Follé con mi novia, su madre y sus hermanas
Ir a la boda de Laura fue una buena decisión. De verdad
que mi relación con Majo tomó un segundo aire a partir de ese día. Y es que
para Majo solo surgieron buenas noticias desde entonces. Consiguió que
renovarán la beca de sus estudios por un año más, había conseguido un buen
trabajo que alternaba con sus estudios, y su dicha fue mayor cuando se enteró
de que sería tía y veía como de a poco, y con mucho esfuerzo, conseguía que su
relación conmigo se fuera afianzando.
No podía quejarme, el buen estado de ánimo de Majo era contagioso, en serio
que me sentía bastante tranquilo a su lado. En lo personal todo me estaba
saliendo bien, salí de una buena cantidad de deudas y mi desempeño en el
trabajo era notablemente valorado. Solo había algo que me hacía ruido: Laura
iba a ser madre. Pero pronto conseguí que mi cabeza abandonara la tortuosa idea
de que yo tenía que ver con eso. Al final de cuentas, Laura había estado con el
cocinero y supongo que con su esposa ese día. Y quién sabe si con alguien más.
Laura era una fornicaria consagrada.
Como Majo ahora trabajaba, además de estudiar, el
tiempo que teníamos para vernos era limitado. Eso implicaba que cada vez que
nos veíamos teníamos que arreglarnos para hacer de todo; ir a cine, salir a
comer, ir a bailar y por supuesto follar, entre tantas otras cosas. En muchas
de esas citas ni siquiera nos daba tiempo para copular como el par de sátiros
que éramos.
Yo realmente buscaba que los dos la pasáramos bien y, si, por ejemplo,
Majo tenía en sus planes ir a comer, luego ir a jugar pool y finalmente no
quedaba tiempo para una buena culeada, sencillamente lo aceptábamos. De hecho
creo que tener el tiempo tan restringido para vernos nos animó más a buscar
sitios públicos para hacerlo.
Viéndolo del lado amable, fue una muy buena época. A
veces yo la sorprendía en su hora de almuerzo, íbamos al parqueadero donde
dejaba mi auto y allí lo hacíamos. En otras ocasiones iba a buscarla a la
universidad, entraba como invitado y luego buscábamos el sitio que a Majo más
le generaba fantasías. Lo hicimos en salones, por supuesto en la biblioteca,
detrás de unas graderías de una cancha de fútbol, en la misma cancha de fútbol
una vez muy tarde en la noche, en las cocinas de la facultad de gastronomía; en
fin, era un campus enorme, por lo que fueron muchas veces.
Buscábamos darle solución a ese tema, pero la verdad
creo que no era suficiente para ninguno de los dos. Yo permanecía caliente todo
el día pensando en Majo, a veces incluso pensando en visitar a Esperanza, que
estaba siempre dispuesta. Pero luego recapacitaba, no quería meterme en más
problemas. Además que para esta altura de mi relación con Majo, quería que las
cosas fueran bastante serias.
Majo era una mujer bastante caliente.
Supongo que sufriría el mismo tormento de no poder follar tan seguido por falta
de tiempo. Me preguntaba si también pasaba todo el día imaginando cómo
estaríamos fornicando si tuviera tiempo libre; también me preguntaba si se
sacaba las ganas con algún compañero de la universidad o del trabajo, o si solo
llegaba a casa y se las quitaba ella misma.
Una noche que pasé a recogerla de la
universidad me comentó que su familia estaba planeando un paseo para fin de
año. Alquilarían, por un par de semanas, una casa en una de las principales
zonas costeras del país. Yo tenía claro que era la oportunidad perfecta para
recuperar el tiempo perdido con Majo, pero a la vez sabía que era entrar en la
boca del lobo. Tendría que estar por un par de semanas viendo a Majo, su
sensual y madura madre, y especialmente a sus hermanas, que estaban todas para
chuparse los dedos, obviamente después de pasarlos por sus estrechas vaginas. Iba
a ser toda una tentación, de hecho con solo imaginar tener frente a mí a una
sola de estas cinco mujeres en bikini, me hacía empezar a babear.
