Hermanitas de sangre y leche
Como casi todas las relaciones, la nuestra fue maravillosa en un comienzo. Pero el paso del tiempo es devastador. Empiezan los celos, los reproches, las pataletas, los intentos de dominación del uno sobre el otro. Bien decía Confucio “los años son escobas que nos van barriendo hacia la fosa”. Yo sabía que iba a ser así, y aún no entendía por qué había aceptado empezar un noviazgo con Katherine. Pero lo hecho, hecho está. Pensaba para mis adentros, “echaremos 50 polvos buenos y desaparecerá la magia”.
Seguramente
el hartazgo iba a ser mutuo para el momento en que llegase, pero aún faltaba
tiempo para eso, así que no quedaba más que disfrutar y vivir la experiencia.
Para
mí el comienzo de nuestra relación iba a ser más que idílico, pues además de la
emoción y la satisfacción sexual que me generó Katherine, conseguí mi primer
trabajo pago. Fue en una productora audiovisual, como editor de videos. Para
tratarse de mí primer trabajo formal, sin contar con mayor experiencia, me
pagaban bastante bien, teniendo en cuenta además que seguía siendo un
estudiante universitario. Lo de editar video se me daba bien, y para ese
entonces me apasionaba bastante.
Por supuesto que lo primero que hice fue
buscarme mi propio apartamento, que más que un apartamento resultó siendo un
piso en alquiler. Un piso en una bonita casa en un barrio céntrico de la
ciudad.
Contar con mi propio sitio me permitió tener más
privacidad con Katherine. Ya no debíamos recurrir a moteles, ni fornicar en su apartamento
sabiendo que sus hermanas y hermano podían escucharnos.
Para Katherine fue en gran medida beneficioso,
pues le quedaba relativamente cerca de su universidad, así que me visitaba con
mayor frecuencia, prácticamente a diario.
Yo
había sido igualmente quien la introdujo en el mundo de los porros, en el cual
se metió de cabeza una vez que yo conseguí este piso. Allí fumábamos sin que
nadie nos fuera a reprochar.
Claro que el hecho de trabajar y estudiar al
mismo tiempo, redujo en gran medida la cantidad de tiempo libre que tenía. Pero
de todas formas era un sacrificio que valía la pena.
El barrio donde quedaba mi piso también era
ideal para mí. A pesar de ser una zona residencial de construcciones bajas
(ninguna superaba los cuatro pisos), contaba con bastante comercio, tenía
bastantes zonas verdes, incluida una pista de skate; un par de bares, y
facilidades para conseguir transporte.
Lamentablemente algunas veces los estereotipos
tienen algo de verdad, y bien dicen por ahí que las pistas de skate vienen con mariguaneros
incluidos. Yo no patino, ni monto tabla, pero si consumo hierba, por lo que me
adapté e hice amigos rápidamente en el lugar.
Uno de ellos fue Pedro, que indirectamente hizo
que yo tuviera uno de los más memorables polvos con Katherine entre esos 50 que
estipulé podríamos tener.
Ocurrió una tarde de sábado que ella estaba en
mi piso. Yo tenía algo de trabajo acumulado así que me senté a editar mientras
ella dormía. Esa tarde Pedro fue a visitarme. Él, además de fumar marihuana,
era un apasionado por tocar trompeta. Como sabía que en mi piso nadie le iba a reprochar,
iba para ensayar tranquilamente.
Esa tarde generó algo de molestia, pues con su
estrepitoso instrumento cortó el sueño de Katherine; que valga aclarar que
cuando dormía lucía dulce y tierna, me hacía pensar que realmente estaba
enamorado de ella.
De todas formas ella se levantó y no armó mayor
drama por esto. De hecho, se ofreció a ir a comprar algo para tomar entre los
tres. Yo debía trabajar, así que en un comienzo me negué a beber, pero entre
los dos me convencieron para tomarnos aunque sea un par de cervezas.
Pedro, además de fumar hierba, era un amante del
perico(cocaína). Yo no, pues siempre se me ha hecho que es la perdición, la
puerta de entrada al infierno. Sin embargo, cuando alguien más la consume no
puedo prohibírselo. Además, Pedro no se alteraba mucho cuando consumía, se
alteraba era cuando se le acababa.
Esa tarde se le acabó y entró en desespero.
Empezó a llamar a su dealer para que le vendiera un poco. Cuando concretó el
encuentro, nos pidió que le acompañáramos. Iríamos en su auto, así que
accedimos.
Su dealer vivía en Kennedy, una localidad en el
suroccidente de la ciudad, no muy retirada de donde estábamos, por lo que sería
un viaje relativamente rápido. Finalmente no tanto, pues los sábados esta
ciudades intransitable, especialmente en la tarde.
