sábado, 16 de enero de 2021

Hermanitas de sangre y leche (Capítulo III)

 Hermanitas de sangre y leche


Capítulo III: un porro, un polvo y una tanga de recuerdo



De hecho, yo no planeaba dejar de culear con Alexandra más allá de la monotonía del sexo con ella, pues para ese momento era lo único que tenía a la mano, y era ella o nada. Pero cuando Katherine apareció las cosas cambiaron. Yo en un comienzo no imaginé que algo fuera a suceder con ella, ya que era la menor de las hermanas de Camilo y me daba cierto remordimiento meterme con alguien tan menor.

Claro que eso fue un error de apreciación mío, pues yo tenía 21 años, y, pensándolo bien, no había nada de malo en entablar una relación, amorosa o sexual, con alguien apenas tres años menor que yo. Pero en un comienzo no fue así.

En lo que no escatimé en ningún momento fue en contemplar su belleza de pies a cabeza, o como decimos acá en Colombia: pegarle una buena morboseada.


Katherine era una chica hermosa. Su rostro era angelical, de facciones muy finas; una nariz pequeña y sin imperfecciones; ojos oscuros, grandes y muy expresivos, decorados además por unas largas pestañas; sus labios rosas, de un grosor ideal, ni muy grandes ni muy pequeños, invitaban a la fantasía, a imaginar tiernos o apasionados besos, de estos que vienen con mordisco incluido. Su pelo era negro, largo, liso, sedoso, parecía de comercial de champú, cortaba a la perfección con la palidez de su piel, que a la vez la hacía ver más delicada e inocente. Como casi toda chica de esta edad, Katherine era delgada, o más bien esbelta. Sus piernas eran largas, bien torneadas, quizá un poco carentes de carne o grosor, pero sin llegar a producir lástima por la extrema delgadez. De hecho, eran unas piernas que invitaban al pecado, más que todo porque a Katherine le encantaba usar faldas o los muy conocidos “pantaloncitos calientes”, que permitían contemplar y admirar sus piernas como se debe. Su culo era más bien pequeño, muy lejos del prominente par de nalgas de Alexandra. Pero no nos vamos a mentir, el culo de una chica al desnudo siempre será excitante, por más pequeño que este sea. Además, el culo de Katherine era pequeñito, pero bien formado, muy redondito y muy en su sitio.

Su abdomen era completamente plano, y al recorrerlo con la mirada invitaba a seguir mirándola, ya fuera hacia abajo o hacia arriba, pero no tenía pierde. Su cintura no era muy pronunciada, quizá esa era su mayor falencia física, pues es bien sabido que una cinturita bien definida es un rasgo absolutamente sexy y femenino.

Sus senos tampoco eran grandes, pero estaban acorde a las dimensiones de su cuerpo, pues se trataba de una mujer esbelta. Katherine cumplía a la perfección con las características físicas con las que idealizo a una mujer: era delgada, de lindas piernas, de apariencia delicada, de cuerpo pequeño, de esos tan fáciles de manejar a la hora del sexo; era toda una tentación.

El día que la conocí, evidentemente me encontraba en el apartamento de Camilo. Estaba sentado en la sala, concentrado mientras rascaba unos cogollos de marihuana para armar unos porros que pretendíamos fumar con Camilo.

Katherine llegó acompañada de Diana. Estaba en la ciudad presentando exámenes y entrevistas para ingreso a la universidad.
Cuando entraron al apartamento me sorprendieron ahí sentado, muy concentrado en la labor de armar un buen porro. Diana sabía que Camilo y yo consumíamos hierba, no se oponía, pero ella no lo hacía. Sin embargo, esa tarde me reprendió porque su pequeña hermana lo había visto todo. Yo permanecí en silencio inicialmente, y luego le pedí perdón por la imprudencia.

Al rato apareció Camilo y me tranquilizó haciéndome saber que no pasaba nada, que era una reacción normal en su hermana, que además era la mayor de todos y ese día estaba a cargo de la “pequeña e inocente” Katherine.

Camilo y yo nos fumamos un par de porros, cenamos, charlamos un rato y luego él se fue a dormir.

En su apartamento había tres cuartos: el suyo, el de Alexandra y el de Diana; y esa noche tenían previsto que Katherine dormiría con Diana. Yo, cada vez que iba a casa de Camilo tenía dos opciones, dormir en una colchoneta tendida en el piso en el cuarto de Camilo, o en un sofacama que había en la sala. Yo prefería la segunda opción, pues me quedaba muy cerca el balcón, y como en ese entonces tenía una gran adicción al tabaco, era más cómodo salir a fumar desde allí.

