La profe Luciana
Capítulo XIX: Nada dura para siempre
A
nuestra fiel espectadora no la íbamos a volver a ver nunca más en la vida, pero
sería esta experiencia la que iba a terminar marcando un antes y un después en
nuestra relación.
Luciana
quedó satisfecha en su anhelo nudista, pero un nuevo apetito se le despertó a
raíz de nuestra vivencia en el Hedonism
II All Inclusive Resort.
Eso
de ver el gozo de otra mujer, al mismo tiempo que le evidenciaba el suyo, le
generó una obsesión, un vicio a la siempre libidinosa Luciana. Resultó entonces
que desde allí le surgió la curiosidad por acariciar, lamer y sentir un coño
que no fuera el propio.
Claro
que yo no me enteré de inmediato. Ella lo interiorizó, se guardó su deseo para
sí misma, y me lo reveló solamente cuando su cabeza ya estaba más llena de
certezas que de dudas.
“Ella
es Camila”, me dijo una noche en que fui a recogerla al finalizar una de sus
clases, al tiempo que rodeaba con uno de sus brazos a una de sus alumnas. Yo la
saludé ingenuamente, sin saber todavía lo que entre ellas existía.
Pero
Luciana me lo hizo saber de inmediato. Teniéndonos a los dos frente a ella, nos
comentó su deseo de realizar un trío. Tanto Camila como yo estuvimos de
acuerdo. Me entusiasmé, pues jamás había hecho uno, y más me motivaba la
elección que había hecho Luciana.
Camila
era una chica relativamente joven, tendría entre 20 y 25 años apenas. Era delgada,
de piel blanca, cintura pronunciada, senos pequeños, cabello corto, y un rostro
con unos rasgos muy finos y delicados.
Esa
misma noche recurrimos a uno de los moteles capitalinos, al Chocolate Sweet más precisamente, donde
pretendíamos saciar ese flamante deseo de sexo grupal.
A
pesar de todo el morbo que implicaba esta inédita situación, había algo en mí
que no me permitía sentirme tranquilo ¿Por qué Luciana la había escogido
precisamente a ella? ¿Se habrían acostado antes?
Y
fue entonces que me carcomió la duda, la sospecha y especialmente los celos.
Ese viaje de camino al motel, que se supone debió ser un momento de
conversación entre dos desconocidos que pretenden conocerse, me tuvo a mí en
silencio, retraído y desconfiado. Es que sentir celos no es algo que se
produzca solamente hacia otro hombre, sino hacia todo ser que puede robar el
cariño de la mujer que amas.
No
pude despojarme de mis complejos ni siquiera cuando estuvimos los tres desnudos
en aquella habitación. No importaba lo muy atractiva que resultara esta nueva
invitada a nuestros coitos, ni el morbo de la situación; para ese momento era
poseso de esa amargura tan propia de quien se siente traicionado.
Camila
tampoco se mostró entusiasta. Parecía tímida, desconfiada y ciertamente incómoda
con mi presencia. La única que disfrutó de la experiencia fue Luciana, que
estuvo más activa que nunca. A los dos nos besó, a los dos nos acarició y nos
masturbo, y a los dos nos regaló una de sus exquisitas felaciones, pero nada de
eso logró que nos desinhibiéramos.
Como
Luciana era la intermediara entre Camila y yo, que no éramos más que un par de
desconocidos, el polvo se convirtió en una disputa entre ella y yo para gozar
de las delicias de Luciana.
Cuando
ella le besaba, yo anhelaba besarla, no importaba que yo estuviera entretenido
comiéndole su exquisito coño. Igualmente, cuando ella le relamía su exquisita
vulva, yo sentía celos de no ser yo quien estuviese en esa posición, a pesar de
que yo estuviese besando sus bonitos labios.
Luciana
de seguro notó la tensión que existía entre nosotros, y buscando distender las
cosas, nos propuso que la primera en ser penetrada fuera Camila. Los dos
accedimos, básicamente por complacer a Luciana en su pedido. Camila se puso en
cuatro y yo la empotré. Luciana se situó frente a ella y empezó a besarla.
Yo
sentí rabia de que Luciana hubiese preferido besarla a ella, y mi manera de
expresar mi molestia fue con una penetración brutal, muy poco delicada, como
buscando castigar a esta maldita lesbiana por su atrevida intromisión.
Camila
había sido fría, desabrida y parca en un comienzo, pero a medida que arremetí a
punta de fuertes embestidas, no pudo evitar dejar escapar un par de lamentos.
Luciana
no tardó en expresar su deseo por relevar a Camila en aquello de sentir un pene
en su interior. Se puso en cuatro y me invitó a penetrarla, estaba empapada.
