Preñé a mi mejor amiga
Mirar en retrospectiva
es darse la oportunidad de reflexionar y de dimensionar todo lo vivido. Algunos
miramos al pasado sin entender todavía lo que ha sucedido, sin asimilar lo que
hoy hace parte de la realidad, por incrédula que parezca.
A muchos se les da la
oportunidad de copular con su mejor amiga y viceversa, chicas que logran
copular con sus mejores amigos, sin que ello termine por afectar la amistad, y
están los casos contrarios, en que dichas fornicaciones son el inicio del fin
de una amistad que parecía indestructible.
Pero mi caso no es ese.
El mío es más bien el de aquel chico que cae en la “friend zone”, lo asume y
descarta por completo la posibilidad de tener un romance con esa gran amiga.
Era un sentimiento mutuo, pues cuando has sido encasillado así, tiendes a
percibir a tu amiga de la misma manera, se pierde el morbo y el deseo.
A Juana la conocí desde
niño. Tendríamos unos diez años la primera vez que nos vimos. Compartimos como
estudiantes de básica primaria, y luego lo haríamos en la secundaria. En ese
periodo forjaríamos las bases de nuestra gran amistad.
Yo me sentí atraído por
ella al primer instante, aunque era algo muy inocente, era el típico
enamoramiento de niño, que va desapareciendo con el paso de los meses al no
verse correspondido.
Luego, en la
adolescencia, cuando éramos auténticos amigos, no existía ya enamoramiento,
aunque si deseo. Es apenas normal a esa edad, pues atracción se siente casi por
cualquiera. Pero yo fui siempre respetuoso de Juana, entendí su posición y
asumí la negativa de ver correspondido mi deseo. Claro está que nunca la hice
manifiesta, pues prefería mantenerla como amiga. De todas formas, eso no evitó
que la mirara en más de una ocasión con ojos lujuriosos, que me percatara de lo
mucho que se estaban desarrollando sus senos, que deslumbraban a casi todos los
chicos del salón bajo esa ajustada remera blanca que hacía parte de nuestro
uniforme.
Y así crecimos.
Terminamos la escuela y cada cual tomó su rumbo. Juana consiguió una beca para
estudiar relaciones públicas, mientras que yo seguí mis deseos de ser un gran
diseñador gráfico.
Seguimos viéndonos en
esa época. Claro que ahora limitados por nuestras obligaciones académicas
universitarias, nos veíamos ocasionalmente los fines de semana. Pero la
pasábamos realmente bien, íbamos de fiesta, o a conciertos, bebíamos, fumábamos
porros, charlábamos, y éramos grandes confidentes, más que en cualquier otra
época.
Y para ese entonces
teníamos más claro que nunca, que entre los dos no existía ningún interés
romántico ni carnal. Yo tenía mi novia, ella su novio, y ambos respetábamos a
nuestras parejas, es más, tanto su novio como mi novia estaban integrados a
nuestro grupo de amigos.
Era difícil que después
de casi 15 años de conocernos fuera a pasar algo, pues seguramente los dos lo
teníamos descartado. Sin embargo, la vida te da sorpresas, y a nosotros nos dio
una de tamaño mayúsculo.
Ocurrió una noche en
que nos juntamos en el apartamento de Andrés, el tercer integrante de nuestro
inseparable grupo de amigos. Esa vez solo nos encontramos los tres. Compramos
unas cervezas y nos sentamos a charlar en la bonita sala del apartamento de
Andrés.
Esa noche Juana nos
contó de sus planes a corto plazo, pues tan pronto terminara sus estudios
universitarios tenía previsto irse a vivir a Finlandia con su novio, que
llevaba ya seis meses allí. Tanto Andrés como yo sufrimos una desilusión, pues
ambos habíamos forjado grandes lazos de amistad con ella, y entendíamos esto
como el principio del fin a una amistad que habíamos consolidado durante largos
años.
Pero más allá de lo
decepcionante del anuncio de Juana, no podíamos demostrarle algo diferente a
felicidad por ella, pues al fin y al cabo eso era lo que ella deseaba.
Aproximadamente a las
11 de la noche Andrés se disculpó con nosotros y pidió permiso para ausentarse,
pues su hermana se había accidentado y tenía que ir al hospital para ver cómo
estaba. “Están como en su casa”, dijo antes de irse.
Juana y yo continuamos
bebiendo por un par de horas más, como pretendiendo esperar a Andrés, aunque él
no llegó. Y fue entonces que decidimos acostarnos a dormir.
