viernes, 12 de febrero de 2021

La profe Luciana (Capítulo IV)

 La profe Luciana



Capítulo IV: El vicio de sentirse deseada



Ese día tuve ansiedad desde el mismo momento en que desperté, pero al llegar el anochecer, la ansiedad empezó a mutar en euforia. Con Luciana habíamos acordado encontrarnos pasada una hora de acabadas sus clases, allí, en la academia donde las daba. Pensamos que una hora sería tiempo suficiente para conseguir que todos los conocidos desaparecieran de la zona.

Llegué faltando un cuarto para la hora indicada. Me perdía pensando en la conversación que iba a darle a Luciana de camino al restaurante. No sería algo sencillo, pues no la conocía más allá de sus escritos, un poco de sus gustos literarios y sus fotografías. Pero decidí que lo más sensato era dejarme llevar, dejar que la conversación fluyera y que avanzara en el camino que tuviese que hacerlo.

Ella apareció minutos después, luciendo un largo y elegante abrigo. Subió al auto, me saludó y prendió la calefacción, venía aturdida por el frío. Encendí el coche y partí rumbo a nuestro destino.

-       ¿Fantaseaste conmigo al leer mis relatos? – preguntó ella para romper el hasta ahora reinante silencio

-       Te mentiría si te digo que no, me ha sido absolutamente inevitable.

-       ¿Y con que fantaseaste?

-       Ya vas a verlo…

-       ¿Sabes con qué fantaseo yo?

-       ¿Con qué?

-       Con ejercer un día como stripper de club de carretera, con las miradas lujuriosas de los hombres clavadas en mí. Uno que otro lanzando sus manos de forma atrevida hacia mí, para meterme un billete entre la tanga o sencillamente para manosearme. Teniendo yo toda la atención del momento, ahí expuesta, absorbida por esa sensación de tabú

-       Yo estaría en primera fila sin duda alguna. Si ves que te es posible cumplirla, avísame, quiero estar ahí

-       Ja, ja, ja, tu esposa no te dejaría ir, tienes cara de calzorras

-       Es cierto. Pero estoy dispuesto a poner de mi parte lo que haya que poner para dejar de serlo ¡Me harté!

-       ¿Hace cuánto la engañas?

-       Esta va a ser la primera vez

-       No te creo, ja, ja, ja

-       No te miento. Va a ser la primera vez. Hace tiempo dejé de quererla, pero nunca me atreví a engañarla, no por lo menos hasta que encontrara a alguien con quien realmente valiera la pena.

-       ¿Y hoy ya no te sientes culpable?

-       Para nada. Era algo que se veía venir. Y cierto grado de responsabilidad tendrá ella en que yo haya tomado esta decisión ¿Tú hace cuánto engañas a tu esposo?

-       Uh, si te contara… La nuestro fue un matrimonio obligado por mi prematuro embarazo. Prácticamente que nuestros padres decidieron por nosotros. Estaba destinado a salir mal, y salió mal. Creo que no ha habido época de nuestra relación en que no lo haya engañado. Y posiblemente él haga lo mismo, estamos juntos por nuestro hijo, y básicamente por dar la imagen de una familia feliz, que a la hora de los negocios y el relacionamiento público termina favoreciendo

 

El viaje de camino al hotel fue complejo para mí. Recuerdo ese momento en que nos detuvimos a la altura de la séptima con 116, el semáforo en rojo me permitió prestar mayor atención a su fantasía de stripper de carretera, lo que desde ese mismo instante me causó una erección que tardó un rato en desaparecer. Es más, revivió por ratos durante la cena y de camino al hotel.

El penthouse del Four Season era fascinante: espacioso, con terraza privada, chimenea, portentosos y cómodos sofás en cuero, una amplia sala de estar, una cama tendida con sábanas de algodón egipcio, entre otra serie de lujos que se correspondían con su costo.

Allí una botella de Veuve Clicquot nos esperaba. Nos sentamos frente a uno de los ventanales que fungía como muro. La panorámica del vecindario era imponente, incluso en este mugrero de ciudad, y mucho más era el morbo de saber que íbamos a culear en un último piso, viendo la vida pasar bajo nuestros pies, pudiendo ser vistos a la distancia por cualquiera con un poco de suerte y un afinado sentido de la vista.

Bebimos la botella de champán sin apuro alguno. Lo hicimos mientras charlamos de la vida, del fracaso de nuestros matrimonios, de los sueños por realizar y especialmente mientras hablamos de nuestra pasión en común: escribir.

Me sentía un poco intimidado al pensar en lo que minutos después haría con Luciana. Ella me había hecho entender que era una mujer muy activa sexualmente, y llegué a sentir algo de desconfianza al verme tan poco entrenado y tan reprimido en los últimos años.

Claro que ese nerviosismo desapareció cuando Luciana dejó su abrigo a un lado y la tentación entró por la vista; se puso de rodillas, y, todavía vistiendo sus mallas, me deleitó con un baile sensual, uno de tantos en su repertorio; a mí y a todo aquel que a la distancia pudiese ver a través de los cristales.

