jueves, 21 de enero de 2021

Hermanitas de sangre y leche (Capítulo X)

 Hermanitas de sangre y leche


Capítulo X: La joya de la corona



La noticia no cayó bien entre su familia ya que Katherine era una chica joven, que tendría que interrumpir sus estudios y que dar un giro de 180 grados a su vida. Yo estaba a punto de terminar mis estudios, pero eso no aseguraba que fuera a conseguir un gran trabajo. El que tenía hasta entonces no me daba para mantener un hogar, por lo que tendría que empezar a buscar otro.

Pero a pesar del malestar y el rechazo familiar, tanto sus padres como sus hermanos tuvieron que aceptar la situación. El único apoyo con el que yo contaba, además del de Katherine, era el de Camilo, que era mi amigo y confiaba en mí. Con el resto de su familia lo iba a tener un poco más difícil.

Con la llegada del fin de año llegaron los planes de compartir con la familia del uno y del otro. Pasaríamos navidad con mi familia mientras que el fin de año lo pasaríamos con la suya.

Para ese entonces Katherine tenía unos  seis meses de embarazo. Su esbelta figura se había deformado ligeramente. A mí me seguía pareciendo atractiva y sensual, pero lo que no soportaba en ese entonces era su forma de ser, que se había tornado en la de una mujer autoritaria, dominante, irritable y mandona.

Era evidente el desgaste como pareja, había terminado el periodo que yo denominé como el de los “50 polvos bien echados”. Ahora era más obligación y compromiso que cualquier otra cosa.

Las navidades las pasamos, como dije antes, con mi familia, acá en Bogotá. Fue una noche bastante común a pesar de la nueva invitada a la cena familiar. Mis padres, en ese entonces no veían con buenos ojos el rumbo que había dado a mi vida, pero nada podían hacer. Así que para esa noche omitieron cualquier molestia que les pudiera generar mi novia y toda la situación que nos rodeaba.

El fin de año lo pasamos junto a su familia en el pueblo del que ellos son originarios.

Allí me presenté con mi mejor sonrisa y actitud, pero de entrada tuve la hostilidad de Diana y de su padre. Los demás miembros de su familia parecieron ir aceptándome poco a poco.

Esa noche, la de fin de año, hicimos una fogata en la parte trasera de la casa, que era una especie de huerta. Allí, luego de la cena, bebimos y contamos anécdotas alrededor del fuego.

Katherine no podía consumir licor por su embarazo, así que fue de las primeras en irse a dormir. Yo me la estaba pasando realmente bien, así que le dije que más tarde la alcanzaría en la cama.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido una conversación tan relajada con Camilo.

Sus padres fueron los siguientes en irse a dormir, así que solo quedamos Camilo, Diana, Alexandra y su novio, y yo. Licor había de sobra, por lo que se avizoraba que la charla podía extenderse por un largo rato.

Esa noche tuve la fortuna de tener una gran resistencia al alcohol. No sé si era el calor o lo que había comido antes de empezar a beber, lo cierto es que conté con la fortuna de no verme perdido en una borrachera. Y digo fortuna porque al final saqué provecho de esta situación.

Debo advertir que desde un comienzo fui calculador, y no se trató solo de resistencia al alcohol, sino de encontrar los momentos justos para hacer como que tomaba a la par de los demás, pero sin hacerlo realmente. Mi idea era mantenerme más sobrio que ellos, pues de  sucumbir a los efectos del alcohol, mis planes no iban a fructificar.

Mi plan era en cierta medida descabellado. Se me había ocurrido con tan solo sentarme a compartir con la familia de mi novia. Quería follarme a Diana. Esa noche lucía un vestido negro, muy cortito y extremadamente ajustado al cuerpo. La escasa tela de su vestido me permitió contemplar sus piernas en todo su esplendor. Eran gruesas, macizas, bien torneadas; su piel lucía tersa, limpia, delicada y muy blanca. A la vez, el ceñido vestido permitía contemplar su exquisita y esbelta figura, el ancho de sus caderas, su definida y muy curvada cintura, sus prominentes pechos, que además estaban cubiertos exclusivamente por la tela del vestido. Diana era la tentación enfrascada en 1,60 m de mujer.


