hallazgo.

En aquellos burdeles baratos que yo solía frecuentar, podía encontrarse de todo, pero para hallar una verdadera joya había que tener suerte. Y yo sí que la tuve con Dafne.

La encontré una tarde de sábado que no prometía para mucho. El movimiento en el lugar era escaso, que no era lo habitual de una jornada sabatina en esos lugares.

A la hora que yo llegué, había pocas señoritas, y en general no había una sola que se salvara. Me senté, pedí una cerveza, y decidí esperar a ver si mejoraba la tarde ¡Y vaya que mejoró!

Dafne llegó, se recostó contra una mesa en la que no había clientes, y empezó a echar ojo de cual podía ser su posible presa. Y prácticamente de inmediato, yo caí en sus garras.

Ella me miró, se me insinuó solo con la mirada, no tuvo necesidad de abrir la boca, mucho menos de acercarse o de mostrarme su escote. Tanto así que fui yo quien se acercó a ella, y fue tal el calentón que me generó, que no me tomé la delicadeza de invitarle una bebida y una charla amena antes de ir a copular. Solo tuve cabeza para preguntarle por el valor de sus servicios, y una vez me dijo el monto, accedí sin rechistar.

No era yo muy amigo de aquello de negociar con las meretrices, pues convencerlas de una rebaja en sus servicios pasionales, frecuentemente termina en un polvo mal echado, en un servicio prestado de mala gana. Y con Dafne fue tal la fascinación, que no solo no le negocié, sino que accedí de inmediato al valor que ella me dijo. Que de todas formas era el habitual entre las señoritas que alquilaban sus placeres en ese lugar.

En ese entonces Dafne tendría entre 40 y 45 años. Era una mujer madura pero realmente bien conservada. Sus piernas eran gruesas, eran un tributo a la definición de la palabra “carnosa”, tanto así que dicha definición, en uno de esos viejos diccionarios de Larousse, tendría que venir acompañada de una fotografía de esas piernas. Su culo también era muy macizo, bien definido, y muy en su sitio, toda una tentación. El ancho de sus caderas era consecuente con las dimensiones de sus apoteósicas piernas y con su descomunal trasero. Para tener cuarenta y tantos, su abdomen estaba más que bien, era ejemplar, de anuncio, una tabla. Su silueta estaba acentuada por su pequeña cintura, que a su vez contrastaba con el ancho de sus caderas y de sus pechos. Estos últimos era un par de globos bien erectos. Estaban operados, aunque yo vine a enterarme de eso solamente al momento del tacto. Esta sí que era una mujer en todo el sentido de la palabra.

Claro que tan elogiosa descripción solo es atribuible a su cuerpo y no a su rostro, que es más bien común. Ojos oscuros, de tamaño medio y ligeramente alargados; cejas oscuras, delgadas, curvas y delineadas; nariz de tabique recto y un poco ancho, pómulos que resaltan y restan delicadeza a su cara, labios igualmente de tamaño medio, sin defectos notorios, pero sin grandes atributos para resaltar, frente ciertamente ancha, en contraste de una zona mandibular delgada, que termina por agregar algo de fragilidad a un rostro que no destaca por su delicadeza. Su piel es trigueña y su cabello rubio, aunque sus marcadas raíces oscuras evidencian que es más producto de un tinte que de otra cosa.

Ella estaba vestida con una blusa de tela ligera y oscura, sinceramente no sé el material, lo cierto es que se apreciaba delgadita. Blusa que además era generosamente escotada, aunque hasta ese momento yo solo había apreciado superficialmente sus pechos a la hora de ir a negociar el polvo. Su tren inferior estaba recubierto apenas por un pequeño short, de jean, que permitía maravillar a los presentes con tan suculentas piernas. Short que además facilitó mi apreciación de su ostentoso culo al momento de subir las escalares del burdel.



Mientras fui a lavarme las manos, ella se desnudó, de modo que la encontré empelotica y dispuesta en la cama. Me desnudé a toda prisa, me le acerqué y ella me deleitó con una rica mamada, que, a pesar de tener el desencanto del preservativo de por medio, estuvo adornada por el acompañamiento del desliz de mi miembro erecto entre sus bellas y siliconadas tetas.

Dafne posó sobre sus rodillas y sus manos y me invitó a penetrarla en cuatro. Yo lo hice con un alto grado de entusiasmo, de vehemencia, y no era para menos, pues tener tan espectacular culo de frente a mí y entre mis manos fue motivo suficiente para inaugurarla con una de mis más enérgicas fornicaciones.

Su veteranía no fue obstáculo para el humedecer de su coño, que ya estaba ciertamente lubricado antes del ingreso de mi falo, y que fue en aumento con el pasar de los minutos de mi miembro en su interior. Por momentos ella se apoyaba solamente en sus rodillas, reclinando su cuerpo para permitirse acercar su rostro al mío. Dafne me besaba como buscando que con eso yo disminuyera la vehemencia de mis movimientos, y realmente lo logró.

