miércoles, 6 de enero de 2021

Diario de una puritana (Capítulo II)

Diario de una puritana





Capítulo II: Confesiones de una puritana






Para mí fortuna, esa actitud iba a verse recompensada, pues fue ese el inicio del gran propósito de follar con Mafe. La motivación estaba creada, ya solo hacía falta encontrar el momento y quizá el escenario ideal para atacar.


El momento iba a ser al día siguiente, no porque estuviera listo, o tuviese preparado un plan, o fuese el momento oportuno; lo hice porque me ganó la ansiedad y me dejé llevar.

Fue durante la sesión de entrenamiento. Ese día correspondía la rutina de piernas, que posiblemente es la que más interesa a las mujeres, pero es la de más sacrificio y quizá la de más cuidado.

Para mi desgracia, ese jueves Mafe no usó su atuendo de la falda negra, sino una de las licras que había usado en días anteriores. De todas formas, para mí, cualquier prenda que usará la iba a hacer ver deseable.

Ese día arrancamos la rutina con sentadillas de peso libre, que para el que no las conozca, aclaro que son sentadillas comunes y corrientes pero con un peso adicional. Como yo tenía una barra y discos, ese iba a ser el peso adicional. Para el caso de Mafe, que hasta ahora empezaba a entrenarse, el ejercicio fue únicamente con la barra.

A esa sesión de entrenamiento le saqué todo el jugo posible, pues cada movimiento requería de mi guía o mi apoyo. De modo que cuando empezamos con las series de sentadillas de peso libre, me situé atrás de Mafe para orientar sus movimientos, indicándole hasta donde tenía que bajar, el grado de apertura de las piernas, y apoyándola a sostener la barra por si llegaba a perder el equilibrio. Para orientarla en la forma correcta de respirar y la tensión que debía mantener en el abdomen, empecé a bajar con ella, aun estando parado a su respaldo, tomando suavemente su abdomen con una de mis manos para indicarle justamente los momentos en que debía tomar y soltar aire.

El rocé fue inevitable al igual que mi erección, que ella evidentemente sintió en sus nalgas, y la cual me llevó a apartarme de ella ciertamente avergonzado. Pero Mafe no me hizo reproche alguno, seguramente entendió la situación como algo involuntario o quizá la ignoró por estar completamente concentrada en el ejercicio, la verdad no lo sé.

Yo, por el contrario, interpreté su ausente reproche como un visto bueno, como un gesto de complacencia. Así que pasados unos segundos volví a acercarme a ella y continué haciendo el ejercicio a la vez que trataba de orientarla.

La erección no había desaparecido, de hecho era cada vez más latente. Para ese momento Mafe ya tenía que tener descartada la hipótesis de que había sido algo involuntario, pues de ser así no tendría por qué seguir restregándole mi pene erecto contra sus nalgas. Posiblemente ella quería evitar el momento incómodo de hacerme el reproche, o como dije antes, quizá su prioridad era completar el ejercicio.

El caso es que yo entendí la situación como un gesto complaciente, asumiendo a la vez que debía dar el siguiente paso. Acerqué mi cara a su cuello y elogié el buen olor que tenía su pelo. Sin dejarla terminar de decir gracias, empecé a besarla por el cuello. Ella se detuvo, paró de hacer sentadillas y permaneció allí de pie, inmóvil, todavía con la barra sobre sus hombros. Inicialmente estiró su cuello, permitiéndome besarla, pero luego me pidió detenerme.

- No puedo hacer esto - dijo ella

- ¿A qué te refieres? ¿Al ejercicio o a dejar que te bese?

- A lo segundo, el ejercicio no está tan difícil…

- Bueno de todas formas deja la barra en el piso, descansa

Ella dejó la barra en el piso y luego me preguntó si podíamos interrumpir el entrenamiento, sentarnos y hablar. Yo accedí, ciertamente temeroso porque entendía que me iba a reprochar por haber excedido su confianza. Le alcancé una toalla para secarse el sudor, le di una botella de agua y abandonamos el cuarto donde entrenábamos. Fuimos a la sala, nos sentamos y ahí empezó su inesperada confesión.

- Mira, tengo que advertirte que no debes hacerte ilusiones conmigo

- ¿Por qué?

- No quiero tener relaciones con nadie

- ¿Puedo saber por qué?