Fue
quizá el mejor momento de la noche, pues una vez más estaba fundiendo mi alma y
mi ser con mi amada Luciana. Camila se situó frente a Luciana y empezó a
besarla. Quedó de frente a mí, y fue en ese instante donde busque gesticular
más que nunca, pues quería hacerle evidente que yo solo gozaba con Luciana, que
ella sobraba en nuestra relación.
Sin
embargo, cuando me vio algo agitado, se ofreció a relevarme. Luciana propuso
que entre ellas se brindaran sexo oral, mientras que yo iba a ser libre de
penetrar a cualquiera de las dos.
Así
ocurrió, Luciana acomodó su rostro en la entrepierna de Camila, mientras que
esta última hizo lo mismo. Opté por penetrar a Luciana, que era quien realmente
me interesaba, la dueña de mis fantasías, y de mis orgasmos. Pero viendo que
esa noche no era solo mía, me mentalicé en alcanzar el orgasmo lo más pronto
posible, para dar por culminada mi participación en aquella relación. Me di el
gusto de sacar mi pene de la vagina de Luciana para descargar mi esperma en el
rostro de Camila, no porque esto me generara algún tipo de fantasía, sino
porque sabía que esto era algo que seguramente le molestaría a la intrusa.
No
pasamos la noche en el motel, Camila aún vivía en casa de sus padres y debía
llegar a dormir esa noche. Nos ofrecimos a llevarla, en lo que fue un viaje
nuevamente silencioso.
Cuando
la tercera en cuestión descendió del vehículo, Luciana y yo charlamos, tuvimos
aquella conversación que nunca quisimos tener, esa que marcaría el fin de
nuestra aventura extramatrimonial.
- ¿Qué tal, te gustó? – preguntó Luciana
- ¿Camila?
- Sí, sí, y el polvo…
- Es una chica bella sin dudas, pero te soy sincero, no me gustó
- ¿Por qué?
- No quiero compartirte con nadie
- Siempre me has compartido. Cuando me conociste me compartías con mi
esposo, y ahora con Camila ¿Cuál es el problema?
- No lo sé, lo cierto es que no quiero compartirte
- Pues lo tienes difícil porque yo estoy encantada
- ¿Disfrutas más con ella?
- No es eso, son diferentes formas de complacencia
- Eso es que sí
- Te digo que no, pero si así fuese ¿Qué pasa? ¿Qué tiene de malo que yo
disfrute? ¿Te molesta que yo goce?
- No. Me molesta que sea otra persona diferente a mí la que te genere ese
gozo. Siento que estorbo
- Pues no es así, ya te digo, son placeres diferentes ¿Tú no disfrutaste
con ella?
- Poco la verdad. Ni una quinta parte de lo que disfruto contigo. Cuando
no hay química, no la hay, y punto
- No pensé que pudieras estar tan lleno de prejuicios, te pareces a Luis
Gabriel
- Bueno, esto ya es el colmo ¿Entonces si no estoy de acuerdo con
compartirte es que soy idéntico a tu esposo? Por favor…
- Mira, yo estoy encantada con esta experiencia. Es algo nuevo para mí, y
realmente me ha gustado. Si no vas a ser capaz de tolerar y de compartir mis
deseos, lo mejor es que dejemos las cosas aquí
- Pues la verdad sí. Prefiero dejarte ir antes que compartirte
Llevé
a Luciana a su casa, no me importó el conflicto que se pudiese armar al
interior de su hogar al llegar a la madrugada en el carro de otro hombre.
Estaba cegado por la ira, y tenía asumido que esos eran nuestros últimos
instantes juntos. Sabía que después de esto iba a ser difícil que Luciana
volviera a dirigirme la palabra.
Ella
descendió del vehículo sin pronunciar palabra, de hecho, ni siquiera me miró.
Solo bajó, azotó la puerta y se marchó.
Capítulo XX: Fiebre de sábado
Y ahí estaba una vez más solo y a mi suerte, y esta vez sí que podía llegar a ser doloroso. No habría un próximo hola, ni ocasión nueva para vernos a los ojos y ser confesos de nuestro deseo mutuo con solo esa mirada, nuestros genitales no volverían a encontrarse, no volverían a sudar y a combinarse cara a cara; eso sí que podía llegar a ser deprimente, de hecho, lo fue, pero siento que logré superarlo más pronto de lo que esperaba. Luego de tanto que amé y desee a Luciana, haberla superado en un abrir y cerrar de ojos era una verdadera muestra de carácter, pues pienso que en otra época de mi vida no habría sido así de fuerte con una pérdida...
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