La profe Luciana
Capítulo XVIII: Amantes del nudismo
A
ese viaje sí que le sacamos provecho. Volvimos a Bogotá no solo con nuestros
deseos satisfechos, sino realmente compenetrados, auténticamente enamorados, despejando
cualquier tipo de duda que pudiera sentir el uno por el otro. Tan memorable fue
esa escapada, que nos propusimos repetirla por lo menos una vez al mes.
Obviamente
no siempre con el mismo destino. También nos dimos el gusto de fugarnos algún
fin de semana a una hacienda recóndita en uno de los municipios de nuestro frío
altiplano, hicimos turismo aventura en el Eje Cafetero, e hicimos el clásico
recorrido de los enamorados por pueblos de arquitectura colonial.
A
su marido, Luciana siempre le entregó la excusa de haber sido contratada para
dictar un taller de poledance fuera de la ciudad, y aunque poco y nada le
creyera, nada podía hacer el frustrado de Luis Gabriel.
Hubo
una constante, un común denominador en todos nuestros viajes: Luciana siempre
encontró momentos y espacios para andar desnuda, le fascinaba estar de esa
manera, y a mí me encantaba verla así. Yo era un poco más pudoroso en ese
sentido, y solo le acompañaba en aquello de despojarme de mis prendas al
interior de un recinto de carácter privado.
Claro
que tal extravagancia terminó inspirándome para proponerle a Luciana un plan
que hasta ahora no habíamos explorado en nuestras escapadas, el de conocer una
playa nudista.
Ella
no solo aceptó, sino que se mostró muy entusiasta cuando le comenté la idea,
aunque le pareció un plan difícil de materializar entendiendo que en un país
tan tradicional y conservador como el nuestro, era difícil encontrar un destino
para tal fin.
Pensamos
que era un plan que solo podíamos llevar a cabo fuera de las fronteras
nacionales, pero nos terminamos sorprendiendo al investigar un poco y encontrar
que Colombia si cuenta con playas nudistas, aunque legalmente no sean
oficializadas como tal.
Compramos
nuestros tiquetes con destino a Santa Marta y una vez allí partimos hacia el
Parque Nacional Natural Tayrona, pues la playa queda en su jurisdicción.
La
playa nudista se llama Boca del Saco,
y para llegar allí hay que hacer una extensa caminata al interior del parque,
caminata que vale completamente la pena pues se contemplan paisajes naturales
únicos y maravillosos.
Boca del Saco
cuenta con restaurantes, resorts, y una zona de acampar, no solo por estar tan
retirada, sino porque el plan de muchos de sus visitantes es pernoctar allí. La
mayoría son extranjeros, pues no son nuestros connacionales de mentalidad muy
abierta, ni hace parte el nudismo de algo habitual en nuestra cultura.
La
playa te da la bienvenida con un letrero ciertamente intimidante, que te
advierte de la peligrosidad del mar en ese lugar recordando que allí han muerto
más de cien personas.
Apenas
cruzamos el límite demarcado tácitamente por el letrero, Luciana se despojó de
sus prendas con total naturalidad, como si viniera anhelando quedar al desnudo
desde hace rato. A mí me costó mucho más trabajo, especialmente porque eso de
ver a Luciana me causó una erección inmediata. No importaba que la hubiese
visto decenas o cientos de veces así, su cuerpo al desnudo siempre fue una
inspiración, una tentación para mí.
No
pensaba pasearme por aquella playa con una erección, además porque es algo que
está mal visto entre sus visitantes. No sé si fue la época del año, o si
siempre era así, lo cierto es que en esa ocasión no había muchas personas en Boca del Saco.
Una
vez logré controlar mi emoción de ver a Luciana al desnudo, me animé a
despojarme de mi ropa. He de confesar que en un comienzo me sentí incómodo, y
de alguna manera avergonzado, pero con el paso de los minutos me fui olvidando
de tanto pudor y no solo normalicé la situación, sino que la disfruté. Era por
lo menos curiosa esa sensación de sentir el sol y la brisa en esas zonas del
cuerpo a donde nunca llegan.
