viernes, 21 de mayo de 2021

La profe Luciana (Capítulo XVI)

 La profe Luciana


Capítulo XVI: ¡Luces, cámara, fruición!



Eso de pegarle una buena culeada en la academia antes de la clase, fue una delicatesen. Pero mi depravación hacia Luciana no tenía límite. Yo quería más y más de ella. Ya no me bastaba con pasearla por moteles, o con saberla gustosa de engañar a su marido, ni con perforar su angosto ojete, ni si quiera con eso de sentir su goce y sus delirios en un espacio público o en un contexto prohibido. No me conformaba con ello. Fue entonces cuando le propuse empezar a grabar nuestros coitos.

Ella aceptó bajo el condicionamiento de que fueran videos exclusivos para ella y para mí. Pase lo que pase entre nosotros la condición ha sido que esos videos nunca salgan de nosotros. Así ha sido y así seguirá siendo, aceptando que este amor que he sentido por Luciana hace que esa sea una promesa irrompible, innegociable; y conociendo como conozco a Luciana, sé que de su parte el sentimiento es igual, que sería incapaz de violar ese pacto.

El hecho de haber grabado a dos cámaras me convirtió en todo un entusiasta de la producción y post-producción. Tanto así que una tarde emprendí camino a Unilago, que es la meca de la piratería de software aquí en Bogotá.

Fui buscando algún programa de edición de video, sin conocer mucho del tema, y a recomendación de un vendedor terminé adquiriendo Adobe Premiere, de hecho, toda la suite de Adobe, pues el programa no lo venden individualmente.

Fue un acierto del vendedor, pues el programa verdaderamente resultó sencillo de manejar. Claro que editar un video a dos cámaras fue todo un desafío para un principiante como yo.

A la dificultad de entender el manejo del programa, se sumó la de contener mis impulsos al ver las imágenes de aquel delicioso polvo que echamos Luciana y yo en el Temptation.

Cuando grabamos el video, cuando le propuse a Luciana dejarme grabar con el celular, lo hice pensando en tener una pieza de recuerdo para aquellas noches solitarias en que quisiera rememorar el sentir de sus carnes.

Orgulloso de mi rápido aprendizaje como editor, le mostré el resultado de tantas horas dedicadas a producir este pecaminoso video.

El resultado fue maravilloso. Luciana, mientras veía este registro fílmico, no pudo evitar empezar a tocarse su zona íntima, a saborearse a cada instante con lo visto en la pantalla. Tanto así que al término del video se abalanzó sobre mí para cometer uno más de sus adulterios.

Se despojó con agresividad de la falda que ese día recubría sus piernas, diría que se la arrancó, y ahí quedó expuesta la diminuta tanguita que había elegido para ese día, tanguita que combinaba seductoramente con el top tipo leopardo que llevaba ese día.

Luciana estaba empapada, y eso que solo había visto el video. No dio tiempo a quitarse su pequeña tanga, solo la corrió hacia un lado, me tumbó sobre la cama, desabrochó mis pantalones, los bajó lo suficiente y se clavó mi miembro, que obviamente estaba siempre dispuesto a sentirla.

Parecía como si hubiese estado contenida, como si hubiese tenido que reprimir sus deseos por largas jornadas; pues no solo me cabalgó, sino que me azotó con sus caderas, me hizo sentir los brincos de su cuerpo con brutalidad. Mis manos se aferraban de su portentoso culo, clavaba mis dedos en él, me maravillaba de sentirlo una vez más entre mis manos.

Y ella no solo brincaba desaforadamente sobre mí, también gritaba como una desquiciada. Por ratos reía, pero lo que más hizo fue gemir sin ningún tipo de comedimiento. Seguramente los vecinos se enteraron de nuestro fogoso comportamiento, aunque a mí poco me importaba. Yo lo que realmente deseaba era tenerla así, desatada y licenciosa, sentir su vagina caliente y admirar su siempre expresivo y provocativo rostro.

Luciana me dominó de inicio a fin, me cabalgó y desfogó todo tipo de deseo que pudiese tener reprimido tras una semana de estrés laboral. Era una vaquera de temer, pues los azotes de sus caderas no eran un juego de niños, eran más bien un castigo celestial.

