jueves, 7 de enero de 2021

Diario de una puritana (Capítulo III)

 Diario de una puritana


Capítulo III: El redebut de Mafe



Ella suspendió sus gemidos para reemplazarlos con un constante pedido para que la follara. Era tan puritana que concretamente no me pedía follarla o culearla, sino que me decía “hazme el amor, házmelo…”.

Yo estaba ansioso por cumplir su pedido, pero entendía que había cumplido tan bien mi labor con el sexo oral, que decidí extenderlo por un rato más, al fin y al cabo ya había esperado lo más, no había razón para no esperar lo menos.

Mafe se retorcía del gusto y no dejaba de insistir en el pedido aquel para que la follara.

Me puse de pie y mientras me quitaba la ropa volví a repetirle lo hermosa que era. En cierta medida porque me nacía hacerlo, pero también porque entendía su insaciable apetito de ser elogiada. Ella no contestaba nada, apenas sonreía y me miraba con picardía, directamente a los ojos.

Una vez desnudo y con un condón recubriendo mi pene, volví a subir al sofá, tomé mi pene entre una de mis manos y lo orienté para penetrar a Mafe. Fue un desahogo total, pues llevaba mucho tiempo anhelando poseer ese cuerpo. Ella acompañó ese instante dejando escapar un corto suspiro.

Ese primer instante de penetración fue muy lento, acorde a como venía desarrollándose toda la situación. La humedad de su vagina facilitó las cosas. A pesar del condón, era muy notorio el ardor de su coño, que segundo a segundo veía enterrado un poco más de mi humanidad en él.

La miré directamente al rostro mientras esto ocurría, quería ver sus reacciones, entender cómo debía comportarme con una chica con tanto recelo hacia las relaciones carnales.

Inicialmente ella no gesticuló mucho, ni dio mayores señas de incomodidad o satisfacción. Lo único evidente en ella era su agitada respiración.

No sé si hasta acá ha quedado claro, pero estábamos follando en la clásica posición del misionero, tan criticada por las mayorías, pero tan eficiente para lograr una profunda penetración y tan propicia para apreciar los gestos de tu pareja.

Busqué no incrementar el ritmo de mis movimientos durante los primeros minutos, aunque internamente tenía ganas de llevarlos al extremo, de penetrar con vehemencia a Mafe. Sabía que era indispensable hacerla tener una buena concepción del sexo si quería que se repitiera, y entendía que la agresividad podía jugar en contra de ese propósito, por lo menos en esta primera ocasión.

No quise preguntarle nada, a pesar de que esto habría facilitado un poco las cosas; tenía el deseo de fijarme en su rostro y leerla, entender que sentía, qué le gustaba y qué le desagradaba, pero solo a partir de sus gestos y expresiones.

Ella me puso las cosas muy complicadas al comienzo, pues no expresaba mayor cosa a través de su rostro, pero con el paso de los minutos, el calor de nuestros cuerpos y la adrenalina del momento, esas expresiones empezaron a aparecer. La vi apretando sus dientes en un momento, ocasionalmente abriendo levemente su boca, mirarme fijamente a los ojos, y mayoritariamente sonreír.

Sus manos también fueron despojándose de cualquier rasgo de timidez y desconfianza, pues poco a poco empezó a utilizarlas, ya fuera para acariciar mi espalda, o para enterrarme sus uñas, o simplemente para ayudar a que la penetración fuese más profunda empujando de mi culo.

Yo no quitaba mis ojos de su rostro, era un espectáculo verdaderamente; fijarme en sus labios lujuriosos, ocasionalmente aprisionados por sus dientes; o en sus ojos entrecerrados al momento de dejar escapar un gemido, o sencillamente mirarla a los ojos.

Increíblemente hasta ese momento no la había besado, no había tenido el honor de sentir sus labios juntándose con los míos, o de jugar con mi lengua entre su boca, así que decidí hacerlo de una vez por todas; besarla lentamente, dejarla expresar su emoción por medio de un apasionado beso.

Para mi sorpresa fue ella la que habló durante la relación, fue ella quien se animó a preguntar “¿Te gusta?”. Obviamente le dije que sí, que estaba encantado, pero debo sincerarme y decir que hasta el momento estaba muy lejos de lo esperado, más que todo porque Mafe me había entregado toda la iniciativa, era yo quien hacía todo, mientras que ella se dejaba.

No era el mejor polvo de mi vida, pero debía disfrutarlo, debía sacarme las ganas que le tenía a esta chica.

- ¿Quieres probar otra posición?, le pregunté ya con los brazos un poco temblorosos de tanto tiempo apoyado en ellos.

- Dale. Házmelo en cuatro, se me hace muy morboso

No quise preguntar en ese momento por qué se le hacía morboso follar en cuatro, solo quería encarnizarme follándola en esa posición. Ella se apoyó en sus rodillas y en sus manos, y posó para ser penetrada nuevamente.

