La profe Luciana
Capítulo V: “Hongo” out
Al verme cómodo y
dichoso sintiendo su calentura a través de la yema de mis dedos, se sintió con
la autoridad para lanzar una de sus manos hacia mi miembro. Lo agarró, aún
cubierto por el pantalón, palpó toda la zona, y a continuación me deleitó con
un profundo beso. Uno realmente extenso. Nos dio tiempo para explorarnos hasta
la garganta, nos permitió sentir la sonrisa que se dibujaba en el rostro del
otro, al verse irrespetado por una lengua hasta ahora desconocida.
Ella mientras tanto fue
desabrochando el cinturón que sostenía mi pantalón. Luego de deshacerse de
este, agarró mis pantalones de los costados, con ambas manos, y los bajó de un
jalón. De nuevo se puso en pie, me miró a los ojos sosteniendo un gesto de
total perversión, y acto seguido lanzó de nuevo su mano a mi pene, que a esa
altura de la noche estaba desesperado por ser liberado.
Y si bien su vagina
estaba lista para la penetración, decidí postergar ese ansiado momento, pues no
me iba a privar de saborear tan tierna vulva. Quería deleitarme con sus
fluidos, quería esa zona carnuda y caliente entre mi boca. Además, era un deber
devolverle el deleite a Luciana, y de seguro la mejor forma de hacerlo era
mediante una buena comida de coño.
Me puse de rodillas y
sumergí mi cara en su entrepierna, ella dejó llevar su cuerpo hacia atrás un
poco, sus nalgas quedaron de nuevo apoyadas en los ventanales, mientras mi
lengua empezaba a dar las primeras probadas a ese suculento coñazo. El ambiente
estaba colmado de esa tufarada tan característica del sexo ¡Era todo un deleite,
todo un festín!
Sus ojos cerrados y su cabeza
ligeramente inclinada hacia atrás eran buena señal, eran un gesto de evidente
complacencia en una mujer que tenía idealizada como una experta de las artes
amatorias. Poco a poco empezaron a escapar de ella unos soplidos, unas
exhalaciones, cada vez más entusiastas y dicientes.
Estuve concentrado en
complacerla con mi lengua por un buen rato, lo que se vio interrumpido por un
esporádico contacto visual, un instante que me regalé para tomar aire, verle a
la cara y apreciar su disfrute. Luciana no permitió que fuera muy extenso,
porque de repente bajó mi cabeza agresivamente con una de sus manos mientras
dijo “¡Atragántate!”.
Mi cara se enterró de
nuevo en su vagina. Yo me ahogaba entre el tufillo y los fluidos cada vez más
presentes en los alrededores de su vulva y su entrepierna. No podía ver nada,
la escuchaba reír. Me levanté abruptamente, tosí un poco. Tomé aire y la miré
al rostro, mientras que ella volvía a reír.
Nos detuvimos por un
instante, para vernos a los ojos y ser cómplices del instante de placer que debíamos
compartir. Luciana se dejó caer en el suelo. Se acostó allí, echó su cabeza
hacia atrás, cerró sus ojos y abrió sus piernas, invitándome a entrar a tan bienaventurada
vagina.
Esculqué mis pantalones
con cierto desespero, tomé unos condones que tenía en ellos, y me puse uno.
Fue exquisito ese
instante en que mi miembro erecto y desesperado se deslizó por entre su vagina,
ella lo acompañó de un gemido cortito pero sonoro.
Estaba anonadado,
Luciana rondaba los 40 años, había parido un hijo, había fornicado a lo largo
de su vida como Dios manda, pero su coño era increíblemente prieto, estrecho.
El sentir esa vagina
apretada y ardiente era complementado con lo insinuante de su rostro, con su
lengua jugueteando sobre sus labios, y con su mirada desafiante, atrevida y
retadora. “Senda bellaca” dirían los de Plan B si le hubiesen visto esa
expresión.
Sus desafiantes gestos
funcionaron como incitación, provocaron en mí el deseo de penetrarla con mayor
vehemencia. Le empujé mi pene adentro sin contemplación alguna. Con un
movimiento lento pero profundo para explorar su ser.
