miércoles, 20 de enero de 2021

Hermanitas de sangre y leche (Capítulo IX)

 Hermanitas de sangre y leche


Capítulo IX: La noche de los lechazos




El amor que sentía por Katherine crecía inversamente proporcional a mi relación de amistad con Camilo, que había ido enfriándose. Antes solía contarme los detalles del sexo con la novia de turno, me mostraba las fotos que ellas le enviaban, y hasta se animaba a fantasear con tríos e invitarme a alguno de ellos. Pero ahora, todo era diferente. Yo tampoco le daba mayores detalles de mi relación, evidentemente porque iba a ser demasiado incómodo contarle lo que hacía con su hermana, especialmente el gusto que estaba desarrollando por correrme en ella.

 

No era cuestión de infortunio o de falta de precaución, era una conducta premeditada, pues desde esa tarde del polvo en el auto de Pedro había desarrollado un gran morbo por dejarle colgando mi esperma en sus paredes vaginales, me excitaba tanto como echársela en la cara. Ella prefería más esta última opción, pues le evitaba hacer uso de la píldora del día después y los horribles malestares que estas le desataban.

De todas formas Katherine y yo íbamos a aprender la lección del uso abusivo de la píldora del día después. Lo íbamos a aprender de la manera más tortuosa posible: una falla.

Recuerdo que la noche de la debacle o “noche de los lechazos” fue en el último de los feriados de junio de ese año. Katherine me invitó a un paseo con algunos de sus compañeros universitarios, plan al que no solo no le vi problema, sino que me causó cierto entusiasmo, pues era una época de demasiado estrés para mí, ya que al contar con menos días laborales en la semana (hay tres feriados en junio en este país), la carga se acumulaba. Era la ocasión ideal para descansar, para dispersar un poco la mente, y para compartir con Katherine, quien para ese entonces me tenía completamente cautivado.

Esa vez viajamos la noche del viernes en el auto de Edwin, uno de los compañeros de clase de Katherine. Íbamos con él, su novia. En otro auto iba un muchacho llamado Juan y otras dos chicas. Nuestro destino era Melgar, un pequeño municipio a unas dos horas de Bogotá. Allí llegaríamos a la finca de Juan.

Fue nada más llegar para empezar a consumir licor en los alrededores de la piscina y en esta misma. Tanto la novia de Edwin como las otras dos chicas que iban con nosotros eran atractivas, por lo menos merecían un buen recorrido con la vista de arriba a abajo. Aunque no podía excederme en apreciaciones, pues Katherine estaba conmigo y de perderme contemplando a alguna de estas chicas, seguramente lo notaría y vendría una discusión.

Esa noche, la del viernes, Katherine se embriagó rápidamente, y yo no tuve más opción que alzarla, y llevarla a dormir. Me quedé junto a ella, me sentía agotado por el viaje y ciertamente porque también había consumido una buena cantidad de licor, así que decidí que era hora de dormir.

Al siguiente día fue un poco más de lo mismo, conversaciones, anécdotas, risas y licor en la piscina. Para mí, ver a toda hora a estas chicas en vestido de baño fue motivo suficiente para estar deseoso a cada instante. Katherine iba a pagar por ello, pues mi calentura era total. Entrada la noche le propuse a Katherine fumar un porro, pero como no lo quería compartir con los demás, le dije que fuéramos al respaldo de la casa.

Nos fuimos a este sitio oscuro y abandonado mientras escuchábamos las voces, las risas y los gritos de los compañeros de Katherine, que continuaban divirtiéndose en la piscina. Encendimos el porro y charlamos un poco mientras lo fumamos. Todo estaba tan oscuro que le propuse a Katherine que lo hiciéramos allí. No había cama, ni colchón, ni luz; solo el piso mugriento y el deseo de fornicar el uno con el otro. Como antes estábamos en la piscina, íbamos ligeros de ropa: la pantaloneta en mi caso y el bikini en el caso de ella. Eso facilitó muchos las cosas, pues fue cuestión de correrlo hacia un costado para penetrarla. Lo hicimos allí, de pie, recostados contra una pared, viéndonos a la cara.

La luz era casi inexistente en esta zona, pero suficiente como para apreciar el lindo rostro de Katherine. Sus sensuales labios rosas que se apretaban en el uno con el otro para sofocar cualquier gemido o ruido y sus grandes ojos oscuros, que clavaban su mirada en los míos en búsqueda de complicidad.