El dealer vivía en una especie de conjunto que
no era cerrado. Era una pequeña ciudadela, un conjunto de edificios, pero no
había ninguna reja o algún tipo de seguridad a la entrada de la urbanización; solo
un grupo de edificios construidos en forma de u, mientras que el centro era un espacio
para parquear vehículos.
Pedro estacionó el carro, nos dijo que trataría
de no demorarse, se bajó del vehículo y se fue, despareciendo de nuestra vista
al entrar en una de las torres.
Para ese momento yo estaba sentado en el puesto
del copiloto, mientras que Katherine venía en el asiento de atrás.
- ¿Me
vas a dejar aquí solita?
- No,
ya me paso para atrás
En un comienzo ella se recostó en mis piernas
mientas yo acariciaba su pelo. Empezó a contarme del hartazgo que tenía de
vivir con sus hermanos, especialmente con Diana, que. al ser la mayor de todos,
actuaba como si fuera su madre. “Es insoportable”, decía Katherine, mientras yo
trataba de ponerle atención, pues el colocón de los porros que nos habíamos
fumado antes todavía no se me pasaba.
“Menos mal que te tengo a ti”, dijo antes de
levantarse bruscamente y empezar a besarme. Yo correspondí el beso, incluso
busque que fuera algo romántico tomando su mejilla suavemente. Pensé que era lo
que buscaba, pero me equivoqué.
- Quiero
que me lo hagas aquí
- ¡Estás
loca! Es de día, pasa mucha gente. Pedro vuelve en cualquier momento
- No me salgas con pretextos llenos de cagaleras.
Va a ser uno rapidito, tengo muchas ganas
- Dale...
Realmente fue un polvo muy corto. Lo sé porque
mientras que lo hicimos sonaron apenas dos canciones, es más, una ya iba a la
mitad cuando empezamos a follar, así que fue canción y media.
La canción que sonaba cuando empezamos a culear
era Bad Boys, de Bob Marley, y la
segunda fue Mi vida(Live) de Manu
Chao. No lo olvidaré, pues amenizaron uno de los polvos más especiales que
echamos Katherine y yo.
Esa vez Katherine llevaba una falda de jean, así
que no hubo mayor complicación para follarla, fue cuestión de subirla un poco,
correr su ropa interior hacia aun costado y listo.
La calentura que Katherine tenía ese día era de
alto calibre, pues fue ella quien impuso el ritmo de la cabalgata. Yo me limitaba
a agarrarla fuertemente de las nalgas, ocasionalmente a sentir sus pequeños
senos por sobre su camisa, y especialmente besarla.
No puedo negar que sentía un gran nerviosismo
por lo que hacíamos, así que tomando de las caderas a Katherine, empecé a guiar
sus movimientos para que fueran cada vez más fuertes y provocar mi orgasmo lo
más pronto posible.
El polvo quizá no tuvo nada espectacular, pues
ni siquiera pude verla desnuda, ni sentir su piel en la mayoría de su cuerpo,
mucho menos disfrutar el sabor de su fluidos, pero seguramente la alta dosis de
adrenalina que me generó fue lo que me dejó tan marcado.
Cuando sentí que iba a terminar se lo hice
saber, pero esta vez ella hizo caso omiso y me pidió acabar en ella. “luego
compramos la pastillita del día después”, dijo en medio de su calentura.
Yo terminé y ella lo notó, pero más allá de eso
aprovechó el extratiempo de dureza de mi pene para seguir montada, empezó a
besarme y me sentenció. “Cuando volvamos a casa vamos a rematar, así que
aprovecha para recuperarte”.
Ella me desmontó, se hizo a un lado y se recostó
en el asiento. Estaba colorada y acalorada, su pelo un tanto desordenado; los
vidrios se habían empañado, aunque no tanto como muestran en las películas.
Pedro volvió unos diez minutos después. El polvo
había terminado hace un buen tiempo, pero nuestra apariencia era delatora.
- Se
la pasaron bien por lo que veo chicos...
- ¿Por
qué lo dices Pedrito?
- Hombre,
el carro apesta a sexo. Además que tienen unas caritas… ¿No me lo habrán
manchado?
- No
Pedro ¿Cómo se te ocurre?
Nos miramos con Katherine y creo que ambos
sentimos algo de vergüenza, pero lo que reinó fue el silencio. “Parce, pasate
aquí adelante que no quiero parecer su chofer”, dijo Pedro mientras me miraba.