Pensé por un momento que podría
llegar a ser comprometedor, pero luego lo medité bien. Cada vez que alguna de
ellas se pasee en frente a mí y me caliente, podré buscar a Majo para sacarme
las ganas. Ya me lo imaginaba, volveríamos secos de esas vacaciones. Sin
dudarlo le dije a Majo que iría. Es más, le propuse un trato, le propuse que
los 15 días previos al paseo estuviéramos en abstinencia, nada de sexo, ni de
pajas, de modo que desde el primer día del paseo estuviéramos muy calientes.
Majo pensó que sería divertido y aceptó.
Fueron pasando los días, con ellos
llegó el fin de año y con este el dichoso paseo. Iríamos con los padres de
Majo, su hermana Esperanza y su novio. Sí, para ese momento Esperanza salía con
un pendejito que al parecer tenía mi misma fantasía, follar con todas las
mujeres de esta familia. También iría Laura, qué para ese momento tendría ya
unos seis meses de embarazo, evidentemente iría acompañada de su marido. Y
Karla, la mayor de las hermanas, aquella considera como la joya de la corona
por este humilde y pervertido servidor.
Karla era una mujer rara. A pesar de ser la más linda y
buena, comparada con sus hermanas, e incluso con su madre, jamás andaba con
hombres. Yo, en mis más de tres años de relación con Majo, jamás le había
conocido un novio. Quizás era de esas mujeres que aman el sexo sin compromiso o
quizás era lesbiana, eso yo no lo sabía con certeza. Trabajaba vendiendo
productos de belleza por catálogo, le iba bastante bien, y recuerdo que para
esa época estaba metiendo a Esperanza en el negocio, le enseñaba cómo ser una
vendedora exitosa.
Con Majo y con Laura no se llevaba tan bien como con su
hermana menor. Pero de todos modos eran familia.
Karla iría al paseo sola. Se iría conmigo y con Majo en el auto ya que
era el único que tenía cupo.
Desde nuestra ciudad era un viaje largo, en auto
aproximadamente un día de viaje. Probablemente uno de los días más largos de mi
vida. No sé si Majo había cumplido con los 15 días de abstinencia, pero yo sí.
Estaba a punto de explotar.
Llegamos la noche de un jueves, recuerdo. A eso de las
siete de la noche. Lo primero que hicimos fue dejar los equipajes y luego salir
a buscar un restaurante cercano a la cabaña. Encontramos uno no tan lindo, pero
bueno, era lo que había. Quedaba muy cerca de la playa, cuando llegamos había
mucha gente y cada vez parecía llegar más.
Fue una mala idea cenar allí. Demoraron una eternidad en traer la comida
y mientras tanto yo veía una infinidad de chicas en ropa cortita paseándose por
el restaurante. Era increíble ver como la abstinencia que llevaba conseguía que
me calentara hasta la mujer más fea que había en el lugar. Mientras esperábamos
por la comida, además de calentarme recreando la vista, me iba enfureciendo con
los meseros. Llevábamos una hora allí y aún no habían traído el primer plato.
Estaba muy exaltado. Recuerdo que empezaba a quejarme, a refunfuñar con
todos los que estábamos allí en la mesa. Cuando ya iba subiendo el tono y estaba
próximo a armar un escándalo, Majo empezó a darme suaves y ligeras caricias
sobre el pene, claro está, sobre el pantalón. Ella estaba sentada a mi lado
derecho, a mi izquierda, recuerdo que estaba José, el cornudo esposo de Laura.
José logró ver lo que Majo hacía, y apenas lo notó puso
una gran cara de asombro, luego una actitud de repudio hacia lo que hacía Majo.
Nos miraba despectivamente, como queriéndonos reprochar lo impúdicos que
éramos.