Los dos buscábamos ser silenciosos, pero no lo lográbamos del todo cuando nuestros cuerpos chocaban. Poco a poco eso iba importándonos cada vez menos. Llegó un momento en el que no tuvimos reparo en hacer el ruido que nos fuera necesario. Al fin y al cabo, el sexo seguramente estaba entre los planes de todos los que fuimos a este paseo. Ser descubiertos no nos importó mucho, pues estaba lo suficientemente oscuro como para que alguien pudiese apreciar más de la cuenta.

En esta ocasión no hubo chance para el sexo oral, tan apetecido por ese entonces por mi viciosa novia. El polvo fue relativamente largo, unos 15 minutos calculo yo, pero no nos dimos la oportunidad de variar de posición. Solo lo hicimos allí, recostados contra esa pared, siendo mis empellones cada vez más fuertes.

Para hacerlos aún más intensos, agarré a Katherine de las caderas y empecé a sacudirla fuertemente contra mí, como si su cuerpo fuera un juguetito diseñado para hacerme una paja. Tanto me entusiasmé que la descarga no tardó en llegar. Fue brutal dado que yo llevaba cerca de tres semanas sin sexo o masturbación. Inicialmente ella se molestó por haberme corrido en ella, pero entendiendo que no había opción diferente a recurrir a la tan bendita píldora del día después, omitió la molestia que le había generado mi exceso de confianza. De hecho lo superó rápidamente, pues con solo volver a la piscina con los demás, olvidó el malestar que tenía conmigo.
 
Pero para mí ese polvo fue solo un abrebocas, estaba desatado y ahora solo quería más. No hallaba el momento de echar otro polvo, claro que debía controlarme, pues había que compartir con los demás, todavía más cuando eres un invitado.

Claro que llegó un momento en el que yo consideré suficiente el tiempo de esparcimiento y diversión con todo el grupo, entendía que había llegado el momento de la privacidad y la pasión con mi novia. Pero ella parecía estar divirtiéndose con todos los demás, no quería presionarla, así que empecé a insinuarme con el mayor disimulo que me fue posible.

Estábamos sentados en círculo al interior de la piscina, obviamente yo estaba junto a Katherine. Aproveché para empezar a tocar sus piernas bajo el agua, asumiendo que nadie se daba cuenta de lo que hacía, aunque era evidente que si lo hacía, así como seguramente también se habían dado cuenta de que minutos atrás habíamos follado en la parte trasera de la casa.

Era delicado al hacerlo, mi objetivo era excitarle, y sabía que debía ser muy paciente para hacerlo. Deslizaba mi mano por sus piernas lentamente. Ocasionalmente por su zona púbica, aunque por encima de su bikini. Claro que a lo que más tiempo dediqué fue a la entrepierna, no solo porque sabía que iba a obtener el resultado deseado, sino porque a mí también me calentaba sobremanera acariciar la cara interna de sus muslos.

No tardé mucho en lograr mi objetivo. Katherine explicó a sus amigos estar cansada, me tomó de la mano y me condujo a la habitación. Era evidente que ninguno le había creído, que seguramente todos sabían que íbamos a follar, pero, ¿Qué más da? Ni a mí ni a ella nos importaba lo que ellos pensaran o creyeran, solo teníamos en mente complacer nuestros instintos más básicos.

“Ahora si me vas a recompensar con el cunnilingus que me quedaste debiendo”, dijo Katherine apenas cerró la puerta de la habitación. Yo la acosté sobre la cama, le saqué la parte baja de su bikini y de nuevo me puse cara a cara con su vagina. Antes de empezar a meter mano, dedique un buen rato a besar y acariciar su entrepierna, al fin y al cabo entendía que allí estaba la clave para empezar una buena sesión de sexo oral con Katherine.

Para ese entonces el sexo oral era casi tan habitual como darle un beso. Conocía casi que a la perfección lo que le gustaba y lo que no, el ritmo que debía llevar, cuando utilizar mis dedos, cuando acariciar superficialmente su vagina con la palma de mi mano, cuándo y cómo utilizar mi lengua. Me sentía todo un artista del sexo oral, por lo menos así me hacía sentir ella, pues lo disfrutaba más de la cuenta. Incluso llegué a popularizar mi perspectiva sobre el sexo oral entre mis conocidos: “Si no bajas al pozo, otro viene y se te toma el agua”, les decía a mis amigos para hacerles notar mi fascinación sobre esta práctica.

