martes, 19 de enero de 2021

Hermanitas de sangre y leche (Capítulo VIII)

 Hermanitas de sangre y leche


Capítulo VIII: Adrenalina de sábado






Como casi todas las relaciones, la nuestra fue maravillosa en un comienzo. Pero el paso del tiempo es devastador. Empiezan los celos, los reproches, las pataletas, los intentos de dominación del uno sobre el otro. Bien decía Confucio “los años son escobas que nos van barriendo hacia la fosa”. Yo sabía que iba a ser así, y aún no entendía por qué había aceptado empezar un noviazgo con Katherine. Pero lo hecho, hecho está. Pensaba para mis adentros, “echaremos 50 polvos buenos y desaparecerá la magia”.

 

Seguramente el hartazgo iba a ser mutuo para el momento en que llegase, pero aún faltaba tiempo para eso, así que no quedaba más que disfrutar y vivir la experiencia.

Para mí el comienzo de nuestra relación iba a ser más que idílico, pues además de la emoción y la satisfacción sexual que me generó Katherine, conseguí mi primer trabajo pago. Fue en una productora audiovisual, como editor de videos. Para tratarse de mí primer trabajo formal, sin contar con mayor experiencia, me pagaban bastante bien, teniendo en cuenta además que seguía siendo un estudiante universitario. Lo de editar video se me daba bien, y para ese entonces me apasionaba bastante.

Por supuesto que lo primero que hice fue buscarme mi propio apartamento, que más que un apartamento resultó siendo un piso en alquiler. Un piso en una bonita casa en un barrio céntrico de la ciudad.

Contar con mi propio sitio me permitió tener más privacidad con Katherine. Ya no debíamos recurrir a moteles, ni fornicar en su apartamento sabiendo que sus hermanas y hermano podían escucharnos.

Para Katherine fue en gran medida beneficioso, pues le quedaba relativamente cerca de su universidad, así que me visitaba con mayor frecuencia, prácticamente a diario.

Yo había sido igualmente quien la introdujo en el mundo de los porros, en el cual se metió de cabeza una vez que yo conseguí este piso. Allí fumábamos sin que nadie nos fuera a reprochar.

Claro que el hecho de trabajar y estudiar al mismo tiempo, redujo en gran medida la cantidad de tiempo libre que tenía. Pero de todas formas era un sacrificio que valía la pena.

El barrio donde quedaba mi piso también era ideal para mí. A pesar de ser una zona residencial de construcciones bajas (ninguna superaba los cuatro pisos), contaba con bastante comercio, tenía bastantes zonas verdes, incluida una pista de skate; un par de bares, y facilidades para conseguir transporte.

Lamentablemente algunas veces los estereotipos tienen algo de verdad, y bien dicen por ahí que las pistas de skate vienen con mariguaneros incluidos. Yo no patino, ni monto tabla, pero si consumo hierba, por lo que me adapté e hice amigos rápidamente en el lugar.

Uno de ellos fue Pedro, que indirectamente hizo que yo tuviera uno de los más memorables polvos con Katherine entre esos 50 que estipulé podríamos tener.

Ocurrió una tarde de sábado que ella estaba en mi piso. Yo tenía algo de trabajo acumulado así que me senté a editar mientras ella dormía. Esa tarde Pedro fue a visitarme. Él, además de fumar marihuana, era un apasionado por tocar trompeta. Como sabía que en mi piso nadie le iba a reprochar, iba para ensayar tranquilamente.
 
Esa tarde generó algo de molestia, pues con su estrepitoso instrumento cortó el sueño de Katherine; que valga aclarar que cuando dormía lucía dulce y tierna, me hacía pensar que realmente estaba enamorado de ella.

De todas formas ella se levantó y no armó mayor drama por esto. De hecho, se ofreció a ir a comprar algo para tomar entre los tres. Yo debía trabajar, así que en un comienzo me negué a beber, pero entre los dos me convencieron para tomarnos aunque sea un par de cervezas.

Pedro, además de fumar hierba, era un amante del perico(cocaína). Yo no, pues siempre se me ha hecho que es la perdición, la puerta de entrada al infierno. Sin embargo, cuando alguien más la consume no puedo prohibírselo. Además, Pedro no se alteraba mucho cuando consumía, se alteraba era cuando se le acababa.

Esa tarde se le acabó y entró en desespero. Empezó a llamar a su dealer para que le vendiera un poco. Cuando concretó el encuentro, nos pidió que le acompañáramos. Iríamos en su auto, así que accedimos.