Una vez que terminé de comer, espere a que Majo hiciera
lo mismo. Nos paramos de la mesa y dijimos a todos que volveríamos a la cabaña,
el calor nos sofocaba y queríamos bañarnos. La cabaña de la cual hablo era una
linda casa colonial. Quedaba dentro de un complejo turístico donde se alojaban
muchas familias que venían a pasar las vacaciones de fin de año. Tenía tres
cuartos. En el más grande estarían los padres de Majo, en otro estaría Laura,
su esposo y Karla. En el otro nos quedaríamos Majo y yo, y por supuesto,
tendríamos que compartirlo con Esperanza y su novio.
Finalmente si fuimos a bañarnos, pero fuimos a la
playa. Apenas llegamos vimos que no había gente. Cuando Majo puso un pie en la
arena, se sacó toda la ropa y salió corriendo hacia el mar. Yo pensaba ser más
cauto, pero al ver a Majo correr desnuda no soporté y me fui corriendo tras
ella. Cuando la alcancé, la tomé del brazo y apenas paramos de correr empecé a
besarla. Empecé a mover mis manos por su cuerpo. Creo que no es necesario
explicar que para ese momento ya la tenía dura. Solo quería alzar a Majo, que
ella se colgara de mí y lo hiciéramos de pie mientras las olas del mar nos
llegaban hasta la cintura.
Pero Majo tenía otros planes, quería que cubriera sus senos y su vagina
con arena, como haciéndole un bikini con esta. Una vez que tuviera listo el
dichoso bikini, quería que le quitara la arena de encima con la lengua. No sé
si quería torturarme, yo solo tenía ganas de penetrarla y dejarme el alma en
ello. Me sentía como si fuera la primera vez que me la iba a tirar, esos quince
días me habían hecho bastante daño y ya no soportaba más.
Claro que eso de excitar a Majo a
punta de caricias y lengüetazos en su coño era todo un divertimento para mí.
Accedí entonces a su jueguito, asumiendo que si ya había esperado lo más, podía
esperar lo menos.
Hice algo de trampa, corría algo de la arena con mi
mentón o con mi nariz porque la verdad que tener arena en la boca es una mierda.
Le despejé toda la arena de la vagina, la que tapaba sus senos no me importaba
tanto por ahora, esa la quitaría luego con las manos, cuando Majo estuviera tan
excitada que no le importara el estúpido juego.
Empecé a deslizar mi lengua suavemente por la vagina de Majo, ¡al fin!,
después de largos quince días. Majo empezaba a soltar esos gemiditos cortos y
suavecitos que tanto me gustaban. Luego de un par de minutos explorando la
caliente vagina de Majo con mi lengua, ella me detuvo. Dijo tenerme una
propuesta. “Si te aguantas los quince días del paseo sin follarme, el último
día te entrego mi culo”.
Era tentador. Era quizás lo único que me faltaba probar
de Majo. A esta altura de la relación esperaba que ya me hubiera dejado follarla
por el culo. Pero Majo era muy reservada con su ojal; por lo flaquita que era,
pensaba que su primera vez por el culo sería muy dolorosa. Era absolutamente
tentador. Pero no acepté, no podía pasar un minuto más sin follarla, más si ya
habíamos empezado.
Cuando me negué a su propuesta, pareció molestarse. Se
levantó del suelo, se sacudió la arena que le tapaba los senos y me dio la
espalda. Cuando yo me acerqué a ella para ver que le pasaba, se volteó
rápidamente, me agarró de los hombros y me empujó hacia el suelo. Quedé
sentado, ya sabía que Majo iba a continuar. Se puso de espalda a mí, se agachó
y agarró mi pene entre sus dos manos, lentamente lo metió a su boca y empezó a
rodearlo con su lengua. Fue acomodando su cuerpo de modo que su vagina quedara
en toda mi cara, así nos dimos una mamada mutuamente ¡Que delicia estar de
nuevo saboreando esos jugos sagrados que emanaba su coño!
Las mamadas de Majo son sensacionales. Implicaban siempre el riesgo de
querer correrse en su boca antes de follar, pero no era la forma de terminar
esta ocasión tan especial, además que esto lo disfruto mucho cuando puedo ver
su cara mientras me hace la mamada, pero en esta ocasión lo único que veía era
su rosada concha.
