Hermanitas de sangre y leche
Capítulo IX: La noche de los lechazos
El amor que sentía por Katherine crecía inversamente proporcional a mi relación de amistad con Camilo, que había ido enfriándose. Antes solía contarme los detalles del sexo con la novia de turno, me mostraba las fotos que ellas le enviaban, y hasta se animaba a fantasear con tríos e invitarme a alguno de ellos. Pero ahora, todo era diferente. Yo tampoco le daba mayores detalles de mi relación, evidentemente porque iba a ser demasiado incómodo contarle lo que hacía con su hermana, especialmente el gusto que estaba desarrollando por correrme en ella.
No era
cuestión de infortunio o de falta de precaución, era una conducta premeditada,
pues desde esa tarde del polvo en el auto de Pedro había desarrollado un gran
morbo por dejarle colgando mi esperma en sus paredes vaginales, me excitaba
tanto como echársela en la cara. Ella prefería más esta última opción, pues le
evitaba hacer uso de la píldora del día después y los horribles malestares que
estas le desataban.
De todas formas Katherine y yo íbamos a aprender
la lección del uso abusivo de la píldora del día después. Lo íbamos a aprender
de la manera más tortuosa posible: una falla.
Recuerdo que la noche de la debacle o “noche de
los lechazos” fue en el último de los feriados de junio de ese año. Katherine
me invitó a un paseo con algunos de sus compañeros universitarios, plan al que
no solo no le vi problema, sino que me causó cierto entusiasmo, pues era una
época de demasiado estrés para mí, ya que al contar con menos días laborales en
la semana (hay tres feriados en junio en este país), la carga se acumulaba. Era
la ocasión ideal para descansar, para dispersar un poco la mente, y para
compartir con Katherine, quien para ese entonces me tenía completamente
cautivado.
Esa vez viajamos la noche del viernes en el auto
de Edwin, uno de los compañeros de clase de Katherine. Íbamos con él, su novia.
En otro auto iba un muchacho llamado Juan y otras dos chicas. Nuestro destino
era Melgar, un pequeño municipio a unas dos horas de Bogotá. Allí llegaríamos a
la finca de Juan.
Fue nada más llegar para empezar a consumir
licor en los alrededores de la piscina y en esta misma. Tanto la novia de Edwin
como las otras dos chicas que iban con nosotros eran atractivas, por lo menos
merecían un buen recorrido con la vista de arriba a abajo. Aunque no podía
excederme en apreciaciones, pues Katherine estaba conmigo y de perderme
contemplando a alguna de estas chicas, seguramente lo notaría y vendría una
discusión.
Esa noche, la del viernes, Katherine se embriagó
rápidamente, y yo no tuve más opción que alzarla, y llevarla a dormir. Me quedé
junto a ella, me sentía agotado por el viaje y ciertamente porque también había
consumido una buena cantidad de licor, así que decidí que era hora de dormir.
Al siguiente día fue un poco más de lo mismo, conversaciones,
anécdotas, risas y licor en la piscina. Para mí, ver a toda hora a estas chicas
en vestido de baño fue motivo suficiente para estar deseoso a cada instante.
Katherine iba a pagar por ello, pues mi calentura era total. Entrada la noche
le propuse a Katherine fumar un porro, pero como no lo quería compartir con los
demás, le dije que fuéramos al respaldo de la casa.
Nos fuimos a este sitio oscuro y abandonado
mientras escuchábamos las voces, las risas y los gritos de los compañeros de
Katherine, que continuaban divirtiéndose en la piscina. Encendimos el
porro y charlamos un poco mientras lo fumamos. Todo estaba tan oscuro que le
propuse a Katherine que lo hiciéramos allí. No había cama, ni colchón, ni luz;
solo el piso mugriento y el deseo de fornicar el uno con el otro. Como antes
estábamos en la piscina, íbamos ligeros de ropa: la pantaloneta en mi caso y el
bikini en el caso de ella. Eso facilitó muchos las cosas, pues fue cuestión de
correrlo hacia un costado para penetrarla. Lo hicimos allí, de pie, recostados
contra una pared, viéndonos a la cara.
La luz era casi inexistente en esta zona, pero
suficiente como para apreciar el lindo rostro de Katherine. Sus sensuales
labios rosas que se apretaban en el uno con el otro para sofocar cualquier
gemido o ruido y sus grandes ojos oscuros, que clavaban su mirada en los míos
en búsqueda de complicidad.