Esa noche cuando Camilo se fue a dormir, decidí armar y fumar un porro más antes de hacer lo mismo. Estaba en el balcón fumándolo cuando de repente escuché una voz que me dijo “¿me compartes un poco?”. Se trataba de Katherine, que había llegado al balcón sin hacer ruido, yo por lo menos no noté cuando lo hizo.

En un comienzo me negué a compartirle, no por tacañería sino por los inconvenientes que podría traerme ofrecerle marihuana, más teniendo en cuenta el regaño que me había dado Diana horas atrás.

Ella insistió en que no se iría de allí hasta que yo le compartiera un poco, “aunque sea un plon (calada)”

- ¿Has fumado alguna vez?, le pregunté
- Nunca. Pero justo hoy he sentido mucha curiosidad por probar, respondió
- No quiero que sea por mí que empieces a fumar hierba
- Si no es contigo igual la voy a probar porque la curiosidad ya la tengo y amigos mariguaneros también
- Deberías pensártelo bien, pues tampoco es un juego de niños

- Lo sé, lo he pensado un montón de veces, pues en varias ocasiones me han ofrecido y me he negado, pero hoy tengo curiosidad. Dame un poco que no me voy a poder dormir por la curiosidad
- Quizá no duermes, quizá te da una sensación de pánico que no puedes controlar
- No creo, pero si pasa, tú me tranquilizarás
- No es algo que yo pueda controlar
- Dame un poco de una buena vez, que no me voy a ir hasta que me dejes probar
- Bueno, pero entonces alista un vaso o una botella de agua porque te va a dar mucha sed, y no dormirás si tienes que pararte cada rato para ir por agua. La pruebas y te vas a dormir ¿Estamos?
- Me quedo acá mientras lo fumamos. Luego me voy.

La extensa negociación del porro provocó que el que yo tenía encendido se consumiera, así que tuve que armar uno nuevo. Katherine se sentó en el suelo. En ese momento estaba vestida con un buzo de rapero que le hacía como camisón. Supongo que no era suyo, ni de sus hermanas; seguramente era de Camilo. Esa prenda cubría lo suficiente para no hacerla pasar por indecente pero permitía ver sus piernas en todo su esplendor.

Cuando empezamos a fumar el porro yo no podía dejar de mirarle sus piernas. Mi cabeza se llenó de maquinaciones con ese par de tubos color piel; la imaginé abriéndoselas con cierto grado de agresividad, también acariciándolas suave y tiernamente.

Ella parecía haber sufrido los efectos del THC rápidamente, lucía dispersa y desconcentrada. Sin embargo, tras un par de minutos notó que yo la miraba con deseo.

- ¿Te gusto?, preguntó
- Eres una mujer hermosa sin duda alguna, contesté en medio de titubeos
- Pero no te gusto…

Negué cualquier fijación o atracción por ella, solo le repetí que era una chica hermosa. Al escuchar mi respuesta negativa, se paró, se dio vuelta y trató de irse, pero justo ahí la agarré de la mano. Le pedí que no se fuera. Mantuve silencio por un par de segundos y luego le admití que sí me atraía.

- Claro que me gustas. No solo eso, me despiertas todo tipo de deseos. Me vuelves loco. Pero eres la hermana de mi amigo, y uno no se mete con las hermanas de los amigos, menos si es la más pequeña y consentida
- Pues que idea tan ridícula. Como si mi hermano se fuera a dar cuenta
- Son códigos entre amigos
- Pues quédate con tus códigos, yo me voy a dormir. Gracias por el porro

Nuevamente trató de emprender su camino y de nuevo la volví a agarrar del brazo.

- ¿Guardarías el secreto?
- Claro. No veo por qué ir contándolo por ahí

La besé. La tomé de la cabeza con suavidad y uní mis labios con los suyos por unos cuantos segundos. Ella agarró mi otra mano, la que estaba libre, y la condujo hacia su pubis. A pesar de tener las bragas puestas, se sentía ese calorsito tan propio de una vagina hambrienta y dispuesta. Le dije que teníamos que ser absolutamente silenciosos, pues Camilo y sus hermanas estaban en el apartamento, y cualquier ruido podía dejarnos en evidencia. Ella solo respondió con un “sí, ya tranquilo, que no nos sorprenderán, relájate”.