Me contuve para lo realmente bueno y finalmente llegó.
Majo empezó a montarme; parecía iniciar tranquilamente, a un ritmo ligero, muy
lento, pero esa actitud le duró como mucho unos 30 segundos. Luego empezó a
saltar salvajemente sobre mí, comprobé ahí que había cumplido con los quince
días de abstinencia, pues apelando a la verdad, ¡qué manera de follar la de
Majo esa noche! Su coño era una caldera, hervía; no sé si nunca se la había
sentido tan húmeda o si los quince días de no tirar con ella me hicieron
olvidar la calidez de su deliciosa y apretada vagina.
Majo estaba totalmente desatada, brincaba fuertemente, cogía
desesperada, no le importaba la intensidad de sus gemidos, ni el sonido de
nuestros cuerpos al chocar, de hecho, no le importaba si el choque de nuestros
cuerpos le generaba dolor. Majo se movía y se movía, con cada vaivén, yo sentía
a cada segundo que Majo me iba hacer terminar, pero lograba contenerme, quería
que durara un segundo más y uno más y otro, hasta que amaneciera.
Sin embargo, cuando creo estábamos más calientes, en el punto más
álgido, escuchamos un ruido. Y vaya ruido, era mucha gente, venían con tambores
y sonaban desde muy lejos. Majo y yo nos paramos rápidamente y corrimos hacia
el mar. Nos metimos lo suficiente para que nuestras cabezas quedaran por fuera
pero nuestros cuerpos tapados por el agua.
Teníamos muy mala suerte. Para esa época del año se
celebran muchas fiestas, y los residentes de esta ciudad costera acostumbraban
a celebrar en la playa. Majo y yo nos habíamos quitado la ropa a la entrada de
la playa, así que era muy probable que la vieran por ahí botada, pero en caso
de que no la vieran igual nos sería difícil recuperarla ya que tendríamos que
pasar desnudos frente a la multitud.
Pero apenas entramos al agua eso no nos importó mucho,
alcé a Majo dentro del agua y empecé a follarla de nuevo. Majo se colgó de mí
y, ayudados por el turbio movimiento del mar a esa altura de la noche, pasamos
un magnífico momento. Follábamos plácidamente, sintiendo como aumentaba el
placer por el temor de ser descubiertos por la multitud que celebraba en la
playa y además por el movimiento de las olas. Por momentos el agua nos cubría
totalmente, se nos hacía más difícil respirar. Era toda una hazaña. Cuando
sentí que ya no resistía más, hice que Majo me soltara, luego la tome de su
cabeza y la hundí en el agua buscando que su cara quedara a la altura de mi
pene, solté esa tremenda descarga que había guardado por quince días tan solo para
ella. Segundos después Majo sacó su cabeza del agua abruptamente; estaba muy
molesta conmigo. Mi puntería había fallado, el semen no había caído
directamente en su cara, gran parte se fue en el agua y otra tanta cayó en su
hermoso pelo. La abracé y me disculpé. Luego de que aceptó mis sinceras
disculpas, nos abrazamos y nos besamos por un par de minutos.
No sé cuánto tiempo pasamos follando
en el mar, pero lo cierto es que la gente que andaba de fiesta en la playa
seguía allí y parecía no tener ninguna intención de irse pronto. Ni Majo ni yo
teníamos la más mínima idea de cómo escapar de allí. Pasamos un largo rato
planeando formas de salir de allí sin ser vistos, también con la ligera ilusión
de que la gente se marchara pronto y contar con la suerte de encontrar nuestra
ropa al salir. Pero estábamos pidiendo mucho. Los festejos se alargaban y
mientras tanto nosotros empezábamos a sentir, ahora sí, la baja temperatura del
mar a esa hora. Nos abrazábamos para conservar el calor, pero sabíamos que eso
no serviría por mucho tiempo. Viéndonos acorralados decidimos que solo había
una opción. Salir así como estábamos y correr, tratar de ser vistos el menor
tiempo posible.