Su dealer vivía en Kennedy, una localidad en el suroccidente de la ciudad, no muy retirada de donde estábamos, por lo que sería un viaje relativamente rápido. Finalmente no tanto, pues los sábados esta ciudades intransitable, especialmente en la tarde.

El dealer vivía en una especie de conjunto que no era cerrado. Era una pequeña ciudadela, un conjunto de edificios, pero no había ninguna reja o algún tipo de seguridad a la entrada de la urbanización; solo un grupo de edificios construidos en forma de u, mientras que el centro era un espacio para parquear vehículos.

Pedro estacionó el carro, nos dijo que trataría de no demorarse, se bajó del vehículo y se fue, despareciendo de nuestra vista al entrar en una de las torres.

Para ese momento yo estaba sentado en el puesto del copiloto, mientras que Katherine venía en el asiento de atrás.


-         ¿Me vas a dejar aquí solita?
-         No, ya me paso para atrás


En un comienzo ella se recostó en mis piernas mientas yo acariciaba su pelo. Empezó a contarme del hartazgo que tenía de vivir con sus hermanos, especialmente con Diana, que. al ser la mayor de todos, actuaba como si fuera su madre. “Es insoportable”, decía Katherine, mientras yo trataba de ponerle atención, pues el colocón de los porros que nos habíamos fumado antes todavía no se me pasaba.

“Menos mal que te tengo a ti”, dijo antes de levantarse bruscamente y empezar a besarme. Yo correspondí el beso, incluso busque que fuera algo romántico tomando su mejilla suavemente. Pensé que era lo que buscaba, pero me equivoqué.

-         Quiero que me lo hagas aquí
-         ¡Estás loca! Es de día, pasa mucha gente. Pedro vuelve en cualquier momento
- No me salgas con pretextos llenos de cagaleras. Va a ser uno rapidito, tengo muchas ganas
-         Dale...


Realmente fue un polvo muy corto. Lo sé porque mientras que lo hicimos sonaron apenas dos canciones, es más, una ya iba a la mitad cuando empezamos a follar, así que fue canción y media. 

La canción que sonaba cuando empezamos a culear era Bad Boys, de Bob Marley, y la segunda fue Mi vida(Live) de Manu Chao. No lo olvidaré, pues amenizaron uno de los polvos más especiales que echamos Katherine y yo.

Esa vez Katherine llevaba una falda de jean, así que no hubo mayor complicación para follarla, fue cuestión de subirla un poco, correr su ropa interior hacia aun costado y listo.


La calentura que Katherine tenía ese día era de alto calibre, pues fue ella quien impuso el ritmo de la cabalgata. Yo me limitaba a agarrarla fuertemente de las nalgas, ocasionalmente a sentir sus pequeños senos por sobre su camisa, y especialmente besarla.

No puedo negar que sentía un gran nerviosismo por lo que hacíamos, así que tomando de las caderas a Katherine, empecé a guiar sus movimientos para que fueran cada vez más fuertes y provocar mi orgasmo lo más pronto posible.

El polvo quizá no tuvo nada espectacular, pues ni siquiera pude verla desnuda, ni sentir su piel en la mayoría de su cuerpo, mucho menos disfrutar el sabor de su fluidos, pero seguramente la alta dosis de adrenalina que me generó fue lo que me dejó tan marcado.

Cuando sentí que iba a terminar se lo hice saber, pero esta vez ella hizo caso omiso y me pidió acabar en ella. “luego compramos la pastillita del día después”, dijo en medio de su calentura.

Yo terminé y ella lo notó, pero más allá de eso aprovechó el extratiempo de dureza de mi pene para seguir montada, empezó a besarme y me sentenció. “Cuando volvamos a casa vamos a rematar, así que aprovecha para recuperarte”.

Ella me desmontó, se hizo a un lado y se recostó en el asiento. Estaba colorada y acalorada, su pelo un tanto desordenado; los vidrios se habían empañado, aunque no tanto como muestran en las películas.

Pedro volvió unos diez minutos después. El polvo había terminado hace un buen tiempo, pero nuestra apariencia era delatora.


-         Se la pasaron bien por lo que veo chicos...
-         ¿Por qué lo dices Pedrito?
-         Hombre, el carro apesta a sexo. Además que tienen unas caritas… ¿No me lo habrán manchado?
-         No Pedro ¿Cómo se te ocurre?


Nos miramos con Katherine y creo que ambos sentimos algo de vergüenza, pero lo que reinó fue el silencio. “Parce, pasate aquí adelante que no quiero parecer su chofer”, dijo Pedro mientras me miraba.


