jueves, 18 de febrero de 2021

La profe Luciana (Capítulo V)

 La profe Luciana


Capítulo V: “Hongo” out



Al verme cómodo y dichoso sintiendo su calentura a través de la yema de mis dedos, se sintió con la autoridad para lanzar una de sus manos hacia mi miembro. Lo agarró, aún cubierto por el pantalón, palpó toda la zona, y a continuación me deleitó con un profundo beso. Uno realmente extenso. Nos dio tiempo para explorarnos hasta la garganta, nos permitió sentir la sonrisa que se dibujaba en el rostro del otro, al verse irrespetado por una lengua hasta ahora desconocida.

Ella mientras tanto fue desabrochando el cinturón que sostenía mi pantalón. Luego de deshacerse de este, agarró mis pantalones de los costados, con ambas manos, y los bajó de un jalón. De nuevo se puso en pie, me miró a los ojos sosteniendo un gesto de total perversión, y acto seguido lanzó de nuevo su mano a mi pene, que a esa altura de la noche estaba desesperado por ser liberado.

Y si bien su vagina estaba lista para la penetración, decidí postergar ese ansiado momento, pues no me iba a privar de saborear tan tierna vulva. Quería deleitarme con sus fluidos, quería esa zona carnuda y caliente entre mi boca. Además, era un deber devolverle el deleite a Luciana, y de seguro la mejor forma de hacerlo era mediante una buena comida de coño.

Me puse de rodillas y sumergí mi cara en su entrepierna, ella dejó llevar su cuerpo hacia atrás un poco, sus nalgas quedaron de nuevo apoyadas en los ventanales, mientras mi lengua empezaba a dar las primeras probadas a ese suculento coñazo. El ambiente estaba colmado de esa tufarada tan característica del sexo ¡Era todo un deleite, todo un festín!

Sus ojos cerrados y su cabeza ligeramente inclinada hacia atrás eran buena señal, eran un gesto de evidente complacencia en una mujer que tenía idealizada como una experta de las artes amatorias. Poco a poco empezaron a escapar de ella unos soplidos, unas exhalaciones, cada vez más entusiastas y dicientes.

Estuve concentrado en complacerla con mi lengua por un buen rato, lo que se vio interrumpido por un esporádico contacto visual, un instante que me regalé para tomar aire, verle a la cara y apreciar su disfrute. Luciana no permitió que fuera muy extenso, porque de repente bajó mi cabeza agresivamente con una de sus manos mientras dijo “¡Atragántate!”.

Mi cara se enterró de nuevo en su vagina. Yo me ahogaba entre el tufillo y los fluidos cada vez más presentes en los alrededores de su vulva y su entrepierna. No podía ver nada, la escuchaba reír. Me levanté abruptamente, tosí un poco. Tomé aire y la miré al rostro, mientras que ella volvía a reír. 

Nos detuvimos por un instante, para vernos a los ojos y ser cómplices del instante de placer que debíamos compartir. Luciana se dejó caer en el suelo. Se acostó allí, echó su cabeza hacia atrás, cerró sus ojos y abrió sus piernas, invitándome a entrar a tan bienaventurada vagina.

Esculqué mis pantalones con cierto desespero, tomé unos condones que tenía en ellos, y me puse uno.

Fue exquisito ese instante en que mi miembro erecto y desesperado se deslizó por entre su vagina, ella lo acompañó de un gemido cortito pero sonoro.

Estaba anonadado, Luciana rondaba los 40 años, había parido un hijo, había fornicado a lo largo de su vida como Dios manda, pero su coño era increíblemente prieto, estrecho.

El sentir esa vagina apretada y ardiente era complementado con lo insinuante de su rostro, con su lengua jugueteando sobre sus labios, y con su mirada desafiante, atrevida y retadora. “Senda bellaca” dirían los de Plan B si le hubiesen visto esa expresión.

Sus desafiantes gestos funcionaron como incitación, provocaron en mí el deseo de penetrarla con mayor vehemencia. Le empujé mi pene adentro sin contemplación alguna. Con un movimiento lento pero profundo para explorar su ser.

El ritmo fue en aumento, nuestros cuerpos chocaban con agresividad. Se escuchaba fuertemente ese estruendo de nuestra humanidad al encontrarse. Luciana levantaba y estiraba sus piernas en el aire, en un gesto de completa permisividad para hacer de mi miembro viril su invitado de honor.