Juana y yo dormiríamos
en el cuarto de invitados, íbamos a compartir cama, aunque no iba a ser la
primera vez que eso ocurriera, pues fueron decenas de veces las que dormimos
juntos, sin que eso hubiese implicado algo más allá de dormir. Pero esa noche
el efecto del licor nos traicionó.
Ella esculcó el armario
de Andrés y encontró una camisa que le funcionaba como camisón. Se la puso y se
acostó, mientras que yo dormí con ropa.
Tuve problemas de
insomnio esa noche, no podía conciliar el sueño, aunque no había un motivo
aparente para mi desvelo. Y en medio de mi vigilia, me fue imposible no
tentarme con Juana, que dormía dándome la espalda. Me fue inevitable no
provocarme de sus nalguitas, que quedaron ciertamente descubiertas con esa
camisa.
Juana es una chica
realmente bella. Su piel es blanca, de apariencia tersa y delicada. Su cabello
es negro, auténticamente oscuro, y corta a la perfección con el blanco de su
piel. Habitualmente lo lleva a la altura de sus hombros, aunque en ocasiones se
lo he visto más largo y más corto. Sus ojos son igualmente oscuros, grandes,
expresivos y dicientes. Sus labios siempre lucen húmedos y rosas, son
innegablemente provocativos. Su nariz es respingada, sin imperfección alguna a
la vista. Su rostro es de rasgos muy suaves, muy redondos, y se complementa a
la perfección con el volumen de sus cachetes, que le dan una cierta apariencia
de ternura.
Su rostro es
incontrovertiblemente hermoso, aunque su cuerpo es más bien común. Sus piernas
son blanquitas y muy suaves, aunque quizá un poco carentes de carne. Sus nalgas
igualmente son pequeñas, no muy notorias, aunque de una linda forma redonda, y
muy provocativas cuando Juana está empinada. Su cintura está lo suficientemente
delineada como para contrastar con el ancho de su pecho y de sus caderas,
logrando una provocativa silueta. Su abdomen está en el promedio, no es una
tabla demarcada con cuadritos, pero tampoco una masa amorfa; es más bien
tentador a la vista, pues habitualmente está recubierto por una de esas
ajustadas blusas que Juana suele usar. Sus senos son de admirar, quizá su mayor
atributo físico, son macizos, blancos, naturales, suaves al tacto, de gran
aureola y pequeño pezón rosa. Son una auténtica exquisitez.
Esa madrugada me fue
imposible dejar de fijarme en su tierno culito. No me importaba que lo había
visto una y mil veces, casi siempre sin gracia, esa vez sí que la tuvo para mí.
Me aseguré de que Juana
estuviese dormida, y luego me animé a sentir por primera vez en la vida esa
piel suave y blanca. Por fin luego de tantos años me daba el lujo de tocarla,
de sentir sus pequeñas nalgas entre mis manos.
Estaba muy nervioso, a
todo momento me aseguraba de constatar que ella siguiera durmiendo. Y al
encontrarla profunda, me fui animando cada vez más. Palpé sus bellos pechos por
sobre la camisa, eran jugosos, eran suaves, eran tal y como los había imaginado
tantas veces.
Bajo el camisón ella solo
vestía su ropa interior: una tanga blanca y un sostén del mismo color. La tanga
estuvo siempre a la vista, desde aquel momento en que se acostó a dormir quedó
visible. El sostén en cambio permanecía oculto bajo esa larga camisa, pero era
evidente que lo llevaba, por lo menos así pude constatarlo al momento de tocar
sus senos.
Luego me deleité
acariciando su vulva aún recubierta por su tanguita. La toqué con mucha
delicadeza, con mucha suavidad, pues temía ser brusco y poder despertarla.
Una de mis manos se
concentraba en acariciar su vulva, mientras la otra recorría sus piernas. Eran
realmente suaves, y a pesar de su delgadez, estaban logrando provocarme una
erección digna de rememorar, pues difícilmente me había excitado tanto antes
con el solo hecho de acariciar unas piernas.
Juana poco a poco
empezó a mojarse. Pude sentirlo a través de su tanguita. Esto solo contribuyó a
que mi excitación creciera. Decidí entonces que era hora de sentir esa humedad,
ya no a través de la delgada tela de su ropa interior, sino piel con piel.
Deslicé lenta y
suavemente su tanguita hacia abajo. Logré quitársela del todo sin que ella
despertara. Juana estaba inmersa en un auténtico sueño húmedo, y era yo el gran
responsable de que esto fuera así.
Me regocije sintiendo
sus carnes ardientes entre mis manos. Me sentí en libertad para introducirle un
dedo, y cuando lo saqué recubierto de sus transparentes fluidos, no tuve otra
opción que acercar mi dedo a mí nariz para olisquear tan delicioso aroma.