Pedro nos llevó de vuelta a casa, tomó su trompeta y se fue. Ahora teníamos pista libre para continuar lo que habíamos empezado en la tarde. Yo ya había recuperado fuerzas, por lo que estaba ansioso por 
repetir.  Me había olvidado que tenía trabajo atrasado, lo único que me importaba a esa hora era echar un polvo tan maravilloso como el vivido unas horas atrás.


-         Hazme un… ¿Cómo es que le llamas?¿Cunnilingus?
-         A tus órdenes…


Baje su falda de un jalón. Quedó allí de pie, tan vulnerable, tapada apenas por su tanguita y su camisa. Quizá algo sorprendida por la brutalidad con la que le saqué la falda.

Luego le saqué la tanga, normalmente; no todo tenía que tener esa dosis de agresividad. Le pedí que se mantuviese en pie mientras yo me agachaba para darle sexo oral.


Recuerdo que esa vez jugué quizá de más con mis dedos, pues yo era mucho de usar la lengua, los labios y los dientes, pero poco los dedos, ya que mis manos habitualmente se ocupaban acariciando el resto de su cuerpo. Sin embargo, esa noche tenía ganas de “jugar al ginecólogo”, quería explorar un poco con mis manos.


Ella lo disfrutó, pero estoy seguro de que no tanto como en anteriores ocasiones. De todas formas, con la pareja debes ir probando, y eso fue lo que hice. De hecho, creo que se pegó un buen susto cuando dirigí uno de mis dedos hacia su culo, otra vez volvió a aparecer ese gesto de apretar nalgas. Yo solo me reí y le dije “no te preocupes, quería ver cómo reaccionabas, pero sé que no te gusta”.


Y así como ella había sido la encargada de dominar la situación en el polvo de la tarde, ahora era mi turno.


Una vez que terminé la sesión de sexo oral, me puse en pie y rápidamente la empujé contra la pared. Empecé a besarla, levante sus piernas, les agarré entre mis brazos, como enganchándolas, como si se tratara de alzar canastos, y la penetré. Lo hice lentamente, pues ahora no teníamos apuro alguno.

Ella dejó escapar sus primeros jadeos, luego empezó a besarme. Todo esto pasó en la sala de la casa, a oscuras, pues creo que la calentura que traíamos no nos dio tiempo para más.

Como era habitual en ella, su vagina estaba empapada, y poco a poco mi zona pélvica fue quedando igual dado el constante contacto con la suya. 

No sé si la humedad hace que el sonido de los cuerpos al chocar sea más intenso, tal vez es solo mi imaginación; lo cierto es que ese sonido tan característico del sexo estaba presente.

“Naciste para hacer el amor”, le dije antes de darle un largo beso mientras seguíamos follando allí de pie. Quería que este polvo fuera muy largo, pero alzarla, así fuera apoyado por la pared, fue mermando la energía en mis brazos. Tuvimos que cambiar de posición. La acosté sobre un sofá y sin mucho rodeo volví a penetrarla.

A esta altura del coito sus gemidos eran continuos y sonoros, y solo se vieron interrumpidos para decirme:

-         ¡Chúpame las tetas!
-         ¿Cuáles?
-         ¡Imbécil!
-         No te enojes, son tetitas y son las más hermosas que he conocido


Levanté su camisa y cual neonato me apasioné besando, lamiendo y chupando esos pequeños pero tiernos senos. Ella por ratos me agarraba fuertemente de la espalda y por ratos me arañaba. No sé por qué, pero eso me excitaba sobremanera, tanto así que me hizo llegar al orgasmo. De nuevo me corrí dentro de ella. Sin remordimiento alguno, pues de todas formas al otro día iríamos a comprar la píldora del día después.
Con todo el malestar que eso conlleva y el consecuente cariño que un novio debe dar a su chica en esas circunstancias.

El domingo fue ciertamente tortuoso, Katherine estaba de muy mal carácter por los síntomas que le provocó la pastilla. Yo debía alternar entre cuidarla y trabajar, pues los videos que había dejado pendientes el día anterior, no se iban a editar solos.


Capítulo IX: La noche de los lechazos

El amor que sentía por Katherine crecía inversamente proporcional a mi relación de amistad con Camilo, que había ido enfriándose. Antes solía contarme los detalles del sexo con la novia de turno, me mostraba las fotos que ellas le enviaban, y hasta se animaba a fantasear con tríos e invitarme a alguno de ellos. Pero ahora, todo era diferente. Yo tampoco le daba mayores detalles de mi relación, evidentemente porque iba a ser demasiado incómodo contarle lo que hacía con su hermana, especialmente el gusto que estaba desarrollando por correrme en ella...


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