Luciana sucumbió, su torso cayó sobre el mío, y a partir de ese instante me besó, en la boca y en el cuello. Sus brincos se transformaron en meneos. Sus piernas empezaron a estremecerse al mismo tiempo que me besaba, por lo que la supe complacida, por lo menos parcialmente, pues ya sabía bien que esta mujer era prácticamente insaciable.

Y viéndola satisfecha, por lo menos en parte, me di la oportunidad de alcanzar mi propio orgasmo, una vez más al interior de ese vientre encantador.

Pero mi entusiasmo audiovisual no iba a morir allí, en un delicioso coito sabatino, nada que ver. Luciana y yo encontramos mucho morbo en aquello de grabarnos, en eso de vernos fornicar, y fue entonces que desarrollamos ese vicio, esa pasión por grabar la mayoría de nuestras fornicaciones.

De ahí en adelante no hubo domingo alguno en que yo dejara de visitar sus aposentos para el respectivo polvo dominical. Lo mejor de todo es que nos quedó el registro audiovisual de cada uno de esos coitos.

La grabé desnuda, tocándose para mí; también mientras le chupeteaba ese suculento coño; copulando en el estudio, en su lecho matrimonial, y obviamente fornicando en el santuario dispuesto por su esposo. ¡Qué morbo nos daba ese lugar! ¡Qué degenere tan delicioso ese de sentirnos puercos provocando a Cristo con nuestros meneos!

Siempre disfruté nuestros encuentros carnales al interior de su hogar, y si bien están grabados casi todos, hay algunos que son fáciles de rememorar sin necesidad de acudir al archivo fílmico. Por ejemplo, aquella vez que cumplí mi promesa de hacerla llegar al orgasmo con solo mis dedos y mi boca.

Por supuesto que ella me orientó, que fue ella la encargada de darme indicaciones sobre la velocidad del desplazamiento de mis dedos, que fue ella quien me indicó su predilección por los movimientos horizontales sobre su clítoris.

Fue una sesión de sexo oral y manual que nos encontró en el estudio, sentados sobre un sofá de cuero, que por su buen estado de conservación, asumí como de poca utilización por ella o por los miembros de su familia. Mi cara estuvo enterrada en su entrepierna por largos minutos, en ese cuarto decorado por diplomas, un par de cuadros, un par de lámparas, una pequeña mesa, una biblioteca, y pisos y anaqueles de madera. Toda esa ambientación pasó desapercibida en primera instancia, pues yo solo tenía ojos para esa apetitosa vagina.



Célico fue ese momento en que sus fluidos escaparon incontrolablemente de su ser, no solo recubriendo mi rostro, sino el sillón y parte del suelo. Qué delicia verla sucumbir ante el tanteo de mis dedos y el masaje de mis labios y mi lengua.

Su dormitorio, ese que compartía a diario con Luis Gabriel, también fue testigo de nuestras faenas del goce, es más, diría que fue el lugar de su casa en el que más culeamos. De pie sobre la cama, al borde de esta, en el suelo junto a un ventanal, en fin, a su habitación sí que le sacamos provecho. Aunque hubo una ocasión digna de recordación, una mañana dominical que terminó con el descontrol urofílico de Luciana sobre su propio lecho matrimonial. No sé exactamente bien que fue lo que hice ese día para provocarle esa reacción, solo sé que la tenía en cuatro, la penetraba con cierta sutileza, con más cariño que fogosidad, y de repente estalló.

Luciana tuvo que cambiar el tendido una vez que finalizó el coito, pues no podía haber evidencia alguna de su deleite al momento del regreso de su marido a casa.

También me di el lujo de conocer la amplia gama de juguetes sexuales de Luciana, juguetes que ella me enseñó a utilizar para complacerla, para hacerla delirar. Todo eso quedó en mis registros fílmicos. Soy un afortunado.

Capítulo XVII: Si ves las estrellas brillar, sal, marinero, a la mar

 

Como amantes nos debíamos una escapada fuera de Bogotá, un buen paseo para olvidar las tensiones de la ciudad, y para desatar uno de nuestros vendavales del fornicio. Por mí lado no había problema, ya no tenía esposa a la cual darle explicaciones, sencillamente podía viajar si así se me antojaba. Un poco más complejo era el caso de Luciana, pues ella tendría que inventar un viaje de trabajo para justificar la ausencia en su hogar. Según lo que ella decía, a su marido parecía no importarle mucho, aunque yo dudaba que él manifestara un total desinterés por el paradero de su mujer.


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