El ritmo fue en
aumento, nuestros cuerpos chocaban con agresividad. Se escuchaba fuertemente
ese estruendo de nuestra humanidad al encontrarse. Luciana levantaba y estiraba
sus piernas en el aire, en un gesto de completa permisividad para hacer de mi miembro
viril su invitado de honor.
Sus gemidos eran otro
condimento sustancial del exquisito coito que estábamos viviendo. Eran sonoros,
desinhibidos, profundos, y por momentos estruendosos, era un completo embeleso.
Sus senitos se movían
al ritmo de nuestros zarandeos. ´Lucían inocentes, tiernos y frágiles. Pero
sinceramente eran una atracción de segundo plano, pues mi atención se centraba
en su rostro, cuyos gestos evidenciaban intensos instantes de placer, de
delirio y de éxtasis; Sus ojos perdidos, su boca ligeramente abierta, dispuesta
a dejar escapar cuanto gemido e insulto se le antojara a esta veterana de mil
guerras; sus labios húmedos y tentadores, y su respiración agitada; eso era lo
que realmente me tenía atrapado.
Verla perdida de
placer, verla gozar sin vergüenza alguna, sentirle ese coño caliente y
ajustado, y escucharla apeteciendo más, provocó ese anhelado estallido de
placer, esa descarga retenida por un preservativo al interior de su hirviente
vagina.
Pero la fiesta estaba
lejos de terminar. A pesar de haber alcanzado el orgasmo, era de mi interés
seguir fornicando con esta mujer que me había develado el verdadero sentir del
placer. También me sentía en la obligación de seguir brindando placer a
Luciana, pues una ocasión tan esperada como esta no podía terminar en un simple
orgasmo.
Ella comprendiendo que
me había hecho alcanzar mi primer orgasmo de la noche, le propuse un pequeño
descanso, el cual utilizaría para complementar el festín hedonista.
-
No te
molesta que fume marihuana, ¿verdad? -
preguntó Luciana en el entretiempo de nuestros coitos
-
No,
para nada
-
¿Tú
quieres?
-
Mmm,
bueno, sí, un poco
Pero no terminó siendo
un poco. Luciana sacó una pipa y la rellenó de hierba. Fumó de ella, la limpió
y volvió a llenarla. Ahora era mi turno.
Fue algo que me pudo
haber jugado en contra, que me puso extremadamente nervioso, pues he de
confesar que hasta ese entonces nunca había follado bajo los efectos del THC.
De hecho, había fumado marihuana alguna vez en mi vida, pero para ese entonces
era un antiguo recuerdo.
Ella limpió la pipa, la
volvió a rellenar y volvió a fumar, mientras expresaba lo mucho que disfrutaba
del sexo estando bajo los efectos del cannabis.
Poco a poco empecé a
perderme en sus palabras. Se me hacía complejo concentrarme en lo que me decía.
Lo que si recuerdo a la
perfección es que recuperé el deseo antes de lo que esperaba, pues fue cuestión
de concentrarme en su cuerpo desnudo para volver a tener mi miembro erecto.
Luciana, al verme listo
para continuar la faena, se recostó contra uno de los ventanales y me invitó a
follarla allí, mientras veíamos la vida pasar bajo nosotros, a la vez que
podríamos ser vistos por algún curioso del sector. “No sé si te lo dije, pero
sentirme deseada es algo que me calienta sobremanera. Me gusta en exceso que me
vean, que fantaseen conmigo, que me deseen… ha de ser por eso que estoy aquí
contigo, que accedí a tu pedido, pues, sinceramente, me hiciste calentar ese
día en mi despacho con tus miradas lujuriosas y con tus palabras insinuantes”,
dijo Luciana estando ya apoyada contra los cristales mientras que yo forraba de
nuevo mi miembro erecto bajo el látex protector del preservativo.
Verla allí, apoyando
sus senos y su rostro contra los cristales, mientras sus nalgas expuestas se
contoneaban levemente, me sacó de quicio, me generó un apetito que solo podía
saciarse sintiendo de nuevo el calor de su humanidad.
La penetré,
asegurándome de que mis movimientos no fueran demasiado bruscos, pues no tenía
la certeza de que tanto peso podría soportar el ventanal. Me era difícil
controlar el deseo de penetrarla con vehemencia, pues tenerla allí, impúdica
ante los ojos de la ciudad, era algo que poco a poco me iba haciendo perder la
cabeza.