Pedro nos llevó de vuelta a casa, tomó su
trompeta y se fue. Ahora teníamos pista libre para continuar lo que habíamos
empezado en la tarde. Yo ya había recuperado fuerzas, por lo que estaba ansioso
por repetir. Me había olvidado que tenía trabajo atrasado,
lo único que me importaba a esa hora era echar un polvo tan maravilloso como el
vivido unas horas atrás.
- Hazme
un… ¿Cómo es que le llamas?¿Cunnilingus?
- A
tus órdenes…
Baje su falda de un jalón. Quedó allí de pie,
tan vulnerable, tapada apenas por su tanguita y su camisa. Quizá algo
sorprendida por la brutalidad con la que le saqué la falda.
Luego le saqué la tanga, normalmente; no todo
tenía que tener esa dosis de agresividad. Le pedí que se mantuviese en pie
mientras yo me agachaba para darle sexo oral.
Recuerdo que esa vez jugué quizá de más con mis
dedos, pues yo era mucho de usar la lengua, los labios y los dientes, pero poco
los dedos, ya que mis manos habitualmente se ocupaban acariciando el resto de
su cuerpo. Sin embargo, esa noche tenía ganas de “jugar al ginecólogo”, quería explorar
un poco con mis manos.
Ella lo disfrutó, pero estoy seguro de que no
tanto como en anteriores ocasiones. De todas formas, con la pareja debes ir
probando, y eso fue lo que hice. De hecho, creo que se pegó un buen susto
cuando dirigí uno de mis dedos hacia su culo, otra vez volvió a aparecer ese
gesto de apretar nalgas. Yo solo me reí y le dije “no te preocupes, quería ver
cómo reaccionabas, pero sé que no te gusta”.
Y así como ella había sido la encargada de
dominar la situación en el polvo de la tarde, ahora era mi turno.
Una vez que terminé la sesión de sexo oral, me
puse en pie y rápidamente la empujé contra la pared. Empecé a besarla, levante
sus piernas, les agarré entre mis brazos, como enganchándolas, como si se
tratara de alzar canastos, y la penetré. Lo hice lentamente, pues ahora no
teníamos apuro alguno.
Ella dejó escapar sus primeros jadeos, luego
empezó a besarme. Todo esto pasó en la sala de la casa, a oscuras, pues creo
que la calentura que traíamos no nos dio tiempo para más.
Como era habitual en ella, su vagina estaba
empapada, y poco a poco mi zona pélvica fue quedando igual dado el constante
contacto con la suya.
No sé si la humedad hace que el sonido de los
cuerpos al chocar sea más intenso, tal vez es solo mi imaginación; lo cierto es
que ese sonido tan característico del sexo estaba presente.
“Naciste para hacer el amor”, le dije antes de
darle un largo beso mientras seguíamos follando allí de pie. Quería que este
polvo fuera muy largo, pero alzarla, así fuera apoyado por la pared, fue
mermando la energía en mis brazos. Tuvimos que cambiar de posición. La acosté
sobre un sofá y sin mucho rodeo volví a penetrarla.
A esta altura del coito sus gemidos eran
continuos y sonoros, y solo se vieron interrumpidos para decirme:
- ¡Chúpame
las tetas!
- ¿Cuáles?
- ¡Imbécil!
- No
te enojes, son tetitas y son las más hermosas que he conocido
Levanté su camisa y cual neonato me apasioné
besando, lamiendo y chupando esos pequeños pero tiernos senos. Ella por ratos
me agarraba fuertemente de la espalda y por ratos me arañaba. No sé por qué,
pero eso me excitaba sobremanera, tanto así que me hizo llegar al orgasmo. De
nuevo me corrí dentro de ella. Sin remordimiento alguno, pues de todas formas
al otro día iríamos a comprar la píldora del día después.
Con todo el malestar que eso conlleva y el
consecuente cariño que un novio debe dar a su chica en esas circunstancias.
El domingo fue ciertamente tortuoso, Katherine
estaba de muy mal carácter por los síntomas que le provocó la pastilla. Yo
debía alternar entre cuidarla y trabajar, pues los videos que había dejado
pendientes el día anterior, no se iban a editar solos.
El amor que sentía por Katherine crecía inversamente proporcional a mi relación de amistad con Camilo, que había ido enfriándose. Antes solía contarme los detalles del sexo con la novia de turno, me mostraba las fotos que ellas le enviaban, y hasta se animaba a fantasear con tríos e invitarme a alguno de ellos. Pero ahora, todo era diferente. Yo tampoco le daba mayores detalles de mi relación, evidentemente porque iba a ser demasiado incómodo contarle lo que hacía con su hermana, especialmente el gusto que estaba desarrollando por correrme en ella...
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