Supongo que la ingesta de alcohol hizo que Katherine estuviera un poco más desinhibida. Generalmente era una chica de poco ruido durante el sexo, pero esa vez, solo con el sexo oral levantó la casa a punta de gemidos. Su coño se humedeció rápidamente, como era habitual en ella; sus fluidos empezaron a correr por la cara interna de sus muslos, con los que a su vez apretaba mi cabeza ocasionalmente.

Fue una extensa sesión de sexo oral, pues me sentía en deuda con ella porque en el primer polvo de la noche no se había dado la oportunidad para complacerla como se debe. De todas formas no me incomodaba hacerlo ya que era una chica bastante aseada en su zona íntima, generalmente depilada e incluso perfumada; además del placer delirante que ya he mencionado le ocasionaba el transitar de mi lengua por su coño.

“Házmelo, fóllame ya”, dijo ella al interrumpir la sesión de sexo oral tomándome del pelo y levantando mi cabeza. Yo, ni corto ni perezoso, introduje mi pene en ella. Siempre, después de estas sesiones de caricias, besos y lengüetazos en su zona íntima, era todo un placer follarla, pues se humedecía tanto que mi pene se deslizaba en ella con especial facilidad.

Empecé con un movimiento de cadera lento pero profundo, mirándola constantemente a los ojos y comiéndole la boca ocasionalmente. A esa altura de la noche Katherine conservaba la parte alta de su bikini. Tanta era mi excitación que no me dio tiempo para quitárselo, me limité a bajarlo, dejando al descubierto sus pequeños pero hermosos senos. Para ese momento estábamos follando en la clásica posición del misionero, pero eso iba a terminar rápidamente, ya que ella pidió parar para hacerme una mamada.

Yo disfrutaba totalmente de ver su carita mientras metía mi pene entre su boca, pero en ese momento solo quería follarla, así que no duró mucho su mamada.

La puse de rodillas sobre la cama y empecé a penetrarla en cuatro, tomándola fuertemente de las caderas y embistiéndola con fuerza. Ocasionalmente la tomaba de los hombros para jalarla contra mí y hacer más profunda y contundente la penetración.

“Agárrame de las caderas, como ahorita”, me pidió ella en momentos en los que la tomaba por los hombros. Así que deslicé mis manos hasta llegar a sus caderas no sin antes dejar marcas de mis uñas en su espalda. Claro que se trató de algo muy leve, además de que su piel era sensible y seguramente estaba un poco más vulnerable luego de tantas horas en la piscina.

La agarré nuevamente de las caderas, con firmeza y buscando guiar sus movimientos para que la penetración fuera cada vez más fuerte. También aprovechaba la posición de mis pulgares para separar levemente sus nalgas, de modo que hacía más notorio, más visible su pequeño ojete, ese que alguna vez penetré pero que no fue de su agrado.

Nunca había sido agresivo con Katherine, pues ella, por su apariencia débil, delicada y todavía con rasgos de niña; me producía ternura más que cualquier otra cosa. Pero esa noche no sé qué pasó, pero en medio del furor, empecé a cachetear sus nalgas. Ella no dijo nada, evidentemente lo disfrutó, pues una vez que yo paré de azotar sus nalgas, ella misma las golpeó, como invitándome a seguir. No pasó mucho tiempo para que sus blancas y tiernas nalguitas se pusieran coloradas. Al verlas tan rojas, detuve los cachetazos.


A esa altura de la noche ella ya no tenía reparo alguno en gemir, ya no le importaba que sus amigos pudiesen escucharnos, solo le interesaba disfrutar del momento.

Katherine sintió el agotamiento de estar en esa posición y me pidió retomar la posición del misionero, que para ella era la de menor esfuerzo. Yo accedí, pues al estar en cuatro me perdía de la oportunidad de disfrutar de sus gestos. Así que sin perder tiempo le di vuelta, la acosté y la volví a penetrar.