Los dos buscábamos ser silenciosos, pero no lo
lográbamos del todo cuando nuestros cuerpos chocaban. Poco a poco eso iba
importándonos cada vez menos. Llegó un momento en el que no tuvimos reparo en
hacer el ruido que nos fuera necesario. Al fin y al cabo, el sexo seguramente
estaba entre los planes de todos los que fuimos a este paseo. Ser descubiertos
no nos importó mucho, pues estaba lo suficientemente oscuro como para que
alguien pudiese apreciar más de la cuenta.
En esta ocasión no hubo chance para el sexo
oral, tan apetecido por ese entonces por mi viciosa novia. El polvo fue
relativamente largo, unos 15 minutos calculo yo, pero no nos dimos la
oportunidad de variar de posición. Solo lo hicimos allí, recostados contra esa
pared, siendo mis empellones cada vez más fuertes.
Para hacerlos aún más intensos, agarré a
Katherine de las caderas y empecé a sacudirla fuertemente contra mí, como si su
cuerpo fuera un juguetito diseñado para hacerme una paja. Tanto me entusiasmé
que la descarga no tardó en llegar. Fue brutal dado que yo llevaba cerca de
tres semanas sin sexo o masturbación. Inicialmente ella se molestó por haberme
corrido en ella, pero entendiendo que no había opción diferente a recurrir a la
tan bendita píldora del día después, omitió la molestia que le había generado
mi exceso de confianza. De hecho lo superó rápidamente, pues con solo volver a
la piscina con los demás, olvidó el malestar que tenía conmigo.
Pero para mí ese polvo fue solo un abrebocas,
estaba desatado y ahora solo quería más. No hallaba el momento de echar otro
polvo, claro que debía controlarme, pues había que compartir con los demás,
todavía más cuando eres un invitado.
Claro que llegó un momento en el que yo
consideré suficiente el tiempo de esparcimiento y diversión con todo el grupo,
entendía que había llegado el momento de la privacidad y la pasión con mi
novia. Pero ella parecía estar divirtiéndose con todos los demás, no quería
presionarla, así que empecé a insinuarme con el mayor disimulo que me fue
posible.
Estábamos sentados en círculo al interior de la
piscina, obviamente yo estaba junto a Katherine. Aproveché para empezar a tocar
sus piernas bajo el agua, asumiendo que nadie se daba cuenta de lo que hacía, aunque
era evidente que si lo hacía, así como seguramente también se habían dado
cuenta de que minutos atrás habíamos follado en la parte trasera de la casa.
Era delicado al hacerlo, mi objetivo era
excitarle, y sabía que debía ser muy paciente para hacerlo. Deslizaba mi mano
por sus piernas lentamente. Ocasionalmente por su zona púbica, aunque por
encima de su bikini. Claro que a lo que más tiempo dediqué fue a la
entrepierna, no solo porque sabía que iba a obtener el resultado deseado, sino
porque a mí también me calentaba sobremanera acariciar la cara interna de sus
muslos.
No tardé mucho en lograr mi objetivo. Katherine
explicó a sus amigos estar cansada, me tomó de la mano y me condujo a la
habitación. Era evidente que ninguno le había creído, que seguramente todos
sabían que íbamos a follar, pero, ¿Qué más da? Ni a mí ni a ella nos importaba
lo que ellos pensaran o creyeran, solo teníamos en mente complacer nuestros
instintos más básicos.
“Ahora si me vas a recompensar con el
cunnilingus que me quedaste debiendo”, dijo Katherine apenas cerró la puerta de
la habitación. Yo la acosté sobre la cama, le saqué la parte baja de su bikini
y de nuevo me puse cara a cara con su vagina. Antes de empezar a meter mano,
dedique un buen rato a besar y acariciar su entrepierna, al fin y al cabo
entendía que allí estaba la clave para empezar una buena sesión de sexo oral con
Katherine.
Para ese entonces el sexo oral era casi tan
habitual como darle un beso. Conocía casi que a la perfección lo que le gustaba
y lo que no, el ritmo que debía llevar, cuando utilizar mis dedos, cuando
acariciar superficialmente su vagina con la palma de mi mano, cuándo y cómo
utilizar mi lengua. Me sentía todo un artista del sexo oral, por lo menos así
me hacía sentir ella, pues lo disfrutaba más de la cuenta. Incluso llegué a
popularizar mi perspectiva sobre el sexo oral entre mis conocidos: “Si no bajas
al pozo, otro viene y se te toma el agua”, les decía a mis amigos para hacerles
notar mi fascinación sobre esta práctica.