Paseamos
tomados de la mano a la orilla del mar por un buen rato. Nos cruzamos con una
pareja, que prácticamente ni nos determinó, y luego de un buen recorrido por el
litoral, regresamos a la zona de acampar.
Entrada
la noche nos sentamos a charlar con una pareja de holandeses que venían por
cuarta vez a Boca del Saco, decían
estar encantados con este lugar, a pesar de que en Europa playas nudistas es lo
que hay. En compañía de los holandeses, bebimos una buena cantidad de
aguardiente, a pesar de no ser un licor ni del gusto de Luciana ni del mío. Y
eso terminó desatando la tensión sexual que habíamos reprimido desde el momento
de nuestro ingreso a la playa.
Boca del Saco
no es una playa rasa, al contrario, es un ecosistema lleno de vegetación,
grandes palmeras por doquier, y una buena cantidad de rocas. De noche es
todavía más solitaria que de día, y se convierte en el plan ideal de muchas
parejas de enamorados.
Entre
esos nosotros, que no solo disfrutamos el hecho de estar desnudos allí, sino
que, alterados por los efectos del licor, y asumiendo el deseo mutuo que nos
teníamos, nos fuimos detrás de una de las inmensas rocas para desatar nuestras
pasiones.
Nos
tumbamos en el suelo, supuestamente a ver el firmamento, pero más temprano que
tarde estábamos besándonos y acariciando nuestros cuerpos. No nos importó mucho
el poder ser escuchados, no fuimos muy cautos ni discretos, es lo que pasa
cuando eres víctima de la embriaguez.
El
cuerpo de Luciana estaba tibio por eso de haber recibido los rayos del sol
directamente durante todo el día, con un ligero sabor a sudor, seguramente a
causa de la extensa caminata que tuvimos que hacer para llegar hasta allí. Me
encantó saborear sus carnes a esa anómala temperatura.
Me
tomé el tiempo suficiente para pasear mi lengua por cada rincón de su cuerpo.
Desde sus tobillos hasta su tierna boca, dedicando un considerable periodo a su
coño, que estaba tan febril como de costumbre.
Pero
no fue solo ella quien disfrutó de las caricias, de los besos y de las lamidas,
en esa oportunidad Luciana me deleitó con una de sus exquisitas mamadas. No
solo me la chupó, diría más bien que me devoró la verga. No sé porque disfruté
tanto de su felación, no sé si fue por aquello de contener y reprimir por
tantas horas mi deseo hacia ella. Lo cierto es que así fue.
Y
una vez que ella me vio ansioso, que me vio desesperado por penetrarla, me
empujó para que todo mi cuerpo quedara recostado en la arena, y acto seguido me
montó para ser ella quien tomara las riendas de la situación.
Fuimos
ciertamente escandalosos en nuestra fornicación, pero a nuestro favor jugó que
en una de las carpas estaban disfrutando de la música a alto volumen. Fue así
que gocé el rebote de sus carnes sobre mí cuerpo al ritmo de Jimmy Hendrix, The
Doors, Pink Floyd, y un extenso popurrí del rock que marcó la contracultura
juvenil de la segunda mitad del Siglo XX.
Me
apasioné agarrando a Luciana de sus nalgas para guiar el ritmo de su cabalgata,
pues si algo deseaba yo esa noche, era que me azotara con su pubis húmedo.
El
coito en Boca del Saco fue una
experiencia grandiosa, y fue un abrebocas de un encantamiento por las vivencias
de tipo nudista, aunque esto fue algo solamente temporal.
Fue
así que nos permitimos explorar más allá, mucho más allá de la experiencia en
una playa nudista. Mi temporal apasionamiento por las experiencias al desnudo
me llevó a seguir investigando sobre destinos y posibilidades, hasta que me
encontré con algo verdaderamente osado, algo que podía superar por lejos lo que
hasta entonces habíamos vivido: El Hedonism
II All Inclusive Resort.
No
le comenté a Luciana los pormenores de ese lugar, solo le aseguré que iba a
disfrutar la experiencia. Dedicamos una semana entera a nuestra estancia en ese
lugar. Fue un viaje relativamente costoso, pero único en su tipo.