Si bien penetrarla en cuatro fue una verdadera delicia, lo mejor estaba por venir. Ella se dio vuelta, se acostó y me invitó de nuevo a penetrarla. Alzó sus jubilosas piernas permitiendo mayor profundidad en la penetración. Esto estuvo acompañado de sus besos, que no eran algo menor, pues si algo hacia bien esta mujer era eso, besar. El paseo de su lengua entre mi boca, jugando con la mía, aumentó mi disfrute, pero lo que realmente me hizo delirar fue su pedido para que le acariciara y le chupara los senos. Eran duros, como todo seno operado, pero eran perfectamente redondos, muy provocativos, de pezón café, duro y grande.

Dafne era auténticamente licenciosa, su carita podía no ser bella, pero bien provocadores eran sus gestos. Hacía los clásicos ademanes de una buena fulana, y eso sí que me pudo. El orgasmo me lo provocó con eso, con su gesticulación de libertina.

Al llegar al clímax retiré mi miembro de ella para sacarme el preservativo y limpiarme. Su cuerpo seguía sumergido en el gozo, era poseso de esporádicos e incontrolables espasmos que no podía y no quería disimular. Ella acompañó ese momento dirigiendo su mano hacia su coño para seguir tocándose.

-       ¿A usted quién le enseñó a culear así de rico? - dijo ella con voz entrecortada mientras se masturbaba

-       Si te contara…

-       ¿Nos echamos otro? Mire que no se lo cobro, si acaso lo de la habitación, por si nos la llegan a pedir

Al escuchar eso no había forma ni deseo de negarme. Es más, se me fue poniendo dura de solo escuchar su propuesta. Obviamente accedí, y fue una acertada decisión, pues me di el gusto de tirármela en otras posiciones. Tan encantado estuve, que el tercer polvo de la jornada volvió a ser con ella. Ese si se lo tuve que pagar, pero no hubo arrepentimiento alguno en ello, pues había hecho mi mejor descubrimiento desde que frecuentaba aquel mundo del placer de pago.

Dafne me dio su número y me invitó a recurrir a sus servicios cuantas veces me apeteciera. Ella tenía una gran obsesión por el bienestar y el acondicionamiento físico, y el gimnasio que frecuentaba se convirtió en más de una ocasión en la guarida de nuestras fornicaciones.

Viví una época de encanto con esta exquisita cualquierita, pues ella me permitía besarla, que no es del todo habitual entre las putas; me permitía meterle mano en cualquier parte de su cuerpo, me permitía darle por su estrecho ano, y me salía muy barata. Pero tanto recurrí a sus servicios que terminé hartándome de ella.

Es más, terminé hartándome de las putas en general. No era para menos, llevaba dos años frecuentándolas y entre todas juntas no habían sido capaces de brindarme el deleite que si había logrado Luciana, aunque ciertamente me salía más barato frecuentar prostitutas que consentir los caprichos y los gustos de Luciana.

Hubo una tercera mujer con la que llegué a obsesionarme luego de mi ruptura con Luciana. Consolidado mi hartazgo alrededor del mundo de las putas, y ciertamente agotado de salir a probar suerte durante las noches de los viernes, decidí que era hora de revisar mi agenda y hacer un exhaustivo estudio entre mis viejos contactos para ver qué podía sacar de allí.

No es que hubiese muchas mujeres en mi vida. Había dilapidado mi juventud con mi extenso noviazgo y posterior matrimonio con Adriana. El resto eran compañeras de trabajo que poco y nada me resultaban atractivas, alguna vieja conocida de la universidad, que de seguro se habría extrañado y habría rechazado cualquier invitación que le hiciese, más todavía cuando no habíamos tenido contacto en 20 años. Era realmente pobre mi agenda, por lo menos en lo que refiere a mis pretensiones fornicarias. Aunque hubo alguien que realmente ameritaba que yo hiciera el intento: Alejandra, la abogada que me había llevado el divorcio.

Era algo ciertamente impensado, ella y yo solo nos habíamos relacionado como abogada y cliente, y habíamos perdido contacto desde que se cerró el caso. La relación había finalizado en buen término, pues ella había defendido con éxito mis pretensiones a la hora de separarme de Adriana.

Por eso seguramente se vio sorprendida aquella tarde en que la llamé. Le dije que nunca le había agradecido como se debía aquella victoria en los juzgados, por lo que pretendía hacerle una invitación a cenar o por lo menos a tomar un café, pues lo cierto es que para mí era importante manifestarle mi agradecimiento. Ella inicialmente se negó, pero yo insistí tanto que luego no tuvo opción.