Y digo que era descabellado pensar en follarla porque no sabía cómo iba a hacerlo, entendiendo que estaba en medio de toda su familia, que a la vez era la de mi novia; contemplando que yo no era del agrado de Diana, y además del enorme riesgo de lograrlo pero ser sorprendido.

De todas formas fue algo que me propuse y que me obsesionó, no contemplaba dejar pasar la oportunidad de poseerla luego de esas horas viéndola en ese vestido que exaltaba su sensualidad. A esto debo sumarle que durante el tiempo que estuvimos allí, sentados alrededor del fuego, fueron varias las ocasiones en las que ella se cruzó de piernas, permitiéndome fantasear una y otra vez con el tesoro que guardaba entre estas.

Como dije antes, Katherine fue la primera en irse a dormir. Luego se fueron sus padres. El siguiente fue Camilo, que había bebido en grandes proporciones y los efectos eran notorios. Yo lo llevé a su cuarto, lo acosté y regresé al sitio de la fogata.

Luego fueron Alexandra y su novio los que hicieron el anuncio de que se irían a dormir, con esto llegaba el fin de la velada, pues ni Diana ni yo nos veíamos allí bebiendo los dos.

Sin embargo, cuando Diana se fue a poner en pie para partir rumbo a su habitación, el alcohol hizo su efecto y ella terminó cayendo estrepitosamente. Alexandra me pidió el favor de que la llevara a su cuarto, pues ella estaba muy ebria y necesitaba ayuda.

Yo vi mi oportunidad servida en bandeja de plata y accedí gustosamente a acompañar a la muy alicorada señorita a sus aposentos.
Posé uno de sus brazos por sobre mis hombros, en la habitual posición de cargar borrachos, mientras que yo la rodeaba con uno de mis brazos por su cintura. El solo sentir sus carnes, dimensionar su cintura y sentir su abdomen, me causó una inevitable erección. De todas formas no había problema, pues no había nadie más allí y ella estaba muy ebria como para notarlo.

Camino a su habitación, Diana balbuceó lo mal que yo le caía, aunque decía estar agradecida por lo que estaba haciendo: llevarla a su cuarto. Yo permanecía en silencio, escuchando sus delirios de ebriedad y pensando en el culeadón que le iba a pegar.

Al entrar en su habitación, la dejé caer sobre la cama, y luego di un par de pasos atrás para cerrar la puerta.

Su cuerpo quedó ahí tendido sobre el colchón. Ella calló allí casi que inconsciente, inicialmente solo abrió la boca para expresar lo mareada que se sentía, pero un par de minutos después entró en un profundo sueño.

Yo subí ligeramente su vestido. Lo suficiente como para dejar expuesta toda la zona de su pubis. Empecé a palparla por sobre sus bragas, a la vez que miraba constantemente su cara. Quería saber si estaba dormida y, en caso de no estarlo, saber que reacción tendría al percibir que la estaba tocando.

Continué acariciando sus gruesos muslos, arañando ligeramente la cara interna de estos. Luego volví a palpar su vagina por sobre su ropa interior, pero esta vez me apasioné tanto con ello, que terminé introduciendo uno de mis dedos, aún sin quitarle las bragas; es decir, le estaba hundiendo parte de sus bragas entre su concha.

Ella seguía dormida, pero su vagina parecía conocer todo lo que estaba ocurriendo. Rápidamente se calentó y humedeció, aunque debo decir que en esta materia estaba por debajo de Katherine, pues su vagina estaba lejos de tener la misma capacidad de lubricación.

Muy delicadamente y con bastante paciencia y detenimiento fui bajando sus braguitas. Las dejé a la altura de sus rodillas para por fin ponerme cara a cara con su vagina. Era espectacular, pues no llevaba un matojo de pelo tapándola, pero tampoco la tenía depilada al ras; estaba apenas cubierta por unos pequeños bellos, que estaban tan cortos como para dejar apreciar la forma y el intenso rosa de su precioso coño.
Empecé a tocarla suavemente, vigilando siempre si seguía dormida o no. Ella reaccionó retorciéndose ligeramente, también con unos pequeños jadeos, pero sus ojos seguían cerrados. Era como si se tratara de un sueño húmedo.