Emprendimos
nuestro viaje un jueves. Luciana no sabía nada más allá de que nuestro destino
era Jamaica y que estaríamos allí durante toda una semana.
Claro
que, con solo llegar al resort, Luciana notó que había algo especial en el
lugar. En la recepción nos preguntaron si era nuestra primera vez allí, nos
ofrecieron una cerveza, y nos explicaron la particularidad del hotel, que tiene
una zona de desnudo opcional y una de desnudo obligatorio. Aunque esta no era
la única particularidad del hotel. Tal y como dice su nombre, este es un lugar
que apunta a que sus visitantes exploren, a todo momento, cada uno de los
placeres de la vida.
Hay
comida gourmet prácticamente a toda hora, hay diversos restaurantes que no
requieren de reservación, hay igualmente una amplia cantidad de bares que
ofrecen los más finos licores, shows nocturnos, fiestas temáticas, fiestas,
playa nudista, sauna, cancha de tenis, actividades y clases de buceo y snorkel,
en fin, una diversidad de servicios destinados a garantizar el divertimento de
sus huéspedes.
Nos
condujeron a nuestra habitación, en el sector de desnudo opcional, que
casualmente quedaba al extremo de ese sector, colindando con una playa,
igualmente de carácter opcional en lo que refiere a desnudos.
La
habitación era amplia, luminosa, sin un ápice de polvo o mugre, extremadamente
aseada, con una inmensa pantalla plana clavada en una de las paredes, un espejo
gigante en el techo, una ducha de hidromasaje, y complementos más tradicionales
como el minibar y el secador de pelo; en general era un espacio verdaderamente
concebido para conseguir la satisfacción del visitante.
Del
hotel nos quedaron varias vivencias, que sinceramente no contaré aquí porque
podría dedicar un solo libro a ello. Pero si debo resaltar una situación que
partió nuestra relación en dos.
La
última de nuestras seis noches en el Hedonism
II All Inclusive Resort decidimos pasarla tranquilamente en la habitación
del hotel. Compartir un buen coñac y un cigarrito de cannabis, que previamente
nos ayudó a conseguir uno de los taxistas de la ciudad de Negril. Estando en
esa atmósfera, y con la nostalgia latente por ser nuestra última noche en el
lugar, nos entregamos a la pasión una vez más.
Lo
hicimos en aquella terraza con vista al mar que tanto nos había encantado.
Fumamos el porro allí, igualmente consumimos el vino, nos juramos amor eterno,
y nos entregamos a nuestros instintos.
No
sé si el cannabis me hacía percibir con más intensidad los sabores del coño de
Luciana, lo cierto es que esa noche los sentí más acentuados que de costumbre.
Estaba fascinado con ello, con sentirla húmeda, completamente concentrada en
disfrutar del paseo de mi lengua por las carnes vivas de su vagina.
La
masturbé hasta hacerla retorcer de gozo allí en el suelo. Poco y nada le
importó dejarse llevar, gritar y exteriorizar todo el placer que estaba
sintiendo. Y eso terminó por atraer curiosos. Realmente solo una sola, una
espectadora de lujo, que era nuestra vecina de habitación. Ella salió a su
terraza, y desde aquel instante del sexo oral, hasta el final del coito, estuvo
allí presente, como espectadora de lujo. No sentimos molestia alguna, pues en
nuestros seis días de instancia allí también nos habíamos dado el gusto de ver
a otros fornicar. Es que, si te expones al follar, no puedes lamentarte de que
haya alguien más observando.
Me
puse en pie, tomé a Luciana de las manos y le ayudé a pararse también, y una
vez que los dos estuvimos erguidos, saludamos a nuestra espectadora, que no se
intimidó al vernos ser conscientes de su presencia allí.
Me
senté en una silla e invité a Luciana a que me montara. Así lo hizo. Se acercó
a mí, levantó una de sus piernas y condujo mi pene por entre su ardiente
vagina. Se meneo lentamente mientras me besaba, siendo este quizá el momento
más tierno de todo el coito; fue este un instante de susurros, de intercambios
de expresiones de amor, y especialmente de besos, de mordidas de labios y de
chupadas de cuello.