De nuevo inicié penetrándola lentamente. De hecho, me quedé quieto en un comienzo, buscando que ella tomará la iniciativa, pero esto no ocurrió, así que tuve que empezar a moverme. La desventaja de follarla en cuatro es que no podía ver sus gestos con plenitud, pero la gran ventaja es que me sentiría menos culpable si me excedía en la vehemencia de mis movimientos, así ocurrió. La agarré fuerte de las caderas y poco a poco fui incrementando el ritmo de mis movimientos, a tal punto que llegó un momento en que se escuchaba el clásico sonido de los cuerpos al chocar.

Ella clavaba fuertemente sus dedos en uno de los cojines del sofá mientras que dejaba escapar uno que otro gemido. Yo tenía ganas de azotarle esas blancas y generosas nalgas, pero me contuve, pues eso seguramente reviviría sus temores y su percepción negativa del sexo. La tomé por los hombros mientras que el ritmo de mis movimientos fue en aumento, aunque llegó un momento en que ella me pidió parar. No porque no le gustará, sino porque le habían dado ganas de orinar.

Fui comprensivo y le dije que fuera al baño, que no había problema. Ella fue, pero al volver me dijo que no había podido orinar, que solo había tenido la sensación de tener ganas. La penetré de nuevo en cuatro y una vez más sintió ganas de ir a orinar, por lo que comprendí que era la penetración en esa posición la que le causaba dicha sensación. Se lo comenté y decidimos volver al infravalorado misionero.

Esta vez no hubo tanta delicadeza como la primera vez. Si bien la penetración comenzó siendo lenta, paulatinamente fui aumentando el ritmo. Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes, cada vez más constantes.

Mafe ya no me miraba tanto a la cara, sino que cerraba sus ojitos y me agarraba fuertemente de la espalda. Mafe no tenía mucha experiencia follando, pero a su favor he de decir que besaba muy bien.

En esa ocasión fui yo quien tomó la iniciativa de besarla cada vez que quise, y entendí que iba a llegar al orgasmo mezclando sensaciones de placer al sentir su vagina aprisionando mi pene, a la vez que sentía su boca juntarse con la mía.

Claro que antes de terminar tuve la intención de mostrarle que el sexo podía y, para ser espectacular, tenía que ser sucio, así que la tomé de la cara con ambas manos, evitando que fuera a mirar hacia los costados, obligándola a apuntar con su mirada hacia mi rostro. Quería hacerle notar en mis gestos esa dosis de lujuria que debía tener un coito.

Lastimosamente para mí, ella permaneció con sus ojos cerrados, no porque quisiera esquivarme, sino porque fue esa su auténtica expresión.

Dejé caer mi cuerpo una vez más sobre el suyo y junté una vez más mi rostro con el suyo para besarla y por fin estallar, por fin terminar con esta sesión de sexo que había resultado mucho más agotadora de lo que yo me había imaginado.

Me levanté con cierto cuidado, tratando de evitar que el condón se fuera a quedar atrapado en su vagina, y luego me lo quité y me limpié un poco. Ella seguía allí recostada en el sofá, aún con la respiración agitada, su cuerpo muy sudado y su rostro colorado.

- ¿Quieres agua?, le pregunté antes de ir a tirar el condón usado

- No, tranqui

- ¿Quieres algo de tomar?

- No. Quiero que me beses otra vez

Correspondí a su pedido, la besé aunque fue algo muy corto. Luego fui al baño y busqué unos pañitos húmedos para brindarle y que se pudiese limpiar.

- ¿Me puedo bañar? - preguntó Mafe habiendo recuperado el ritmo normal de su respiración

- Claro que sí

- ¿Y me puedo quedar a dormir?

- Bueno, eso sí es una novedad, pero no veo por qué no

- Has sido muy dulce conmigo, ahora quiero ser yo quien te muestre mi faceta más tierna


Guardé silencio. No supe que decir. Entendía que esta chica se estaba enamorando, mientras que para mí solo había sido sexo. Pero me parecía que era tan inocente que no podía destruir su ilusión de tal manera. Además, entendí que de ser correcta mi apreciación, habría nuevas oportunidades para follar con ella, y sería yo el encargado de enseñarle a echar un polvo como se debe.

Esa noche no ocurriría nada más. Al acostarnos Mafe me abrazó y esa fue su forma de retribuirme lo bien que me había portado con ella. Yo no esperaba algo diferente, pues consideraba difícil que ella fuera a tomar la iniciativa para algo más comprometedor.

Capítulo IV: El que es caballero repite


Al otro día ella madrugó para ir a su casa y cambiar su ropa, pues no quería que en el trabajo la vieran con la misma del día anterior. Allí, en la oficina nos encontraríamos horas más tarde. Tras un par de coqueteos entendí que nuestros encuentros sexuales se repetirían más pronto de lo que yo podía imaginar...​


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