Dudo que desde la calle se alcanzara a apreciar mucho, difícilmente podría hacerse desde un par de casas que había en frente, y un poco más probable podía ser desde un edificio situado en diagonal. A Luciana poco le importaba eso, de hecho, diría que para ella sería mucho más excitante que alguien viera su arte sensual a través del ventanal. Sentirse deseada era algo que le hacía perder el quicio, aunque eso era algo que yo desconocía de momento.

Luciana amaba sacudir su cuerpo al sonido de cualquier ritmo. Esa noche comenzó con un tema de Shabba Ranks, del cual no sé su nombre. Su baile fue toda una inspiración. Sus movimientos eran agresivos y sus gestos retadores.

Sus nalgas fueron las grandes protagonistas de su presentación. Mientras su rostro se posaba en el piso, su culo se erigía sobre el resto de su cuerpo. Lo meneaba con unos movimientos cadenciosos, medidos en el tiempo y rematados con una fuerte sacudida de sus carnes.



Obviamente también hubo un momento destinado a ponerse en pie, dar un par de pasos hacia atrás, estrellar su culazo contra uno de los ventanales, y de nuevo menearse, aunque ahora un poco más lento, encargándose de empezar a manosear todo su cuerpo, que aún seguía cubierto por sus mallas.

Y una vez se cansó de esparcir su culo contra los cristales, se dio vuelta, dando la cara a cualquiera de los que pudiese estar de mirón desde afuera.

Su enorme trasero por fin me veía a la cara. Yo estaba algo alejado, pues entendía que Luciana necesitaba de su espacio para desplegar todo su talento. Pero más allá del distanciamiento, era todo un placer ver por fin de frente ese culo maravilloso, verlo sacudir sus carnes, e imaginar que unos minutos después eso estaría pasando, pero sobre mí, estaría zarandeándose alocadamente, al ritmo de una impetuosa cabalgata.

Estando así, de espalda a mí, y de frente a los ventanales, Luciana empezó a desnudarse, Al ritmo de la música bajó por sus brazos los tirantes de sus mallas, la parte alta de su torso quedó al descubierto, aunque de momento yo solo había visto su espalda, adornada por su colorido tatuaje del dragón.

Luciana apoyó sus pechos contra los cristales, y siguió sacudiendo sus nalgas de lado a lado por un buen rato. Yo moría de ansiedad porque se diese vuelta y por fin ver esos senos pequeños, pero aún firmes a pesar de sus 40 años; era víctima de la congoja, ansiaba ver de frente sus incitadores gestos, añoraba ser cómplice de sus pecaminoso actuar.

Claro que cuando Luciana se dio vuelta, desaparecieron los sugestivos gestos de su rostro, por lo menos por un instante. Los reemplazó por una carcajada hilarante, pues le generó gracia ver mi cara de idiota al ser víctima de su hipnótico baile.

Cambió de tema, puso uno llamado Honor al mérito de Lisérgicos. Con la parte alta de su licra colgando de su cintura, caminó por la habitación hasta tomar una silla, luego volvió a lugar donde estaba, y empezó de nuevo a bailar. Me pidió que le alcanzase la botella vacía de champán que bebimos previamente, obedecí de inmediato. Me acerqué a ella, se la di y volví a mi sitio de privilegio.

Ella dejó la botella sobre la silla, situada exactamente frente a ella, y empezó a bailar lentamente. Su lengua se hizo protagonista de esta parte del baile, pues estuvo el noventa por ciento del tiempo a la vista. Marcó el ritmo de los tan presentes ademanes de su rostro.

Sus manos también tomaron mayor protagonismo, empezó a frotarlas fugazmente sobre su pubis, y especialmente las utilizó para jugar con sus senos entre ellas. Luego, con sus pulgares, agarró sus mallas de los costados y empezó a bajarlas lentamente, hasta llegar el punto de que cayeran al suelo por accionar de la gravedad.

Su blando y lujurioso cuerpo estaba al desnudo, aunque su vagina seguía invisible para mí, pues de momento se escondía tras la botella que minutos atrás había puesto sobre la silla.


Luciana me hizo una seña con sus ojos, invitándome a acercarme y quitar la botella. Así lo hice, me acerqué, tomé la botella entre una de mis manos, y la dejé en el suelo. Luego quedé de nuevo hipnotizado con su cuerpo, guardando absoluto silencio mientras la contemplaba, expresando toda mi depravación con solo la mirada.

Ella tomó una de mis manos y la posó sobre su vulva. Su intención era clara, hacerme saber que su coñito, con el solo hecho de bailar, se había humedecido, se había sazonado. El plato fuerte estaba servido.

Capítulo V: “Hongo” out

Al verme cómodo y dichoso sintiendo su calentura a través de la yema de mis dedos, se sintió con la autoridad para lanzar una de sus manos hacia mi miembro. Lo agarró, aún cubierto por el pantalón, palpó toda la zona, y a continuación me deleitó con un profundo beso. Fue un beso realmente extenso. Nos dio tiempo para explorarnos hasta la garganta, nos permitió sentir la sonrisa que se dibujaba en el rostro del otro, al verse irrespetado por una lengua hasta ahora desconocida...



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