martes, 9 de marzo de 2021

Preñé a mi mejor amiga

Preñé a mi mejor amiga


Mirar en retrospectiva es darse la oportunidad de reflexionar y de dimensionar todo lo vivido. Algunos miramos al pasado sin entender todavía lo que ha sucedido, sin asimilar lo que hoy hace parte de la realidad, por incrédula que parezca.

A muchos se les da la oportunidad de copular con su mejor amiga y viceversa, chicas que logran copular con sus mejores amigos, sin que ello termine por afectar la amistad, y están los casos contrarios, en que dichas fornicaciones son el inicio del fin de una amistad que parecía indestructible.

Pero mi caso no es ese. El mío es más bien el de aquel chico que cae en la “friend zone”, lo asume y descarta por completo la posibilidad de tener un romance con esa gran amiga. Era un sentimiento mutuo, pues cuando has sido encasillado así, tiendes a percibir a tu amiga de la misma manera, se pierde el morbo y el deseo.

A Juana la conocí desde niño. Tendríamos unos diez años la primera vez que nos vimos. Compartimos como estudiantes de básica primaria, y luego lo haríamos en la secundaria. En ese periodo forjaríamos las bases de nuestra gran amistad.

Yo me sentí atraído por ella al primer instante, aunque era algo muy inocente, era el típico enamoramiento de niño, que va desapareciendo con el paso de los meses al no verse correspondido.

Luego, en la adolescencia, cuando éramos auténticos amigos, no existía ya enamoramiento, aunque si deseo. Es apenas normal a esa edad, pues atracción se siente casi por cualquiera. Pero yo fui siempre respetuoso de Juana, entendí su posición y asumí la negativa de ver correspondido mi deseo. Claro está que nunca la hice manifiesta, pues prefería mantenerla como amiga. De todas formas, eso no evitó que la mirara en más de una ocasión con ojos lujuriosos, que me percatara de lo mucho que se estaban desarrollando sus senos, que deslumbraban a casi todos los chicos del salón bajo esa ajustada remera blanca que hacía parte de nuestro uniforme.

Y así crecimos. Terminamos la escuela y cada cual tomó su rumbo. Juana consiguió una beca para estudiar relaciones públicas, mientras que yo seguí mis deseos de ser un gran diseñador gráfico.

Seguimos viéndonos en esa época. Claro que ahora limitados por nuestras obligaciones académicas universitarias, nos veíamos ocasionalmente los fines de semana. Pero la pasábamos realmente bien, íbamos de fiesta, o a conciertos, bebíamos, fumábamos porros, charlábamos, y éramos grandes confidentes, más que en cualquier otra época.

Y para ese entonces teníamos más claro que nunca, que entre los dos no existía ningún interés romántico ni carnal. Yo tenía mi novia, ella su novio, y ambos respetábamos a nuestras parejas, es más, tanto su novio como mi novia estaban integrados a nuestro grupo de amigos.

Era difícil que después de casi 15 años de conocernos fuera a pasar algo, pues seguramente los dos lo teníamos descartado. Sin embargo, la vida te da sorpresas, y a nosotros nos dio una de tamaño mayúsculo.

Ocurrió una noche en que nos juntamos en el apartamento de Andrés, el tercer integrante de nuestro inseparable grupo de amigos. Esa vez solo nos encontramos los tres. Compramos unas cervezas y nos sentamos a charlar en la bonita sala del apartamento de Andrés.

Esa noche Juana nos contó de sus planes a corto plazo, pues tan pronto terminara sus estudios universitarios tenía previsto irse a vivir a Finlandia con su novio, que llevaba ya seis meses allí. Tanto Andrés como yo sufrimos una desilusión, pues ambos habíamos forjado grandes lazos de amistad con ella, y entendíamos esto como el principio del fin a una amistad que habíamos consolidado durante largos años.

Pero más allá de lo decepcionante del anuncio de Juana, no podíamos demostrarle algo diferente a felicidad por ella, pues al fin y al cabo eso era lo que ella deseaba.

Aproximadamente a las 11 de la noche Andrés se disculpó con nosotros y pidió permiso para ausentarse, pues su hermana se había accidentado y tenía que ir al hospital para ver cómo estaba. “Están como en su casa”, dijo antes de irse.

Juana y yo continuamos bebiendo por un par de horas más, como pretendiendo esperar a Andrés, aunque él no llegó. Y fue entonces que decidimos acostarnos a dormir.