Alejandra es una mujer hermosa, aunque se le escapa esa posibilidad de ser un estandarte de la belleza femenina por su notoria tendencia a la obesidad. No es que sea una gorda desproporcionada, pero es posible que un día, más temprano que tarde, lo termine siendo.

Claro que para el momento en que la vida nos permitió juntarnos, Alejandra no había llegado a esa sobredimensionada apariencia, apenas ostentaba un par de kilos de más, lograba aquella contextura de mujer gruesa, y a mí eso me enloquecía; esos excesos de carne blanca y temblorosa que la hacían lucir más mujer y menos niña.

Alejandra tendría para ese entonces unos 25 años, que por su ya mencionada tendencia a la obesidad y por su forma de maquillarse, parecían ser más.

A mí me encantaban esas piernas gruesas, que lucían ajustadas casi que bajo cualquier pantalón. Pero lo que más me fascinaba de ella era su generoso trasero. Era un auténtico culazo: ancho, gordo, carnoso, redondo, blando, frágil, tembloroso. Es más, fue al recordar su culo que decidí llamarla.

Claro que su atractivo no se limitaba a un culo con personalidad, Alejandra también destacaba por aquellas caderas macizas, que igualmente lucían llamativas bajo aquellos pantalones ajustados. Sus senos eran más bien pequeños, sinceramente no muy notorios. Contrario a su rostro, que era muy bello. De tez blanca y apariencia delicada, de cachetes rellenos, de labios rosas, relativamente grandes y carnosos, de hermosos ojos verdes, con aquella sonrisa tan perfectamente delineada, y con aquel cabello oscuro, ondulado, que contrastaba con lo blanco de su piel.



Acceder a sus placeres no fue mayor proeza, pues bastó con aquella salida para que termináramos copulando por primera vez. Alejandra era tan obsesa con su trabajo que casi siempre se negaba a socializar y tener auténticos espacios de dispersión. Igualmente era una chica de poca fortuna en el amor, por lo que unos cuantos cumplidos y una buena cantidad de copas bastaron para que me permitiera disfrutar de sus delicias.

Esa noche, viéndola tan ebria, no sentí remordimiento alguno por fornicarla como a una vulgar puta. Me la llevé para el Temptation y la follé como seguramente no la habían follado jamás en su vida.

Pero luego me di cuenta que aquella relación tan brutal no había sido producto de los efectos del alcohol. Con o sin licor corriendo por sus venas, Alejandra era una adicta al sexo duro. Eso fue lo que inicialmente me hizo obsesionarme con ella, pues nunca había reparo alguno por un polvo echado con excesos de brusquedad. Me daba el gusto de agarrarla del pelo y dominarla por completo, le azotaba sus inmensas nalgas y le pellizcaba y le jalonaba sus pequeñas tetitas, y ella siempre pedía más. Llegué incluso a abofetearla, y ella pedía más.

Es más, íbamos apenas en nuestra tercera salida y por consiguiente en nuestra tercera fornicación, cuando me di el gusto y el atrevimiento de meterle un dedo en el ojete, y ella me lo permitió. Pero eso terminó siendo un error, pues una vez que ella me entregó su ano, se sintió en confianza para tratarme como su pareja. Yo no habría tenido problema con ello, pero resultó ser una mujer intensa y controladora, por lo que no solo tuve que desestimar aquello de seguir saliendo con ella, sino que también tuve que cambiar de línea telefónica.

Tras este largo itinerario de placeres y fluidos terminé por comprobar que no había superado aún la ausencia de Luciana.

Capítulo XXI: Un baile de Luciana

Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me generaba su ausencia era algo hasta ahora imposible de asimilar para mí. No me interesaba encontrar el amor de cualquiera, solo me valía el de Luciana...




viernes, 23 de julio de 2021

La profe Luciana (Capítulo XIX)

 La profe Luciana


Capítulo XIX: Nada dura para siempre




A nuestra fiel espectadora no la íbamos a volver a ver nunca más en la vida, pero sería esta experiencia la que iba a terminar marcando un antes y un después en nuestra relación.

Luciana quedó satisfecha en su anhelo nudista, pero un nuevo apetito se le despertó a raíz de nuestra vivencia en el Hedonism II All Inclusive Resort.

Eso de ver el gozo de otra mujer, al mismo tiempo que le evidenciaba el suyo, le generó una obsesión, un vicio a la siempre libidinosa Luciana. Resultó entonces que desde allí le surgió la curiosidad por acariciar, lamer y sentir un coño que no fuera el propio.

Claro que yo no me enteré de inmediato. Ella lo interiorizó, se guardó su deseo para sí misma, y me lo reveló solamente cuando su cabeza ya estaba más llena de certezas que de dudas.

“Ella es Camila”, me dijo una noche en que fui a recogerla al finalizar una de sus clases, al tiempo que rodeaba con uno de sus brazos a una de sus alumnas. Yo la saludé ingenuamente, sin saber todavía lo que entre ellas existía.