Supongo que la ingesta de alcohol hizo que
Katherine estuviera un poco más desinhibida. Generalmente era una chica de poco
ruido durante el sexo, pero esa vez, solo con el sexo oral levantó la casa a
punta de gemidos. Su coño se humedeció rápidamente, como era habitual en ella;
sus fluidos empezaron a correr por la cara interna de sus muslos, con los que a
su vez apretaba mi cabeza ocasionalmente.
Fue una extensa sesión de sexo oral, pues me
sentía en deuda con ella porque en el primer polvo de la noche no se había dado
la oportunidad para complacerla como se debe. De todas formas no me incomodaba
hacerlo ya que era una chica bastante aseada en su zona íntima, generalmente
depilada e incluso perfumada; además del placer delirante que ya he mencionado
le ocasionaba el transitar de mi lengua por su coño.
“Házmelo, fóllame ya”, dijo ella al interrumpir
la sesión de sexo oral tomándome del pelo y levantando mi cabeza. Yo, ni corto
ni perezoso, introduje mi pene en ella. Siempre, después de estas sesiones de
caricias, besos y lengüetazos en su zona íntima, era todo un placer follarla, pues
se humedecía tanto que mi pene se deslizaba en ella con especial facilidad.
Empecé con un movimiento de cadera lento pero
profundo, mirándola constantemente a los ojos y comiéndole la boca
ocasionalmente. A esa altura de la noche Katherine conservaba la parte alta de
su bikini. Tanta era mi excitación que no me dio tiempo para quitárselo, me
limité a bajarlo, dejando al descubierto sus pequeños pero hermosos senos. Para
ese momento estábamos follando en la clásica posición del misionero, pero eso
iba a terminar rápidamente, ya que ella pidió parar para hacerme una mamada.
Yo disfrutaba totalmente de ver su carita
mientras metía mi pene entre su boca, pero en ese momento solo quería follarla,
así que no duró mucho su mamada.
La puse de rodillas sobre la cama y empecé a
penetrarla en cuatro, tomándola fuertemente de las caderas y embistiéndola con
fuerza. Ocasionalmente la tomaba de los hombros para jalarla contra mí y hacer
más profunda y contundente la penetración.
“Agárrame de las caderas, como ahorita”, me
pidió ella en momentos en los que la tomaba por los hombros. Así que deslicé
mis manos hasta llegar a sus caderas no sin antes dejar marcas de mis uñas en
su espalda. Claro que se trató de algo muy leve, además de que su piel era
sensible y seguramente estaba un poco más vulnerable luego de tantas horas en
la piscina.
La agarré nuevamente de las caderas, con firmeza
y buscando guiar sus movimientos para que la penetración fuera cada vez más
fuerte. También aprovechaba la posición de mis pulgares para separar levemente
sus nalgas, de modo que hacía más notorio, más visible su pequeño ojete, ese
que alguna vez penetré pero que no fue de su agrado.
Nunca había sido agresivo con Katherine, pues
ella, por su apariencia débil, delicada y todavía con rasgos de niña; me
producía ternura más que cualquier otra cosa. Pero esa noche no sé qué pasó,
pero en medio del furor, empecé a cachetear sus nalgas. Ella no dijo nada,
evidentemente lo disfrutó, pues una vez que yo paré de azotar sus nalgas, ella
misma las golpeó, como invitándome a seguir. No pasó mucho tiempo para que
sus blancas y tiernas nalguitas se pusieran coloradas. Al verlas tan rojas,
detuve los cachetazos.
A esa altura de la noche ella ya no tenía reparo
alguno en gemir, ya no le importaba que sus amigos pudiesen escucharnos, solo
le interesaba disfrutar del momento.
Katherine
sintió el agotamiento de estar en esa posición y me pidió retomar la posición
del misionero, que para ella era la de menor esfuerzo. Yo accedí, pues al estar
en cuatro me perdía de la oportunidad de disfrutar de sus gestos. Así que sin
perder tiempo le di vuelta, la acosté y la volví a penetrar.
