La profe Luciana
Capítulo IV: El vicio de sentirse deseada
Ese día tuve ansiedad
desde el mismo momento en que desperté, pero al llegar el anochecer, la
ansiedad empezó a mutar en euforia. Con Luciana habíamos acordado encontrarnos
pasada una hora de acabadas sus clases, allí, en la academia donde las daba.
Pensamos que una hora sería tiempo suficiente para conseguir que todos los
conocidos desaparecieran de la zona.
Llegué faltando un
cuarto para la hora indicada. Me perdía pensando en la conversación que iba a
darle a Luciana de camino al restaurante. No sería algo sencillo, pues no la
conocía más allá de sus escritos, un poco de sus gustos literarios y sus
fotografías. Pero decidí que lo más sensato era dejarme llevar, dejar que la
conversación fluyera y que avanzara en el camino que tuviese que hacerlo.
Ella apareció minutos
después, luciendo un largo y elegante abrigo. Subió al auto, me saludó y
prendió la calefacción, venía aturdida por el frío. Encendí el coche y partí
rumbo a nuestro destino.
-
¿Fantaseaste
conmigo al leer mis relatos? – preguntó ella para romper el hasta ahora
reinante silencio
-
Te
mentiría si te digo que no, me ha sido absolutamente inevitable.
-
¿Y con
que fantaseaste?
-
Ya vas
a verlo…
-
¿Sabes
con qué fantaseo yo?
-
¿Con
qué?
-
Con
ejercer un día como stripper de club de carretera, con las miradas lujuriosas
de los hombres clavadas en mí. Uno que otro lanzando sus manos de forma
atrevida hacia mí, para meterme un billete entre la tanga o sencillamente para
manosearme. Teniendo yo toda la atención del momento, ahí expuesta, absorbida
por esa sensación de tabú
-
Yo
estaría en primera fila sin duda alguna. Si ves que te es posible cumplirla,
avísame, quiero estar ahí
-
Ja, ja,
ja, tu esposa no te dejaría ir, tienes cara de calzorras
-
Es
cierto. Pero estoy dispuesto a poner de mi parte lo que haya que poner para
dejar de serlo ¡Me harté!
-
¿Hace
cuánto la engañas?
-
Esta
va a ser la primera vez
-
No te
creo, ja, ja, ja
-
No te
miento. Va a ser la primera vez. Hace tiempo dejé de quererla, pero nunca me
atreví a engañarla, no por lo menos hasta que encontrara a alguien con quien
realmente valiera la pena.
-
¿Y hoy
ya no te sientes culpable?
-
Para
nada. Era algo que se veía venir. Y cierto grado de responsabilidad tendrá ella
en que yo haya tomado esta decisión ¿Tú hace cuánto engañas a tu esposo?
-
Uh, si
te contara… La nuestro fue un matrimonio obligado por mi prematuro embarazo.
Prácticamente que nuestros padres decidieron por nosotros. Estaba destinado a
salir mal, y salió mal. Creo que no ha habido época de nuestra relación en que
no lo haya engañado. Y posiblemente él haga lo mismo, estamos juntos por
nuestro hijo, y básicamente por dar la imagen de una familia feliz, que a la
hora de los negocios y el relacionamiento público termina favoreciendo
El viaje de camino al
hotel fue complejo para mí. Recuerdo ese momento en que nos detuvimos a la
altura de la séptima con 116, el semáforo en rojo me permitió prestar mayor
atención a su fantasía de stripper de carretera, lo que desde ese mismo instante
me causó una erección que tardó un rato en desaparecer. Es más, revivió por
ratos durante la cena y de camino al hotel.
El penthouse del Four
Season era fascinante: espacioso, con terraza privada, chimenea, portentosos y
cómodos sofás en cuero, una amplia sala de estar, una cama tendida con sábanas
de algodón egipcio, entre otra serie de lujos que se correspondían con su
costo.
Allí una botella de Veuve
Clicquot nos esperaba.
Nos sentamos frente a uno de los ventanales que fungía como muro. La panorámica
del vecindario era imponente, incluso en este mugrero de ciudad, y mucho más
era el morbo de saber que íbamos a culear en un último piso, viendo la vida
pasar bajo nuestros pies, pudiendo ser vistos a la distancia por cualquiera con
un poco de suerte y un afinado sentido de la vista.
Bebimos la botella de champán sin apuro alguno. Lo hicimos mientras
charlamos de la vida, del fracaso de nuestros matrimonios, de los sueños por
realizar y especialmente mientras hablamos de nuestra pasión en común:
escribir.
Me sentía un poco intimidado al pensar en lo que minutos después haría
con Luciana. Ella me había hecho entender que era una mujer muy activa
sexualmente, y llegué a sentir algo de desconfianza al verme tan poco entrenado
y tan reprimido en los últimos años.
Claro que ese nerviosismo desapareció cuando Luciana dejó su abrigo a un
lado y la tentación entró por la vista; se puso de rodillas, y, todavía
vistiendo sus mallas, me deleitó con un baile sensual, uno de tantos en su
repertorio; a mí y a todo aquel que a la distancia pudiese ver a través de los
cristales.