Sus gemidos eran otro condimento sustancial del exquisito coito que estábamos viviendo. Eran sonoros, desinhibidos, profundos, y por momentos estruendosos, era un completo embeleso.

Sus senitos se movían al ritmo de nuestros zarandeos. ´Lucían inocentes, tiernos y frágiles. Pero sinceramente eran una atracción de segundo plano, pues mi atención se centraba en su rostro, cuyos gestos evidenciaban intensos instantes de placer, de delirio y de éxtasis; Sus ojos perdidos, su boca ligeramente abierta, dispuesta a dejar escapar cuanto gemido e insulto se le antojara a esta veterana de mil guerras; sus labios húmedos y tentadores, y su respiración agitada; eso era lo que realmente me tenía atrapado.

Verla perdida de placer, verla gozar sin vergüenza alguna, sentirle ese coño caliente y ajustado, y escucharla apeteciendo más, provocó ese anhelado estallido de placer, esa descarga retenida por un preservativo al interior de su hirviente vagina.

Pero la fiesta estaba lejos de terminar. A pesar de haber alcanzado el orgasmo, era de mi interés seguir fornicando con esta mujer que me había develado el verdadero sentir del placer. También me sentía en la obligación de seguir brindando placer a Luciana, pues una ocasión tan esperada como esta no podía terminar en un simple orgasmo.

Ella comprendiendo que me había hecho alcanzar mi primer orgasmo de la noche, le propuse un pequeño descanso, el cual utilizaría para complementar el festín hedonista.

-       No te molesta que fume marihuana, ¿verdad?  - preguntó Luciana en el entretiempo de nuestros coitos

-       No, para nada

-       ¿Tú quieres?

-       Mmm, bueno, sí, un poco

Pero no terminó siendo un poco. Luciana sacó una pipa y la rellenó de hierba. Fumó de ella, la limpió y volvió a llenarla. Ahora era mi turno.

Fue algo que me pudo haber jugado en contra, que me puso extremadamente nervioso, pues he de confesar que hasta ese entonces nunca había follado bajo los efectos del THC. De hecho, había fumado marihuana alguna vez en mi vida, pero para ese entonces era un antiguo recuerdo.

Ella limpió la pipa, la volvió a rellenar y volvió a fumar, mientras expresaba lo mucho que disfrutaba del sexo estando bajo los efectos del cannabis.

Poco a poco empecé a perderme en sus palabras. Se me hacía complejo concentrarme en lo que me decía.

Lo que si recuerdo a la perfección es que recuperé el deseo antes de lo que esperaba, pues fue cuestión de concentrarme en su cuerpo desnudo para volver a tener mi miembro erecto.

Luciana, al verme listo para continuar la faena, se recostó contra uno de los ventanales y me invitó a follarla allí, mientras veíamos la vida pasar bajo nosotros, a la vez que podríamos ser vistos por algún curioso del sector. “No sé si te lo dije, pero sentirme deseada es algo que me calienta sobremanera. Me gusta en exceso que me vean, que fantaseen conmigo, que me deseen… ha de ser por eso que estoy aquí contigo, que accedí a tu pedido, pues, sinceramente, me hiciste calentar ese día en mi despacho con tus miradas lujuriosas y con tus palabras insinuantes”, dijo Luciana estando ya apoyada contra los cristales mientras que yo forraba de nuevo mi miembro erecto bajo el látex protector del preservativo.

Verla allí, apoyando sus senos y su rostro contra los cristales, mientras sus nalgas expuestas se contoneaban levemente, me sacó de quicio, me generó un apetito que solo podía saciarse sintiendo de nuevo el calor de su humanidad.

La penetré, asegurándome de que mis movimientos no fueran demasiado bruscos, pues no tenía la certeza de que tanto peso podría soportar el ventanal. Me era difícil controlar el deseo de penetrarla con vehemencia, pues tenerla allí, impúdica ante los ojos de la ciudad, era algo que poco a poco me iba haciendo perder la cabeza.

Su rostro, a pesar de estar apoyado sobre uno de sus costados contra la ventana, me permitía ver algunos de sus gestos placenteros e insinuantes. Me atreví a buscar sus labios con los míos, a saciar esa sed de besarla desaforadamente.