Pero
Luciana no era precisamente una chica que buscara ternura en sus fornicaciones,
o por lo menos no la mayoría de las veces, así que con el paso de los minutos
fue desatando ese movimiento cadencioso y brutal tan particular de ella.
Yo
me concentré en chupar de sus pezones, en acariciar sus nalgas, y en mirarle a
la cara en cuanto me fue posible, pues no siempre lograba la posición ideal para
verle esa preciosa carita de viciosa que tanto me excitaba.
Luciana
me cabalgó con tal vehemencia, que logró desatar mi orgasmo. Claro que eso no
significó el final de nuestra cópula, pues bien sabía yo que Luciana todavía no
había sido complacida, y yo no me permitía dejar a mi leal comanditaria de
lascivias a medio camino.
Esa
descarga al interior de su coño solo implicó eso, un escape de semen que ahora
navegaba al interior del vientre de mi exquisita barragana, y otro tanto que
escurría hacia afuera.
Eso
de verle su coño chorreante podía ponerme una vez más en situación, podía
inspirarme cuantas veces fuese necesario para una nueva erección, siempre y
cuando el destino fuera ese maravilloso cuerpo.
Al
ponernos de pie, notamos que nuestra fiel espectadora estaba aún en su terraza,
recostada contra una de las paredes mientras se tocaba, lo hacía
silenciosamente, mirando ocasional y discretamente hacia nosotros. Y yo,
sabiendo del goce de Luciana por generar deseo en otros, decidí que era hora de
follar de frente a esta chica, era hora de complacer los deseos voyeuristas de
estas féminas tan liberales.
Apoyé
a Luciana sobre una de las barandas de la terraza, justamente para que quedara
mirando hacia la terraza de nuestra vecina, le abrí un poco las piernas y
conduje una vez más mi miembro erecto por su carnosa y humeante vagina.
La
fornicación fue ciertamente extensa. Empezamos una vez más a un ritmo lento y
paulatinamente fui incrementando la velocidad de mis embestidas contra mi
hermosa Luciana. No podía ver su rostro, pero me lo imaginaba lleno de esos
ademanes, de esas muecas tan retorcidas y tan suyas al momento de sentir el
gozo. Igualmente, me la imaginaba mirando con lascivia a nuestra espectadora,
intercambiando gestos de placer.
Rodee
a Luciana con una de mis manos hasta posar el dedo índice en el clítoris. Se lo
estimulé simultáneamente con el mete y saca de mi pene por su humanidad. Esto
desembocó en uno de sus habituales escapes urofílicos, que no es que fueran
escandalosos o abundantes como los que se ven en el porno, pero que si son
visibles a simple vista, por lo menos por el rastro que dejan en el suelo.
Luciana
además acompañó el escape del mencionado chorro con unos gemidos sonoros, que
se fueron diluyendo entre los sonidos de la noche, la playa y el mar.
Cuando
eso ocurrió, yo estaba al borde de mi segundo orgasmo de la jornada, y viendo
su gozo alcanzado, incrementé rápidamente el ritmo de mis empellones para
ponerme a su par. Esa segunda descarga de placer la derramé en su espalda y en
sus siempre voluminosas nalgas.
Una
vez que eso ocurrió, dejé caer mi torso sobre su espalda, la tomé del rostro
delicadamente, lo giré un poco y empecé a besarla.
Nuestra
espectadora seguía tocándose en su terraza, sumergida en la búsqueda del clímax,
tumbada sobre el piso de madera, con los ojos cerrados, gimiendo sin reparo
alguno mientras tocaba su cuerpo con una de sus manos, mientras que con la otra
consentía su coñito.
Nos
retiramos en silencio de la terraza, como buscando no interrumpir el momento de
disfrute de nuestra vecina. Nos dimos un baño, terminamos de alistar nuestras
maletas, y nos fuimos a dormir, pues al siguiente día tendríamos una pesada
jornada en el regreso a casa.
Capítulo XIX: Nada dura para siempre
A
nuestra fiel espectadora no la íbamos a volver a ver nunca más en la vida, pero
sería esta experiencia la que iba a terminar marcando un antes y un después en
nuestra relación...