Estábamos a un par de cuadras de la
cabaña, y asumiendo que ya estaba bien entrada la noche, no habría mucha gente
en las calles. Por lo menos eso fue lo que creímos, y en cierta medida tuvimos
razón, porque más allá de la multitud de la playa, no vimos gente en otro
lugar. Los autos estacionados y los árboles se convirtieron en nuestro
principal escudo, en el refugio momentáneo de nuestros cuerpos desnudos.
Tuvimos que ir pensando en cómo movernos por la ciudad, tras los autos
parqueados en la calle y tras algunos muros o fachadas que nos cubrieran
mientras planeábamos el siguiente lugar para escondernos.
Ver a Majo corriendo desnuda por las calles me hizo calentar, verla dar
saltitos esquivando piedras, quizás basura; en ocasiones exponerme para
cubrirla a ella, cubrir su desnudez que solo yo tenía derecho a admirar,
sentirle el corazón latir muy rápido, sentir su piel sudando cuando juntábamos
nuestros cuerpos detrás de un auto; todo eso me puso muy mal y parece que a
ella también. De hecho, creo que su apetito no había quedado satisfecho con lo
que habíamos hecho en el mar, y esta situación solo hizo aumentar su deseo.
Pero no podíamos exponernos más, no podíamos darnos el lujo de volver a
follar por ahí, en cualquier lado sin siquiera conocer las calles. Al llegar a
casa también sería muy difícil, teníamos que compartir el cuarto con Esperanza
y su novio, y ya tenía bastante claro que Majo tiene cierto recelo de ser
descubierta por su hermana cuando folla.
De todas formas nuestro deseo impúdico iba a quedar
enterrado una vez que regresamos a la cabaña. Las llaves de la misma estaban en
nuestra ropa, que seguía abandonada en la playa. Inspeccionamos si alguna
ventana se había quedado abierta y si era posible entrar por ahí, pero no
contamos con tal fortuna. No nos quedó más alternativa que timbrar, cubrir
nuestros genitales con las manos, y esperar que nos abriera la puerta alguien
diferente a sus padres, pues ese sería el escenario más bochornoso.
Karla fue quien nos abrió. Se quedó mirándonos pasmada, como incrédula
al vernos llegar desnudos. Tanto Majo como yo nos ruborizamos, tratamos de
entrar rápidamente, aunque ya la vergüenza frente a la mayor de sus hermanas
estaba consumada.
No podía dormirme, por mi mente aún pasaban las
imágenes de lo que habíamos acabado de vivir. Recordaba con mucha lujuria los
momentos de placer con Majo en la playa y sumergidos en el mar; también fui
recordando ese momento en que corrí desnudo frente a la multitud, esos cientos
o, quizás, miles de ojos perplejos ante el asombro, acosándonos y detallándonos;
los murmullos que por un momento taparon el sonido de las olas chocando contra
las rocas, los balbuceos de esa multitud que permaneció atónita, perpleja, por
culpa de un par de foráneos que con su inmoralidad había invadido su
celebración. Obviamente tampoco podía olvidarme del bochorno vivido con Karla,
me cuestionaba qué tan discreta podía llegar a ser esta mujer.
Empecé a besarle el cuello y a pasarle mi mano por su vientre. Majo no oponía resistencia alguna, pero cuando mi mano bajaba un poco más, buscando su zona más caliente, me detenía. Sabía que, de permitirme llegar allí, no habría marcha atrás. De un momento a otro se impulsó hasta quedar sentada, me tomó de la mano y salimos de la habitación cautelosamente.
Pensamos ir a la piscina que había en este centro turístico, pero quizás sería demasiado evidente, fue entonces que nos decidimos ir por los lados de las canchas de tenis. Obviamente no follaríamos allí, era campo abierto y por consiguiente éramos más visibles. Además, ya habíamos tenido suficiente de revolcarnos en la arena, y si bien, la cancha no tiene arena si no polvo de ladrillo, es más o menos lo mismo. Por esa zona, al lado de las canchas de tenis, quedaba un pequeño parque, lleno de vegetación; muchas palmeras y matorrales que servirían perfectamente para ocultarse. Ese era nuestro sitio.