Si bien el primer coito había sido digno de enmarcar, la sensación que me estaba generando este segundo encuentro era todavía mejor. Los efectos del THC me hicieron dimensionar de otra manera el sentir de sus carnes, el mismísimo ardor de su coño, además de hacerme sentir que el polvo fue mucho más largo de lo que verdaderamente fue.

Pasé mis brazos bajo los suyos y formé un arco con los mismos, como pretendiendo hacerle una llave de lucha, que me otorgara el total dominio de la situación.

Habiéndome adueñado de su movilidad, la hice despegarse del ventanal, para penetrarla aún de pie y recorriendo la habitación, al ritmo de empellones desesperados.

Era todo un espectáculo aquello de caminar por la extensa habitación sin haber dejado de penetrarla en un solo momento. Ella me alentaba a no detenerme, a penetrarla cada vez más duro.

Tal fue el descontrol que llegó un momento en que terminamos cayendo sobre la cama. Ella apoyó rodillas y manos sobre el colchón, y una vez más me invitó a penetrarla, aunque con una frase que me marcó para siempre, pues nunca podré olvidar la perversión del gesto con la que lo acompañó, y mucho menos la esencia de la misma: “métemela sin ‘hongo’”.

Quedé desconcertado ante su pedido. Luciana me estaba pidiendo follar al natural, a pelo, algo que sinceramente no había imaginado ni en la más optimista de mis fantasías.

Fue todo un delirio sentir piel con piel, carne con carne, vivir ese instante maravilloso de mi pene ingresando en su caliente coño.

Sus gemidos acompañaron la ya de por sí maravillosa faena. Luciana estaba extasiada, y ese estado de euforia y descontrol la llevo a la completa desinhibición. Los gritos y los insultos se hicieron más frecuentes de su parte, mientras que yo me reprimía para no terminar antes de tiempo.

Estando ella todavía en cuatro, la agarré del pelo y la jaloné hacia mí. Su espalda se recargo contra mi pecho, mientras que la intensidad con que sus nalgas rebotaban contra mi pubis era cada vez mayor.

Pude rodearla con uno de mis brazos para sentir una vez más sus exquisitos senos, para tomar de nuevo entre mis manos esos bellos pezones rosa.

Luciana dejó caer su cabeza sobre uno de mis hombros, permitiéndome apreciar una vez más sus gestos de disfrute, y dejando a mi alcance la posibilidad de saborear su boca.

Luciana era una mujer de tomar constantemente la iniciativa. En gran parte del coito fue ella quien marcó el ritmo de los movimientos, y cuando fui yo el protagonista, ella orientó mis movimientos con su voz, con sus órdenes, se convirtió en la directora de orquesta de un coito que desencadenaría en un húmedo orgasmo de su parte.

Para mí fue simplemente maravilloso el hecho de ver sus piernas descontroladas, presas de movimientos involuntarios, de espasmos que reflejaban su alto estado de excitación. Pero lo que especialmente me llevó al delirio fue sentir y ver la humedad proveniente de su coño, que recorrió sus piernas cuesta abajo y que terminó humedeciendo las sábanas y el colchón en el que dormiríamos minutos después.

Una vez consciente de su satisfacción, me di la libertad de alcanzar mi orgasmo, de rellenarle ese coño tan hambriento de esperma.

La besé al término de nuestro encuentro carnal, beso que ella correspondió, pero que segundos después minimizó diciéndome que lo nuestro había sido solo sexo, que no había espacio ni tiempo para el enamoramiento.

Asentí con la cabeza, le otorgué la razón, sin saber que era tarde para reprimir ese sentir. Para ella había sido solo sexo, para mí había sido el renacer de un sentimiento que hace años no se había hecho presente en mí.

Capítulo VI: ‘Sexting’ a los 40

Al día siguiente despertamos aproximadamente a las nueve de la mañana. El olor a sexo reinaba en el ambiente, mientras nuestros cuerpos desnudos y sudorosos seguían todavía entrelazados. Yo estaba poseído por aquel deseo de recargar mis testículos con sus fluidos vaginales, pero Luciana tenía otros planes. La velada de sexo desenfrenado había terminado y ahora cada cual debía volver a casa...


Follé con mi novia, su madre y sus hermanas (Capítulo I)

 Follé con mi novia, su madre y sus hermanas



Capítulo I: Calenturas de una chica delgada


Una tarde como cualquier otra decidí pasarme por el apartamento de Majo, mi novia de ese entonces. De camino le compré unas flores y una botella de vino. Planeaba llegar de sorpresa y pasar una tarde, y quizás noche, tranquila en su apartamento. 