Pero Luciana me lo hizo saber de inmediato. Teniéndonos a los dos frente a ella, nos comentó su deseo de realizar un trío. Tanto Camila como yo estuvimos de acuerdo. Me entusiasmé, pues jamás había hecho uno, y más me motivaba la elección que había hecho Luciana.

Camila era una chica relativamente joven, tendría entre 20 y 25 años apenas. Era delgada, de piel blanca, cintura pronunciada, senos pequeños, cabello corto, y un rostro con unos rasgos muy finos y delicados.

Esa misma noche recurrimos a uno de los moteles capitalinos, al Chocolate Sweet más precisamente, donde pretendíamos saciar ese flamante deseo de sexo grupal. 

A pesar de todo el morbo que implicaba esta inédita situación, había algo en mí que no me permitía sentirme tranquilo ¿Por qué Luciana la había escogido precisamente a ella? ¿Se habrían acostado antes?

Y fue entonces que me carcomió la duda, la sospecha y especialmente los celos. Ese viaje de camino al motel, que se supone debió ser un momento de conversación entre dos desconocidos que pretenden conocerse, me tuvo a mí en silencio, retraído y desconfiado. Es que sentir celos no es algo que se produzca solamente hacia otro hombre, sino hacia todo ser que puede robar el cariño de la mujer que amas.

No pude despojarme de mis complejos ni siquiera cuando estuvimos los tres desnudos en aquella habitación. No importaba lo muy atractiva que resultara esta nueva invitada a nuestros coitos, ni el morbo de la situación; para ese momento era poseso de esa amargura tan propia de quien se siente traicionado.

Camila tampoco se mostró entusiasta. Parecía tímida, desconfiada y ciertamente incómoda con mi presencia. La única que disfrutó de la experiencia fue Luciana, que estuvo más activa que nunca. A los dos nos besó, a los dos nos acarició y nos masturbo, y a los dos nos regaló una de sus exquisitas felaciones, pero nada de eso logró que nos desinhibiéramos.

Como Luciana era la intermediara entre Camila y yo, que no éramos más que un par de desconocidos, el polvo se convirtió en una disputa entre ella y yo para gozar de las delicias de Luciana.

Cuando ella le besaba, yo anhelaba besarla, no importaba que yo estuviera entretenido comiéndole su exquisito coño. Igualmente, cuando ella le relamía su exquisita vulva, yo sentía celos de no ser yo quien estuviese en esa posición, a pesar de que yo estuviese besando sus bonitos labios.

Luciana de seguro notó la tensión que existía entre nosotros, y buscando distender las cosas, nos propuso que la primera en ser penetrada fuera Camila. Los dos accedimos, básicamente por complacer a Luciana en su pedido. Camila se puso en cuatro y yo la empotré. Luciana se situó frente a ella y empezó a besarla.

Yo sentí rabia de que Luciana hubiese preferido besarla a ella, y mi manera de expresar mi molestia fue con una penetración brutal, muy poco delicada, como buscando castigar a esta maldita lesbiana por su atrevida intromisión.

Camila había sido fría, desabrida y parca en un comienzo, pero a medida que arremetí a punta de fuertes embestidas, no pudo evitar dejar escapar un par de lamentos.

Luciana no tardó en expresar su deseo por relevar a Camila en aquello de sentir un pene en su interior. Se puso en cuatro y me invitó a penetrarla, estaba empapada.

Fue quizá el mejor momento de la noche, pues una vez más estaba fundiendo mi alma y mi ser con mi amada Luciana. Camila se situó frente a Luciana y empezó a besarla. Quedó de frente a mí, y fue en ese instante donde busque gesticular más que nunca, pues quería hacerle evidente que yo solo gozaba con Luciana, que ella sobraba en nuestra relación.

Sin embargo, cuando me vio algo agitado, se ofreció a relevarme. Luciana propuso que entre ellas se brindaran sexo oral, mientras que yo iba a ser libre de penetrar a cualquiera de las dos.

Así ocurrió, Luciana acomodó su rostro en la entrepierna de Camila, mientras que esta última hizo lo mismo. Opté por penetrar a Luciana, que era quien realmente me interesaba, la dueña de mis fantasías, y de mis orgasmos. Pero viendo que esa noche no era solo mía, me mentalicé en alcanzar el orgasmo lo más pronto posible, para dar por culminada mi participación en aquella relación. Me di el gusto de sacar mi pene de la vagina de Luciana para descargar mi esperma en el rostro de Camila, no porque esto me generara algún tipo de fantasía, sino porque sabía que esto era algo que seguramente le molestaría a la intrusa.

No pasamos la noche en el motel, Camila aún vivía en casa de sus padres y debía llegar a dormir esa noche. Nos ofrecimos a llevarla, en lo que fue un viaje nuevamente silencioso.

