Capítulo X: La joya de la corona
La noticia no cayó bien entre su familia ya que
Katherine era una chica joven, que tendría que interrumpir sus estudios y que
dar un giro de 180 grados a su vida. Yo estaba a punto de terminar mis
estudios, pero eso no aseguraba que fuera a conseguir un gran trabajo. El que
tenía hasta entonces no me daba para mantener un hogar, por lo que tendría que
empezar a buscar otro.
Pero a pesar del malestar y el rechazo familiar,
tanto sus padres como sus hermanos tuvieron que aceptar la situación. El único
apoyo con el que yo contaba, además del de Katherine, era el de Camilo, que era
mi amigo y confiaba en mí. Con el resto de su familia lo iba a tener un poco
más difícil.
Con la llegada del fin de año llegaron los planes de compartir con la
familia del uno y del otro. Pasaríamos navidad con mi familia mientras que el
fin de año lo pasaríamos con la suya.
Para ese entonces Katherine tenía unos seis meses de embarazo. Su
esbelta figura se había deformado ligeramente. A mí me seguía pareciendo
atractiva y sensual, pero lo que no soportaba en ese entonces era su forma de
ser, que se había tornado en la de una mujer autoritaria, dominante, irritable
y mandona.
Era evidente el desgaste como pareja, había
terminado el periodo que yo denominé como el de los “50 polvos bien echados”.
Ahora era más obligación y compromiso que cualquier otra cosa.
Las navidades las pasamos, como dije antes, con mi familia, acá en
Bogotá. Fue una noche bastante común a pesar de la nueva invitada a la cena
familiar. Mis padres, en ese entonces no veían con buenos ojos el rumbo que
había dado a mi vida, pero nada podían hacer. Así que para esa noche omitieron
cualquier molestia que les pudiera generar mi novia y toda la situación que nos
rodeaba.
El fin de año lo pasamos junto a su familia en el pueblo del que ellos
son originarios.
Allí me presenté con mi mejor sonrisa y actitud, pero de entrada tuve la
hostilidad de Diana y de su padre. Los demás miembros de su familia parecieron
ir aceptándome poco a poco.
Esa noche, la de fin de año, hicimos una fogata en la parte trasera de
la casa, que era una especie de huerta. Allí, luego de la cena, bebimos y
contamos anécdotas alrededor del fuego.
Katherine no podía consumir licor por su embarazo, así que fue de las
primeras en irse a dormir. Yo me la estaba pasando realmente bien, así que le
dije que más tarde la alcanzaría en la cama.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido una conversación
tan relajada con Camilo.
Sus padres fueron los siguientes en irse a dormir, así que solo quedamos
Camilo, Diana, Alexandra y su novio, y yo. Licor había de sobra, por lo que se
avizoraba que la charla podía extenderse por un largo rato.
Esa noche tuve la fortuna de tener una gran resistencia al alcohol. No
sé si era el calor o lo que había comido antes de empezar a beber, lo cierto es
que conté con la fortuna de no verme perdido en una borrachera. Y digo fortuna
porque al final saqué provecho de esta situación.
Debo advertir que desde un comienzo fui calculador, y no se trató solo
de resistencia al alcohol, sino de encontrar los momentos justos para hacer
como que tomaba a la par de los demás, pero sin hacerlo realmente. Mi idea era
mantenerme más sobrio que ellos, pues de sucumbir a los efectos del
alcohol, mis planes no iban a fructificar.
Mi plan era en cierta medida descabellado. Se me
había ocurrido con tan solo sentarme a compartir con la familia de mi novia.
Quería follarme a Diana. Esa noche lucía un vestido negro, muy cortito y
extremadamente ajustado al cuerpo. La escasa tela de su vestido me permitió
contemplar sus piernas en todo su esplendor. Eran gruesas, macizas, bien
torneadas; su piel lucía tersa, limpia, delicada y muy blanca. A la vez, el
ceñido vestido permitía contemplar su exquisita y esbelta figura, el ancho de
sus caderas, su definida y muy curvada cintura, sus prominentes pechos, que
además estaban cubiertos exclusivamente por la tela del vestido. Diana era
la tentación enfrascada en 1,60 m de mujer.