- Sí. Te lo voy a contar, pero quiero que no salga de acá… No te puedo mentir, no soy virgen, pero mi primera experiencia fue tan traumática que me hice la promesa de no tener relaciones hasta que tenga la bendición de Dios, como debe ser… Mi primera vez fue a los 15 años con el novio que tuve en esa época, lastimosamente para mí no fue algo placentero ni memorable, fue algo más bien doloroso y como dije antes, traumático. A esa edad una cree en promesas de amor eterno y puede pecar de ingenua. Yo a este chico le creí, me entregué a él, pero no lo disfruté. Fue un coito corto, no sé, uno o dos minutos, en los cuales jamás sentí placer, solo dolor y quizá algo de asco. Pues una vez que él terminó, me sentía sucia, utilizada, como una vasija para descargar sus tensiones. Eso precipitó el fin de mi relación con ese chico. Lo que siguió fue un largo periodo de rechazo a los hombres, incluso llegando a sentir odio por la mayoría de ellos. Tanto así que en mis primeros años de universidad tuve una compañera que me propuso experimentar con ella. En esa época me sentía desorientada y accedí. Fue completamente diferente a mi primera vez, no hubo apuros, hubo complacencia y amabilidad todo el tiempo por parte de esta chica. Se tomó el tiempo suficiente para hacerme disfrutar y se preocupó porque yo disfrutará del momento. Fue muy cariñosa, muy dulce y muy tierna. Debo confesarte que me gustó, pero fue solo cuestión de horas para que me invadiera el arrepentimiento. Empecé a cuestionarme si era homosexual, si eso está bien visto ante los ojos de Dios. Y fue entonces que decidí no volver a experimentar con ella tampoco. Me propuse no volver a tener relaciones con nadie antes de contar con la bendición de Dios, promesa que he cumplido hasta ahora y que me ha brindado tranquilidad.

- Bueno Mafe, yo no soy quien para juzgarte, ni para decirte lo que debes hacer, o lo que está bien y lo que está mal. Lamento mucho lo traumático de tu primera vez, entiendo que hayas soñado con que fuese un momento perfecto, idílico, pero sé que difícilmente eso se cumple. Es algo sencillamente consecuente con el actuar de esa edad. Estoy seguro de que hay millones de mujeres a las que les ha pasado lo mismo. Luego, sobre tu experiencia lésbica, no tengo mucho por decir, solo que no deberías reprocharte ni condenarte con tanta dureza, experimentar está bien, no te cierres puertas… Mira Mafe, yo no soy creyente, aunque respeto tus creencias, pero si te aconsejo que no las lleves al extremo, no las radicalices, porque eso te va hacer vivir con temor e incertidumbre ¿Quién te asegura que el sexo en el matrimonio va a ser placentero? ¿Qué tal termine siendo tan horroroso como esa primera vez? Deberías abrirte puertas y probar una y otra cosa. No te estoy diciendo que te vuelvas la más promiscua de la ciudad, solo te digo que te des la oportunidad de experimentar.

- Y supongo que tú quieres que experimente contigo

- Jejeje…bueno Mafe, yo no te puedo obligar, pero si noté que estabas disfrutando la situación mientras hacíamos sentadillas. Y para mí sería todo un honor ser el elegido para cambiar tu percepción sobre el sexo y sobre los hombres.

- No te voy a negar que lo estaba disfrutando, pero es que me da un poco de nervios…

- Te propongo que te dejes dar un masaje, que además puede que te alivie del cansancio muscular acumulado de estos días, y durante este decides si te dejas llevar o no. De todas formas, si hago algo que te moleste, solo es necesario que me lo digas para que me detenga o para que no lo vuelva a hacer.

El silencio permaneció en el ambiente por unos cuantos segundos, luego ella accedió, aunque en medio de titubeos y de una actitud bastante temerosa. Le pedí que se acostara boca abajo sobre el sofá en el que estábamos.

Sin tener experiencia alguna dando masajes, me aventuré a recorrer su cuerpo con mis manos. Empecé por sus hombros, ejerciendo algo de presión con mis dedos sobre ellos, a la vez que trataba de hacer que mis movimientos fueran circulares. Lentamente fui bajando por su espalda, ayudándome de las palmas de mis manos, a veces haciendo movimientos de presión, ocasionalmente rozando ligeramente y la mayor parte del tiempo amasando su piel y sus músculos entre mis manos.

Me animé a desabrochar su top, llevándome la grata sorpresa de que no llevaba nada bajo este. Rasqué suavemente sobre la marquilla que dejaba en su piel el broche del top, a lo que recibí un agradecimiento de su parte por mi consideración. Sinceramente no pensé que eso fuera a ser tan sustancial, pero así fue.