Juana y yo dormiríamos en el cuarto de invitados, íbamos a compartir cama, aunque no iba a ser la primera vez que eso ocurriera, pues fueron decenas de veces las que dormimos juntos, sin que eso hubiese implicado algo más allá de dormir. Pero esa noche el efecto del licor nos traicionó.

Ella esculcó el armario de Andrés y encontró una camisa que le funcionaba como camisón. Se la puso y se acostó, mientras que yo dormí con ropa.

Tuve problemas de insomnio esa noche, no podía conciliar el sueño, aunque no había un motivo aparente para mi desvelo. Y en medio de mi vigilia, me fue imposible no tentarme con Juana, que dormía dándome la espalda. Me fue inevitable no provocarme de sus nalguitas, que quedaron ciertamente descubiertas con esa camisa.

Juana es una chica realmente bella. Su piel es blanca, de apariencia tersa y delicada. Su cabello es negro, auténticamente oscuro, y corta a la perfección con el blanco de su piel. Habitualmente lo lleva a la altura de sus hombros, aunque en ocasiones se lo he visto más largo y más corto. Sus ojos son igualmente oscuros, grandes, expresivos y dicientes. Sus labios siempre lucen húmedos y rosas, son innegablemente provocativos. Su nariz es respingada, sin imperfección alguna a la vista. Su rostro es de rasgos muy suaves, muy redondos, y se complementa a la perfección con el volumen de sus cachetes, que le dan una cierta apariencia de ternura.

Su rostro es incontrovertiblemente hermoso, aunque su cuerpo es más bien común. Sus piernas son blanquitas y muy suaves, aunque quizá un poco carentes de carne. Sus nalgas igualmente son pequeñas, no muy notorias, aunque de una linda forma redonda, y muy provocativas cuando Juana está empinada. Su cintura está lo suficientemente delineada como para contrastar con el ancho de su pecho y de sus caderas, logrando una provocativa silueta. Su abdomen está en el promedio, no es una tabla demarcada con cuadritos, pero tampoco una masa amorfa; es más bien tentador a la vista, pues habitualmente está recubierto por una de esas ajustadas blusas que Juana suele usar. Sus senos son de admirar, quizá su mayor atributo físico, son macizos, blancos, naturales, suaves al tacto, de gran aureola y pequeño pezón rosa. Son una auténtica exquisitez.

Esa madrugada me fue imposible dejar de fijarme en su tierno culito. No me importaba que lo había visto una y mil veces, casi siempre sin gracia, esa vez sí que la tuvo para mí.

Me aseguré de que Juana estuviese dormida, y luego me animé a sentir por primera vez en la vida esa piel suave y blanca. Por fin luego de tantos años me daba el lujo de tocarla, de sentir sus pequeñas nalgas entre mis manos.

Estaba muy nervioso, a todo momento me aseguraba de constatar que ella siguiera durmiendo. Y al encontrarla profunda, me fui animando cada vez más. Palpé sus bellos pechos por sobre la camisa, eran jugosos, eran suaves, eran tal y como los había imaginado tantas veces.

Bajo el camisón ella solo vestía su ropa interior: una tanga blanca y un sostén del mismo color. La tanga estuvo siempre a la vista, desde aquel momento en que se acostó a dormir quedó visible. El sostén en cambio permanecía oculto bajo esa larga camisa, pero era evidente que lo llevaba, por lo menos así pude constatarlo al momento de tocar sus senos.

Luego me deleité acariciando su vulva aún recubierta por su tanguita. La toqué con mucha delicadeza, con mucha suavidad, pues temía ser brusco y poder despertarla.

Una de mis manos se concentraba en acariciar su vulva, mientras la otra recorría sus piernas. Eran realmente suaves, y a pesar de su delgadez, estaban logrando provocarme una erección digna de rememorar, pues difícilmente me había excitado tanto antes con el solo hecho de acariciar unas piernas.

Juana poco a poco empezó a mojarse. Pude sentirlo a través de su tanguita. Esto solo contribuyó a que mi excitación creciera. Decidí entonces que era hora de sentir esa humedad, ya no a través de la delgada tela de su ropa interior, sino piel con piel.

Deslicé lenta y suavemente su tanguita hacia abajo. Logré quitársela del todo sin que ella despertara. Juana estaba inmersa en un auténtico sueño húmedo, y era yo el gran responsable de que esto fuera así.

Me regocije sintiendo sus carnes ardientes entre mis manos. Me sentí en libertad para introducirle un dedo, y cuando lo saqué recubierto de sus transparentes fluidos, no tuve otra opción que acercar mi dedo a mí nariz para olisquear tan delicioso aroma.