Mientras volvía a introducir mi pene en ella, la
besaba y acariciaba la cara externa de sus piernas. Por ratos me alejaba un
poco, sin dejar de penetrarla, con el ánimo de contemplar su cuerpo y no solo
su cara; con la intención de ver como mi pene se deslizaba entre su delgado y
frágil cuerpo. También para tener la oportunidad de ver, tocar y acariciar su
abdomen; que estaba muy bien concebido: plano, lo suficientemente tonificado
para lucir sexy, sin llegar a la exagerada tonificación.
Empecé a arañar suavemente su abdomen mientras
mis manos subían hacia sus senos, los cuales se sacudían bruscamente con cada
empellón que le daba. Los tomé entre mis manos y jugué por un rato con sus
pequeños pezones, que en ese instante estaban duros y deseosos de ser
acariciados. Luego apreté sus pequeños senos, creo que como nunca antes lo
había hecho, pues no era mi gran pasión hacerlo, sin embargo, esa noche sentí
un fuerte deseo por tomarlos y estrujarlos entre mis manos. La mirada cómplice
de Katherine también contribuyó a que lo hiciera.
Estuvimos follando en esa posición por largo
rato. No puedo decir cuánto pues no lo sé, no lo contabilicé. Solo sé que llegó
un momento en que mis brazos estaban completamente agotados, por lo que dejé
caer mi cuerpo sobre el de Katherine. De todas formas, continué follándola,
aunque sin el exquisito placer de ver su rostro. Pero eso se equiparó al dejar
mi cara al lado de la suya, pues escuché con mayor intensidad su agitada
respiración, sus ricos gemidos, que esa noche estuvieron más presentes que
nunca; a la vez que me permitía sentir mucho más su cuerpo sudando, así como
los acelerados latidos de su corazón.
Ella me abrazó, tanto con brazos y piernas. Los
movimientos quizá se dificultaron, pero su humedad siguió en aumento. El saber
de su excitación y el entender que ella estaba viviendo un nuevo orgasmo, hizo
que yo llegara al mío. Y como previamente me había corrido en ella, esta vez
tampoco tendría reparo o remordimiento alguno en hacerlo. La besé mientras
alcanzaba el éxtasis, y aún después de haber alcanzado el orgasmo, continué
besándola.
Su orgasmo no terminó con el mío, sino que se
prolongó durante unos segundos más, tanto así que una vez que se la saqué, ella
siguió suspirando levemente, y su cuerpo fue víctima de unos pequeños pero
incontrolables espasmos. Las sábanas de la cama también estaban mojadas, en
cierta medida por el sudor, y en cierto grado por los fluidos que Katherine
dejó escapar durante el coito.
Mientras recuperaba el aliento me quedé
arrodillado allí en la cama, viendo a Katherine aún acostada, que miraba hacia
el techo mientras el semen escurría de su vagina.
Una vez que se recompuso, me pidió no vestirme,
pues su deseo era que durmiéramos abrazados y desnudos. Yo accedí, pues también
me apetecía que fuese así. Sin embargo, eso me iba a jugar en
contra.
Pasaron unas horas, yo desperté en la madrugada,
concretamente a las tres de la mañana. Y al encontrarme desnudo, abrazado a
Katherine, en medio de la oscuridad, no pude evitar excitarme. Empecé a besarla
suavemente por el cuello, pero no iban a ser mis besos los encargados de
despertarla sino me erección contra sus nalgas.
- Hagámoslo
otra vez, le susurré al oído
- Dale
- Pero
vamos a hacerlo en la piscina
- No,
en la piscina no, que me puede dar una infección
- Bueno,
entonces al borde de la piscina
- ¿Y
si nos ven?
- Esa
es la idea, tentar al peligro. No nos van a ver…
Nos vestimos como si realmente fuéramos a entrar
a la piscina, por si alguien llegaba, le diríamos que habíamos ido a echar un
chapuzón de madrugada. Salimos de la habitación tratando de ser lo más
sigilosos que pudimos, nos movimos en medio de la oscuridad hasta que por fin
llegamos a la zona de la piscina.
Empezamos a besarnos y luego yo me tumbé en el
suelo. Ella corrió su bikini hacia un costado y guió mi pene hacia su interior.
Empezó a moverse lentamente sobre mí. Yo la dejaba llevar toda la iniciativa,
quería disfrutar de verla imponer el ritmo.