Su espalda desnuda y su suave piel emanaban sensualidad. Yo sabía que no había motivo para emocionarme por ver una espalda desnuda, pero la de Mafe tenía cierto atractivo, cierta magia; era tan blanca como el resto de su cuerpo, supremamente suave, decorada por lunares y otro tipo de marcas de nacimiento. Dediqué un buen rato a masajear y acariciar su espalda, pues creo que hasta yo lo estaba disfrutando. Ella exhalaba y suspiraba ocasionalmente, entregando señas del disfrute o por lo menos de relajación gracias a mi masaje.

Pero yo no me iba a quedar toda la noche masajeando su espalda. Estaba ante la oportunidad de cumplir una de mis más grandes fantasías. Sabía que tenía que ser cauteloso, y sobre todo paciente. Aunque creo que a esa altura de la noche lo estaba logrando.

Poco a poco me fui dando la libertad de ir bajando cada vez más por su espalda, hasta concentrarme en masajear la zona de sus lumbares, y aventurarme por primera vez a pasar el límite entre su espalda y sus nalgas. Ella seguía sin oponer resistencia o sin hacer reproche alguno.

Inicialmente, cuando me animé a posar mis manos sobre su culo, lo hice por sobre su ropa, como bien dije antes, no quería precipitarme. Amasé sus nalgas entre mis manos por un buen rato, aunque sin llegar a apretarlas ni estrujarlas, ya que un gesto así podría echar por la borda lo conseguido hasta el momento.

Para disimular un poco, traté de no dedicar tanto tiempo a su culo, por lo menos no tanto como le dediqué a sus hombros y su espalda. Así que prácticamente pasé de largo hacia sus piernas, hacia la cara posterior de sus muslos.

Ella se encontraba supremamente relajada. De no ser por sus suspiros ocasionales, habría pensado que se había dormido.

Sentir sus piernas entre mis manos fue todo un placer. Llevaba meses fantaseando con estas piernas, y ahora, por vueltas del destino, las tenía entre mis manos. Eran macizas, tal y como se podían percibir a simple vista. Estaban algo flácidas, evidenciando la falta de tonificación por la que había buscado mi ayuda, aunque a mí me encantaban así, tal y como las estaba sintiendo en mis manos.

Le pregunté si le dolían, a lo que ella respondió que no. Le advertí que al siguiente día le iban a doler, siendo esta una de las principales causas de abandono en el común de la gente cuando ingresa a un gimnasio. Le ofrecí un gel muscular, que no le iba a evitar el dolor, pero se lo iba a hacer más llevadero.

- Antes de que te lo aplique, quería consultarte ¿Cómo te has sentido?

- Bien, muy relajada y tranquila

- Súper. Yo, por el contrario, estoy sorprendido

- ¿Por qué?

- Porque no comprendo cómo puedes tener complejos con tu cuerpo, eres hermosa, diría perfecta

Ella guardó silencio ante mis cumplidos, apenas giró levemente su rostro y me dejó ver su sonrisa. Yo entendía que iba por buen camino, que a pesar de la lenta ejecución de mi plan estaba dando pasos agigantados hacia el gran objetivo.

Le saqué la licra con cierto grado de dificultad, pues realmente se le ajustaba a su cuerpo. Estaba en medio del delirio, por fin contemplaba sus piernas tal y como eran, de arriba abajo; carnosas, delicadas, completamente depiladas, suaves, blancas. Pero lo que más me emocionó fue que no llevaba nada bajo la licra.

Ese inmejorable panorama pudo haberme hecho perder el control. Era toda una tentación meter mano, pero debía tener cabeza fría para no espantarla. ¡Qué desespero!

El gel muscular era frío, así que cuando empecé a frotarlo sobre sus piernas ella reaccionó con un ligero espasmo. Comencé por sus gemelos, amasándolos entre mis manos, y deslizando mis dedos sobre ellos con la ayuda del gel. Inicié por ahí justamente por lo que ya he explicado una y otra vez, no quería mostrarme ansioso, ni invasivo, quería que ella confiará totalmente en mí.

Fui subiendo poco a poco, encargándome de aplicar gel en todo el contorno de sus piernas, tanto su cara posterior como la parte anterior y los costados. Cuando iba por sus muslos, mi excitación era total, sentía la extrema necesidad de poseerla, pero ya habría tiempo para ello. Poco a poco fui masajeando y acariciando la cara interna de sus muslos, principalmente con mis pulgares, mientras mis palmas y mis otros dedos se posaban por encima de los mismos.