 

Cuando empezamos a salir, los dos teníamos 20 años. El primer año de relación fue algo de lo habitual, mucho cariño y amor en un principio, y luego peleas ocasionales, pero sin perder nunca la pasión por el otro. Debo confesarles la verdad, Majo no era la mujer más atractiva que existe, ni está, ni estará cerca de serlo. Su cara es preciosa, muy finita, de ojos grandes y de un verde intenso, como la morralla de la esmeralda. Una nariz elegante, fina, como mandada a tallar; sus labios no eran ni gruesos ni delgados, estaban en un punto medio en lo que refiere al tamaño, pero siempre lucían de un hermoso color rosa, además de dar esa sensación de constante humedad. Su sonrisa era el complemento ideal a esa boca provocativa, era sencillamente perfecta. Su pelo era largo, negro, (ocasionalmente teñido de rubio) habitualmente liso y sedoso, contrastaba perfectamente con su blanco y elegante rostro. 

 

Hasta ahí todo perfecto con su apariencia, pero solo bastaba con bajar un poco la mirada para decepcionarse. Majo era excesivamente delgada, difícilmente superaría los 40, o como mucho, los 42 kilos. Sus senos eran dos pequeñas pelotitas decoradas a la perfección con esos pezones rosas, sinceramente casi inexistentes.

 

Por su extrema delgadez su cintura era casi imperceptible. A esto ha de sumarse que sus caderas no eran generosas en tamaño, lo que hacía resaltar todavía menos la curvatura de su cintura. Su abdomen era plano y marcado, el mejor atributo de todo su cuerpo, sin duda alguna.

 

Sus piernas eran dos delgados tubos que para muchos de mis amigos solo generaban lástima. A mí, por el contrario, me calentaban. Debo decir que me calientan casi todas las mujeres, pero tengo una extraña fijación con las flacas. No es para menos, pero las mujeres delgadas dan una sensación de mayor dominio en la cama, son de alguna manera más fáciles de manipular en medio del coito, sin llegar a mencionar lo ajustado de su coño, que es casi que una regla en toda chica de escazas carnes.

 

Su culito tampoco era descollante, pero no puedo minimizarlo, pues fue mucho lo que lo disfruté a lo largo de estos años. Era pequeño, pero su redondez era perfecta. No era generoso en carnes, pero era totalmente tentador con su extrema blancura.

 

Todas las carencias que tenía Majo en su cuerpo las equilibraba con su forma de follar. Era una mujer muy caliente, su apetito sexual era constante e insaciable. Además, tenía dos grandes ventajas, ante ese cuerpo que fue pocamente dotado por la naturaleza. Al ser tan delgada, la contracción de los músculos de su vagina, se sentía como una especie de abrazo estrangulador contra cualquier pene que osara explorarla, para ese entonces el mío, ¡qué fortuna! El complemento eran esos gestos de deleite enmarcados por un rostro más que hermoso; lo expresivo de sus ojos, sus labios tentadores, e incluso su voz semironca, que hacía todavía más exquisito el coito con una flaca que todos creían desgraciada.

 

Toqué el timbre de su apartamento y fue ella misma quien me atendió. Me hizo pasar, nos saludamos con un gran beso, charlamos por un rato. Para esa época Majo vivía con sus padres, su hermana menor y una de sus hermanas mayores, la otra vivía en su propio apartamento.

 

Entre todas tenían un gran parecido, menos la que no vivía allí. Esa tarde estaban en casa sus padres y su hermana menor; se alistaban para salir de viaje, Majo no iría porque implicaría invitarme, y como yo había llegado por sorpresa, quedaba en el olvido la idea de hacerlo.

 

A última hora Esperanza, la hermana menor, dijo a sus padres que se sentía mal, que tenía un fuerte dolor de estómago, por lo que prefería quedarse en casa. Por supuesto sus padres no pusieron mayor objeción y endilgaron a Majo el cuidado de su hermana menor. Sería entonces un paseo romántico para los padres de Majo, se irían solo los dos y con seguridad aprovecharían para desfogar todos sus deseos. Aún sin tenerlo muy claro, eso me generaba algo de rabia. No podía soportar el hecho de tener que enterarme que se iban a coger a María José, la madre de Majo.