Pero la tentación me venció más temprano que
tarde y fue ahí cuando lancé mis manos hacia sus tetitas. Las acaricié
inicialmente por sobre su bikini, y luego metí mis manos bajo este. Ella me
miraba fijamente a la cara a medida que incrementaba el ritmo de sus
movimientos.
La agarré de las caderas para sacudirla con más
fuerza sobre mí, pero ella me dio una cachetada e inmediatamente me tomó de las
manos, las dirigió por sobre mi cabeza y allí las mantuvo. Katherine deseaba
tener completo dominio de la situación y yo se lo permití. Al fin y al cabo, lo
estaba haciendo a la perfección. Sus movimientos su fueron tornando cada vez
más contundentes, cada vez más frenéticos.
Poco a poco fue dejando escapar uno que otro
gemido, aunque trataba de reprimirse para que nadie nos fuera a encontrar
follando ahí. Su vagina rápidamente se humedeció, lo que facilitó sus bruscos
movimientos sobre mí.
Pero rápidamente su condición física le iba a
vencer, cediéndome la oportunidad de tener la iniciativa. Yo me puse en pie, la
tomé de una mano y la llevé hacia una zona de árboles que había en
inmediaciones de la piscina. La apoyé contra uno de estos, y la penetré por
detrás, por su vagina, pero por detrás.
El tronco del árbol era grueso y parecía sólido,
así que no dudé al momento de incrementar la intensidad de los movimientos. La
tomaba por el abdomen, como con una especie de abrazo bajo; lo acariciaba y
poco apoco deslizaba una de mis manos hacia su vagina, para jugar con su
clítoris entre mis dedos a la vez que la penetraba.
Eso tuvo un alto costo, pues Katherine empezó a
dejar escapar unos gemidos cada vez más fuertes. Pero a mí no me importó, pues
disfrutaba con su excitación, con su placer y con sus ganas de gozar.
Ocasionalmente
daba vuelta a su cara para besarla, aunque la mayor parte del tiempo lo que vi
fueron sus redonditas e indefensas nalgas rebotando contra mi humanidad.
A esa altura de la noche el cansancio me estaba
pasando factura, las piernas me temblaban del agotamiento e incluso llegó un
momento en que sentí un calambrazo en el posterior de uno de mis muslos. Eso me
llevó a concentrarme en terminar lo antes posible, pues ya estaba en las
últimas. No dudé en ningún momento en volver a dejarle el coño lleno de semen a
mi tierna novia, que esa noche había recibido más esperma que en cualquier otro
momento de su vida.
Cuando se la saqué, ella se quedó recostada un
par de segundos contra el tronco del árbol, dándome la oportunidad de ver mi
semen correr pierna abajo por su humanidad.
Rápidamente
y ya sin temor alguno, nos dirigimos de nuevo a la habitación para por fin
descansar. Al otro día teníamos que ir a la zona urbana del municipio para
comprar una píldora del día después. Claro que al día siguiente lo postergamos,
pues estas pastillas tienen efecto durante las 72 horas siguientes, y
entendimos que consumirla en medio del paseo solo lo arruinaría. Así que
esperamos a volver a Bogotá para comprarla y para que Katherine la tomara.
Desafortunadamente para nosotros, la píldora iba a fallar, y de ese modo
nuestras vidas iban a cambiar drásticamente.
Fue una noticia que tardó en llegar,
especialmente para mí. La pastilla entre sus diversos efectos tiene el
desajuste de los periodos menstruales, por lo que un retraso no tiene que ser
necesariamente un motivo de preocupación. Claro que no debería ser así, un
retraso ha de ser motivo de alarma siempre, bajo cualquier contexto.
Durante el primer mes de retraso Katherine no
quiso alarmarse, lo tomó como una situación normal, pero los días fueron
pasando y su preocupación creciendo. Al final decidió hacerse una prueba de
embarazo casera, consiguiendo un resultado positivo. Durante todo ese tiempo yo
desconocí la situación, y fue ese día, el de la prueba casera, cuando por
primera vez me enteré de lo que ocurría.
Luego recurrimos a un examen más fiable,
confirmando lo que tanto temíamos. De todas formas, no había marcha atrás.
Katherine nunca contempló el aborto como alternativa, por lo que las cartas
estaban echadas. El siguiente paso era contárselo a su familia.
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