Dudo que desde la calle se alcanzara a apreciar mucho, difícilmente
podría hacerse desde un par de casas que había en frente, y un poco más probable
podía ser desde un edificio situado en diagonal. A Luciana poco le importaba
eso, de hecho, diría que para ella sería mucho más excitante que alguien viera
su arte sensual a través del ventanal. Sentirse deseada era algo que le hacía
perder el quicio, aunque eso era algo que yo desconocía de momento.
Luciana amaba sacudir su cuerpo al sonido de cualquier ritmo. Esa noche
comenzó con un tema de Shabba Ranks,
del cual no sé su nombre. Su baile fue toda una inspiración. Sus movimientos
eran agresivos y sus gestos retadores.
Sus nalgas fueron las grandes protagonistas de su presentación. Mientras
su rostro se posaba en el piso, su culo se erigía sobre el resto de su cuerpo.
Lo meneaba con unos movimientos cadenciosos, medidos en el tiempo y rematados
con una fuerte sacudida de sus carnes.
Obviamente también hubo un momento destinado a ponerse en pie, dar un
par de pasos hacia atrás, estrellar su culazo contra uno de los ventanales, y
de nuevo menearse, aunque ahora un poco más lento, encargándose de empezar a
manosear todo su cuerpo, que aún seguía cubierto por sus mallas.
Y una vez se cansó de esparcir su culo contra los cristales, se dio
vuelta, dando la cara a cualquiera de los que pudiese estar de mirón desde afuera.
Su enorme trasero por fin me veía a la cara. Yo estaba algo alejado,
pues entendía que Luciana necesitaba de su espacio para desplegar todo su
talento. Pero más allá del distanciamiento, era todo un placer ver por fin de
frente ese culo maravilloso, verlo sacudir sus carnes, e imaginar que unos
minutos después eso estaría pasando, pero sobre mí, estaría zarandeándose
alocadamente, al ritmo de una impetuosa cabalgata.
Estando así, de espalda
a mí, y de frente a los ventanales, Luciana empezó a desnudarse, Al ritmo de la
música bajó por sus brazos los tirantes de sus mallas, la parte alta de su
torso quedó al descubierto, aunque de momento yo solo había visto su espalda,
adornada por su colorido tatuaje del dragón.
Luciana apoyó sus
pechos contra los cristales, y siguió sacudiendo sus nalgas de lado a lado por
un buen rato. Yo moría de ansiedad porque se diese vuelta y por fin ver esos
senos pequeños, pero aún firmes a pesar de sus 40 años; era víctima de la
congoja, ansiaba ver de frente sus incitadores gestos, añoraba ser cómplice de
sus pecaminoso actuar.
Claro que cuando
Luciana se dio vuelta, desaparecieron los sugestivos gestos de su rostro, por
lo menos por un instante. Los reemplazó por una carcajada hilarante, pues le
generó gracia ver mi cara de idiota al ser víctima de su hipnótico baile.
Cambió de tema, puso
uno llamado Honor al mérito de Lisérgicos.
Con la parte alta de su licra colgando de su cintura, caminó por la habitación
hasta tomar una silla, luego volvió a lugar donde estaba, y empezó de nuevo a
bailar. Me pidió que le alcanzase la botella vacía de champán que bebimos
previamente, obedecí de inmediato. Me acerqué a ella, se la di y volví a mi
sitio de privilegio.
Ella dejó la botella
sobre la silla, situada exactamente frente a ella, y empezó a bailar
lentamente. Su lengua se hizo protagonista de esta parte del baile, pues estuvo
el noventa por ciento del tiempo a la vista. Marcó el ritmo de los tan
presentes ademanes de su rostro.
Sus manos también
tomaron mayor protagonismo, empezó a frotarlas fugazmente sobre su pubis, y
especialmente las utilizó para jugar con sus senos entre ellas. Luego, con sus
pulgares, agarró sus mallas de los costados y empezó a bajarlas lentamente,
hasta llegar el punto de que cayeran al suelo por accionar de la gravedad.
Su blando y lujurioso
cuerpo estaba al desnudo, aunque su vagina seguía invisible para mí, pues de
momento se escondía tras la botella que minutos atrás había puesto sobre la
silla.
Luciana me hizo una
seña con sus ojos, invitándome a acercarme y quitar la botella. Así lo hice, me
acerqué, tomé la botella entre una de mis manos, y la dejé en el suelo. Luego
quedé de nuevo hipnotizado con su cuerpo, guardando absoluto silencio mientras
la contemplaba, expresando toda mi depravación con solo la mirada.
Ella tomó una de mis
manos y la posó sobre su vulva. Su intención era clara, hacerme saber que su
coñito, con el solo hecho de bailar, se había humedecido, se había sazonado. El
plato fuerte estaba servido.
Capítulo V: “Hongo” out
Al verme cómodo y
dichoso sintiendo su calentura a través de la yema de mis dedos, se sintió con
la autoridad para lanzar una de sus manos hacia mi miembro. Lo agarró, aún
cubierto por el pantalón, palpó toda la zona, y a continuación me deleitó con
un profundo beso. Fue un beso realmente extenso. Nos dio tiempo para
explorarnos hasta la garganta, nos permitió sentir la sonrisa que se dibujaba
en el rostro del otro, al verse irrespetado por una lengua hasta ahora
desconocida...
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