 

Yo amaba a Majo, por lo que hasta ese entonces jamás la había traicionado, claro que tenía muchas fantasías con otras, entre esas su madre; anhelaba poseer esas carnes vetustas, sentir ese coño que habría peleado mil y un batallas, más teniendo en cuenta que había parido a cuatro hijas. Pero era solo eso, solo fantasías.

 

Se hizo de noche y yo aún estaba en casa de Majo, pedimos una pizza a domicilio y teníamos como plan ver alguna película, luego a dormir. Los dos sabíamos que íbamos a terminar follando, pero tendríamos que esperar un rato largo mientras Esperanza se dormía.

 

Esperanza no era una niña pequeña, tan solo era un par de años menor que Majo. No sé por qué, pero a Majo le daba pena ser descubierta por su hermana mientras tenía sexo. Me hago la pregunta es porque con Majo follábamos en casi cualquier lugar, la adrenalina de ser atrapados era una de las grandes motivaciones de Majo para calentarse. Por eso no entendía cuál era el problema de que su hermana quizás nos oyera mientras lo hacíamos. 

 

Decidimos entonces ver si estaban dando alguna película buena en la televisión, Al no encontrar nada interesante, hicimos un pago por ver. Elegimos una llamada Noche de miedo, que, por cierto, les recomiendo que no vean jamás, es de las películas patéticas y mal hechas que he visto en la vida.

 

La película era mala, Majo lo sabía, pero trataba de concentrarse en ella porque podría mejorar. Yo me concentré en pasarla bien con ella. Poco a poco fuimos pasando de unos inocentes besos a un acalorado momento en el que yo le pasaba mi lengua desde su cuello hasta el borde de sus senos. La besaba con pasión y le acariciaba desde su espalda hasta su culo. Hasta ese entonces seguíamos vestidos. 

 

Majo estaba notablemente contenida, habitualmente ya me tendría el pene afuera y estaría dando unos pequeños toques con la punta de su lengua. Pero esa noche no, insistía en que debíamos esperar y asegurarnos de que Esperanza estuviera dormida. Yo no podía esperar más, Majo me había acostumbrado a desearla y a tenerla, así que por más que ella insistió en esperar un rato, yo no quise.

 

Seguí besándola y tocándola, Majo me decía que no con sus palabras, pero sus gestos me decían que siguiera. Yo sabía que Majo estaba caliente y que tarde o temprano cedería a la presión de sus deseos.

 

Seguí besándole el cuello por un buen rato, al mismo tiempo levanté su camisa y empecé a tocar suavemente sus pequeños senos. Eran diminutos, pero como me gustaba ponerlos en mi boca. Mientras lo hacía, Majo cerraba sus ojos, dejaba caer su cabeza hacia atrás y disfrutaba del momento. Yo, siendo un adicto a su cara, buscaba mantener mi mirada en ese punto; sin embargo, por el rabillo del ojo alcancé a ver que Esperanza nos miraba desde el pasillo que conduce a las habitaciones. Estaba allí asomando nada más la mitad de la cara, viendo todo lo que hacíamos.

 

Esperanza se dio cuenta de que yo la había visto. Aun así, no le importó, siguió parada allí observando. Yo no sabía qué hacer porque apenas la vi, sentí un escalofrío que me bajaba por la espalda, podíamos estar en problemas; Esperanza nos había descubierto y quizás el recelo de Majo por ser descubierta tenía algún fundamento. Me quedé observándola entonces para ver que reacción tenía, permaneció allí, inmóvil; por ratos se dibujaba una pequeña sonrisa en su rostro mientras mantenía fija su mirada en nosotros. Alternaba su sonrisa con el gesto de apretar su labio inferior con sus dientes. Al ver que solo estaba saciando su sed de curiosidad, morbo y perversión, entendiendo que no haría nada; continué mi trabajo con Majo, claro, ocasionalmente desviaba mis ojos buscando saber que andaba haciendo la "pequeña" Esperanza. 

 

Poco a poco empecé a bajar con mi boca desde los senos de Majo hacia su abdomen y luego lentamente empecé a bajar su pantalón. Majo se estaba dejando llevar, no oponía resistencia, es más, manejaba mi cabeza con sus manos, pidiendo que no me detuviera mientras jugaba con mi lengua en su pubis.