Y digo que era descabellado pensar en follarla porque no sabía cómo iba
a hacerlo, entendiendo que estaba en medio de toda su familia, que a la vez era
la de mi novia; contemplando que yo no era del agrado de Diana, y además del
enorme riesgo de lograrlo pero ser sorprendido.
De todas formas fue algo que me propuse y que me obsesionó, no
contemplaba dejar pasar la oportunidad de poseerla luego de esas horas viéndola
en ese vestido que exaltaba su sensualidad. A esto debo sumarle que durante el
tiempo que estuvimos allí, sentados alrededor del fuego, fueron varias las
ocasiones en las que ella se cruzó de piernas, permitiéndome fantasear una y
otra vez con el tesoro que guardaba entre estas.
Como dije antes, Katherine fue la primera en irse a dormir. Luego se
fueron sus padres. El siguiente fue Camilo, que había bebido en grandes
proporciones y los efectos eran notorios. Yo lo llevé a su cuarto, lo acosté y
regresé al sitio de la fogata.
Luego fueron Alexandra y su novio los que hicieron el anuncio de que se
irían a dormir, con esto llegaba el fin de la velada, pues ni Diana ni yo nos
veíamos allí bebiendo los dos.
Sin embargo, cuando Diana se fue a poner en pie para partir rumbo a su
habitación, el alcohol hizo su efecto y ella terminó cayendo estrepitosamente.
Alexandra me pidió el favor de que la llevara a su cuarto, pues ella estaba muy
ebria y necesitaba ayuda.
Yo vi mi oportunidad servida en bandeja de plata y accedí gustosamente a
acompañar a la muy alicorada señorita a sus aposentos.
Posé uno de sus brazos por sobre mis hombros, en la habitual posición de
cargar borrachos, mientras que yo la rodeaba con uno de mis brazos por su
cintura. El solo sentir sus carnes, dimensionar su cintura y sentir su abdomen,
me causó una inevitable erección. De todas formas no había problema, pues no
había nadie más allí y ella estaba muy ebria como para notarlo.
Camino a su habitación, Diana balbuceó lo mal que yo le caía, aunque
decía estar agradecida por lo que estaba haciendo: llevarla a su cuarto. Yo
permanecía en silencio, escuchando sus delirios de ebriedad y pensando en el
culeadón que le iba a pegar.
Al entrar en su habitación, la dejé caer sobre la cama, y luego di un
par de pasos atrás para cerrar la puerta.
Su cuerpo quedó ahí tendido sobre el colchón. Ella calló allí casi que
inconsciente, inicialmente solo abrió la boca para expresar lo mareada que se
sentía, pero un par de minutos después entró en un profundo sueño.
Yo subí ligeramente su vestido. Lo suficiente como para dejar expuesta
toda la zona de su pubis. Empecé a palparla por sobre sus bragas, a la vez que
miraba constantemente su cara. Quería saber si estaba dormida y, en caso de no
estarlo, saber que reacción tendría al percibir que la estaba tocando.
Continué acariciando sus gruesos muslos, arañando ligeramente la cara
interna de estos. Luego volví a palpar su vagina por sobre su ropa interior,
pero esta vez me apasioné tanto con ello, que terminé introduciendo uno de mis
dedos, aún sin quitarle las bragas; es decir, le estaba hundiendo parte de sus
bragas entre su concha.
Ella seguía dormida, pero su vagina parecía
conocer todo lo que estaba ocurriendo. Rápidamente se calentó y humedeció,
aunque debo decir que en esta materia estaba por debajo de Katherine, pues su
vagina estaba lejos de tener la misma capacidad de lubricación.
Muy delicadamente y con bastante paciencia y detenimiento fui bajando
sus braguitas. Las dejé a la altura de sus rodillas para por fin ponerme cara a
cara con su vagina. Era espectacular, pues no llevaba un matojo de pelo
tapándola, pero tampoco la tenía depilada al ras; estaba apenas cubierta por
unos pequeños bellos, que estaban tan cortos como para dejar apreciar la forma
y el intenso rosa de su precioso coño.
Empecé a tocarla suavemente, vigilando siempre si seguía dormida o no.
Ella reaccionó retorciéndose ligeramente, también con unos pequeños jadeos,
pero sus ojos seguían cerrados. Era como si se tratara de un sueño húmedo.