Su rostro, a pesar de
estar apoyado sobre uno de sus costados contra la ventana, me permitía ver
algunos de sus gestos placenteros e insinuantes. Me atreví a buscar sus labios
con los míos, a saciar esa sed de besarla desaforadamente.
Si bien el primer coito
había sido digno de enmarcar, la sensación que me estaba generando este segundo
encuentro era todavía mejor. Los efectos del THC me hicieron dimensionar de
otra manera el sentir de sus carnes, el mismísimo ardor de su coño, además de
hacerme sentir que el polvo fue mucho más largo de lo que verdaderamente fue.
Pasé mis brazos bajo
los suyos y formé un arco con los mismos, como pretendiendo hacerle una llave
de lucha, que me otorgara el total dominio de la situación.
Habiéndome adueñado de
su movilidad, la hice despegarse del ventanal, para penetrarla aún de pie y
recorriendo la habitación, al ritmo de empellones desesperados.
Era todo un espectáculo
aquello de caminar por la extensa habitación sin haber dejado de penetrarla en
un solo momento. Ella me alentaba a no detenerme, a penetrarla cada vez más
duro.
Tal fue el descontrol
que llegó un momento en que terminamos cayendo sobre la cama. Ella apoyó
rodillas y manos sobre el colchón, y una vez más me invitó a penetrarla, aunque
con una frase que me marcó para siempre, pues nunca podré olvidar la perversión
del gesto con la que lo acompañó, y mucho menos la esencia de la misma:
“métemela sin ‘hongo’”.
Quedé desconcertado
ante su pedido. Luciana me estaba pidiendo follar al natural, a pelo, algo que
sinceramente no había imaginado ni en la más optimista de mis fantasías.
Fue todo un delirio
sentir piel con piel, carne con carne, vivir ese instante maravilloso de mi
pene ingresando en su caliente coño.
Sus gemidos acompañaron
la ya de por sí maravillosa faena. Luciana estaba extasiada, y ese estado de
euforia y descontrol la llevo a la completa desinhibición. Los gritos y los
insultos se hicieron más frecuentes de su parte, mientras que yo me reprimía
para no terminar antes de tiempo.
Estando ella todavía en
cuatro, la agarré del pelo y la jaloné hacia mí. Su espalda se recargo contra
mi pecho, mientras que la intensidad con que sus nalgas rebotaban contra mi
pubis era cada vez mayor.
Pude rodearla con uno
de mis brazos para sentir una vez más sus exquisitos senos, para tomar de nuevo
entre mis manos esos bellos pezones rosa.
Luciana dejó caer su
cabeza sobre uno de mis hombros, permitiéndome apreciar una vez más sus gestos
de disfrute, y dejando a mi alcance la posibilidad de saborear su boca.
Luciana era una mujer
de tomar constantemente la iniciativa. En gran parte del coito fue ella quien
marcó el ritmo de los movimientos, y cuando fui yo el protagonista, ella orientó
mis movimientos con su voz, con sus órdenes, se convirtió en la directora de
orquesta de un coito que desencadenaría en un húmedo orgasmo de su parte.
Para mí fue simplemente
maravilloso el hecho de ver sus piernas descontroladas, presas de movimientos
involuntarios, de espasmos que reflejaban su alto estado de excitación. Pero lo
que especialmente me llevó al delirio fue sentir y ver la humedad proveniente
de su coño, que recorrió sus piernas cuesta abajo y que terminó humedeciendo
las sábanas y el colchón en el que dormiríamos minutos después.
Una vez consciente de
su satisfacción, me di la libertad de alcanzar mi orgasmo, de rellenarle ese
coño tan hambriento de esperma.
La besé al término de
nuestro encuentro carnal, beso que ella correspondió, pero que segundos después
minimizó diciéndome que lo nuestro había sido solo sexo, que no había espacio
ni tiempo para el enamoramiento.
Asentí con la cabeza,
le otorgué la razón, sin saber que era tarde para reprimir ese sentir. Para
ella había sido solo sexo, para mí había sido el renacer de un sentimiento que
hace años no se había hecho presente en mí.
Capítulo VI: ‘Sexting’ a los 40
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