La victoria estaba asegurada, pues sin haber llegado a tocar su vagina, ya podía percibir, a escasos centímetros, el calor que emanaba de ella. Tenía el triunfo en el bolsillo, Mafe estaba tan caliente como yo, quizá más.

Asumiendo que contaba con su entera complacencia, y entendiendo que el calor y la humedad de una vagina no mienten, me aventuré a seguir subiendo hasta realmente palparla entre mis dedos. Era igualmente carnosa, estaba recubierta por una piel igualmente delicada, pero en su contra tenía que estaba sin depilar, o por lo menos así lo percibí, pues soy de los que las prefieren al ras. Aunque no me iba a poner de caprichoso y quejumbroso, estaba consiguiendo el mayor de los premios.

Inicialmente acaricié su vulva con movimientos similares a los que venía ejerciendo durante el masaje, pero poco a poco fueron mutando en caricias superficiales con la palma de mi mano. Luego fueron mis dedos índice y anular los encargados del tocamiento, todavía superficial, pues no quería precipitarme a introducirlos, además, sabía que la clave estaba en encontrar en primera instancia su clítoris, y dado que todavía no pensaba asomarme por allí, tenía que hacerlo mediante el tacto.

Su conchita ardía, aunque ella no expresaba excitación más allá de unos suspiros. Pero cuando por fin sentí su clítoris, esto cambió; sus suspiros pasaron a ser jadeos e incluso gemidos, aunque ella los reprimía, seguramente por timidez o vergüenza, o por lo menos así lo percibí yo.

Su clítoris era de aquellos que tienen una buena porción de piel recubriéndole, por lo que me sentí con mayor libertad de jugar con él entre mis dedos y posteriormente con mi lengua.

Cuando introduje la punta de mis dedos, posé mi otra mano sobre su cuello, para ejercer un masaje complementario. Ella siguió sin hacer reproche alguno, es más, lo único que escuchaba de ella era su fuerte respiración.

No dediqué mucho tiempo a explorar su vagina con mis dedos, no era mi prioridad; entendía que debía pasar rápidamente al sexo oral. No porque fuera mi gran obsesión, sino porque sabía que con mi lengua podría lograr una estimulación diferente y complementaria sobre su clítoris.

Mis dedos salieron recubiertos por sus fluidos, lo que me sirvió como señal para entender que el plato estaba servido y sazonado. Era hora de saborearlo con mi lengua.

Separé sus piernas con mucha delicadeza, y aproveché para arrastrar mis uñas con suavidad por la cara interna de sus muslos, como rascándola pero con mucha sutileza.

Me subí al sofá, me apoyé en mis rodillas y me incliné para incrustar mi cara entre sus piernas. Ante el primer contacto de mi lengua con su vagina, Mafe volvió a realizar una de esas contracciones involuntarias del cuerpo, evidenciando así que todavía sentía algo de temor o de sorpresa por lo que estaba viviendo.

No dediqué mucho tiempo al sexo oral en esa posición, pues solo un par de minutos después le pedí darse la vuelta. Primero porque me estaba perdiendo lo mejor de Mafe, la posibilidad de ver su rostro mientras le brindaba placer. También porque me era más fácil hallar su clítoris teniéndola de frente.

Puse de nuevo mi cara frente a frente con su vagina y procedí a consentirla con mi lengua, ayudado por los dedos de una mano, mientras que mi otra mano sujetaba una de las de Mafe. Ella, por ratos, la apretaba, por ratos aflojaba y por ratos llegaba incluso a clavarme sus uñas.

Sus gemidos se hicieron cada vez más presentes y más dicientes, pues su tonalidad fue en incremento. Su vagina también ponía en evidencia lo bien que la estaba pasando, pues cada vez emanaba más fluidos. Yo estaba concentrando en brindarle un buen sexo oral, aunque a veces miraba de reojo a su rostro, tratando de apreciar sus gestos, y especialmente buscando coincidir con su mirada, lo cual no ocurrió porque ella tenía sus ojos cerrados y su rostro de cara al techo.

El objetivo estaba cumplido, ya no se me podía escapar la gran oportunidad de cumplir la fantasía. Los fluidos que habían recubierto mi barbilla eran señal de eso.

Capítulo III: El redebut de Mafe


Ella suspendió sus gemidos para reemplazarlos con un constante pedido para que la follara. Era tan puritana que concretamente no me pedía follarla o culearla, sino que me decía “hazme el amor, házmelo”...

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