Poco a poco me fui tomando confianza, lo que llevó a que mis manos y mis
dedos se movieran cada vez con más rapidez y furor. Ella seguía sin expresar
una reacción consciente.
Ya no era uno, sino dos los dedos que exploraban al interior de su
vagina. Trataba de hacerlo con cierta delicadeza a pesar de mi alto estado de
excitación. Cuando los saqué de allí, salieron empapados, recubiertos de una
buena cantidad de sus fluidos.
Luego procedí a darle la merecida sesión de lengüetazos. Sabía que esto
implicaba no poder vigilar más sus reacciones, pero a esta altura ya no me
importaba nada, así que me agaché y hundí mi cara entre sus piernas. Pasé mis
labios y mi lengua por su vagina a la vez que me ayudaba con las manos para
separar sus piernas, también para acariciarlas.
De repente ella empezó a empujar mi cabeza hacia abajo. Yo no podía ver
si había despertado o era otra de sus reacciones en medio de un sueño húmedo,
pero en últimas no me importó, pues más allá de cualquiera de los dos
escenarios, era evidente que ella estaba disfrutando.
Cuando levanté mi cabeza, mi barbilla estaba empapada por sus fluidos.
Ella seguía retorciéndose a pesar de que ya no le tocaba.
Me bajé el pantalón rápidamente y sin dudarlo la penetré. De nuevo
buscando ser suave y despacioso, pues no quería despertarla, ni tampoco quería
hacer ruidos que pudieran despertar a alguien más en la casa.
Claro que el deseo de ser cauteloso me duró unos escasos minutos, pues
me fue inevitable incurrir en una fuerte penetración, en un movimiento más
contundente y rabioso.
Ella despertó, ahora era un hecho, pues sus ojos estaban abiertos. Pero
no hubo reproche alguno a lo que hacía, solo una mirada cómplice que me pedía
no detenerme, que me rogaba penetrarla cada vez más fuerte.
Así lo hice. La agarré fuerte de sus piernas, me paré estable en el
suelo, y empecé a jalonarla y a empujarla a mi antojo.
Sus jadeos fueron convirtiéndose en gemidos, que yo solo pude silenciar
con besos y posando mi mano sobre su boca. Ella quería ser ruidosa, y lamía la
palma de mi mano, buscando hacerme cosquillas para así lograr que yo quitara mi
mano.
Contando a estas alturas con su beneplácito, bajé la parte de arriba de
su vestido, dejando sus tetas expuestas. Por fin, luego de tantos años
fantaseando con ellas, de tanto tiempo de haberlas imaginado, al fin las podía
ver. Eran de buen tamaño, naturales y decoradas por un hermoso y delicado pezón
rosa. Pezón que una vez estuvo expuesto, difícilmente salió de mi boca.
Las apreté, las estruje, incluso las cachetee, y al final sirvieron para
recibir la descarga de semen que tenía reservada para esta chica.
Ella cayó dormida de inmediato. No hubo tiempo para charlas, reflexiones
ni nada que se le parezca, solo fue derrotada una vez más por su alto estado de
alicoramiento. Aproveché para terminar de sacarle la tanga, ese iba a ser mi
premio para recordarla por la eternidad.
Salí silenciosamente de su cuarto y me dirigí al mío, en el que me
esperaba Katherine en medio de un profundo sueño. Antes de acostarme fui al
baño a lavarme la cara, pues el fuerte olor a coño podría delatarme.
Al día siguiente sentí miedo de que alguien nos hubiese escuchado, o de
que Diana abriera la boca. Afortunadamente para mí eso no pasó. Nadie nos oyó,
y Diana no dijo nada, es más, creo que ni se acordaba, pues su trato hacia mí volvió
a ser como el de siempre; no hubo comentario alguno, un llamado a la
confidencialidad, ni amenazas, ni nada.
De todas formas, el fin de mi relación con Katherine iba a llegar
pronto. No porque se hubiera enterado de lo de la noche de fin de año con
Diana, sino porque yo me enteré de que ella también me había sido infiel. Es
más, lo hizo estando ya embarazada y con uno de mis amigos, pero eso es una
historia que amerita ser contada en otra ocasión.
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