Cuando la tercera en cuestión descendió del vehículo, Luciana y yo charlamos, tuvimos aquella conversación que nunca quisimos tener, esa que marcaría el fin de nuestra aventura extramatrimonial.

-       ¿Qué tal, te gustó? – preguntó Luciana

-       ¿Camila?

-       Sí, sí, y el polvo…

-       Es una chica bella sin dudas, pero te soy sincero, no me gustó

-       ¿Por qué?

-       No quiero compartirte con nadie

-       Siempre me has compartido. Cuando me conociste me compartías con mi esposo, y ahora con Camila ¿Cuál es el problema?

-       No lo sé, lo cierto es que no quiero compartirte

-       Pues lo tienes difícil porque yo estoy encantada

-       ¿Disfrutas más con ella?

-       No es eso, son diferentes formas de complacencia

-       Eso es que sí

-       Te digo que no, pero si así fuese ¿Qué pasa? ¿Qué tiene de malo que yo disfrute? ¿Te molesta que yo goce?

-       No. Me molesta que sea otra persona diferente a mí la que te genere ese gozo. Siento que estorbo

-       Pues no es así, ya te digo, son placeres diferentes ¿Tú no disfrutaste con ella?

-       Poco la verdad. Ni una quinta parte de lo que disfruto contigo. Cuando no hay química, no la hay, y punto

-       No pensé que pudieras estar tan lleno de prejuicios, te pareces a Luis Gabriel

-       Bueno, esto ya es el colmo ¿Entonces si no estoy de acuerdo con compartirte es que soy idéntico a tu esposo? Por favor…

-       Mira, yo estoy encantada con esta experiencia. Es algo nuevo para mí, y realmente me ha gustado. Si no vas a ser capaz de tolerar y de compartir mis deseos, lo mejor es que dejemos las cosas aquí

-       Pues la verdad sí. Prefiero dejarte ir antes que compartirte

Llevé a Luciana a su casa, no me importó el conflicto que se pudiese armar al interior de su hogar al llegar a la madrugada en el carro de otro hombre. Estaba cegado por la ira, y tenía asumido que esos eran nuestros últimos instantes juntos. Sabía que después de esto iba a ser difícil que Luciana volviera a dirigirme la palabra.

Ella descendió del vehículo sin pronunciar palabra, de hecho, ni siquiera me miró. Solo bajó, azotó la puerta y se marchó.

 

Capítulo XX: Fiebre de sábado

Y ahí estaba una vez más solo y a mi suerte, y esta vez sí que podía llegar a ser doloroso. No habría un próximo hola, ni ocasión nueva para vernos a los ojos y ser confesos de nuestro deseo mutuo con solo esa mirada, nuestros genitales no volverían a encontrarse, no volverían a sudar y a combinarse cara a cara; eso sí que podía llegar a ser deprimente, de hecho, lo fue, pero siento que logré superarlo más pronto de lo que esperaba. Luego de tanto que amé y desee a Luciana, haberla superado en un abrir y cerrar de ojos era una verdadera muestra de carácter, pues pienso que en otra época de mi vida no habría sido así de fuerte con una pérdida...

 




jueves, 15 de julio de 2021

La profe Luciana (Capítulo XVIII)

 La profe Luciana


Capítulo XVIII: Amantes del nudismo




A ese viaje sí que le sacamos provecho. Volvimos a Bogotá no solo con nuestros deseos satisfechos, sino realmente compenetrados, auténticamente enamorados, despejando cualquier tipo de duda que pudiera sentir el uno por el otro. Tan memorable fue esa escapada, que nos propusimos repetirla por lo menos una vez al mes.

Obviamente no siempre con el mismo destino. También nos dimos el gusto de fugarnos algún fin de semana a una hacienda recóndita en uno de los municipios de nuestro frío altiplano, hicimos turismo aventura en el Eje Cafetero, e hicimos el clásico recorrido de los enamorados por pueblos de arquitectura colonial.

A su marido, Luciana siempre le entregó la excusa de haber sido contratada para dictar un taller de poledance fuera de la ciudad, y aunque poco y nada le creyera, nada podía hacer el frustrado de Luis Gabriel.

Hubo una constante, un común denominador en todos nuestros viajes: Luciana siempre encontró momentos y espacios para andar desnuda, le fascinaba estar de esa manera, y a mí me encantaba verla así. Yo era un poco más pudoroso en ese sentido, y solo le acompañaba en aquello de despojarme de mis prendas al interior de un recinto de carácter privado.

Claro que tal extravagancia terminó inspirándome para proponerle a Luciana un plan que hasta ahora no habíamos explorado en nuestras escapadas, el de conocer una playa nudista.

Ella no solo aceptó, sino que se mostró muy entusiasta cuando le comenté la idea, aunque le pareció un plan difícil de materializar entendiendo que en un país tan tradicional y conservador como el nuestro, era difícil encontrar un destino para tal fin.  