 

Majo estaba absolutamente concentrada en disfrutar, al punto que se olvidó del carácter prohibitivo que tenía la situación. Se dejó llevar. Su respiración se agitó, pero cuando dejó escapar un par de gemidos, supo que era el momento de parar. Ahí mismo fue consciente de que su hermana podría encontrarnos.

 

Pero Majo no podía quedarse con las ganas. Ya estando tan caliente era inconcebible no terminar la noche con un buen polvo.

 

Como la situación estaba dada y solo debía asegurarse de que su hermana estuviera dormida, me detuvo y me lo dijo suavecito al oído. Iría sigilosamente, como quien hace algo prohibido, a revisar si Esperanza dormía, una vez que confirmara esto, iríamos a su habitación a terminar lo que habíamos empezado en la sala.

Majo subió su pantalón y tapó sus senos con su camisa nuevamente, se pasó la mano por la cabeza buscando peinar su pelo. Esperanza no había podido escuchar el plan de Majo porque me lo había susurrado, pero apenas la vio vestirse y arreglarse supo que tenía que huir.

 

Majo se puso de pie y sin hacer mucho ruido se acercó al cuarto de Esperanza. Allí la encontró, dormida bajo las cobijas. Majo volvió buscando guardar silencio para avisarme que teníamos vía libre para follar. Fuimos a su cuarto y cerramos la puerta buscando así guardar el mayor silencio posible.

 

Empezamos a besarnos con mucho ahínco, con cierto desespero. Nuestras manos se enredaban en nuestros cuerpos mientras nos besábamos. La dejé caer sobre la cama y empecé a besarla en su abdomen, mientras tanto fui desabrochando su pantalón. Majo se derretía de placer mientras yo volví a besarle su entrepierna.

 

Estuve jugando nuevamente un rato a pasarle mi lengua por ahí, hasta asegurarme de que Majo estuviera lo suficientemente mojada. Debo confesarles que darle sexo oral a Majo era una de mis grandes fascinaciones. Sentirla lubricar, percibir el incremento en el ardor de su coño, y especialmente saberla caliente y desatada me hacía perder la cabeza. 

 

Majo ahora, manifestaba su placer con mayor comodidad. Sus gemidos se hacían cada vez más presentes y más sonoros, claro que hasta ese momento trataba de ser prudente con el ruido.

 

Una vez que vi a Majo ahí tendida sobre la cama, poseída por la lujuria y el placer me dispuse a penetrarla. A follarla con furia, salvajemente, como merecía ser follada. Siempre eran una odisea esos primeros minutos en que la penetraba; debido a lo estrecho de su coño. Mi pene tenía que entrar lentamente, deslizarse con delicadeza en su rosada y caliente vagina. Era algo que me calentaba hasta más no poder; todo el preámbulo era como subirse a una montaña rusa y permanecer guardando la tensión hasta que el carrito llega a la cima, el momento en que la penetraba era como esa primera caída que incrementa los niveles de adrenalina hasta límites inimaginables. Hoy, mirando al pasado y recordando esos tiempos, no puedo dejar de lamentar el hecho de no poder volver a sentir ese ajustado coño.

 

Poco a poco iba aumentando el ritmo, nuestros cuerpos chocaban, nos mirábamos fijo al rostro mientras culeábamos. Disfrutaba a más no poder aquello de penetrarla con rudeza, incluso teniendo en cuenta que su extrema delgadez me hacía daño, por lo menos cuando lo hacíamos en la clásica posición del misionero, pues sus huesudas caderas chocaban contra mi pelvis, lo que al día siguiente me dejaba fuertemente adolorido, casi al punto de no poder caminar con normalidad.

 

Majo era una mujer muy caliente, gozaba con apretar mis nalgas con sus uñas mientras yo la penetraba con vehemencia. También gozaba arañando mi espalda, sabía que eso me calentaba lo suficiente como para hacerme terminar. De hecho, yo se lo decía, pero parecía no importarle. Creo que hallaba placer en hacerlo y encontrar que yo me reprimía con tal de seguir follándola.

 

Majo estaba excitada, sus vapores vaginales así me lo confirmaron, pero era claro que aún estaba lejos de encontrar el mayor estado de excitación. Me pidió que paráramos por un momento mientras pegaba un porro. Esa era una de sus mayores fascinaciones, follar mientras estaba colgada. Majo era una viciosilla en todo sentido, y eso era algo que yo disfrutaba a más no poder.