Abandonamos el balcón, entramos de nuevo al living del apartamento y seguimos besándonos. La agarraba de sus nalgas mientras la besaba, mientras que ella entrecruzaba sus brazos tras mi espalda. Frotábamos nuestros cuerpos aún vestidos, como emulando los movimientos y la penetración que ocurriría unos minutos después.

Empecé a acariciar su torso aún con el buzo puesto. Su abdomen era perfecto, muy plano y con una piel muy suave. Fui subiendo lentamente con mis manos por su espalda, notando que bajó ese buzo no había más que su humanidad, no llevaba sostén, lo que me hizo apresurar a sentir sus senos en mis manos. Eran pequeños, tal y como lo había podido apreciar con solo mirarlos. Sus pezones también lo eran, pero eso no era obstáculo para jugar con ellos entre mis dedos.


Ella desabrochó mi pantalón y yo empecé a moverme para dejarlo caer. Una vez sin pantalón, ella empezó a frotarse cada vez con más intensidad. Era evidente que anhelaba ser follada, su calentura era más que evidente.

Yo interrumpí la escena preguntándole si se trataba de su primera vez, a lo que ella respondió con un “jajajaja si sigues preguntando tonterías, voy a tener que dejarte aquí con la calentura”. Así que decidí callarme y disfrutar del momento.

Le quité el buzo tratando de ser muy delicado. Ella quedó ahí parada, apenas vistiendo las bragas; con sus tetitas al aire, mirándome e invitándome a cogerlas, a besarlas, a jugar con ellas. Así lo hice.

Pero no eran solo sus senos los que me invitaban a la lujuria, era todo su cuerpo; delgado, frágil y a mi completa disposición. De nuevo la acaricié por el torso, le agarraba su tierno culito, y pasaba suavemente mis manos por su entrepierna.

Deslicé una de mis manos lentamente hasta introducirla debajo de su calzón. Su humedad delataba su alto estado de excitación. La palpé y en ningún momento me apresuré a introducir uno de mis dedos, más bien jugué a acariciarla superficialmente. Para ese entonces su calzón estaba empapado. Ella ya no me besaba, sino que reclinaba su cabeza hacia atrás, dejándose llevar por el placer. Yo la besaba por el cuello mientras seguía jugando con la superficie de su vagina.


Me detuve y la hice recostar en el sofacama. Corrí sus bragas hacia un costado y empecé a deslizar mi lengua sobre su vagina. Hasta ese entonces y en medio de la oscuridad no había podido apreciarla, pero ahora estábamos cara a cara, o cara a vagina mejor dicho. Estaba completamente rasurada, y lucía tan tierna como todo el resto de su ser.

Jugaba con mi lengua por sobre sus labios vaginales. A la vez acariciaba la cara interior de sus muslos con mis manos. Ella me agarraba del pelo y ocasionalmente hundía mi cara contra su exquisito coño, ocasionalmente levantaba su pubis para juntarlo contra mi cara. Era evidente que la estaba pasando bien.


Luego me animé a introducir mi dedo índice, a hundirlo poco a poco y lentamente, y jugar con él en su interior. Acompañaba esto aún con las caricias de mi lengua.

A esa altura de la faena, Katherine me pedía que la penetrara. Yo estaba muy tentado a hacerlo, pero a la vez quería continuar con mi juego de darle placer. Ella empezaba a soltar unos ligeros gemidos. Lo que desató mi preocupación, pues podía alertar a los demás y hacer que nuestro encuentro terminara en escándalo.

Me detuve, y con mi dedo, aún empapado por sus fluidos, le hice el habitual gesto de guardar silencio, posándolo en mis labios. Volví a posar mi cara frente a su vagina y a deslizar mi lengua sobre ella, pero esta vez seguí de largo deslizándola hacia arriba, de modo que poco a poco fui subiendo por su abdomen, por sus senos, por sus hombros y su cuello, hasta de nuevo volver a besarla.

Agarré mi pene con una mano y empecé a frotarlo contra su vagina, sin penetrarla; solo pasándolo por allí para sentir su humedad con mi miembro. Pero no aguanté mucho tiempo haciendo esto, pues era inminente mi deseo por follarla.

Empecé haciéndolo suavemente, pero ella me agarraba por las nalgas y me empujaba, como tratando de controlar mis movimientos.
Yo seguía contemplándola como una pequeña y dulce chica, por lo que no quería ser agresivo ni brusco con mis movimientos. Pero ella no quería que le hicieran el amor, ella quería que le pegaran una buena culeada. Tuvo que decirme que la follara duro para que yo lo comprendiera. Así lo hice.