Juana se retorcía, pero
no despertaba. Era evidente el gozo que estaba sintiendo con este sueño húmedo,
y yo, al verla complacida entre sueños, me vi con vía libre para continuar con
mi disfrute.
Fue entonces que puse
mi cara a la altura de su coño y empecé a degustar sus sabores. Mi lengua se
deslizó suavemente por sobre sus carnosos labios vaginales, e instantes después
me iba a permitir separarlos para introducir mi lengua y atragantarme con ese
sabor tan único de una apetitosa vagina.
Ella empezó a jadear.
Eso me alertó, me hizo creer que había despertado. Alejé mi rostro de su
sagrado coño, pero luego constaté que seguía profunda.
Al verla gozosa con el
pasaje de mi lengua por sus carnes, me vi con la autonomía y la confianza
suficiente para seguir en ello. Solo fui capaz de despegar mi rostro cuando ya
estaba lo suficientemente recubierto de sus fluidos, a la vez que mi miembro
estaba latente y desesperado por ingresar a tan exquisita vagina.
Fue así que mi pene
sintió por primera vez el refugio de sus carnes. El ingreso fue lento y
despacioso, no solo buscando no despertarla, sino por lo estrecho de su coño
¡Qué vagina más apretada tenía Juanita!
El ingreso de mi
miembro significó su despertar, pues fue a partir de ese momento que ella abrió
sus ojos, y aún somnolienta volteó a ver qué era lo que pasaba. “¿Qué haces?”,
dijo a ella a modo de reproche sin poder ocultar su disfrute, pues su pregunta
estuvo seguida de un par de incontenibles gemidos.
Yo no respondí nada,
apenas la miré y continué enterrándole mi miembro viril. Ella tampoco volvió a
preguntar, solo se dejó llevar y disfrutó la situación.
Tanto así que pasados
unos segundos agarró mis manos entre las suyas para posteriormente posarlas
sobre sus senos. Su pequeño pezón podía sentirse erecto a través de la camisa y
a través de su sostén.
Me encargué de
acariciar esos senos con el decoro y el cariño que merecían. No los estruje
vulgarmente, sino que primero los masajee, y luego si los agarré con firmeza.
Me permití bajar mis
manos, meterlas por debajo de su camisón, acariciar su abdomen, y subir
suavemente por este hasta llegar hasta sus despampanantes pechos ¡Qué trofeo
más preciado el que acababa de sostener entre mis manos!
Sinceramente, fue un
coito lento, despacioso, para nada brutal o visceral. Esa primera vez a Juana
la follé con cariño. Y di en el clavo con ello, pues mi delicada actitud se vio
recompensada con sus besos, y con su posterior complacencia para darse vuelta
minutos después y follar cara a cara.
Eso fue lo que más me
enloqueció. Juana habitualmente era una chica seca, carente de coquetería o
insinuaciones. Pero al estar allí inmersa en la pasión conmigo, me reveló una
faceta hasta ahora desconocida para mí. Juana no escatimó a la hora de
manifestarme lo muy excitada que estaba, o al momento de realizar gestos que
delataran su perversión.
Fue exquisito verle sus
diversos gestos de bellaca, al igual que fue delicioso escuchar su húmedo pubis
chocando contra el mío.
Esa vez tuve la
delicadeza de retirar mi miembro al momento del orgasmo. Derramé mi esperma sobre
su vientre, y como Andrés no llegaba, nos dimos la libertad de volver a
fornicar minutos después.
Y fue entonces que
surgió un romance secreto. Solo Juana y yo sabíamos lo que había entre los dos.
No se lo contamos a Andrés ni a nadie.
Desde ese entonces
siempre que nos dimos cita fue para terminar follando. No importaba si el plan
era ir a un concierto, o a un bar, o a un restaurante, o ver una película, o
sencillamente reunirnos para charlar, al final siempre terminamos poniendo al
día nuestros genitales.
Es que para mí era
inevitable dejar pasar la oportunidad de sentir su ajustado coño, ver brincar
sus libertinas tetas al ritmo de una feroz cabalgata, o mejor aún, embutirlas
entre mis fauces para sentirlas hinchadas y regordetas. Hasta que lo indeseable
pasó. Juana quedó embarazada. No supimos cómo, o más bien en cual de todas
nuestras fornicaciones, pues siempre tuvimos como ritual aquello de retirar mi
pene a última hora para recubrirla con mi esperma. De seguro en alguno de
nuestros apasionados coitos, alguna descarga involuntaria e imperceptible
desembocó en una fecundación.