Mientras volvía a introducir mi pene en ella, la besaba y acariciaba la cara externa de sus piernas. Por ratos me alejaba un poco, sin dejar de penetrarla, con el ánimo de contemplar su cuerpo y no solo su cara; con la intención de ver como mi pene se deslizaba entre su delgado y frágil cuerpo. También para tener la oportunidad de ver, tocar y acariciar su abdomen; que estaba muy bien concebido: plano, lo suficientemente tonificado para lucir sexy, sin llegar a la exagerada tonificación.

Empecé a arañar suavemente su abdomen mientras mis manos subían hacia sus senos, los cuales se sacudían bruscamente con cada empellón que le daba. Los tomé entre mis manos y jugué por un rato con sus pequeños pezones, que en ese instante estaban duros y deseosos de ser acariciados. Luego apreté sus pequeños senos, creo que como nunca antes lo había hecho, pues no era mi gran pasión hacerlo, sin embargo, esa noche sentí un fuerte deseo por tomarlos y estrujarlos entre mis manos. La mirada cómplice de Katherine también contribuyó a que lo hiciera.

Estuvimos follando en esa posición por largo rato. No puedo decir cuánto pues no lo sé, no lo contabilicé. Solo sé que llegó un momento en que mis brazos estaban completamente agotados, por lo que dejé caer mi cuerpo sobre el de Katherine. De todas formas, continué follándola, aunque sin el exquisito placer de ver su rostro. Pero eso se equiparó al dejar mi cara al lado de la suya, pues escuché con mayor intensidad su agitada respiración, sus ricos gemidos, que esa noche estuvieron más presentes que nunca; a la vez que me permitía sentir mucho más su cuerpo sudando, así como los acelerados latidos de su corazón.

Ella me abrazó, tanto con brazos y piernas. Los movimientos quizá se dificultaron, pero su humedad siguió en aumento. El saber de su excitación y el entender que ella estaba viviendo un nuevo orgasmo, hizo que yo llegara al mío. Y como previamente me había corrido en ella, esta vez tampoco tendría reparo o remordimiento alguno en hacerlo. La besé mientras alcanzaba el éxtasis, y aún después de haber alcanzado el orgasmo, continué besándola.

Su orgasmo no terminó con el mío, sino que se prolongó durante unos segundos más, tanto así que una vez que se la saqué, ella siguió suspirando levemente, y su cuerpo fue víctima de unos pequeños pero incontrolables espasmos. Las sábanas de la cama también estaban mojadas, en cierta medida por el sudor, y en cierto grado por los fluidos que Katherine dejó escapar durante el coito.

Mientras recuperaba el aliento me quedé arrodillado allí en la cama, viendo a Katherine aún acostada, que miraba hacia el techo mientras el semen escurría de su vagina.

Una vez que se recompuso, me pidió no vestirme, pues su deseo era que durmiéramos abrazados y desnudos. Yo accedí, pues también me apetecía que fuese así. Sin embargo, eso me iba a jugar en contra. 
Pasaron unas horas, yo desperté en la madrugada, concretamente a las tres de la mañana. Y al encontrarme desnudo, abrazado a Katherine, en medio de la oscuridad, no pude evitar excitarme. Empecé a besarla suavemente por el cuello, pero no iban a ser mis besos los encargados de despertarla sino me erección contra sus nalgas.

-         Hagámoslo otra vez, le susurré al oído
-         Dale
-         Pero vamos a hacerlo en la piscina
-         No, en la piscina no, que me puede dar una infección
-         Bueno, entonces al borde de la piscina
-         ¿Y si nos ven?
-         Esa es la idea, tentar al peligro. No nos van a ver…

Nos vestimos como si realmente fuéramos a entrar a la piscina, por si alguien llegaba, le diríamos que habíamos ido a echar un chapuzón de madrugada. Salimos de la habitación tratando de ser lo más sigilosos que pudimos, nos movimos en medio de la oscuridad hasta que por fin llegamos a la zona de la piscina.

Empezamos a besarnos y luego yo me tumbé en el suelo. Ella corrió su bikini hacia un costado y guió mi pene hacia su interior. Empezó a moverse lentamente sobre mí. Yo la dejaba llevar toda la iniciativa, quería disfrutar de verla imponer el ritmo.

Pero la tentación me venció más temprano que tarde y fue ahí cuando lancé mis manos hacia sus tetitas. Las acaricié inicialmente por sobre su bikini, y luego metí mis manos bajo este. Ella me miraba fijamente a la cara a medida que incrementaba el ritmo de sus movimientos.