Pensamos que era un plan que solo podíamos llevar a cabo fuera de las fronteras nacionales, pero nos terminamos sorprendiendo al investigar un poco y encontrar que Colombia si cuenta con playas nudistas, aunque legalmente no sean oficializadas como tal.

Compramos nuestros tiquetes con destino a Santa Marta y una vez allí partimos hacia el Parque Nacional Natural Tayrona, pues la playa queda en su jurisdicción.

La playa nudista se llama Boca del Saco, y para llegar allí hay que hacer una extensa caminata al interior del parque, caminata que vale completamente la pena pues se contemplan paisajes naturales únicos y maravillosos.

Boca del Saco cuenta con restaurantes, resorts, y una zona de acampar, no solo por estar tan retirada, sino porque el plan de muchos de sus visitantes es pernoctar allí. La mayoría son extranjeros, pues no son nuestros connacionales de mentalidad muy abierta, ni hace parte el nudismo de algo habitual en nuestra cultura.

La playa te da la bienvenida con un letrero ciertamente intimidante, que te advierte de la peligrosidad del mar en ese lugar recordando que allí han muerto más de cien personas.

Apenas cruzamos el límite demarcado tácitamente por el letrero, Luciana se despojó de sus prendas con total naturalidad, como si viniera anhelando quedar al desnudo desde hace rato. A mí me costó mucho más trabajo, especialmente porque eso de ver a Luciana me causó una erección inmediata. No importaba que la hubiese visto decenas o cientos de veces así, su cuerpo al desnudo siempre fue una inspiración, una tentación para mí.

No pensaba pasearme por aquella playa con una erección, además porque es algo que está mal visto entre sus visitantes. No sé si fue la época del año, o si siempre era así, lo cierto es que en esa ocasión no había muchas personas en Boca del Saco.

Una vez logré controlar mi emoción de ver a Luciana al desnudo, me animé a despojarme de mi ropa. He de confesar que en un comienzo me sentí incómodo, y de alguna manera avergonzado, pero con el paso de los minutos me fui olvidando de tanto pudor y no solo normalicé la situación, sino que la disfruté. Era por lo menos curiosa esa sensación de sentir el sol y la brisa en esas zonas del cuerpo a donde nunca llegan.

Paseamos tomados de la mano a la orilla del mar por un buen rato. Nos cruzamos con una pareja, que prácticamente ni nos determinó, y luego de un buen recorrido por el litoral, regresamos a la zona de acampar.

Entrada la noche nos sentamos a charlar con una pareja de holandeses que venían por cuarta vez a Boca del Saco, decían estar encantados con este lugar, a pesar de que en Europa playas nudistas es lo que hay. En compañía de los holandeses, bebimos una buena cantidad de aguardiente, a pesar de no ser un licor ni del gusto de Luciana ni del mío. Y eso terminó desatando la tensión sexual que habíamos reprimido desde el momento de nuestro ingreso a la playa.

Boca del Saco no es una playa rasa, al contrario, es un ecosistema lleno de vegetación, grandes palmeras por doquier, y una buena cantidad de rocas. De noche es todavía más solitaria que de día, y se convierte en el plan ideal de muchas parejas de enamorados.

Entre esos nosotros, que no solo disfrutamos el hecho de estar desnudos allí, sino que, alterados por los efectos del licor, y asumiendo el deseo mutuo que nos teníamos, nos fuimos detrás de una de las inmensas rocas para desatar nuestras pasiones.

Nos tumbamos en el suelo, supuestamente a ver el firmamento, pero más temprano que tarde estábamos besándonos y acariciando nuestros cuerpos. No nos importó mucho el poder ser escuchados, no fuimos muy cautos ni discretos, es lo que pasa cuando eres víctima de la embriaguez.

El cuerpo de Luciana estaba tibio por eso de haber recibido los rayos del sol directamente durante todo el día, con un ligero sabor a sudor, seguramente a causa de la extensa caminata que tuvimos que hacer para llegar hasta allí. Me encantó saborear sus carnes a esa anómala temperatura.

Me tomé el tiempo suficiente para pasear mi lengua por cada rincón de su cuerpo. Desde sus tobillos hasta su tierna boca, dedicando un considerable periodo a su coño, que estaba tan febril como de costumbre.

Pero no fue solo ella quien disfrutó de las caricias, de los besos y de las lamidas, en esa oportunidad Luciana me deleitó con una de sus exquisitas mamadas. No solo me la chupó, diría más bien que me devoró la verga. No sé porque disfruté tanto de su felación, no sé si fue por aquello de contener y reprimir por tantas horas mi deseo hacia ella. Lo cierto es que así fue.