Juana se retorcía, pero no despertaba. Era evidente el gozo que estaba sintiendo con este sueño húmedo, y yo, al verla complacida entre sueños, me vi con vía libre para continuar con mi disfrute.

Fue entonces que puse mi cara a la altura de su coño y empecé a degustar sus sabores. Mi lengua se deslizó suavemente por sobre sus carnosos labios vaginales, e instantes después me iba a permitir separarlos para introducir mi lengua y atragantarme con ese sabor tan único de una apetitosa vagina.

Ella empezó a jadear. Eso me alertó, me hizo creer que había despertado. Alejé mi rostro de su sagrado coño, pero luego constaté que seguía profunda.

Al verla gozosa con el pasaje de mi lengua por sus carnes, me vi con la autonomía y la confianza suficiente para seguir en ello. Solo fui capaz de despegar mi rostro cuando ya estaba lo suficientemente recubierto de sus fluidos, a la vez que mi miembro estaba latente y desesperado por ingresar a tan exquisita vagina.

Fue así que mi pene sintió por primera vez el refugio de sus carnes. El ingreso fue lento y despacioso, no solo buscando no despertarla, sino por lo estrecho de su coño ¡Qué vagina más apretada tenía Juanita!

El ingreso de mi miembro significó su despertar, pues fue a partir de ese momento que ella abrió sus ojos, y aún somnolienta volteó a ver qué era lo que pasaba. “¿Qué haces?”, dijo a ella a modo de reproche sin poder ocultar su disfrute, pues su pregunta estuvo seguida de un par de incontenibles gemidos.

Yo no respondí nada, apenas la miré y continué enterrándole mi miembro viril. Ella tampoco volvió a preguntar, solo se dejó llevar y disfrutó la situación.

Tanto así que pasados unos segundos agarró mis manos entre las suyas para posteriormente posarlas sobre sus senos. Su pequeño pezón podía sentirse erecto a través de la camisa y a través de su sostén.

Me encargué de acariciar esos senos con el decoro y el cariño que merecían. No los estruje vulgarmente, sino que primero los masajee, y luego si los agarré con firmeza.

Me permití bajar mis manos, meterlas por debajo de su camisón, acariciar su abdomen, y subir suavemente por este hasta llegar hasta sus despampanantes pechos ¡Qué trofeo más preciado el que acababa de sostener entre mis manos!

Sinceramente, fue un coito lento, despacioso, para nada brutal o visceral. Esa primera vez a Juana la follé con cariño. Y di en el clavo con ello, pues mi delicada actitud se vio recompensada con sus besos, y con su posterior complacencia para darse vuelta minutos después y follar cara a cara.

Eso fue lo que más me enloqueció. Juana habitualmente era una chica seca, carente de coquetería o insinuaciones. Pero al estar allí inmersa en la pasión conmigo, me reveló una faceta hasta ahora desconocida para mí. Juana no escatimó a la hora de manifestarme lo muy excitada que estaba, o al momento de realizar gestos que delataran su perversión.

Fue exquisito verle sus diversos gestos de bellaca, al igual que fue delicioso escuchar su húmedo pubis chocando contra el mío.

Esa vez tuve la delicadeza de retirar mi miembro al momento del orgasmo. Derramé mi esperma sobre su vientre, y como Andrés no llegaba, nos dimos la libertad de volver a fornicar minutos después.

Y fue entonces que surgió un romance secreto. Solo Juana y yo sabíamos lo que había entre los dos. No se lo contamos a Andrés ni a nadie.

Desde ese entonces siempre que nos dimos cita fue para terminar follando. No importaba si el plan era ir a un concierto, o a un bar, o a un restaurante, o ver una película, o sencillamente reunirnos para charlar, al final siempre terminamos poniendo al día nuestros genitales.

Es que para mí era inevitable dejar pasar la oportunidad de sentir su ajustado coño, ver brincar sus libertinas tetas al ritmo de una feroz cabalgata, o mejor aún, embutirlas entre mis fauces para sentirlas hinchadas y regordetas. Hasta que lo indeseable pasó. Juana quedó embarazada. No supimos cómo, o más bien en cual de todas nuestras fornicaciones, pues siempre tuvimos como ritual aquello de retirar mi pene a última hora para recubrirla con mi esperma. De seguro en alguno de nuestros apasionados coitos, alguna descarga involuntaria e imperceptible desembocó en una fecundación.

 

 



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