La agarré de las caderas para sacudirla con más fuerza sobre mí, pero ella me dio una cachetada e inmediatamente me tomó de las manos, las dirigió por sobre mi cabeza y allí las mantuvo. Katherine deseaba tener completo dominio de la situación y yo se lo permití. Al fin y al cabo, lo estaba haciendo a la perfección. Sus movimientos su fueron tornando cada vez más contundentes, cada vez más frenéticos.

Poco a poco fue dejando escapar uno que otro gemido, aunque trataba de reprimirse para que nadie nos fuera a encontrar follando ahí. Su vagina rápidamente se humedeció, lo que facilitó sus bruscos movimientos sobre mí.
Pero rápidamente su condición física le iba a vencer, cediéndome la oportunidad de tener la iniciativa. Yo me puse en pie, la tomé de una mano y la llevé hacia una zona de árboles que había en inmediaciones de la piscina. La apoyé contra uno de estos, y la penetré por detrás, por su vagina, pero por detrás.

El tronco del árbol era grueso y parecía sólido, así que no dudé al momento de incrementar la intensidad de los movimientos. La tomaba por el abdomen, como con una especie de abrazo bajo; lo acariciaba y poco apoco deslizaba una de mis manos hacia su vagina, para jugar con su clítoris entre mis dedos a la vez que la penetraba.

Eso tuvo un alto costo, pues Katherine empezó a dejar escapar unos gemidos cada vez más fuertes. Pero a mí no me importó, pues disfrutaba con su excitación, con su placer y con sus ganas de gozar.

 

Ocasionalmente daba vuelta a su cara para besarla, aunque la mayor parte del tiempo lo que vi fueron sus redonditas e indefensas nalgas rebotando contra mi humanidad.

A esa altura de la noche el cansancio me estaba pasando factura, las piernas me temblaban del agotamiento e incluso llegó un momento en que sentí un calambrazo en el posterior de uno de mis muslos. Eso me llevó a concentrarme en terminar lo antes posible, pues ya estaba en las últimas. No dudé en ningún momento en volver a dejarle el coño lleno de semen a mi tierna novia, que esa noche había recibido más esperma que en cualquier otro momento de su vida.

Cuando se la saqué, ella se quedó recostada un par de segundos contra el tronco del árbol, dándome la oportunidad de ver mi semen correr pierna abajo por su humanidad.

Rápidamente y ya sin temor alguno, nos dirigimos de nuevo a la habitación para por fin descansar. Al otro día teníamos que ir a la zona urbana del municipio para comprar una píldora del día después. Claro que al día siguiente lo postergamos, pues estas pastillas tienen efecto durante las 72 horas siguientes, y entendimos que consumirla en medio del paseo solo lo arruinaría. Así que esperamos a volver a Bogotá para comprarla y para que Katherine la tomara. Desafortunadamente para nosotros, la píldora iba a fallar, y de ese modo nuestras vidas iban a cambiar drásticamente.
Fue una noticia que tardó en llegar, especialmente para mí. La pastilla entre sus diversos efectos tiene el desajuste de los periodos menstruales, por lo que un retraso no tiene que ser necesariamente un motivo de preocupación. Claro que no debería ser así, un retraso ha de ser motivo de alarma siempre, bajo cualquier contexto.

Durante el primer mes de retraso Katherine no quiso alarmarse, lo tomó como una situación normal, pero los días fueron pasando y su preocupación creciendo. Al final decidió hacerse una prueba de embarazo casera, consiguiendo un resultado positivo. Durante todo ese tiempo yo desconocí la situación, y fue ese día, el de la prueba casera, cuando por primera vez me enteré de lo que ocurría.

Luego recurrimos a un examen más fiable, confirmando lo que tanto temíamos. De todas formas, no había marcha atrás. Katherine nunca contempló el aborto como alternativa, por lo que las cartas estaban echadas. El siguiente paso era contárselo a su familia.


Capítulo X: La joya de la corona 

La noticia no cayó bien entre su familia ya que Katherine era una chica joven, que tendría que interrumpir sus estudios y que dar un giro de 180 grados a su vida. Yo estaba a punto de terminar mis estudios, pero eso no aseguraba que fuera a conseguir un gran trabajo. El que tenía hasta entonces no me daba para mantener un hogar, por lo que tendría que empezar a buscar otro...

 


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