Ella me agarraba por el pelo, con su mano tras mi cabeza, mientras yo la penetraba a profundidad y con rapidez. Nos mirábamos fijamente a los ojos mientras nos hacíamos gestos de deseo.

Sus suspiros rápidamente se convirtieron en gemidos. Yo buscaba silenciarlos con besos y ocasionalmente poniendo mi mano sobre su boca. Lo que era imposible de reprimir era el sonido que hacían nuestros cuerpos al chocar, por lo que decidí que había que bajar la intensidad de los movimientos, a menos de que buscáramos ser descubiertos.

Ella se cansó de asumir el rol sumiso en la relación, así que me pidió cambiar de posición. Ella me montó, y dirigió desde allí la cabalgata hacia el éxtasis. Apenas mi pene se deslizo por entre su vagina, sus movimientos se hicieron rápidos y agresivos. Era evidente la calentura de esta chica. Yo no sabía si siempre era así o si es que andaba mucho tiempo sin sexo; el caso es que era más que notoria su fogosidad.

Mientras ella me cabalgaba, yo besaba sus pequeños senos, que justo habían quedado situados frente a mi cara. Los amasaba, los apretaba, los besaba y los chupaba; me daba un completo festín con ellos.

Ella interrumpió dicho banquete tomándome del pelo y levantando mi rostro para poder besarme. Seguía meneándose sobre mí como si no hubiera mañana. Yo sentí que iba a terminar, y como no llevábamos protección puesta se lo dije. Por lo que ella se levantó, luego se agachó y me masturbó hasta hacerme venir sobre su cara.


Instantes después del orgasmo yo seguía estupefacto por el voltaje de esta chica. Incluso llegué a pensar que no había dado la talla, que no había correspondido al tremendo polvo que era Katherine. Le propuse darme un par de minutos para recuperar el aliento y echar otro polvo. Pero ella dijo estar satisfecha, me dio un largo beso, se puso su buzo y se fue a dormir.

Al otro día, muy temprano, cuando apenas se aprecian los primeros destellos del sol al amanecer, desperté con una maravillosa sorpresa. Sentí un ligero cosquilleo en el cuello, se trataba de Katherine que estaba besándome allí. Le pregunté y le reproché por lo que hacía, no porque me molestara, sino por el enorme riesgo de ser descubiertos.

Me dijo que ese iba a ser su última día en Bogotá, presentaría pruebas en un par de universidades donde había realizado preinscripción, y luego partiría de nuevo a su casa, por lo que quería despedirse de mí, dejándome el mejor de los recuerdos. “Me has dado un rato inigualable por lo que me siento obligada a recompensártelo”.

A continuación se dirigió hacia mi entrepierna, sacó mi pene, lo tomó entre sus manos y lo introdujo en su boca para darme una felación, un poco precaria y carente de técnica, pero inolvidable para mí.

Yo permanecía acostado en el sofacama, vigilando de reojo cualquier movimiento, que pudiera interrumpir este hermoso momento. Esto no ocurrió a pesar de que la mamada se extendió por un buen rato.

Todo terminó con mi descarga en la boca de Katherine. Era evidente que esta era la primera vez que hacía una mamada, o por lo menos que alguien le terminaba en la boca, pues apenas lo hice, corrió desesperada a escupir el semen. Era notorio el asco que le dio, por lo que tuve que pedirle disculpas.

Ella no hizo mayor drama, me dijo que no me preocupara, que entendía lo ocurrido.

Luego intercambiamos números telefónicos para no perder el contacto, aunque yo no sabía qué tanto podía hablar con esta chica, con la que más allá del sexo, no había cruzado palabras por más de 15 minutos en la vida. Como último gesto de contacto en esa ocasión, Katherine se sacó sus calzones, me los tiró encima y dijo que me los dejaba como recuerdo. Según ella porque los había mojado tanto, que emanaban un fuerte olor a coño, que seguramente no le convenía llevar consigo en un día de entrevistas en universidades.
 

Capítulo IV: Volviendo al origen

El encuentro sexual con Katherine fue un punto de quiebre en mi vida. Me llenó de la confianza de la que carecí por tanto tiempo. Luego de varios años fui capaz de aventurarme a seducir mujeres y tener relaciones con algunas. Sin embargo, ninguna logró generarme lo que sí logró Katherine, pero a ella no le vería, por lo menos, hasta el siguiente año.


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