Y una vez que ella me vio ansioso, que me vio desesperado por penetrarla, me empujó para que todo mi cuerpo quedara recostado en la arena, y acto seguido me montó para ser ella quien tomara las riendas de la situación.

Fuimos ciertamente escandalosos en nuestra fornicación, pero a nuestro favor jugó que en una de las carpas estaban disfrutando de la música a alto volumen. Fue así que gocé el rebote de sus carnes sobre mí cuerpo al ritmo de Jimmy Hendrix, The Doors, Pink Floyd, y un extenso popurrí del rock que marcó la contracultura juvenil de la segunda mitad del Siglo XX.

Me apasioné agarrando a Luciana de sus nalgas para guiar el ritmo de su cabalgata, pues si algo deseaba yo esa noche, era que me azotara con su pubis húmedo.

El coito en Boca del Saco fue una experiencia grandiosa, y fue un abrebocas de un encantamiento por las vivencias de tipo nudista, aunque esto fue algo solamente temporal.

Fue así que nos permitimos explorar más allá, mucho más allá de la experiencia en una playa nudista. Mi temporal apasionamiento por las experiencias al desnudo me llevó a seguir investigando sobre destinos y posibilidades, hasta que me encontré con algo verdaderamente osado, algo que podía superar por lejos lo que hasta entonces habíamos vivido: El Hedonism II All Inclusive Resort.

No le comenté a Luciana los pormenores de ese lugar, solo le aseguré que iba a disfrutar la experiencia. Dedicamos una semana entera a nuestra estancia en ese lugar. Fue un viaje relativamente costoso, pero único en su tipo.

Emprendimos nuestro viaje un jueves. Luciana no sabía nada más allá de que nuestro destino era Jamaica y que estaríamos allí durante toda una semana.

Claro que, con solo llegar al resort, Luciana notó que había algo especial en el lugar. En la recepción nos preguntaron si era nuestra primera vez allí, nos ofrecieron una cerveza, y nos explicaron la particularidad del hotel, que tiene una zona de desnudo opcional y una de desnudo obligatorio. Aunque esta no era la única particularidad del hotel. Tal y como dice su nombre, este es un lugar que apunta a que sus visitantes exploren, a todo momento, cada uno de los placeres de la vida.

Hay comida gourmet prácticamente a toda hora, hay diversos restaurantes que no requieren de reservación, hay igualmente una amplia cantidad de bares que ofrecen los más finos licores, shows nocturnos, fiestas temáticas, fiestas, playa nudista, sauna, cancha de tenis, actividades y clases de buceo y snorkel, en fin, una diversidad de servicios destinados a garantizar el divertimento de sus huéspedes.

Nos condujeron a nuestra habitación, en el sector de desnudo opcional, que casualmente quedaba al extremo de ese sector, colindando con una playa, igualmente de carácter opcional en lo que refiere a desnudos.

La habitación era amplia, luminosa, sin un ápice de polvo o mugre, extremadamente aseada, con una inmensa pantalla plana clavada en una de las paredes, un espejo gigante en el techo, una ducha de hidromasaje, y complementos más tradicionales como el minibar y el secador de pelo; en general era un espacio verdaderamente concebido para conseguir la satisfacción del visitante.

Del hotel nos quedaron varias vivencias, que sinceramente no contaré aquí porque podría dedicar un solo libro a ello. Pero si debo resaltar una situación que partió nuestra relación en dos.

La última de nuestras seis noches en el Hedonism II All Inclusive Resort decidimos pasarla tranquilamente en la habitación del hotel. Compartir un buen coñac y un cigarrito de cannabis, que previamente nos ayudó a conseguir uno de los taxistas de la ciudad de Negril. Estando en esa atmósfera, y con la nostalgia latente por ser nuestra última noche en el lugar, nos entregamos a la pasión una vez más.

Lo hicimos en aquella terraza con vista al mar que tanto nos había encantado. Fumamos el porro allí, igualmente consumimos el vino, nos juramos amor eterno, y nos entregamos a nuestros instintos.

No sé si el cannabis me hacía percibir con más intensidad los sabores del coño de Luciana, lo cierto es que esa noche los sentí más acentuados que de costumbre. Estaba fascinado con ello, con sentirla húmeda, completamente concentrada en disfrutar del paseo de mi lengua por las carnes vivas de su vagina.

La masturbé hasta hacerla retorcer de gozo allí en el suelo. Poco y nada le importó dejarse llevar, gritar y exteriorizar todo el placer que estaba sintiendo. Y eso terminó por atraer curiosos. Realmente solo una sola, una espectadora de lujo, que era nuestra vecina de habitación. Ella salió a su terraza, y desde aquel instante del sexo oral, hasta el final del coito, estuvo allí presente, como espectadora de lujo. No sentimos molestia alguna, pues en nuestros seis días de instancia allí también nos habíamos dado el gusto de ver a otros fornicar. Es que, si te expones al follar, no puedes lamentarte de que haya alguien más observando.