Poco a poco me fui tomando confianza, lo que llevó a que mis manos y mis dedos se movieran cada vez con más rapidez y furor. Ella seguía sin expresar una reacción consciente.

Ya no era uno, sino dos los dedos que exploraban al interior de su vagina. Trataba de hacerlo con cierta delicadeza a pesar de mi alto estado de excitación. Cuando los saqué de allí, salieron empapados, recubiertos de una buena cantidad de sus fluidos.

Luego procedí a darle la merecida sesión de lengüetazos. Sabía que esto implicaba no poder vigilar más sus reacciones, pero a esta altura ya no me importaba nada, así que me agaché y hundí mi cara entre sus piernas. Pasé mis labios y mi lengua por su vagina a la vez que me ayudaba con las manos para separar sus piernas, también para acariciarlas.

De repente ella empezó a empujar mi cabeza hacia abajo. Yo no podía ver si había despertado o era otra de sus reacciones en medio de un sueño húmedo, pero en últimas no me importó, pues más allá de cualquiera de los dos escenarios, era evidente que ella estaba disfrutando.

Cuando levanté mi cabeza, mi barbilla estaba empapada por sus fluidos. Ella seguía retorciéndose a pesar de que ya no le tocaba.
Me bajé el pantalón rápidamente y sin dudarlo la penetré. De nuevo buscando ser suave y despacioso, pues no quería despertarla, ni tampoco quería hacer ruidos que pudieran despertar a alguien más en la casa.

Claro que el deseo de ser cauteloso me duró unos escasos minutos, pues me fue inevitable incurrir en una fuerte penetración, en un movimiento más contundente y rabioso.

Ella despertó, ahora era un hecho, pues sus ojos estaban abiertos. Pero no hubo reproche alguno a lo que hacía, solo una mirada cómplice que me pedía no detenerme, que me rogaba penetrarla cada vez más fuerte.

Así lo hice. La agarré fuerte de sus piernas, me paré estable en el suelo, y empecé a jalonarla y a empujarla a mi antojo.


Sus jadeos fueron convirtiéndose en gemidos, que yo solo pude silenciar con besos y posando mi mano sobre su boca. Ella quería ser ruidosa, y lamía la palma de mi mano, buscando hacerme cosquillas para así lograr que yo quitara mi mano.

Contando a estas alturas con su beneplácito, bajé la parte de arriba de su vestido, dejando sus tetas expuestas. Por fin, luego de tantos años fantaseando con ellas, de tanto tiempo de haberlas imaginado, al fin las podía ver. Eran de buen tamaño, naturales y decoradas por un hermoso y delicado pezón rosa. Pezón que una vez estuvo expuesto, difícilmente salió de mi boca.

Las apreté, las estruje, incluso las cachetee, y al final sirvieron para recibir la descarga de semen que tenía reservada para esta chica.
Ella cayó dormida de inmediato. No hubo tiempo para charlas, reflexiones ni nada que se le parezca, solo fue derrotada una vez más por su alto estado de alicoramiento. Aproveché para terminar de sacarle la tanga, ese iba a ser mi premio para recordarla por la eternidad.
Salí silenciosamente de su cuarto y me dirigí al mío, en el que me esperaba Katherine en medio de un profundo sueño. Antes de acostarme fui al baño a lavarme la cara, pues el fuerte olor a coño podría delatarme.

Al día siguiente sentí miedo de que alguien nos hubiese escuchado, o de que Diana abriera la boca. Afortunadamente para mí eso no pasó. Nadie nos oyó, y Diana no dijo nada, es más, creo que ni se acordaba, pues su trato hacia mí volvió a ser como el de siempre; no hubo comentario alguno, un llamado a la confidencialidad, ni amenazas, ni nada.

De todas formas, el fin de mi relación con Katherine iba a llegar pronto.  No porque se hubiera enterado de lo de la noche de fin de año con Diana, sino porque yo me enteré de que ella también me había sido infiel. Es más, lo hizo estando ya embarazada y con uno de mis amigos, pero eso es una historia que amerita ser contada en otra ocasión.

 



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