 

Nos sentamos al borde de la cama y mientras ella armaba el porro yo seguía tocándole su vagina y besándole sus senos. Era imposible detenerse si se trataba de Majo, por lo menos para mí.

 

Una vez que terminó de armarlo, me acostó sobre la cama, me montó y lo prendió. No lo fuimos rotando mientras cogíamos. El juego era sencillo, mientras ella fumaba yo utilizaba mis manos para acariciar sus caderas, su cintura, su culo, sus senitos, su espalda, su cara; y mientras yo fumaba ella clavaba fuertemente sus uñas en mi pecho o en mi espalda, eso dependiendo de qué tan sentado o recostado estuviera.

 

Majo era de esas mujeres que disfrutaba mucho el sexo de pie, ya fuera que yo la alzara y ella me rodeara con sus piernas para sostenerse, o sencillamente que los dos estuviésemos de pie, recargados o no, contra una pared. Pero esa noche no lo hicimos; cuando lo hacíamos en dicha posición, Majo se dejaba llevar, gritaba e insultaba, y ante la inminente posibilidad de ser descubiertos por su hermana, preferimos dejarlo para otro día.

 

Una vez que nos fumamos el porro, nos detuvimos, era el turno de Majo acostada boca abajo en la cama. A mi poco me gustaba follar en esta posición, ya que así difícilmente podía ver su cara, pero a ella le encantaba, y una de mis grandes obsesiones era hacer que Majo sintiera mucho placer. Me encantaba verla retorcerse de gusto, verle sus gestos de gocetas, verle esos ademanes de orgullosa pervertida.

 

Una vez que la penetré estando en esta posición, Majo empezó a soltar esos lindos, tiernos y fuertes sonidos; eran una perfecta mezcla entre placer y dolor: música para mis oídos.

 

Majo ya no se medía, parecía que ya no le importaba que su hermana estuviera en casa, se estaba dejando llevar, y yo, de solo pensarlo, me calentaba más y más. Volví a girarla, nuevamente yo estaba sobre ella, penetrándola con pasión y sin compasión. Majo me comía la boca de a ratos para evitar gemir, sin embargo, no duraba mucho haciéndolo.

 

Yo no podía resistirme más, sabía que era el momento de acabar. Rápidamente saqué mi pene y lo situé a la altura de su cara, ahí terminé. De hecho, esa era mi gran fantasía con Majo y ella era amplia conocedora de mis convicciones ideológicas, por lo que dejarle la cara chorreada y recubierta era un paso casi que obligatorio en cada una de nuestras fornicaciones. Además, debía ser así porque era prohibido terminar en su interior, más si consideramos que detestábamos usar condón.

 

Una vez que acabamos, nos dejamos caer sobre la cama, muy agitados aún continuamos besándonos y acariciándonos. Parecía que Majo quería un poco más, ella sabía que si esperaba un par de minutos podría conseguirlo, pero prefirió no hacerlo porque ya habíamos hecho mucho ruido y si Esperanza no se había dado cuenta, en una segunda oportunidad no contaríamos con la misma suerte.

 

Majo me besó largamente a modo de despedida. Me hizo vestir y me dijo que mientras ella tomaba una ducha para sacarse la calentura yo debía marcharme. La verdad que yo quería pasar toda la noche con Majo, ya fuera tirando de nuevo o sencillamente durmiendo junto a ella, pero ya había sido suficiente riesgo por esa noche y comprendía que ella no quería correr el más mínimo susto de ser sorprendida por su hermana. Para mí era claro que Esperanza sabía lo que habíamos hecho, ya nos había visto en la sala y seguramente había escuchado todo. Pensé en decirle a Majo que ya no había nada que ocultarle a su hermana, decirle que ella nos había visto en la sala, pero preferí no hacerlo para evitar una pelea.

 

Capítulo II: El chantaje de Esperanza

 
Una vez que me vestí, decidí que lo mejor era marcharme. Salí del cuarto de Majo y me quedé allí quieto por un instante. Por la cabeza me pasó el pensamiento de averiguar si Esperanza nos había escuchado o no. Luego recapacité y pensé que no tenía mayor importancia, al fin y al cabo, Majo ya me había dicho que debía marcharme...

 



La Profe Luciana (Capítulo XXI)

 La Profe Luciana Capítulo XXI: Un baile de Luciana Era inevitable e irreparable. Esa sensación de oquedad, de orfandad, esa congoja que me ...