Me puse en pie, tomé a Luciana de las manos y le ayudé a pararse también, y una vez que los dos estuvimos erguidos, saludamos a nuestra espectadora, que no se intimidó al vernos ser conscientes de su presencia allí.

Me senté en una silla e invité a Luciana a que me montara. Así lo hizo. Se acercó a mí, levantó una de sus piernas y condujo mi pene por entre su ardiente vagina. Se meneo lentamente mientras me besaba, siendo este quizá el momento más tierno de todo el coito; fue este un instante de susurros, de intercambios de expresiones de amor, y especialmente de besos, de mordidas de labios y de chupadas de cuello.

Pero Luciana no era precisamente una chica que buscara ternura en sus fornicaciones, o por lo menos no la mayoría de las veces, así que con el paso de los minutos fue desatando ese movimiento cadencioso y brutal tan particular de ella.

Yo me concentré en chupar de sus pezones, en acariciar sus nalgas, y en mirarle a la cara en cuanto me fue posible, pues no siempre lograba la posición ideal para verle esa preciosa carita de viciosa que tanto me excitaba.

Luciana me cabalgó con tal vehemencia, que logró desatar mi orgasmo. Claro que eso no significó el final de nuestra cópula, pues bien sabía yo que Luciana todavía no había sido complacida, y yo no me permitía dejar a mi leal comanditaria de lascivias a medio camino.

Esa descarga al interior de su coño solo implicó eso, un escape de semen que ahora navegaba al interior del vientre de mi exquisita barragana, y otro tanto que escurría hacia afuera.

Eso de verle su coño chorreante podía ponerme una vez más en situación, podía inspirarme cuantas veces fuese necesario para una nueva erección, siempre y cuando el destino fuera ese maravilloso cuerpo.

Al ponernos de pie, notamos que nuestra fiel espectadora estaba aún en su terraza, recostada contra una de las paredes mientras se tocaba, lo hacía silenciosamente, mirando ocasional y discretamente hacia nosotros. Y yo, sabiendo del goce de Luciana por generar deseo en otros, decidí que era hora de follar de frente a esta chica, era hora de complacer los deseos voyeuristas de estas féminas tan liberales.

Apoyé a Luciana sobre una de las barandas de la terraza, justamente para que quedara mirando hacia la terraza de nuestra vecina, le abrí un poco las piernas y conduje una vez más mi miembro erecto por su carnosa y humeante vagina.

La fornicación fue ciertamente extensa. Empezamos una vez más a un ritmo lento y paulatinamente fui incrementando la velocidad de mis embestidas contra mi hermosa Luciana. No podía ver su rostro, pero me lo imaginaba lleno de esos ademanes, de esas muecas tan retorcidas y tan suyas al momento de sentir el gozo. Igualmente, me la imaginaba mirando con lascivia a nuestra espectadora, intercambiando gestos de placer.

Rodee a Luciana con una de mis manos hasta posar el dedo índice en el clítoris. Se lo estimulé simultáneamente con el mete y saca de mi pene por su humanidad. Esto desembocó en uno de sus habituales escapes urofílicos, que no es que fueran escandalosos o abundantes como los que se ven en el porno, pero que si son visibles a simple vista, por lo menos por el rastro que dejan en el suelo.

Luciana además acompañó el escape del mencionado chorro con unos gemidos sonoros, que se fueron diluyendo entre los sonidos de la noche, la playa y el mar.

Cuando eso ocurrió, yo estaba al borde de mi segundo orgasmo de la jornada, y viendo su gozo alcanzado, incrementé rápidamente el ritmo de mis empellones para ponerme a su par. Esa segunda descarga de placer la derramé en su espalda y en sus siempre voluminosas nalgas.

Una vez que eso ocurrió, dejé caer mi torso sobre su espalda, la tomé del rostro delicadamente, lo giré un poco y empecé a besarla.

Nuestra espectadora seguía tocándose en su terraza, sumergida en la búsqueda del clímax, tumbada sobre el piso de madera, con los ojos cerrados, gimiendo sin reparo alguno mientras tocaba su cuerpo con una de sus manos, mientras que con la otra consentía su coñito.

Nos retiramos en silencio de la terraza, como buscando no interrumpir el momento de disfrute de nuestra vecina. Nos dimos un baño, terminamos de alistar nuestras maletas, y nos fuimos a dormir, pues al siguiente día tendríamos una pesada jornada en el regreso a casa.

Capítulo XIX: Nada dura para siempre

A nuestra fiel espectadora no la íbamos a volver a ver nunca más en la vida, pero sería esta experiencia la que iba a terminar marcando un antes y un después en nuestra relación...



La Profe Luciana (Capítulo XXI)

 La Profe Luciana Capítulo XXI: Un baile de Luciana Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me ...